domingo, 29 de mayo de 2011

IRAQ: LA COMUNIDAD CRISTIANA, HORRORIZADA POR UN ASESINATO "INHUMANO"


87 cristianos iraquíes muertos en 2010, según el Assyria Council of Europe

KIRKUK, miércoles 25 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Una patrulla de la policía iraquí encontró el pasado lunes 16 de mayo en Kirkuk el cuerpo sin vida de un joven cristiano, Ashur Issa Yaqub (escrito también Jacob), de 29 años, casado y con tres hijos. El cadáver estaba horriblemente desfigurado.

Según declaró a la Agence France-Presse (16 de mayo) el jefe de la policía de la provincia de Kirkuk, el mayor general Jamal Taher Bakr, los asesinos casi cortaron completamente la cabeza a la víctima. El jefe del departamento de Sanidad de la provincia, Sadiq Omar Rasul, confirmó el lúgubre hecho, y añadió que el cuerpo de Yacub presentaba "signos de tortura y mordeduras de perros".

Detalles aún más escalofriantes fueron proporcionados por la Assyrian International News Agency (16 de mayo). A Yacub se le arrancaron los ojos de las órbitas y se le cortaron las orejas. Como si no fuese suficiente, la pobre víctima fue encontrada con el rostro desollado.

Yacub, que trabajaba para una empresa de construcción, fue raptado tres días antes, es decir, el sábado 14 de mayo, siempre en Kirkuk, capital de la homónima provincia petrolífera situada en territorio kurdo, a unos 250 km al norte de la capital iraquí, Bagdad.

Los raptores, que según la policía pertenecen a una célula de la red terrorista de Al Qaeda, habían pedido a la familia de la víctima un rescate de 100.000 dólares, pero según una fuente de AsiaNews (16 de mayo) las negociaciones “no llegaron a buen fin”. De hecho, 100.000 dólares es una cifra muy alta para un país donde, según AFP, la retribución media diaria de un obrero de la construcción equivale a 21 dólares.

Según refirió a Compass Direct News (18 de mayo) un pastor evangélico, antes del secuestro, unos desconocidos se dirigieron al dueño de la empresa de Yacub, intimándole a despedir al obrero “porque era un cristiano, pero él se negó”.

Tratándose de un empresario rico pero inalcanzable – explicó el pastor, que por motivos de seguridad ha querido mantener el anonimato – raptaron y por desgracia también asesinaron a Yacub.

El homicidio, considerado "bestial" y "un crimen horrendo contra la religión, la nación y la humanidad” por el secretario general de la Unión de estudiantes y jóvenes asirio-caldeos, Kaldo Oghanna, ha afectado profundamente a la comunidad cristiana. "Es una situación muy grave, y todos, la juventud, se sienten sin esperanza”, dijo el líder cristiano a Compass.

Durísima ha sido también la condena por parte del arzobispo caldeo de Kirkuk, monseñor Louis Sako. "Ningún hombre que crea en Dios y tiene un respeto por la vida puede cometer semejantes actos”, declaró en una primera reacción el prelado, que habló de un “gesto inhumano” (AsiaNews).

El arzobispo está convencido también de que el obrero fue secuestrado por dinero. “Ha sido raptado por dinero. Esto sucede, pero normalmente los raptores no torturan y matan de esta forma”, explicó monseñor Sako en una conversación telefónica con Compass Direct News.

"Es como si fuesen animales", prosiguió. "Lo mataron inmediatamente para asustar a la gente de Kirkuk y mandar el mensaje de que si son raptados tienen que pagar".

En cambio, para el diputado cristiano Imad Yohanna, también de Kirkuk, Yacub fue raptado a causa de su pertenencia a la comunidad cristiana.

Según Yohanna – recoge la agencia Associated Press (14 de mayo) -, los cristianos son objetivos “fáciles” porque normalmente pagan el rescate sin oponerse, al contrario que las tribus árabes, que no dudan en recurrir a las armas para liberar a las personas secuestradas.

Aunque monseñor Sako duda de que se trate de un gesto anti-cristiano, teme sin embargo que el brutal asesinato de este padre de familia empujará a muchos cristianos a abandonar la ciudad.

"En Kirkuk, poquísimas familias habían dejado la ciudad, pero esto es un shock. Creo que después de esto se irán, porque esto es muy serio", dijo el arzobispo a Compass.

Lo sucedido corre el riesgo por tanto de alimentar el incesante flujo migratorio del Iraq de los cristianos o “asirios”, como también se les llama. Un nuevo informe (1) realizado por el Assyria Council of Europe (ACE) - un organismo independiente que intenta aumentar dentro de la Unión Europea la sensibilidad por la situación de los cristianos iraquíes – confirma de hecho el dramático descenso del número de cristianos en el país.

Entre 2004 y 2010, más del 60% de la comunidad asiria ha abandonado Iraq a causa del clima de terror y los continuos ataques contra objetivos cristianos. Con una población estimada en torno a los 2 millones, los asirios – conocidos también como sirios y caldeos – constituían en 2004 (es decir, el primer año tras la caída de Saddam Hussein) aún el tercer grupo más numeroso de Iraq. Hoy, reafirma el informe, este número oscila entre 400.000 y 600.000.

Según los datos del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR o UNHCR), el 13% de todos los prófugos iraquíes registrados en Siria, Jordania, Líbano, Turquía y Egipto son cristianos. Por su parte, la agencia AINA calcula que hasta el 40% de los redugiados iraquíes en Siria y Jordania es de origen asiria. Además, los desplazados internos en Iraq son unos 2,8 millones, de los que el 5% son cristianos.

El informe revela además que (al menos) 87 asirios han sido asesinados en el periodo que va desde enero a diciembre del año pasado, un dato que transforma el 2010 en el segundo año más sangriento tras el 2004 (115 víctimas). Mientras que el mayor número de incidentes se registró en la tercera ciudad de Iraq, Mosul, la ciudad con más alto número de cristianos muertos es la capital Bagdad, esto a causa del ataque terrorista del 31 de octubre pasado contra la catedral siro-católica de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

El clima de inseguridad y el extremismo afectan en particular a mujeres y niños pertenecientes a las diversas minorías, que según la organización Minority Groups International representan “el sector más vulnerable de la sociedad iraquí”. No llevar el velo islámico (hijab) o vestirse a la occidental significa problemas para las mujeres.

Como indica el informe del Assyria Council of Europe, ni siquiera en los campos de refugiados las mujeres y las jóvenes cristianas están seguras: están muy expuestas a la trata de seres humanos y a la explotación sexual, o son obligadas a prostituirse.

"Hoy la situación en Iraq es compleja", declaró Oghanna (Compass Direct News)."Tememos – prosiguió el secretario general de la Chaldo-Assyrian Student and Youth Union – que los días que vendrán serán duros para nosotros los cristianos". Es de esperar que se equivoque...

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1) http://www.aina.org/reports/acehrr2010.pdf

Por Paul De Maeyer, traducción del italiano por Inma Álvarez

Fuente: Zenit

sábado, 28 de mayo de 2011

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 6


EL BEATO CLAUDIO LA COLOMBIERE Y EL SANTO
ESCAPULARIO DEL CARMEN

Al famosísimo P. La Colombiere, de la ínclita Compañía de Jesús, beatificado por el Sumo Pontífice Pío XI, se le llama, con harta razón, el apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; pero con muchísima más razón le deberíamos llamar el gran apóstol del Santo Escapulario del Carmen, puesto que de su pluma de oro salieron las más dulces y convincentes palabras al hablar de la devoción al Santo Escapulario del Carmen. Decía el sublime orador, haciendo saltar de júbilo las seculares piedras del templo de Nuestra Señora de París: “Grandes y sublimes cosas se han dicho acerca de las bienandanzas que nos vienen con ser devotos de María Santísima; pero yo quiero deciros ahora algo más grande a favor de los que lleváis impuesto el Santo Escapulario del Carmen. No basta el decir que esta santa librea es señal de predestinación. Es algo más, es más que eso: El Santo Escapulario del Carmen es la gran señal de predestinación, es la más cierta señal de bienaventuranza eterna entre todas las diversas señales de predestinación que conocemos. ¿A qué devoción, por tanto, nos abrazaremos con más cariño, con más celo y con mayor perseverancia que a ésta?”

Y a los pecadores obstinados les decía: “Si todas las gracias que sobre vosotros derrama a manos llenas la Santísima Virgen no logran convertiros, si sois sordos a tantas voces y ciegos a tanta luz, si os obstináis en morir impenitentes, no lo dudéis: moriréis réprobos. Sí, hermanos míos, moriréis en las garras de la impenitencia final, pero en este caso es imposible que podáis morir vestidos con el Santo Escapulario de la Virgen. Porque si María Santísima no logra, por vuestra criminal obstinación, arrancaros del lodazal de vuestra culpa, Ella arbitrará algún medio para despojaros entonces de su santa librea. Vosotros mismos, ¡oídlo bien!, vosotros mismos, con vuestras propias manos, os arrancaréis el Santo Escapulario del Carmen antes de morir con él en las garras de la impenitencia final”.

Así le aconteció a aquel desgraciado suicida que se arrojó desesperadamente al agua para morir ahogado. Llevaba al cuello el Santo Escapulario del Carmen y le era imposible sumergirse. En vano se esforzaba el infeliz en descender al fondo de las aguas; las mismas aguas le sostenían a flote, contra su voluntad. Y admirado de aquel prodigio, que tanto brillaba en medio de las negras sombras de su desesperación se persuadió de que el Santo Escapulario era el talismán divino que le cerraba la boca del infierno. No obstante lo cual, el desdichado cerró los ojos a tanta luz y los oídos a aquella voz tan elocuente, arrancándose de su pecho el bendito Escapulario. Y, haciendo luego por cuarta o quinta vez un nuevo y supremo esfuerzo para ahogarse, aconteció que las mismas aguas que antes se habían cerrado para mantenerle a flote, entones se rasgaron y abrieron para tragarle.

El suicida logró morir pecando, pero no pudo lograr morir hasta despojarse del Escapulario del Carmen, santa librea de salvación, con la cual nadie puede morir sin morir en gracia. In quo quis moriens aeternum non patietur incendium.

No se puede concebir página más sublime y sentida que la brotada de la pluma de oro o mejor, del corazón de fuego, todo pureza y santidad, e impregnado del amor más ferviente a María, que sintiera desde niño el Santo Padre La Colombier, a quien tenemos hoy la dicha de venerar en los altares.

Para que nada le faltase en sus facetas o irisaciones de santidad a este fúlgido brillante ignaciano, distinguiose, cual todos los hijos del ínclito Ignacio de Loyola, por su amor delirante a la Virgen del Carmen y por difundir por doquier con su celo de apóstol la devoción más tierna al bendito Escapulario del Carmen (1).


(1) Sermones de La Colombiere, tomo IV, edición de Clermont Ferrand, 1884. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O. C.

miércoles, 25 de mayo de 2011

EL EXORCISMO DE ANNELIESE MICHELS (DOCUMENTAL)

Anneliese Michels

La película El exorcismo de Emily Rose (2005) está basada en hechos reales. Este documental relata la verdadera historia de Anneliese Michels. Hablan testigos presenciales y se dan a conocer algunas de las grabaciones en audio que se realizaron durante los exorcismos.



lunes, 23 de mayo de 2011

¿POR QUÉ NO LES GUSTA?


Un marmolillo-bolardo de cabeza y una garita torcida de cuerpo: Eso es resumiendo, la mega estatua que le han dedicado en Roma, frente a la Stazione Términi, al beato Giovanni Paolo-2º. Una creación muy moderna para un Papa modernísimo. Muy adecuado. ¿Por qué entonces no les gusta la estatua si les gustaba el personaje?

¿Acaso esperaban una formidable y estupenda imagen de bronce, con el Papa sentado en la sedia gestatoria, o en el trono, con tiara y manto pontificio? ¿No representa mejor el pontificado wojtyliano esa estatua de Términi, no es más acertada?

Alegórica, diría yo, concordando con el autor (no, no diré artista): La tenacidad voluntariosa (la bola-cabeza) y el pan-aperturismo indiscriminado (la garita-cuerpo). Esa es la alegoría, la inspiración sobre el sujeto traducida en objeto. Que a mí, repito, me parece muy lograda, con bastante aproximación personaje-concepto formato-espacial-figurativo.

También podría sugerir el sólido búnker estructural del carácter y el vacío sustancial-axial indeterminadamente sensible a la acogida en vocación culminantemente global. O algo por el estilo. ¿No?



Desde luego, a mí no me gusta, no tendré que decirlo. Pero mi disgusto es integral: No me gusta el personaje/no me gusta la escultura. Sin contradicción.

Lo que no entiendo es que no guste a los que les gusta. ¿Me explico?

¿O son ellos los que no se auto-explican?

¿Por un error de identificación-conceptos no adecuados a la realidad, poco conocida, poco examinada, poco reflexionada, quizá?



Quizá.

Pero que no se quejen: Que contemplen la estatua y saquen conclusiones y corrijan impresiones.

p.s. Un detalle más, que se me olvidaba: Sin duda, esa iconografía minimalista (que no renuncia a los mega-volúmenes) traduce proporcionalmente el valor de las neo-beatificaciones y neo-canonizaciones juanpablistas. Opino.

+T.

Fuente: Ex Orbe

LOS PROVIDA ENTRAN EN LAS INSTITUCIONES

Acostumbrados como estamos los defensores de la vida a que cada cita electoral sea un desastre, las elecciones municipales del día 22 de mayo han supuesto un cambio y esperemos que un punto de inflexión en la tendencia a la baja de los partidos políticos provida. Por primera vez desde hace muchísimos años hay en las instituciones públicas políticos que, sin miedo, sin complejos, proclaman la defensa de la vida en todos los casos, sin supuestos, ni excusas, desde la concepción hasta la muerte natural.
Desde luego, han sido pocos los votos que han conseguido en general los partidos provida, pero al menos se ha conseguido entrar en dos ayuntamientos.
Bárcena de Pie de Concha, en Cantabria, y Las Labores, en Ciudad Real, contarán con sendos concejales que proclamarán la defensa de la vida como un bien irrencunciable y un principio básico de la convivencia social. Otros 4 pueblos se han quedado a las puertas de contar con concejales provida: San Agustín de Guadalix y Nuevo Baztán en Madrid, Alcaudete en Jaén, y Ampuero en Cantabria. El resto de candidaturas provida ha mantenido el escaso respaldo cercano a la marginalidad que vienen sufriendo una vez tras otra en cada cita electoral. Desde Manifiesto por la Vida felicitamos a David Gil-Ortega y a Alfonso Hidalgo, confiando en que sus voces sean las primeras de muchas en oírse en las instituciones públicas en defensa de los más débiles, los que no tienen voz, los no nacidos.




Fuente: Manifiesto por la Vida

miércoles, 18 de mayo de 2011

SECTARISMO Y CONTRASECTARISMO


La debilidad doctrinal y disciplinar de la Iglesia

La aparición de la Instrucción Universae Ecclesiae (y previamente la beatificación de Juan Pablo II) han hecho eclosionar el sectarismo reinante en el seno de la Iglesia. Una mirada sobre este fenómeno ayudará a comprender la situación del tradicionalista hoy.

Hoy en día, si hay algo evidente en la comunidad católica, es una cierta primacía del divisionismo y aún del sectarismo. El origen de esta situación resulta también evidente: es el debilitamiento de la autoridad jerárquica y magisterial, en particular de la pontificia.

Resultaría fácil endilgar este hecho a la categoría de “relajación disciplinaria”, aunque esta concurra y con frecuencia sea protagónica, sinó en todos los casos, al menos en la mayoría de ellos. Pero el problema de fondo es doctrinal. En determinado momento, durante y después del Concilio Vaticano II, tanto la jerarquía en una porción sustancial, así como los fieles, por natural contagio, comenzaron a creer que era posible discutir todo: doctrina, disciplina, sacramentos, liturgia… Los tibios intentos de los papas para encauzar este equívoco tropezaron con un obstáculo mayor: lo que ellos mismos fomentaban por omisión o mediante su protección, las novedades teológicas que alentaban a este espíritu asambleario y jacobino.

Fue justamente Juan Pablo II quien se hizo cargo de una Iglesia en desmadre completo y trató de poner coto a los desmanes, especialmente a partir de que el Card. Ratzinger asumió como titular de Doctrina de la Fe. De donde provienen algunos documentos y declaraciones doctrinales, o discursos y homilías en los que se llama a la subordinación, se acotan ciertos abusos, etc. Lo curioso es que estos intentos tan poco eficaces granjearon al papa Woyjtila el odio de los progresistas extremos, pero a la vez, para equilibrar esta inclinación “a la derecha”, la Santa Sede descargó su rigor contra los que cuestionaban el desorden in radice, es decir, en sus fundamentos doctrinales, o sea, contra los a partir de entonces llamados tradicionalistas.

De donde el panorama eclesiástico se fue dibujando en tres sectores; dos de ellos minoritarios y uno, mayoritario en su conjunto pero sin unidad doctrinal ni disciplinaria, más allá de un predicado y casi nunca cumplido acatamiento de tono “oficialista”. Entre los primeros se ubican los cultores del “espíritu del Concilio”, para quienes Juan Pablo fue un “contrarrevolucionario”. Y también los tradicionalistas, para quienes Juan Pablo fue un Bonaparte de la revolución conciliar. Es decir, puso coto a la virulencia de los más exaltados, pero llevó los fundamentos de esta revolución a todas partes, aplicándola no solo a la liturgia, como ya lo había hecho Paulo VI, sino al derecho, al catecismo, a las leyes claves que gobiernan la Iglesia (elección de sumo pontífice, proceso de canonización), y a muchísimas cosas más.

Juan Pablo tuvo una visión ciertamente de “iluminado”, y delegó el gobierno de la Iglesia para salir a conquistar el mundo con el poder de su carisma personal, aunque no debe cometerse el error de pensar que carecía de un pensamiento estratégico, compartido con los atlantistas europeos y los norteamericanos sobre el modo de “replantear” ese mundo. Su cruzada fue político-espiritual. El creía que lo que estaba podrido en la Iglesia debía caer por su propio peso, y que había que dejar que el Espíritu Santo volviera a inspirar la santidad por medio de los “nuevos movimientos religiosos”, que protegió hasta límites inconcebibles. Y trabajó simultáneamente para dar sustento a un nuevo orden mundial. Lo cual naturalmente consolidó la nueva doctrina conciliar sobre el orden social que se resume hoy en la expresión "sano laicismo".

El resultado de esta forma de ver y gobernar la realidad de la Iglesia es el de una fragmentación escalofriante. Si vemos con ojos desapasionados la realidad eclesiástica, contemplaremos un conjunto numerosísimo de grupos y grupúsculos, algunos más afortunados, que alcanzaron un crecimiento notable. Todos bajo la fórmula “movimientista” de Juan Pablo. Naturalmente, los tradicionalistas no quisieron participar ni tampoco se los recibió (salvo excepcionalmente) en el seno de esta comunidad “oficial”.

Pero ellos han asumido un rol paradójico, porque a la vez que excluídos por antagonizar las tendencias novedosas del Concilio, algunos sus reclamos fueron lentamente asumidos por los papas, Benedicto en particular, y muy especialmente en materia litúrgica. Lo cual suma a su situación un componente más: no ya solo la exclusión del gran paraguas en el que se cobijan los movimientos conciliares, desde el costado más conservador y filo tradicionalista hasta el más heterodoxo progresismo oficialista, sino el carácter de minoría denostada pero influyente.

El resultado de esta situación de división subsumida bajo el liderazgo de Juan Pablo, resulta en la confrontación interna, a veces feroz, aunque casi nunca por razones de doctrina, sino de posicionamientos y protagonismos. La "exhibición de doctrina” es con frecuencia funcional a este posicionamiento, según los vientos que soplen desde Roma. Un poco de latín y prolijidad litúrgica hoy, un poco de “sensibilidad social” mañana, así se inclinan la mayoría de los obispos, como políticos avistando las señales del poder para orientar las velas.

No sorprende, pues, el crecimiento mórbido y hasta mortal del individualismo sectario. Hoy parece reproducirse la situación que se vivió ya en los tiempos apostólicos cuando los cristianos de Filipo seguían a Apolo, a Pablo, o a Cefas, unos contra otros. Con más el agravante de que no son solo rencillas, sino banderías en las que la defensa de la doctrina de la Fe es por muchos relegada y hasta desconocida, porque se han formado en la convicción de que ser católico significa ser parte de alguno de los “movimientos católicos”, habiéndose perdido casi el sentido de pertenencia por la Fe, y la vivencia de esa Fe por medio de la parroquia, sino por vía de algún “movimiento” independiente de ella, o a lo más enquistado en ella, no por la parroquia en sí misma. Esto es una verdadera revolución.

Aquello que Dios ha querido al desplegar su Iglesia en diócesis y parroquias, mostrarnos el rostro de la Iglesia en la figura concreta del pastor sacerdote (obispo, párroco, teniente cura, capellán, protagonistas de nuestras vidas porque nos bautizaban, nos adoctrinaban, nos casaban o apadrinaban nuestra vocación religiosa, y nos acompañaban en la vida y en la muerte,) se trasladó al “movimiento,” con harto protagonismo laical, no solo en la militancia sino también en la dirección y en la inspiración, con frecuencia “líderes carismáticos”.

No pretendo negar la importancia de los “padres fundadores” de órdenes religiosas o congregaciones ni del particular “carisma” que, sobre todo en los tiempos modernos, muchos les han impreso al apostolado (pienso en Don Bosco y en Don Orione, por ejemplo), ni en la libertad que cada fiel tiene de seguir la espiritualidad de uno u otro santo fundador, ni desconocer las rencillas entre órdenes religiosas, que siempre han sido una mácula en el clero. Pero hoy esto ha pasado a un grado superlativo de disgregación, porque estos movimientos ya no tienen “una Fe”, “un bautismo”, “un pastor”, sino cada uno el suyo particular.

La causa sigue siendo, pues, doctrinal, aunque la supresión de esta situación pueda requerir medidas de carácter disciplinario, pasos intermedios, y también con seguridad dolorosas pero necesarias escisiones de quienes ya se han endurecido demasiado en sus opiniones personales

Esta larga consideración apunta a explicar mejor el fenómeno tradicionalista, que es fruto de esta dilución de la autoridad doctrinal, la cual así como ha producido disgregación, también ha producido una resistencia a los cambios y un aferramiento a lo que la Iglesia siempre ha dicho y hecho, rezado y creído. Este es el carisma propio del tradicionalismo.

Pero esta reacción, aunque en algún caso pueda estar liderada por una figura carismática, como es la de Mons. Lefebvre, no deja de estar bajo el sino de la ausencia de una autoridad superior e indiscutida, encarnada en un hombre, que obviamente debe ser el Papa. No porque los tradicionalistas en general nieguen la legitimidad de Benedicto o de sus predecesores conciliares como papas, sino porque se sientes obligados a estar atentos, con una mirada crítica, a lo que estos papas hacen y dicen, o a lo que callan, cuando parece ser necesario confesar la Fe.

Así, en el caso reciente en que el Papa recibió a los representantes de la logia masónica judía BeneBerith y les dedicó asombrosas propuestas de trabajo en común en el campo espiritual, obviando que esta institución ha sido desde su fundación una de las más agresivas militantes contra la Iglesia. Y digo “ha sido”, lo cual significa que sigue siendo, solo que ahora actúa como una especie de FMI doctrinal, que viene a Roma periódicamente a recordar cómo debe actuar la Iglesia en tales o cuales campos de su ministerio. Ante esta situación descorazonadora y en cierto modo también escandalosa, porque no todo se puede explicar con argumentos diplomáticos, el tradicionalista se siente obligado en conciencia a resistir, lo que lo pone en una situación de conciencia muy singular y dolorosa.

Naturalmente, las reacciones personales ante estos hechos se tornan más o menos virulentas según la sensibilidad de cada uno, el grado de influencia de personas menos atemperadas, la angustia, la soledad y la tentación de la desesperanza. Esta es una fórmula excelente para ir generando actitudes sectarias, que pueden llegar a hacerse hábito con mucha facilidad en algunos.

Quienes enarbolan la bandera del tradicionalismo esgrimiendo interpretaciones inspiradas por este espíritu de respuesta destemplada, no ayudan ni a esclarecer sobre lo que el tradicionalismo sostiene, ni a aquietar los ánimos, que, tibios muchas veces en la caridad, descerrajan sus angustias por medio de la ira, el destrato y con mucha frecuencia en la dogmatización de sus opiniones.

Dada la excepcionalidad de los tiempos en que vivimos, el hecho de que se hayan producido situaciones apenas si imaginadas por los teólogos en ejercicios de casuismo en otros tiempos, y dada la prolongación de la crisis, y la violenta hostilidad de la jerarquía, estas personas corren serio riesgo de ser víctimas de un espíritu sectario.

Pero lo mismo pasa en el campo del conservadurismo conciliar y ni qué decir de los “nuevos movimientos” fundados casi siempre en “novedades doctrinales”. Por eso en estos foros es común leer intercambios de acusaciones formuladas con una seguridad que sorprende, en materias con frecuencia discutibles.

Por poner un ejemplo de cada lado: cuando se cuestiona el Concilio Vaticano II o la reforma litúrgica, muchos saltan como resortes al grito de cismáticos y heréticos. Es curioso: los problemas de las últimas décadas para ellos no merecen siquiera una discusión, un intento de esclarecimiento, hasta tanto la Iglesia con su definición indiscutible zanje las cuestiones. Se podría aportar mucho, ayudando a tranquilizar a muchos católicos perplejos, y esclareciendo sobre lo ya definido falsos dilemas que aquejan a muchas conciencias; pero ni siquiera conceden un reconocimiento de la realidad más evidente, la existencia de un problema grave.

Por el otro lado, en algunas materias que son novedosas porque las situaciones que se plantean son completamente inéditas en la historia de la Iglesia, muchos del campo tradicionalista reaccionan con rigor dogmático en cuestiones discutibles. Por poner un caso, sostienen los conciliares que la Nueva Misa, debidamente rezada es fuente de gracias y santificación (conste que yo estoy en desacuerdo con esta opinión). Pocos son los tradicionalistas que admiten la posibilidad de discutir este punto sin sentir que caen en una especie de “apostasía tradicionalista”. Lo cierto es que es materia disputata y la verdad no será definida por ningún particular, sino por la Iglesia y su Magisterio en su tiempo, cuando Dios lo disponga. Y si bien la opinión de muchas personas muy respetadas en el tradicionalismo, entre ellas Mons. Lefebvre, es contraria a la Nueva Misa , esa opinión no pasa de ser precisamente una opinión, valiosa para cada uno según experiencias o convicciones personales, pero de ningún modo exigible como “de fide”.

En este campo se pone en evidencia la inclinación y hasta el hábito del sectarismo. En el ejercicio ilegal de la inteligencia que consiste usar los argumentos para sostener mi posición ya tomada sin tomar siquiera en consideración los matices de la materia en discusión, con prescindencia de la verdad, que queda relegada a un medio para sostener una actitud de partido. Y con prescindencia de aquel inspirado consejo del Santo Job: “Dios no ha menester de nuestras mentiras”.

Valga esto como advertencia para los filo tradicionalistas que aspiran a dar un paso a las filas netamente tradicionalistas. Deberán lidiar con este espíritu, que sin ser ni por mucho el de los fieles, “subsiste” entre las comunidades, más en algunas que en otras, de un modo tal que, salvo un relevamiento generacional parece difícil que se acabe por cambio de parecer en algunos individuos.

Y valga para los conciliares que entran a discutir aquí. Se puede ser también (es bastante común) un sectario oficialista. Elevemos las miras en bien de una discusión de lo discutible, que nos ilumine en medio de esta crisis y nos sostenga en la Fe, haciendo la verdad en la caridad, hasta que la Iglesia ponga luz definitiva allí donde hoy solo reina la
penumbra
.

INSTRUCCIÓN "UNIVERSAE ECCLESIAE" SOBRE LA "SUMMORUM PONTIFICUM"

PONTIFICIA COMISIÓN ECCLESIA DEI

INSTRUCCIÓN
sobre la aplicación de la Carta Apostólica
Motu Proprio data "Summorum Pontificum" de
S. S. BENEDICTO PP. XVI

I.
Introducción


1. La Carta Apostólica Motu Proprio data "Summorum Pontificum" del Sumo Pontífice Benedicto XVI, del 7 de julio de 2007, entrada en vigor el 14 de septiembre de 2007, ha hecho más accesible a la Iglesia universal la riqueza de la Liturgia Romana.

2. Con tal Motu Proprio el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha promulgado una ley universal para la Iglesia, con la intención de dar una nueva reglamentación para el uso de la Liturgia Romana vigente en 1962.

3. El Santo Padre, después de haber recordado la solicitud que los sumos pontífices han demostrado en el cuidado de la Sagrada Liturgia y la aprobación de los libros litúrgicos, reafirma el principio tradicional, reconocido desde tiempo inmemorial, y que se ha de conservar en el porvenir, según el cual «cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe»1.

4. El Santo Padre ha hecho memoria además de los romanos pontífices que, en modo particular, se han comprometido en esta tarea, especialmente de san Gregorio Magno y san Pío V. El Papa subraya asimismo que, entre los sagrados libros litúrgicos, el Missale Romanum ha tenido un relieve histórico particular, y a lo largo de los años ha sido objeto de distintas actualizaciones hasta el pontificado del beato Juan XXIII. Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II, en 1970 el papa Pablo VI aprobó un nuevo Misal para la Iglesia de rito latino, traducido posteriormente en distintas lenguas. En el año 2000 el papa Juan Pablo II promulgó la tercera edición del mismo.

5. Muchos fieles, formados en el espíritu de las formas litúrgicas anteriores al Concilio Vaticano II, han expresado el vivo deseo de conservar la tradición antigua. Por este motivo, el papa Juan Pablo II, con el Indulto especial Quattuor abhinc annos, emanado en 1984 por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, concedió, bajo determinadas condiciones, la facultad de volver a usar el Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII. Además, Juan Pablo II, con el Motu Proprio "Ecclesia Dei", de 1988, exhortó a los obispos a que fueran generosos en conceder dicha facultad a todos los fieles que la pidieran. El papa Benedicto XVI ha seguido la misma línea a través del Motu Proprio "Summorum Pontificum", en el cual se indican algunos criterios esenciales para elusus antiquior del Rito Romano, que aquí es oportuno recordar.

6. Los textos del Misal Romano del papa Pablo VI y del Misal que se remonta a la última edición del papa Juan XXIII, son dos formas de la Liturgia Romana, definidas respectivamente ordinaria y extraordinaria: son dos usos del único Rito Romano, que se colocan uno al lado del otro. Ambas formas son expresión de la misma lex orandi de la Iglesia. Por su uso venerable y antiguo, la forma extraordinaria debe ser conservada con el honor debido.

7. El Motu Proprio "Summorum Pontificum" está acompañado por una Carta del Santo Padre a los obispos, que lleva la misma fecha del Motu Proprio (7 de julio de 2007). Con ella se ofrecen ulteriores aclaraciones sobre la oportunidad y necesidad del mismo Motu Proprio; es decir, se trataba de colmar una laguna, dando una nueva normativa para el uso de la Liturgia Romana vigente en 1962. Tal normativa se hacía especialmente necesaria por el hecho de que, en el momento de la introducción del nuevo Misal, no pareció necesario emanar disposiciones que reglamentaran el uso de la Liturgia vigente desde 1962. Debido al aumento de los que piden poder usar la forma extraordinaria, se ha hecho necesario dar algunas normas al respecto.

Entre otras cosas el papa Benedicto XVI afirma: «No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del ‘Missale Romanum’. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial»2.

8. El Motu Proprio "Summorum Pontificum" constituye una relevante expresión del magisterio del Romano Pontífice y del munus que le es propio, es decir, regular y ordenar la Sagrada Liturgia de la Iglesia3, y manifiesta su preocupación como Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal4. El documento tiene como objetivo:

a) ofrecer a todos los fieles la Liturgia Romana en el usus antiquior, considerada como un tesoro precioso que hay que conservar;

b) garantizar y asegurar realmente el uso de la forma extraordinaria a quienes lo pidan, considerando que el uso la Liturgia Romana entrado en vigor en 1962 es una facultad concedida para el bien de los fieles y, por lo tanto, debe interpretarse en sentido favorable a los fieles, que son sus principales destinatarios;

c) favorecer la reconciliación en el seno de la Iglesia.

II.
Tareas de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei

9. El Sumo Pontífice ha conferido a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei potestad ordinaria vicaria para la materia de su competencia, especialmente para supervisar la observancia y aplicación de las disposiciones del Motu Proprio "Summorum Pontificum" (cf. art. 12).

10. § 1. La Pontificia Comisión ejerce tal potestad a través de las facultades precedentemente concedidas por el papa Juan Pablo II y confirmadas por el papa Benedicto XVI (cf. Motu Proprio "Summorum Pontificum", art. 11-12), y también a través del poder de decidir sobre los recursos que legítimamente se le presenten, como superior jerárquico, contra una eventual medida administrativa del ordinario que parezca contraria al Motu Proprio.

§ 2. Los decretos con los que la Pontificia Comisión decide sobre los recursos podrán ser impugnados ad normam iuris ante el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.

11. Compete a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, previa aprobación de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la tarea de ocuparse de la eventual edición de los textos litúrgicos relacionados con la forma extraordinaria del Rito Romano.

III.
Normas específicas

12. Esta Pontificia Comisión, en virtud de la autoridad que le ha sido atribuida y de las facultades de las que goza, después de la consulta realizada entre los obispos de todo el mundo, para garantizar la correcta interpretación y la recta aplicación del Motu Proprio "Summorum Pontificum", emana la siguiente Instrucción, a tenor del can. 34 del Código de Derecho Canónico.

La competencia de los Obispos diocesanos

13. Los obispos diocesanos, según el Código de Derecho Canónico, deben vigilar en materia litúrgica en atención al bien común y para que todo se desarrolle dignamente, en paz y serenidad en sus diócesis5, de acuerdo siempre con la mens del Romano Pontífice, claramente expresada en el Motu Proprio"Summorum Pontificum"6. En caso de controversias o dudas fundadas acerca de la celebración en la forma extraordinaria, decidirá la Pontificia ComisiónEcclesia Dei.

14. Es tarea del obispo diocesano adoptar las medidas necesarias para garantizar el respeto de la forma extraordinaria del Rito Romano, a tenor del Motu Proprio "Summorum Pontificum".

El coetus fidelum (cf. Motu Proprio "Summorum Pontificum", art. 5 § 1)

15. Un coetus fidelium se puede definir stabiliter existens, a tenor el art. 5 § 1 del Motu Proprio "Summorum Pontificum", cuando esté constituido por algunas personas de una determinada parroquia que, incluso después de la publicación del Motu Proprio, se hayan unido a causa de la veneración por la Liturgia según el usus antiquior, las cuales solicitan que ésta sea celebrada en la iglesia parroquial o en un oratorio o capilla; tal coetus puede estar también compuesto por personas que provengan de diferentes parroquias o diócesis y que, para tal fin, se reúnen en una determinada parroquia o en un oratorio o capilla.

16. En caso de que un sacerdote se presente ocasionalmente con algunas personas en una iglesia parroquial o en un oratorio, con la intención de celebrar según la forma extraordinaria, como previsto en los art. 2 y 4 del Motu Proprio "Summorum Pontificum", el párroco o el rector de una iglesia o el sacerdote responsable admitan tal celebración, respetando las exigencias de horarios de las celebraciones litúrgicas de la misma iglesia.

17. § 1. Con el fin de decidir en cada caso, el párroco, el rector o el sacerdote responsable de una iglesia se comportará según su prudencia, dejándose guiar por el celo pastoral y un espíritu de generosa hospitalidad.

§ 2. En los casos de grupos numéricamente menos consistentes, habrá que dirigirse al ordinario del lugar para individuar una iglesia en la que dichos fieles puedan reunirse para asistir a tales celebraciones y garantizar así una participación más fácil y una celebración más digna de la Santa Misa.

18. También en los santuarios y lugares de peregrinación se ofrezca la posibilidad de celebrar en la forma extraordinaria a los grupos de peregrinos que lo requieran (cf. Motu Proprio "Summorum Pontificum", art. 5 § 3), si hay un sacerdote idóneo.

19. Los fieles que piden la celebración en la forma extraordinaria no deben sostener o pertenecer de ninguna manera a grupos que se manifiesten contrarios a la validez o legitimidad de la Santa Misa o de los sacramentos celebrados en la forma ordinaria o al Romano Pontífice como Pastor Supremo de la Iglesia universal.

El sacerdos idoneus (cf. Motu Proprio Summorum Pontificum, art. 5 § 4)

20. Sobre los requisitos necesarios para que un sacerdote sea considerado idóneo para celebrar en la forma extraordinaria, se establece cuanto sigue:

a) cualquier sacerdote que no esté impedido a tenor del Derecho Canónico se considera sacerdote idóneo para celebrar la Santa Misa en la forma extraordinaria7;

b) en relación al uso de la lengua latina, es necesario un conocimiento suficiente que permita pronunciar correctamente las palabras y entender su significado;

c) en lo que respecta al conocimiento del desarrollo del rito, se presumen idóneos los sacerdotes que se presenten espontáneamente para celebrar en la forma extraordinaria y la hayan usado anteriormente.

21. Se exhorta a los ordinarios a que ofrezcan al clero la posibilidad de adquirir una preparación adecuada para las celebraciones en la forma extraordinaria. Esto vale también para los seminarios, donde se deberá proveer a que los futuros sacerdotes tengan una formación conveniente en el estudio del latín8 y, según las exigencias pastorales, ofrecer la oportunidad de aprender la forma extraordinaria del rito.

22. En las diócesis donde no haya sacerdotes idóneos, los obispos diocesanos pueden solicitar la colaboración de los sacerdotes de los institutos erigidos por la Comisión Ecclesia Dei o de quienes conozcan la forma extraordinaria del rito, tanto para su celebración como para su eventual aprendizaje.

23. La facultad para celebrar la Misa sine populo (o con la participación del solo ministro) en la forma extraordinaria del Rito Romano es concedida por elMotu Proprio a todos los sacerdotes diocesanos y religiosos (cf. Motu Proprio "Summorum Pontificum", art. 2). Por lo tanto, en tales celebraciones, los sacerdotes, en conformidad con el Motu Proprio "Summorum Pontificum", no necesitan ningún permiso especial de sus ordinarios o superiores.

La disciplina litúrgica y eclesiástica

24. Los libros litúrgicos de la forma extraordinaria han de usarse tal como son. Todos aquellos que deseen celebrar según la forma extraordinaria del Rito Romano deben conocer las correspondientes rúbricas y están obligados a observarlas correctamente en las celebraciones.

25. En el Misal de 1962 podrán y deberán ser inseridos nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios9, según a la normativa que será indicada más adelante.

26. Como prevé el art. 6 del Motu Proprio "Summorum Pontificum", se precisa que las lecturas de la Santa Misa del Misal de 1962 pueden ser proclamadas exclusivamente en lengua latina, o bien en lengua latina seguida de la traducción en lengua vernácula o, en las Misas leídas, también sólo en lengua vernácula.

27. Con respecto a las normas disciplinarias relativas a la celebración, se aplica la disciplina eclesiástica contenida en el Código de Derecho Canónico de 1983.

28. Además, en virtud de su carácter de ley especial, dentro de su ámbito propio, el Motu Proprio "Summorum Pontificum" deroga aquellas medidas legislativas inherentes a los ritos sagrados, promulgadas a partir de 1962, que sean incompatibles con las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes en 1962.

Confirmación y Orden sagrado

29. La concesión de utilizar la antigua fórmula para el rito de la Confirmación fue confirmada por el Motu Proprio "Summorum Pontificum" (cf. art. 9 § 2). Por lo tanto, no es necesario utilizar para la forma extraordinaria la fórmula renovada del Ritual de la Confirmación promulgado por el Papa Pablo VI.

30. Con respecto a la tonsura, órdenes menores y subdiaconado, el Motu Proprio "Summorum Pontificum" no introduce ningún cambio en la disciplina del Código de Derecho Canónico de 1983; por lo tanto, en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, el profeso con votos perpetuos en un instituto religioso o incorporado definitivamente a una sociedad clerical de vida apostólica, al recibir el diaconado queda incardinado como clérigo en ese instituto o sociedad (cf. can. 266 § 2 del Código de Derecho Canónico).

31. Sólo en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y en aquellos donde se mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma extraordinaria se permite el uso del Pontificale Romanum de 1962 para conferir las órdenes menores y mayores.

Breviarium Romanum

32. Se concede a los clérigos la facultad de usar el Breviarium Romanum en vigor en 1962, según el art. 9 § 3 del Motu Proprio "Summorum Pontificum". El mismo se recita integralmente en lengua latina.

El Triduo Pascual

33. El coetus fidelium que sigue la tradición litúrgica anterior, si hubiese un sacerdote idóneo, puede celebrar también el Triduo Pascual en la forma extraordinaria. Donde no haya una iglesia u oratorio previstos exclusivamente para estas celebraciones, el párroco o el ordinario, de acuerdo con el sacerdote idóneo, dispongan para ellas las modalidades más favorables, sin excluir la posibilidad de una repetición de las celebraciones del Triduo Pascual en la misma iglesia.

Los Ritos de la Ordenes Religiosas

34. Se permite el uso de los libros litúrgicos propios de las órdenes religiosas vigente en 1962.

Pontificale Romanum y Rituale Romanum

35. Se permite el uso del Pontificale Romanum y del Rituale Romanum, así como del Caeremoniale Episcoporum vigente en 1962, a tenor del n. 28 de esta Instrucción, quedando en vigor lo dispuesto en el n. 31 de la misma.

El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la Audiencia del día 8 de abril de 2011, concedida al suscrito Cardenal Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, ha aprobado la presente Instrucción y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, el 30 de abril de 2011, memoria de san Pio V.

William Cardenal Levada
Presidente

Mons. Guido Pozzo
Secretario

_______________

1 Benedicto XVI, Carta Apostólica Motu Proprio data "Summorum Pontificum", I, en AAS 99 (2007) 777; cf. Instrucción general del Misal Romano, tercera edición, 2002, n. 397.

2 Benedicto XVI, Carta a los Obispos que acompaña la Carta Apostólica «Motu Proprio data» Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma efectuada en 1970, en AAS 99 (2007) 798.

3 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 838 § 1 y § 2.

4 Cf. Código de Derecho Canónico, can 331.

5 Cf. Código de Derecho Canónico, cann. 223 § 2; 838 § 1 y § 4.

6 Cf. Benedicto XVI, Carta a los Obispos que acompaña la Carta Apostólica Motu Proprio data Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma efectuada en 1970, en AAS 99 (2007) 799.

7 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 900 § 2.

8 Cf. Código de Derecho Canónico, can. 249, cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 36; Declaración Optatam totius, n. 13.

9 Cf. Benedicto XVI, Carta a los Obispos que acompaña la Carta Apostólica Motu Proprio data Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma efectuada en 1970, en AAS 99 (2007) 797.

[00711-04.01] [Texto original: Latino]

Fuente: Vaticano

Y SE REZO EL 3º CONFITEOR. MISA TRIDENTINA EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

De entre los aspectos positivos del motu proprio "Summorum Pontificum". (ya trataremos de los negativos que son muchísimos y muy serios) se encuentra la difusión y realización de Sanctas Missas como corresponde por todo el mundo, es así como como en el marco de la realización del III Congreso sobre el motu proprio Summorum Pontificum (que puso en segundo lugar la Liturgia Sagrada de la tradición Católica por debajo de la liturgia modernista…¿será este comentario contrario al Universae Ecclesiae?), con el lema "Una esperanza para toda la Iglesia", se realizo una Missa Pontifical en el altar correspondiente a la Cátedra de San Pedro (desde la fatídica reforma litúrgica del masón Bugninni que no ocurría algo por el estilo en la Basílica mas importante de La Cristiandad), celebrada por Walter S.R.E. Card. Brandmüller, al clausurarse el mismo. Este gesto, el de celebrar La Santa Misa de Siempre en la mismísima cátedra de San Pedro no es un acto menor, si tomamos en cuenta que hace unos años parecía impensable que La Verdad se presentase sin inconvenientes en Roma y de mano de miembros de la curia en pleno ejercicio de sus altos cargos.

Mucho nos enteramos de aquellos sacerdotes que se presentaban a hurtadillas en altares laterales y celebraban Missa sin autorización, ya una vez iniciada la celebración no podían detenerla, eran misas proscritas, clandestinas y cuando mas se hacían posibles como favor de algún amigo o contacto bien acomodado en Roma, se de varios casos que pasaron al anecdotario de sus actores , sacerdotes amigos y conocidos que no siempre tuvieron éxito en su empresa, ya que no pocas veces les sorprendieron antes de comenzar, y al pedir humildemente el permiso el no era rotundo y proseguía a este la conminación al retiro del templo, situación que aun ocurre no en pocos santuarios, pero que ya no es el caso de Roma.

Cabe señalar además que quien celebro no fue el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, Antonio S.R.E. Card. Cañizares, como se esperaba.

En la Misa aludida y según se evidencia en el video adjunto, el celebrante reza el “Confiteor” antes del “Ecce Agnus Dei”, contrario a lo que muchos motupropristas hacen (aludiendo algunos a que así lo hace la HSSPX), me parece es digno de ser imitado.

Gladius.



Fuente: Crux et Gladius

domingo, 15 de mayo de 2011

SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE LA VIRTUD VERDADERA Y FALSA

A fructibus eorum coguoscetis eos.
Por sus frutos los conoceréis.
(S. Mal., VII, 16.)

Jesucristo no podía darnos señales más claras y seguras para conocer a los buenos cristianos y distinguirlos de los malos, que indicándonos la manera de conocerlos, a saber, juzgarlos por sus obras, y no por sus palabras. «El árbol bueno, nos dice, no puede llevar frutos malos, así cómo un árbol malo no los puede llevar buenos» (Matth., VII, 18.). Un cristiano que sólo tenga una falsa devoción, una virtud afectada y meramente exterior, a pesar de todas sus precauciones para disfrazarse, no habrá de tardar en dar a conocer los desórdenes de su corazón, ya por las palabras, ya por las obras. Nada más común, que esa virtud aparente, que conocemos con el nombre de hipocresía. Pero lo más deplorable es que casi nadie quiere reconocerla. ¿Tendremos que dejar a esos infelices en un estado tan deplorable que los precipite irremisiblemente al infierno? No, intentemos a lo menos hacer que se den cuenta, en alguna manera, de su situación. Pero, ¡Dios mío! ¿Quién querrá reconocerse culpable? ¡Ay!, ¡casi nadie!, servirá, pues, este sermón para confirmarlos más y más en su ceguera? A pesar de todo, quiero hablaros cual si mis palabras os hubiesen de aprovechar.

Para daros a conocer el infeliz estado de esos pobres cristianos, que tal vez se condenan haciendo el bien, por no acertar en la manera de hacerlo, voy a mostraros: 1.° Cuales son las condiciones de !a verdadera virtud ; 2.° Cuales son los defectos de la virtud aparente. Escuchad con atención esta plática, ya que ella puede serviros mucho en todo lo que hagáis para servir a Dios.

Si me preguntáis por que hay tan pocos cristianos que obren con la intención exclusiva de agradar a Dios, ved la razón de ello. Es porque la mayor parte de los cristianos se hallan sumidos en la más espantosa ignorancia, lo cual hace que todo su obrar sea meramente humano. De manera que, si comparaseis sus intenciones con las de los paganos, ninguna diferencia encontraríais. ¡Dios mío!, ¡cuántas buenas obras se pierden para el cielo! Otros, que ya cuentan con mayores luces, no buscan más que la estima de los hombres, procurando disfrazar todo lo posible su estado espiritual: su exterior parece excelente, al paso que «su interior esta lleno de inmundicia y de doblez» (Matth., XXIII,27-28.). En el día del juicio veremos cómo la religión de la mayor parte de los cristianos no fue más que una religión de capricho o de rutina, es decir, dominada por la humana inclinación, y que fueron muy pocos los que en sus actos buscaron únicamente a Dios.

Ante todo, hemos de advertir que un cristiano que quiera trabajar con sinceridad para su salvación, no debe contentarse con practicar buenas obras; debe saber además por que las hace, y la manera de practicarlas.

En segundo lugar, hay que tener presente que no basta parecer virtuoso a los ojos del mundo, sino que debemos tener la virtud en el corazón. Si me preguntáis ahora, cómo podremos conocer la verdadera virtud, cómo estaremos ciertos de que ella nos habrá de llevar al cielo, Aquí vais a verlo: atended bien, grabad en vuestro corazón estas enseñanzas, para que así podáis conocer el mérito y la bondad de cada una de vuestras acciones. Para que una obra sea agradable a Dios, debe reunir tres condiciones: primera, que sea interior y perfecta; segunda, debe ser humilde y sin atender a la propia estimación; tercera, debe ser constante y perseverante. Si en todos vuestros actos halláis estas tres condiciones, tened la seguridad de que trabajáis para el cielo.

I.-Hemos dicho que debe ser interior no basta con que aparezca al exterior. Es preciso que radique en el corazón, y que únicamente la caridad sea su principio y su alma, pues nos dice San Gregorio que todo cuanto pide Dios de nosotros ha de tener por fundamento el amor que le debemos. Nuestro exterior, pues, no debe ser más que un instrumento para manifestar lo que pasa en nuestro interior. Así, pues, siempre que nuestros actos no reconocen por origen un movimiento del corazón, obramos hipócritamente a los ojos de Dios.

Al mismo tiempo decimos que la virtud ha de ser perfecta: o sea, que no hay bastante con aficionarnos a la práctica de algunas virtudes porque se avienen con nuestras inclinaciones; debemos practicarlas todas, es decir, todas las compatibles con nuestro estado. Nos dice San Pablo que, para nuestra santificación, debemos hacer abundante provisión de toda clase de buenas obras. Según esto, veremos que hay muchas personas que se engañan en la práctica del bien, y van derechos al infierno. Son muchos los que ponen toda su confianza en alguna virtud, la cual practican porque su inclinación los lleva a ello; por ejemplo: una madre vivirá muy confiada porque reparte algunas limosnas, practica con asiduidad sus oraciones, frecuenta los sacramentos, y hasta lee libros piadosos; pero ella misma ve sin inquietarse cómo sus hijos van dejando las practicas de piedad y se apartan de los sacramentos. Sus hijos no cumplen con la Pascua; más su madre les permite concurrir a veces a lugares de placer, a bailes, a bodas, a reuniones mundanas; le gusta que sus hijas figuren en sociedad, pues cree que, si no frecuentan esos sitios mundanos, pasaran inadvertidas y no tendrán ocasión de colocarse ventajosamente. No hay duda que así pasarían más inadvertidas, pero para los libertinos; no tendrían ocasión de establecerse con aquellos que después las van a maltratar cual viles esclavas. Mas lo que preocupa a esa madre es verlas bien acomodadas, verlas en compañía de jóvenes de posición. Y con esto y algunas oraciones y buenas obras que práctica, la infeliz se figura andar por el camino del cielo. Pobre madre, sois una ciega, una hipócrita; no poseéis más que una apariencia de virtud. Andáis confiada porque practicáis la visita al Santísimo Sacramento: no hay duda que es ello una obra buena; pero vuestra hija está en el baile, vuestra hija se deja ver en el café en compañía de gente libertina, de cuyas bocas salen con frecuencia las más inmundas torpezas; vuestra hija, por la noche, está donde no debiera estar. Vamos, madre ciega y reprobada, salir de aquí, dejad vuestras oraciones; ¿ no veis que vuestra conducta se asemeja a la de los judíos, quienes doblaban la rodilla ante Jesús, sólo para simular que le adoraban? ¡Venís a adorar al buen Dios, mientras vuestros hijos están a punto de crucificarle! ¡Pobre ciega!, no sabéis ni lo que decís, ni lo que hacéis; vuestra oración no es más que una injuria inferida a Dios Nuestro Señor. Comenzad saliendo en busca de vuestra hija que está perdiendo su alma; después podréis venir aquí para implorar de Dios vuestra conversión.

Un padre cree hacer bastante manteniendo el orden dentro de su casa, no quiere oír juramentos ni palabras torpes: esto está muy bien; pero no tiene escrúpulo en dejar que sus hijos frecuenten las casas de juego, las ferias, fiestas y lugares de placer. Este mismo padre permite que sus obreros trabajen en domingo, bajo cualquier pretexto, tal vez solamente para no contrariar a sus colonos o jornaleros. Sin embargo, le veréis en el templo, adorando al Señor con gran devoción, sin distraerse, tal vez postrado humildemente ante la divina presencia. Dime, amigo, ¿con qué ojos piensas mirará Dios a tales personas? Vamos, hijo mío, estás ciego; vete a instruirte acerca de tus deberes, y después podrás venir a ofrecer a Dios tus oraciones. ¿No ves cómo tu papel es semejante al de Pilatos, que reconocía a Jesús y, con todo, le condenó? Veréis a esotro muy caritativo, repartiendo muchas limosnas, conmovido por las miserias del prójimo: muy buenas obras son esas; pero deja que sus hijos crezcan en la mayor ignorancia, tal vez sin saber lo más esencial para salvarse. Vamos, amigo mío, sois un ciego; vuestras limosnas y vuestra conmiseración os llevan, a grandes pasos, al infierno. El de más allá posee las mejores cualidades, está dispuesto a servir a todo el mundo; pero no puede sufrir ni a su mujer, ni a sus hijos, a quienes llena de injurias y tal vez de malos tratos. Vamos, amigo, nada vale vuestra religión. Otro se creerá muy bueno, porque no blasfema, ni roba, ni se deja dominar por la impureza; pero no se inquieta ni hace el más mínimo esfuerzo por corregir aquellos pensamientos de odio, de venganza, de envidia, de celos, que le asaltan todos los días. Vuestra religión, amigo mío, no puede dejar de perderos. Veremos a otros, aficionados a toda suerte de prácticas de piedad, los cuales se hacen grande escrúpulo de omitir ciertas oraciones que acostumbran rezar; se creerán perdidos si no pueden comulgar en determinados días en que tienen costumbre de hacerlo; pero los tales se impacientaran, murmuraran a la menor contrariedad; una palabra que no habrá sido de su gusto les hará sentir aversión por el que la pronunció; miran a su prójimo con malos ojos, no le guardan las consideraciones debidas, siempre se creen injustamente tratados por sus vecinos. Vamos, pobres hipócritas, id a convertiros; después podréis recurrir a los sacramentos, ya que en vuestro estado, sin daros cuenta, no hacéis más que profanarlos con vuestra mal entendida devoción.

Muy laudable es que un padre reprenda a sus hijos cuando ofenden a Dios; pero ¿será digno de alabanza el que no enmiende en sí mismo los defectos de que reprende a sus hijos? No, indudablemente: ¡ese padre tiene una religión falsa, la cual le mantiene en la más miserable ceguera! Digno de alabanza es el dueño que reprende los vicios de sus criados; pero ¿podremos alabarle cuando le oímos a el mismo jurar y blasfemar porque las cosas no le salen cómo quisiera? No, este es un hombre que nunca ha conocido la religión ni los deberes que ella impone. Veremos a otro, con gesto de varón prudente e instruido, reprender los defectos que nota en su vecino; pero, ¿qué vamos a pensar de él al verle cargado de otros tantos o muchos más? «¿Cómo se explica tal comportamiento, nos dice San Agustín, si no es por ser él un hipócrita, que no conoce la religión?». Vamos, amigo; eres un fariseo, tus virtudes son falsas virtudes; todo cuando haces, y que a ti te parece bueno, no sirve más que para engañarte. A ese joven, le veremos asistir asiduamente a los oficios y hasta frecuentar los sacramentos; pero ¿no le vemos también concurriendo a las tabernas y casas de juego? Aquella joven no faltará de cuando en cuando a la Sagrada Mesa; pero tampoco faltara en los salones de baile, y en las reuniones donde jamás debería entrar un cristiano. Anda, pobre hipócrita, anda, fantasma de cristiano, día vendrá en que veras que sólo has trabajado para tu perdición. El cristiano que desea de veras salvarse, no se contenta con guardar un sólo mandamiento o con cumplir un determinado número de obligaciones, sino que observa fielmente todos los mandamientos de la ley de Dios, y cumple además con todas las obligaciones de su estado.

II.-Hemos dicho, en segundo lugar, que nuestra virtud debe ser humilde, sin mirar a la propia estimación. Nos recomienda Jesucristo «que nuestras obras nunca sean hechas con intención de buscar la alabanza de los hombres», (Matth., VI, 1.); si queremos que se nos recompense por ellas, hemos de ocultar en todo lo posible el bien que Dios ha puesto en nosotros, para evitar que el demonio del orgullo nos arrebate todo el mérito de nuestras buenas obras. -Más, pensaréis tal vez vosotros, cuando obramos bien, lo hacemos por Dios y no por el mundo. -No sé, amigo mío; muchos se engañan en este punto; creo que no habría de ser difícil mostraros cómo vuestra religión esta más en lo exterior que en lo íntimo de vuestra alma. O si no, decidme, ¿no es cierto que apenaría menos el que se hiciese público que ayunáis en los días señalados, que no si se divulgase que dejáis de observarlos? ?No es cierto que os disgustaría menos que os viesen repartir limosnas, que no si os hallasen sustrayendo algo a vuestro vecino? Prescindamos en este caso del escándalo. Suponiendo que a veces oráis y a veces juráis, no es verdad que más os gustará ser visto haciendo lo primero que lo segundo? ¿No es verdad que preferís que os vean ocupado en vuestras oraciones, o dando buenos consejos a vuestros hijos, a que os oigan cuando los incitáis a vengarse de sus enemigos? - Sí, no hay duda, diréis vos, todo esto no me apenaría tanto. - ¿Y por qué esto, sino porque practicamos falsamente la religión y somos unos hipócritas?

Y no obstante, vemos que los santos hacían todo lo contrario; ¿por qué esto, sino porque conocían ellos su religión y no buscaban sino humillarse, a fin de tener propicia la misericordia del Señor? ¡Cuántos cristianos sólo son religiosos por inclinación, por capricho, por rutina y nada más! - Esto es muy fuerte, me diréis. - Sí, no hay duda, es esto bastante fuerte; pero es la pura verdad. Para haceros concebir el más grande horror de ese maldito pecado de la hipocresía, voy a mostraros a donde conduce dicho crimen, por un ejemplo muy digno de ser grabado en vuestro corazón.

Leemos en la historia que San Palemón y San Pacomio llevaban una vida muy santa. Una noche
mientras estaban en vela y tenían encendido fuego, les sorprendió un solitario que quiso pasar
con ellos la noche. Le recibieron con deferencia, y cuando comenzaban a orar juntos ante el buen Dios; dijo aquel a sus compañeros: «Si tenéis fe, atreveros a permanecer de pie sobre estos carbones encendidos, rezando lentamente la oración dominical». Aquellos santos varones, al oír la proposición de aquel solitario, pensando que sólo un orgulloso o un hipócrita podía hablar así: «Hermano mío, le dijo San Palemón, rogad a Dios; sois víctima de una tentación; guardaos mucho de cometer una tal locura, ni de proponernos jamás semejante cosa. ¡Vuestro Salvador nos ha dicho que no hemos de tentar a Dios, y es precisamente tentarle el pedir un milagro de esta suerte». El infeliz hipócrita, en vez de aprovecharse de aquel buen consejo, se ensoberbeció aún más por la vanidad de sus pretendidas buenas obras; avanzó osadamente, y permaneció de pie sobre el fuego sin que nadie se lo mandase, sólo por instigación del demonio, enemigo de los hombres..: Dios, a quién el orgullo había expulsado de aquel corazón, por un secreto y espantoso juicio, permitió al demonio que librase a su víctima de los efectos del fuego, lo cual acabó de exaltar su ceguera, creyéndose ya perfecto y un gran santo. Al día siguiente por la mañana, se despidió de los dos anacoretas, reprendiéndoles su falta de fe: «Ya habéis visto de lo que es capaz aquel que tiene fe.» Pero, ¡ay!, pasado algún tiempo, viendo el demonio que aquel infeliz era ya suyo, y temiendo perderle, quiso asegurarse de su víctima, y poner el sello a su reprobación. Tomó la figura de una mujer realmente vestida, llamó a la puerta de la celda de aquel solitario, diciéndole que se hallaba perseguida por sus acreedores, que temía un atropello por no tener con que pagar, así es que, conociendo el carácter caritativo del solitario, a él recurría. «Os suplico, dijo ella, que me admitáis en vuestra celda, para librarme así del peligro.» Aquel infeliz, después de haber abandonado a Dios y de haberse dejado arrancar por el demonio los ojos del alma, no acertó a ver el peligro que corría; así pues, la admitió en su celda. Poco después se sintió fuertemente tentado contra la santa virtud de la pureza, y admitió los pensamientos que el demonio le sugería. Se fue acercando a aquella pretendida mujer, que era el demonio, y llegó hasta a tocarla. Entonces el demonio se arrojo sobre el solitario, cogióle, y le arrastró un buen trecho por el camino, golpeándole y maltratándole en tal forma, que su cuerpo quedo enteramente molido. Dejóle el demonio tendido en tierra, donde quedo sin sentido por mucho tiempo. Pasados algunos días, algo repuesto ya del percance, arrepentido de la culpa, fue otra vez a visitar a aquellos dos solitarios, para comunicarles lo que le había acontecido. Después de haberles narrado en caso, con lágrimas en los ojos, les dijo: Padres míos, debo confesar que todo ello me aconteció solamente por mi culpa; yo sólo fui la causa de mi perdición, pues no era más que un orgulloso, un hipócrita, que pretendía pasar por más bueno que lo que realmente era. Os ruego encarecidamente me socorráis con el auxilio de vuestras oraciones, pues temo que, si el demonio vuelve a cogerme, me hace trizas» (Vida de los Padres del desierto, t. I, pág. 256).

Cuántas personas; a pesar de practicar muchas obras buenas, se pierden por no conocer cómo debieran su religión. Algunos se entregarán a la oración, y hasta frecuentarán los sacramentos; pero al mismo tiempo conservarán siempre los mismos vicios, y acabarán por familiarizarse con Dios y con el pecado. ¡Ay!, ¡cuán grande es el número de esos infelices! Mirad a aquel que parece ser un buen cristiano, hacedle observar que con su proceder esta perjudicando a alguien, hacedle notar sus defectos, convencedle de alguna injusticia consentida quizás en lo íntimo de su corazón; pronto le veréis montar en cólera y aborreceros. El odio y el enojo se apoderarán del él... Mirad a otro: porque no le juzgáis digno de acercarse a la Sagrada Mesa, os contestará enojado, y concentrará contra vos su odio, cual si hubieseis sido causa de que le sobreviniera algún mal. Otros, en cuanto les acaece alguna pena o contrariedad, en seguida abandonan los sacramentos y las funciones piadosas. Cuando un feligrés tiene alguna cuestión con su párroco, en seguida germina el odio en su corazón, sin considerar que lo que le habrá advertido su pastor iba encaminado al bien de su alma. Desde aquel momento sólo hablará mal del párroco, se complacerá oyendo murmurar de él, y echará a mala parte todo cuanto del sacerdote se diga. ¿De donde proviene esto? Es porque aquella persona posee sólo una falsa devoción, y nada más. En otra ocasión, será uno a quién habréis negado la absolución o la Sagrada Comunión; miradle cómo se revuelve contra su confesor, a quién tratará peor que a un demonio. Y no obstante, de ordinario le veréis servir a Dios con fervor y os hablará de las cosas santas cual un ángel en cuerpo humano. ¿Por qué tanta inconstancia? Porque es un hipócrita que no se conoce ni se conocerá tal vez nunca, y, con todo, no quiere ser tenido por tal. A otros veréis que, bajo el pretexto de que tienen alguna apariencia de virtud, si uno se encomienda en sus oraciones para obtener alguna gracia, en cuanto habrán hecho algunas oraciones, en seguida os preguntaran si se ha conseguido lo que pidieron. Si sus oraciones no fueron oídas, las redoblan con más ahínco: llegan a creerse capaces de obrar milagros. Pero si no se alcanzó lo que pedían, los veréis desanimados, llegando a perder toda afición a orar. Anda, ciego infeliz, jamás te conociste, no eres más que un hipócrita. A otro oiréis hablar de Dios con gran ardor; si aplaudís su celo, llegará a derramar lágrimas, pero si le decís algo que no sea de su gusto, en seguida levantará la cabeza; más, no atreviéndose a mostrarse tal cual es, os guardará un odio perdurable en su corazón.¿Por que esto, sino porque su religión es sólo de capricho y esta supeditada a sus inclinaciones? Engañáis al mundo y os engañáis a vosotros mismos; pero a Dios no le engañáis; y Él os hará ver un día cómo sólo fuisteis un hipócrita.

¿Queréis saber lo que es la falsa virtud?. Aquí tenéis un ejemplo. Leemos en la historia que un solitario se fue a encontrar a San Serapio para encomendarse en sus oraciones; San Serapio le dijo que rogase por él, pero el otro le respondió, con palabras que revelaban la mayor humildad, que no merecía tanta dicha, pues era un gran pecador. El Santo le dijo entonces que se sentase a su lado, más el contestó que era indigno de ello. Al llegar a este punto, el Santo, para conocer si aquel solitario era tal cómo quería aparentar, le dijo: «Creo, amigo mío, que harías mejor permaneciendo en vuestra soledad, que no vagando por el desierto cual hacéis». Estas palabras le encolerizaron en gran manera. «Amigo mío, repuso el Santo, acabáis de decirme que sois un gran pecador, hasta el punto que os considerabais indigno de sentaros a mi lado, y ahora, porque os dirijo unas palabras llenas de caridad, dais ya rienda suelta a vuestra cólera. Vamos, amigo mío, no poseéis mas que una falsa virtud, o mejor, no poseéis ninguna» (Vida de los Padres del desierto, t. 11, pág. 417.). ¡Cuántos cristianos hay semejantes a este infeliz!, por sus palabras parecen santos, pero, a la menor expresión que no sea de su gusto, los vemos ya fuera de sí, poniendo al descubierto la miseria de su alma.

Si, por una parte, vemos cuan grande sea este pecado, por otra vemos también cómo Dios lo castiga con mucho rigor, según voy a mostraros ahora con un ejemplo. Leemos en la Sagrada Escritura (II Reg., XIV.), que el rey Jeroboam envió a su mujer al encuentro del profeta Abías, a fin de consultarle acerca de la enfermedad de su hijo. Para ello hizo que su mujer se disfrazase y presentase toda la apariencia de una persona de gran piedad. Usó de este artificio, por temor de que el pueblo no se diese cuenta de que consultaba al profeta del verdadero Dios y le echase en cara la falta de confianza en sus ídolos. Mas, si podemos engañar a los hombres, no podemos engañar a Dios. Cuando aquella mujer entró en la morada del profeta, sin que el la viese, le dijo en alta voz: «Mujer de Jeroboam, ¿por qué finges ser otra de la que eres? Ven, hipócrita, voy a anunciarte una mala noticia de parte del Señor. Sí, una mala noticia, escúchala: el Señor me ha ordenado decirte que va a precipitar sobre la casa de Jeroboam toda suerte de males; hará que perezcan hasta los animales; los de la casa que mueran en el campo, serán comidos de los pájaros, y los que mueran en la ciudad serán comidos de los perros. Anda, mujer de Jeroboam, anda a anunciar esto a tu marido. Y en el mismo momento en que pondrás los pies en la ciudad, tu hijo morirá». Todo aconteció tal como había predicho el profeta del Señor; ni uno sólo escapo a la venganza divina.

Ya veis la manera cómo el Señor castiga el pecado de hipocresía. Cuántas personas, engañadas por el demonio sobre este punto, no solamente pierden todo el mérito de sus buenas obras, sino que ellas vienen a convertirse en motivo de condenación. Sin embargo, debo advertiros que no es la magnitud de las acciones lo que les da magnitud de mérito, sino la pureza de intención con que las practicamos. El Evangelio nos presenta un claro ejemplo a este respecto. Refiere San Marcos (Marc., XII, 41-44.) que, habiendo entrado Jesús en el templo, se colocó frente al cepillo donde se echaban las limosnas. Observo allí la manera cómo el pueblo echaba el dinero; vio a muchos ricos que ofrecían grandes cantidades; pero vio también a una pobre viuda que se acerco humildemente al lugar aquel y metió solamente dos piezas de moneda pequeña. Entonces Jesucristo llamó a sus apóstoles, y les dijo: «Aquí veis mucha gente que ha puesto considerables limosnas en el cepillo, más fijaos también en esa pobre viuda que no ha echado más que dos óbolos; ¿que pensáis de tal diferencia? Juzgando según las apariencias, creeréis tal vez que los ricos tienen más mérito, pero yo os digo que esa viuda ha dado más que nadie, ya que los ricos dieron de lo que les sobra, pero esa pobre mujer ha dado de lo que le es necesario; la mayor parte de los ricos en sus dádivas buscaron la estimación de los hombres para que se los considere mejores de lo que son, al paso que esa viuda ha dado solamente con la intención de agradar a Dios». Ejemplo admirable que nos enseña con que pureza de intención y con qué humildad hemos de realizar nuestras obras, si queremos que sean merecedoras de recompensa. Cierto que Dios no nos prohíbe ejecutar nuestros actos delante de los hombres; pero quiere también que, en los motivos de nuestras acciones, para nada entre el mundo y que sólo a Él sean consagradas.

Por otra parte, ¿por qué quisiéramos parecer mejor de lo que somos, sacando al exterior una bondad que no poseemos realmente?. Porque nos gusta ver alabado lo que hacemos; estamos celosos de esta forma del orgullo y nos sacrificamos para procurárnosla; es decir, sacrificamos nuestro Dios, nuestra alma y nuestra eterna felicidad. ¡Dios mío, cuánta ceguera!, ¡maldito pecado de hipocresía, cuántas almas arrastras al infierno, con actos que, ejecutados rectamente, las llevarían seguramente al cielo! ¡Ay!, son muchos los cristianos que no se conocen ni desean conocerse; siguen su rutina, sus costumbres, más no quieren oír la voz de la razón; son ciegos y caminan ciegamente. Si un sacerdote intenta hacerles conocer su estado, no lo escuchan, o bien, si aparentan fijar su atención en lo que les dice, después no se preocupan en lo más mínimo de ponerlo en práctica. Este es el más desgraciado y tal vez el más peligroso estado que imaginarse pueda.

III.-Hemos dicho que la tercera condición necesaria a la virtud, era la perseverancia en el bien. No hemos de contentarnos con obrar el bien durante un tiempo determinado: es decir, orar, mortificarnos, renunciar a la voluntad propia, sufrir los defectos de los que nos rodean, combatir las tentaciones del demonio, sostener los desprecios y calumnias, vigilar todos los movimientos de nuestro corazón; debemos continuar todo esto hasta la muerte, si queremos ser salvos. Dice San Pablo que hemos de ser firmes e inquebrantables en el servicio de Dios, trabajando todos los días de nuestra vida en la santificación de nuestra alma, con la convicción de que nuestro trabajo será tan sólo premiado si perseveramos hasta el fin. «Es preciso, nos dice, que ni las riquezas, ni la pobreza, ni la salud, ni la enfermedad, sean capaces de hacernos abandonar la salvación del alma, separándonos de Dios; pues hemos de tener por cierto que Dios sólo coronará las virtudes que habrán perseverado hasta la muerte»(Rom., VIII, 38.).

Esto es lo que vemos de una manera admirable en el Apocalipsis, en la persona de un obispo tan santo en apariencia que hasta Dios hace el elogio de sus actos. «Conozco, le dice, todas las buenas obras que has practicado, todas las penas que has experimentado, la paciencia que has tenido, no ignoro que no puedes sufrir la maldad y que has soportado todos tus trabajos por la gloria de mi nombre; sin embargo, debo reprenderte en una cosa: y es que has abandonado tu primer fervor, no eres lo que habías sido en otro tiempo. Acuérdate hasta que punto has venido a menos, y vuelve a tu primer fervor mediante una pronta penitencia; de lo contrario te rechazare y serás castigado» (Apoc., 11, 1-5.). Decidme, ¿cuál deberá ser nuestro temor, viendo las amenazas que el mismo Dios dirige a aquel obispo por haberse relajado un poco? ¡Ay!, ¿qué es de nosotros aún después de nuestra conversión? En vez de progresar cada vez más, ¡que flojedad, que indiferencia! No, Dios no puede sufrir esa perpetua inconstancia, en la que pasamos sucesivamente de la virtud al vicio y del vicio a la virtud. Decidme, ¿no es ésta vuestra conducta, no es ésta vuestra manera de vivir? ¿Que es vuestra vida miserable sino una serie continuada de pecados y virtudes? ¿Acaso no os confesáis hoy de los pecados, pare recaer en ellos mañana y quizá el mismo día? ¿No es cierto que, después de haber prometido formalmente dejar a las personas que os indujeron al mal, volvisteis a su compañía en cuanto tuvisteis ocasión? ¿No es cierto que, después de haberos acusado de trabajar en domingo, volvéis a las andadas cómo si tal cosa? ¿No es verdad que prometisteis a Dios no volver al baile, a la taberna, al juego, y habéis recaído en todas esas culpas? ¿Por qué esto, sino porque practicáis una religión falsificada, una religión de rutina, una religión regulada por vuestras inclinaciones, más no arraigada en el fondo de vuestro corazón? Anda, amigo mío, eres un inconstante. Anda, hermano mío, toda tu devoción está falsificada; en todo cuanto practicas, eres un hipócrita y nada más: el primer lugar de tu corazón no lo ocupa Dios, sino el mundo y el demonio. ¡Ay! ¡cuántas personas parecen durante algún tiempo amar de veras a Dios, más en seguida le abandonan! ¿Que cosa halláis dura y penosa en el servicio de Dios, que os haya podido decidir a dejarlo para seguir el mundo? Si Dios os hace la merced de dejaros conocer vuestro estado, no podréis menos que llorar vuestro extravío, reconociendo el engaño de que fuisteis víctimas. La causa de no haber perseverado, fue porque el demonio sentía mucho haberos perdido; puso en juego toda su astucia, y os ha reconquistado, con la esperanza de guardaros para siempre. ¡Cuántos apostatas que renunciaron a su religión!. ¡Cristianos sólo de nombre!

Pero, me diréis, ¿cómo vamos a conocer que nuestra religión está en el corazón, es decir, que tenemos una religión que no se ve jamás desmentida? Ahora lo veréis, atended bien y vais a conocer si la vuestra ha sido tal cómo Dios la quiere para que os conduzca al cielo. El que tiene una virtud verdadera, no cambia ni se conmueve por nada, cual un peñasco en medio del mar azotado por las olas embravecidas. Que se os desprecie, que se os calumnie, que se burlen de vosotros, que os traten de hipócritas, de falsos devotos: nada de esto os quita la paz del alma; tanto amáis a los que os insultan cómo a los que os alaban; no dejéis por esto de hacerles bien y de protegerlos, aunque hablen mal de vosotros; continuáis en vuestras oraciones, en vuestras confesiones, en vuestras comuniones, continuáis asistiendo a la santa Misa cómo si nada ocurriese. Y para que comprendáis mejor esto, escuchad un ejemplo. Se refiere que en una parroquia había un joven que era un modelo de virtud. Asistía casi todos los días a la santa Misa y comulgaba con frecuencia. Otro joven, envidioso de la estimación en que era tenido aquel compañero suyo, aprovechando la ocasión en que ambos se hallaban en compañía de un vecino que tenía una tabaquera de oro, el envidioso la sustrajo del bolsillo del vecino y la deposito, disimuladamente, en el del joven bueno. Hecho esto, con gran naturalidad pidió a aquel que le dejase ver su hermosa tabaquera. Buscóla el en sus bolsillos, pero inútilmente. Entonces prohibióse salir a nadie del recinto aquel, sin ser previamente registrado. La tabaquera fue encontrada en el bolsillo de aquel joven que era un modelo de virtud. Al ver esto la gente, comenzó a tratarle de ladrón, haciendo hincapié en su religión y llamándole hipócrita y falso devoto. El joven, viendo que el cuerpo del delito había sido hallado en su bolsillo, comprendió que no tenía defensa, y sufrió todo aquello como venido de la mano de Dios. Al pasar por las calles, al salir de la iglesia donde iba a oír Misa o a comulgar, todos cuántos le veían le insultaban llamándole hipócrita, falso devoto y ladrón. Esto duró mucho tiempo. A pesar de ello, continuó siempre sus ejercicios de devoción, sus confesiones, sus comuniones y todas sus prácticas, cual si la gente le mirara con el mayor respeto. Pasados algunos años, el infeliz que había sido causa de aquello, cayó enfermo, y entonces confesó, delante de cuántos se hallaban presentes, haber sido él la causa de todo el mal que del joven se había hablado, ya que aquél era un santo, más el por envidia, a fin de lograr su descrédito, le había metido aquella tabaquera en el bolsillo.

Pues bien, a esto se llama una religión verdadera, esta es una religión que ha echado raíces en el alma. Decidme, ¿cuántos cristianos, de los que pasan por devotos, imitarían a aquel joven si se les sujetase a tales pruebas? ¡Ay!, ¡cuántas quejas, cuántos resentimientos, cuántos pensamientos de venganza!, no se detendrían ante la maledicencia ni la calumnia, y aún tal vez algunos acudirían a los tribunales de justicia... En casos tales, el ofendido o víctima se desata contra la religión, la desprecia, habla mal de ella; ya no quiere orar, ni oír la Santa Misa, no sabe lo que se hace, procura hacer girar la conversación sobre su caso y alegar todo cuanto pueda justificarle, y al mismo tiempo acumula en su memoria todo el mal que el ofensor ha obrado en su vida, para contarlo a los demos. ¿Por que todo esto, sino porque tenemos una religión de capricho y de rutina, o por mejor decir, porque no somos sino unos hipócritas, dispuestos a servir a Dios solamente cuando todo marcha a nuestro gusto? ¡Ay!, todas esas virtudes que vemos brillar en muchos cristianos, se asemejan a una flor de primavera: sécanse al primer soplo de viento cálido.

Hemos dicho, además, que vuestra virtud para ser verdadera, ha de ser constante: es decir, que debemos permanecer fervorosos y unidos a Dios, lo mismo en la hora del desprecio y del sufrimiento, que en la del bienestar y prosperidad. Esto es lo que hicieron todos los santos; mirad esa multitud de mártires arrostrando todo cuanto la rabia de los tiranos pudo inventar, y no obstante, lejos de relajarse, se unían más y más a Dios. Ni los tormentos, ni los desprecios con que se los insultaba lograban hacerles mudar de vivir.

Más tengo para mi que el mejor modelo que a este respecto puedo presentaros es el santo varón Job, agobiado por las duras pruebas que Dios le enviara. El Señor dijo un día a Satán: «¿ De dónde vienes?» -«Vengo, contestó, de dar la vuelta por el mundo.»- «¿Has visto al buen varón Job, hombre sin igual en la tierra, por su sencillez y rectitud de corazón?». El demonio le contestó: «No es difícil que os ame y os sirva fielmente, pues le colmáis con toda suerte de bendiciones; ponedlo a prueba, y veremos si se mantiene fiel». El Señor contestó: «Te concedo sobre él todo poder, menos el de quitarle la vida». El demonio, lleno de alegría, con la esperanza de inducir a Job a quejarse de su Dios, comenzó destruyéndole todas sus riquezas que eran inmensas. Ahora veréis lo que hizo el demonio para probarlo. Esperando arrancarle alguna blasfemia o a lo menos alguna queja, le causó, uno después de otro, toda suerte de contratiempos, de percances y de desgracias, a fin de no darle ocasión ni de respirar. Un día, mientras se hallaba tranquilo en su casa, llego uno de sus criados lleno de espanto. «Señor, le dijo, vengo para anunciaros una gran catástrofe todo vuestro ganado de carga y trabajo acaba de caer en manos de unos bandidos, los cuales, además, han asesinado a todos vuestros servidores; solamente yo he podido escapar para venir a daros cuenta del percance.» Aún no había terminado, cuando llego otro mensajero, más espantado que el primero y dijo: «¡Ay !, Señor, una tempestad horrorosa se ha desencadenado sobre nosotros, el fuego del cielo ha devorado vuestros rebaños y ha abrasado a vuestros pastores; sólo yo he conservado la vida para venir a comunicaros la desgracia». Aún estaba este hablando, cuando llego un tercer mensajero, pues el demonio no quería dejarle tiempo para respirar ni volver sobre si. Con gran sentimiento dijo: «Hemos sido atacados por unos ladrones, que se llevaron vuestros camellos y a los siervos que los conducían; sólo yo, huyendo, he podido librarme del ataque, para venir a daros cuenta del mismo». A estas palabras llego un cuarto emisario, el cual, con lágrimas en los ojos, dijo: «Señor, ¡ya no tenéis hijos!... mientras estaban comiendo juntos, un tremendo huracán ha derrumbado la casa, y los ha aplastado a todos entre los escombros, así como a los criados; sólo yo me he salvado por milagro». Cuando le estaban narrando tal cúmulo de males según el mundo, no hay duda que Job hubo de sentirse movido a compasión por la muerte de sus hijos. Al instante quedo abandonado de todos: cada cual huyo por su lado, y quedó el sólo con el demonio, Quién abrigaba aún la esperanza de que tantos males le llevarían a la desesperación, o a lo menos a quejarse con alguna impaciencia; pues, por sólida que sea la virtud, no nos hace insensibles a los males que experimentamos; los santos no tienen, ciertamente, un corazón de mármol. Aquel santo varón recibe en un momento los golpes más sensibles para un poderoso del mundo, para un rico y para un padre de familia. En un sólo día, de príncipe y, por consiguiente, del más feliz de los hombres, quedó convertido en un miserable, lleno de toda clase de infortunios, privado de lo que más amaba en esta vida. Prorrumpiendo en llanto, se postra, la faz en tierra ; pero ¿que hace?, ¿se queja?, ¿murmura? No. La Sagrada Escritura nos dice que adora y respeta la mano que le golpea; ofrece a Señor el sacrificio de su familia y de sus riquezas; y lo ofrece con la más generosa, perfecta y entera resignación, diciendo: «El Señor, autor de todos mis bienes, es también su dueño; todo ha acontecido porque ésta era su santa voluntad; sea bendito su santo nombre en todo momento» (Job., I.).

¿Que opináis de este ejemplo?, ¿es ésta una virtud sólida, constante y perseverante? ¿Podremos creernos virtuosos, cuando, a la primera prueba que el Señor nos envía, nos quejamos, y con frecuencia llegamos a abandonar su santo servicio? Pero aún no habían terminado las penas del santo varón; viendo el demonio que nada había logrado, atacó a su misma persona; su cuerpo quedo cubierto de llagas, su carne se deshacía en jirones. Mirad también a San Eustaquio, cuánta constancia en soportar los sufrimientos que Dios le enviara para ponerlo a prueba!

¡Ay!, ¡cuán escasos son los cristianos que en tales trances no cayesen en la tristeza, en la murmuración y aún quizás en la desesperación!, que no maldijeran su suerte, o hasta tal vez llegaran a manifestar su odio a Dios, diciendo: «¡Que es lo que hicimos para que se nos trate de esta manera!». ¡Ay!, ¡cuánta virtud fingida, puramente exterior, y desmentida a la menor prueba!

De aquí hemos de concluir que nuestra virtud, para que sea sólida y agradable a Dios, ha de radicar en el corazón, ha de buscar sólo a Dios, y ocultar cuanto sea posible, sus actos al mundo. Hemos de andar con cuidado en no desfallecer en el servicio de Dios; antes al contrario, debemos marchar siempre adelante, ya que por este medio los Santos aseguraron su eterna bienaventuranza. Esta es la gracia que os deseo…

San Juan Bta. Mª Vianney (Cura de Ars)

EL ÚLTIMO APLAUSO (AL PAPA JUAN PABLO II)


Esta carta se publicó en vida de Juan Pablo II

SANTIDAD:

Ningún hombre ha recibido tantos aplausos en este mundo como Vuestra Santidad. Aplausos de toda clase: acompañan; aplausos de compromiso obligados por cumplir
con la sociedad; aplausos populares de los que os aman de verdad y sienten verdadera veneración por vos. Estos últimos son innumerables, de toda raza, condición, lengua y país, y se contabilizan por millones.

Falta el último aplauso que os ha de dar N. S. Jesucristo. Es el más importante, el que durará eternamente, el único verdadero, pues todos los demás se los ha llevado el viento y ya no existen.

Estaba yo una noche pensando todo esto cuando me dormí profundamente y soñé, soñé… Y ahora voy a exponeros mi sueño tal como fue.

Vos habíais muerto, y mientras millones de seres seguían con atención y lágrimas vuestros funerales que se desarrollaban majestuosamente en la Basílica de S. Pedro, os presentabais ante N. S. Jesucristo en una sala inmensa repleta de ángeles y santos. Jesucristo estaba sentado como Juez en un trono rodeado de querubines. Todos guardaban un silencio impresionante esperando oír la sentencia que había de ser definitiva, inapelable, eterna; era el último aplauso para siempre.

Entonces N.S. Jesucristo dijo en alta voz:

• ¿Qué has hecho de mi Iglesia que te he confiado como Pastor Supremo y Vicario mío durante tantos años?

• Muchos seminarios y colegios religiosos con sus aulas mixtas se han vaciado de vocaciones.

• Muchas iglesias se han convertido en salas de concierto y reuniones políticas, donde se come, se bebe, se fuma y se blasfema.

• Las familias están destrozadas; el adulterio, el divorcio y el matrimonio civil se han extendido entre los católicos.

• Muchísimos han perdido la Fe y se han vuelto agnósticos o indiferentes.

• Innumerables Profesores que se llaman teólogos enseñan impunemente en cátedras, seminarios y púlpitos herejías contra mi Iglesia, contra la Virginidad de mi Madre, contra el celibato eclesiástico y contra mi propia Persona Divina.

• Los derechos humanos han sustituido a MIS DERECHOS, y el hombre, engreído, se ha hecho casi igual a Mí.

• ¿Qué has hecho de la Autoridad y Poderes que Yo te di?, ¿sólo un obispo que quería seguir la Tradición y defender la Fe, ha merecido la excomunión, cuando miles la están destruyendo?

(y al decir esto os miraba fijamente y vi como un sudor os bajaba por el rostro)

• ¿Y cómo has permitido que sacerdotes buenos y seglares íntegros hayan sido despreciados, arrinconados, mal vistos y perseguidos, muriendo llenos de perplejidad y dolor, cuando, lobos rapaces se han apoderado de mi Iglesia, haciendo un mal incalculable a mis ovejas?

• ¿Por qué el liberalismo democrático, mí enemigo capital, se ha extendido por todas partes destruyendo mí Realeza Social?

• ¿Por qué levantaste la excomunión a los masones sin que abandonaran su programa anti-cristiano y anti-católico?

• ¿Cómo has permitido que se trate mí Eucaristía, donde Yo estoy presente, con tan poco respeto, y se hayan multiplicado los horribles sacrilegios y las satánicas Misas Negras?

• ¿Por qué me igualaste en Asís con los dioses falsos, invitando a todas las religiones a que rezasen a sus dioses por la paz?, ¿acaso ignorabas que no hay otro Dios fuera de MI?

¿CÓMO PUEDO DARTE MI ÚLTIMO APLAUSO?

(La mirada de Jesucristo se había hecho más profunda y severa, muy difícil de explicar. Ante aquella mirada terrible, os pusisteis a temblar y caísteis sin sentido al suelo… mientras me parecía oír de vuestros labios:
“¡MALDITOS APLAUSOS!).

En eso un timbre agudo y repetido me volvió a la realidad. Mire al despertador con alivio; me había librado de aquella terrible pesadilla, y pensé en aquellos versos famosos de nuestro Calderón de la Barca:

“¿Qué es la vida? Un frenesí;
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
que el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son.”

Me vestí nervioso, entré conmocionado en una iglesia, y ante el altar hice esta súplica con toda mi alma:
¡SEÑOR QUE ESTE SUEÑO NUNCA JAMAS SEA REALIDAD!”
Después prometí escribiros, Santidad, y lo he cumplido.

F. D. O.
(El último de vuestros hijos católicos)