miércoles, 29 de agosto de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 11


NO CREÍA EN NADA 

Un comunista de Niza, que había calificado de comedia a las peregrinaciones a Lourdes, ha regresado de la gruta curado de una parálisis que afectaba el lado derecho de su cuerpo. Ha vuelto también creyendo en Dios. 

Se trata de Louis Olivari que resultó gravemente herido al caerse de su andamio, cuando trabajaba como electricista en un hospital local. Estuvo un día entero inconsciente, y cuando volvió en sí, se encontró que tenía paralizado el brazo y la pierna derechos. Los médicos le manifestaron que no podían hacer nada por él, puesto que había sufrido la ruptura de una arteria cerebral. 

Después de dos meses y medio de tratamiento, sin conseguir progreso alguno, el capellán del Hospital le aconsejó que fuera en peregrinación a Lourdes”. Louis se rió: “Yo no creo en nada. ¿Para qué voy a intervenir en tal comedia?” Pero ante la insistencia de su esposa se decidió a ir: “Me sentí impresionado por la gente que iba, pero lo que más me emocionó fue un niño ciego de diez años que hacia su quinta peregrinación a Lourdes”. 

“Reza”, le dijo el muchacho, poniéndose de rodillas ante la Virgen. De mala gana permitió que le introdujeran después en las heladas aguas de la gruta. Junto a él estaba el niño ciego. Vio allí cómo el muchacho movía los labios en oración. Louis gritó: “¡Dios, si existes, cura a este niño, que lo merece más que yo!”. 

Ahora, curado, de vuelta a Niza, ha anunciado que deja definitivamente el comunismo y que cree en Dios.



(Lourdes - Fátima)

lunes, 27 de agosto de 2012

BRASIL: NUEVA ABERRACIÓN LITÚRGICA CON MASONES

MANDILES EN EL PRESBITERIO Y EN EL AMBÓN

El blog Frates In Unum, Ago-24-2012, dá cuenta de esta escandalosa e inaceptable circunstancia:

Fotos divulgadas por la página [de Facebook] “Maçonaria Notícias”, de la Misa celebrada con ocasión del “día del masón” (20 de Agosto), por el P. Geraldo de Magela Silva, párroco de Nossa Senhora da Conceição [Nuestra Señora de la Concepción], en Belo Jardim, diócesis de Pesqueira, Pernambuco. 

Interpelado por un fiel, el Obispo diocesano, Mons. José Luiz Ferreira Salles, CSsR, pidió disculpas y respondió simplemente que… ¡acababa de llegar de viaje!








Visto en: Tradición Digital

domingo, 26 de agosto de 2012

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 11


NO MUERE JAMÁS CON SU ESCAPULARIO QUIEN DESPRECIA 
LA GRACIA DE MARÍA 

Era el mes de septiembre del año 1927, en la calle Bolsa de Sevilla; próxima a nuestro convento del Buen Suceso, había una modesta pensión, propiedad de dos virtuosas hermanas jerezanas, terciarias Carmelitas y amantísimas de la Virgen del Carmen, donde hacía muchos años que se hospedaba un pobre tipógrafo ácrata, el cual se hallaba en trance de muerte, afecto de un cáncer en los intestinos. 

Las piadosas hermanas, compadecidas de la situación moral y material el pobre enfermo, y deseosas, sobre todo, de la salvación de su alma, llamaron al simpático y buenísimo Padre Fr. Ángelo Ramos, Carmelita, a fin de que le impusiera el Santo Escapulario de nuestra Madre del Carmen, por ver si aquel pez gordo caía en la red mística de la Divina Pescadora y salvadora de almas. 

Jovial y chispeante, cual no conocí jamás a ningún otro andaluz, el buen P. Ángelo consiguió, con sus chirigotas y agudezas y tras un par de caritativas visitas, imponerle el Escapulario de la Virgen. Después, con gran unción y celo comenzó a hablarle de la conversión y salvación de su alma y a exponerle lo fácil que le era el reconciliarse con Dios. Llevó dos o tres tardes al que estas líneas escribe a visitar aquel desgraciado; recíbale el enfermo con muestras de suma complacencia y amabilidad, mas cuando se tocaba o derivaba el tema hacia el punto de su salvación y del inminente peligro en que se hallaba, tema que, entre bromas y veras, sabía tocar maravillosamente con su sal andaluza el jovial Padre Ángelo, volvía la espalda el enfermo, mascullando entre dientes imprecaciones y despachando descorazonados a sus visitantes. Un día, entre otros, díjole el infeliz: “Si me va usted a poner el disco de la confesión y de que salve mi alma, bien puede coger el portante, porque estoy resuelto a darle mi alma al demonio; así que excuse usted el tratar semejante tema, pues me pone de un humor de perros y me exacerba más la enfermedad.” 

Transcurrían los días y el mal se agravaba y acentuaba por instantes, hasta tal punto que con nada se le calmaban aquellos agudísimos dolores, que le tenían materialmente revolcándose en el lecho como un perro.  

Las dos piadosas terciarias repetían novena tras novena por la conversión de aquel alma, sorda y ciega voluntariamente a todas la invitaciones de la gracia divina, que se dejaba sentir en él de una manera palpable y visible. 

Mas un día le oímos decir, entre aquellas convulsiones horrorosas y aquellos dolores insoportables: “Ya debía estar muerto, más de cuanto ha; pero no sé qué talismán, qué fuerza superior hay en mí que me impide el acabar de una vez, cuando veo que me estoy muriendo a chorros: esto debe ser efecto del Escapulario que usted me puso a cuello, y que me retiene asido como un hilo a esta vida, de la cual no me queda más que un hilito muy tenue.” Y luego proseguía con convulsiones de epiléptico: “Pero yo debo morir y quiero morir y me es aborrecible la vida.” Amorosamente le instaba el buen Padre a que confesara, para que ya que no podía conseguir la salud del cuerpo, ni retener por mucho tiempo la vida corpórea, consiguiera su salvación eterna. Echando fuego de odio y de rencor por los ojos, despedía al amigo compasivo y bueno y amable, diciéndole “que le recibía como amigo compasivo y bueno y amable, que se imponía tales sacrificios por consolarle y visitarle, pero que como sacerdote y como fraile le odiaba y aborrecía; y que él ya sospechaba en qué estaba el secreto de no morirse de una vez: en el amuleto o talismán que le había colgado al cuello.” Todo fue inútil con aquel hombre obstinado y empedernido en el mal. Visitole varios días el caritativo Padre, y cada vez le halló más desesperado y con menos muestras de volverse a Dios, hasta que un día, inspirado tal vez por Lucifer, se arrancó el bendito Escapulario, lo arrojó con rabia al orinal y murió desgarrándose la garganta y el pecho con las uñas, y con tal mueca de rabia y desesperación en el semblante, que a las claras se notaba debía estar con los precitos entre las legiones de Luzbel en los infiernos. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen 
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.

LA INTERRUPCIÓN DE LAS CONVERSACIONES CON ROMA, AÑO 1988


El 5 de mayo de 1988 Monseñor Lefebvre firmó un protocolo de acuerdo con las autoridades romanas, sin embargo de inmediato se interrumpieron las conversaciones con las mismas, lo cual hizo nacer la confusión en algunos espíritus. He aquí la pequeña historia de una gran traición. 

Difícilmente se comprende en efecto, esta interrupción si no se ubican los coloquios en su contexto histórico. 

«Aunque nosotros no hayamos querido, nunca romper las relaciones, con la Roma Conciliar, aún después de la primera visita del 11 de noviembre de 1974 que fuera seguida por medidas sectarias y nulas -la clausura de la Obra el 6 de mayo de 1975 y la suspensión en julio de 1976-, estas relaciones no podían tener lugar más que en un clima de desconfianza. 

Louis Veuillot dice que no hay mayor sectario que un liberal; pues, comprometido con el error y la Revolución se siente condenado por aquellos que permanecen en la Verdad y así, si posee el poder, los persigue con el encarnizamiento. Es nuestro caso y el de todos aquellos que se opusieron a los textos liberales y a las reformas liberales del Concilio. 

Quieren absolutamente que tengamos un complejo de culpabilidad respecto a ellos los culpables de duplicidad. 

Es pues en un clima siempre tenso, aunque educado, que las relaciones tenían lugar con el Cardenal Seper y con el Cardenal Ratzinger entre los años ’78 y ’87, pero también con una cierta esperanza de que al acelerarse la autodemolición de la Iglesia acabarán mirándonos con benevolencia. 

Hasta allí, para Roma, el objetivo de las relaciones era el hacernos aceptar el Concilio y las reformas y hacernos reconocer nuestro error. La lógica de los acontecimientos debía llevarme a pedir un sucesor o dos o tres para asegurar las ordenaciones y las confirmaciones. Ante la negativa persistente de Roma, el 29 de junio de 1987, anunciaba mi decisión de consagrar Obispos. 

El 28 de junio el Cardenal Ratzinger abría nuevos horizontes que podrían hacer pensar legítimamente que por fin Roma nos miraba con una mirada más favorable. Ya no se trataba de firmar un documento doctrinal ni de pedir perdón sino que un Visitador era finalmente anunciado, la Sociedad, podría ser reconocida, la liturgia sería la de antes del Concilio, los seminaristas permanecerían con el mismo espíritu… 

Aceptamos entonces entrar en este nuevo diálogo pero con la condición de que nuestra identidad fuera bien protegida contra las influencias liberales gracias a los Obispos escogidos de entre la Tradición, y con una mayoría de miembros en la Comisión Romana para la Tradición. Ahora bien, luego de la visita del Cardenal Gagnon, de la cual aún no supimos nada, las decepciones se acumularon. 

Las conversaciones que siguieron en abril y mayo nos decepcionaron mucho. Se nos entrega un texto doctrinal, agregando el Nuevo Derecho Canónico; Roma se reserva cinco miembros sobre los siete de la Comisión Romana, entre ellos el Presidente (que sería el Cardenal Ratzinger) y el vicepresidente. 

La cuestión del Obispo es solucionada con dificultad, insistían para mostrarnos que no teníamos necesidad de él. El Cardenal nos hizo saber que deberíamos dejar celebrar entonces una misa nueva en San Nicolás de Chardonnet. Insiste sobre la única iglesia, la del Vaticano II. 

A pesar de estas decepciones, firmo el protocolo el 5 de mayo. Pero la fecha de la consagración episcopal causa problemas. Luego un proyecto de carta de pedido de perdón al Papa es puesto entre mis manos. 

Para llegar a hacer las consagraciones episcopales aunque más no fuera el 15 de agosto me veo obligado a escribir una carta amenazando hacerlo. 

El clima ya no es en absoluto el de la colaboración fraterna y el del puro y simple reconocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de las conversaciones es la reconciliación, como lo dice el Cardenal Gagnon en una entrevista concedida al al diario italiano “L’ Avenire”, es decir el regreso de la oveja descarriada al redil. Es lo que yo expreso en la carta al Papa del 2 de junio: «el objetivo de las conversaciones no es el mismo para Vos que para nosotros». 

Cuando pensamos en la historia de las relaciones de Roma con los tradicionalistas desde 1965 hasta nuestros días nos vemos obligados a constatar que se trata de una persecución cruel y sin descanso para obligarnos a la sumisión al Concilio. El ejemplo más reciente es el del Seminario “Maeter Ecclesiae” para los que abandonaron Econe quienes en menos de dos años fueron puestos a tono con la Revolución Conciliar contrariamente a todas las promesas. 

La Roma actual, conciliar y modernista no podrá tolerar jamás la existencia de un brazo vigoroso de la Iglesia Católica que con su vitalidad la condena. 

Será preciso pues, esperar sin duda algunos años para que Roma reencuentre su Tradición bimilenaria. Nosotros continuamos probando, con la Gracia de Dios, que esta Tradición es la única fuente de santificación y de salvación para las almas y la única posibilidad de renovación para la Iglesia». 

Econe, 19 de junio de 1988 
+MARCEL LEFEBVRE

Enviado por el P. Cardozo

jueves, 23 de agosto de 2012

EJEMPLOS SOBRE LA BLASFEMIA (II)


En América había un ateo que daba mucho que hablar por su furor sectario: Wiygney. Un día entre unos amigos se excitó hasta decirles: Para que veáis claramente que no existe Dios yo desafío aquí a ese omnipotente que decís: a que me haga morir de repente. Pero no temáis, no sucederá nada precisamente porque no existe. 
Apenas dijo esto cayó muerto. Este suceso verídico, causó enorme impresión en Estados Unidos.

 P. Benjamín Martín Sánchez, en 
"La Malicia de la Blasfemia"

LOS TATUAJES Y LAS PERFORACIONES

Un caso extremo: Mujer demonio-vampiro con 
 tatuajes, piercings e implantes (cuernos y colmillos) 

"No hareís sajaduras en vuestra carne, a causa de un muerto; ni os imprimiréis tatuaje. Yo soy Yahvé" (Levítico 19:28), dijo Dios a los israelitas. Y aunque los creyentes hoy, no vivamos estrictamente bajo la ley del Antiguo Testamento (Romanos 10:4; Gálatas 3:23-25; Efesios 2:15), el hecho de que hubo una orden de Dios contra los tatuajes, debería hacernos pensar. 

Esta moda está asociada a la pseudocultura de "lo feo" (aunque algunas de las imágenes tatuadas puedan llegar a ser bellas y estéticas) y generalmente -no siempre y de manera absoluta- encierra un sentido de rebeldía social contra los valores establecidos -sean éstos buenos o malos- o se vincula con grupos delicuenciales (como los maras) o afectos a la drogadicción. En muchas ocasiones los tatuajes empleados son de figuras con significación esotérica, satanista o new age. En otras, son inmorales las imágenes o los lugares donde se colocan para exponerlas inmodestamente a la vista de los demás, de una manera narcisista. De cualquier manera, el espíritu exhibicionista de muchos que los portan, puede reflejar -en ocasiones- un desajuste psicológico, lo que es más evidente en aquellos casos extremos donde se abusa de su uso, pero que no es privativo de ellos.

Es muy frecuente el culto a "lo feo", a la inmoralidad, 
a simbologías esotéricas e incluso al satanismo 

Sin entrar a considerar aquí los graves riesgos para la salud que se deben tener presentes -aspecto que afortunadamente es muy difundido en los medios de comunicación-, es importante señalar que, al paso del tiempo y a mayor edad, existen altísimos porcentajes de arrepentimiento y las personas buscan revertir los efectos de una mala decisión tomada en edades muy tempranas, generalmente. 

Quienes los emplean, en ocasiones lo hacen inocentemente y con imágenes inocuas o hasta bellas, sólo para "estar a la moda", sin embargo no consideran que -por lo general- la percepción de terceros es distinta a la intención original de ellos, pues muchas veces se comete el error de generalizar y asociar su aspecto a motivaciones negativas de otros que sí las tienen. Así, se da el caso de que llegue a afectar socialmente a quienes los portan, e incluso hasta en la selección de personal de las empresas que rechazan, por política general, a personas tatuadas o con perforaciones, pues tienen una mala impresión de ellas o, al menos, esto contraría la imagen institucional que buscan mantener.


Hay quienes incluso a sus hijos mutilan o tatúan


Fuente: Catolicidad

martes, 21 de agosto de 2012

PROFECÍAS DE BUG DE MILHAS



Este santo eremita nació en MILHAS, aldea de COMINGES (Pirineos franceses), en el siglo XVII y murió en 1848 a edad muy avanzada, lleno de merecimientos por su santa vida, siendo muy venerado por el don de consejo e ilustraciones sobrenaturales con que quiso enriquecerle el SEÑOR. En 1780 predijo con admirable precisión la REVOLUCIÓN FRANCESA, que no advino hasta nueve años más tarde. En 1793 anunció la buena estrella y fortuna de Napoleón Bonaparte para hacerse con el MANDO SUPREMO, acontecimiento de muy difícil predicción en aquella época tan revuelta y de acontecimientos tan dispares. Después de otras muchas predicciones, que tuvieron cumplimiento exacto y le granjearon renombre de santidad y videncia excepcionales, como la REVOLUCIÓN DE LA COMUNA en 1848 y el desastre de FRANCIA en 1870-71, predichas treinta años antes, murió en la paz del Señor y las bendiciones de los hombres.

SOBRE EL PORVENIR DE NUESTRA PATRIA SE CONSERVAN LOS SIGUIENTES TESTIMONIOS:

1º ¡DIOS ETERNO!, tus juicios son grandes e incomprensibles... IBERIA, IBERIA,* veo crecer tu poder y tu esplendor; nada será capaz de contrastar la elevación y fuerza de tus destinos.

2º Setecientos años de guerra en toda la IBERIA formaron el IMPERIO más vasto que se ha conocido, pero sólo sirvió para empobrecer a sus hijos. ¿Qué le queda de aquel poderío? "Todo lo perdiste, todo menos el amor de tus hijos", éstos te ensalzarán.

3º Combatida por la tempestad de los partidos y la ambición de los extranjeros, lucharás denodada; te constará sangre, tesoros, edificios... pero llegará el día de la bonanza, repararás tus anteriores pérdidas y la fama de tu gloria y esplendor se extenderá hasta las regiones más remotas.

4º Una guerra está anunciada por muchos profetas y sus predicciones se cumplirán. Esta guerra llevará sus estragos por todas partes; la peste y otras muchas plagas la acompañarán, esparciendo el terror por doquiera. El fanatismo de las falsas creencias y los partidos intolerantes llenarán de víctimas muchos países; la IBERIA será el asilo de todos los proscritos; los católicos, huyendo del furor de sus enemigos, se refugiarán en ESPAÑA. Esta emigración prodigiosa aumentará la GRANDEZA DE LA NACION.

5º Entonces el TAJO producirá un GUERRERO valiente como el CID y religioso como el TERCER FERNANDO, que enarbolando el estandarte de la FE reunirá en torno de sí innumerables huestes, y con ellas saldrá al encuentro del formidable GIGANTE, que con sus feroces soldados se adelantará a la CONQUISTA DE LA PENINSULA. (Se especula sobre diversos personajes, españoles y franceses sin que nos atrevamos a sugerir ninguno hasta que el tiempo y los acontecimientos clarifiquen y definan los entornos que los conforman).

6º Los PIRINEOS serán testigos del combate más cruel que habrán visto los siglos. La tierra temblará bajo el peso de los bélicos aparatos. TRES DIAS DURARA LA BATALLA... En vano el temible GIGANTE querrá animar a los suyos y restablecer el combate, porque el DEDO DEL SEÑOR señaló ya el fin de su reinado y sucumbirá a los filos de la espada del nuevo CID.

7º Entonces el EJÉRCITO VICTORIOSO, protegido por el SUPREMO HACEDOR atravesará provincias y mares y llevará el estandarte de la CRUZ HASTA LAS ORILLAS DEL NEVA. "TRIUNFARÁ EN TODAS PARTES LA RELIGIÓN CATÓLICA Y HARA LA FELICIDAD DEL GENERO HUMANO".

(Cf. "Futura grandeza de España", López galúa, págs. 204-205, 3ª edición, La Coruña.) (Se calculan en más de diez mil tanques de guerra el armamento acorazado del Ejército Rojo. Sobre el Neva se halla San Petersburgo, antigua capital de Rusia y segunda ciudad de la nación.)

*Iberia=España

Tomado del libro: ¡Alerta Humanidad! 4ª Edición-año 1979.

domingo, 19 de agosto de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 10


CONVERSIÓN DE MARÍA EGIPCIACA

Es Famosa la historia de Santa María Egipciaca, como se cuenta en el libro primero de las Vidas de los Padres del yermo. A los doce años se escapó de casa de sus padres, y se fue a Alejandría, donde con su mala vida era el escándalo de toda la ciudad.

Pasados otros dieciséis, salió de allí y vagando llegó a Jerusalén, a tiempo que se celebraba la fiesta de la Santa Cruz, y viendo entrar en la iglesia mucha gente, quiso también entrar en ella, más por curiosidad que por devoción; pero en la puerta sintió que una mano invisible la detenía. Hizo otra vez por entrar, y le sucedió lo mismo, hasta tercera y cuarta vez.

Entonces la infeliz retirándose a un rincón del atrio, conoció con luz superior que su mala conducta la echaba de la iglesia. Alzó los ojos y vio allí cerca, por dicha suya, una imagen de María Santísima, a la cual empezó a decir, llorando, de esta manera: “¡Oh Madre de Dios, tened piedad de esta pecadora! No merezco que me miréis, pero Vos sois el refugio de los pecadores: amparadme y favorecedme por el amor de Jesucristo vuestro Santísimo Hijo. Haced que puede entrar en la iglesia, y mudaré de vida, y me iré a hacer penitencia donde vos me digáis.” Entonces oyó una voz interior, como de la Virgen, que le decía: “Pues que acudes a Mí con propósito de enmendarte ya puedes entrar.” Entró, adoró la Santa Cruz con abundancia de lágrimas, volvió a la imagen, y le dijo: “Vedme pronta. Señora: ¿dónde queréis que me retire?” “Pasa el Jordán –le respondió la Virgen-, y allí encontrarás tu descanso.” Confesó y comulgó, y, pasando el rio, llegó al desierto y entendió que allí era donde se debía quedar.

Los diecisiete años primeros tuvo que sufrir terribles asaltos de los demonios; pero acudía siempre a la Virgen, y la Virgen santísima le alcanzaba fuerzas para resistir y vencer. Finalmente, habiendo pasado en aquella soledad cincuenta y siete años, siento ya de edad de ochenta y siete, la encontró por divina providencia San Zósimo, abad, a quién refirió todo el relato de su vida, suplicándole que volviese al año siguiente con la sagrada comunión. Hizolo así, y le pidió lo mismo para otro año, al cabo del cual volvió pero la halló ya muerta, aunque rodeada de un gran resplandor, y con estas palabras escritas de su mano: “Entierra aquí el cadáver de esta pecadora y pide a Dios por su alma.” Vino corriendo un león, hizo un hoyo con las garras, el Santo la sepultó, y volvió al monasterio, contando a todos las misericordias que Dios había obrado con aquella felicísima penitente. 

(San Alfonso Mª de Ligorio, en Las Glorias de María)

sábado, 18 de agosto de 2012

EJEMPLOS SOBRE LA BLASFEMIA (I)


La blasfemia es el lenguaje del infierno. San Jerónimo oyendo a uno blasfemar, le recrimino, y como le preguntasen por qué se metía con él, les dijo: “Los perros ladran en defensa de sus amos, ¿me callaría yo cuando oigo blasfemar el santo nombre de Dios? ¡Podré morir, pero no callar!”.

 P. Benjamín Martín Sánchez, en
"La Malicia de la Blasfemia"

viernes, 17 de agosto de 2012

PIO XII PROFÉTICO


«Siento en mi entorno a los innovadores que quieren desmantelar el Sacro Santuario, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, ¡Hacerla sentir remordimiento de su pasado heroico! Bien, mi querido amigo, estoy convencido que la Iglesia de Pedro tiene que hacerse cargo de su pasado, o ella cavará su propia tumba (…) Llegará un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dude como dudó Pedro. Será tentada de creer que el hombre se ha convertido en Dios, que Su Hijo es meramente un símbolo, una filosofía como tantas otras, y en las iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera, como la pecadora que gritó ante la tumba vacía: ¿dónde lo han puesto?». 

 “Pius XII devant l’histoire”, por Mons. Georges Roche)



martes, 14 de agosto de 2012

SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE LAS LÁGRIMAS DE JESUCRISTO


Videns Iesus civitatem, flevit super illam.
 Jesús, al ver la ciudad, lloró sobre ella.
 (S. Lucas, XIX, 41.) 

Al entrar Jesucristo en la ciudad de Jerusalén, lloró sobre ella, diciendo: «Si conocieses, al menos, las gracias que vengo a ofrecerte y quisieses aprovecharte de ellas, podrías recibir aún el perdón; más no, tu ceguera ha llegado a un tal exceso, que todas éstas gracias sólo van a servirte para endurecerte y precipitar tu desgracia; has asesinado a los profetas y dado muerte a los hijos de Dios; ahora vas a poner el colmo en aquellos crímenes dando muerte al mismo Hijo de Dios». Ved lo que hacia derramar tan abundantes lágrimas a Jesucristo al acercarse a la ciudad. En medio de aquellas abominaciones, presentía la perdida de muchas almas incomparablemente más culpables que los judíos, ya que iban a ser mucho más favorecidas que ellos lo fueron en cuanto a gracias espirituales. Lo que más vivamente le conmovió fue que, a pesar de los méritos de su pasión y muerte, con los cuales se podrían rescatar mil mundos mucho mayores que el que habitamos, la mayor parte de los hombres iban a perderse. Jesús veía ya de antemano a todos los que en los siglos venideros despreciarían sus gracias, o sólo se servirían de ellas para su desdicha. ¿Quién, de los que aspiran a conservar su alma digna del cielo, no temblara al considerar esto? ¿Seremos por ventura del número de aquellos infelices? ¿Se refería a nosotros Jesucristo, cuando dijo llorando: si mi muerte y mi sangre no sirven para vuestra salvación, a lo menos ellas encenderán la ira de mi Padre, que caerá sobre vosotros por toda una eternidad?. ¡Un Dios vendido!... ¡Un alma reprobada!... ¡Un cielo rechazado!... ¿Será posible que nos mostremos insensibles a tanta desdicha ?... ¿Será posible que, a pesar de cuanto ha hecho Jesucristo para salvar nuestras almas, nos mostremos nosotros tan indiferentes ante el peligro de perderlas?... Para sacaros de una tal insensibilidad, voy a mostraros: I.° Lo que sea un alma; II.° Lo que ella cuesta a Jesucristo; y III:° Lo que hace el demonio para perderla. 

I.-Si acertáramos a conocer el valor de nuestra alma, ¿con qué cuidado la conservaríamos? ¡Jamás lo comprenderemos bastante! Querer mostraros el gran valor de un alma, es imposible a un mortal; sólo Dios conoce todas las bellezas y perfecciones con que ha adornado a un alma. Únicamente os diré que todo cuanto ha creado Dios: el cielo, la tierra y todo lo que contienen, todas esas maravillas han sido creadas para el alma. El catecismo nos da la mejor prueba posible de la grandeza de nuestra alma. Cuando preguntamos a un niño: ¿que quiere decir que el alma humana ha sido creada a imagen de Dios? Esto significa, responde el niño, que el alma, cómo Dios, tiene la facultad de conocer, amar, y determinarse libremente en todas sus acciones. Ved aquí el mayor elogio de las cualidades con que Dios ha hermoseado nuestra alma, creada por las tres Personas de la. Santísima Trinidad, a su imagen y semejanza. Un espíritu, como Dios, eterno en lo futuro, capaz, en cuanto es posible a una criatura, de conocer todas las bellezas y perfecciones de Dios; un alma que es objeto de las complacencias de las tres divinas Personas; un alma que puede glorificar a Dios en todas sus acciones; un alma, cuya ocupación toda será cantar las alabanzas de Dios durante la eternidad; un alma que aparecerá radiante con la felicidad; que del mismo Dios procede; un alma cuyas acciones son tan libres que puede dar su amistad o su amor a quién le plazca; puede amar a Dios o dejar de amarle; más, si tiene la dicha de dirigir su amor hacia Dios, ya no es ella quién obedece a Dios, sino el mismo Dios quién parece complacerse en hacer la voluntad de aquella alma (Ps. CXLIV, 19.). Y hasta podríamos afirmar que, desde el principio del mundo, no hallaremos una sola alma que, habiéndose entregado a Dios sin reserva, Dios le haya denegado nada de lo que ella deseaba. Vemos que Dios nos ha creado infundiéndonos unos deseos tales, que, de lo terreno, nada hay capaz de satisfacerlos. Ofreced a un alma todas las riquezas y todos los tesoros del mundo; y aún no quedará contenta; habiéndola creado Dios para sí, sólo Él es capaz de llenar sus insaciables deseos. Sí, nuestra alma puede amar a Dios, y ello constituye la mayor de todas las dichas. Amándole, tenemos todos los bienes y placeres que podamos desear en la tierra y en el cielo (Ps. LXXII, 25.). Además, podemos servirle, es decir, glorificarle en cada uno de los actos de nuestra vida. No hay nada, por insignificante que sea, en que no quede Dios glorificado, si lo hacemos con objeto de agradarle. Nuestra ocupación, mientras estamos en la tierra, en nada difiere de la de los Ángeles que están en el cielo: la sola diferencia esta en que nosotros vemos todos los bienes divinales solamente con los ojos de la fe. 

Es tan noble nuestra alma, desde su nacimiento esta dotada de tan bellas cualidades, que Dios no la ha querido confiar más que a un príncipe de la corte celestial. Nuestra alma es tan preciosa a los ojos del mismo Dios, que, a pesar de toda su sabiduría, no halló el Señor otro alimento digno de ella que su adorable Cuerpo, del cual quiere hacer su pan cotidiano; ni otra bebida digna de ella que la Sangre preciosa de Jesús. Tenemos un alma a la cual Dios ama tanto, nos dice San Ambrosio, que, aunque fuese sola en el mundo, Dios no habría creído hacer demasiado muriendo por ella; y aún cuando Dios, al crearla, no hubiese hecho también el cielo, habría creado un cielo para ella sola, cómo manifestó un día a Santa Teresa. «Me eres tan agradable, le dijo Jesucristo, que, aunque no existiese el cielo, crearía uno para ti sola». «¡Oh, cuerpo mío, exclama San Bernardo, cuan dichoso eres al albergar un alma adornada con tan bellas cualidades! ¡Todo un Dios, con ser infinito, hace de ella el objeto de todas sus complacencias!» Si, nuestra alma esta destinada a pasar su eternidad en el mismo seno de Dios. Digámoslo de una vez: nuestra alma es algo tan grande, que sólo Dios la excede. Un día Dios permitió a Santa Catalina ver un alma. La Santa hallola tan hermosa que prorrumpió en estas exclamaciones: «Dios mío, si la fe no me enseñase que existe un sólo Dios, pensaría que es una divinidad, ya no me extraña, Dios mío, ya no me admira que hayáis muerto por un alma tan bella!». 

Si, nuestra alma en el porvenir será eterna como el mismo Dios. No vayamos más lejos, uno se pierde en este abismo de grandeza. Atendiendo únicamente a esto, os invito a pensar si deberemos admirarnos de que Dios, perfecto conocedor de su muerte, llorase tan amargamente la perdida de un alma. Y podéis considerar también cual habrá de ser nuestra diligencia por conservar todas sus bellezas. Es tan sensible Dios a la pérdida de un alma, que la lloro antes que tuviese ojos para derramar lágrimas; valiose de los ojos de sus profetas para llorar la perdida de nuestras almas. Bien manifiesto lo hallamos en el profeta Amos. «Habiéndome retirado a la oscuridad, nos dice, considerando la espantosa multitud de crímenes que el pueblo de Dios cometía cada día, viendo que la cólera de Dios estaba a punto de caer sobre él y que el infierno abría sus fauces para tragárselo, los congregue a todos, y temblando de pavor, les dije, en medio de amargas lágrimas: ¡Hijos míos!, ¿sabéis en que me ocupo noche y día? ¡Ay!, me estoy representando vivamente vuestros pecados, en medio de la mayor amargura de mi corazón. Si por fuerza..., rendido por la fatiga, llego a adormecerme, al punto vuelvo a despertar sobresaltado, exclamando, con los ojos bañados en lágrimas y el corazón partido de dolor: Dios mío, Dios mío, ¿habrá en Israel algunas almas que no os ofendan. Cuando esta triste y deplorable idea llena mi imaginación, expreso al Señor mis sentimientos, y gimiendo amargamente en su Santa presencia, le digo: ¡Dios mío!, que medio hallare para obtener el perdón de ese pueblo infeliz? Oíd lo que me ha contestado el Señor: Profeta, si quieres alcanzar el perdón de ese pueblo ingrato, ve, corre por las calles y las plazas; haz resonar en ellas los más amargos llantos y gemidos; entra en las tiendas de los comerciantes y artesanos; llégate hasta los lugares donde se administra justicia; sube a la cámara de los grandes y entra en el gabinete de los jueces; di a todos cuántos hallares dentro y fuera de la ciudad: «¡Infelices de vosotros !, ¡infelices de vosotros, que pecasteis contra el Señor!».Aún no hay bastante con esto; buscaras el auxilio de cuántos sean capaces de llorar, para que unan sus lágrimas a las tuyas, sean vuestros gritos y gemidos tan espantosos que llenen de consternación los corazones de los que os oigan, para que así abandonen el pecado y lo lloren hasta la sepultura, y con esto comprendan cuanto me duele la perdida de sus almas». 

El profeta Jeremías, va aún más lejos. Para mostrarnos cuan sensible sea a Dios la perdida de un alma, ved lo que nos habla en un momento en que se halla arrebatado por el espíritu del Señor: «¡Dios mío!; Dios mío!, ¿que va a ser de mi?, me habéis encargado la vigilancia de un pueblo rebelde, de una nación ingrata, que no quiere escucharos, ni someterse a vuestros preceptos; ¡ay!, ¿que haré?, ¿que partido tomaré? Ved lo que me ha contestado el Señor: «Para manifestarles cuan sensiblemente conmovido me hallo por la perdida de sus almas, toma tus cabellos, arráncalos de la cabeza, arrójalos lejos de ti, por haberme, el pecado de ese pueblo forzado a abandonarle, por haber entrado ya mi furor en el interior de sus almas». Cuando la cólera del Señor esta inflamada por el pecado que anida en nuestro corazón, sobreviene entonces la peor y más terrible enfermedad. «Pero, Señor, le dijo el Profeta, ¿que podré hacer para desviar de vuestro pueblo las miradas de vuestra ira? -Toma un saco por vestido, dijo el Señor, cubre de ceniza tu cabeza, y llora sin cesar y tan copiosamente, que tu rostro quede bañado en lágrimas; llora amargamente, hasta que los pecados queden anegados en llanto» (Ier., VII, 29.) . ¿Veis cuan sensible sea a Dios la perdida de nuestras almas? Por lo dicho os podéis hacer cargo de la desventura que representa perder un alma a quién Dios ama tanto, cuando, no teniendo aún los ojos corpóreos para llorar su desgracia, pide prestados los de sus profetas. Nos dice el Señor por su profeta Joel.: «¡Llorad la pérdida de las almas, cómo un joven esposo llora la de su esposa, en quién veía cifrada toda su dicha y todo su consuelo!» (Joel, 1, 8.). 

Nos dice San Bernardo que hay tres cosas capaces de hacernos llorar; más sólo una es capaz de hacer meritorias nuestras lágrimas, a saber, llorar nuestros pecados o los de nuestros hermanos; todo lo demás son lágrimas profanas, criminales, o a lo menos, infructuosas. Llorar la pérdida de un pleito injusto, o la muerte de un hijo: lágrimas inútiles. Llorar por vernos privados de un placer carnal: lágrimas criminales. Llorar por causa de una larga enfermedad: lágrimas infructuosas e inútiles. Pero llorar la muerte espiritual del alma, el alejamiento de Dios, la perdida del cielo: «¡Oh, lágrimas preciosas, nos dice aquel gran Santo, mas cuán raras sois!, ¿Por qué esto, sino porque no sentís la magnitud de vuestra desgracia, para el tiempo y para la eternidad? 

¡Ay! es el temor de aquella pérdida lo que ha despoblado el mundo para llenar los desiertos y los monasterios de tantos cristianos penitentes; los tales comprendieron mucho mejor que nosotros que, al perder el alma, todo está perdido, y que ella debía de ser muy preciosa cuando el mismo Dios hacía de la misma tanta estima. Sí, los santos aceptaron tantos sufrimientos, a fin de conservar su alma digna del cielo. La historia nos ofrece de ello innumerables ejemplos; voy a recordar aquí uno; si no tenemos el valor de imitarlo, a lo menos podremos bendecir Dios admirándolo. 

Vemos en la vida de San Juan Calybita (Vida de los Padres del desierto, t. IX, p. 279), hijo de Constantinopla, que este Santo desde su infancia comenzó a comprender la nada de las cosas humanas y a sentir el gusto de la soledad. Un religioso de un monasterio vecino de paso en Constantinopla para ir como peregrino a Jerusalén, alojóse en casa de los padres de aquel santo niño, los cuales reciban siempre con gran placer a los peregrinos. El niño le preguntó qué clase de vida se llevaba en su monasterio. Al narrarle la vida santa y penitente de los religiosos, el gozo de que allí disfrutaban, apartados del mundo para mantener comercio sólo con Dios, recibió tan grata impresión y concibió tan fuerte deseo de dejar el mundo para ir a participar de aquella felicidad, que no le satisfizo ya jamás la compañía de los hombres. Dijo a sus padres que no pensasen en acomodarle en medio del mundo, puesto que Dios le llamaba para terminar sus días en el retiro. Sus padres procuraron hacerle cambiar de propósito; mas todo fue inútil; por toda herencia les pidió el libro de los Santos Evangelios, el cual retuvo y guardó como un gran tesoro. Para librarse de las insistentes solicitaciones de sus padres y para entregarse todo entero a Dios, abandonó su casa, y se fue a llamar a la puerta de un monasterio, donde pidió ser admitido. Sus padres le hicieron buscar por todas partes. Al ver que resultaban inútiles sus pesquisas, se abandonaron al más amargo llanto. El santo joven pasó seis años en aquel retiro practicando toda suerte de virtudes y entregándose a las penitencias que el amor de Dios le inspiraba. Pasado algún tiempo se le ocurrió la idea de ir a ver a sus padres, esperando que Dios le concedería la misma gracia que a San Alejo, quien estuvo veinte años en su casa sin que nadie le conociese. En cuanto hubo salido del monasterio, halló a un pobre, con el cual trocó su hábito, a fin de evitar toda posibilidad e ser reconocido; por otra parte, sus grandes austeridades y una grave enfermedad que había sufrido, le habían desfigurado por completo. Cuando, a lo lejos, divisó la casa de sus padres, cayó de hinojos pidiendo a Dios que no le abandonase en su empresa. Llegó de noche, y hallando cerrada la puerta, pasó toda la noche junto a ella. Al día siguiente los criados le encontraron allí y, compadeciéndose de su miseria, le permitieron entrar en una pequeña habitación para que permaneciese en ella. Sólo Dios sabe lo que hubo de sufrir viendo a sus padres, los cuales a todas horas pasaban delante de él, llorando amargamente la pérdida del hijo que constituía todo su consuelo. Su padre, que era muy caritativo, le enviaba frecuentemente algo con que alimentarse. Mas a su madre no podía acercársele sin que su corazón se resistiese, tanta era la repugnancia que aquel pobre le inspiraba. A no ser la caridad que la llevaba a vencer aquella repugnancia, le habría echado de su casa. Siempre sumida en la mayor tristeza, siempre derramando amargas lágrimas, y todo ello delante de aquel que no podía permanecer insensible a lo que constituía el mayor tormento de su madre… 

El Santo pasó tres años en aquella morada, dedicado únicamente a la oración y al ayuno que observaba con gran rigor; continuamente las lágrimas bañaban su rostro. Cuando Dios le dio a entender que había llegado su fin, rogó al mayordomo de la casa que hiciese de manera que la señora fuese a verle, pues tenía vivos deseos de hablar con ella. Al recibir el recado, por más que estuviese acostumbrada a visitar enfermos, se mostró bastante contrariada; le daba tanta repugnancia visitar a éste, que tuvo que hacerse grande violencia para llegar hasta la puerta de la habitación donde se albergaba el pobre. El moribundo le agradeció vivamente los cuidados que había tomado por un miserable desconocido, y le aseguró que rogaría mucho a Dios por ella, a fin de que le recompensase cuanto había hecho en su favor. Le suplicó, además, que cuidase de su sepultura. Después que ella se lo hubo así prometido, le hizo presente del libro de los Santos Evangelios, el cual estaba muy bien encuadernado. Quedó ella muy sorprendida al ver que un pobre poseía un libro tan bien encuadernado; entonces se acordó del que en otro tiempo había dado al hijo cuya pérdida le costara tantas lágrimas. Aquel recuerdo renovó su dolor, y la hizo llorar muy afligida. Aquellos suspiros y lágrimas llamaron la atención del padre, el cual acudió allí para conocer la causa, y habiendo examinado con alguna detención el libro, reconoció ser el mismo que había entregado a su hijo. Entonces preguntó al moribundo qué había sido de su hijo. El santo, a quien sólo le qudaba un soplo de vida, le respondió suspirando y con lágrimas en los ojos: “Este libro es el que me disteis hace diez años; yo soy el hijo a quien tanto habéis buscado y por quien habéis derramado tantas lágrimas”. A estas palabras, quedaron todos estupefactos, al ver que desde tanto tiempo tenían junto a sí al que tan lejos habían buscado; la emoción que experimentaron era para quitarles la vida. Pero en el mismo momento en que le estrechaban amorosamente en sus brazos, levantó sus manos y sus ojos al cielo y entregó a Dios su hermosa alma, por la conservación de cuya inocencia hizo tantos sacrificios, tantas penitencias, y tantas lágrimas derramó… Ante este ejemplo, podemos muy bien decir: aquel cristiano tuvo la dicha de conocer la grandeza de su alma, y los cuidados que ella merecía. Aquí tenéis, un cristiano que glorificó a Dios en todos los actos de su vida; aquí tenéis un alma que ahora está radiante de gloria en el cielo, donde bendice a Dios por haberle hecho la gracia de vencer el mundo, la carne y la sangre. ¡Oh! ¡cuán dichosa es, aun a los ojos del mundo, una muerte semejante! 

II.-Hemos dicho, en segundo lugar, que, para conocer el precio de nuestra alma, no tenemos más que considerar lo que Jesucristo hizo por ella. ¿Quién de nosotros podrá jamás comprender cuánto ama Dios a nuestra alma, pues ha hecho por ella todo cuanto es posible a un Dios para procurar la felicidad de una criatura?: Para sentirse más obligado a amarla, la quiso crear a su imagen y semejanza; a fin de que, contemplandola, se contemplase a si mismo. Por eso vemos que da a nuestra alma los nombres más tiernos y más capaces de mostrar el amor hasta el exceso. La llama su hija, su hermana, su amada, su esposa, su única, su paloma (Cant., II, 10; IV, 9; V, 2, etc,). Más no está aun todo aquí: el amor se manifiesta mejor con actos que con palabras. Mirad su diligencia en bajar del cielo para tomar un cuerpo semejante al nuestro; desposándose con nuestra naturaleza, se ha desposado con todas nuestras miserias, excepto el pecado; o mejor, ha querido cargar sobre sí toda la justicia que su Padre pedía de nosotros. Mirad su anonadamiento en el misterio de la Encarnación; mirad su pobreza: por nosotros nace en un establo; contemplad las lágrimas que sobre aquellas pajas derrama, llorando de antemano nuestros pecados; mirad la sangre que sale de sus venas bajo el cuchillo de la circuncisión; vedle huyendo a Egipto como un criminal; mirad su humildad, y su sumisión a sus padres; miradle en el jardín de los Olivos, gimiendo, orando y derramando lágrimas de sangre; miradle preso, atado y agarrotado, arrojado en tierra, maltratado con los pies y a palos por sus propios hijos; contempladle atado a la columna, cubierto de sangre; su pobre cuerpo ha recibido tantos golpes, la sangre corre con tanta abundancia, que sus verdugos quedan cubiertos de ella; mirad la corona de espinas que atraviesa su santa y sagrada cabeza; miradle con la cruz a cuestas caminando hacia la montaña del Calvario: cada paso, una caída; miradle clavado en la cruz, sobre la cual se ha tendido É1 mismo, sin que de su boca salga la menor palabra de queja. ¡Mirad las lágrimas de amor, que derrama en su agonía, mezclándose con su sangre adorable! ¡Es verdaderamente un amor digno de un Dios todo amor! ¡Con ello nos muestra toda la estima en que tiene a nuestra alma! ¿Bastará todo esto para que comprendamos lo que ella vale, y los cuidados que por ella hemos de tener? 

Si una vez en la vida tuviésemos la suerte de penetrarnos bien de la belleza y del valor de nuestra alma, ¿no estaríamos dispuestos, cómo Jesús a sufrir todos los sacrificios por conservarla? ¡Cuan hermosa, cuan preciosa es un alma a los ojos del mismo Dios! ¿Cómo es posible que la tengamos en tan poca estima y la tratemos más duramente que al más vil de los animales? ¿Que ha de pensar el alma conocedora de su belleza y de sus altas cualidades, al verse arrastrada a las torpezas del pecado? ¡Cuando la arrastramos por el fango de los más sucios deleites, sintamos el horror que de sí misma debe concebir un alma que no ve sobre ella otro ser que al mismo Dios! ... Dios mío, ¿es posible que hagamos tan poco caso de una tal belleza? 

 Mirad en qué viene a convertirse un alma que tiene la desgracia de caer en pecado. Cuando esta en gracia de Dios la tomábamos por una divinidad; más ¡cuando esta en pecado!... El Señor permitió un día a un profeta ver un alma en estado de pecado, y nos dice que parecía el cadáver corrompido de una bestia, después de haber sido arrastrado ocho días por las calles y expuesto a los rigores del sol. Ahora sí que podemos decir con el profeta Jeremías: «Ha caído la gran Babilonia, y se ha convertido en guarida de demonios» (Apoc., XVIII, 2; Ier., 11, 8.). ¡Cuan bella es un alma cuando tiene la dicha de estar en gracia de Dios! Si, ¡solamente Dios puede conocer todo su precio y todo su valor!

Ved también cómo Dios ha instituido una religión para hacerla feliz en este mundo, mientras llega la hora de darle mayor felicidad en la otra vida. ¿Por que ha instituido los sacramentos?. ¿No es, por ventura, para curarla cuando tiene la desgracia de contagiarse con las miasmas del pecado, o bien para fortalecerla en las luchas que debe sostener? ¡Mirad a cuántos ultrajes se ha expuesto Jesús por ella! ¡Cuan a menudo son violados sus preceptor! ¡Cuántas veces son profanados sus sacramentos, cuántos sacrilegios se cometen al recibirlos! Pero no importa; aún conociendo Jesús todos los insultos que debía recibir, por el amor de las almas no pudo contenerse... mejor dicho, Jesucristo amó y ama tanto a nuestra alma, que, si preciso fuera morir segunda vez, gustosa lo haría. Ved cuan diligente se muestra en acudir en nuestro auxilio cuando estamos agobiados por la pena o por la tristeza; mirad los cuidados que se toma en favor de los que le aman; mirad la multitud de santos a quienes Él alimentó milagrosamente. ¡Ah!, si llegásemos a comprender lo que es un alma, lo mucho que Dios la ama, y cuan abundantemente la recompensara durante toda la eternidad, nos portaríamos cómo se portaron los santos: ni las riquezas, ni los placeres, ni la muerte misma serian capaces de hacérnosla vender al demonio. Mirad toda la multitud de mártires, cuántos tormentos arrostraron para no perderla; vedlos subir a los cadalsos y entregarse en manos de los verdugos con una alegría increíble. 

Tenemos de ello un admirable ejemplo en la persona de Santa Cristina, virgen y mártir. Esta Santa ilustre era natural de la Toscana. Su padre, que era gobernador, fue su propio verdugo. El motivo de su enojo fue el haber su hija hecho desaparecer todos los ídolos que él adoraba en su propia casa; la joven los hizo añicos para vender el metal y, de su producto, repartir limosnas a los pobres cristianos. Este acto enfureció de tal manera a su padre, que al momento la entrego en manos de los verdugos, los cuales, obedeciendo las ordenes que les dio, la azotaron barbadamente y la atormentaron con crueldad nunca vista. Su pobre cuerpo estaba cubierto de sangre. El padre ordenó que con unos garfios de hierro le desgarrasen sus carnes. Los verdugos llegaron a tanto que dejaron al descubierto muchos huesos de su cuerpo; más el vivo dolor que experimento, lejos de abatir su valor y turbar la paz de su alma, le dio fuerzas para arrancar, sin vacilar, su propia carne y ofrecerla a su padre por si quería comerla. Un gesto tan sorprenderte, en vez de conmover el corazón de aquel padre tan bárbaro, sólo sirvió para encolerizarle más: entonces la hizo encerrar en una cárcel horrorosa, cargada de hierros y cadenas; la lleno de dicterios y maldiciones, y anunciole que se le preparaban nuevos tormentos; más aquella joven santa, que no contaba más de diez años, no se conturbó. Algunos días después, el padre la hizo salir de la prisión y mando atarla a una rueda algo elevada sobre el suelo, la cual fue rociada de aceite por todos sus lados; y debajo de la misma mando el tirano encender una gran hoguera, a fin de que, al dar vueltas la rueda, el cuerpo de aquella inocente criatura sufriese a la vez doble suplicio. Pero un gran milagro impidió que se lograse el efecto: el fuego respetó la pureza de la virgen, no causando ningún daño al cuerpo; antes al contrario, el fuego se revolvía contra los idólatras, y abraso en sus llamas a un considerable número de ellos. Al ver el padre aquellos prodigios, faltóle poco para morir de despecho. No pudiendo aguantar aquella afrenta, y viéndose impotente para llevar a cabo la venganza que intentaba, condujo nuevamente a su hija a la cárcel; mas tampoco allí le faltó auxilio: un ángel bajó al calabozo para consolarla y curar todas sus llagas. El enviado de Dios le comunicó nuevas fuerzas. Habiendo llegado a conocimiento de aquel padre desnaturalizado este nuevo milagro, resolvió ordenar una última tentativa. Mandó al verdugo que atase una piedra al cuello de su hija, y la arrojase al lago. Más Dios, que supo preservarla de las llamas, la libró también de las aguas: el mismo Ángel que la había asistido en la prisión la acompaño sobre el agua y la condujo tranquilamente hasta la orilla, donde la encontraron tan sana como antes de arrojarla al lago. Viendo el padre que todo cuanto ordenaba para hacerla sufrir de nada le servía, murió de rabia. Dión, que fue su sucesor en el gobierno de la ciudad, le sucedió también en fiereza. Creyó deber suyo vengar la muerte de su antecesor, de la cual tenía a la hija por única causante. Inventó mil suertes de tormentos contra aquella virgen inocente; pero el más cruel fue obligarla a acostarse en una especie de cuna llena de aceite hirviendo mezclado con pez. Más la santa joven, a quién Dios se complacía en proteger para confusión de los tiranos, hizo que, con sólo la señal de la cruz, aquella materia perdiese su fuerza. Burlándose la niña, en cierta manera, del fracaso de sus verdugos, les dijo que la habían colocado en aquella cuna cual un niño acabado de bautizar. Aquellos aborrecibles ministros de Satán estaban llenos de indignación al ver que una niña de diez años triunfaba de todos sus esfuerzos; en su furor, aquellos bárbaros infames, olvidando el respeto que debían al pudor y a la modestia de aquella virgen, le cortaron los cabellos; la desnudaron, y, en aquel deplorable estado, la arrastraron a un templo pagano para forzarla a ofrecer incienso al demonio mas, al entrar en el templo, el ídolo cayó hecho añicos, y el tirano quedó muerto de repente. La multitud de idólatras que presenció tan extraordinario hecho se convirtió casi en masa, llegando hasta tres mil los que abrazaron la fe cristiana. Entonces aquella santa niña pasó a manos de un tercer verdugo llamado Justino. Aquel tirano tomó también a pechos el vengar la muerte y el deshonor de su antecesor, agotando todo lo que su rabia pudo inspirarle para atormentar a la niña. Comenzó por mandar que fuese arrojada a un horno ardiendo, a fin de hacerla perecer abrasada; más Nuestro Señor, obrando un nuevo milagro, permitió que las llamas no la dañasen, y la virgen permaneció allí cinco días sin padecer en lo más mínimo. Entonces, viendo los hombres que su malicia resultaba impotente; recurrieron al demonio, valiéndose para ello de un mago que echó en la cárcel de la niña gran número de horribles serpientes, pensando que no escaparía a la fuerza del veneno de aquellas bestias; pero aquel diabólico manejo, sólo sirvió para poner de relieve la gloria de la virgen, que triunfó de los animales, como antes triunfara de la rabia de los hombres. Le fue cortada la lengua, mas aun así se expresaba mejor, y cantaba con mayores fuerzas las alabanzas al Dios que adoraba. Finalmente, no sabiendo a que tormento recurrir, mandó al verdugo atarla a un poste en donde su cuerpo fue agujereado a flechazos, hasta que su alma salió del cuerpo para ir a gozar de la presencia de Dios, recompensa que tan bien había sabido merecer. Decidme, ¿comprendía aquella niña la excelencia y valor de su alma? ¿Estaba penetrada de lo que debía hacer por conservarla, a costa de sus bienes, de sus gustos y de su misma vida? ¡Ah!, una vez comprendido lo que vale nuestra alma, la estimación en que Dios la tiene, ¿podremos dejarla perecer cual hacemos ahora? No, no debe ya admirarnos que Jesucristo haya derramado tantas lágrimas por la pérdida de nuestra alma. 

Pero, pensareis vosotros, ¿sobre que cosas lloró, pues, Jesucristo?. Lloró sobre nuestro orgullo, al ver que sólo nos preocupamos de los honores y de la estimación del mundo, en vez de anonadarnos considerando las grandes humillaciones a que Dios se sometió para nuestro encumbramiento: lloró sobre nuestros odios y venganzas, que contrastan con la manera cómo obró, al morir por sus enemigos; lloró sobre nuestro infame vicio de la impureza, al ver la deshonra que produce este pecado en el alma, sumiéndola en el más inmundo e infecto lodazal. Jesús lloró sobre todos nuestros pecados, Él quería salvarnos y hacernos felices a todos, Él no quería que almas tan hermosas, criaturas suyas, se perdiesen ni quedasen sumidas en la deshonra y reducidas a la esclavitud del demonio, estando dotadas de tan bellas cualidades, y destinadas a tan excelsa felicidad. 

III.-Nos dice San Agustín (Serm. CCX, in Quadrag. VI, cap. IV.): «¿Queréis saber lo que vale vuestra alma?. Id, preguntádselo al demonio, el os lo dirá. El demonio tiene en tanto a nuestra alma, que, aunque viviésemos cuatro mil años, si después de esos cuatro mil años de tentaciones nos ganase, tendría por muy bien empleado su trabajo». Aquel santo varón que de una manera tan particular había sufrido las tentaciones del demonio, nos dice que nuestra vida es una tentación continuada. El mismo demonio, dijo un día por boca de un poseso que, en tanto hubiese un sólo hombre sobre la tierra, él estaría allí para tentarle. Puesto que, decía, no puedo soportar que los cristianos, después de tantos pecados, puedan aun esperar el cielo que yo perdí de una sola vez, sin poder reconquistarlo jamás. 

Pero ¡ay!, sí, lo podemos experimentar en nosotros mismos el hecho de que en casi todos nuestros actos nos hallamos tentados, ya de orgullo, ya de vanidad, ya pensando en la opinión que los demás formarán de nosotros, ya concibiendo celos, odios, deseo de venganza... otras veces el demonio se nos acerca para presentarnos las imágenes más inmundas e impuras. Mirad cómo al orar, agita nuestro espíritu llevándolo de una parte a otra... Y aún más, desde Adán hasta nosotros, no hallareis santo alguno que de una u otra manera no haya sido tentado; y los más grandes santos fueron precisamente los que experimentaron mayores tentaciones. El mismo Jesucristo quiso ser tentado, para darnos a entender que también nosotros lo seríamos: es necesario, pues, atenernos a ello. Si me preguntáis cual es la causa de nuestras tentaciones, os responderé que es la hermosura y el valor de nuestra alma, a la cual el demonio aprecia y apetece tanto, que se conformaría con sufrir dos infiernos, si fuese preciso, con tal de poderla arrastrar a compartir sus penas. Jamás, pues, dejemos de permanecer en guardia, por temor de que, en el momento menos pensado, el demonio nos engañe. Cuéntanos San Francisco que un día el Señor le hizo ver la manera cómo el demonio tentaba a sus religiosos, sobre todo contra la virtud de la pureza. Vio una multitud de demonios que se entretenían arrojando flechas contra aquellos religiosos; unas retornaban violentamente contra los mismos demonios que las arrojaran: entonces estos huían dando tremendos alaridos; otras, al dar contra aquellos a quienes iban dirigidas, caían a sus pies sin causarles daño alguno; otras penetraban enteras y los atravesaban de parte a parte. Para rechazar las tentaciones; nos dice San Antonio, hemos de servirnos de las mismas armas: así, cuando nos tienta con el orgullo, debemos al momento humillarnos y rebajarnos ante Dios; si quiere tentarnos contra la santa virtud de la pureza, debemos esforzarnos en mortificar el cuerpo y los sentidos, vigilándonos con más diligencia que nunca. Si quiere tentarnos por medio del fastidio en la hora de la oración, deberemos redoblar esta y poner atención más diligente; y cuanto más el demonio nos induzca a dejar las oraciones de costumbre, mayor número de ellas habremos de rezar. 

Las tentaciones más temibles son aquellas de las cuales no nos damos cuenta. Refiere San Gregorio que había un religioso que durante algún tiempo fue muy bueno; un día concibió el deseo de salir del monasterio y volver al mundo, diciendo que el Señor le quería fuera de aquel monasterio. El superior le dijo: «Amigo mío, esto es el demonio que se enoja de que logréis salvar el alma; combatid contra él». No dándose el otro por convencido, el superior le dio permiso para marcharse; pero, al salir del monasterio, el santo se puso de rodillas para pedir a Dios que hiciese conocer al pobre religioso que todo aquello no eran sino asechanzas del demonio empeñado en perderle. Apenas puso el pie en el umbral de la puerta para salir, un espantoso dragón se le echo encima. «¡Socorro, hermanos míos, exclamo, que viene un gran dragón a devorarme!». Los religiosos, al oír aquel ruido, acudieron a ver que sucedía, y hallaron al religioso tendido en tierra casi muerto; le condujeron al monasterio, y entonces el infeliz reconoció verdaderamente que todo aquello eran sólo tentaciones del demonio que moría de rabia al ver que su superior había rogado por él y le impedía ganar aquella alma. ¡Ay!, ¡cuanto hemos de temer que no lleguemos a conocer nuestras tentaciones!. Y si no se lo pedimos a Dios, nunca las conoceremos. 

¿Que hemos de sacar de todo esto, si no es que nuestra alma es algo muy grande a los ojos del demonio, toda vez que esta tan atento a no dejar perder ocasión de tentarnos, a fin de perdernos y arrastrarnos a compartir su desgracia? Mas si, por una parte, hemos visto como nuestra alma es algo grande, cuanto la ama Dios, cuanto padeció para salvarla, los bienes que le prepara en la otra vida ; y por otra parte, hemos visto todas las astucias y lazos que el demonio nos tiende para perderla, ¿que habremos de pensar de todo esto?. ¿Que estima haremos de nuestra alma? ¿Que precauciones tomaremos por ella?. ¿Hemos pensado siquiera una vez en su excelencia y en los cuidados que respecto a ella debemos tener? 

¿Que hacemos de esa alma que tanto ha costado a Jesucristo? ¡Que es cómo si la tuviésemos únicamente para hacerla desgraciada y causarle sufrimientos!... La consideramos menos estimable que los más viles animales; a las bestias que tenemos en la cuadra, les damos de comer; cuidamos muy bien de cerrar las puertas a fin de que los ladrones no nos las roben; cuando están enfermas, acudimos pronto en busca del veterinario para que las cure; a veces hasta nos sentimos conmovidos viéndolas sufrir. Y esto ¿lo hacemos por nuestra alma? ¿Nos preocupamos de alimentarla con la gracia, o mediante la frecuencia de sacramentos? ¿Cuidamos de cerrar las puertas para que los ladrones no nos la roben? ¡Ay!, confesémoslo para nuestra vergüenza, la dejamos perecer de miseria; dejamos que nuestros enemigos, que son las pasiones, la desgarren; dejamos abiertas todas las puertas; llega el demonio del orgullo, y le permitimos entrar para asesinar y devorar a la pobre alma; llega el de la impureza, y también entra, para ensuciarla y corromperla. «Pobre alma, nos dice San Agustín, en muy poca estima eres tenida. El orgulloso te vende por un pensamiento de soberbia, el avaro por un pedazo de tierra, el beodo por un vaso de vino, el vengativo por un pensamiento de venganza!». 

Realmente, ¿donde están nuestras oraciones hechas, nuestras comuniones devotas, nuestras misas santamente oídas, nuestra resignación y conformidad con la voluntad de Dios en las penas, nuestra caridad con los enemigos? ¿Será posible que hagamos tan poco caso de un alma tan bella, a la cual Dios amó más que a si mismo, pues murió por salvarla? ¡Ay!, amamos al mundo y sus placeres; en cambio, todo cuando se refiere a la gloria de Dios o a la salvación del alma, nos enoja y nos fastidia y llegamos hasta a quejarnos cuando nos vemos forzados a ejecutarlo. ¡Cual será nuestro remordimiento otro día! ... En apariencia, parece que el mundo nos proporciona algún placer, pero nos equivocamos. Escuchad lo que nos dice San Juan Crisóstomo, y veréis cómo es más feliz el que se preocupa de salvarse, que el que sólo corre en busca de los placeres y deja abandonada su pobre alma. «Mientras dormía, nos dice este gran Santo, tuve un sueño muy singular, el cual, al despertarme, me ofreció muchos motivos de reflexión y meditación delante de Dios. En aquel sueño, vi un paraje delicioso, un valle agradable, en el cual la naturaleza había reunido todas las bellezas, todas las riquezas y todos los placeres capaces de complacer a un mortal. Lo que más me admiró, fue ver en medio de aquel valle de delicias a un hombre con el semblante triste, el rostro alterado y el espíritu preocupado; por su talante se adivinaba la turbación y la emoción de su alma: unas veces permanecía inmóvil; mirando fijamente al suelo, otras andaba a grandes pasos, con aire extraviado; otras se paraba repentinamente, exhalando profundos suspiros; sumiéndose en honda melancolía, rayana en la desesperación. Contemplando todo aquello atentamente, vi que aquel valle de delicias terminaba en un espantoso precipicio, en una sima inmensa hacia donde parecía verse aquel hombre arrastrado por una fuerza extraña. A pesar de tantas delicias, aquel hombre se mostraba agitado, pues, a la vista de aquellos abismos, le era imposible disfrutar un sólo momento de paz y de alegría. Más, dirigiendo mi vista hacia lo lejos, vi otro lugar de aspecto totalmente distinto del valle que os he descrito: era un valle sombrío y oscuro, formado por abruptas montañas y estériles desiertos; la sequedad mas desoladora dominaba enteramente en aquellos parajes; nada de vegetación ni de frondosidad, sólo zarzas y espinas; todo inspiraba tristeza, desolación, horror. Pero fue grande mi sorpresa cuando divisé en aquel valle a un hombre pálido, enjuto, extenuado, y sin embargo, con el rostro sereno, el aspecto tranquilo y el aire satisfecho; a pesar de la apariencia exterior no muy gallarda, todo hacía adivinar que se trataba de un hombre que disfrutaba de la paz del alma; pero, mirando aún más a lo lejos, vi, al extremo de aquel valle de miserias y de aquel horroroso desierto, un sitio delicioso, un agradable rincón donde se descubría toda suerte de bellezas. El hombre contemplaba sin cesar aquel extremo sin perderlo jamás de vista, andaba con decisión, sin detenerse ante los estorbos de las zarzas y espinas que a veces llegaban a herir sus carnes; las llagas parecían avivar sus fuerzas. Admirado al ver todo aquello, pregunté por qué causa el uno estaba tan triste en un lugar de placeres y el otro tan tranquilo en una mansión de miserias. Entonces oí una voz que dijo: «Estos dos hombres son, respectivamente, la imagen de aquellos que están enteramente entregados al mundo, y de los que se consagran sinceramente al servicio de Dios. El mundo, me dijo aquella voz, ofrece desde el primer momento a sus seguidores la riqueza y el placer, a lo menos en apariencia: los incautos se entregan a ellos inconsiderablemente; pero pronto han de reconocer que no hallaron lo que pensaban. Lo más triste y desalentador es que al final se encuentran indefectiblemente con un abismo donde van a precipitarse cuántos andan por aquella senda en apariencia tan agradable. El otro, continuó la voz, experimenta en si mismo todo lo contrario: y es que, en el servicio de Dios, háyanse ante todo pruebas y penalidades, debe habitarse en un valle de lágrimas; hay que mortificarse, hacerse violencia, privarse de las dulzuras de la vida, pasar los días en grande apretura. Pero el espíritu se anima ante la vista y la esperanza de un porvenir enteramente feliz; dura es la vida del hombre que mora en aquel valle triste, más el pensamiento de la felicidad que le aguarda le consuela y le sostiene en todas sus luchas. Todo es consolador para el, y su alma comienza ya a gustar de los bienes prometidos que le esperan y de los cuales pronto gozará eternamente». 

¿Podemos hallar una comparación más exacta y natural para comprender la diferencia entre los que durante su vida sólo procuran servir a Dios y salvar su alma y los que dejan de lado a su Dios y a su alma, para correr tras los placeres, que conducen, sin dejarnos gozar de nada consolador y perfecto, a un precipicio que no es otro que el abismo infernal? (Prov., XIV, 12, 13.). ¡Dichoso el que seguirá aquel camino donde hay algunas penas, de poca duración, pero que al fin nos conduce a un lugar tan dichoso cual es aquel donde se goza de la posesión de Dios!. 

San Juan Bta. Mª Vianney (Cura de Ars) 

jueves, 9 de agosto de 2012

VIVIR SEGÚN LA VERDAD - MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE



...Vivir en la Verdad!!!  

(...)
El error

Aquel que se forja su propia verdad, vive en la ilusión, en un mundo imaginario; crea en su espíritu una película de pensamientos que no tiene más que las apariencias de la realidad. Vivir en lo irreal y, sobre todo, esforzarse en poner en práctica concepciones creadas en su totalidad por un espíritu imaginativo es, ¡desgraciadamente!, la fuente de todos los males de la humanidad. La corrupción de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres... el escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Ellos se difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros.

Deber de denunciar los errores

Por eso el deber más urgente de sus pastores – que deben enseñarles la verdad – es diagnosticarles las enfermedades del espíritu, que son los errores. La Iglesia no deja de enseñar la verdad y de señalar, por eso mismo, el error. Pero, ¡desgraciadamente!, hay que reconocer que muchos espíritus, aun entre los fieles, o no se preocupan de instruirse de las verdades o cierran los oídos a las advertencias. Y, ¿cómo no deplorar – como lo hacía ya San Pablo – que algunos de aquellos que han recibido la misión de predicar la verdad no tienen más el ánimo de proclamarla, o la presentan de manera tan equívoca que no se sabe más donde se encuentra el límite entre la verdad y el error?

Quisiéramos señalarles, queridos fieles, en las breves consideraciones que siguen, el peligro de algunas tendencias, a fin de que las eviten cuidadosamente; y, si las reconocieran como suyas, tengan la virtud y el coraje de renunciar a ellas buscando la verdadera luz donde se da con toda su pureza.

Lenguaje equívoco

Antes de denunciar algunas orientaciones de pensamiento, queremos advertirles sobre la manera de expresar estas orientaciones por aquellos que las profesan.

Se puede decir que existe hoy una cierta literatura religiosa – o que pretende ocuparse de religión – que tiene el talento de emplear palabras equívocas o forjar neologismos, de tal manera que no se sabe más a ciencia cierta lo que quieren decir. Los que escriben o hablan de esta manera esperan mantener la aprobación de la Iglesia, al mismo tiempo que dar satisfacción a aquellos que están fuera de la Iglesia o que la persiguen.

Así, en los términos

libertad, humanismo, civilización, socialismo, paternalismo, colectivismo – y podrían agregarse muchos otros – se llega a afirmar lo contrario de lo que significan esas palabras. Se evita definirlas, dar precisiones necesarias, e incluso se las define de manera nueva y personal, de tal modo que uno se encuentra lejos de la definición usual, mediante lo cual se satisface a aquellos que dan a estas palabras su verdadero sentido y se disculpa el darles otro sentido. Esta concepción del lenguaje es la señal de la corrupción de los pensamientos y, quizás en algunos, de una real cobardía. Es además la señal de los espíritus débiles, que temen la luz y la claridad.

¡Cuán numerosos son aquéllos que emplean un lenguaje al cual nos han acostumbrado los comunistas y que, sin embargo, se resisten a abrazar su doctrina!

Peligro de la actitud ambigua

Esta manera de expresarse y de pensar proviene quizás de un buen sentimiento: aquél de llegar a todo precio a un entendimiento con aquéllos que están alejados de la Iglesia.

En lugar de buscar las causas profundas de este alejamiento y de otorgar a los medios queridos por Nuestro Señor su plena eficacia, estos espíritus, bien intencionados pero ignorantes de la verdadera doctrina de la Iglesia, se esfuerzan en reducir las distancias – tanto doctrinales como morales y sociales – entre la Iglesia y los que la desconocen o la combaten. A fin de aproximarse aun más a estos alejados, se considera un deber afirmar y amplificar con ellos todo lo que en la Iglesia les parece reprensible. En eso no dudarán en hacer coro a los enemigos de la Iglesia.

Haciendo así, se ilusionan totalmente sobre el resultado de su acción: no hacen más que consolidar en su error a los que son ignorantes u opuestos a la Iglesia, y no dan a las almas la verdadera luz, Nuestro Señor Jesucristo y su obra de predilección, la Iglesia.

Ahora bien: aquellos que no ven, aspiran íntimamente a la luz y quedan ellos mismos sorprendidos de ver abundar en su sentido a aquellos que normalmente tendrían que oponerse a sus concepciones.  

(...)

Ojalá estas páginas les hagan entender mejor, queridísimos diocesanos, que el verdadero y más seguro medio de ser caritativos y hacer algún bien alrededor suyo, es que se muestren totalmente cristianos, que Jesucristo se manifieste en ustedes y por ustedes, en sus palabras, en sus acciones, en toda su vida.

Que la Virgen María los ayude en todas las circunstancias a llevar a Jesús en ustedes y a comunicarlo a las almas.

Es nuestro deseo más ardiente.

Monseñor Marcel Lefebvre
(Carta pastoral, Dakar, 26 de marzo de 1961) 

Enviado por el P. Cardozo