lunes, 31 de marzo de 2014

PROFECÍA DE SAN ÁNGELO


Profecía de San Ángelo, mártir. 

Esta profecía está copiada de la Vida de San Angelo, Mártir, de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, libro escrito en 1227 por Enoch, testigo ocular. La profecía, diálogo entre Jesucristo y el Santo, es del cap. XV y dice lo siguiente: 

«—SAN ANGELO. Señor, tened piedad de vuestra Iglesia y apartad de vuestro pueblo los rayos de vuestra cólera. Por él moristeis con clemencia y lo rescatasteis derramando vuestra preciosa sangre; suscitad ya, Señor, un Enviado que liberte vuestra Ciudad Santa y la arranque de la servidumbre en que la tienen sus enemigos. 

«—JESUCRISTO. Cuando mi pueblo se arrepienta y siga mi camino, cuando abrace la justicia y la observe, aparecerá mi enviado, el cual libertará mi Iglesia, restablecerá la paz y será en todas las naciones el consuelo de los justos. 

«—SAN ANGELO. ¿Quién será, Señor, este Libertador de vuestra Ciudad?

«—JESUCRISTO. Aparecerá un Rey de la antigua raza de los reyes de Francia, hombre de insigne piedad para con su Dios. Será honrado de los príncipes cristianos y en todo se sacrificará por la Fe Católica, y su poder se extenderá muy lejos por mar y por tierra. Entonces, salvada la Iglesia como de una destrucción cierta, se unirá este Rey con el Pontífice Romano y le sostendrá. El error será destruido entre los cristianos, y la Iglesia recobrará el esplendor tan deseado por los buenos. Reunirá este Rey un ejército, al que se unirán espontáneamente muchos guerreros, y juntos se lanzaran al combate por la gloria de mi Nombre. El amor de la Cruz, de que estarán poseídos, les hará obtener muchos trofeos, cuyo esplendor se elevará hasta el cielo. El Monarca equipará enseguida una armada naval, pasará los mares, y devolverá á la Iglesia los países que ésta había perdido. Librará á Jerusalén». 

Esto dicho, Jesucristo desapareció de los ojos del Santo, en el seno de una nube resplandeciente.

Apología del Gran Monarca
P. José Domingo María Corbató

domingo, 30 de marzo de 2014

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 21


LA FURIA DE UN JUDIO 

Año 1290, París Francia 

En París, calle de los Jardines, hoy de las Billetes, sucedió, bajo el reinado de Felipe el Hermoso, que apremiada una cristiana por la necesidad, empeñó sus mejores prendas de vestir en casa de un judío llamado Jonatás. 

Acercándose el tiempo de cumplir con el precepto Pascual, y queriendo ella comulgar, rogó al usurero tuviese a bien entregarle las ropas para este acto. Consintió el judío en devolverle las ropas, y además el precio que ella le debía, con la condición de que le trajera la sagrada Forma que recibiese en el altar. La desventurada mujer prometió hacerlo, y lo cumplió. 

A la vista de la sacrosanta Hostia comienza el judío a enfurecerse, la hiere con un cuchillo varias veces y saltan de ella borbotones de sangre. En vano le ruegan su mujer y sus hijos aterrorizados, que se detenga; porque poniéndose cada vez más furioso la clava en la pared, la maltrata con azotes y la hiere con una lanza. 

Arrójala al fuego, y la sagrada Hostia se eleva, y sube y baja por encima de las llamas sin deshacerse; cógela desesperado él, la echa en una caldera de agua hirviendo, pero el agua toda se pone de color sangre, la sagrada Hostia sale de la caldera, entonces se aparece Jesucristo allí, tal como esta cuando los judíos le pusieron en la cruz. Acabó por llenar de espanto este espectáculo al desventurado, que huyó, como loco frenético, de la vista de Jesucristo, y se fue a ocultar en lo más escondido de la casa.

Pero su hijo, muy niño aún, que había estado presente a esta escena, salió a la puerta de la calle, y como tañesen a Misa en una iglesia cercana, se puso decir a la gente que acudía a ella: "No vayáis ya vuestra iglesia; ya no está allí vuestro Dios, porque acaba mi padre de matarle!" 

Entró la gente en aquella casa, y como viese la sangre de que estaban manchados todos los muebles de ella, se postró en presencia de la Hostia sacrosanta, que echando sangre, vino a depositarse ella misma en un vaso que tenía una devota mujer, la cual la llevó inmediatamente a la iglesia más próxima, que era de San Juan de Greve, en donde se conservó tan maravillosa Forma por espacio de cuatrocientos años. 

La causa de este milagro se instruyó por el Arzobipo de París, Simón de Bucy, y la capilla de las Billetes se edificó sobre el solar de la casa del sacrílego judío. Hay tres Bulas Pontificias que atestiguan la realidad de tan prodigioso suceso. 

(Rohrbacher, His. Eccl. —P. Coubé, S. J., La Comunión semanal, Ap. n° 3, p. 164)

P. Manuel Traval y Roset

sábado, 29 de marzo de 2014

DICHOS DE SANTOS


"A fuerza de ver todo, 
terminan por aceptar todo, 
y a fuerza de soportar todo, 
terminan por aprobarlo"

San Agustín

viernes, 28 de marzo de 2014

OTRO “LOGRO” DE FRANCISCO Y SU CONTRAIGLESIA


Bautizarán en la Catedral a la hija de dos madres


Las dos gravísimas pecadoras públicas recibirán además la Confirmación (¿para que sigan pecando?). La abominación de la desolación de la iglesia conciliar no católica. Por sus frutos los conoceréis.



El próximo sábado 5 de abril, Umma Azul será bautizada en la Catedral y la presidenta Cristina Fernández sería la madrina.

Se trata de la hija de Karina Villarroel y Soledad Ortiz, las dos cordobesas que contrajeron matrimonio hace poco más de un año y en torno a las cuales se desató una polémica por el pedido de licencia en la Policía de la Provincia por parte de la primera.

La ceremonia será más que especial: Cristina Fernández habría accedido al pedido de las mujeres, que agradecen la ley de matrimonio igualitario en el país por el que pudieron instituirse en familia de manera legal.

Este diario intentó confirmar el madrinazgo en Documentación Presidencial, de Casa Rosada, sin obtener respuesta. “La semana pasada me hablaron de Anses, porque me estaba buscando desde ‘madrinaje presidencial’ y no me podían contactar”, contó Karina. “Al otro día me hablaron de Presidencia para saber cuándo iba a ser el bautismo, porque querían participar. Es que somos la primera familia homoparental que bautiza a una hija”, agregó emocionada.

Karina y Soledad tuvieron que pedir la autorización del Arzobispado. “Tuve una audiencia con el monseñor Carlos Ñáñez para que diera la orden y me confirmó que en la Catedral no habrá ningún problema”, explicó. El párroco Carlos Varas presidirá la ceremonia.

Las dos mujeres tomarán la confirmación el mismo día y a las 10.30 será el bautismo de Umma Azul, que tendrá un padrino amigo de la familia y dos madrinas, la presidenta y una amiga. “Queremos que tenga una madrina en Córdoba también. No creo que Cristina venga para los cumpleaños”, dijo Karina entre risas.

“Pedimos que la presidenta fuera madrina como una forma de agradecerle. Fue gracias a ella que nosotras nos pudimos casar y hoy podemos tener una bebé con los mismos derechos que el resto de los niños”, agregó emocionada.

La Catedral celebra los bautismos los días domingos, pero el de Umma Azul será un sábado. “Va a ser solamente el bautismo de la nena, por si viene la presidenta”, explicó Karina. “¡Si viene ella nos morimos!”, reconoció.

Sigue la lucha
En tanto, Karina, perteneciente a la fuerza policial de la Provincia, continúa en la lucha luego de que realizara un planteo legal para que se le reconociera la licencia por maternidad de 180 días, pese a no haber sido la madre gestante. Aún continúa con un sumario administrativo y su sueldo está retenido. La Policía aseguró que la mujer hizo abandono de servicio.

Según el recibo
Hasta el mes pasado, en el recibo de sueldo figuraba su baja en trámite. Ahora, dice “en disponibilidad y con retención total de sueldo”, aseguró su esposa, Soledad Ortiz. “Si la vemos a la Presidenta, vamos a contarle acerca de toda esta discriminación”, señalaron.


"Si Bergoglio no hubiese sido Papa hubiera sido más complicado", confiaron finalmente

FRANCISCO: ¿QUIÉN SOY YO PARA JUZGAR?


jueves, 27 de marzo de 2014

LAS VIRTUDES DE SAN PABLO DE LA CRUZ - II


II
ASCETA Y PENITENTE

La generalidad de los mortales, por desgracia, ni conocen ni estiman el valor de la mortificación cristiana para alcanzar la santidad. De ahí la sed de placeres y el loco y desmedido afán de diversiones que hoy devora a la humanidad Y, sin embargo, sin mortificación no puede haber vida espiritual en las almas, ni verdadera imitación de Cristo, Ejemplar de toda santidad.

Pablo de la Cruz, que hizo lema de su vida interior el estar crucificado con Cristo, resulta dechado acabado de cristiana mortificación. Sus asombrosas penitencias, iniciadas en los años de la niñez, y prolongadas rigurosamente durante su vida octogenaria, le colocan al lado de los más grandes penitentes de la humanidad. Dulce, amable y compasivo para los demás, es para sí mismo duro, inflexible y de una austeridad tal que, al punto evocamos el recuerdo de los moradores de la Tebaida.

No cabe duda que muchas de sus austeras penitencias, como decía uno de los más íntimos del Santo, serán conocidas tan sólo en el día del Juicio Final. Pero las que llegaron a conocimiento de sus contemporáneos sobran para catalogarlo entre los ascetas más penitentes de todos los siglos. Si nosotros exponemos en este capítulo las austeridades del Siervo de Dios, no es tanto para proponerlas, al menos en su generalidad, como dignas de imitación, cuanto para que el lector considere hasta dónde puede llegar un alma enamorada de su Dios y de la mortificación cristiana. Y también para que esta consideración sirva de aliento y de estímulo a las almas tibias y apocadas que dudan de abrazarse a una mortificación que a todos urge por ser el abecé de la vida espiritual.

Desde niño, Pablo de la Cruz es un enamorado de la mortificación cristiana. Quizá este hecho contraste con los gustos de quienes vivimos en el siglo XX. Pero siendo un hecho comprobado, nosotros, fieles a la verdad histórica, no podemos pasar por alto o silenciar lo que atestiguan los Procesos de Canonización.

Pablo, siendo niño, entreteje con unas cuerdas una especie de látigo para azotar con él su inocente cuerpo. Compañero de penitencia es también su hermano Juan Bautista. Una noche, los golpes resuenan por toda la casa. Lucas Danei, sorprendido, penetra en la habitación:

—Pero ¿qué hacéis, hijos míos? ¿Queréis mataros?

Desde aquel día, Pablo se oculta aún más para no ser sorprendido en sus primeros ensayos de riguroso ascetismo. Hay noches que no duerme en la cama. En el desván de la casa, sobre el frío pavimento, extiende una manta, y sirviéndole de almohada un haz de leña, entrégase al sueño.

Los viernes, sobre todo. redobla su austera penitencia, y por amor a su Dios Crucificado, bebe amargo brebaje, compuesto de hiel y vinagre.

Ya de joven se entrega a ayunos tan rigurosos que acaban por dejarle en los huesos, semejando un esqueleto ambulante. Días enteros pasa sin tomar alimento ni bebida alguna. En estos días siente, naturalmente, un hambre canina; pero, poco a poco, sobreponiéndose y resistiendo logra vencerla

— ¡Ah! Entonces era yo fuerte y robusto, pero ahora ya no puedo hacerlo; dirá en su ancianidad a Rosa Calabresi.

En su juventud hace voto de privarse de todo gusto superfluo. Voto heroico que cumple fidelisimamente hasta que, ya entrado en años, le es dispensado. Antes de fundar el Instituto de la Pasión, su vida de eremita es el asombro de los que le conocen. Cubre sus carnes con una tosca y negra túnica. En el rigor del invierno camina descalzo. Y con la cabeza descubierta, bajo los rayos de un sol abrasador, recorre los senderos de Italia.

Encerrado por espacio de cuarenta días, en húmedo tugurio, bajo la escalera de la Iglesia parroquial de Castellazo, se alimenta a pan y agua. Y en las ermitas de San Esteban, de Nuestra Señora de la Cadena y de Monte Argentaro, su alimento suele ser hierbas, raíces, fruta silvestre, y, alguna vez que otra, un poco de pan que recibe de la caridad pública. En la ermita de San Antonio tiene por lecho un poco de paja sobre la desnuda tierra. Y es tal el hambre que a veces padece, que se siente desfallecer. Extenuado, recibe un día de limosna dos tortugas. El hambre le acosa. Pero no sabe cómo prepararlas para convertirlas en alimento de su cuerpo desfallecido. Al fin, colócalas sobre unas brasas. Y cuando juzga están ya tostadas, las ingiere sin condimento alguno.

Hasta la edad de los cincuenta y dos años se abstiene de tomar carne, huevos y leche. Si después admite en sus frugales comidas dichos alimentos es porque la Santa Sede mitiga la rigurosa abstinencia que Pablo ha prescrito en la Regla. Mas, así y todo, en el tiempo de Adviento, de Cuaresma y en los miércoles, viernes y sábados de todo el año, Pablo de la Cruz se abstiene de comer carne.

Ir al refectorio a la acostumbrada refección constituye para él un sacrificio. Con gracia suele decir:

—Ahora vayamos a hacer el oficio de los jumentos.

Sentado a la mesa, permanece absorto en altísima contemplación. Y no es raro verlo anegado en lágrimas, las cuales mezcla con el pobre alimento. Si se le presenta bastante cantidad, suplica:

—Por caridad, presentadme menos, si queréis que coma; yo, cuando he tomado la sopa, ya estoy harto. Además, con poco basta, cuando se puede comer un poco de pan.

Si por algún alimento siente predilección es por la fruta. Pero ésta le da ocasión de refrenar el gusto y realizar así continuos sacrificios. Un día de fiesta, hallándose en el convento de Vetralla, reciben los religiosos un cesto de higos. Pablo muestra su contento por el regalo. Pero cuando son presentados en la mesa, el único que los deja en el plato, sin probarlos, es Pablo de la Cruz.

Otra vez, en casa del Sr. Aníbal Tonini, presentan para postre unas peras gordas, frescas y sazonadas. El siervo de Dios, disimuladamente, toma la más verde y comienza a comerla.

—Pero, P. Pablo, si esa pera no está madura. Déjela y tome otra.

—¡Ah!: responde el siervo de Dios. Es verdad. Pero también ésta es buena.

Y sigue comiéndola. Y una vez comida, no quiere probar otra.

Todos los años acostumbra celebrar lo que él llama la Cuaresma de la Virgen, que es privarse de toda clase de frutas durante los cuarenta días que preceden a la fiesta de la Asunción.

Un día es invitado a comer con el General español, Marqués de las Minas. Es tiempo de cuaresma. En la mesa presentan un exquisito plato de guisantes. Los primeros de la temporada. Con ellos se ha preparado un plato apetitoso. Pablo, apenas lo ha probado, interrumpe la comida. El Marqués de las Minas que lo advierte, dícele:

—Pero, P. Pablo, ¿no come usted manjar tan exquisito? El humilde siervo de Dios se excusa humildemente. Y el General español queda altamente edificado de la frugalidad de su santo amigo.

Otra vez le presentan un aperitivo. Después de probado, exclama:

— Excelente! Y alargando luego el plato, dice a su comensal:

—Le suplico se lo coma usted.

—Gracias a Dios, no necesito de tales aperitivos. Tengo buen apetito.

Pero el siervo de Dios insiste:

 —Anímese a ello. Yo no quiero perder tan buena ocasión de hacer un pequeño sacrificio.

Pablo rehusa manjares delicados, contentándose, las más de las veces, con un poco de pan, y en alguna ocasión, algunas frutas. Y para justificar su proceder. argumenta:

—Los antiguos anacoretas, alimentándose de pan, hierbas y frutas silvestres, vivían largos años en los desiertos. Ved cómo la mortificación alarga la vida.

Bajo los rayos de un sol abrasador...

Parco en la comida, lo es también en la bebida. En las comidas toma un poco de vino, por consejo del Capitán Grazi, pero tan aguado que llega a perder el color y el gusto del vino. Fuera de las horas no acostumbra tomar alimento ni bebida alguna, aunque se halle extenuado por las fatigas de las misiones apostólicas. En los últimos años de su vida, por prescripción médica, después de las predicaciones, suele tomar un poco de vino aguado. Pero no pocas veces se le oye decir:

— Estos médicos me matan. El chocolate que toma, también por prescripción médica, quiere que sea ligero.

—Lo tomo así como medicina del cuerpo.

Al comer, permanece absorto en la lectura espiritual que se tiene durante la refección, no dándose cuenta, a veces, de los alimentos que come. Un día, en el convento de San Angel, ordena al cocinero prepare un plato de macarrones. El cocinero obedece. Terminada la comida, encontrándose con el P. Pablo, recibe de éste severa reprensión por no haber cumplido la orden.

—Pero, Padre, ¿qué es lo que ha comido en el refectorio?, dícele el cocinero, justificándose y, a la vez, indicando al Santo Fundador que han sido macarrones lo que se ha servido a la mesa.

San Pablo de la Cruz replica:

 —Tenga paciencia, hermano, y perdone. No recuerdo lo que he comido.

El Santo ejercita dichas mortificaciones con arte, destreza y alegría, que muchos ni siquiera se percatan de aquéllas.

"Quien no sabe refrenar la gula suele repetir tampoco sabe mortificar la carne."

Pero Pablo sabe refrenar la gula y también mortificar la carne con penitencias espantosas, extraordinarias, admirables, aunque no imitables. El sabe por experiencia qué es el frío y la nieve y los aires helados del riguroso invierno, porque muchas veces, aterido, con los pies descalzos, cubierto de una tosca túnica, y mal alimentado, atraviesa los Apeninos envueltos en el blanco turbante de la nieve. Otras, bajo un sol tórrido, descubierta la cabeza, emprende largas jornadas, o predica horas enteras, en descampado, a las multitudes, o en la plaza de Orbetello a la tropa española. Los soldados, por indicación del Santo, cubren sus cabezas con el casco de campaña para defenderse de los rayos solares. Pero el siervo de Dios, por espacio de dos horas, asaetado por los rayos de un sol de mediodía, prosigue la predicación.

No pocas veces, sus pies desnudos van dejando huellas de sangre por los senderos de Italia, por las calzadas romanas y las calles de las ciudades.

En las misiones apostólicas Pablo, heraldo del Divino Crucificado, aparece como la encarnación viviente de la austeridad y de la penitencia. La ruda túnica con que cubre sus carnes, sus pies desnudos, su rostro pálido y demacrado hablan elocuentemente de su riguroso ascetismo. El viaje del Convento al pueblo o ciudad que ha de misionar lo hace siempre a pie y descalzo. Los guijarros del sendero lastiman sus pies y las espinas llegan algunas veces a clavarse en sus delicadas plantas. Si personas caritativas, compadecidas, intentan extraerle las espinas, díceles sonriente:

—Si esto no es nada. ¡Jesús llevaba tantas... y tan punzantes en su sacratísima cabeza!...

Ya en la misión, ante la muchedumbre que le escucha atónita, desnuda sus espaldas, y con instrumentos de afiladas cuchillas descarga golpes tan fieros que la sangre brota en abundancia hasta regar el tablado que le sirve de púlpito.

A la cruel flagelación añade, no pocas veces, el doloroso tormento de la coronación de espinas. La corona que ciñe a sus sienes cuando predica no es mero símbolo o recuerdo de la corona de espinas del Salvador del mundo. También las espinas se clavan en las sienes del siervo de Dios y la sangre que brota de su frente llega a teñir su demacrado rostro, convirtiéndolo en vivo retrato del Divino Nazareno.

Para vencer el sueño que le asalta en las interminables horas del confesonario, aplica a sus brazos cilicios de agudas puntas que le penetran hasta la carne viva.

Los días que misiona algún pueblo o ciudad duerme sobre el desnudo suelo. Y en las horas que le quedan libres, retirado en su habitación, renueva sus sangrientas penitencias; o bien, arrodillado sobre lámina de hierro de aceradas puntas, engólfase en la meditación de su Dios Crucificado.

Sorprendido un día en esta actitud, para despistar al intempestivo visitante, dice a éste, ocultando con disimulo el instrumento de penitencia:

—Ved donde yo estudio mis sermones: a los pies del Crucifijo.

Con tantas y tales mortificaciones no es extraño que Pablo de la Cruz quede en los huesos, y que un personaje, anunciando la próxima llegada de los misioneros, diga al Párroco de la localidad:

—Para uno de ellos puede usted preparar un ataúd.

Pero es en la soledad de Monte Argentaro donde, particularmente, el siervo de Dios sacia su sed de maceraciones. La majestad solemne de los espacios y la inmensidad del mar que, a veces, ruge con horrísonas tormentas a los pies de la montaña, parece como si le invitaran a desgarrar sus carnes y azotar despiadadamente su cuerpo. Oculto en el boscaje, creyendo no ser visto de nadie, disciplinase con un mazo pesadísimo de cadenas hasta verter copiosa sangre. Y ello una, dos y tres veces al día.

Los pastores que llevan a pastar sus rebaños por aquellos contornos le han visto más de una vez con las espaldas ensangrentadas y han contemplado, asombrados, la huella de sangre en la tierra húmeda y fresca de la montaña. Y no ha faltado cazador que, sigilosamente, se ha acercado hasta el Siervo de Dios cuando éste revolcábase desnudo sobre las zarzas y espinos del monte.

Pablo de la Cruz, sobre todo, impónese penitencias espantosas cuando trata de convertir a los pecadores. 

Una noche llama al Convento de Monte Argentaro un bandolero armado hasta los dientes. Es crudo invierno. Los caminos aparecen borrados por la nieve helada. El foragido pide por caridad pasar la noche bajo cubierto. El Siervo de Dios que en los más famosos criminales ve almas redimidas con la sangre de Cristo, le ofrece abrigo y hospedaje. Y trata de convertirlo. Para ello háblale de Dios, de los tormentos de Jesús, del alma y de la otra vida.

El bandido permanece frío, hosco e insensible a las palabras dulces y ardientes del Santo. Aquella alma de bandolero se muestra dura e impermeable a la gracia.

Al amanecer del siguiente día, Pablo sale del Convento y por senda resbaladiza se dirige al estanque que hay junto al camino. El agua está helada. Pero el Siervo de Dios no vacila. Y arrójase al centro de la alberca. Minutos después, el bandolero pasa junto al estanque. Al ver al siervo de Dios sumergido en el agua hasta el cuello, dícele sorprendido:

—Pero ¿qué hace ahí, P. Pablo?

—Penitencia por sus pecados; responde el Santo, tiritando de frío.

Tal respuesta conmueve al bandolero. Y una hora más tarde vuelve éste al buen camino, reconciliándose con Dios.

A Pablo no le espantan los rigores de las más austeras penitencias, si con ellas logra identificarse con su Dios Crucificado y salvar las almas por las cuales padeció y murió en una Cruz el Mártir del Calvario.

No todos los instrumentos de penitencia que empleó el siervo de Dios para macerar su cuerpo se conservan hoy día.

—Ya que me habéis inutilizado a mí, dijo, arrojándolos a un pozo, no quiero que inutilicéis a otros.

Pero los que actualmente se conservan en el Convento de los Santos Juan y Pablo y en otros Retiros de la Congregación, como la cruz de madera forrada con 186 puntas de hierro y las disciplinas de afiladas cuchillas, todavía tintas en sangre, revelan el espíritu austero que animó a uno de los más grandes ascetas y penitentes de todos los siglos.

P. Juan de la Cruz, C.P.

miércoles, 26 de marzo de 2014

MILES DE CUERPOS DE BEBÉS ABORTADOS SON QUEMADOS PARA CALENTAR HOSPITALES EN GRAN BRETAÑA


Alerta Digital

Los cuerpos de miles de bebés que murieron en abortos espontáneos fueron incinerados como desechos clínicos y muchos incluso utilizados como combustible biológico para calentar hospitales en Gran Bretaña, según un reportaje del programa televisivo Dispatches de Channel 4.

La presentadora Amanda Holden -conocida jurado del reality Britain-’s Got Talent- participó en un reportaje sobre lo que ocurre con los restos de los bebés que mueren antes del parto.

Según el reportaje de la cadena británica Channel 4, diez centros del Sistema Nacional de Salud (NHS) británico admitieron haber quemado los restos fetales junto a la basura de los hospitales y dos hospitales utilizaron los cuerpos de los no nacidos en plantas de conversión de residuos en energía para abastecer de calefacción a sus locales.

Aborto16

Ante el anuncio de la difusión de este documental, el Departamento de Salud británico emitió una prohibición inmediata sobre esta práctica, que el ministro de salud Dan Poulter ha considerado “totalmente inaceptable”.

Según la investigación, al menos 15.500 restos fetales fueron incinerados por 27 organismos del NHS en los últimos dos años. El reportaje también denuncia que los padres que sufren la pérdida de un hijo por un aborto espontáneo en las primeras fases del embarazo son tratados a menudo sin compasión y no fueron consultados sobre lo que querían hacer con los restos mortales de sus hijos.

El hospital Addenbrooke de Cambridge, uno de los más importantes del país, incineró los restos de 797 bebés de menos de 13 semanas de gestación en su propia planta de conversión de residuos. A las madres les dijeron los restos de sus hijos habían sido “cremados”.

Lo mismo ocurrió en el hospital de Ipswich, donde una instalación de conversión de residuos en energía operada por un contratista privado, incineró 1.101 restos fetales entre 2011 y 2013. Estos restos fueron traídos de otro hospital.

martes, 25 de marzo de 2014

ORACIÓN DE LOS PADRES POR LOS HIJOS


Oh Señor Dios, que, al llamarnos al matrimonio os habéis dignado hacerlo fecundo, y alegráis con la imagen de vuestra fecundidad infinita este estado en el cual nos habéis puesto, os encomendamos ardientemente nuestros amadísimos hijos. Los ponemos bajo vuestra paternal tutela y omnipotente patrocinio, para que siempre crezcan en vuestro santo temor, lleven una vida profundamente cristiana y sean motivo de consuelo, no sólo para nosotros; que les hemos dado la vida, sino principalmente para Vos, que sois su Creador. 

Mirad, oh Señor, entre qué gentes viven; mirad los solapados alicientes con que los hombres, por medio de sus falaces enseñanzas y malos ejemplos, se esfuerzan en corromper su mente y su corazón. Atended, oh Señor, a su auxilio y a su defensa, y concedednos que, conocedores del gravísimo peligro en que incurrimos ante vuestra divina justicia con el ejemplo de la rectitud de nuestra vida y de nuestras costumbres, y con la perfectísima observancia de vuestra santa ley y la de nuestra santa madre la Iglesia, podamos conducirlos por los senderos de la virtud y de vuestros mandamientos, pues todo nuestro trabajo será estéril si Vos, oh Dios omnipotente y misericordioso, no lo fecundáis con vuestra celestial bendición. 

Esta bendición, pues, es la que confiados en vuestra gran bondad y en los favores que nos habéis concedido, os pedimos de todo corazón, para nosotros y para los hijos que habéis tenido a bien darnos. A Vos, oh Señor, los consagramos; guardadlos como a las niñas de vuestros ojos y protegedlos bajo vuestras alas, y haced que juntamente con ellos podamos ir al cielo, donde os daremos gracias, oh Padre amabilísimo, por el cuidado que habéis tenido de toda nuestra familia y os alabaremos por siglos eternos. Así sea.

(Mis. Rom.)

domingo, 23 de marzo de 2014

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 18


LA MADRE CELESTIAL PREMIA LA VIRTUD

Un caso curioso me viene a la memoria: Una muchacha de veintiún años mantenía relaciones amorosas con un joven de veintitrés años. Y un día me dijo ella, muy apenada, que ese joven no iba ya a verla, por lo que se sentía triste y desesperada. 

Le pregunté cuál fuese el motivo de ese apartamiento del joven de que me hablaba, y entonces me declaró lo siguiente: «Porque él había empezado a molestarme, pretendiendo consintiera algunas libertades que no me gustan; y le dije que hablaba con él porque le creía un hombre formal y respetuoso, y me disgustaban las excesivas libertades entre nosotros, pues yo siempre suspiraba por llegar al matrimonio con un hombre que supiera respetar a la novia hasta ese día. 

»El que yo dijera esto, le disgustó y se fue; y pasa el tiempo y no vuelve. Y esto me entristece y apena, porque, en verdad, yo le quiero mucho, puesto que lo creo bueno en el fondo. 

»—No sé qué hacer, Padre! Aconséjeme...

« Le di una estampa de las tres Avemarías, diciéndole que encomendara su problema de amor a la Santísima Virgen, y no se acostara ningún día sin rezarle las tres Avemarías. 

Pasó algún tiempo, y la muchacha perseveraba en el rezo y la confianza en la Madre de Dios; y un día, estando aquélla pensando precisamente en el joven que la tenía enamorada, se presentó éste en su casa, pidiéndole perdón por su mal comportamiento anterior y prometiéndole que en adelante se portaría como novio que sabe respetar a la novia, y manifestando su deseo y propósito de casarse cuanto antes. 

Ella, contentísima, me visitó, diciendo: «Padre: esto ha sido un prodigio de la práctica de las tres Avemarías. ¡La Virgen me ha escuchado!... ¡Le he contado a él lo ocurrido, y ahora no dejamos los dos de rezar diariamente las tres Avemarías, a la vez que con la natural alegría e ilusión preparamos la celebración de nuestro matrimonio para el mes de agosto de este año»... 

¡Veis ahí otra «pequeña maravilla» de la Santísima Virgen, realizada en favor de quien la invocó con fe y confiadamente rezándole uno y otro día las tres Avemarías!... 

(P. José Eguizábal, S. J. — Iglesia de Santo Domingo, Managua-Nicaragua, 5 de mayo de 1969.) 

(«Los asombrosos frutos de una sencilla devoción»)

jueves, 20 de marzo de 2014

DICHOS DE SANTOS


No faltarán seguramente, los que, midiendo con medida humana las cosas divinas, se esforzarán por ver el sentido de Nuestro pensamiento y lo torcerán con miras terrenas hacia un interés partidario. Mas para atajar la vana esperanza de estos tales, afirmamos con toda verdad, que Nosotros no queremos ser nada, y, con el auxilio de Dios, nada seremos ante la sociedad humana, más que los ministros de Dios de cuya autoridad usamos. Los intereses de Dios son también los Nuestros, en los cuales hemos prometido emplear todas Nuestras fuerzas y aún Nuestra misma vida. Por el cual, si se nos pide una divisa que sea la expresión de Nuestra voluntad, siempre presentaremos esta sola: restaurar todas las cosas en Cristo. 

San Pío X 
Encíclica "E Supremi Apostolatus"

miércoles, 19 de marzo de 2014

CARTA ENCÍCLICA QUAMQUAM PLURIES, DEL PAPA LEÓN XIII, SOBRE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ


QUAMQUAM PLURIES
 Sobre la devoción a San José 

Carta encíclica
 del Papa León XIII
 promulgada el 15 de agosto de 1889

A Nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos y otros Ordinarios, en Paz y Unión con la Sede Apostólica. 

1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante períodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino. 

2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades de este mes, si es posible, con aun mayor piedad y constancia que hasta ahora. Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No, por el contrario creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro predecesor, proclamase, dando su consentimiento al pedido de un gran número de obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las diarias prácticas de piedad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad. 

3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. 

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres. 

De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. 

Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo. 

4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de "Salvador del mundo". Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y al vez brindó grandes servicio al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. 

Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo. 

5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primer instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos. 

6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal, Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá de la mera letra de la ley— disponemos que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada una oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países, consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación. 

7. Como prenda de celestiales favores, y en testimonio de nuestra buena voluntad, impartimos muy afectuosamente en el Señor, a ustedes, Venerables Hermanos, a su clero y a su pueblo, la bendición apostólica. 

Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889, undécimo año de nuestro pontificado.

martes, 18 de marzo de 2014

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 20


SONRISA DE UN ÁNGEL 

Año 1287, Wesel Alemania 

Werner, era un hermoso niño de rostro angelical y mirada de cielo. El encanto de la inocencia se refleja en todo su aspecto; y sobre sus labios vagueaba siempre una dulce sonrisa. 

Huérfano de padre y casada su madre en segundas nupcias con un hombre, cruel e iracundo, que le  maltrataba sin piedad, se vio precisado, contando solo catorce años, a huir del hogar doméstico para sustraerse a la implacable cólera de aquel corazón de tigre. 

Y el pobrecito niño huyó errante, por entre espesos bosques que se extienden desde Baccarac a Saint Wendelin, en la baja Alemania. ¡Solo!... No llevando consigo más que los cristianos consejos que le había dado su amorosa madre, y el candor que reflejaba su mirada azul y profunda como el profundo azul de los cielos. 

¡Dios sabe cuánto padeció el pobre niño en su trabajoso camino! 

Sin embargo, nada era capaz de arredrarle, ni de entristecerle.

Ah! Y ¿por qué ponerse triste si acababa de hacer la primera Comunión?..., ¿si había hospedado al mismo Señor de cielos y tierra dentro de su alma? 

Cuando en medio del cansancio y del hambre que con frecuencia le hostigaba, se sentía el pobrecito desmayar, entonces pensaba en que de nuevo podría recibir el Pan de vida, a su amado Jesús, y jadeante y escuálido, aun se sonreía, se alegraba y animoso proseguía su camino. 

Llegó, por fin, a Wesel, término de su viaje, radiante de jubilo, y se fue al punto hacia una iglesia, ávido de satisfacer sus más puras ansias. 

Logrólo, en efecto, y Werner, falto de comida, de albergue y, sobre todo, de padres, al recibir a Jesús Sacramentado dentro de su pecho, lloró, sí, pero sus lagrimas fueron de alegría; suspiró..., pero con suspiros de ardentísimo amor. 

No en vano consolaba Dios a su fidelísimo siervo de modo tan extraordinario. 

Algunos judíos que, próximos ya a su Pascua. buscaban con avidez una víctima cristiana para hacerla pasto de su odio eterno al Mesías, se incautaron de el con el aparente objeto de darle trabajo en su casa. 

La inocencia es incapaz de suponer en otros el crimen. 

El niño no dudó entregarse en brazos de aquellos que al parecer, intentaban favorecerle. ¡Ah! El, con tal de poder recibir a su buen Jesús en el Sacramento de Amor, ya se creía feliz; por lo demás, un poco de pan duro y unas cuantas pajas por lecho le bastaba para pasar cómodamente la vida. 

La trama estaba urdida. El más horroroso crimen se va ya a consumar. 

Sabedores que Werner había recibido aquella mañana la sagrada Eucaristía, creyeron torpemente que podrían apoderarse de Jesús Sacramentado, y el pobre niño fue conducido a la casa de aquellos malvados judíos para no salir ya más de allí, sino despedazado, por confesar a Cristo en la Hostia sacrosanta. 

En efecto: entrada ya la noche, ruidos siniestros vinieron a turbar su apacible sueño. 

Dos o tres hombres de figura horrible, alumbrados ténuamente por una linterna, bajaron al obscuro cuarto donde él estaba, para arrancar de su pecho el Tesoro de los cielos que por la mañana recibiera. 

—¡Imposible! —contesta el niño apenas despierto, con una energía que revelaba al mártir. 

—¡Imposible! 

¡Pues será a la fuerza! —gritó, con rabia, una de aquellas terribles sombras. 

Y el niño, hincándose de rodillas ante ellos con la sonrisa en los labios y la mirada en el cielo, exclamó: 

—¡Antes, morir despedazado! 

El tormento no se hizo esperar. Desgarraron con azotes su cuerpo virginal; lo colgaron cabeza abajo; lo acuchillaron, lo trituraron. Y en medio de tantos tormentos el niño, ya moribundo, sólo repetía estas palabras: "El Señor que hoy he recibido en mi corazón es el mismo a quien vosotros crucificasteis... Es el Mesías... Es Dios... Le amo y por eso muero". 

Y poco después murió; pero sonriente.., con los brazos en forma de cruz... con la vista fija en el cielo, perdonando a sus crueles enemigos. 

Dios volvió por su fidelísimo siervo. Protegidos por la obscuridad de la noche, salen aquellos pérfidos judíos con el cuerpo del santo mártir, y tomando una barca procuran remontar el Rhin, para ocultar entre las olas la víctima de su crimen. Pero ¡oh prodigio! el mutilado cuerpo en lugar de sumergirse flota sobre las aguas. Con palos y piedras intentan durante varias horas hundirlo. Todo en vano. 

Entretanto los rojizos resplandores del alba anunciaban el nuevo día. ¿Que hacer?... Arrebatan el santo cadáver, y saltando en tierra lo arrojan con grande ira dentro de un pozo, profundo. 

La impunidad parecía triunfar. Sin embargo, la justicia de Dios se cernía sobre sus cabezas, y no tardó en descargar sobre ellas. Una luz vivísima se vio salir al punto del mencionado pozo. Acude la gente, descúbrese la causa, y con gran pompa es extraído el cuerpo del santo mártir para darle gloriosa sepultura. 

Los judíos sufrieron su merecida pena. 

El angelical Werner es Santo, y su nombre figura entre los más finos amantes de Jesús Sacramentado. 

(Bolandistas, Acta Sanctorum, día 19 de abril. —Padre 
Constant, O. P., Les Juifs devant l'Eglise et l'Histoire.)

P. Manuel Traval y Roset