CAPITULO 7
De un medio muy principal para conocerse el hombre a sí mismo y
alcanzar la humildad, que es la consideración de sus
pecados.
Pasemos adelante y cavemos y ahondemos más en nuestro propio
conocimiento, demos otra azadonada ¿Pues hay más que ahondar? ¿Hay
más hondo que la nada? Sí, y aun harto más. ¿Qué? el pecado que vos
añadisteis. ¡Oh, qué cosa tan honda! Muy más hondo es eso que la nada;
porque peor es el pecado que el no ser: y mejor fuera no ser que haber
pecado; y así dijo Cristo nuestro Redentor de Judas porque le había de
vender (Mt.. 26, 24): Más le valiera no haber nacido. No hay lugar tan bajo
ni tan apartado y despreciado en los ojos de Dios entre todo lo que es y no
es, como el hombre que está en pecado mortal, desheredado del Cielo,
enemigo de Dios, sentenciado al infierno para siempre jamás. Y aunque
ahora, por la bondad del Señor, no tengáis conciencia de pecado mortal;
pero así como para conocer nuestra nada nos acordábamos del tiempo que
no teníamos ser así para conocer nuestra bajeza y miseria nos hemos de
acordar del tiempo en que estábamos en pecado. Mirad en cuán miserable
estado estabais cuando delante de los ojos de Dios estábamos feo,
desagradable y enemigo suyo, hijo de ira, obligado a los fuegos eternos; y
despreciados y abajados en el más profundo lugar que pudiereis, muy
despacio; que seguramente podéis errar que por mucho que os despreciéis
y humilléis, no podréis abajar, ni llegar al abismo del desprecio que
merece el que ofendió al infinito bien, que es Dios. No tiene suelo este
negocio, es un abismo profundísimo e infinito; porque hasta que veamos en el Cielo cuán bueno es Dios, no podemos del todo conocer cuán malo
sea el pecado, que es contra Dios, cuanto mal merece quien le comete.
¡Oh! Si anduviésemos en esta consideración, y cavásemos y
ahondásemos en esta mina de nuestros pecados y miserias, ¡cuán humildes
seriamos!, ¡cuán en poco nos tendríamos, y cuán bien recibiríamos el ser
despreciados y desestimados! Quien ha sido traidor a Dios, ¿qué
desprecios no abrazará por amor de Él? Quien trocó a Dios por un antojo y
apetito suyo y por un deleite de un momento, quien ofendió a su Criador y
Señor, y mercería estar en los infiernos para siempre jamás, ¿qué
deshonras, qué injurias, qué afrentas no recibirá de buena voluntad en
recompensa y satisfacción de las ofensas que ha cometido contra la
majestad de Dios? Decía el Profeta David (Sal., 118, 67): Antes que
viniese el azote con que Dios me aflige y me humilla, yo había hecho por
qué; yo ya había delinquido, y por eso callo no me oso quejar, porque todo
es mucho menos de lo que había de ser conforme a mis culpas. No me
habéis castigado, Señor, como yo merecía: que todo es nada cuanto
podemos padecer en esta vida, en comparación de lo que merece un solo
pecado que hubiésemos hecho. ¿No os parece que merece ser deshonrado
y despreciado quien deshonró y despreció a Dios? ¿No os parece que es
razón que sea tenido poco el que tuvo en poco a Dios? ¿No os parece que
la voluntad que se atrevió a ofender a su Criador, que merece que de ahí
adelante jamás se haga cosa que ella pretenda y quiera, en pena de su
grande atrevimiento? Y hay en esto otra cosa particular, que aunque
podemos confiar en la misericordia de Dios, que nos ha perdonado ya
nuestros pecados; pero al fin no tenemos certidumbre de ello. No sabe el
hombre, dice el Sabio (Eccl., 9, I), si le ama Dios o le aborrece. Y San
Pablo decía (I Cor., 4. 4): no me remuerde la conciencia de pecado, mas
no por eso sé si estoy justificado. ¡Y ay de mí si no lo estoy, que aunque
sea religioso, y aunque convierta a otros, poco me aprovechará! Aunque
hable con lenguas de ángeles, dice el Apóstol (I Cor, 13, 1); aunque tenga
don de profecía y sepa todas las ciencias; aunque dé toda mi hacienda a
los pobres, y aunque convierta a todo el mundo, si no tengo caridad, nada
soy y nada me aprovechará! ¡Ay de vos, si no tenéis caridad y gracia de
Dios; nada sois, y menos que nada! Gran medio es para andar uno
humillado y sentir siempre bajamente de sí y tenerse en poco, no saber si
está en gracia o si está en pecado. Sé cierto que ofendí a Dios, y no sé de
cierto si estoy perdonado: ¿quién se atreverá a levantar cabeza? ¿Quién
con esto no andará confundido y humillado debajo de la tierra?
Por esto dice San Gregorio que nos escondió Dios la gracia [porque
tengamos asegurada la gracia de la humildad]. Aunque parece penoso este
temor e incertidumbre en que Dios nos dejó, que no sepamos de cierto si
estamos en su amistad o no; empero fue merced y misericordia suya,
porque nos es esto muy provechoso para alcanzar la humildad, para
conservarla, para no despreciar a nadie por muchos pecados que haya
hecho. ¡Oh, que aquél, aunque haya hecho más pecados que yo, estará ya
perdonado y en gracia de Dios; y yo no sé si lo estoy! Sirve de espuelas
para bien obrar y no nos descuidar, sino siempre andar con temor y
humildad delante de Dios, pidiéndole perdón y misericordia, como nos lo
aconseja el Sabio (Prov., 28, 14): Bienaventurado el varón que siempre
anda con temor. (Eccli., 5, 5): [No te asegures ni vivas sin temor del
pecado perdonado]. Muy eficaz es esta consideración de los pecados para
tenernos en poco y andar siempre humildes y debajo de la tierra, y mucho
hay que cavar y ahondar en ella.
Pues si nos parásemos a considerar los efectos y daños que causó en
nosotros el pecado original, ¡cuán copiosa y abundante oratoria
hallaríamos para humillarnos y tenernos en poco! ¡Cuán estragada quedó
la naturaleza por el pecado!, que así como una piedra con el peso es
inclinada a ir hacia abajo, así por la corrupción del pecado original
tenemos una vivísima inclinación a las cosas de nuestra carne, honra y
provecho; estamos vivísimos a las cosas terrenales que nos tocan, y muy
muertos para el gusto de las cosas espirituales y divinas; manda en
nosotros lo que había de obedecer, y obedece lo que había de mandar, y,
finalmente, estamos tan miserables, que debajo del cuerpo humano y
derecho traemos escondidos apetitos de bestias y corazones encorvados
hacia la tierra. [Malo es el corazón de todos e inescrutable] ¿Quién podrá
conocer la malicia del corazón humano? (Jerem., 17, 9). Cuanto más
cavareis en esa pared, se descubrirán mayores abominaciones, como le fue
mostrado en figura a Ezequiel (8, 8).
Pues si nos ponemos a pensar nuestras culpas presentes, nos
hallaremos muy llenos de ellas, porque eso es lo que tenemos de nuestra
cosecha. ¡Cuán fáciles somos en la lengua; cuán descuidados en la guarda
del corazón; cuán inconstantes en los buenos propósitos; cuán amigos de
nuestro propio interés y regalo, cuán deseosos de cumplir nuestros
apetitos; cuán llenos estamos de amor propio, de propia voluntad y juicio;
cuán vivas tenemos todavía nuestras pasiones; cuán enteras nuestras malas
inclinaciones y cuán fácilmente nos dejamos llevar de ellas!
Dice muy bien San Gregorio, sobre aquellas palabras de Job (13, 25):
[¿Contra una hoja que se la lleva el viento, queréis mostrar vuestro
poder?], que con mucha razón se compara el hombre a la hoja del árbol,
porque así como ésta se trueca y vuelve con cada viento, así el hombre se
vuelve y muda con el viento de las pasiones y tentaciones; unas veces le
turba la ira, otras la vana alegría, otras le lleva tras sí el apetito de la
avaricia y de la ambición, otras el de la lujuria; unas veces le levanta la
soberbia, otras le acobarda y abate el temor desordenado. Y así dijo
también Isaías (64, 6): [Caímos todos como hoja de árbol, y nuestras
maldades nos arrebataron como vientos impetuosos]. Como las hojas de
los árboles son combatidas y caen con los vientos, así nosotros somos
combatidos y derribados con las tentaciones; no tenemos estabilidad ni
firmeza en la virtud ni en los buenos propósitos.
Bien tenemos de qué confundirnos y humillarnos, y no solamente
mirando a nuestros males y pecados, sino mirando a las obras que a
nosotros nos parecen muy buenas, si bien las consideramos y examinamos,
hallaremos harta ocasión materia para humillarnos por las faltas e
imperfecciones que comúnmente mezclamos en ellas, conforme a aquello
del mismo Profeta (I. e): [Venimos a ser todos impuros, y como paño
inmundo todas nuestras buenas obras] si se consideran las imperfecciones que en
ellas solemos hallar; de lo cual dijimos en otra partes, y así no será
menester alargarnos más aquí.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J