VI
La batalla de las Navas de Tolosa
Para la corta descripción que la escasez de espacio
nos permite hacer de esta memorable batalla ganada
por la virtud de la Santa Cruz, creernos del caso ceder
la palabra a los Padre Flórez y Mariana. Dice el primero en su clave historial:
«El Arzobispo de Toledo D. Martín, había hecho una entrada por tierra de los moros, en que salieron éstos maltratados. Para vengar estos daños, pasó á España el Miramamolín
de Africa, Aben Juzeph, que logró algunas ventajas contra el
Rey de Castilla; y lisonjeado del feliz auspicio, volvió al año
siguiente á otra campaña con más crecido número de almohades, árabes y aun etíopes. No bastaba Castilla contra tantos. Castilla y Aragón hicieron treguas con los moros».
«Acabadas las competencias entre los Reyes Católicos, se
acababan también las treguas con los moros, previniéndose unos y otros. Mahomad, hermano de Aben Juzeph, que era ya Miramamolin, juntó tanta multitud de combatientes, que se prometía acabar con cuantos adoraban la Cruz, y hacer luego prisioneros á tres Reyes. Unense los reyes de España; pasa el Arzobispo D. Rodrigo á brindar á los Príncipes cristianos á esta guerra sagrada; trae de Roma la indulgencia de la Santa
Cruzada; crúzanse los caminos de innumerables tropas; previene el Rey Alfonso para los bagages no menos que setenta
mil carros; á las fuerzas se añaden oraciones y ayunos; concurre el Cielo enviando, según se creyó, á San Isidro Labrador
en traje de pastor, para que venza montes de dificultades en
las marchas; llegan en fin á las llanuras de las Navas de Tolosa, donde descubriendo el campo del enemigo, descubrieron
también lo majestuoso y precioso de la tienda del Miramamolin, que sobre lo fuerte del sitio en que estaba sentada, se hallaba circunvalada toda de cadenas y de los más esforzados alfanges de su ejército».
«Alentaron unos y otros á los suyos: el Cielo, dicen algunos, representó á los nuestros en el aire el estandarte del triunfo, que es la Cruz; y á los toques marciales de unos y otros, se siguieron los primeros encuentros, en que prevaleció la fuerza del contrario, para que luego sobresaliese el triunfo de los nuestros. Recóbranse, reúnense, revistense de los últimos esfuerzos, avanzan como debían avanzar, soldados con la lanza y espada, cristianos con la Cruz y el Real Estandarte de María. Caen los bárbaros que no pueden huir; huyen cuantos no llegan á caer; truécase en retaguardia la vanguardia, siguenlos y persiguenlos los nuestros; mueren unos doscientos mil moros, sin que hubiese de parte de los nuestros más pesar, que el que entre tanto ejército sólo murieron por Cristo
veinticinco, dudándose de treinta. Y pasó más allá de la batalla la victoria, pues pasando á Ubeda, que jamás supo ser vencida, fue tomada con muerte de setenta mil moros».
«Otra maravilla, añade el P. Mariana en su historia general de España; que con quedar muerta tan grande muchedumbre de moros, que no se acordaban de mayor, en todo el campo no se vio rastro de sangre, según que lo atestigua el mismo Don Rodrigo. Algunos escriben que ayudó mucho para la victoria la señal de la Cruz que de varios colores se vio en el aire así que querían pelear. Otros refutan esto por no hacer el Arzobispo Don Rodrigo mención de cosa tan grande. Verdad es que todos concuerdan en que Pascual, á la sazón canónigo de Toledo, y que después fue Deán y Arzobispo, con la Cruz y guión que llevaba, como es de costumbre, delante del Arzobispo Don Rodrigo, pasó por los escuadrones de los enemigos dos veces sin recibir algún daño, dado que todos le pretendían herir con sus dardos; y muchas saetas que le tiraban quedaron hincadas en el asta dé la Cruz, cosa que a los nuestros dio mucho ánimo y puso grande espanto en los moros».
Se ve por lo dicho que los buenos historiadores no garantizan el hecho de la aparición de la Cruz en los aires; pero no contradicen la opinión afirmativa, sino que la respetan, pues en realidad se conforma con las reglas críticas. Aunque la aparición de la Cruz no pudiera sostenerse, no por eso la critica católica dejaría de atribuir terminantemente el triunfo á la virtud de la santa Cruz, merced á las oraciones y penitencias arriba indicadas, que en los reinos españoles se hacían públicamente, y á las que se hacían en Roma; de las cuales la Historia. Eclesiástica de D. Vicente Lafuente dice lo que sigue:
«Mientras que los cruzados españoles ganaban las alturas
de Sierra Morena de un modo que se creyó milagroso, el Papa
Inocencio III, cual otro Moisés, elevaba sus brazos al cielo por
el triunfo de aquellos españoles, los cuales iban á combatir
medio millón de musulmanes, que juraba poner la media luna
sobre el templo de San Pedro en Roma y convertirle en establo de sus caballos. En la rogativa que se hizo por el triunfo
de los españoles, el Papa iba a pie descalzo y llevaba en sus
manos el santo madero de la Cruz; se impuso á todos los romanos un día de riguroso ayuno, y el Papa celebró de Pontifical para los hombres en la iglesia de Letrán, mientras que todas las mujeres, sin exceptuar las monjas, asistían á los oficios en la iglesia de la Santa Cruz:
«La Providencia oyó los gemidos del Padre de los fieles y la confianza de los Prelados, y vio con gratos ojos el esfuerzo de aquellos Cruzados, que antes de entrar en acción se habían
purificado con la oración y la penitencia. Sopló el viento de
su ira, y medio millón de musulmanes corrió aguijado de las
picas de los cristianos, favorecidos visiblemente por la protección del cielo. El estandarte del Amir-Anasir fue colocado
como trofeo en el templo mismo de San Pedro en Roma,
donde el bárbaro pensaba enarbolarlo en señal de triunfo, y la
Iglesia de España, en memoria de tan gran suceso, solemniza
el día 16 de Julio el triunfo de la Santa Cruz, en memoria del
que consiguió en las Navas en igual día del año 1212».
APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista
Valencia-Año 1904