PAVOR DE UN NIÑO
Año 1601, Vilueña (España)
En la villa de Vilueña, situada entre los ríos Jiloca y
Mesa, no muy distante de Munébrega, murió el día 8
de noviembre de 1601 D. Pedro de Goñi, marido que
fue de doña Juana de Heredia. El sepelio se anunció
para el anochecer del mismo día.
Llegada la hora, subieron dos niños al campanario
de la iglesia a tocar el entierro, y concluido aquel
piadoso acto, se retiró el pueblo a sus casas. Después
de los últimos toques acostumbrados, se bajaron los
chicos de la torre, y estando todavía en la escalera,
exclamó el uno para intimidar al otro: "¡Qué te coge el
difunto! ¡Qué te coge!" A estas voces, lleno de pavor
el niño, echó a correr, y al pasar por la iglesia dejó la
vela encendida que llevaba en sus manos sobre la
mesa del altar mayor, y no paró en su carrera hasta
salir a la calle.
Cerradas poco después las puertas de la iglesia, la
llama de la vela consumiéndola en breve, regó con sus
despojos los manteles, que así se disponían para
mejor cebo. Se quemaron éstos, y prendiendo el fuego
en el Sagrario y retablo, comenzó a abrasarlo todo,
hasta llegar al hermoso artesonado que adornaba la
techumbre de la iglesia.
Los habitantes de la villa, entregados al sueño,
ignoraban por completo que la iglesia estuviese
ardiendo. Sin embargo, como un vecino de Munébrega se levantara a media noche para el cuidado
de sus caballerías y notase un gran resplandor en el
cielo, quiso escudriñar de dónde procedía, y sorprendido vio que se originaba de las llamas de fuego
que salían del templo parroquial. Al punto dio aviso a
los dormidos vilueños de su desgracia, quienes
descalzos y mal vestidos acudieron presurosos a
apagar el fuego, que lograron atajar después de
esfuerzos inauditos.
Su mayor cuidado fue luego saber si el Santísimo Sacramento se había reducido a pavesas, y por eso,
llenos de fe y devoción, pasaron algunos por medio de
aquella multitud de ascuas, entre los cuales fue uno el
cura don Pedro Colas, quien viendo el Sagrario
quemado, pero cerrado, lo abrió y con gran sorpresa
advirtió había desaparecido el Señor, pues nada
contenía dentro, ni aun la arquilla de plata que
encerraba la sagrada Hostia.
Comenzaron entonces a separar ascuas de ascuas,
apagando por completo aquel volcán, y después de
algún rato, a una distancia de quince pies en línea
recta del tabernáculo, se descubrió la sagrada Eucaristía puesta sobre un ladrillo, y cubierta con el mismo
tafetancillo carmesí que tenía antes por velo.
Alrededor de ella se formó durante el incendio una
como capilla, una vara en alto, de las mismas ascuas,
que parecían adornos de purpúreas rosas, y en el
tafetancillo que cubría la arquilla se habían cebado
tres centellitas que resplandecían como tres menudas
estrellas, sirviendo así de ornato entre tantas flores de
maravillas.
Alegres todos los del pueblo por haber hallado el
Santísimo Sacramento, alabaron y bendijeron a Dios.
dándole infinitas gracias por los prodigios que presenciaban. Abrió la arquilla el cura, y examinadas las
sagradas Formas, se hallaron las seis pequeñas y una
grande, tan blancas e intactas como cuando allí se
depositaron.
Dio el cura aviso de todo lo acontecido al venerable
Obispo de Tarazona, D. Diego de Yepes, quien
ordenó se conservaran hasta que en la visita pastoral
las examinasen. Llegó ésta, después de siete años
que se conservaban incorruptas las sacrosantas
Hostias, y a pesar de tan manifiesto prodigio, tuvo
dicho venerable Prelado por bien el sumirlas en el
santo sacrificio de la Misa.
Solamente se venera hoy día en Vilueña la arquilla
de plata, dichosa concha de aquellas divinas Perlas,
con cuya veneración se obtienen extraordinarios
favores del cielo.
(P. Fr. Roque Faci, Aragón, reino de Cristo y dote da María Santísima.)
P. Manuel Traval y Roset
P. Manuel Traval y Roset