CAPÍTULO 25
Del ejercicio de humildad que tenemos en la Religión.
El bienaventurado San Basilio, prefiriendo y anteponiendo la vida
monástica a la solitaria, una de las razones que de esto da es porque la vida
solitaria, fuera de ser peligrosa, no es tan suficiente para alcanzar las virtudes necesarias como la monástica, por carecer del uso y ejercicio de
ellas. Porque ¿cómo se ejercitará en la humildad el que no tiene alguno a
quien humillarse? Y ¿cómo se ejercitará en la caridad y misericordia quien
no tiene trato ni comunicación con otro? Y cómo se podrá ejercitar en la
paciencia el que no tiene quien le resista a lo que quiere? Pero el religioso
que vive en comunidad tiene gran comodidad para alcanzar todas las
virtudes necesarias, por la ocasión grande que tiene de ejercitarse en todas
ellas: en la humildad, porque tiene a quien se humillar y sujetar; en la
caridad, porque tiene con quien la ejercitar; en la paciencia, porque a quien
trata con tantos nunca le faltan ocasiones para esto; y así podríamos ir
discurriendo por las demás virtudes. Mucho debemos al Señor los
religiosos por la merced tan grande que nos ha hecho en traernos e la
Religión, donde hay tanta disposición y tantos medios para alcanzar la
virtud; al fin es escuela de perfección.
Pero nosotros tenemos en esto particular obligación; porque, fuera de
los medios comunes, nos ha dado otros muy particulares, y especialmente
para alcanzar la virtud de la humildad, y esto de regla y constitución. De
manera, que si guardamos bien nuestras reglas, seremos muy humildes,
porque en ellas tenemos muy bastante ejercicio para ello. Tal es el que nos
pide aquella regla y constitución, tan principal e importante en la
Compañía, que nos manda tengamos toda nuestra conciencia descubierta al
superior, dándole cuenta de todas nuestras tentaciones, pasiones y malas
inclinaciones, y de todos nuestros defectos y miserias; y aunque es verdad
que esto se ordena para otros fines, como diremos en su propio lugar, pero
no hay duda sino que es grande ejercicio de humildad. Tal es también el
que nos pide aquella regla que dice: «Para más aprovecharse en espíritu, y
especialmente para mayor bajeza y humildad propia, deben todos
contentarse que todos los errores y faltas y cualesquiera cosas que se
notaren y supieren suyas sean manifestadas a sus mayores por cualquier
persona que, fuera de confesión, las supiere. Nótese aquella razón que da,
«para mayor bajeza y humildad propia»; porque eso es lo que vamos
diciendo. Si deseáis alcanzar la verdadera humildad, vos os holgaréis de
que todas vuestras faltas sean manifestadas a vuestros mayores. Y así el
buen religioso y humilde, él mismo va a decir sus faltas al superior y pedir
penitencia por ellas, y procura que el primero de quien el superior sepa sus
faltas sea de él mismo.
Y no sólo esto, sino mucho mayor ejercicio de humildad tenemos en
la Compañía, porque públicamente decís vuestras culpas delante de todos,
para que os desprecien y tengan en poco; que ése es el fin de ese ejercicio de humildad, no para que os tengan por humilde y mortificado, porque ése
no sería acto ni ejercicio de humildad, sino de soberbia. Con este mismo
espíritu habéis de tomar y desear las reprensiones, no sólo en particular y
en secreto, sino en público delante de todos, y cuanto es de vuestra parte os
habéis de holgar que se haga aquello muy de veras, y lo sientan así y os
tengan por tal. Y generalmente el uso y ejercicio de todas las penitencias y
manifestaciones exteriores que se usan en la Compañía ayuda mucho para
alcanzar y conservar la verdadera humildad: el besar los pies, el comer
debajo de la mesa o hincado de rodillas, el postrarse a la puerta del
refectorio, etcétera. Si estas cosas se hacen con el espíritu que se han de
hacer, serán de mucho provecho para alcanzar la verdadera humildad y
para conservarla. Cuando os sentáis a comer en el suelo lo habéis de hacer
con un conocimiento interior de vos mismo que no merecéis sentaros a la
mesa con vuestros hermanos; y cuando les besáis los pies, que no merecéis
aun besar la tierra que ellos pisan; y cuando os postráis, que merecéis que
todos os pisen la boca. Y habéis de querer y desear que todos lo sientan
así.
Y sería muy bueno que cuando uno hace estas mortificaciones, se
actuase interiormente en estas consideraciones, como lo hacía aquel santo
monje que estuvo siete años a la puerta del monasterio, de quien dijimos
en el capítulo pasado; porque de esa manera serán ellas de mucho
provecho y engendrarán humildad allá dentro en el corazón. Pero si vos
hacéis esas cosas sin espíritu y solamente exteriormente, serán de poco
provecho; porque, como dice San Pablo (1 Tim., 4, 8). [el ejercicio
corporal para poco vale y poco aprovecha]. Eso es hacer las cosas por
cumplimiento y costumbre, cuando se hace solamente lo exterior, sin
espíritu y sin procurar conseguir el fin que se pretende con ello. Si vos
acabáis de besar los pies a vuestros hermanos y de postraros para que
todos os pisen, y después les habláis palabras ásperas y desabridas, no
viene bien lo uno con lo otro: eso es señal que aquello fue cumplimiento o
hipocresía.
Estos y otros muchos ejercicios de humildad tenemos en la
Compañía, de regla y constitución. Los he querido traer aquí a la memoria,
aunque los apuntamos arriba a otro propósito, para que pongamos los ojos
en ellos, y eso sea en lo que principalmente ejercitemos la humildad.
Porque en lo que el religioso ha de ejercitar y mostrar principalmente la
virtud y mortificación, ha de ser en aquello que es menester para guardar
muy bien las reglas y constituciones de su Religión, porque eso es en lo que
consiste nuestro aprovechamiento y perfección. Y si no tenéis virtud para
poner por obra las cosas de humildad y mortificación a que os obliga vuestra regla e instituto, no hagáis caso de cuanto tenéis. Como podemos
decir también de cualquier cristiano, que lo principal para que tiene
necesidad de humildad y mortificación para guardar la Ley de Dios; y si
para eso no la tiene, poco o nada le aprovechará. Si no tiene humildad y mortificación para confesar una cosa vergonzosa, sino que de vergüenza, o por mejor
decir, de soberbia la deja, y quebranta un mandamiento tan principal, ¿qué
le aprovechará cuanto tuviere e hiciere, pues por sólo eso se condenará?
Así podemos decir en su modo del religioso: Si vos no tenéis humildad
para descubrir al superior vuestra conciencia, y cumplir una regla tan
principal como esa, ¿de qué sirve la humildad y mortificación? Si aún no
podéis sufrir que otro avise de vuestra falta al superior para que os corrija,
¿dónde está vuestra humildad? Si no la tenéis para recibir la reprensión y
la penitencia, y para hacer el oficio bajo y humilde, y para ser incorporado
en el grado que os quisiere poner la Compañía, ¿de qué os sirve la
humildad y la indiferencia, y para qué la quieren los superiores? A este
modo puede especificar cada religioso en las cosas particulares de su
Religión, y cada uno en las particulares que pide su estado y oficio.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.