domingo, 6 de julio de 2025

Oración de San Buenaventura a Jesús Sacramentado

 


Concede que mi alma pueda anhelarte 

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío,
la médula de mi alma con el suavisísimo
y saludabilísimo dardo de tu amor
con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica,
a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte
y en deseo de poseerte: que por Ti suspire,
y desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa;
anhele ser desligado del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de Ti, Pan de los Ángeles,
alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día,
lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y detodo suave deleite. 

Oh Jesús, en quien se desean mirar los Ángeles:
tenga siempre mi corazón hambre de Ti,
y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor.

Tenga siempre sed de Ti, fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia,
río de luz eterna, torrente de delicias,
abundancia de la Casa de Dios.

Que te desee, te busque, te halle;
que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable,
y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre,
con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto,
con perseverancia hasta el fin.

Para que Tú solo seas siempre mi esperanza,
toda mi confianza, mi riqueza
mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad,
mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida,
mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia,
mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente
arraigada mi alma y mi corazón. 

Amén.

domingo, 29 de junio de 2025

domingo, 22 de junio de 2025

La visión del infierno de los pastorcillos de Fátima

 

Ntra. Sra. de Fátima muestra el infierno a los tres pastorcillos.

martes, 17 de junio de 2025

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 24

 


CONVERSION DE BENITA

Cuenta el P. Juan Bonifacio, S. J., que hubo en Florencia una moza llamada Benita, pero no bendita, sino muy perversa, deshonesta y escandalosa. Por dicha suya, llegó a la ciudad el glorioso patriarca Santo Domingo, y ella, por mera curiosidad, quiso ir un día a un sermón que predicaba, en el cual, finalmente, la palabra divina la compungió tanto que, anegada en lágrimas se confesó con el Santo, quien no le impuso más penitencia que rezar el Rosario. Pero la infeliz, vencida del mal hábito contraído, volvió a recaer. Lo supo el Santo, fue a buscarla, y logró que se confesase otra vez, ayudando el Señor por su parte a la firmeza del propósito con una visión en que le descubrió las penas del infierno y ardiendo en él algunos hombres condenados por culpa suya, al mismo tiempo que le puso delante un libro donde estaban escritos todos sus pecados, cosa que la llenó de espanto; pero valiéndose fervorosamente de la protección de la Virgen, vio también que esta Señora le alcanzaba de Dios tiempo para llorar sus liviandades. 

Emprendió, desde luego, una vida muy ajustada; mas como nunca se le apartase de los ojos aquel proceso tan temeroso, empezó un día a decir a la Reina de los Ángeles estas palabras: «Madre amantísima, bien sé que he merecido mil veces el infierno; pero ya que misericordiosamente me habéis concedido espacio de penitencia, voy a pediros otra gracia, aunque no quiero dejar de llorar mis pecados hasta la muerte, y es que dispongáis se borren todos de aquel libro que he visto.» La Virgen Santísima se le apareció, diciéndole que para obtener lo que solicitaba había de tener de allí en adelante memoria continua de sus pecados y de la misericordia que Dios había usado con ella; que se había de acordar frecuentemente de lo mucho que el Señor había padecido por salvarla, y que, en fin, había de pensar cuántos se habían condenado con menos motivo, revelándole la condenación aquel mismo día de un muchacho de ocho años por un solo pecado grave. Obedeció Benita puntualmente, y mereció que al cabo se le apareciese también Jesucristo nuestro Redentor, y que, mostrándole aquel libro, le dijese: «Ya tus delitos quedan borrados y el libro en blanco. Escribe ahora muchos actos de caridad y demás virtudes.» Lo hizo así Benita lo que le restaba de vida; vivió hasta el fin como santa y murió felizmente.

Las Glorias de María
San Alfonso María Ligorio