viernes, 27 de noviembre de 2009

MONSEÑOR LEFEBVRE Y NTRA. SRA. DEL BUEN SUCESO

Monseñor Lefebvre hablo de la Aparición de Ntra. Sra. del Buen Suceso en el sermón de la Consagración de Obispos de 1988.

Aquí les pongo el texto extraído de ese sermón.

"No solamente el Papa León XIII ha profetizado estas cosas, sino Nuestra Señora. Ultimamente, el sacerdote que está encargado del Priorato de Bogotá en Colombia, me ha traído un libro que versa sobre las apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso, que tiene una iglesia, una gran iglesia en Ecuador, en Quito, capital del Ecuador. Estas apariciones a una religiosa, tuvieron lugar en un convento de Quito poco tiempo después del Concilio de Trento, hace pues varios siglos como ustedes ven. Todo esto fue consignado, habiéndose reconocido esta aparición por Roma y por las autoridades eclesiásticas, ya que se construyó una magnífica iglesia para la Virgen, de la que además los historiadores afirman que el rostro de la Virgen había sido terminado milagrosamente: se encontraba el escultor modelando el rostro de la Virgen, cuando se encontró con dicho rostro terminado milagrosamente. Esta Virgen milagrosa es honrada allí con mucha devoción por los fieles del Ecuador y profetizó para el siglo XX. Dijo a esta religiosa claramente: «Durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, los errores se propagarán cada vez con más fuerza en la Santa Iglesia, y llevarán a la Iglesia a una situación de catástrofe total, ¡de catástrofe! Las costumbres se corromperán y la Fe desaparecerá». Nuestra impresión es que no podemos dejar de constatarlo.
Pido disculpas por continuar el relato de esta aparición, pero en ella se habla de un prelado que se opondrá totalmente a esta ola de apostasía y de impiedad y preservará el sacerdocio preparando buenos sacerdotes. Hagan ustedes la aplicación* si quieren, yo no quiero hacerlo. Yo mismo me he sentido estupefacto leyendo estas líneas, no puedo negarlo. Está inscrito, impreso, consignado en los archivos de esta aparición".

Nota de Apostolado Eucarístico
*Aquí Monseñor Lefebvre, dice hagan ustedes la aplicación, ya que el por humildad no se la quiso hacer así mismo. Pero el fue el único prelado que en el siglo XX se opuso de manera total a estos errores formando buenos sacerdotes y defendiendo los derechos de Dios y de la Iglesia.

jueves, 26 de noviembre de 2009

LA REALEZA DE NUESTRA SEÑORA

Padre Javier Beauvais.
Quienes siembran vientos, cosechan tempestades. Aquellos que se lanzaron a luchar contra las dictaduras para hacer triunfar los intereses materiales y los llamados principios democráticos, trajeron el triunfo del comunismo.
La guerra mundial de 1939-1945 trajo la educación sin Dios, y también la organización social sin Dios.
Esa guerra fue destructiva, y con el tiempo el mundo se dio cuenta de que había que reconstruir.
- Reconstruir una democracia liberal y capitalista.
- Reconstruir una sociedad comunista.
- Reconstruir una cristiandad.
Tales eran las tres soluciones posibles, o las que parecían posibles. La corriente socialista era fuerte, el capitalismo socializado era una etapa hacia el comunismo “intrínsecamente perverso”.
Pío XII condenó el comunismo y excomulgó a los comunistas.
Muchos católicos habían luchado al lado de los comunistas en contra de Hitler. Luego, compartieron la embriaguez de la victoria. De buena fe creían en los rojos, olvidando que aquellos rojos estaban dirigidos por jefes sin piedad y que, tras dichos jefes, Satanás conducía el baile.
Engañados, todos aquellos jóvenes creyeron que el comunismo podía ser mejorado, y cristianizado. Mientras tanto, tras la “cortina de hierro”, los católicos sufrían una persecución que se iba agravando cada vez más: tres Cardenales fueron encarcelados, al igual que decenas de Obispos, miles de sacerdotes y millones de cristianos.
En cuanto a aquellos que permanecían libres, se esforzaban por agruparlos en “iglesias nacionales”, en iglesias cismáticas separadas de Roma.
La maniobra satánica apareció así a plena luz. En todas las naciones todavía libres, se organizó una quinta columna de católicos progresistas, esperando la victoria comunista y paralizando la resistencia al marxismo.
En Asia había triunfado el comunismo. China cayó en manos de los marxistas, y la India estaba encandilada con ello. Los misioneros fueron expulsados, los cristianos encarcelados, torturados física y moralmente. Frente a esto, sin duda la guerra de 1939-1945 imprimió una marca en la Iglesia, ya muy inficionada por las mentalidades democráticas y socialistas. Los católicos rápidamente perdieron el orgullo de su fe, y buscaban hacer excusar por medio de la acción social su vida sobrenatural. El tiempo se hallaba maduro para un triunfo del liberalismo en la Iglesia. Todo nos conducía hacia la revolución conciliar.
Avanzando en el tiempo, llegamos al Concilio Vaticano II, una verdadera revolución. El plan de la contra-Iglesia se iba desarrollando, encontrando en su camino la valiente y salutífera reacción y reconquista de Monseñor Marcel Lefebvre, con su Fraternidad Sacerdotal San Pío X, y a Monseñor Antonio de Castro Mayer, con una buena parte de los sacerdotes de su diócesis brasileña de Campos.
Desde la Reforma, el catolicismo retrocedió y nunca retomó lo que había perdido. La Revolución de 1789 y la revolución conciliar le arrancó millones de almas.
Pero para salvar a las almas, Dios le dio nuevas fuerzas a su Iglesia: le dio una doctrina más estudiada, le reveló las riquezas del Sagrado Corazón y le dio a la Virgen María tal como Jesucristo se la había dado a San Juan el día del Calvario.
La divina Madre siempre había sido la protectora de los cristianos, y la Iglesia la había honrado siempre como tal.
Desde siempre Nuestra Señora había respondido a las esperanzas de los cristianos, aún de los mediocres cristianos de Bizancio, a los que defendió contras las fuerzas asiáticas.
El Rosario le valió a la cristiandad ejércitos y flotas. Pero en los siglos XIX y XX, desde la aparición del marxismo, la Virgen María intervino más a menudo y más visiblemente.
En el momento en que Karl Marx acababa de publicar su libro “El Capital”, la Virgen de la Salette reclamaba oraciones y penitencias. En Lourdes repitió tres veces la orden de hacer penitencia, mandando rezar por los pecadores para ayudarlos a salvarse.
La Salette, Pontmain Fátima… jalonaron todo el siglo. La Iglesia contestó al llamado divino: el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por una Roma amenazada, y María contesto apareciéndose sobre la montaña de Lourdes.
Más tarde, después del gran derrumbe de Occidente, tras la caída de toda la civilización occidental, en el momento en que el comunismo amenazaba con encender desde Asia la llama de una nueva guerra, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción a los Cielos.
La intervención cada vez más frecuente de la Virgen Santísima es una señal de de los siglos modernos.
Las rebeliones y las herejías han expulsado a su Hijo: entonces, se esfuerza por reconquistar el mundo.
Fueron las carmelitas de Compiegne quienes obtuvieron el fin del Terror (revolución francesa); fue una carmelita de Lisieux la que abrió un nuevo camino para ir hacia Dios.
Luego la Virgen María multiplicó sus apariciones, y cada vez que vino fue para dar o renovar alguna orden.
Nuestra Señora actúa como soberana. Frente a todas las ideologías paganas, ateas, frente al liberalismo, fuente de todos los pecados, frente al modernismo, “cloaca colectora de todas las herejías”, frente a la apostasía masiva, la intervención de la Santísima Virgen es la gran gracia de nuestro siglo.
La Virgen María se levantó en Fátima contra la oleada roja que amenazaba con sumergir al mundo. Ella denunció el mal y mostró el remedio: el reconocimiento de la realeza divina y de su propia realeza, la consagración del mundo a su Corazón Inmaculado.
Los hombres de poca fe también son los hombres de poca esperanza. Cuanto más cree un alma, más espera.
Es hora de repetir la oración de los Legionarios de María, a fin de obtener “una fe joven e inquebrantable como una roca en medio de las cruces, de las labores y de las decepciones de la vida, una fe valiente que inspira el emprendimiento de cosas grandes por Dios y por la salvación de las almas; una fe que sea la columna de fuego ante la Legión”.
¿Quién nos librará de la peste del ecumenismo? ¿Quién nos arrancará de la apostasía? La Mujer vestida de luz y coronada de estrellas: la Santísima Virgen María.
Nosotros sufrimos un martirio moral en la Santa Iglesia, y es a causa de los mártires que los tiempos de pruebas serán abreviados.
La cruz apareció triunfante al final de las persecuciones, en los primeros siglos, y fue el Credo de Nicea, y fue el gran Te Deum de la cristiandad.
A la prueba sucedió antaño la gloria, y la gloria sucederá a las pruebas de hoy.

Tomado de la revista IESUS CHRISTUS nº 75, año 2001.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA CRUZ, EL PERDÓN Y LA GLORIA

De Convicción.tv

Toda la Verdad acerca del mayor martirio católico del siglo XX.

Para ver el video pinchar aqui:

martes, 24 de noviembre de 2009

SOR CONSUELO UTRILLA, MONJA MÍNIMA DE DAIMIEL

Video que le han dedicado a la Venerable Sor Consuelo del Inmaculado Corazón de María, sus hermanas las Monjas Mínimas de Daimiel, España.



sábado, 21 de noviembre de 2009

MILAGROS EUCARÍSTICOS

Milagros Eucarísticos-Muestras del Amor de Dios

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL PADRE PÍO, HIJO DE SAN FRANCISCO

"Tengo una misión como religioso y como capuchino: la observancia perfecta y amorosa de mi regla y de mis votos" (discurso del 5 de mayo de 1956)

Se ha escrito mucho sobre el Bienaventurado Padre Pío, y sobre todo sobre el carácter extraordinario de su ministerio sacerdotal, ya sea en el confesionario, en el altar, o en su apostolado con las almas. Pero pocos, al parecer, han tratado más especialmente sobre su vida religiosa y franciscana. Sin embargo, ella es su vocación esencial, y como el fundamento de su eminente santidad: en efecto, el religioso, por su profesión debe tender a una vida más perfecta, según el camino de los consejos evangélicos. Por eso, aunque el estado religioso hoy en día está poco valorizado, tratemos de conocer mejor al Bienaventurado Padre Pío como hijo de San Francisco, según varios datos extraídos de sus diversas biografías.
La vocación franciscana del Padre se dibujó desde antes de su nacimiento, cuando su madre, que era terciaria franciscana, lo encomendó durante su embarazo al Santo de Asís.
En su época era una costumbre muy difundida en Italia que una madre joven, que deseara un parto feliz, se confiara a la protección del Seráfico Patriarca. Para eso, llevaba su medalla al cuello, rezaba cada día un Padrenuestro, un Avemaría con invocación al Santo, y le prometía darle al niño para la primera o la segunda orden, con el nombre de Francisco o Francisca.
Nuestro futuro beato, entonces, fue bautizado con el nombre de Francisco y –azar o providencia- en una iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, como la capilla de la Porciúncula, la “cuna” de la orden franciscana.
Desde la edad de cinco años –según el testimonio del Padre Agustino, su confesor- mientras apenas se estaba despertando su razón, se consagró totalmente y para siempre a Dios, más de diez años antes de su ingreso en religión.
Enseguida se distinguió de los demás niños de su edad por su gran piedad, llevando aún a su abuela a la iglesia desde el primer sonido de las campanas. Habría de ser un monaguillo ejemplar, ayudando desde temprano la Misa de cada día, y haciéndose notar entre otros niños por su devoción y su porte.
También desde temprano, ofrecía numerosos sacrificios a Jesús, y practicó una severa ascesis: su madre testimoniaría más tarde que “prefería dormir sobre la tierra, con una piedra por almohada”. Ella también lo sorprendió flagelándose duramente con una cadena de hierro, “acto que repetía a menudo”. Tenía más o menos ocho años cuando le preguntó por qué se golpeaba así; Francisco le contestó: “Debo golpearme como los judíos han golpeado a Jesús y han hecho sangrar su espalda”.
Estos hechos confirman bien lo que el Padre Pío confesaría años más tarde: que había “sentido fuertemente desde la más tierna infancia la vocación al estado religioso”.
Su madre sintió la primera intuición acerca de esta vocación, cuando un día le confió a “Razzio”, su esposo: “Yo seré feliz si llega a ser sacerdote o solamente hermano”. El día del 55º aniversario de su profesión religiosa, el Padre Pío lo contaría en el comedor: “En estos días, hace mucho tiempo, mi madre me dijo: “He soñado con San Francisco; me dijo que debo llevarte al convento de los monjes, porque debo hacerte franciscano”.
En 1898 Francisco tenía once años, y en una aparición, Jesús le reveló su futuro religioso: santificarse y santificar a los demás. En la misma época, mientras que en los campos se realizaba la cosecha, un hermano lego capuchino, Fray Camilo se presentó en la casa para mendigar víveres en provecho del convento de Morcone.

Esta visita providencial impresionó fuertemente al joven Francisco, que declaró, cuando regresó su padre: “Quiero ser monje” Éste le preguntó si quería irse con los franciscanos de Paduli, el pueblo vecino.
“No, contestó el chico, quiero hacerme monje con barba”. La gracia no suprime la naturaleza…
Luego de recabar informaciones, Francisco no puedo entrar en el convento enseguida, no porque le faltase barba, sino porque había que tener por lo menos quince años, y conocimientos escolares suficientes si se aspiraba al sacerdocio. Grazio Forgione iba entonces a tener que emigrar a América para poder pagarle a su hijo los cursos particulares dispensados por un preceptor de pueblo, conocedor del idioma latino.
Cuando Francisco alcanzó la edad y el nivel escolar requeridos para la admisión al noviciado, el demonio, sintiendo en él un terrible adversario, se desencadenó para impedir la realización de su proyecto. No solamente por unos terribles combates interiores, que el Padre Pío más tarde calificaría como “martirio” al terrible recuerdo, sino también por medio de calumnias escandalosas de su profesor, que provocarían hasta una encuesta por parte de los capuchinos.
En este ambiente tenebroso que marcó sus últimos días en el siglo, fue sin embargo reconfortado por tres revelaciones divinas que lo esclarecieron también sobre su futuro estado de vida: primero la visión de un inmenso campo de batalla donde, entre dos campos adversos, un hombre de una encandiladora belleza lo comprometía a ir a combatir contra un gigante cuya frente tocaba las nubes, asegurándole la Victoria.
Luego, dos días antes de su partida, una segunda visión, esta vez intelectual, le hizo comprender que iba a entrar en la milicia de Cristo para combatir a Satanás. No tenía nada que temer, mostrándose valiente y confiado en Jesús.
Finalmente, durante la última noche bajo el techo familiar, una aparición de la Santísima Virgen y de Nuestro Señor, que le impuso la mano sobre la cabeza para fortalecerlo.
Aquellas dos primeras visiones hicieron pensar enseguida en la revelación que tuvo San Francisco antes de su conversión, donde el Señor lo invitaba a combatir como caballero. Lo que Tomás de Celano, su primer biógrafo, había afirmado del Santo fundador, se le aplicaba perfectamente a nuestro beato: “Esta visión de las armas al comienzo de su carrera es verdaderamente admirable: una tomas de armas era perfectamente indicada para el caballero que, como un nuevo David, debía atacar al hombre fuertemente y bien armado”.
Varios años más tarde, el Padre Pío habría de recordar esta escena antes sus compañeros: “La vida religiosa es una lucha, un combate sin tregua. Nosotros, que estamos en primera línea, contra un enemigo armado hasta los dientes, debemos enfrentarlo con todas nuestras fuerzas”.
El 6 de enero de 1903, en pleno invierno, Francisco se fue a tomar el tren para entrar al convento de Morcone, distante a más o menos treinta kilómetros de Pietrelcina. En la estación la separación con su madre fue patética. Después de haberle entregado un rosario y dado su bendición, le tomó las manos, diciendo: “¡Hijo mío, se me desgarra el corazón, pero no pienses en el dolor de tu madre. San Francisco te llama; bueno, sigue tu vocación y que el Señor haga de ti un santo!”
Más tarde, el Padre Pío dejaría escapar esta confidencia: “Para decir la verdad, nunca he sido tentado contra la vocación durante mi vida religiosa, pero a veces, cuando los ataques del demonio se hacían demasiado vivos, la escena emocionante del adiós a la Mamma me volvían al espíritu y retomaba el ánimo”.
Un año más tarde, después de la ceremonia de profesión, ella lo abrazó nuevamente, diciéndole: “Hijo mío, ahora sí, eres enteramente hijo de San Francisco; que él te bendiga”.
Ese adolescente no tenía todavía los dieciséis años cuando tocó a las puertas del convento del noviciado. Por arriba de la puerta de la clausura, vio un cartel: “O la penitencia, o el infierno”. Más lejos, sobre una bóveda del corredor: “Silencio”. Y por fin, en el umbral de su celda: “Ha muerto y su vida está escondida con Dios en Jesucristo” (Colosenses, III, 3). Enseguida pasó su examen sobre las materias generales, y también el de latín.
Habiendo rendido todo satisfactoriamente, entró en el retiro para prepararse para recibir el hábito capuchino, el 22 de enero. Con el hábito, llevó un nuevo nombre: Fray Pío. ¿Lo había elegido él, o se lo habrán impuesto? Los biógrafos divergen, pero la segunda solución es la más probable, según la costumbre de la Orden. En todo caso, si abandonaba el nombre de Francisco, no es sino para imitar mejor a su Santo patrono.
En efecto, como lo afirmará más tarde Pío XI a los capuchinos: “Lo que es el carácter de su orden, es una imitación estrictísima de su Padre San Francisco”.
Contentémonos entonces con relatar, entre los hechos más sobresalientes de su vida religiosa, aquellos que denotan en forma más particular a un verdadero y perfecto discípulo de San Francisco en el Padre Pío.
Y en primer lugar, su profunda devoción a la pasión de nuestro buen Salvador. En efecto, al testimonio de San Buenaventura, “el camino seguido por San Francisco no es otro que un ardiente amor de Jesús crucificado”.
Fue meditando ante un crucifijo que el Poverello recibió su misión del Señor, y fue así que el Padre Pío recibió sus estigmas. Aquellos que se han codeado con el Padre Pío en el noviciado, y luego en el escolasticado, recuerdan que debían extender un pañuelo en tierra ante él, para esponjar las lágrimas que le venían durante la meditación consagrada a la pasión.
Fue un digno imitador del Seráfico Padre, quien lloraba tanto sobre Jesús crucificado, que terminó casi ciego y fue dispensado de leer el Breviario. Lo mismo le ocurrió también al Padre Pío en el año 1912, de manera que tuvo que conmutársele la recitación del Breviario por la del rosario hasta su curación.
Para San Francisco, Jesús humillado no era menos adorable bajo las Sagradas Especies que sobre la cruz.
Todas sus biografías subrayan su devoción excepcional al Santísimo Sacramento. Aún ciertos protestantes, como Sabatier o Boehmer, lo confiesan: “la Eucaristía era el alma de su piedad” y en sus exhortaciones era “el tema favorito del Santo”. Aquí el beato Padre Pío de Pietrelcina de nuevo se revelaba como un ardiente émulo del Serafín de Asís: “Lo que me inspira el mayor amor es el pensamiento de Jesús en el Santísimo, y mi corazón se siente atraído por una fuerza superior antes de unirse a él, por la mañana, en la comunión. Siento un hambre y una sed tales antes de recibirla, que falta poco para que no muera de inanición”.
No se puede tildar de exagerada a esta última frase: cuando era estudiante en Venefro, estuvo tan enfermo que permaneció veintiún días sin poder tragar nada, salvo la Sagrada Hostia. Y sus dirigidos recuerdan cómo los exhortaba a recibir frecuentemente la comunión.
San Francisco profesaba una gran veneración por la regla de la Orden que afirmaba haber recibido del Señor mismo, junto con la misión de hacerla observar al pie de la letra, sin glosas. Para él, “la regla es el libro de la vida, el seguro de la salvación la médula del Evangelio, el camino de la perfección, la lleve del cielo…”
Por lo tanto, comprometia “a todos los hermano, en nombre del Señor, a aprender el texto y el sentido de todo lo que está escrito en esta regla para la salvación de nuestra alma, y a ponérselo frecuentemente en la memoria”.
Fray Pío, siempre dócil a la voz del Santo fundador, no leyó casi ninguna otra cosa durante todo su año del noviciado, más que la regla y las Constituciones de la Orden, de las cuales San Pío V había formulado este elogio: “He aquí Constituciones inspiradas evidentemente por el Espíritu Santo. Quien las observe fielmente puede ser puesto en el número de los Santos”.
El Padre Tommaso, maestro de novicios, confesaría no haber encontrado nunca en Fray Pío un defecto sobre esta observancia, y hasta el fin de su vida, no solamente no pidió jamás dispensa alguna, sino que también permaneció fidelísimo hasta a las menores prácticas, como la de inclinar la cabeza al oír pronunciar los nombres de Jesús, María y San Francisco.
La virtud de obediencia es maestra de toda la vida religiosa. San Francisco la consideraba con espíritu de fe: “un sujeto no debe considerar el hombre que hay en su superior, sino a Aquel por el amor de quien eligió obedecer”.
Los capuchinos se encuentran invitados a cumplir esta virtud por sus Constituciones, las cuales los exhortan a tener hacia sus superiores la obediencia y el respeto “que merece su calidad de representantes de San Francisco o más bien de Cristo nuestro Dios”. El Padre Pío observaba a sus superiores con esa mirada de fe: “su voz, para mí, es la de Dios, a quien quiero tenerle confianza hasta mi muerte”. Y esto era lo que le inculcaba a los demás: “Obedezcan prontamente. No miren ni la edad, ni el mérito de la persona. Para lograrlo, imagínense que obedecen a Nuestro Señor”.
Tal era el puro espíritu de San Francisco, quien había declarado: “Estoy listo para obedecer con la misma prisa a un novicio de una hora que se me diera por guardián, que al fraile más anciano y más experimentado”.
¿Qué decir con respecto al Poverello y a su Dama Pobreza? Para él, lo superfluo era sinónimo de robo: “Nunca quise recibir todo de lo cual tenía necesidad, por temor de que los demás pobres fuesen privados de su parte”.
El Padre Pío había retenido perfectamente esta lección. Había fundado la “Casa”, la casa para el alivio del sufrimiento, para que en ella se cuide de los pobres; y la había querido grande, hermosa, construida con materiales de último modelo y además con mármol…
Sin embargo, un año antes de morir, mientras se veía impotente y estaba agobiado por las enfermedades, uno de sus hijos espirituales –en connivencia con el Padre guardián- hizo instalar en su celda un aire acondicionado para aliviarlo de los ardores de la canícula. Cuando vio el aparato, la primera pregunta del Padre fue: “¿Qué diría San Francisco? ¿Qué diría San Francisco?” Jamás consintió en utilizar el aparato, sino como mesa para apoyar objetos.
Como el Poverello, quería esa pobreza no solamente para sí mismo, sino también para su Orden, quejándose en ocasión de un gasto hecho por la Provincia, por ser “sin duda contrario a nuestra sencillez y a nuestra pobreza seráfica”. Tampoco le gustaba la nueva iglesia conventual, no conforme al espíritu del Santo fundador y a las Constituciones capuchinas, que prescriben “que no se busque hacerlas grandes y espaciosas”.
“Bienaventurados los pobres…” (San Lucas, VI, 20). La pobreza amada, es ya la beatitud. La paz de aquel que no tiene nada que lo retenga aquí abajo, y que está contento con todo. El Seráfico Padre llamaba a la tristeza “el mal babiloniano”, y su alegría pasó a ser legendaria. Hizo de ello un precepto para sus primeros discípulos: “que los hermanos tengan cuidado de no adoptar un aire sombrío, una tristeza hipócrita, sino que se muestren alegres en el Señor, amables, de buena gana, como conviene”.
En el plano humano, la alegría del futuro bienaventurado Padre Pío es desconcertante, visto el gran sufrimiento que sentía a cada instante. Su sufrimiento físico eran los estigmas, las sucesivas enfermedades, fiebres de más de 40º. Su sufrimiento moral eran las noches del espíritu, las tentaciones obsesivas, los temores lancinantes, la preocupación por las almas, las persecuciones, etc… Los sufrimientos fueron adicionándose y multiplicándose entre sí, sin tregua.
Tratemos de tener espiritualmente presente todo esto, escuchando ahora a sus compañeros:
-“El Padre Pío era siempre alegre y chistoso”.
-“Siempre era alegre, y cuando contaba una historia, era tan jovial que uno no se cansaba nunca de escucharlo”.
-“Siempre afable, en conversación con sus hermanos sobre todo. Era vivo, y a veces animador, contando muchos chistes”, llegando aún hasta la broma.
Que se lea la lección Fray Francisco y Fray León sobre “la alegría perfecta” y se juzgará si, allí de nuevo, el Padre Pío no fue su digno hijo.
Otra nota franciscana que brilló particularmente en el Padre, aún cuando no se manifestaba ante los ojos de todos, fue su gran frugalidad, en la escuela del Poverello. Este último se abstenía de los alimentos cocidos y acumulaba las cuaresmas en el año. Al final de una de esas cuaresmas, no había comido nada, y rompió el ayuno por humildad, para no igualar al Divino Maestro.
Un día de Pascua, mientras los frailes habían preparado una mesa mejor servida, salió a mendigar y volvió a comer sentándose en el suelo… En cuanto al Padre Pío, hacía cuaresma todo el año, “aún en la Navidad y en la Pascua”. Para todo el mundo era fiesta, pero para él siempre había ayuno y oración.
Solamente comía al mediodía, tomando apenas un vaso de agua por la mañana y por la tarde. Sus médicos nos han contado su régimen habitual: un plato de verdura, un pedazo de fruta. Jamás carne ni pan. Más o menos 250 calorías cotidianas, incapaces de compensar la sangre que perdía cada día por los estigmas, sin hablar de su labor extenuante en el confesionario.
Todavía se podrían revelar numerosos otros rasgos de conformidad entre el Padre Pío y su Seráfico modelo, y si se dice del sacerdote que es un “alter Christus” –lo que es tanto más verdadero para el Padre Pío- se puede decir también que en cuanto religioso y capuchino, fue un “alter Franciscus”. Su apego al ideal religioso franciscano se manifiesta desde el comienzo hasta el fin de su vida y, por contraste, más particularmente durante sus primeros años de vida sacerdotal que tuvo que pasar fuera del convento, “en exilio” en su país nativo.
En diciembre del año 1911, después de un corto ensayo de vuelta a la vida de comunidad en el convento de Venafro, el Padre –sufriendo- tuvo una aparición de San Francisco, anunciándole que debía volver nuevamente a Pietrelcina, la cual le arrancó dolorosas quejas: “Oh, seráfico Padre mío, ¿me expulsas de tu Orden?... ¿No soy más tu hijo?... ¡Te me apareces ahora para decirme que vuelva a esta tierra de exilio!”
Las quejas continuaban repitiéndose en las cartas dirigidas a sus superiores: “Mi posición fuera del claustro ensombrece toda mi vida (…) el más grande de los sacrificios que he hecho al Señor, ¿no es poder vivir en el convento?”
En efecto, el convento para él era “el lugar seguro, el asilo de paz”.
Por eso, cuando las autoridades superiores de la Orden estaban pensando en secularizarlo definitivamente, él rezaba con todas las fuerzas de su ser para que aquella prueba intolerable no le fuese impuesta.
“¡Qué humillación es para mí, Padre mío, el verme separado de la Orden seráfica! Se trata de un inmenso dolor que me aplasta (…) todas las lágrimas que he derramado me han hecho también sufrir mucho, y he sido obligado a meterme en la cama, en donde me encuentro todavía”.
Gracias a Dios, y también a sus superiores inmediatos, aquello no tuvo lugar, y sacó de todo eso un amor, aún más grande por su vocación capuchina: “Y ¿Dónde pudiera servirte mejor, oh Señor, sino en el claustro y bajo el estandarte del Poverello de Asís? (…) Que el Buen Jesús me otorgue la gracia de poder ser un hijo menos indigno de San Francisco; que pueda yo servir de ejemplo para mis compañeros, de manera que el celo aumente siempre más en mí para ser un perfecto capuchino”.
El Padre Pío sufría mucho ante la evolución, o más bien, ante la revolución que veía que se estaba operando bajo sus ojos, tanto en el campo social como en el religioso. En octubre de 1967 le confió a su sobrina: “Dentro de dos años no estaré más, porque habré muerto. Muchas cosas cambiarán”. Cambios que reprobaba: “seamos los imitadores de nuestros padres, que nos han precedido en el buen camino y nos llevaremos bien”.
Todo esto le hacía decir al Padre Clement: “Lo que entristecía al Padre Pío al final de su existencia era el abandono, por parte de varios capuchinos, de las tradiciones ancestrales, pero sobre todo la fuerte disminución de las vocaciones de la Orden”.
Más que parafrasearla, dejemos aquí que el Padre Alberto Ghinato nos cuente una sabrosa anécdota:
“El amor que tenía por el hábito –tanto, que le era pesado quitárselo, aunque fuese tan sólo por poco tiempo y por necesidad- era tan proverbial, que un compañero quiso hacerle una broma… postconciliar: se presentó durante la recreación con un metro de costurera en la mano.
“-¿Qué vas a hacer con ese metro?
“- Debo tomar medidas.
“¿A quién?
“A usted.
“¿A mí? ¿Y por qué? ¿Quiere hacerme un hábito?
“-No, no. Debo tomar medidas para un pantalón, porque nunca se sabe. ¿Está al tanto? El Capitulo General se está desarrollado en este momento, y es posible que nos obliguen a vestirnos de civil. Es mejor estar preparado…
“-¿Has perdido la cabeza? He vivido y moriré con este hábito bendito ¿has entendido?
“Quince días más tarde, moría enfundado en ese hábito”.
Si hubo una evolución que encontró en el a un reaccionario encarnizado, tal fue el liberalismo de las costumbres: anticoncepción, aborto, concubinato… pecados con que lo torturaban en el confesionario.
“Cuando te has casado, es Dios quien decide cuántos hijos debe darte”. Había bendecido el casamiento de una pareja, retomando la palabra de Dios a nuestros primeros padres: “Creced y multiplicaos”. Y aquella pareja tuvo dieciséis hijos.
Se mostraba sin piedad para las mundanas, y había hecho fijar un cartel en la puerta de la iglesia con un aviso prohibiendo el ingreso para las mujeres en pantalones, sin velo o con vestidos demasiado cortos.
Antes de que la moda femenina hubiera llegado hasta la imposición de la minifalda, el Padre ya expulsaba del confesionario, con palabras encendidas, a las penitentes cuyas polleras no alcanzaban a taparles las rodillas: “Verás como arderá tu carne desnuda”. Más de una vez cerró la portezuela ante unos labios pintados. A sus hijas espirituales les exigía particularmente un porte decente: “El Señor condena estas modas impúdicas y escandalosas que llevan a la ruina a las almas… No deben seguirlas bajo ningún pretexto…”
San Francisco de Asís había instituido la Tercera Orden para todos aquellos que querían santificarse en el mundo sin sacrificar al mundo.
El Padre Pío hubiera querido que todos sus hijos espirituales adoptasen tal regla de vida: “Deseo tanto que entren en la Tercera Orden y que se hagan parte de la familia franciscana. Ahí podrán sacar el espíritu evangélico del Seráfico Padre San francisco y vivirlo. El ardiente deseo de mi corazón es que todos mis hijos espirituales pertenezcan a una de nuestras fraternidades seculares; entonces me siento vuestro verdadero padre y vuestro verdadero hermano”.
Allí sí que podrían imitar bien a Jesucristo, en pos de San Francisco: “Que jamás se aleje de vuestro espíritu la figura del Seráfico Padre San Francisco, que tan bien supo reproducir en él las virtudes de Dios hecho hombre”.
Para él, el terciario también debía ser un apóstol: “No te canses de propagar la Tercera Orden y de procurar, por este medio, a todo el mundo, la verdadera vida. Haz conocer a todos a San Francisco y a su verdadero espíritu. Grande será entonces el mérito que les estará reservado Arriba”.
Hasta su muerte, el Padre Pío no dejó de agregar así a la Orden franciscana a una élite de primer valor, que ejerció en el mundo una influencia insospechable (varios de los terciarios eran antiguos masones convertidos).
Como epílogo, y lamentando no poder disertar sobre las demás virtudes religiosas del Padre Pío de Pietrelcina –como por ejemplo, sobre su oración ininterrumpida, acerca de su profundo recogimiento o de su caridad fraterna- necesariamente debemos subrayar su extraordinario espíritu de sacrificio que es como el alma de su vida religiosa y sacerdotal.
En efecto, los Doctores de la Iglesia, desde San Agustín hasta San Alfonso María de Ligorio, se ponen de acuerdo para ver en el estado religioso un holocausto, a imagen de este sacrificio del Antiguo Testamento donde la víctima era totalmente consumida por Dios.
Aquí, la persona consagrada a Dios Nuestro Señor no se reserva más nada de todos sus poderes temporales, corporales y espirituales, por los tres votos de religión, que la clavan definitivamente a la cruz con su Redentor, “acabando así en ella lo que falta a la Pasión de Cristo para su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses, I, 24).
El Padre Pío estaba plenamente consciente de eso: lo atestiguan las palabras que él mismo había escrito sobre su estampita del jubileo monástico: “Cincuenta años de vida religiosa, cincuenta años clavado sobre la cruz, cincuenta años de fuego devorador, por Ti, Señor, y por aquellos que has redimido”.
Sin embargo, el Padre Pío estaba tanto más destinado a una vida de víctima, cuanto que se hallaba revestido del carácter sacerdotal, que lo asemejaba a Nuestro Señor Jesucristo, sacerdote y víctima de su propio sacrificio. Por eso, también había escrito, esta vez sobre su estampita de ordenación sacerdotal, una oración con la cual le pedía al Señor que hiciera de él no solamente un “sacerdote santo”, sino además una “victima perfecta”.
Varías veces habría de retomar en sus cartas este ideal, al que no iba a perder de vista jamás: “Mi vida no es más que una pasaje del altar del sacrificio a la mesa de los holocaustos”; y que habría de realizar sobre todo celebrando el Santo Sacrificio: “en el altar soy víctima”.
Asimismo, durante una Misa que celebró cuatro meses después de su ordenación, formuló su ofrenda como víctima por los pecadores y por las almas del purgatorio; y, más tarde, por otras intenciones, como por el Papa o por las vocaciones capuchinas. No fue un acto de voluntad propia, sino que estuvo inspirado por el Salvador: “¿No me ha pedido Él que sea elegido como una de sus víctimas? Y el dulcísimo Jesús me ha hecho entender todo el significado de ser víctima. Hay que llegar al “consumatum est”.
Tal acto de inmolación lo reiteró a menudo, siempre inspirado por el Salvador: “Hijo mío, le dijo en marzo de 1913, tengo necesidad de víctimas para calmar la justa y divina ira de mi Padre; renuévame el sacrificio de ti mismo, y hazlo sin ninguna reserva”.
La Santísima Virgen María, Madre de la Divina Víctima y Corredentora, también habría de asistirlo en ese largo vía crucis: “Jesús y su Madre bienamada me animan, sin dejar de repetirme que la víctima, para llamarse tal, debe derramar su sangre”.
Este vía crucis era, a la vez, doloroso y alegre: “No pido en absoluto tener una cruz más ligera, puesto que me es suave sufrir con Jesús; mirando la cruz sobre sus espaldas, me siento cada vez más fortalecido, y exulto con una santa alegría”.
Alegría que también le llega por la salvación de las almas, junto con la Divina Víctima: “Crean bien que me alegro por los sufrimientos. El mismo Jesús quiere mis sufrimientos: tiene necesidad de ellos por las almas”.
En efecto, “las almas no son dadas gratis: se compran. Ignoran lo que le costaron a Jesús. Y ahora, hay que pagarlas siempre con la misma moneda”.
Y, por fin, ese grito proveniente de su corazón: “Oh, qué hermosa cosa es ser víctima de amor”.

Fray Juan
(Del Convento San Francisco De Morgon, Francia)

Publicado en la revista: IESUS CHRISTUS nº75, año 2001.

CRUZADA ESPAÑOLA 1936-1939

EL HOLOCAUSTO CATÓLICO EN ESPAÑA

jueves, 19 de noviembre de 2009

ENTREVISTA A LA DRA. ALICE VON HILDEBRAND



*La Doctora Alice Jourdain (Bruselas 1923- ) fue alumna y luego esposa de Dietrich von Hildebrand (1899-1977), uno de los mayores pensadores católicos del siglo pasado, autor de textos fundamentales como Etica cristiana, Santidad y eficacia en el mundo y El corazón (un análisis de la afectividad humana y divina) y dos muy importantes sobre el modernismo: El caballo de Troya en la Iglesia de Dios y la ya mencionada The Devastated Vineyard, esta última nunca editada en castellano. El matrimonio escribió juntamente varias obras, entre ellas una admirable: El arte de vivir. Este reportaje fue publicado en The Latin Mass Magazine (Verano de 2001) y reproducido en Marzo de 2007 por Christian Order.

THE LATIN MASS: Dra. von Hildebrand, en la época en que el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano Segundo, ¿usted ya percibía la necesidad de una reforma en la Iglesia?

ALICE VON HILDERBRAND: La mayor parte de las percepciones sobre esto fueron obtenidas por mi esposo. Él siempre decía que los miembros de la Iglesia, debido a los efectos del pecado original y del pecado actual, están siempre en necesidad de reforma. La enseñanza de la Iglesia, sin embargo, viene de Dios. Ni una iota puede ser cambiada o considerada en necesidad de reforma.

TLM: Con relación a la presente crisis, ¿cuándo comenzó Ud. a percibir que algo andaba mal en la Iglesia?

AVH. En Febrero de 1965 estába con mi marido en Florencia, aprovechando el año sabático. Dietrich estaba leyendo un libro y de pronto lo escuché sollozar. Como tenía problemas cardíacos, pensé que algo andaba mal y corrí para ver qué pasaba. Lo encontré con los ojos llorosos y con una revista en la mano. Le pregunté que pasaba y me dijo que acababa de leer un artículo que para él era prueba de que el diablo había entrado en la Iglesia. Debo decir que mi marido ya se había dado cuenta, muchos años atrás, de que se estaba perdiendo el sentido de lo sobrenatural, pero que la belleza y la sacralidad de la liturgia tridentina habían ocultado el fenómeno. por lo menos hasta el Concilio. Además, tenía en claro que después de la condenación de San Pío X, los modernistas habían pasado a la clandestinidad, adoptando técnicas mucho más sutiles de infiltración. Sobre este asunto, escribió The Devastated Vineyard, (La Viña devastada), señalando que el Vaticano II había sido como un huracán para la Iglesia. Con la pérdida del sentido de lo sobrenatural, también se perdió la necesidad del sacrificio. El Vaticano II provocó que muchos obispos y sacerdotes dijeran que la Iglesia tenía que adaptarse al mundo. Grandes Papas como San Pío X afirmaban exactamente lo contrario: el mundo debía adaptarse a la Iglesia.

TLM: ¿Entonces Ud. cree que la acelerada pérdida del sentido de lo sobrenatural no es un accidente en la historia?

AVH: De ninguna manera y mi marido opinaba igual que yo: en la Iglesia se había verificado, durante la mayor parte del siglo XX, una infiltración sistemática de los enemigos diabólicos. El era optimista por naturaleza, pero durante los últimos años de su vida, a veces la tristeza lo consumía: “Han destruido la Santa Esposa de Cristo”, solía repetir, refiriéndose a “la abominación del lugar santo”, de que habla el profeta Daniel.

TLM: El Papa Pío XII lo denominaba a su marido como el Doctor de la Iglesia en el siglo XX. Con ese título ¿no podía tener acceso al Papa Pablo VI para expresarle sus temores?

AVH: Fue lo que hizo. Nunca olvidaré la audiencia privada que tuvimos con Pablo VI, el 21 de junio de 1965, poco antes de que terminase el Concilio. El Papa nos recibió de pie y en cuanto mi marido empezó a suplicarle que condenase las herejías que desembozadamente se manifestaban, lo interrumpió bruscamente, diciéndole “¡Escríbalo, escríbalo!”. Pocos momentos después, mi marido, por segunda vez, le insistió sobre la gravedad de la situación, recibiendo la misma respuesta. El Papa estaba sumamente incómodo y pocos minutos después hizo un gesto a su secretario, el P. Capovilla, para que nos trajese rosarios y medallas, señal de que la audiencia había finalizado.
Cuando volvimos a Florencia, mi marido escribió un largo documento -aún no publicado- que fue entregado a Pablo VI en septiembre de 1965, el día anterior a la última sesión del Concilio. Releyéndolo cuidadosamente, le dijo a su sobrino Dieter Settler, entonces embajador alemán ante la Santa Sede, que el documento era “un poco duro”. Razón no le faltaba: había pedido una clara y completa condenación de todas las declaraciones conciliares heréticas.

TLM: Supongo que Ud. se dará cuenta de que, al hablar de infiltración, muchos pondrán los ojos en blanco, exasperados, diciendo ¡No queremos oír hablar de conspiraciones!

AVH: Yo solamente puedo hablarle de lo que conozco. Es de público conocimiento, por ejemplo, que Bella Dodd**, la ex comunista reconvertida al catolicismo, se refirió expresamente a la infiltración comunista en los Seminarios. Ella nos contó que cuando era miembro activo del Partido, tenía frecuentes contactos con no menos de cuatro cardenales que trabajaban para el comunismo. Muchas veces escuché decir en los EE.UU. que “los europeos olíamos conspiraciones en todas partes”. Pero desde el principio, el Maligno ha conspirado contra la Iglesia, tratando de destruir la Misa y de socavar la creencia en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía. Este es un hecho innegable y absolutamente real.
Por otra parte, como europea que soy, tentada estoy de decir que muchos estadounidenses son ingenuos y como no saben mucho de historia, suelen ser prisioneros de la ilusión. Rousseau tuvo mucha influencia en este país. Cuando en la Última Cena Nuestro Señor les dijo a sus apóstoles que uno de ellos lo traicionaría, se quedaron desconcertados. Judas había hecho su juego tan arteramente que nadie sospechaba de él. Un conspirador astuto y avezado sabe como ocultar sus propósitos, dando muestras exteriores de ortodoxia.

** Bella Dodd (1904-1964), nacida en Italia, se llamaba María Asunta Isabella Visono. Abogada, fue una de las principales dirigentes del Partido Comunista de los EE.UU., del cual fue expulsada en 1949. Se reconvirtió al catolicismo en 1951 y luego escribió “School of Darkness”.

TLM: Antes de que yo comenzase con mis preguntas, Ud. me habló de dos libros muy importantes. ¿Esas obras tenían documentación probatoria de la infiltración comunista en la Iglesia?

AVH: Los libros que le mencioné aparecieron en 1998 y en 2000, y fueron escritos por el Padre Luigi Villa, de la diócesis de Brescia, quien, por expreso pedido del Padre Pío había dedicado muchos años de su vida a investigar la posible infiltración de masones y comunistas en la Iglesia. Mi marido y yo lo conocimos al Padre Villa en los años 60. Él insistía que ninguna afirmación suya carecía de fundamentos. Cuando apareció “¿Pablo VI, Beato?” lo envió a cada uno de los obispos italianos. Ninguno acusó recibo ni refutó nada de lo que se decía.
En ese libro el Padre Villa se refiere a las desobediencias de Monseñor Montini, entonces Subsecretario de Estado, respecto a las directivas de Pío XII, que tenía clara conciencia de la amenaza comunista y había prohibido que los funcionarios del Vaticano anduviesen en tratos con Moscú. Para su consternación, se enteró a través del Obispo de Upsala (Suecia) que sus órdenes estrictas no habían sido acatadas. Al principio, se resistía a creerlo, hasta que le llevaron pruebas concluyentes de que Montini mantenía frecuentes contactos con los soviéticos.


Alighiero Tondi

Entretanto, Pío XII, siguiendo la conducta de Pío XI, había enviado clandestinamente a sacerdotes para que reconfortasen a los católicos que vivían tras la Cortina de Hierro. Esos sacerdotes fueron sistemáticamente detenidos, torturados y asesinados. A otros los mandaron a los gulags. Fortuitamente se descubrió que en el Vaticano había un topo: se trataba del jesuita Alighiero Tondi, un estrecho consejero de Montini. Tondi era un agente de Stalin y su misión era mantenerlo informado acerca de los sacerdotes que eran enviados a la Unión Soviética.
Pero Ud. debe agregar a esto el trato que Pablo VI le dispensó al Cardenal Mindszenty, quien no quería salir de Hungría, después de la revuelta de 1956. El Papa le mandó abandonar Budapest, pero el Cardenal se refugió en la embajada de los EE.UU. El Papa le había prometido solemnemente que conservaría el Primado de Hungría hasta su muerte. Cuando el Cardenal, que había sido torturado por los comunistas, llegó a Roma, Pablo VI lo abrazó cálidamente, pero acto seguido lo hizo marchar a Viena. Al poco tiempo, el Cardenal fue depuesto y se nombró en su lugar a otro, que contaba con el beneplácito del Partido Comunista húngaro. Cuando el Cardenal murió ningún representante de la Iglesia concurrió al funeral.
Más tarde, el Padre Villa recibió otra prueba de la infiltración, suministrada por el entonces Arzobispo (luego Cardenal) Gagnon, a quien Pablo VI le había encomendado una investigación sobre la infiltración dentro de la Iglesia.
El Cardenal armó un voluminoso dossier, con muchos datos preocupantes y pidió audiencia con el Pontífice para entregárselo en mano, petición que le fue denegada. El Papa le hizo llegar un aviso de que el documento estaría depositado en las oficinas de la Congregación para el Clero, bajo doble llave. Pero al día siguiente la cerradura fue violada y el dossier desapareció. El asunto se trató de tapar, pero la prensa se enteró del robo. Monseñor Gagnon, que se había guardado una copia, solicitó una audiencia privada con Pablo VI, pero no se la concedió. Entonces decidió volverse al Canadá. Más tarde, Juan Pablo II lo hizo venir a Roma y le otorgó el capelo.

TLM: ¿Por qué el Padre Villa escribió esos libros criticando a Pablo VI?


AVH: Debo decirle que el Padre era reticente en cuanto a su publicación. Pero cuando varios obispos impulsaron la beatificación de Pablo VI, se decidió a imprimirlos. En definitiva, lo que hizo fue nada más que seguir las instrucciones de la Curia, acerca de que cualquier hecho negativo respecto de los candidatos a la beatificación debía ser entregado a la Congregación respectiva.
Teniendo en cuenta el tumultuoso pontificado de Pablo VI, y las confusas señales que había dado, refiriéndose a que “el humo de Satanás había entrado en la Iglesia”, pero negándose a condenar oficialmente las herejías; la encíclica Humanae Vitae -honra de su pontificad – aunque eludió su proclamación ex cátedra; la promulgación del Credo del Pueblo de Dios en 1968, pero sin ordenar su carácter obligatorio para todos los católicos; su desobediencia a las órdenes de Pío XII sobre no mantener contacto alguno con Moscú y su política de apaciguamiento con el gobierno de Hungría, renegando de la solemne promesa hecha al Cardenal Mindszenty; su desconsideración hacia la persona del bendito Cardenal Slipyj, que había pasado 17 años en el gulag y finalmente su actitud con el Cardenal Gagnon. En fin, todo esto hablaba contra la beatificación de Pablo VI y el libro del Padre Villa finalmente apareció con el titulo de Paolo Sesto, Mesto (Pablo Sexto, el amargo).
Pero el Padre pagó un precio muy duro por sus dos libros, ocasionándole enormes aflicciones. Es que el común de los católicos tiene veneración ilimitada por el Pontífice. Pero Nuestro Señor nunca prometió que tendríamos Papas perfectos. Lo que sí prometió es que las puertas del infierno no prevalecerían. No olvidemos que, a pesar de que hubo Papas malísimos, y algunos muy mediocres, la Iglesia fue bendecida con grandes Pontífices. Ocho de ellos fueron canonizados y varios beatificados, historia triunfal que no tiene parangón con lo que sucedió en el plano secular.

TLM: ¿Entonces Ud. tiene un juicio negativo sobre el pontificado de Pablo VI?


AVH: Sólo Dios puede juzgar a Pablo VI. Pero no puede negarse que su pontificado fue complicado y trágico. Bajo su gobierno fueron introducidos muchísimos más cambios en quince años, que durante todos los siglos anteriores. Por cierto que es sumamente intranquilizador leer los testimonios de ex comunistas como Bella Dodd y estudiar los documentos masónicos del siglo XIX, y también por ejemplo, conocer las actividades de personajes como el cura apóstata Paul Roca (1). Allí se puede apreciar en toda su amplitud cómo se cumplieron los objetivos de las logias: el éxodo de sacerdotes y monjas después del Vaticano II, la aparición de una corriente teológica con graves errores nunca censurados, el feminismo, la presión para que se abandone el celibato, la inmoralidad en los clérigos, las liturgias blasfemas.

TLM: Y desde luego están los tremendos y radicales cambios hechos en la sacra liturgia, junto con un ecumenismo absolutamente falaz.

AVH: Nadie más que un ciego puede negar que los planes del Enemigo se cumplieran. Muchos se sorprendieron por lo que hizo Hitler, aunque no mi marido, que había leído concienzudamente “Mein Kampf”. Pero los dirigentes prefirieron no creer…

Pero por más grave que sea la situación, ningún católico fiel debe olvidar que Nuestro Señor prometió permanecer junto con su Iglesia hasta el fin de los tiempos. No viene mal una pequeña meditación sobre el relato evangélico, cuando Cristo dormía, mientras la barca de los Apóstoles zozobraba, en medio de una feroz tormenta. Aterrorizados los despertaron y Él les reprochó: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” e hizo que la tempestad cesase de inmediato.

TLM: Me doy cuenta por sus referencias sobre el ecumenismo que a Ud. no le cae nada bien la actitud de “convergencia” con otras religiones. Antes la Iglesia tenía la misión de convertir…

AVH: Le cuento algo que le causó enorme tristeza a mi marido. En 1946, enseñando en Fordham, se presentó en una de sus clases, un estudiante judío que había servido en la Armada durante la guerra. Al terminar la exposición lo abordó a Dietrich para decirle que él había vivido una singular experiencia en el Pacífico, contemplando una bellísima puesta de sol. Ese espectáculo lo llevó a preguntarse sobre Dios. El muchacho venía de Columbia, donde no encontró la respuesta a su inquietud. Pero un amigo le habló de Fordham y del profesor Dietrich von Hildebrand, a cuyas clases empezó a concurrir regularmente. Al finalizar una de ellas, salieron a caminar juntos y durante el paseo le contó a Dietrich que muchos profesores, al enterarse de que era judío, le aseguraron que no tratarían de convertirlo. Mi marido, estupefacto, detuvo la marcha y le preguntó:”¿Qué le dijeron?”. Al repetirle la anécdota, Dietrich le aseguró que “iría hasta el fin del mundo, con tal de que Ud. se haga católico”. Al poco tiempo, el estudiante judío se convirtió e ingresó a la Cartuja, ordenándose luego de sacerdote.

TLM: Ud. pasó muchos años enseñando en Hunter College.

AVH: Así es y le podría hablar de las numerosas estudiantes que se convirtieron, atraídos por la Verdad. Pero no fui yo quien lo hizo: simplemente recé para ser un instrumento de Dios y para que Él me ayudase a vivir según el Evangelio. Eso únicamente se obtiene con la gracia de Dios. Lamentablemente, algunos católicos que se dicen tradicionalistas, creen que la Verdad es una posesión personal y no un don de Dios. Semejante actitud los puede conducir al fanatismo. La Fe no es un juguete intelectual ni tampoco una partida de ajedrez. Deberían procurar cambiar de postura, sobre todo si defienden la Misa tradicional. Lo que todos debemos intentar es tratar de ser santos.

TLM: Entonces, ¿Ud. cree que esa es la única solución para remediar la crisis de la Iglesia?

AVH: No olvidemos que estamos luchando no sólo contra la sangre y la carne, sino también contra “Potestades y Principados”. Esto debería servir para causarnos temor y hacernos redoblar el esfuerzo para ser santos, y rezar para que la Esposa de Cristo salga de esta crisis espantosa más radiante que nunca. La respuesta católica es siempre la misma: fidelidad absoluta a las enseñanzas de las Iglesia y a la Santa Sede, recepción frecuente de los Sacramentos, rezo del Rosario, lectura espiritual diaria y agradecer el que hayamos recibido la plenitud de la Revelación. “Gaudete, iterum dico vobis, Gaudete”.

TLM: No quiero terminar la entrevista sin conocer su opinión sobre la Misa en latín. ¿Sería su restablecimiento una solución para la crisis?

AVH: El diablo odia la misa tradicional, y la odia porque es la más perfecta reformulación de todas las enseñanzas de la Iglesia. Y sobre esto Dietrich me dio la clave. Porque, mucho antes del Concilio, los sacerdotes que la rezaban ya habían perdido el sentido de lo sobrenatural y trascendente. La recitaban rapidísimo, casi murmurando y sin articular bien las palabras, señal de que intentaban introducir en la Misa su propia secularización (2). La misa tradicional no permitía irreverencia alguna y por eso muchos malos sacerdotes se alegraron cuando se la dejó de celebrar.

(Christian Order, marzo de 2007 de The Latin Mass 2001)

Notas catapúlticas:
1 – Paul Roca (1830-1893). Nacido en Francia, se ordenó sacerdote en 1858 y comenzó a vincularse con círculos gnósticos y esotéricos. Pese a la suspensión de Roma, siguió presentándose como si aun fuese miembro de la Iglesia, anunciando el advenimiento de una “divina sinarquía”, bajo la autoridad de un Papa convertido al “cristianismo científico y socialista”. (Cfr. La masonería dentro de la Iglesia, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1968, pp.39-59. El prólogo es de Julio Meinvielle).

2 – Dietrich von Hildebrand ya había detectado ese espíritu de secularización, que lo llevó a publicar en 1953 The New Tower of Babel, obra nunca traducida al castellano.

Publicado en Catapulta.
Visto en Radio Cristiandad.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

SANTA MISA TRADICIONAL EN FLAVIGNY, FRANCIA

Misa Solemne en el Seminario de Flavigny, Francia. fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.



domingo, 15 de noviembre de 2009

BIOGRAFIA DE SOR PATROCINIO

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María de los Dolores Josefa Anastasia Quiroga y Capopardo nació en Venta del Pinar - San Clemente (Cuenca) el 27 de abril de 1811, y murió en Guadalajara el 27 de enero de 1891.
Religiosa concepcionista, sierva de Dios. En el correspondiente artículo de la Enciclopedia Espasa se le llama María Rafaela. Era hija de padre gallego, Diego Quiroga y Valcárcel, y de madre conquense, Dolores Capodardo del Castillo, ambos de ilustre abolengo venidos a menos. Residente durante dos años en las Comendadoras de Santiago (Madrid), profesó en la Orden de las Concepcionistas Descalzas Franciscanas, en el convento madrileño de Caballero de Gracia el 20 de enero de 1830 con el nombre religioso de Patrocinio de María. Comúnmente se le llamó Sor Patrocinio. Cerrado años más tarde este convento, pasan las religiosas a ocupar el de Jesús Nazareno, donde sor Patrocinio fue nombrada maestra de novicias (1845). Elegida abadesa el 7 de febrero de 1849, desempeña el cargo durante cuarenta y dos años, hasta la muerte, en diversas comunidades.
A partir de 1856, inicia en Torrelaguna su obra de reformadora y fundadora de nuevos conventos; a la hora de su muerte pasaban de 19 los conventos reformados o fundados; característica de la obra de sor Patrocinio fue, no sólo la restauración de la vida y observancia primitivas, sino la apertura de escuelas para niñas pobres en cada convento. Personalmente sor Patrocinio fue una mujer extraordinaria, no sólo por su belleza física y por su inteligencia sino, sobre todo, por su singular vida de santidad. Testigos oculares de diversa categoría deponen en favor de sus revelaciones, de sus éxtasis, de sus milagros y, sobre todo, de sus cinco estigmas extraordinarios que la hicieron pasar a la historia como «la monja de las llagas».
Pero lo que hizo de sor Patrocinio uno de los personajes más célebres y discutidos de todo el siglo XIX fue el hecho de verse complicada en la vida política del tiempo. Ciertamente mantuvo unas estrechas y confidenciales relaciones con Isabel II y su esposo D. Francisco, cuyo matrimonio había anteriormente predicho y favorecido, y con todos los miembros de la familia real; ella con el padre Claret y la madre Micaela del Santísimo Sacramento son, tal vez, las personas más allegadas a las regias interioridades. Pero ¿se valía realmente sor Patrocinio de su situación para hacer y deshacer Ministerios, apoyar pretensiones dinásticas, distribuir puestos políticos, etc. ? Creemos que ni ejerció, ni quiso ejercer semejante predominio político; si en algo interesó a sus regias amistades -y esto lo hizo- fue en favor de sus fundaciones y reformas; y, alguna vez, en asuntos más generales de la Iglesia, como, por ejemplo, cuando recomendó para la sede primada a fray Cirilo Alameda y Brea que la ocupó efectivamente, o cuando insistía ante la reina sobre la conveniencia de pedir al papa que nombrase al menos tres cardenales españoles, en un momento en que no había ninguno, y unos años más tarde España contaba efectivamente ya con cinco. Sin embargo, la «monja de las llagas» no pudo sustraerse a las críticas malignas de masones, liberales, progresistas y de todos los que, en un momento dado, se sentían frustrados en sus ambiciones políticas: sor Patrocinio era la culpable; y por ello calumniada, perseguida, desterrada: a Talavera (1837), a Badajoz (1849) por Narváez, por creerla complicada en la caída de su Ministerio Relámpago; a Roma, pero no llega (1852), por Bravo Murillo por suponerla responsable del atentado de Merino contra su amiga la reina Isabel; a Baeza y a Benavente (1855) por considerarla favorable a la causa carlista; y, finalmente, a Francia (1868) escapando de la revolución de septiembre. Con razón se la ha definido «campeón de desterrados».
Se abrió el proceso de su beatificación (19-VII-1907) y fueron aprobados sus escritos (18-VI-1930). Está en curso la causa.

Fuente: Isaac Vázquez, ofm, María de los Dolores Quiroga y Capodardo, en Q. Aldea (Dir.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Madrid 1973, vol. III, págs. 2040-2041

Tomado de: sorpatrocinio.org

sábado, 14 de noviembre de 2009

IGLESIA POSTCONCILIAR

Videos de Stat Veritas









viernes, 13 de noviembre de 2009

AVE MARÍA

Bach/Gounod
Cecilia Bartoli


Schubert
Andrea Bocelli


LA JUGADA MAESTRA DE SATANAS


Sabemos por el Génesis y; mejor aún, por Nuestro Señor Jesucristo mismo, que Satanás es el padre de la mentira. En el versículo 44 cap. 8, del Evangelio de San Juan, Nuestro Señor apostrofa a los judíos diciéndoles: "Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando dice mentira habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira...".

Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la mentira en las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que son la base de las revoluciones, de las guerras mundiales y de las guerras civiles.No deja de atacar a Nuestro Señor en su cuerpo místico que es la Iglesia. En el transcurso de la historia ha empleado todos los medios, y uno de los últimos y más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles.

El laicismo de los Estados ha sido, y sigue siendo, un inmenso escándalo para las almas de la gente. Por este camino, Satanás ha conseguido poco a poco secularizar y quitar la fe a muchos miembros de la Iglesia y del Estado, hasta el punto de que esos falsos principios de separación de la Iglesia y del Estado, de libertad religiosa, de ateísmo político y de la autoridad como algo que emana de los individuos han acabado por invadir los presbiterios, los curias episcopales y hasta el Concilio Vaticano II.
Para lograrlo, Satanás ha inventado palabras clave que han logrado que los errores modernos y modernistas entren en el Concilio: la libertad se ha introducido a través de la libertad religiosa o libertad de religión; la igualdad a través de la colegialidad, que ha introducido los principios del igualitarismo democrático en la Iglesia; y, por fin, la fraternidad a través del ecumenismo que abraza todas las herejías y errores y da la mano a todos los enemigos de la Iglesia.
La jugada maestra de Satanás consiste, pues, en difundir los principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la autoridad de la misma Iglesia, poniendo a esta misma autoridad en una situación de incoherencia y de contradicción permanente. Mientras este equívoco no se disipe, los desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al hacerse equívoca la liturgia, el sacerdocio se hace igualmente equívoco; y al haberse hecho también equívoco el catecismo, la fe, que sólo puede mantenerse en la verdad, se disipa. La misma jerarquía de la Iglesia vive en un equívoco permanente, entre la autoridad personal recibida por el sacramento del orden, y la misión del Papa o del obispo y los principios democráticos.

Hay que reconocer que la baza se ha jugado bien y que se ha usado maravillosamente la mentira de Satanás. La Iglesia va a destruirse a sí misma por vía de obediencia. La Iglesia se va a convertir al mundo herético, judío y pagano por obediencia, por medio de una liturgia equívoca, de un catecismo ambiguo y lleno de omisiones, y de instituciones nuevas basadas en principios democráticos.

Las órdenes, contraórdenes, circulares, constituciones y mandatos, están tan bien manipulados, tan bien orquestados y apoyados por los omnipotentes medios de comunicación social y por lo que queda de los movimientos de Acción Católica (todos marxistoides), que los fieles sencillos y los buenos sacerdotes repetirán, con el corazón roto pero dócil: "¡Hay que obedecer!" ¿A qué o a quién? No se sabe muy bien: ¿A la Santa Sede, al Concilio, a las comisiones, a las conferencias episcopales? Uno se pierde, lo mismo entre los libros litúrgicos que entre los ordos diocesanos o la maraña inextricable de catecismos, de "oraciones del tiempo presente", etc. Hay que obedecer a pesar de los sacerdotes que apostatan, del absentismo de los obispos (salvo para condenar a los que quieren conservar la fe), del matrimonio de las personas consagrados a Dios, de la comunión de los divorciados, de la intercomunión con los herejes, etc. "¡Hay que obedecer!". Los seminarios se vacían y se venden, y lo mismo los noviciados, las casas de religiosas y las escuelas. Se saquean los tesoros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan y se profanan en su modo de vestir, en su lenguaje y en su alma... "¡Hay que obedecer! Roma, las conferencias episcopales, el sínodo presbiterial lo quieren así!". Es lo que repiten todos los ecos de las Iglesias, periódicos y revistas: "aggiornamento" y apertura al mundo. Pobre del que no esté de acuerdo. Se le puede patear, calumniar y privarle de todo lo que le permite vivir. Es un hereje, un cismático y sólo merece la muerte.Realmente, Satanás ha logrado una jugada maestra: logra que los que conservan la fe católica sean condenados por los mismos que deberían defenderla y propagarla.Ya es hora de recobrar el sentido común de la fe y de recobrar la verdadera Iglesia, oculta bajo la falsa careta del equívoco y de la mentira. La verdadera Iglesia, la verdadera Santa Sede, el sucesor de san Pedro y los obispos, en cuanto se someten a la tradición de la Iglesia, no nos piden ni pueden pedirnos que nos hagamos protestantes, marxistas o comunistas. Lo cierto es que podría creerse, al leer algunos documentos, constituciones, circulares y catecismos, que se nos pide que abandonemos la verdadera fe en nombre del Concilio, de Roma, etc.

Debemos negarnos a hacernos protestantes, a perder la fe y a apostatar como lo ha hecho la sociedad política tras los errores difundidos por Satanás en la Revolución Francesa de 1789. Nos negamos a apostatar, ya sea en nombre del Concilio, de Roma o de las Conferencias episcopales.Por encima de todo, seguimos estando unidos a todos los concilios dogmáticos que han definido nuestra fe para siempre. Todo católico digno de ese nombre debe rechazar todo relativismo y evolución de su fe en el sentido dé que lo que fue definido solemnemente en otro tiempo por los concilios ya no sea válido hoy y pueda ser modificado por otro concilio, y con más razón si sólo es pastoral.La confusión, la imprecisión, las modificaciones de los documentos sobre la liturgia y la precipitación en la aplicación, manifiestan de modo evidente que no se trata de una reforma inspirada por el Espíritu Santo. Esta forma de obrar es totalmente contraria a las costumbres romanas, que actúan siempre "cum concilio et sapientia". Es imposible que el Espíritu Santo haya inspirado la definición de la misa según el artículo 7 de la Constitución (1), y más increíble es que se haya sentido la necesidad de corregirla después. Eso es confesar que se había deformado la más importante realidad de la Iglesia: el santo sacrificio de la Misa.Hay que reconocer que la presencia de protestantes en la reforma litúrgica de la Misa plantea un dilema del que es difícil sustraerse.
Su presencia significaba o que se les invitaba a reajustar su culto a los dogmas de la Santa Misa, o que se les preguntaba qué les resultaba desagradable en la Misa católica, con el fin de eliminar las expresiones dogmáticas inadmisibles para ellos. Es evidente que esta segunda solución es la que fue adoptada, cosa inconcebible y no inspirada, desde luego, por el Espíritu Santo.Cuando se sabe que esta concepción de la "misa normativa" es la del Padre Bugnini y que se impuso tanto al Sínodo como a la Comisión de Liturgia, cabe pensar que hay Roma y Roma: la Roma eterna en su fe, sus dogmas, su concepción del sacrificio de la Misa; y la Roma temporal influida por las ideas del mundo moderno, influencia de la que no se escapó el mismo Concilio, que, de propósito y gracias al Espíritu Santo, sólo quiso ser pastoral.Santo Tomás se pregunta en la cuestión de la corrección fraterna si conviene ejercerla a veces con los superiores. Con todas las distinciones oportunas, el Ángel de las Escuelas responde que tiene que hacerse cuando se trata de la fe.¿Y quién puede, en conciencia, decir que hoy la fe de los fieles y de toda la Iglesia no está gravemente amenazada en la liturgia, en la enseñanza del catecismo y en las instituciones de la Iglesia?Léase y vuélvase a leer a San Francisco de Sales, a San Belarmino, a San Pedro Canisio y a Bossuet, y se verá con asombro que tuvieron que luchar con los mismos extravíos. Pero esta vez el drama extraordinario consiste en que estas desfiguraciones de la tradición nos vienen de Roma y de las Conferencias Episcopales.
Así, pues, si se quiere conservar la fe, por fuerza hay que admitir que algo anormal ocurre en la administración romana. Por supuesto, hay que mantener la infalibilidad de la Iglesia y del Sucesor de Pedro, también hay que admitir la trágica situación en la que se encuentra nuestra fe católica a causa de las orientaciones y documentos que nos vienen de la Iglesia. Luego, la conclusión vuelve a lo que decíamos al principio: el demonio reina por el equívoco y la incoherencia, que son sus medíos de combate y que engañan a los hombres de poca fe.Tiene que denunciarse valientemente este equívoco con el fin de preparar el día que la Providencia elija para señalarlo oficialmente a través del Sucesor de Pedro. No se nos llame rebeldes u orgullosos, porque no somos nosotros los que juzgamos.

Es el mismo Papa el que, como sucesor de Pedro, condena lo que por otro lado aconseja. Es la Roma eterna la que condena a la Roma temporal. Nosotros preferimos obedecer a la eterna.Pensamos con plena conciencia que toda la legislación que se ha puesto en práctica desde el Concilio es por lo menos dudosa y, en consecuencia, nos remitimos al canon 23 que trata este caso y nos pide que nos atengamos a la ley antigua.Estas palabras les parecerán a algunos ofensivas para la autoridad, pero muy al contrario, son las únicas que protegen la autoridad y verdaderamente la reconocen, porque la autoridad no puede existir más que para la Verdad y para el Bien y no para el error y el vicio.

A 13 de octubre, en el aniversario de las apariciones de Fátima. Año 1974.Que María se digne bendecir estas líneas y dar frutos de Verdad y Santidad.(2)

+ Monseñor Marcel Lefebvre

NOTAS:
(1) Se trata de la Institutio generalas Missalis romani que sirve de prefacio al misal de 1969. El artículo en cuestión dice así: "La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para cele brar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: "Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt. 18, 20)".

(2) Le Coup Maitre de Satan, págs. 5-9
Tomado de Semper Fidelis.

NOVIAZGOS CRISTIANOS

La historia de los hombres es la larga historia del Amor de Dios para con nosotros. Creación, Providencia, Encarnación, Redención: todo eso por amor; ¡Dios nos ha amado, Dios nos ama!

Hay grados en el amor: 1. del Creador para su creatura; 2. del Padre para su hijo; 3. del amigo para su amigo; 4. del esposo para la esposa.

Dios quiere conducirnos a este amor perfecto, donde todo está en común entre el esposo y la esposa.
“El Reino de los Cielos es semejante a unas bodas…” Unión mística del alma con Cristo, unión fructuosa, puesto que ella da gloria a Dios y procura al alma su salvación.

La perfecta imagen de esta unión, es la sagrada Comunión eucarística, en la cual Jesús se da totalmente al ser amado, y aquel (ese) se esfuerza en darse todo entero a El.

I. Preparación

Un hombre no puede desposarse con una mujer sin una cierta preparación. De igual modo una mujer no puede desposarse con un hombre sin preparación. Se precisa un tiempo de prueba, de disposición, de análisis previo. Es lo que se llama el noviazgo.

Para los noviazgos, las dos partes:
-no son extraños entre sí;
-no son aún marido y mujer;
-son como hermano y hermana.

Este tiempo de preparación, de examen previo, existe también para la unión mística de nuestra alma con Jesucristo. Para estos noviazgos misteriosos y sobrenaturales somos con Cristo “como hermano y hermana”.

-para Nuestro Señor:
estos noviazgos comienzan en la Encarnación y se manifiestan en Navidad: el se ha hecho semejante a nosotros, toma un cuerpo y un alma como los nuestros, asume la naturaleza humana;

-para nosotros:
ellos comienzan en el bautismo, por el cual Nuestro Señor nos hace semejantes a El, nos eleva al orden sobrenatural, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina.
Adoremos este gran misterio aplicándolo aquí, en este mundo, a lo que es su imagen.

II. Los Noviazgos Cristianos

Los noviazgos cristianos no son aún el matrimonio, sino una preparación, o camino previo. Es una promesa de matrimonio. Conviene mantener esta promesa, salvo motivo grave si no se comete nada que pueda entorpecer la realización del matrimonio.

En todo caso, los noviazgos pueden romperse:
-por consentimiento mutuo;
-seguidamente después de una falta grave de uno, el otro puede retractarse de su promesa;
-si sobreviene un cambio notable en el cuerpo, el espíritu, las costumbres, la fortuna de uno;
-si se manifiesta una enemistad feroz entra las dos familias, o una incompatibilidad de humor entre los novios: separarse cuando se está todavía a tiempo vale más que hacerse infeliz toda una vida;
-si uno de los dos escoge un estado de vida más perfecto (sacerdocio, vida religiosa),
-si uno descubre un impedimento canónico para el matrimonio.

Queridos y bendecidos por la Iglesia, los noviazgos son buenos por sí mismos. Durante todo este período más o menos largo –cuatro meses a un año serían convenientes-los novios deben considerarse y comportarse “como hermano y hermana”. Ni más ni menos.

Para ser bien comprendidos esquematicemos:

1. Lo que está permitido

Es un tiempo de relación honesta, con vistas a conocerse mejor, juzgando los caracteres sobre todo, y ejercitándose en un amor verdadero y profundo. Conviene que los novios se hablen y dialoguen mucho sobre todas las clases de temas notablemente la fe católica, la Tradición, la educación de los hijos, etc. Es falso decir que “en el matrimonio es como en el cementerio, para que esto dure hay que mantenerse como muertos”. Hay que tener ante todo convicciones profundas, y una gran comunión de pensamiento sobre todos los temas importantes.

Los novios tienen pues el derecho y el deber de reunirse, de comunicarse sus aspiraciones legítimas, de amarse mutuamente y de testimoniar su amor con pruebas de cariño que autorizan una honesta costumbre. Todas sus relaciones estarán regidas por una verdadera estima y un respeto mutuo muy grande.

2. Lo que está prohibido

Los novios se recordarán que, si el noviazgo es una preparación al matrimonio, no es un comienzo del matrimonio. Por lo tanto, no tienen derecho alguno sobre el cuerpo del otro, y están obligados por la ley de la castidad perfecta, como todas las personas que no están casadas.

Evitarán cuidadosamente toda familiaridad peligrosa; se privarán de abrazos, de entrevistas prolongadas y sin testigos que, por nuestra naturaleza herida por el pecado original, se convierten fácilmente en ocasiones de pecado; se recordarán también que ninguna licencia puede autorizar los actos de sensualidad tales como las caricias y los besos voluptuosos u otros; evitarán todo vestido o postura inmodestos, así como todas las frivolidades y provocaciones que podrían llevarles al pecado.

Separamos que es un pecado el situarse en ocasión de pecado, salvo razón proporcionada grave. Es en este sentido que hay que leer las palabras sencillas y vigorosas del santo Cura de Ars:

“Desde el momento que dos personas se hacen novios, no deben permanecer en la misma casa bajo pena de pecado grave, a causa de los peligros y de las tentaciones a las cuales serán expuestos, porque el demonio hace todo lo que puede para hacerlos indignos de la bendición de Dios que les está prometida en el sacramento del matrimonio. Ese es el motivo por el cual la Iglesia les prohíbe habitar bajo el mismo techo todo el tiempo del noviazgo”. (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el matrimonio) Están igualmente proscritos los viajes entre novios solos.

3. Con la ayuda de la gracia:

Los novios recordarán que es en la plegaria, la recepción frecuente del sacramento de la Eucaristía, con las disposiciones requeridas, y la práctica regular del sacramento de la penitencia, con las disposiciones requeridas, y la práctica regular del sacramento de la penitencia, que obtendrán la fuerza necesaria para guardarse de toda falta y para amarse castamente.

4. Deber de los padres:

Los padres deben no desentenderse y acordarse de la gran responsabilidad que contraen ante de Dios en su tarea de educadores de sus hijos, comprendiendo incluso el periodo del noviazgo.

Muchos, influidos por la idea que hay que dar confianza a los novios, se creerían deshonrados por un espíritu retrógrado, si se permitiesen las más discreta vigilancia de sus novios. Sin ninguna duda, hay que dar confianza a sus hijos, incluso durante el tiempo del noviazgo. Pero dar confianza a sus hijos no quiere decir dejarles ponerse en peligro de pecado. Es una ayuda que los padres cristianos deben aportarles.

Dejar a los novios solos en casa o dentro de un local cerrado, permitirles emprender viajes yendo solos, caminatas, campamentos, largos trayectos en coche, etc. es ponerles en ocasiones de pecado.
Hay que prohibir, insisto, que se alojen bajo el mismo techo.

Ingenuidad y negligencia no son de recibo y pueden ser gravemente culpables, pues dejarían a los novios plena libertad para encontrarse tanto como deseen. Los padres tienen la gran responsabilidad en lo que respecta a la duración, la frecuencia y la modalidad de los encuentros. ¡Atención! Hay en nuestra época un renuevo de naturalismo y de liberalismo. Para estar con Jesucristo, padres y novios deben guardarse del espíritu del mundo y remar contra corriente.

Conclusión

Citaremos aquí al papa Pío XII, de venerable memoria, en una de sus numerosas alocuciones a los jóvenes esposos (no menos de setenta, de 1939 a 1943), la del 12 de noviembre de 1941:

“Debéis poner en común vuestras almas, hasta el punto de formar una sola con ambas. ¿No tiene acaso una soberana importancia para los novios asegurarse que sus vidas son susceptibles de darse y tenerse en plena armonía? Si uno de los dos es sinceramente, profundamente cristiano, y el otro, puede darse el caso, poco o nada creyente, poco o nada preocupado de los deberes y prácticas religiosas, comprendéis fácilmente qué quedará entre estas dos almas, no obstante su amor mutuo, sino una penosa disonancia…

“Cuando un ideal común de vida ya los unió, y ambos, por la gracia santificante, son hijos de Dios y templos del Espíritu Santo, entonces les resulta fácil y dulce para ellos confiarse uno al otro sus alegrías y tristezas, temores y esperanzas, planes y proyectos para el arreglo interior de la casa, para el porvenir de la familia, para la educación de los hijos…”

Padre Jacques Berrou

Plegaria para los novios

Señor todopoderoso y lleno de bondad, Vos habéis permitido el encuentro de estos dos hijos. Vos sois la fuente de toda luz y de todo amor: dignaos, por Vuestro Espíritu Santo, preparar Vos mismo a estos novios para el sacramento del matrimonio. Enseñadles a conocerse verdaderamente, haced que su amor sea cada día más profundo, más leal y más puro.
Que bajo Vuestra mirada se respeten hasta el momento en que, por el matrimonio, se pertenezcan mutuamente. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Tomado de la revista Tradición Católica nº 95 .