jueves, 26 de septiembre de 2019

MILAGROS EUCARISTICOS - 53


FLUJO DE SANGRE
Año 1725, Paris (Francia)

Corría el año 1725, y la joven Ana de la Fosse hacía ya veinte años que en París sufría un pertinaz y casi continuo flujo de sangre, a consecuencia del cual había llegado a un extremo tal de debilidad y falta de fuerzas, que ni con muletas podía dar un paso. Sus ojos no podían soportar la luz y todo su cuerpo estaba tan dolorido, que el menor movimiento le causaba indecibles dolores y desmayos. Un vivo dolor de costado le impedía estar en el lecho, siendo preciso llevarla en brazos para que pudiera ir de un lugar a otro.

En este estado se hallaba la enferma, según el testimonio jurado de diversos testigos dignos de fe, cuando se acercaba la festividad del Corpus Christi. En este tiempo excitó Dios en el corazón de la enferma un gran deseo de pedir su curación a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, cuando por su casa pasase la procesión.
Animada de viva fe y gran confianza, se hizo llevar junto a la puerta de la calle y allí esperó orando con fervor, el momento que pasase el divino Redentor, y cuando le dijeron: «He aquí el Santísimo Sacramento», quiso ponerse de rodillas, pero faltándole las fuerzas, pidió la mantuviesen en esa postura, no cesando de clamar en alta voz: «Señor, si queréis, podéis curarme».

Entre la muchedumbre que acompañaba al Santísimo, unos se mostraban maravillados, otros, en cambio, se enojaron del singular proceder de esta mujer, y aun hubo quienes la tuvieron por loca. Se acercaban, pues, las gentes diciéndole se retirase, pero ella permanecía firme, moviéndose como podía hacia adelante, diciendo: «Dejadme seguir a mi Dios...». ¡Fe tan grande no podía quedar sin recompensa.

De repente se sintió fortalecida, y con ayuda de dos personas que la acompañaban, se puso en pie. Pero como apenas levantada corriese peligro de caer en tierra, exclamó entonces con más fuerza de voz que antes: «Señor, dejadme entrar en vuestro templo y quedaré sana» Luego dijo a las compañeras que la dejasen ir sola, y, en efecto, se puso por sí misma a andar, con gran admiración de todos, hasta llegar a la parroquia de Santa Margarita a donde llevaban el Santísimo Sacramento. La hemorragia no había cesado del todo, pero en el momento mismo que puso el pie en el templo del Señor, cesó por completo.

La enferma, perfectamente curada, permaneció hora y media delante del altar, ya de pie, ya sentada, ya de rodillas, y después de haber dado gracias a su divino Bienhechor, volvió a su casa sin auxilio de nadie y acompañada de mucha gente que la quería ver, para persuadirse de tan milagrosa curación.

Un sinnúmero de protestantes creyeron en el Santísimo Sacramento, y uno de ellos, dijo solemnemente delante del tribunal eclesiástico, que tal curación era obra milagrosa del Poder divino, y que no creía hubiese milagro mejor probado que éste.

(Cardenal Noailles, arzobispo de Paris, Pastoral del mismo año.)

P. Manuel Traval y Roset

martes, 24 de septiembre de 2019

SIN RESPETO. POR EDUARDO GARCIA SERRANO



Los hombres merecen respeto, sus actos y sus obras, sus decisiones y sus sentencias, en innumerables ocasiones, no. Más allá del respeto debido a la condición humana del más despreciable de los hombres, aunque lleve toga, no siento el menor respeto por la sentencia del Tribunal Supremo que pretende enterrar al Generalísimo Francisco Franco en el olvido profanando, con todos los oropeles judiciales que se quiera, su tumba del Valle de los Caídos.

Nunca, jamás he creído en esa mentira de consenso que mineraliza la independencia del Poder Judicial en una verdad absoluta y en un dogma democrático con la amenazante fuerza de una ley coránica. La cúpula del Poder Judicial español, el Tribunal Supremo y sus éforos del Consejo General del Poder Judicial, son un arrabal más de los poderes políticos, en tanto que sus magistrados lo son, sólo y exclusivamente, en función del cambalache y del apaño que los partidos intercambian en el tapete de los poderes Ejecutivo y Legislativo. En esa timba se reparten las togas del Tribunal Supremo buscando siempre la dependiente docilidad del destinatario del nombramiento, y fundamentalmente en los asuntos de especial relevancia política y, por lo tanto, de enorme transcendencia social e histórica, como la sentencia para la legalización de la profanación de la tumba del Generalísimo Francisco Franco.

Seis magistrados, dos de matute del cuarto turno, sin el filtro aparente de la oposición, elegidos por ese concepto tan subjetivo como etéreo que dieron en llamar “reconocido prestigio”, otros tres togados de reconocidas filias socialistas, a no ser que el PSOE tenga las neuronas tan corrompidas como los bolsillos y designe togados del Supremo a magistrados que le son abiertamente adversos, y el sexto de la unánime sentencia un suplicante del PP que, probablemente, esté “opositando” para ser más progre y más antifranquista que sus compañeros de cartel: los dos de matute del cuarto turno y los tres filosocialistas.

¿Dónde está la independencia del Poder Judicial? En la mentira de consenso aceptada sin rechistar por los profesionales del poder político y de sus afluentes periodísticos, que no quieren que gravite sobre sus cabezas y su carreras la amenaza coránica implícita sólo en la duda razonable de que, los magistrados del Supremo y los éforos del Consejo General del Poder Judicial, sean tan dependientes del poder político como lo fue su ejemplar colega, aquel que presidió la sala que juzgó y asesinó “legalmente” a José Antonio Primo de Rivera, y que el primer día de la vista tuvo un lapsus premonitorio invitando a José Antonio a entrar en la sala diciendo “pase el condenado”.

La sentencia de la profanación legal de la tumba del Generalísimo Francisco Franco no estaba escrita, pero sí estaba dictada desde que el Parlamento decidió deshonrarse aprobando su exhumación. El Tribunal Supremo ha hecho lo de siempre, recoger y reciclar la basura que los políticos dejan en su felpudo.