sábado, 16 de marzo de 2019

MILAGROS EUCARISTICOS - 52


EL DIVINO NIÑO
Año 1427, Zaragoza (España)

Entre los muchos prodigios que ha obrado el Señor para dar testimonio contra los infieles de la presencia real y verdadera de Cristo Nuestro Señor en el sacramento de la Eucaristía, es muy célebre la admirable aparición del divino Niño sacramentado, verificada en la Catedral de Zaragoza el año de 1427, siendo Arzobispo de aquella iglesia D. Alonso Arhuello. He aquí la relación que nos dejó escrita de ella el doctísimo Dorner, arcediano de aquella metropolitana. Dice así:

"Consultó en esta ciudad una mujer casada, a un alfaquí, impío curandero, que remedio podría darle para que su marido, que era de condición muy áspera y desabrida, no la tratase con tanta dureza. Le respondió el infame moro que lograría mudase el marido de temperamento y la amase; más que para hacerle el remedio había menester una Hostia consagrada.

"Le prometió la supersticiosa y malvada mujer que ella misma se la traería y pondría en las manos, y para ello fuese a confesar y comulgar en la capilla parroquial de San Miguel, que hay en dicha iglesia metropolitana; y en acabando de recibir la sagrada Comunión, sacó con diabólica astucia de su boca la Forma consagrada y poniéndola en un cofrecillo que para esto llevaba prevenido, se fue luego a la casa del moro para entregársela. Más, ¿qué sucedió?

"Al abrir la cajita echó de ver, con grande espanto, que en lugar de la Hostia santa había allí un pequeño y hermoso Niño, que despedía de si admirables resplandores, Atemorizada la mujer a la vista de aquel portento, no sabía qué hacer, si dar cuenta del prodigio o consumar su sacrílega iniquidad. Le dijo entonces el moro que tomase el cofrecillo y lo quemase todo ocultamente en su casa. Lo hizo así la atrevida mujer; más pronto observo que abrasado y reducido a cenizas el cofrecillo, quedaba el Divino Niño del todo ileso, arrojando de su cuerpecito rayos de maravillosa claridad.

"Turbada y fuera de sí la mujer con esta nueva maravilla, se vuelve a la casa del criminal consejero, para decirle lo que había pasado. Tembló entonces el moro, oyendo las palabras de la mujer, se llenaron los dos de confusión y espanto; temiendo que les amenazaba alguna terrible venganza del cielo si no se rendían a la fuerza de aquel prodigio, y no hacían penitencia de su pecado. Determinaron, pues, irse entrambos a la Seo, ella para confesarse y él para dar noticia del suceso al Vicario general, como en efecto lo hizo, pidiéndole, además, con muchas lágrimas la gracia del santo Bautismo.

"Se dio luego entera cuenta de todo lo acaecido al señor Arzobispo D. Alonso, el cual mandó que se averiguase muy bien el caso, y se tratase con personas graves y doctas lo que en él se había de hacer; y certificados todos de la verdad de aquel suceso tan extraordinario acordaron que se había de restituir procesionalmente aquel Niño Dios sacramentado, desde la casa de la mujer al santo templo.

"Se ordenó, pues, aquel mismo día que era sábado, una procesión general, a la que asistieron los dos Cabildos, el de la iglesia del Salvador y el de la iglesia del Pilar, el clero secular y regular, los magistrados de la ciudad, la nobleza y el pueblo, cerrando la magnífica y numerosísima procesión el señor Arzobispo, que debajo del palio caminaba llevando en sus manos, con grande reverencia, el divino Niño reclinado en una patena de oro.

"Todos los ojos llenos de lágrimas se ponían en el maravilloso Infante, el cual a su paso robaba los corazones de todos llegada, por fin, la procesión a la Seo, se colocó aquel Santo Niño sobre el altar de San Valero, para satisfacer a los deseos de la muchedumbre ansiosa de verlo y se terminó esta solemne traslación con una piadosa plática que pronunció el señor Arzobispo muy conmovido por tan grande maravilla.

"Se dejó manifiesto el divino Niño sobre el altar todo el resto de aquel día y toda la noche, para que el católico pueblo de Zaragoza se hartase de mirarlo y venerarlo; y venida la mañana del siguiente día que era domingo, celebró el Prelado en aquel mismo altar Misa del Santísimo Sacramento. Entonces sucedió otro caso maravilloso, y fue que al llegar el Arzobispo celebrante a la ceremonia del Ofertorio, desapareció el admirable Niño de la patena en que estaba, dejando en su lugar la sagrada Forma, que fue sumida por el señor Arzobispo en la Comunión.

"Creció desde aquel día en todo el pueblo de Zaragoza la fe y la veneración debida al sacrosanto Misterio de nuestros altares.

"En el archivo del Cabildo Metropolitano se conserva la relación del milagro, acreditado por innumerables testigos, y el arte con sus primores lo ha perpetuado en los grandes lienzos que adornan la capilla de San Dominguito del Val."


(P. Fr. Roque Faci, Aragón reino de Cristo y dote de María 
Santísima.—P. Fr. Jaime Barón. Luz de la Fe y de la ley.
lib. 3, cap. 45.)

P. Manuel Traval y Roset

viernes, 1 de marzo de 2019

Carta de Bernardette a María y a Jesús agradeciendo sufrimientos y humillaciones


Por la indigencia de mamá y de papá, por la ruina del molino, por el vino del cansancio, por las ovejas con roña: gracias, Dios mío. Por el Procurador, el Comisario y los Gendarmes, por las duras palabras del párroco Don Peyramale.

Por los días en que viniste, Virgen María, y por los días que no viniste, no sabré darte las gracias más que en el Paraíso. Pero por las burlas y los ultrajes, por quienes me han tomado por loca, por quienes me han considerado mentirosa, por quienes me han tachado de interesada, gracias, Virgen Santa.

Por la ortografía que nunca he sabido, por la memoria que nunca he tenido, por mi ignorancia y mi estupidez, gracias. Gracias, porque si hubiera habido en la tierra una niña más estúpida que yo, la habrías escogido a ella.

Por mi madre que murió lejos de mí, por la pena que sentí cuando mi padre, en vez de abrir los brazos a su pequeña Bernadette, me llamó Sor Marie Bernarde: gracias, Jesús. Gracias por haber saciado de amargura este corazón demasiado tierno que me has dado; por la Madre Josefina que me ha proclamado una inútil. Gracias.

Por los sarcasmos de la madre Maestra, por su dura voz, sus injusticias, sus ironías, y por el pan de la humillación, gracias. Gracias por haber sido aquella a quien la Madre Teresa podía decir: “No sé cómo te las apañas para combinar tantos desastres”. Gracias por haber tenido el privilegio de los reproches, por ser aquella de quien las otras hermanas de comunidad decían: “¡Qué suerte no ser como Bernardette”.

Gracias por haber sido Bernadette, amenazada de cárcel porque te había visto, Virgen Santa. Mirada por la gente como un bicho raro, esa Bernadette tan mezquina, que al verla se decía: “Pero ¿quién es esa?”.

Por este mísero cuerpo que me has dado, por esta enfermedad de fuego y de humo, por mis carnes que se están pudriendo, por mis huesos llenos de caries, por mis sudores, mi fiebre, mis dolores sordos y agudos, gracias, Dios mío.

Por esta alma que me has dado, por el desierto de la aridez interior, por tu noche y tus relámpagos, por tus silencios y tus rayos; por todo, por Ti, ausente y presente, gracias; gracias, ¡oh, Jesús!