jueves, 23 de abril de 2020

SEXTA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE OCTUBRE DE 1917


Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. Había masas de gente. Una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el lodo en los caminos impedía a esa gente arrodillarse en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Coya de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a la gente que cerrase los paraguas para rezar el rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

—¿Qué es lo que Vd. me quiere?

—Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío; que soy la Señora del Rosario; que continúen siempre rezando el rosario todos los días. La guerra va a acabar, y los militares volverán en breve a sus casas.

—Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos y si convertía a algunos pecadores, etc.

—A unos, sí; a otros, no. Es necesario que se enmienden; que pidan perdón de sus pecados; —y tomando un aspecto más triste—, No ofendan más a Dios Nuestro Señor que está ya muy ofendido.

Y abriendo las manos, las hizo reflejarse en el sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol.

He aquí, Ecmo. y Rvmo. señor Obispo, el motivo por el cual exclamé que mirasen al sol. Mi fin no era llamar a él la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice solo, llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello.

Desaparecida Nuestra Señora en la inmensa distancia del firmamento, vimos al lado del sol a San José con el Niño, y a Nuestra Señora, vestida de blanco, con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir el mundo con unos gestos que hacían con la mano en forma de cruz. Poco después, desvanecida esta Aparición, vimos al Señor y a Nuestra Señora que me daba la idea de ser Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor parecía bendecir el mundo, de la misma forma que San José. Se desvaneció esta Aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a Nuestra Señora del Carmen.

He aquí, Excmo. y Rvmo. señor Obispo, la Historia de las Apariciones de Nuestra Señora en Coya de Iría en 1917. Siempre que por algún motivo tenía que hablar de ellas, procuraba hacerlo con las mínimas palabras con la intención de guardar para mí sola esas partes más íntimas que tanto me costaba manifestar. Más como ellas son de Dios y no mías, y El ahora, por medio de V. E. Rvdma. me las reclama, ahí van. Restituyo lo que no me pertenece. Advertidamente no me reservo nada. Me parece que deben faltar solo algunos pequeños detalles referentes a peticiones que hice. Como eran cosas meramente materiales, no les di tanta importancia, y tal vez por eso no se me grababan tan vivamente en el espíritu. Y, además eran tantas, tantas... Debido tal vez a preocuparme con el recuerdo de las innumerables gracias que tenía que pedir a Nuestra Señora caí en el error de entender que la guerra acababa el mismo día 13. 

No pocas personas se han mostrado bastante admiradas por la memoria que Dios se dignó darme. Por una bondad infinita, la tengo bastante privilegiada, en todo el sentido. Pero en estas cosas sobrenaturales, no es de admirar, porque ellas se graban en el espíritu de tal forma que casi es imposible olvidarlas. Por lo me-nos el sentido de las cosas que indican, nunca se olvida, a no ser que Dios quiera también que se olvide.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

miércoles, 22 de abril de 2020

QUINTA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE SEPTIEMBRE DE 1917


Al aproximarse la hora fui allí con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas nos dejaban andar. Las entradas estaban apiñadas de gente. Todos nos querían ver y hablar. Allí no había respetos humanos. Numerosas personas y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la multitud que alrededor nuestro de apiñaba, venían a postrarse de rodillas delante de nosotros, pidiendo que presentásemos a Nuestra Señora sus necesidades. 

Otros no consiguiendo llegar junto a nosotros, llamaban de lejos: 

—¡Por amor de Dios! Pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo imposibilitado; otro, que me cure el mío, que es ciego; otro, el mío que es sordo; que me traiga a mi marido; a mi hijo que está en la guerra; que me convierta a un pecador; que me dé salud que estoy tuberculoso, etc., etc. 

Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad, y algunos gritaban hasta de lo alto de los árboles y de las paredes adonde subían con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí y dando la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra, ahí íbamos andando, gracias a algunos caballeros que nos iban abriendo camino por entre la multitud. 

Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas tan encantadoras del paso del Señor por Palestina, recuerdo éstas que tan niña todavía, el Señor me hizo presenciar en esos pobres caminos y carreteras de Aljustrel a Fátima y a Coya de Iría. Y doy gracias a Dios, ofreciéndole la fe de nuestro buen pueblo portugués. Y pienso: Si esta gente se humilla así delante de tres pobres niños, solo porque a ellos les es concedida misericordiosamente la gracia de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si viesen delante de sí al propio Jesucristo? 

Bien, pero esto no pertenece aquí. Fue más bien una distracción de la pluma que se me escapó por donde yo no quería. ¡Paciencia! Una cosa inútil más, pero no la quito para no estropear el cuaderno.

Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a la encina y comenzamos a rezar el rosario con el pueblo. Poco después vimos el reflejo de la luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

 —Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen y San José con el Niño Jesús para bendecir el mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevadla solo durante el día.

—Me han pedido para pedirle muchas cosas, la cura de algunos enfermos, de un sordomudo.

—Sí. A algunos los curaré, a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean. Y comenzando a elevarse desapareció como de costumbre.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

lunes, 20 de abril de 2020

SERMON DEL PADRE CARDOZO - DOMINGO IN ALBIS


Sermón del P. Ernesto Cardozo en Contagem-MG (Brasil).
-La Confesión
-Santo Tomás
-La Falsa Devoción a Jesús Misericordioso

viernes, 17 de abril de 2020

ORACIÓN AL FALLECIMIENTO DE UN SER QUERIDO


¡Oh Jesús, único consuelo en las horas eternas del dolor, único consuelo sostén en el vacío inmenso que la muerte causa entre los seres queridos! Tú, Señor, a quién los cielos, la tierra y los hombres vieron llorar en días tristísimos; Tú, Señor, que has llorado a impulsos del más tierno de los cariños sobre el sepulcro de un amigo predilecto; Tú, ¡oh Jesús! que te compadeciste del luto de un hogar deshecho y de corazones que en él gemían sin consuelo; Tú, Padre amantísimo, compadécete también de nuestras lágrimas. Míralas, Señor, cómo sangre del alma dolorida, por la perdida de aquel que fue deudo queridísimo, amigo fiel, cristiano fervoroso. ¡Míralas, Señor, como tributo sentido que te ofrecemos por su alma, para que la purifiques en tu sangre preciosísima y la lleves cuanto antes al cielo, si aún no te goza en él! ¡Míralas, Señor, para que nos des fortaleza, paciencia, conformidad con tu divino querer en esta tremenda prueba que tortura el alma! ¡Míralas, oh dulce, oh piadosísimo Jesús! y por ellas concédenos que los que aquí en la tierra hemos vivido atados con los fortísimos lazos de cariño, y ahora lloramos la ausencia momentánea del ser querido, nos reunamos de nuevo junto a Ti en el Cielo, para vivir eternamente unidos en tu Corazón. Amén.

Devocionario Católico

jueves, 16 de abril de 2020

CUARTA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE AGOSTO DE 1917


Como ya está dicho lo que en ese mes pasó, no me detengo en eso y paso a la Aparición a mi entender el día 15, al caer de la tarde (I). Como entonces aún no sabía los días del mes, puede ser que sea yo la que está equivocada, pero tengo la idea que fue el mismo día que llegamos de Vila Nova de Ourem. Andando con las ovejas en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que alguna cosa sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra Señora nos viniese a aparecer y teniendo pena que Jacinta se quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a llamar. Como no quería le ofrecí veinte centavos, y allá se fue corriendo.

Entretanto vi con Francisco, el reflejo de la luz que llamábamos relámpago, y habiendo llegado Jacinta, un instante después vimos a Nuestra Señora sobre una encina.

—¿Qué es lo que Vd. me quiere?

—Quiero que sigáis yendo a Coya de Iría el día 13; que continuéis rezando el rosario todos los días. El último día haré un milagro para que todos crean.

—¿Qué es lo que Vd. quiere que se haga con el dinero que la gente deja en Coya de Iría?

—Que hagan dos andas: Una, llévala tú con Jacinta y dos niñas más, vestidas de blanco, y otra que la lleve Francisco y tres niños más. El dinero de las andas (andas sirven en Fátima y otros lugares para llevar donativos en metálico y especie en los días de fiesta,—El editor), es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario; lo que sobre es para ayuda de una capilla que deben hacer.

—Quería pedirle la cura de algunos enfermos.

—Sí, a algunos los curaré durante el año. Y tomando un aspecto más serio dijo:

—Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores que van muchas almas al infierno por no tener quien se sacrifique y pida por ellas.

Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección al saliente.


(I) Lucía se ha equivocado, pensando que la aparición había tenido lugar el mismo día en que volvieron de la detención de Vila Nova de Ourem. Pero no fue así. La aparición tuvo lugar el domingo siguiente, día 19.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

miércoles, 15 de abril de 2020

TERCERA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE JULIO DE 1917


Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la encina, entre numerosa multitud del pueblo, estando rezando el rosario, vimos el reflejo de la acostumbrada luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

— Usted ¿qué me quiere?

—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que continuéis rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz de mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella lo puede conseguir.

—Quería pedirle que nos diga quién es; que haga un milagro para que todos crean que Vd. nos aparece.

—Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero y haré un milagro que todos han de ver para creer.

Aquí hice algunas peticiones que no recuerdo bien cuales fueron. Lo que me acuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el rosario para alcanzar las gracias durante el año y continuó:

—Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, en especial cuando hiciereis algún sacrificio: "Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María."

Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra, y vimos como un mar de fuego: sumergidos en este fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de las mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante al caer de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto que di aquel "ay", que dicen haberme oído.) Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.

Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora que nos dijo entre bondad y tristeza:

—Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejaran de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre.

—Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia. Los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe,. etc... Esto no lo digáis a nadie. A Francisco sí, se lo podéis decir.

—Cuando rezareis el Rosario decid después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo, principalmente las más necesitadas! Seguía un instante de silencio, y pregunté:

—Usted ¿no me quiere nada más?

—No. Hoy no te quiero nada más. Y como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al saliente, hasta desaparecer en la inmensa distancia del firmamento.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

domingo, 12 de abril de 2020

FELIZ Y SANTA PASCUA DE RESURRECCIÓN

Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores y amigos una Feliz y Santa Pascua de Resurrección.

jueves, 9 de abril de 2020

LA ORACIÓN QUE HIZO NUESTRO SALVADOR EN EL HUERTO Y SUS MISTERIOS - VENERABLE MADRE AGREDA



La oración que hizo nuestro Salvador en el huerto y sus misterios 
y lo que de todos conoció su Madre santísima. 

1204. Con las maravillas y misterios que nuestro Salvador Jesús obró en el Cenáculo dejaba dispuesto y ordenado el reino que el Eterno Padre con su voluntad inmutable le había dado. Y entrada ya la noche que sucedió al jueves de la cena, determinó salir a la penosa batalla de su pasión y muerte, en que se había de consumar la redención humana. Salió Su Majestad del aposento donde había celebrado tantos misterios milagrosos y al mismo tiempo salió también su Madre santísima de su retiro para encontrarse con Él. Llegaron a carearse el Príncipe de las eternidades y la Reina, traspasando el corazón de entrambos la penetrante espada de dolor que a un tiempo les hirió penetrantemente sobre todo pensamiento humano y angélico. La dolorosa Madre se postró en tierra, adorándole como a su verdadero Dios y Redentor. Y mirándola Su Divina Majestad con semblante majestuoso y agradable de Hijo suyo, le habló y la dijo solas estas palabras: Madre mía, con Vos estaré en la tribulación, hagamos la voluntad de mi Eterno Padre y la salvación de los hombres. La gran Reina se ofreció con entero corazón al sacrificio y pidió la bendición. Y habiéndola recibido se volvió a su retiro, de donde le concedió el Señor que estuviese a la vista de todo lo que pasaba y lo que su Hijo santísimo iba obrando, para acompañarle y cooperar en todo en la forma que a ella le tocaba. El dueño de la casa, que estaba presente a esta despedida, con impulso divino ofreció luego la misma casa que tenía y lo que en ella había a la Señora del cielo, para que se sirviese de ello mientras estuviesen en Jerusalén, y la Reina lo admitió con humilde agradecimiento. Y con Su Alteza quedaron los mil Ángeles de Guarda, que la asistían siempre en forma visible para ella, y también la acompañaron algunas de las piadosas mujeres que consigo había traído. 

1205. Nuestro Redentor y Maestro salió de la casa del Cenáculo en compañía de todos los hombres que le habían asistido en las cenas y celebración de sus misterios, y luego se despidieron muchos de ellos por diferentes calles, para acudir cada uno a sus ocupaciones. Y Su Majestad, siguiéndole solos los doce Apóstoles, encaminó sus pasos al monte Olívete, fuera y cerca de la ciudad de Jerusalén a la parte oriental. Y como la alevosía de Judas Iscariotes le tenía tan atento y solícito de entregar al divino Maestro, imaginó que iba a trasnochar en la oración, como lo tenía de costumbre. Parecióle aquella ocasión muy oportuna para ponerle en manos de sus confederados los escribas y fariseos. Y con esta infeliz resolución se fue deteniendo y dejando alargar el paso a su divino Maestro y a los demás Apóstoles, sin que ellos lo advirtiesen por entonces, y al punto que los perdió de vista partió a toda prisa a su precipicio y destrucción. Llevaba gran sobresalto, turbación y zozobra, testigos de la maldad que iba a cometer, y con este inquieto orgullo, como mal seguro de conciencia, llegó corriendo y azorado a casa de los pontífices. Sucedió en el camino que, viendo Lucifer la prisa que se daba Judas Iscariotes en procurar la muerte de Cristo nuestro bien y sospechando este Dragón que era el verdadero Mesías, como queda dicho en el capítulo 10, le salió al encuentro en figura de un hombre muy malo y amigo del mismo Judas Iscariotes, con quien él había comunicado su traición. En esta figura le habló Lucifer a Judas Iscariotes sin ser conocido por él y le dijo que aquel intento de vender a su Maestro, aunque al principio le había parecido bien por las maldades que de él le había dicho, pero que pensando sobre ello había tomado mejor acierto en su dictamen y acuerdo para él y le parecía no le entregase a los pontífices y fariseos, porque no era tan malo como el mismo Judas Isacriotes pensaba, ni merecía la muerte, y que sería posible que hiciese algunos milagros con que se libraría y después le podría suceder a él gran trabajo. 

1206. Este enredo hizo Lucifer, retractando con nuevo temor las sugestiones que primero había enviado al corazón pérfido del traidor discípulo contra el autor de la vida. Pero salióle en vano su nueva malicia, porque Judas Iscariotes, que había perdido la fe voluntariamente y no temía las violentas sospechas del demonio, quiso aventurar antes la muerte de su Maestro que aguardar la indignación de los fariseos si le dejaba con vida. Y con este miedo y su abominable codicia no hizo caso del consejo de Lucifer, aunque le juzgó por el hombre que representaba. Y como estaba desamparado de la gracia divina, ni quiso ni pudo persuadirse por la instancia del demonio para retroceder en su maldad. Y como el Autor de la vida estaba en Jerusalén, y también los pontífices consultaban cuando llegó Judas Iscariotes cómo les cumpliría lo prometido de entregársele en sus manos, en esta ocasión entró el traidor y les dio cuenta cómo dejaba a su Maestro con los demás discípulos en el monte Olívete, que le parecía la mejor ocasión para prenderle aquella noche, como fuesen con cautela y prevenidos para que no se les fuese de entre las manos con las artes y mañas que sabía. Alegráronse mucho los sacrílegos pontífices y quedaron previniendo gente armada para salir luego al prendimiento del inocentísimo Cordero. 

1207. Estaba en el ínterin Su Majestad divina con los once Apóstoles tratando de nuestra salvación eterna y de los mismos que le maquinaban la muerte. Inaudita y admirable porfía de la suma malicia humana y de la inmensa bondad y caridad divina, que si desde el primer hombre se comenzó esta contienda del bien y del mal en el mundo, en la muerte de nuestro Reparador llegaron los dos extremos a lo sumo que pudieron subir; pues a un mismo tiempo obró cada uno a vista del otro lo más que le fue posible: la malicia humana quitando la vida y honra a su mismo Hacedor y Reparador, y Su Majestad dándola por ellos con inmensa caridad. Fue como necesario en esta ocasión —a nuestro modo de entender— que el alma santísima de Cristo nuestro bien atendiese a su Madre purísima, y lo mismo su divinidad, para que tuviese algún agrado entre las criaturas en que descansase su amor y se detuviese la justicia. Porque en sola aquella pura criatura miraba lograda dignísimamente la pasión y muerte que se le prevenía por los hombres, y en aquella santidad sin medida hallaba la justicia divina alguna recompensa de la malicia humana, y en la humildad y caridad fidelísima de esta gran Señora quedaban depositados los tesoros de sus merecimientos, para que después como de cenizas encendidas renaciese la Iglesia, como nueva fénix, en virtud de los mismos merecimientos de Cristo nuestro Señor y de su muerte. Este agrado que recibía la humanidad de nuestro Redentor con la vista de la santidad de su digna Madre, le daba esfuerzo y como aliento para vencer la malicia de los mortales y reconocía por bien empleada su paciencia en sufrir tales penas, porque tenía entre los hombres a su amantísima Madre. 

1208. Todo lo que iba sucediendo conocía la gran Señora desde su recogimiento, y vio los pensamientos del obstinado Judas Iscariotes y el modo como se desvió del Colegio Apostólico y cómo le habló Lucifer en forma de aquel hombre su conocido y todo lo que pasó con él cuando llegó a los príncipes de los sacerdotes y lo que trataban y prevenían para prender al Señor con tanta presteza. El dolor que con esta ciencia penetraba el castísimo corazón de la Madre virgen, los actos de virtudes que ejercitaba a la vista de tales maldades y cómo procedía en todos estos sucesos, no cabe en nuestra capacidad el explicarlo; basta decir que todo fue con plenitud de sabiduría, santidad y agrado de la beatísima Trinidad. Compadecióse de Judas Iscariotes y lloró la pérdida de aquel perverso discípulo. Recompensó su maldad adorando, confesando, amando y alabando al mismo Señor que él vendía con tan injuriosa y desleal traición. Estaba preparada y dispuesta a morir por él, si fuera necesario. Pidió por los que estaban fraguando la prisión y muerte de su divino Cordero, como prendas que se habían de comprar y estimar con el valor infinito de tan preciosa sangre y vida, que así los miraba, estimaba y valoreaba la prudentísima Señora. 

1209. Prosiguió nuestro Salvador su camino, pasando el torrente Cedrón para el monte Olívete, y entró en el huerto de Getsemaní y hablando con todos los Apóstoles que le seguían les dijo: Esperadme y asentaos aquí, mientras yo me alejo un poco a la oración (Mt 26, 36); y orad también vosotros para que no entréis en tentación (Lc 22, 40). Dioles este aviso el divino Maestro, para que estuviesen constantes en la fe contra las tentaciones, que en la cena los había prevenido que todos serían escandalizados aquella noche por lo que le verían padecer, y que Satanás los embestiría para ventilarlos y turbarlos con falsas sugestiones, porque el Pastor, como estaba profetizado (Zac 13, 7), había de ser maltratado y herido y las ovejas serían derramadas. Luego el Maestro de la vida, dejando a los ocho Apóstoles juntos, llamó a San Pedro, a San Juan y a Santiago, y con los tres se retiró de los demás a otro puesto donde no podía ser visto ni oído de ellos. Y estando con los tres Apóstoles levantó los ojos al Eterno Padre y le confesó y alabó como acostumbraba, y en su interior hizo una oración y petición en cumplimiento de la profecía de San Zacarías [Día 6 de septiembre: In Palaestina sancti Zachariae Prophétae, qui, de Chaldaea senex in pátriam revérsus, ibíque defúnctus, juxta Aggaeum Prophétam cónditus jacet.] (Zac 13, 7), dando licencia a la muerte para que llegase al inocentísimo y sin pecado, y mandando a la espada de la justicia divina que despertase sobre el pastor y sobre el varón que estaba unido con el mismo Dios y ejecutase en él todo su rigor y le hiriese hasta quitarle la vida. Para esto se ofreció Cristo nuestro bien de nuevo al Padre en satisfacción de su justicia por el rescate de todo el linaje humano y dio consentimiento a los tormentos de la pasión y muerte, para que en él se ejecutase en la parte que su humanidad santísima era pasible, y suspendió y detuvo desde entonces el consuelo y alivio que de la parte impasible pudiera redundarle, para que con este desamparo llegasen sus pasiones y dolores al sumo grado de padecer; y el Eterno Padre lo concedió y aprobó, según la voluntad de la humanidad santísima del Verbo. 

1210. Esta oración fue como una licencia y permiso con que se abrieron las puertas al mar de la pasión y amargura, para que con ímpetu entrasen hasta el alma de Cristo, como lo había dicho por Santo Rey y Profeta David (Sal 68, 2). Y así comenzó luego a congojarse y sentir grandes angustias y con ellas dijo a los tres Apóstoles: Triste está mi alma hasta la muerte (Mc 14, 34). Y porque estas palabras y tristeza de nuestro Salvador encierran tantos misterios para nuestra enseñanza, diré algo de lo que se me ha declarado, como yo lo entiendo. Dio lugar Su Majestad para que esta tristeza llegase a lo sumo natural y milagrosamente, según toda la condición pasible de su humanidad santísima. Y no sólo se entristeció por el natural apetito de la vida en la porción inferior de ella, sino también según la parte superior, con que miraba la reprobación de tantos por quienes había de morir y la conocía en los juicios y decretos inescrutables de la divina justicia. Y esta fue la causa de su mayor tristeza, como adelante veremos (Cf. infra n. 1395). Y no dijo que estaba triste por la muerte, sino hasta la muerte, porque fue menor la tristeza del apetito natural de la vida, por la muerte que le amenazaba de cerca. Y a más de la necesidad de ella para la redención, estaba pronta su voluntad santísima para vencer este natural apetito para nuestra enseñanza, por haber gozado, por la parte que era viador, de la gloria del cuerpo en su transfiguración. Porque con este gozo se juzgaba como obligado a padecer, para dar el retorno de aquella gloria que recibió la parte de viador, para que hubiese correspondencia en el recibo y en la paga, y quedásemos enseñados de esta doctrina en los tres Apóstoles, que fueron testigos de aquella gloria y de esta tristeza y congojas; que por esto fueron escogidos para el uno y otro misterio, y así lo entendieron en esta ocasión con luz particular que para esto se les dio. 

1211. Fue también como necesario; para satisfacer al inmenso amor con que nos amó nuestro Salvador Jesús, dar licencia a esta tristeza misteriosa para que con tanta profundidad le anegase, porque si no padeciera en ella lo sumo a que pudo llegar, no quedara saciada su caridad, ni se conociera tan claramente que era inextinguible por las muchas aguas de tribulaciones (Cant 8, 7). Y en el mismo padecer la ejercitó esta caridad con los tres Apóstoles que estaban presentes y turbados con saber que ya se llegaba la hora en que el divino Maestro había de padecer y morir, como él mismo se lo había declarado por muchos modos y prevenciones. Y esta turbación y cobardía que padecieron, los confundía y avergonzaba en sí mismos, sin atreverse a manifestarla. Pero el amantísimo Señor los alentó manifestándoles su misma tristeza, que padecería hasta la muerte, para que. viéndole a él afligido y congojado, no se confundiesen de sentir ellos sus penas y temores en que estaban. Y tuvo juntamente otro misterio esta tristeza del Señor para los tres Apóstoles Pedro, Juan y Diego (Diego, o sea Santiago), porque entre todos los demás ellos tres habían hecho más alto concepto de la divinidad y excelencia de su Maestro, así por la grandeza de su doctrina, santidad de sus obras y potencia de sus milagros, que en todo esto estaban más admirados y más atentos al dominio que tenían sobre las criaturas. Y para confirmarlos en la fe de que era hombre verdadero y pasible, fue conveniente que de su presencia conociesen y viesen estaba triste y afligido como hombre verdadero, y en el testimonio de estos tres Apóstoles, privilegiados con tales favores, quedase la Iglesia Santa informada contra los errores que el demonio pretendería sembrar en ella sobre la verdad de la humanidad de Cristo nuestro Salvador, y también los demás fieles tuviésemos este consuelo, cuando nos aflijan los trabajos y nos posea la tristeza. 

1212. Ilustrados interiormente los tres Apóstoles con esta doctrina, añadió el autor de la vida y les dijo: Esperadme aquí, y velad y orad conmigo (Mt 26, 38). Que fue enseñarles la práctica de todo lo que les había prevenido y advertido y que estuviesen con él constantes en su doctrina y fe y no se desviasen a la parte del enemigo, y para conocerle y resistirle estuviesen atentos y vigilantes, esperando que después de las ignominias de la pasión verían la exaltación de su nombre. Con esto se apartó el Señor de los tres Apóstoles algún espacio del lugar de donde los dejó. Y postrado en tierra sobre su divino rostro oró al Padre Eterno, y le dijo: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26, 39). Esta oración hizo Cristo nuestro bien después que bajó del cielo con voluntad eficaz de morir y padecer por los hombres, después que despreciando la confusión de su pasión (Heb 12, 2) la abrazó de voluntad y no admitió el gozo de su humanidad, después que con ardentísimo amor corrió a la muerte, a las afrentas, dolores y aflicciones, después que hizo tanto aprecio de los hombres que determinó redimirlos con el precio de su sangre. Y cuando con su divina y humana sabiduría y con su inextinguible caridad sobrepujaba tanto al temor natural de la muerte, no parece que sólo él pudo dar motivo a esta petición. Así lo he conocido en la luz que se me ha dado de los ocultos misterios que tuvo esta oración de nuestro Salvador. 

1213. Y para manifestar lo que yo entiendo, advierto que en esta ocasión entre nuestro Redentor Jesús y el Eterno Padre se trataba del negocio más arduo que tenía por su cuenta, que era la Redención humana y el fruto de su pasión y muerte de cruz, para la oculta predestinación de los santos. Y en esta oración propuso Cristo nuestro bien sus tormentos, su sangre preciosísima y su muerte al Eterno Padre, ofreciéndola de su parte por todos los mortales, como precio superabundantísimo para todos y para cada uno de los nacidos y de los que después habían de nacer hasta el fin del mundo. Y de parte del linaje humano presentó todos los pecados, infidelidades, ingratitudes y desprecios que los malos habían de hacer para malograr su afrentosa muerte y pasión, por ellos admitida y padecida, y los que con efecto se habían de condenar a pena eterna, por no haberse aprovechado de su clemencia. Y aunque el morir por los amigos y predestinados era agradable y como apetecible para nuestro Salvador, pero morir y padecer por la parte de los réprobos era muy amargo y penoso, porque de parte de ellos no había razón final para sufrir el Señor la muerte. A este dolor llamó Su Majestad cáliz, que era el nombre con que los hebreos significaban lo que era muy trabajoso y grande pena, como lo significó el mismo Señor hablando con los hijos del Zebedeo, cuando les dijo si podrían beber el cáliz como Su Majestad le había de beber (Mt 20, 22). Y este cáliz fue tanto más amargo para Cristo nuestro bien, cuanto conoció que su pasión y muerte para los réprobos no sólo sería sin fruto, sino que sería ocasión de escándalo (1 Cor 1, 23) y redundaría en mayor pena y castigo para ellos, por haberla despreciado y malogrado. 

1214. Entendí, pues, que la oración de Cristo nuestro Señor fue pedir al Padre pasase de él aquel cáliz amarguísimo de morir por los réprobos, y que siendo ya inexcusable la muerte, ninguno, si era posible, se perdiese, pues la redención que ofrecía era superabundante para todos y cuanto era de su voluntad a todos la aplicaba para que a todos aprovechase, si era posible, eficazmente y, si no lo era, resignaba su voluntad santísima en la de su Eterno Padre. Esta oración repitió nuestro Salvador tres veces por intervalos orando prolijamente con agonía, como dice San Lucas (Lc 22, 43), según lo pedía la grandeza y peso de la causa que se trataba. Y, a nuestro modo de entender, en ella intervino una como altercación y contienda entre la humanidad santísima de Cristo y la divinidad. Porque la humanidad, con íntimo amor que tenía a los hombres de su misma naturaleza, deseaba que todos por su pasión consiguieran la salvación eterna, y la divinidad representaba que por sus juicios altísimos estaba fijo el número de los predestinados y, conforme a la equidad de su justicia, no se debía conceder el beneficio a quien tanto le despreciaba y de su voluntad libre se hacían indignos de la vida de las almas, resistiendo a quien se la procuraba y ofrecía. Y de este conflicto resultó la agonía de Cristo y la prolija oración que hizo, alegando el poder de su Eterno Padre, y que todas las cosas le eran posible a su infinita majestad y grandeza. 


1215. Creció esta agonía en nuestro Salvador con la fuerza de la caridad y con la resistencia que conocía de parte de los hombres para lograr en todos su pasión y muerte, y entonces llegó a sudar sangre, con tanta abundancia de gotas muy gruesas que corría hasta llegar al suelo. Y aunque su oración y petición fue condicionada y no se le concedió lo que debajo de condición pedía, porque faltó por los réprobos, pero alcanzó en ella que los auxilios fuesen grandes y frecuentes para todos los mortales y que se fuesen multiplicando en aquellos que los admitiesen y no pusieren óbice y que los justos y santos participasen en el fruto de la Redención y con grande abundancia y les aplicasen muchos dones y gracias de que los precitos y réprobos se harían indignos. Y conformándose la voluntad humana de Cristo con la divina aceptó la pasión por todos respectivamente: para los precitos y réprobos como suficiente y para que se les diesen auxilios suficientes, si ellos querían aprovecharlos, y para los predestinados como eficaz, porque ellos cooperarían a la gracia. Y así quedó dispuesta y como efectuada la salud del cuerpo místico de la Santa Iglesia, debajo de su cabeza y de su artífice Cristo nuestro bien. 

1216. Y para el lleno de este divino decreto, estando Su Majestad en la agonía de su oración, tercera vez envió el Eterno Padre al Santo Arcángel Miguel, que le respondiese y confortase por medio de los sentidos corporales, declarándole en ellos lo mismo que el mismo Señor sabía por la ciencia de su santísima alma, porque nada le pudo decir el Ángel que el Señor no supiera ni tampoco podía obrar en su interior otro efecto para este intento. Pero, como arriba se ha dicho (Cf. supra n. 1209), tenía Cristo nuestro bien suspendido el alivio que de su ciencia y amor podía redundar en su humanidad santísima, dejándola, en cuanto pasible, a todo padecer en sumo grado, como después lo dijo en la cruz (Cf. infra n. 1395); y en lugar de este alivio y confortación recibió alguna con la embajada del Santo Arcángel por parte de los sentidos, al modo que obra la ciencia o noticia experimental de lo que antes se sabía por otra ciencia, porque la experiencia es nueva y mueve los sentidos y potencias naturales. Y lo que le dijo San Miguel de parte del Padre Eterno fue representarle e intimarle en el sentido que no era posible, como Su Majestad sabía, salvarse los que no querían ser salvos, porque en la aceptación divina valía mucho el número de los predestinados, aunque fuese menor que el de los réprobos, y que entre aquéllos estaba su Madre santísima, que era digno fruto de su Redención, y que se lograría en los Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Vírgenes y Confesores, que serían muy señalados en su amor, y obrarían cosas admirables para ensalzar el santo nombre del Altísimo; y entre ellos le nombró el ángel algunos, después de los apóstoles, como fueron los patriarcas fundadores de las religiones, con las condiciones de cada uno. Otros grandes y ocultos sacramentos manifestó o refirió el ángel, que ni es necesario declararlos, ni tengo orden para hacerlo, porque basta lo dicho para seguir el discurso de esta Historia. 

1217. En los intervalos de esta oración que hizo nuestro Salvador, dicen los Evangelistas (Mt 26, 41; Mc 14, 38; Lc 22, 42) que volvió a visitar a los Apóstoles y a exhortarlos que velasen y orasen y no entrasen en tentación. Esto hizo el vigilantísimo pastor, para dar forma a los Prelados de su Iglesia del cuidado y gobierno que han de tener de sus ovejas, porque si para cuidar de ellas dejó Cristo Señor nuestro la oración, que tanto importaba, dicho está lo que deben hacer los Prelados, posponiendo otros negocios e intereses a la salvación de sus súbditos. Y para entender la necesidad que tenían los Apóstoles, advierto que el Dragón infernal, después que arrojado del cenáculo, como se dijo arriba (Cf. supra n. 1189), estuvo algún tiempo oprimido en las cavernas del profundo, dio el Señor permiso para que saliese por lo que había de servir su malicia a la ejecución de los decretos del Señor. Y de golpe fueron muchos a embestir a Judas Iscariotes para impedir la venta, en la forma que se ha declarado (Cf. supra n. 1205). Y como no le pudieron disuadir, se convirtieron contra los demás Apóstoles, sospechando que en el cenáculo habían recibido algún favor grande de su Maestro, y lo deseaba rastrear Lucifer, para conocerlo y destruirlo si pudiera. Esta crueldad y furor del príncipe de las tinieblas y de sus ministros vio nuestro Salvador, y como Padre amantísimo y Prelado vigilante acudió a prevenir los hijos pequeñuelos y súbditos principiantes, que eran sus Apóstoles, y los despertó y mandó que orasen y velasen contra sus enemigos, para que no entrasen en la tentación que ocultamente los amenazaba y ellos no prevenían ni advertían. 

1218. Volvió, pues, a donde estaban los tres Apóstoles, que por más favorecidos tenían más razones que los obligasen a estar en vela y a imitar a su divino Maestro, pero hallólos durmiendo, a que se dejaron vencer del tedio y tristeza que padecían y con ella vinieron a caer en aquella negligencia y tibieza de espíritu, en que los venció el sueño y pereza. Y antes de hablarles ni despertarles estuvo Su Majestad mirándolos y lloró un poco sobre ellos, viéndolos por su negligencia y tibieza sepultados y oprimidos de aquella sombra de la muerte, en ocasión que Lucifer se desvelaba tanto contra ellos. Habló con Pedro y le dijo: Simón, ¿así duermes y no pudiste velar una hora conmigo? Y luego replicó a él y a los demás y les dijo: Velad y orad, para que no entréis en tentación; (Mc 14, 37-38) que mis enemigos y los vuestros no se duermen como vosotros. La razón porque reprendió a San Pedro no sólo fue porque él era cabeza y elegido para Prelado de todos y porque entre ellos se había señalado en las protestas y esfuerzos de que moriría por el Señor y no le negaría, cuando todos los demás escandalizados le dejasen y negasen, sino que también le reprendió, porque con aquellos propósitos y ofrecimientos, que entonces hizo de corazón, mereció ser reprendido y advertido entre todos; porque sin duda el Señor a los que ama corrige y los buenos propósitos siempre le agradan, aunque después en la ejecución desfallezcamos, como le sucedió al más fervoroso de los Apóstoles, San Pedro, la tercera vez que volvió Cristo nuestro Redentor a despertar a todos los Apóstoles, cuando ya Judas Iscariotes venía cerca a entregarle a sus enemigos, como diré en el capítulo siguiente (Cf. infra n. 1225, 1231). 

1219. Volvamos al cenáculo, donde estaba la Señora de los cielos retirada con las mujeres santas que le acompañaban y mirando con suma claridad en la divina luz todas las obras y misterios de su Hijo santísimo en el huerto, sin ocultársele cosa alguna. Al mismo tiempo que se retiró el Señor con los tres Apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, se retiró la divina Reina de la compañía de las mujeres a otro aposento y, dejando a las demás y exhortándolas a que orasen y velasen para no caer en tentación, llevó consigo a las tres Marías, señalando a Santa María Magdalena como por superiora de las otras. Y estando con las tres, como más familiares suyas, suplicó al Eterno Padre que se suspendiese en ella todo el alivio y consuelo que podía impedir, en la parte sensitiva y en el alma, el sumo padecer con su Hijo santísimo y a su imitación, y que en su virginal cuerpo participase y sintiese los dolores de las llagas y tormentos que el mismo Jesús había de padecer. Esta petición aprobó la Beatísima Trinidad, y sintió la Madre los dolores de su Hijo santísimo respectivamente, como adelante diré (Cf. infra n. 1236). Y aunque fueron tales que con ellos pudiera morir muchas veces si la diestra del Altísimo con milagro no la preservara, pero por otra parte estos dolores dados por la mano del Señor fueron como fiadores y alivio de su vida, porque en su ardiente amor tan sin medida fuera más violenta la pena de ver padecer y morir a su Hijo benditísimo y no padecer con él las mismas penas respectivamente.  

1220. A las tres Marías señaló la Reina para que en la pasión la acompañasen y asistiesen, y para esto fueron ilustradas con mayor gracia y luz de los misterios de Cristo que las otras mujeres. Y en retirándose con las tres comenzó la purísima Madre a sentir nueva tristeza y congojas y hablando con ellas las dijo: Mi alma está triste, porque ha de padecer y morir mi amado Hijo y Señor y no he de morir yo con él y sus tormentos. Orad, amigas mías, para que no os comprenda la tentación.—Y dichas estas razones, se alejó de ellas un poco y, acompañando la oración que hacía nuestro Salvador en el huerto, hizo la misma súplica, como a ella le tocaba y conforme a lo que conocía de la voluntad humana de su Hijo santísimo, y volviendo por los mismos intervalos a exhortar a las tres mujeres, porque también conoció la indignación del Dragón contra ellas, continuó la oración y petición y sintió otra agonía como la del Salvador. Lloró la reprobación de los precitos, porque se le manifestaron grandes sacramentos de la eterna predestinación y reprobación [Hay predestinación a la gloria, pero no hay predestinación previa y antecedente al infierno. Los que se condenan lo hacen por su propia culpa]. Y para imitar en todo al Redentor del mundo y cooperar con él, tuvo la gran Señora otro sudor de sangre semejante al de Cristo nuestro Señor, y por disposición de la Beatísima Trinidad le fue enviado el Arcángel San Gabriel que la confortase, como San Miguel a nuestro Salvador Jesús. Y el santo príncipe la propuso y declaró la voluntad del Altísimo, con las mismas razones que San Miguel habló a su Hijo santísimo, porque en entrambos era una misma la petición y la causa del dolor y tristeza que padecieron; y así fueron semejantes en el obrar y conocer, con la proporción que convenía. Entendí en esta ocasión, que la prudentísima Señora estaba prevenida de algunos paños para lo que en la pasión de su amantísimo Hijo le había de suceder y entonces envió algunos de sus Ángeles con una toalla al huerto, donde el Señor estaba sudando sangre, para que le enjugasen y limpiasen su venerable rostro, y así lo hicieron los ministros del Altísimo, que por el amor de Madre y por su mayor merecimiento condescendió Su Majestad a este piadoso y tierno afecto. Cuando llegó la hora de prender a nuestro Salvador, se lo declaró la dolorosa Madre a las tres Marías y todas se lamentaban con amarguísimo llanto, señalándose la Magdalena como más inflamada en el amor y piedad fervorosa. 


Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

1221. Hija mía, todo lo que en este capítulo has entendido y escrito es un despertador y aviso para ti y para todos los mortales de suma importancia, si en él cargas la consideración. Atiende, pues, y confiere en tus pensamientos, cuánto pesa el negocio de la predestinación o reprobación eterna de las almas, pues le trató mi Hijo santísimo con tanta ponderación, y la dificultad o imposibilidad de que todos los hombres fuesen salvos y bienaventurados le hizo tan amarga la pasión y muerte que para remedio de todos admitía y padecía. Y en este conflicto manifestó la importancia y gravedad de esta empresa y por esto multiplicó las peticiones y oraciones a su Eterno Padre, obligándole el amor de los hombres a sudar copiosamente su sangre de inestimable precio, porque no se podía lograr en todos su muerte, supuesta la malicia con que los precitos y réprobos se hacen indignos de su participación. Justificada tiene su causa mi Hijo y mi Señor, con haber procurado la salvación de todos sin tasa ni medida de su amor y merecimientos, y justificada la tiene el Eterno Padre con haber dado al mundo este remedio y haberle puesto en manos de cada uno, para que la extienda a la muerte o a la vida, al agua o al fuego (Eclo 17, 18), conociendo la distancia que hay de lo uno y de lo otro. 

1222. Pero ¿qué descargo o qué disculpa pretenderán los hombres, de haber olvidado su propia y eterna salvación, cuando mi Hijo y yo con Su Majestad se la deseamos y procuramos con tanto desvelo y afecto de que la admitiesen? Y si ninguno de los mortales tiene excusa de su tardanza y estulticia, mucho menos la tendrán en el juicio los hijos de la Santa Iglesia, que han recibido la fe de estos admirables sacramentos, y se diferencian poco en la vida de los infieles y paganos. No entiendas, hija mía, que está escrito en vano: Muchos son los llamados y pocos los escogidos (Mt 20, 16). Teme esta sentencia y renueva en tu corazón el cuidado y celo de tu salvación, conforme a la obligación que en ti ha crecido con la ciencia de tan altos misterios. Y cuando no interesaras en esto la vida eterna y tu felicidad, debías corresponder a la caricia con que yo te manifiesto tantos y divinos secretos y, dándote el nombre de hija mía y esposa de mi Señor, debes entender que tu oficio ha de ser amar y padecer, sin otra atención a cosa alguna visible, pues yo te llamo para mi imitación, que siempre ocupé mis potencias en estas dos cosas con suma perfección; y para que tú la alcances, quiero que tu oración sea continua sin intermisión y que veles una hora conmigo, que es todo el tiempo de la vida mortal; porque comparada con la eternidad menos es que una hora y un punto. Y con esta disposición quiero que prosigas los misterios de la pasión, que los escribas y sientas e imprimas en tu corazón. 

MISTICA CIUDAD DE DIOS 
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA 
Venerable María de Jesús de Agreda 
Libro VI, Cap. 12

sábado, 4 de abril de 2020

SEGUNDA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE JUNIO DE 1917


Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francisco y más personas que estaban presentes, vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (y que llamábamos relámpago), y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina, en todo igual que en Mayo.

—Usted ¿Qué me quiere?— pregunté.

—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que recéis el Rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.

Pedí la cura de un enfermo.

—Si se convierte se curará durante el año.

—Quería pedirle que nos llevase al Cielo.

—Sí, a Jacinta y Francisco los llevaré en breve. Pero tú quedas aquí para más tiempo. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón (I).

—¿Me quedo aquí sólita?

—No, hija ¿y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios.

Fue en el momento en que dijo estas últimas palabras que abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que esparcía sobre la tierra. Delante de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón cercado de espinas que parecían estar clavadas en él. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que pedía reparación.

He aquí, Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, a lo que nos referíamos cuando decíamos que Nuestra Señora nos había revelado un secreto en Junio. Nuestra Señora no nos mandó aún esta vez guardar secreto; pero sentíamos que Dios nos movía a eso.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(I) Aquí Lucía omite, por las prisas la continuación del párrafo, que, en otros documentos, dice así: "A quien la abrazare, prometo la salvación, y esas almas serán queridas por Dios como flores puestas por mi para adornar su trono".

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

viernes, 3 de abril de 2020

PRIMERA APARICIÓN DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA - DÍA 13 DE MAYO DE 1917


Estando jugando con Jacinta y Francisco, en lo alto de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos de repente algo como un relámpago.

—Es mejor que nos vayamos a casa —dije a mis primos—, está haciendo relámpagos; puede haber tormenta.

—Pues, sí.

Y comenzamos a bajar la cuesta, llevando las ovejas en dirección de la carretera. Al llegar poco más o menos a la mitad de la pendiente, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos adelante, vimos sobre una encina una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos paramos sorprendidos por la Aparición. Estuvimos tan cerca que nos quedamos dentro de la luz que la cercaba o que Ella esparcía. Tal vez a metro y medio de distancia, más o menos. Entonces Nuestra Señora nos dijo:

—No tengáis miedo! No os hago mal.

—¿De dónde es Vd.? —le pregunté.

—Soy del Cielo.

—¿Y qué es lo que Vd. me quiere?

—Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13, a esta misma hora. Después os diré quién soy y qué quiero. Después volveré aquí todavía una séptima vez.

—Y ¿yo también voy al Cielo?

—Sí, vas.

—Y ¿Jacinta?

—También.

—Y ¿Francisco?

—También; pero tiene que rezar muchos rosarios.

Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran mis amigas y estaban en mi casa a aprender de tejedoras con mi hermana mayor.

—¿María de las Nieves ya está en el Cielo? —Sí, está. (Me parece que debía tener unos dieciséis años.)

—Y ¿Amelia? —Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo (I). (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años.)

—¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

—Sí, queremos.

—Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra confortación.

Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etcétera) que abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como reflejo que de ellas despedía, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, nos caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: "Oh Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío; yo te amo en el Santísimo Sacramento." Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:

—Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra.

En seguida comenzó a elevarse serenamente, subiendo en dirección al saliente, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez decíamos que vimos abrirse el cielo.

Me parece que ya expuse en el escrito sobre Jacinta o en una carta, que el miedo que sentimos no fue propiamente de Nuestra Señora, sino de la tronada que supusimos iba a venir; y de ella, de la tronada, queríamos huir. Las Apariciones de Nuestra Señora no infunden miedo o temor, sino sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos tenido de los relámpagos y del trueno, que suponía vendría próximo: y de eso fue que queríamos huir, pues estábamos habituados a ver relámpagos sólo cuando tronaba.

Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora; pero a Nuestra Señora propiamente sólo la distinguíamos en esa luz cuando estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o querer evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí, que la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos venir nos referíamos a que a Nuestra Señora propiamente sólo la veíamos cuando estaba ya sobre la encina.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

Nota de Apostolado Eucarístico.
(I) Hasta el fin del mundo, debe entenderse, si no recibiera su alma sufragios de Misas, oraciones, sacrificios etc. con lo que saldría mucho antes del purgatorio.

(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)

jueves, 2 de abril de 2020

APARICIONES DEL ÁNGEL A LOS PASTORCILLOS DE FÁTIMA


Por lo que puedo más o menos calcular, me parece que fue en 1915 que se nos dio la primera aparición que creo fue la del Ángel que no se atrevió entonces manifestarse del todo. Por el aspecto del tiempo de entonces me parece debe haber sido entre los meses de abril y octubre de 1915.

En la vertiente del Cabezo que da hacia el Sur, al tiempo de rezar el rosario en compañía de tres compañeras llamadas Teresa Matías, su hermana María Rosa Matías y María Justino, de Casa Velha, vi que sobre el arbolado del valle que se extendía a nuestros pies había como una nube, más blanca que la nieve, algo transparente con forma humana. Mis compañeras me preguntaban lo que era. Les dije que no sabía. En días diferentes se iba repitiendo dos veces más.

Esta aparición me dejó en el espíritu cierta impresión que no sé explicar. Poco a poco esta impresión iba desvaneciéndose; y creo que si no es por los hechos que la seguían con el tiempo la hubiera llegado a olvidar por completo.

No puedo precisar las fechas con certeza, porque en aquel tiempo no sabía aún contar los años, ni los meses ni siquiera los días de la semana. Me parece, sin embargo, que debía ser en la primavera de 1916 que el Ángel nos apareció por primera vez, en nuestra Loca de Cabezo.

Ya dije en el escrito sobre Jacinta, cómo subimos la pendiente en busca de un abrigo, y cómo fue, después de merendar y rezar allí, que comenzamos viendo a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al saliente, una luz más blanca que la nieve, en forma de un joven transparente, más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba, íbamos distinguiéndole las facciones. Estábamos sorprendidos y medio absortos. No decíamos palabra.

Al llegar junto a nosotros, dijo:

—¡No temáis! Soy el Ángel de la paz. Orad conmigo.

Y arrodillándose a tierra dobló la frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, le imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar:

—Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran no esperan y no te aman.

Después de repetir esto por tres veces, se levantó y dijo:

—¡Orad así! Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció.


La atmósfera de lo sobrenatural que nos envolvía, era tan intensa que casi no nos dábamos cuenta de la propia existencia, para un largo espacio de tiempo, permaneciendo en la posición en que nos había dejado, repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan inmensa e íntima que ni entre nosotros nos atrevíamos a hablar. El día siguiente todavía sentíamos el espíritu envuelto en esa atmósfera que sólo muy lentamente iba desapareciendo.

De esta aparición, nadie pensó en hablar ni en recomendar el secreto. Ella por sí lo impuso. Era tan íntima que no era fácil pronunciar sobre ella la menor palabra. Nos hizo tal vez mayor impresión por ser la primera así manifestada.

La segunda debía ser en el medio del verano, en esos días de mayor calor en que íbamos con nuestros rebaños a media mañana a casa para volver a llevarlos a media tarde.
Fuimos, pues, a pasar las horas de la siesta a la sombra de los árboles que cercaban el pozo, ya varias veces mencionado. De repente vimos al mismo Ángel junto a nosotros.

—¿Qué hacéis? ¡Orad! ¡Orad mucho! Los Corazones de Jesús y María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.

—¿Cómo nos hemos de sacrificar?

—De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de la Paz, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe.

Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía comprender quién era Dios; cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del sacrificio y cómo le era agradable; cómo por atención a él, convertía a los pecadores. Por eso, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor, todo lo que nos mortificaba, más sin pensar en buscar otras mortificaciones y penitencias, sino las de pasarnos horas seguidas postrados en tierra, repitiendo la oración que el Ángel nos había enseñado.

La tercera Aparición, me parece, debió ser en octubre o fines de septiembre, porque ya no íbamos a pasar las horas de siesta a casa.

Como ya dije en el escrito sobre Jacinta, pasamos de la Pregueira (es un pequeño olivar, perteneciente a mis padres), a la Lapa, dando vuelta a la vertiente del monte por el lado de Aljustrel y Casa Velha. Rezamos allí nuestro rosario y la oración que en la primera Aparición nos había enseñado.

Estando, pues, allí, nos apareció por tercera vez, trayendo en la mano un cáliz y sobre él una Hostia, de la cual caían, dentro del cáliz, algunas gotas de Sangre. Dejando el cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración:

—Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que el mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y el Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores.

Después, levantándose, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la Hostia, y me dio la Hostia a mí y lo que contenía el cáliz lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:

—Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por les hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.

De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros tres veces más la misma oración "Santísima Trinidad" y desapareció.

Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo esto, postrándonos como él y repitiendo las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa que nos absorbía y nos aniquilaba casi del todo. Parecía privarnos hasta del uso de los sentidos corporales por un largo espacio de tiempo. En esos días hacíamos las acciones materiales como llevados por ese mismo ser sobrenatural que a eso nos impulsaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interna, completamente concentrada el alma en Dios. El abatimiento físico que nos postraba, también era grande.

Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"