sábado, 28 de enero de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - V


CAPÍTULO 5 
De otra disposición y preparación más particular con 
que nos hemos de llegar este divino Sacramento. 

Para gozar cumplidamente de los frutos admirables que trae consigo este divino Sacramento, dicen los Santos y maestros de la vida espiritual que nos hemos de procurar preparar con otra disposición más particular, que es con actual devoción. Y así declararemos aquí qué devoción ha de ser ésta y cómo la despertaremos en nosotros. Para esto dicen que nos hemos de llegar a la sagrada Comunión, lo primero, con grandísima humildad y reverencia; lo segundo, con grandísimo amor y confianza; lo tercero, con grande hambre y deseo de este Pan celestial. A estas tres cosas se pueden reducir todas las maneras de afectos con que podemos despertar la actual devoción, así antes de recibir este santísimo Sacramento, como al tiempo de comulgar y también después de la Comunión. Y están llenos los libros de consideraciones a este propósito, muy buenas y muy bien dilatadas; y así solamente tocaremos algunas de las más ordinarias, que suelen ser las más provechosas, abriendo el camino para que sobre ese fundamento pueda cada uno discurrir por sí; porque eso le moverá más y le será de más provecho, conforme a la doctrina que de esto tenemos en el libro de los Ejercicios Espirituales. 

Pues lo primero, hemos de llegar a este santísimo Sacramento con grandísima humildad y reverencia, la cual se despertará en nuestra ánima, considerando por una parte aquella soberana majestad y grandeza de Dios, que verdadera y realmente está en aquel santísimo Sacramento, y es el mismo Señor que con sola su voluntad crió, conserva y gobierna los Cielos y la tierra, y con sola ella lo puede todo aniquilar; en cuya presencia los ángeles y más altos serafines encogen las alas, tiemblan y se estremecen con profundísima reverencia (Job., 26, 11). Y por otra parte, volviendo luego los ojos a nosotros mismos, mirando nuestra bajeza y miseria. Y así unas veces nos podemos llegar con el corazón de aquel publicano del Evangelio, que no osaba acercarse al altar ni alzar los ojos al Cielo, sino de lejos con mucha humildad hería sus pechos diciendo (Lc., 18, 13): Señor, habed misericordia de mí, que soy gran pecador. Otras veces nos podemos llegar con aquellas palabras del hijo pródigo (Lc., 15, 18): «Señor, pequé contra el Cielo y contra vos, ya no merezco llamarme hijo vuestro: recibidme como a uno de los jornaleros de vuestra casa.» Otras, con aquellas palabras de Santa Isabel: [¿Señor, de dónde a mí?], como dijimos arriba (cap. 1). Será también muy bueno considerar con atención aquellas palabras que tiene instituidas la Iglesia para el tiempo de comulgar, tomadas del sagrado Evangelio (Mt., 8,8): [Señor, no soy digno de que entréis en mi morada, mas decid con vuestra palabra. y quedará sana mi alma]. Señor, no soy digno; pero por eso me llego, para que Vos me hagáis digno. Señor, flaco soy y enfermo; pero por eso me llego, para que me sanéis y me esforcéis; porque como Vos dijisteis (Mt., 9, 12): no tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos, y para ésos señaladamente vinisteis Vos. 

Eusebio, escribiendo la muerte de San Jerónimo —que se halló a ella y fue su discípulo—, dice que estando para recibir el santísimo Sacramento, admirado por una parte de la majestad y bondad inmensa del Señor, y, volviendo por otra parte los ojos a sí, decía: ¿Cómo, Señor, os humilláis ahora tanto, que queréis venir y descender a un hombre publicano y pecador, y no sólo queréis comer con él, sino que mandáis que él os coma a Vos?» En el segundo libro de Samuel (9, 7) cuenta la sagrada Escritura que dijo David a Mifiboset, hijo de Jonatás: Tú comerás siempre a mi mesa. Respondió el: ¿Quién soy yo para poner los ojos en mí, sino como un perro muerto? Si dice esto Mifiboset, por verse convidado a la mesa de un rey, ¿qué será bien que diga un hombre convidado a la mesa de Dios? Ya que no podemos llegar a este divino Sacramento con la disposición que él merece, suplámoslo con humildad y reverencia, y digamos con el real Profeta (Sal., 8, 5) y con el santo Job (7, 17): ¿Quién es, Señor el hombre para que os acordéis de él, o el hijo del hombre para que le visitéis y magnifiquéis y engrandezcáis tanto? Con razón se admira y canta la Iglesia: ¡Oh cosa admirable, que el siervo pobre y bajo reciba en su boca y en pecho a su Dios y Señor! 

Lo segundo, hemos de llegar a este santísimo Sacramento con grandísimo amor y confianza; y para avivar este afecto en nosotros hemos de considerar la bondad y misericordia y amor infinito del Señor, que tanto aquí resplandece, de lo cual dijimos en el capítulo primero. Pues ¿quién no amará a quien tanto bien nos hizo? El que nos dio a sí mismo, ¿qué no nos dará? Dice muy bien San Crisóstomo: «¿Que pastor hubo que apacentase sus ovejas con su propia sangre? ¿Y qué digo pastor? Muchas madres hay que después de los dolores del parto entregan a sus propios hijos a otras mujeres que les den leche y los críen; mas esto no lo sufrió su amor, sino con su propia sangre nos mantiene, y uniéndonos consigo nos realza y ennoblece y hace crecer en todo.» 

La tercera cosa que pide este santísimo Sacramento es que nos lleguemos a él con grande hambre y deseo.[«Este Pan, dice San Agustín, requiere hambre del hombre interior»]. Así como el manjar corporal entonces parece que entra en provecho cuando se come con hambre, así también este divino manjar nos entrará en grande provecho si va el alma a Él con grande hambre, ansiosa de unirse con Dios y de alcanzar algún don y merced particular (Sal., 106, 9): Al ánima hambrienta harta Dios de bienes. Y lo mismo dijo la sacratísima Reina de los Ángeles en su cántico (Lc., 1, 53): [A los hambrientos colmó de bienes]. Para despertar esta hambre y deseo en nuestras almas, nos ayudará considerar por una parte nuestra grande necesidad, y por otra los efectos admirables que obra este santísimo Sacramento. Así como cuando Cristo nuestro Redentor andaba acá en el mundo, a todos los que llegaban a Él los sanaba de todas sus enfermedades, y no se lee que alguno le pidiese salud y se la negase: llegó a Él aquella mujer que padecía flujo de sangre, tocó el ruedo de su vestidura, y luego quedó sana; llegó a sus pies aquella pecadora del Evangelio, y quedó perdonada; llegaban a Él leprosos, y quedaban limpios; llegaban a Él los endemoniados, los ciegos, los paralíticos, y todos quedaban buenos y sanos; porque salía de Él virtud que los sanaba a todos (Lc., 6, 19); así hará también en este santísimo Sacramento, si llegamos con esta hambre y deseo, pues es el mismo que entonces, y no ha mudado la condición. 


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS  
Padre Alonso Rodríguez, S.J. 

jueves, 26 de enero de 2017

DERRIBOS BERGOGLIO, INC.



Me ha recordado mi fiel novicio informático que, allá por Diciembre de 2013, cuando Francisco llevaba solamente seis meses habitando la Pensión de Santa Marta, escribí algo relacionado con un sueño que tuve y que parecía expresar la capacidad destructiva del Argentino. Demoliciones y Derribos S.A. se me presentó entonces como un mero sueño, pero la verdad es que ahora parece como si hubiera sido algo premonitorio de lo que iba a suceder. Si comparamos lo destruído en aquella época, con lo que llevamos destruído tres años después, aquello era un juego de niños.

Ya no es necesario aferrarse a los sueños, porque la realidad es mucho más terrible de lo que uno pueda soñar. La realidad se impone, decían los clásicos. Pero es que ahora no sólo se impone, sino que es un verdadero acoso y asedio, ante los ojos de aquellos que quieren ver. No solamente nos aparecen ya los escombros como algo usual y habitual, sino que ahora, a cuatro años del inicio del Bergogliorato, nos acongoja mucho más y nos sobrepone la especial capacidad del Destructor.

Todavía hay novicios y frailecitos imberbes -por supuesto-, que solamente ven maravillas estructurales en cada acto de Bergoglio. Y lo mismo pasa entre muchos abergogliados. Todavía encontramos a los que construyen discursos o artículos interminables para justificar Amoris Laetitia, en contra de toda lógica. Necesitan adoctrinar a ciertos lectores para que piensen-lo-que-deben-pensar y no lo que piensan los malteses, alemanes, austriacos, argentinos y españoles que dicen que manga ancha. Y que tampoco piensen lo que dicen los protestones, dudosos y enredadores seguidores de Burke y otros de la cuerda hipócrita y sospechosa. En realidad, estos descifradores de jeroglíficos intentan enmendarle la plana al propio Francisco, que ya nos ha dicho varias veces (indirecta o directamente) cuál es su posición.

Nunca faltará un ingenuo, un pánfilo o un motolito, -cuando no un voluntariamente ciego-, que no quiera ver lo que hay en el ambiente eclesial y diga con bobería solemne que el Rey va vestido. Y tan ciegos están, que incluso afirman que va mucho más elegante y atractivo que la Melania esa, que ahora se ha puesto de moda.

También se ciscan en la realidad de los hechos, los que se felicitan por lo bien que va todo. No hay más que mirar las últimas encuestas de catolicismo en Brasil para echarse las manos a la cabeza. Desde 2014 ha perdido nueve millones de católicos. ¿Alguien da más? Seguramente la visita de Francisco a Río de Janeiro en su primera y triunfante JMJ, junto con los bailes y contorsiones de los Obispos y curitas meneones de turno, han logrado impedir que las pérdidas hayan sido de más millones, digo yo. Que se preparen los de Panamá el año que viene, porque se van a quedar reducidos a cenizas y escorias cuando pase el huracán pontificio por allí.

Habría muchos ejemplos para añadir y para examinar. Todos ellos vienen a coincidir en la misma realidad, que ya percibe el católico que tiene ojos en la cara y algo de amor a la Iglesia. Este hombre está destrozando la Iglesia. Vamos a cumplir cuatro años de derribos, desmoronamientos y devastaciones. Con sal incluída. Y con malas artes, lideradas por una mafia vaticana digna de Corleone, cuando se doctoró en Palermo. Para que luego digan algunos que la mafia es algo contrario al evangelio que hay que combatir. Menuda mafia hay en Santa Marta y sólo Dios sabe qué se cuece allí, cuando se ponen el delantal.

El Destructor avanza sin piedad, como si fuera un buque de guerra nuclear. Los Franciscanos de la Inmaculada, los despidos a cardenales poco adeptos, el Seminario de Guadalajara y su glorioso fundador Mons. Livieres, la indisolubilidad del matrimonio, el esplendor de la Liturgia, el presigio del Papado, la vida religiosa femenina, los seminarios y lo que les viene, la eucaristía en el caso de los adúlteros, la vida de piedad en general, las bendiciones convertidas en buenaonda, las canonizaciones, la dignidad papal, la Diplomacia con los Estados, y un etcétera tan largo, que ya resulta difícil a mis neuronas hacer un listado completo.

Por citar algunos ejemplos recientes, esta misma semana la Orden de Malta ha sido ya destruida al paso de Francisco. No sé los detalles que habrá de fondo, pero desde luego a partir de ahora, la Orden de Malta ya ha pasado a mejor vida. No me cabe duda. Nuestro peculiar Destructor puede cargarse con un chasquido de dedos lo que se le ponga por delante, aunque tenga 800 años. Adiós, Orden de Malta.

Y la confirmación-elección acelerada del nuevo Prelado del Opus Dei, que genera ya de por sí preocupación en las mismas palabras del flamante electo ya con anillo y pectoral: asegura que su programa es seguir el programa del Papa Francisco y proponer el mensaje cristiano contagiando alegría a todo tipo de personas. No sé si dirá algo sobre la Amoris Laetitia esta semana…

O las verbenas y festejos organizados para conmemorar al bueno de Lutero, capaz de enfrentarse al catolicismo de su época con valentía, amor a Dios y siendo heraldo del Evangelio. Hasta sellos de Lutero se van a emitir y no sé si algún cava especial será descorchado este año. Hasta he oido decir que la Universidad de Roma se llamará ahora Universidad Luteranense. Probablemente camisetas, pins, jarritas de cerveza y gorras, muchas gorras con el logo: Je suis Lutero. Y siguiendo las consignas de este buen fraile, el Papa se llamará desde ahora Obispo de Babilonia. Ya veremos, porque todo puede suceder.

Dicen mis novicios que los chinos aprenden a construir todo lo que ven y por eso tienen de todo en sus tiendas, a precios muy bajos. Parece ser que se han puesto en contacto con Bergoglio para que les explique cómo se puede destruir tanto, en tan poco tiempo. Los ha recibido en Santa Marta y les ha explicado cómo hay que hacer para que la destrucción sea inmediata y fulminante. Con la rapidez que les caracteriza, lo han puesto en práctica. Esta grabación que me ha dejado Fray Malaquías, no es ni más ni menos que lo que ha hecho Derribos Bergoglio Inc. con la Iglesia. Faltan algunos edificios más. Pero todo se andará. Por más que algunos no lo quieran ver.






miércoles, 25 de enero de 2017

ANTINOMIA BERGOGLIANA: LA IGLESIA “CERRADA” (de Trento) vs. LA IGLESIA “ABIERTA” (del V-II)


Se agota la capacidad retórica de Bergoglio y sigue dando vueltas a base de ideas fijas. De todos modos, esas fijaciones sirven para conocer sus fobias y resentimientos contra la religión de siempre. Una última prueba es lo que dijo en la homilía del 18 de enero, de acuerdo al resumen de L´Osservatore Romano. Basten algunos párrafos:

“El cristiano que se esconde detrás del siempre se ha hecho así… comete pecado, convirtiéndose en idólatra y rebelde y viviendo una vida parcheada, a medias, porque cierra su corazón a las novedades del Espíritu Santo”.

“…la ley está al servicio del hombre, que está al servicio de Dios, y para esto el hombre tiene que tener el corazón abierto. La actitud de los que dicen: siempre se ha hecho así … en realidad nace de un corazón cerrado”.

“…si tú tienes el corazón cerrado a la novedad del Espíritu, nunca llegarás a la verdad plena».

“(Este) es el pecado de muchos cristianos que se aferran a lo que siempre se ha hecho y no dejan cambiar los odres”.

“…los cristianos obstinados en el siempre se ha hecho así, este es el camino, este es la vía”, pecan: pecan de adivinación: es como si fuesen al quiromante”.

“Y esto es también pecado de idolatría: la obstinación. El cristiano que se obstina, peca, peca de idolatría”.

“…está el Espíritu Santo que nos conduce a la verdad plena. Pero para esto necesita de corazones abiertos, corazones que no se obstinan en el pecado de la idolatría de sí mismos, que consideran que es más importante lo que pienso que la sorpresa del Espíritu Santo”.

“…ante las novedades del Espíritu, ante las sorpresas de Dios, también las costumbres deben renovarse”



En esta ristra de lugares comunes, sobre los cuales no da aclaración o precisión alguna –¿qué es “la verdad plena?”- Bergoglio plantea una antinomia diálectica entre “corazones abiertos vs. corazones cerrados”, un lamentable recurso demagógico. ¿Santo Tomás tendría un “corazón cerrado” y el montonero Angelelli un “corazón abierto”?

No obstante, detrás de este palabrerío se revela su objetivo de “renovar las costumbres”, al cual apuntó Amoris laetitia, un texto deliberadamente confuso.

En buena teología moral -no es una cuestión que le preocupe mucho a Bergoglio-correspondería señalar cuáles son esas costumbres y no dejar la cosa allí flotando. Pero ese es el estilo taimado que él prefiere: decir las cosas como al pasar, en ese medio tono propio del individuo astuto que no va de frente. Y que esperen sentados su respuesta los cardenales de las dubias. Ya les contestó a través de los obispos malteses que le darán la comunión a los adúlteros.

Seguramente Bergoglio seguirá desparramando las mismas oscuridades y las mismas turbiedades, homo verborreicus como es. En definitiva, esa maraña es la cobertura para ejecutar sus designios de liquidar cuanto antes a la Iglesia “cerrada” de Trento e implantar la Iglesia “abierta” del Vaticano II, de la cual Lutero será uno de sus “santos”.

Dejo constancia de que soy un “idólatra”, un “rebelde” y un “obstinado” aferrado al “siempre se ha hecho así”. Y que pongo mis esperanzas en el próximo terremoto.

Fuente: Catapulta

lunes, 23 de enero de 2017

APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA - EL FARISEÍSMO EN LA IGLESIA


En Luz Católica hemos dado pruebas abundantísimas y terminantes del respeto que tenemos al Clero en general, y particularmente al español: véanse, entre otros, los números. 2, 3, 10 y 23, págs. 18, 22, 45, 147, 152 y 365. Puestos a dar cuenta de todo lo que los profetas anuncian, tenemos cierta obligación de no omitir lo que se refiere al Clero, sin que esto modifique nuestro parecer en pro ni en contra: somos meros copistas; no hacemos tanto como Santos y Venerables citados (ibid.) en la pág. 365. De intento suprimiremos los comentarios: que hablen los profetas, y téngase en cuenta que se refieren terminantemente al Clero de hoy. Si alguien nos recrimina, al final le respondemos.

«Entre los, llamados a sostener la Iglesia hay cobardes, indignos, falsos pastores, lobos disfrazados con piel de oveja, los cuales no han entrado en el redil más que para seducir las almas sencillas, degollar el rebaño de Jesucristo, entregar la heredad del Señor a las depredaciones de los saqueadores, y los templos y los altares a la profanación... He aquí las amenazas que por esto hace el Señor, con toda la indignación y la saña de su justicia: «¡Ay de los traidores y de los apóstatas! ¡Ay de los que malrotan los bienes de mi Iglesia y de los que menosprecian la autoridad de ésta! Han incurrido en mi indignación; yo pisaré su soberbia audaz, que desaparecerá de mi presencia como el humo que se evapora por el aire, en castigo de sus crímenes. Yo les pediré cuenta de mi herencia... Yo endureceré su corazón y cegaré su espíritu, y cometerán pecados sobre pecados...» (Sor Natividad).

«Tomando el Soberano juez a su cargo la causa de la justicia, castigará a los prevaricadores, y sobre todo a los malos pastores de su Iglesia, permitiendo que se les despoje de sus bienes temporales antes de reducirlos por medio de las tribulaciones». (Santa Hildegarda).

«Señores y grandes prelados, os ruego que os enmendéis, pues de lo contrario, recibiréis grandes castigos. ¡Oh! volved al buen camino, pues lo que os anuncio no son locuras ni tonterías como pensáis». (Beato Bartolomé Saluzzo).

«Muchos morirán entonces impenitentes, porque habrán permanecido sordos a mis palabras e inspiraciones. ¡Ay de ellos, y particularmente de ciertos prelados que engañan a mis ovejas y pretenden ser renovadores y más doctos que Agustín y Tomás! Engáñanse éstos, porque yo permitiré que les avergüencen pueblos abyectos, pero cristianos verdaderos, a los cuales daré una fe firme y estable...

Te aseguro que antes que sucedan estas cosas (la regeneración por el Gran Papa y el Gran Monarca), verán tus hermanas a muchas ovejas mías de los claustros abandonar su instituto, lo cual permitiré en castigo de ellas, porque serán orgullosas y faltarán a las promesas que me hicieron en su profesión... Sus conventos serán suprimidos». (Jesús a la Venerable Sor Dominga del Paraíso).

«¡Ay de los religiosos y religiosas que no observen sus reglas! ¡Ay de todos los sacerdotes indignos de todos los seglares que se dan al libertinaje y siguen las falsas máximas de la moderna filosofía, condenada por la Iglesia, como contraria a los preceptos del Evangelio! Esos miserables, por su detestable conducta, negando la fe de Jesucristo, perecerán bajo el peso del brazo exterminador de la justicia de Dios, de la cual nadie escapará». (Venerable Sor Isabel Canori Mora).

«En medio de este horrible desastre, un grito se oye por todas partes: ¡Ay de los sacerdotes infieles, a su vocación! ¡Ay de los falsos servidores de Dios! ¡Ay de los que menosprecian sus obligaciones! ¡Ay de los que ponen obstáculos al bien!».
(Citada en el capitulo anterior)

«Los preceptos divinos y humanos serán despreciados: los sagrados Cánones se tendrán por nada, haciendo el Clero igual caso de la disciplina que el pueblo de la política». (Venerable Bartolome Holzhauser).

«La virtud en aquellos días será vilipendiada por el silencio de varios predicadores; por otros será conculcada y otros renegarán de ella. La santidad será burlada, y por esto Jesucristo les mandará, no un Pastor, sino un exterminador». (San Francisco de Asís).

«Vi la Basílica de San Pedro (figura de la iglesia Universal), entregada a un inmenso gentío de demoledores... Los más hábiles de entre ellos, los que procedían sistemáticamente y conforme a las reglas, llevaban unos mandiles blancos (francmasones). Con gran dolor mío vi entre ellos algunos sacerdotes católicos... Mi guía me advirtió al mismo tiempo, que en tanto yo pueda, pida y encargue a los demás que pidan por los pecadores, y particularmente por los sacerdotes infieles a su vocación... Otros rezaban el Breviario con tibieza y llevaban al propio tiempo una piedra pequeñita bajo su manto, como una cosa rara, o la pasaban a otras manos. Pareciame que no tenían seguridad, ni arraigo, ni método, y que ni siquiera sabían lo que se debía hacer. ¡Me daba lástima!» (Venerable Ana Catalina Emmerich).

«Pareciame ver en medio de aquella baraúnda un gran trono; vi a los bandidos derribar ese trono (en otro capítulo diremos qué trono es). Todo llegó entonces a su colmo; el mundo entero me parecía una ruina y un desorden... Pero lo que más llamaba mi atención eran los sacerdotes. Vi un gran número de ellos que, cuando se vieron cogidos, se ponían de parte de los malos; pero fueron confundidas sus esperanzas y perecieron miserablemente. Me parecía que esta gran crisis no duraba mucho tiempo, y que después de esto se respiraba otra atmósfera; la paz de Dios...» (Profecía del Padre Cartujo, citada en el artículo anterior).

«Esta mañana (11 de Marzo de 1872), he visto en la Santa Comunión a Jesús orando, los ojos hacia el cielo, las manos juntas y fuertemente puestas sobre su pecho adorable. Estaba sumido en tristeza tal, que yo no he podido menos de llorar. Obligada interiormente a pedir por las almas consagradas a Dios, comencé a implorar para ellas la divina misericordia. «Hija mía, me dijo entonces Jesús, por mis sacerdotes es por quienes yo oro y padezco en este día». Hizome comprender al propio tiempo cuánto le afligían, y que si se ven necesitados es por culpa de ellos». (Venerable Sor Imelda).

«Si en todo esto no fuera el Señor ofendido, ninguna pena tendría yo; pero no es así, pues las dudas y las reflexiones de algunos ministros suyos, lejos de reanimar la fe en las almas, no hacen más que apagarla, y esto es una gran desgracia por la que se les harán cargos muy graves». (Magdalena de la Vendée).

«Hija mía, ¡cuántos ministros de mis altares hay que más bien impiden que fomentan la salud de las almas! Con sus festines, sus juegos, sus dilapidaciones, han cometido latrocinios en los bienes de la Iglesia, robando el sustento a los pobres y diciendo con intolerable orgullo: estas rentas son nuestras, sin cargo ni obligación alguna. ¡Qué usurpación! ¡Qué sacrilegio!... ¿Lo creerás, hija mía? Hay en mi Iglesia muchos Judas que me han traicionado y vendido; he sido abandonado y renegado de ellos; se libró Barrabás, pero yo he sido condenado a muerte y cruelmente azotado y coronado de espinas; herido cubierto de oprobio de ignominia y llevado al suplicio para ser otra vez sacrificado... ¿Qué castigo no merecen tantos y tan sangrientos ultrajes?» (El Señor a Sor Natividad)

«Antes que llegue la paz (del Gran Monarca), el afán de riquezas llevará los hombres a negar la fe; y muchos ministros de la Iglesia, llevados de la voluptuosidad carnal y de la belleza y lascivia de las mujeres, abandonarán el celibato y por donde quiera irá el demonio libre entre ellos». (Venerable Bartolomé Holzhauser).

«Agitación, turbulencia, armas, sangre, apostasía: una mitra afea el altar (en Italia), muchos sacerdotes y religiosos le ayudan y forman su corona de ignominia. Otras mitras débiles reciben lecciones de ánimo de aquellos pequeños que eran objeto de abyecciones y violencias». (Anónima, publicada por Da Macello en Il Valicinatore).

«Voltaire es el Dios de Francia. He escrito al señor Thiers: tanto peor para él y para Francia, si no obra como cristiano; yo he cumplido con mi deber. Cuando se trata de la gloria de Dios, no temo la prisión ni la muerte. Lo que en parte ha perdido a Francia (y a España y las demás naciones), es que el Clero ha temido más al hombre que a Dios. ¡Ah, si yo me extendiera sobre este capítulo!... ¡Pobre Clero, pobre Clero!... Pero no, yo me engaño. Según el Clero, yo soy una ilusa. El Clero es bueno, el Clero es desinteresado, el Clero está lleno de celo, lleno de caridad para con los pobres; ¡el rebaño es malo!...» (Sor María de la Cruz, o Melania, la de la Salette).

La admirable estigmatizada y vidente Lucía Lateau padeció también mucho del Clero. No citamos los padecimientos porque el mismo Clero hizo pasar a otros varios santos profetas; la lista sería larga: continuemos el tema general de este artículo.

«Paréceme que no me alejaré mucho de la verdad si tomo el vous (vos, o vosotros), de que usaba entonces el Beato (Benito José Labre, comunicando sus revelaciones a su confesor), no como personal, sino como calificativo, de suerte, que no quería hablar de mi persona en particular, sino en general de los sacerdotes que veía cubiertos de manchas, para significar lo que sucedería en Francia respecto del orden sacerdotal, ya física, ya moralmente. Demasiado sabemos que algunos sagrados ministros se han desviado del recto sendero, y que muchos otros que son constantes y fieles, son maltratados...» El Abate Marconi confesor del Beato Benito José, citado por Mr. Desnoyers en la vida del Santo).

«La apostasía será efecto del artificio y de los esfuerzos de las personas constituidas en gobierno, sostenidas por sus subalternos, así del orden civil como del Clero».

«Llegará a creerse que en la Iglesia todo está perdido... ¡La confusión, la confusión, aun entre los Sacerdotes!» (Magdalena Porsat). «Todos se guiarán por los respetos humanos... y padecerán mis escogidos tan extrañas persecuciones, que vivirán dudosos y perplejos, no sabiendo qué doctrina seguir de tantas como habrá... Ruega por mis escogidos, los cuales no sabrán de qué lado deban inclinarse». (El Señor a Sor Dominga del Paraíso). «Entre los perseguidores habrá tal división de pareceres, que esto colmará de gozo a los apóstatas». (Anónima, citada por Da Macello).

Ruega a Santa Hildegarda el Clero de Colonia, a quien ella había visitado, le diese por escrito «las palabras de vida que de viva voz le había dirigido por inspiración de Dios, y que añadiese a ellas lo que con este motivo le hubiera revelado». La respuesta es una larga carta en que con el acento enérgico de los Profetas y mirando a lo futuro, les echa en cara sus vicios y anuncia los castigos. De esta carta copiamos lo principal en el art. II del presente capitulo. Su carta al Clero de Tréveris, semejante a la de Colonia, arguye también de muchos pecados a dicho Clero, y más en particular al presente. Santa Catalina de Sena escribió también mucho sobre esta materia. Citaremos solamente un pasaje de los que se refieren a la época actual:

«Para hacerme comprender (Jesús), que las circunstancias en, que se muestra la Iglesia son permitidas para que vuelva a su esplendor, me citaba la Verdad Suprema dos textos del Evangelio: Es necesario que vengan escándalos. Y Nuestro Señor añadía: Pero ¡ay de aquel por quien viene el escándalo! Como si dijera: Yo permito estos tiempos de persecución para arrancar las espinas de que se ve rodeada mi Esposa, pero no permito los pensamientos culpables de los hombres. ¿Sabes lo que hago? Lo que hice cuando estaba en el mundo; hice entonces un látigo de cuerdas y eché del Templo a los que compraban y a los que vendían, no queriendo que la morada de mi Padre viniera a ser una cueva de ladrones. Te digo que hago lo mismo ahora: hago un látigo de las criaturas, y con este látigo arrojo a los mercaderes impuros, codiciosos, avaros, e hinchados de orgullo, que venden y compran los dones del Espíritu Santo.—Y en efecto, con este látigo de la persecución de las criaturas, Nuestro Señor los echaba y por la fuerza de la tribulación los arrancaba de su vida vergonzosa y desarreglada» (Santa Catalina de Sena).

«Cuando la sociedad haya sido bien castigada, bien azotada y desolada, entonces vivirán de otro modo el pueblo y el Clero, y subirá al Papado un Pastor (el Angélico), que gobernará con amor y celo. ¡Oh qué feliz estado aquél!» (Beato Bartolome Saluzzo).

«Ayer todavía pedí a Dios ardientemente que me retirase las visiones (particularmente acerca del Clero), a fin de no tener la obligación de manifestarlas y la responsabilidad que esto lleva consigo; mas lejos de ser escuchada, se me ha dicho, como de costumbre, que debo referir todo lo que esté en condiciones de decirse, y esto aunque se burlen de mí. Yo no puedo comprender para qué servirá esto. Me han dicho que nadie ha visto todo esto de la misma manera que yo, y además que esos no son negocios míos, sino que incumben a la Iglesia. Es una desgracia que se pierdan tantas cosas, y de aquí resulta gran responsabilidad. Bastantes personas, que son causa de que yo no goce de reposo, y el Clero que está necesitado de hombres y de fe para hacer esto, tendrán que dar a Dios terrible cuenta». (Sor Ana Catalina Emmerich).

Este pasaje nos trae a la memoria lo que el abate Trichaud dice en el folleto Pío IX y Enrique V, 10ª, edición de Marsella, tratando de la gran profecía de San Cesáreo.

«Continué, dice, mi trabajo histórico de San Cesáreo. Cuando en 1853 lo entregaba a la imprenta, el imperio salvaba a Francia de una espantosa anarquía y parecía sostener entonces la Religión, no como instrumento político, no por agradar a un partido, sino únicamente por convicción y por amor del bien que inspira y de las verdades que enseña. Yo no tuve el valor de turbar aquellas dulces esperanzas, suscitando en la opinión pública tristes aprensiones».

Con palabras como las subrayadas y otras, muchas tan falaces y pérfidas como ellas, el más falaz de los soberanos logró adormecer en Francia a los varones más ilustres, incluido el clero. Muy pocos sospecharon como debían de aquel precursor del Anticristo que, si no hizo más daño, fue porque no pudo. Eso, eso mismo sucede hoy; no se sospecha de ciertos gobernantes, el Clero se adormece, los fieles también... y si una Emmerich lo advierte, búrlanse de ella y la persiguen.

¡Cuán terribles serán las consecuencias de nuestra ceguera!


Apología del Gran Monarca 1 parte.
páginas de la 249 a la 255
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista. Valencia-Año 1904

EL FALSO ECUMENISMO LA GRAN BLASFEMIA


viernes, 20 de enero de 2017

OBISPOS MALTESES



Me aflige y atribula ver por doquier la foto de los dos obispos malteses, tan orgullosos ellos, tan erguidos y arrogantes, satisfechos de sí mismos, el más gordito casi pavoneándose de su hazaña. Por fin han podido tener su espacio. La red bergogliana se enorgullece con ellos y su actitud: Los obispos de Malta han dado ejemplo y orientación a sus fieles. Supongo que el jubilado y ocupadísimo cardenal Kasper y el flamante cardenal Cupich les mandarían un buz telefónico a estos dignos sucesores de los Apóstoles. Estos sí que se preocupan por sus fieles. Francisco los sacó en su Periódico Romano y sospecho que la edición protestante del mismo en Buenos Aires, también se habrá hecho eco del acontecimiento. Es verdad que han orientado a sus fieles: les han dado el GPS ideal para llegar al infierno, mal que le pese al rojerío arco iris (porque ahora va todo junto), que nos abruma con sus directrices.

"Si como resultado del proceso de discernimiento, llevado a cabo con “humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y con el deseo de alcanzar una respuesta a ella más perfecta” (Amoris laetitia, 300), una persona separada o divorciada que vive una nueva unión llega –con una conciencia formada e iluminada– a reconocer y a creer estando en paz con Dios, no se le podrá impedir acercarse a los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía (cfr. Amoris laetitia, notas 336 y 351)".

Me preguntaba uno de mis novicios espabilado, si esta conciencia que se siente en paz con Dios, se puede aplicar también a dos maromos/maromas que se sienten felices conviviendo y con la conciencia tranquila. O a un pecador solitario que se siente asímismo en paz con Dios y con una conciencia clara de que hace lo correcto, porque se lo ha recomendado su psicólogo para que libere sus tensiones internas. O a un célibe, que se siente sólo y abandonado -y recurre a cualquier barraganía aunque sea momentánea-, pero eso sí, con paz con Dios, por supuesto.

Mi respuesta ha sido de lo más conservadora: Hijo mío, siguiendo las enseñanzas de la Amoris, sigue a quién quieres seguir y haz lo que te diga tu conciencia. Si estás en paz y con conciencia clara de que debes pensar a lo maltés, cupichita y kasperita, hazlo. Si piensas que no, no lo hagas. Encontrarás mucha más gente por el camino ancho de la Amoris Laetitia que lleva a la vidilla, pero muy pocos por el camino de los dubbia. Tú sabrás.

Por su parte, las redes hartas de Bergoglio y de sus mariachis les han llamado de todo a los dos malteses, porque en realidad lo son: apóstatas es lo menos que se puede decir. Traidores a sus ovejas y lobos del rebaño. Excomulgados.

Pero en realidad, los malteses son el farolillo de cola de toda una lista de obispos, que han animado a sus fieles a los mismos pecados. Sandro Magister, el expulsado de Bergoglio, lo resume muy bien con su titular: La góndola de Malta se une a la flota del Papa. Porque no hay que olvidar, que en la propia Diócesis de Roma se interpreta la maldita Amoris Laetitia en el mismo sentido que señala su Obispo Bergoglio. Según instrucciones del cardenal Vallini (Vicario para la Diócesis de Roma), así hay que entender el tema. Y suponemos que este Vicario purpurado hace lo que le dice su Jefe, porque si no estaría ya destinado como cardenal-arzobispo en la Antártida. Y el propio Obispo de Roma, que desde su elección no ha dejado de estar en Buenos Aires, lo interpreta así en su carta explicativa a los indignos obispos argentinos que le preguntaron cuál era la conducta a seguir. Ergo si los obispos de Malta están excomulgados…

Pero no hay que preocuparse. Los días van pasando y las posturas se tienen que ir clarificando. Como decía el Señor, el que no está conmigo está contra Mí y el que conmigo no recoge, desparrama. No valen los tisquismiquis del si…, pero no. Tenemos ahora mismo muchos obispos a favor del adulterio y la profanación de la Eucaristía. A muchos defensores a capa y espada de Bergoglio y sus irrupciones en la tradición de la Iglesia y la moral sacramental. Y enfrente, tenemos unos pocos que piensan que eso es sencillamente intolerable.

Una vez más, San Pablo vuelve a la carga: El que coma indignamente el Cuerpo de Cristo, está comiendo su propia condenación. Mal que le pese a toda la casta bergogliana. Creo que muchos condenados en el infierno (y los que ellos hayan enviado) tendrán que llevar la Amoris Laetitia en su frente como señal de identificación.

Me apena profundamente pensar que todos los Obispos de la Conferencia Episcopal Española, prietas las filas, se hayan puesto ya el pin de la AL en sus ojales. Su unanimidad para defender lo indefendible, va a quedar en cueros cuando todo esto estalle. Ni uno solo ha sido capaz de decir que en su Diócesis se seguirá aplicando la doctrina de siempre sobre el matrimonio. Ellos están en otras cosas. Efectivamente, el camino que conduce a la perdición está abarrotado de mitras. Y como guía, el Obispo de Roma. Que Dios nos asista.


jueves, 19 de enero de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - IV


CAPITULO 4
De la limpieza y puridad, no sólo de pecados mortales sino
 también de veniales e imperfecciones, con que nos hemos
 de llegar a la sagrada Comunión.

Tres cosas principales trataremos aquí: la primera, de la disposición y preparación que se requiere para llegar a recibir este divino Sacramento; la segunda, de lo que hemos de hacer después de haberle recibido y cuál ha de ser el hacimiento de gracias; la tercera, qué es el fruto y provecho que hemos de sacar de la sagrada Comunión. Y comenzando de lo primero: la disposición y preparación que para esto se requiere, es mucho mayor que para los demás sacramentos, porque cuanto son más excelentes los sacramentos, tanto piden mayor preparación y pureza para haberlos de recibir. Y así, algunos sacramentos hay que para recibirse dignamente basta tener dolor y arrepentimiento verdadero de los pecados, sin ser necesaria la confesión: mas este divino Sacramento es de tanta dignidad y excelencia, por estar en él encerrado el mismo Dios, que, además de lo dicho, pide otro Sacramento por disposición, que es el de la confesión, cuando precedió algún pecado mortal. De manera que no basta llegarse con dolor y contrición, sino es menester que preceda la confesión, como lo determinó el Concilio Tridentino conforme a aquello del Apóstol San Pablo (I Cor., II, 28): [Pruébese y examínese el hombre a sí mismo, y así coma de aquel pan y beba de aquel cáliz]. Las cuales palabras declara el Concilio de esta manera: Que es menester que vaya uno probado y examinado con el examen y juicio de la confesión. Esta disposición y preparación es necesaria a todos los cristianos so pena de pecado mortal, y basta ella para recibir gracia en el Sacramento. 

Mas, aunque sea verdad que por los pecados veniales y por otras faltas e imperfecciones que no llegan a pecado mortal, no pierde el hombre del todo el fruto de este santísimo Sacramento, sino que recibe aumento de gracia, como dicen los teólogos; pero pierde aquel fruto copioso y abundante de gracias y virtudes, y otros efectos admirables que suele él obrar en las almas más limpias y devotas. Porque, aunque los pecados veniales no quitan la caridad, amortiguan su fervor y disminuyen la devoción, que es la más propia disposición que para este divino Sacramento se requiere. Y así, si queremos participar el copioso fruto de que suelen gozar los que se llegan a comulgar como deben, es menester ir limpios, no sólo de pecados mortales, sino también de los veniales. Y así, el mismo Jesucristo nos enseñó esta disposición con aquel ejemplo de lavar los pies a sus discípulos antes de comulgados, dándonos a entender, como dice San Bernardo, la limpieza y puridad con que nos hemos de llegar a este santísimo Sacramento, no sólo de pecados mortales, sino también de veniales, que es el polvo que se nos suele pegar a los pies. 

San Dionisio Areopagita dicen que no sólo de los pecados veniales, sino también de las demás faltas e imperfecciones pide el Señor limpieza con este ejemplo: [Exige, dice, exquisita limpieza]. Y trae a este propósito aquella ceremonia santa que usa la Iglesia en la Misa, de lavarse el sacerdote las manos antes de ofrecer aquel sacrosanto sacrificio. Y pondera muy bien que no se lava todas las manos, sino solamente las extremidades de los dedos, para significar que no solamente hemos de ir limpios de los pecados graves, sino también de los ligeros y de las faltas e imperfecciones. Si allá Nabucodonosor mandó que escogiesen niños puros, limpios y hermosos (Dan., 1,4) para darles y mantenerles de los manjares de su mesa, ¡cuánta mayor razón será que para llegarnos a esta mesa real y divina vayamos con gran limpieza y puridad! Al fin, es Pan de ángeles, y así nos hemos de llegar a él con pureza de ángeles. 

Pedro Cluniacense cuenta de un sacerdote, en una parte de Alemania que llaman de los Teutones, que habiendo primero sido de buena y santa vida, después vino a caer miserablemente en cierto pecado deshonesto, y añadiendo pecados a pecados, se atrevía a llegar al altar y decir Misa sin haberse enmendado ni confesado; que éste suele ser engaño de algunos que han vivido bien, que cuando les acontece alguna cosa vergonzosa no se atreven a confesarla ni a dejar de comulgar, por no perder la opinión y crédito que antes tenían: ciégales la soberbia. Quiso Dios castigarle piadosamente como padre, con una cosa que le hizo abrir los ojos, y fue, que al tiempo de consumir, teniendo a Cristo en sus manos, se le desapareció de ellas; y de la misma manera el sanguis se desapareció del cáliz, quedando aquel día sin comulgar y no poco espantado. Eso mismo le acaeció otras dos veces en que quiso volver a decir Misa, por ver si Dios nuestro Señor mostraba la misma señal de indignación con él que la primera. Y con esto conoció cuán grandes eran sus pecados, y con cuánta razón tenía provocada contra sí la ira de Dios; y lleno de muchas lágrimas se fue a los pies de su obispo, y con gran sentimiento y dolor le contó lo que le había acaecido, confesó con él y recibió de su mano la penitencia que merecía, de ayunos, disciplinas y otras asperezas, en las cuales se ejercitó mucho tiempo sin atreverse a llegar a celebrar, hasta que su prelado y pastor se lo vino a mandar o dar licencia, cuando le pareció que ya había bastantemente satisfecho a Dios por sus pecados. Y fue cosa maravillosa la que le acaeció en la primera Misa que dijo: que después de haber dicho la mayor parte de ella con grandísimo sentimiento y lágrimas, queriendo consumir, súbita- mente se le aparecieron delante las tres hostias que antes por su indignidad se le habían desaparecido, y en el cáliz halló toda aquella cantidad del sanguis, queriendo con esta tan evidente señal mostrarle el Señor cómo ya sus pecados, eran perdonados. Quedó muy agradecido a esta misericordia del Señor, y con mucha alegría recibió también las tres hostias, y de allí adelante perseveró en muy perfecta vida. Eso caso, dice Pedro Cluniacense, que se lo contó el obispo de Claramonte delante de muchas personas, Cesario, en sus Diálogos, cuenta otro ejemplo semejante. 


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.

martes, 17 de enero de 2017

APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA - EL FARISEÍSMO EN EL SIGLO


La agitación impía de los sectarios parece haberse calmado un poco estos días (1): no se fíen los católicos; piensen más bien cuánto da que hacer en otras naciones, mientras en la nuestra parece amortiguada; y sobre todo, vean qué significan esos pronósticos, amenazas y reticencias que no cesa de publicar la prensa liberal... El hombre maléfico de San Gil, Río Tinto, San Sebastián y otros lugares regados de sangre, el hombre más taimadamente impío que ministro de 50 años acá, nos dirá tal vez muy pronto que esta aparente quietud no es más que el intervalo silencioso entre trueno y trueno cuando ruge la tempestad; y si él no lo dice, otro lo dira: los tiempos han llegado; destrucción y sangre es lo que sigue.

Antes que el rayo estalle de nuevo, tratemos nosotros de que despierten de su sueño letárgico esos católicos que por su indiferencia son más bien impíos, o peores que impíos. «Tengo menos que temer de la impiedad manifiesta que de la indiferencia religiosa y de los respetos humanos», exclamó Pío IX, todo demudado, al leer el secreto de los niños de la Saleta.

De esos falsos católicos y de otros a ellos semejantes nos hablarán hoy los profetas. Meditad, lectores, meditad.

Al robo «legal» de los bienes sagrados y comunes ha sucedido la hipocresía de los ladrones; la humildísima y portentosa vidente Magdalena Porsat lo anunció hace más de cuarenta años. «Esto no es un acontecimiento ordinario, dijo; es una grande época que está para abrirse: los fariseos serán los últimos; los grandes bandidos llegarán antes».

Más famosa que Magdalena es la Venerable Sor Ana María Taigi, cuyo gran espíritu de profecía, reconocido por la Iglesia y confirmado por los hechos, nadie ha podido negar. Sor Ana María vio hace casi un siglo los fariseos de nuestra época, y con frecuencia hablaba a su director de «la persecución que debía atravesar la Iglesia y los tiempos en que se quitaría la máscara una multitud de gentes que eran tenidas por estimables». Hoy más que nunca estamos en el caso.

Profetas de gran nombre, Santos y Venerables muy insignes hemos citado y citaremos en este capítulo; pero todo él es una prueba clarísima de lo que la misma palabra de Dios nos dijo al empezarlo, esto es, que la divina Sabiduría se complace especialmente en revelar estas cosas a los pequeños para confundir a los grandes. En este caso están las dos profetisas citadas y otra más célebre que ellas, Santa Catalina de Raconigi, cuya vida y cuyas profecías escribió su piadoso amigo el famoso Pico de la Mirandola. En numerosas ocasiones dice este vio la Beata Catalina las tribulaciones que en lo porvenir deben preceder a la futura renovación de la Iglesia... Me manifestó igualmente que, arrebatada en, éxtasis un día del año 1537, vio a Nuestro Señor atado a una columna, en medio de una llanura rodeada de una multitud innumerable de todas las clases de la sociedad, y todas se hallaban cubiertas con un ropaje blanco (símbolo de la hipocresía farisaica) que lo ocultaba a la vista, sin tener de la cabeza a los pies más que dos aberturas en lo alto, acomodadas a los ojos.

Sin respeto a la presencia del Salvador, ninguno se ocupaba más que de abominables proyectos. Algunos le ultrajaban con gestos desvergonzados; otros le arrancaban la barba y la cabellera; éstos cometían a su vista los pecados carnales más escandalosos; aquéllos, en fin, no pensaban más que en ganancias, en juegos toda y suerte de injusticias.

A lo último fue testigo de los castigos que el Señor enviaría a toda aquella multitud. Durante el éxtasis, no pudo menos de exclamar muy alto por dos veces: ¡Misericordia! ¡misericordia!»; y por espacio de dos días tuvo tanta pena, que apenas le quedaba un soplo de vida. Me dijo con toda sencillez que el azote que vendría a los clérigos sería el último y también el más terrible. Che il flagello chierici, siccome sará l' ultimo cosí sará piu grave degli alteri».

Todo esto se refiere terminantemente a la época que precederá al triunfo del Gran Monarca, de quien esta profetisa habló claramente y casi precisó la fecha, como veremos en otra parte. Arriba nos ha dicho también que todo esto «debe preceder a la futura renovación de la Iglesia».

La Venerable Sor Natividad, de quien hablamos en el artículo anterior, dice que todos estos, fariseos impiísimos seducirán a otros muchos, y pinta con vivos colores la hipocresía católico-liberal.

«Los seducidos, dice, temiendo ser descubiertos; vivirán en la mayor hipocresía y aparentarán sumisión y docilidad a los ministros del Señor».

La misma vidente vio en figura de un árbol infructífero y soberbio el orgullo de la moderna filosofía (el liberalismo llamado católico) que hará pronto sus últimos esfuerzos para destruir y aniquilar la Iglesia y el estado religioso. La savia parecía producida por las raíz del árbol, así la moderna filosofía toma apariencias de respeto por la Religión y la Iglesia, a la cual parecerá querer proteger y volver a su primitiva perfección (dividiéndola, como hoy, en catolicismo y clericalismo, y aparentando combatir solamente a éste); mas sus esfuerzos demuestran todo el odio que a ella tiene, lo mismo que a las virtudes cristianas, a las cuales (¡qué gran verdad!) quiere oponer las puramente humanas, haciendo de ellas gran ostentación, así como quiere que la razón substituya a la fe.

Mas la ruina de esta filosofía llegará a su vez, y la Iglesia sobrevivirá a esta borrasca. «El estado religioso reaparecerá, después de haber sido cruelmente destrozado».

La Venable Catalina Emmerich vio algo más especial; vio a esos falsos católicos, a esos fementidos hipócritas respetando al Papa para engañarle, como si viera lo que hoy pasa en España y hasta en el Vaticano.

Vi al Papa en oración, dice; pero estaba rodeado de pérfidos amigos que de ordinario hacían lo contrario de lo que mandaba». I Futuri Destini cita la profecía de una santa joven de Rímini, cuyo nombre no declara porque entonces aún vivía. La 7ª edición del libro citado, que tenemos delante, es anterior a los sucesos que anuncia, y la joven profetizó en 1848.

Dijo que: «El Romana Pontífice había, perdido la base fundamental de su gobierno temporal, que se veía obligado a doblegarse en este punto a la fuerza de los que le rodeaban. Pasados algunos años, añadió, perderá el trono y serán sus enemigos aquellos mismos que con sus aplausos lo pondrán en las nubes:

También el Venerable P. Jacinto Coma, predicando en Manresa en 1849, hizo una muy notable profecía que se ha incluido en su proceso de beatificación, y decía, fija la mirada en la época actual «Nuestra pobre España que palmo a palmo ha sido conquista por la Cruz, esta convertida en un pueblo de ilotas que corre al precipicio y lucha por romper con sus tradiciones, su historia y su propia manera de ser... La ayuda oficial que los hijos de Enrique VIII y los sectarios de Federico el filósofo (protestantes y liberales) ofrecerán al Vicario de Jesucristo, obedecerá más bien a apoyar el trono vacilante de un príncipe temporal que a sostener al Sucesor de San Pedro».

Y es porque los consejos de Satanás son, hasta de los que van a misa, más generalmente seguidos que los preceptos de la Iglesia.

«Satanás se levanta por debajo de los pies de la Iglesia dijo el Señor a su sierva Sor María Lataste;—arma contra ella a sus propios hijos para desgarrarle el seno, y estos hijos desnaturalizados de mi Esposa oyen la voz de Satanás».

En estos tiempos de división y de guerra, lo único que todos tratan de conciliar es a Dios con Belial, es el cielo con el infierno, la Iglesia con la revolución, la verdad con la mentira, todo lo cual significó Sor Rosa Colomba, al profetizar que en estos tiempos se enarbolarían juntas la bandera tricolor y la bandera católica, como está sucediendo, especialmente en Francia.

El Serafín San Francisco de Asís profetizó también acerca de nuestros tiempos y los inmediatos, y entre otras cosas dijo:

«Habrá tantos y tales cismas y opiniones en el pueblo, en los religiosos y en el clero, que si no se abreviasen aquellos días, según la promesa del Evangelio, caerían tal vez en error hasta los escogidos. Nuestra Regla y modo de vivir serán impugnados de muchos. ¡Ay de los que, confiados en la religión (exterioridades), se entibiaran y no resistirán constantemente la tentación permitida por Dios para probar a los elegidos! Los fervorosos de espíritu que por amor y celo de la verdad sigan la piedad, tendrán que soportar persecuciones e injurias; pero sus perseguidores, agitados por el espíritu maligno, creerán que hacen un gran obsequio a Dios al procurar la muerte y purgar la tierra de personas que serán tenidas por tan contrarias al bien público».

Esto último fue también anunciado por el divino Redentor, que decía: «Se acerca la hora en que cualquiera que os quite la vida pensara que hace un obsequio a Dios». Pero la maldad es tanta, que Dios mismo es condenado a veces por la «justicia» oficial, de lo cual España ha visto ya algunos casos en sus tribunales y Francia muchos. Así lo previó y anunció, según las Voix Prophetiques del abate Curricque, la vidente Josefa Lamarine hacia 1840.

«Hace ya algunos años, dice, vio en una gran sala una asamblea de jueces. Se encontraba allí un asiento de madera sobre el cual estaba sentado Nuestro Señor Jesucristo, a punto de ser juzgado. Jueces y testigos le escarnecían. Uno de los jueces estaba en un rincón, pareciendo sostenerle; pero todos sus discursos eran pura hipocresía, y se declaró por uno de los más crueles, Todos condenaron a muerte al Salvador».

No parece sino que los fariseos judíos hayan vuelto al mundo para condenar a Dios invocando el nombre de Dios. ¡Hasta imágenes, de la Santísima Virgen han sido fusiladas y arrastradas...! Los sepulcros blanqueados, la raza de víboras, los escribas y fariseos hipócritas, los que se llaman católicos para acabar con los católicos, lo dominan hoy todo y lo tiñen todo de color de infierno. Y los «verdaderos católicos» ¿qué hacen? Dormir y bostezar. Los que trabajan eficazmente vienen ya a ser una excepción.

Pues tengo formado juicio de que esos indolentes que por pereza o egoísmo apoyan indirectamente la obra de los infames fariseos, son igualmente fariseos, no son católicos, según los sucesos demostrarán en el inminente día de, la gran prueba. Una respetable predicción, recogida por el abate Curricque de un venerable cartujo, dice así:

«Habrá muchos que pasarán por buenos, y ellos mismos creerán serlo; pero volverán atrás en el último momento y verán de qué son capaces: la mayor parte se verán sorprendidos y quedarán admirados de sí mismos; pero en medio de este horrible desastre, un grito se oye por todas partes: ¡Ay de los sacerdotes infieles a su vocación! ¡Ay de los falsos servidores de Dios! ¡Ay de los que menosprecian sus obligaciones! ¡Ay de los que ponen obstáculos al bien!».

Por eso la joven riminense arriba mencionada, dice que «en virtud de todos estos estragos, aparecerá quiénes son fieles al Evangelio y quiénes no». Los fieles son ya tan pocos, que al pie de la letra se verifica hoy lo que leemos en las profecías del Beato Nicolás Factor, esto es, que «será tal la calamidad, que no habrá más que una tercera parte de fieles entre cuantos lleven el nombre cristiano».

«Todo esto, dice el profeta Holzhauser, será permitido por justo juicio de Dios, a causa de haber llenado la medida de nuestros pecados en el tiempo de la benignidad, cuando nos esperó para hacer penitencia. Una gran parte de la Iglesia latina abandonará la fe, y quedará muy reducido el número de los buenos católicos... Aunque guarden el nombre de católicos por algún respeto o temor humano, estarán interiormente muertos... en la falsa política y odio contra los eclesiásticos». «Por sus frutos los conoceréis», decía el Salvador. ¿Qué hacen todos esos católicos perezosos o fariseos? ¿Qué hacen por la Iglesia esos «grandes católicos» que son hoy los más considerados en la Iglesia? Ya lo hemos dicho, y ahora lo repetiremos con la insigne Ana Catalina Emmerich, que dice:

«En otra visión vi que la Hija del Rey se armó para el combate. Era una maravilla ver cómo se adaptaba todo a su armadura y cómo una cosa simbolizaba otra de una manera tan asombrosa. La Hija del Rey se halló armada de pies a cabeza. Muchos de los que así vinieron en su ayuda me eran conocidos; pero no podía yo menos de admirarme al ver que ni siquiera uno de todos los institutos, ni de personajes importantes, ni de los sabios, hubieran contribuido en cosa alguna, mientras que los pobres y desvalidos habían ofrecido por si solos piezas en un todo completas. (Aquí parecen vislumbrarse los Crucíferos). Fui también testigo de la batalla. Eran innumerables las tropas del enemigo; y a pesar de esto, el pequeño grupo de los fieles combatientes exterminó batallones enteros».

Lo cual conviene admirablemente con lo que tantas veces hemos dicho con los profetas, esto es, que la restauración no será obra de los grandes y poderosos, sino de los humildes que poco pueden, de los hoy desvalidos y despreciados. Preguntó al Señor Sor Ana María Taigi quiénes serían los que resistirían a pruebas tan terribles, y se le respondió: «Aquellos a quienes yo conceda el espíritu de humildad».

«La acción se halla desde ahora empeñada entre el cielo y la tierra—exclama él piadoso abate citado arriba.—El mundo se transforma al presente en un vasto campo de batalla, a donde la justicia divina hace acudir todos los azotes para concluir de una vez su causa santísima».

Y al dar cuenta de los prodigios de Santo Domingo, in Soriano, exclama: «En la actual cruzada contra los innumerables enemigos de la Santa Iglesia, ¿no parece que el más providencial de los servidores de la Reina de los cielos (Santo Domingo de Guzmán) nos grita como un Heraldo lo siguiente?:

«Soldados, de Cristo, acordaos de Muret, Lepanto y Viena, donde Nuestra Señora del Santísimo Rosario venció, Mientras la Iglesia toda llorosa combatía, menos en los campos de batalla que en la arena de la penitencia y obras satisfactorias, de las que el Rosario es arma preferida».

Y sobre todo, católicos, sobre todo tened presentes las palabras de nuestro divino Maestro: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, más por dentro son lobos Voraces»,

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(1) Nótese que esto se publicaba por primera vez a 7 de Marzo de 1901.

Apología del Gran Monarca 1 parte.
páginas de la 242 a la 249
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista. Valencia-Año 1904