viernes, 24 de noviembre de 2017

PROFECIAS DE SAN JUAN BOSCO - EL TRIUNFO DE LA IGLESIA



El TRIUNFO DE LA IGLESIA 
SUEÑO 77.—AÑO DE 1873.
(M. B. Tomo IX, págs. 999-1000) 

El manuscrito que contiene la profecía de San Juan Bosco sobre los castigos de París y Roma y otros diversos acontecimientos nos ofrece otra segunda revelación del Santo sobre el triunfo de la Iglesia. 


He aquí el texto de la misma tomado de dicho documento: 

Era una noche oscura, los hombres no podían distinguir el camino a seguir para regresar a sus pueblos, cuando apareció en el cielo una espléndida luz que iluminaba los pasos de los caminantes como si fuese mediodía. En aquel instante apareció una inmensa multitud de hombres, dé mujeres, de ancianos, de niños, de monjes, de monjas y sacerdotes que, llevando a la cabeza al Pontífice, salían del Vaticano disponiéndose para la marcha procesionalmente. 

Mas he aquí que un furioso temporal entenebrece el ambiente como si se entablase una lucha entre la luz y las tinieblas. Entretanto, la inmensa comitiva llega a una plaza cubierta de muertos y heridos; muchos de estos pedían auxilio en voz alta. 

Las filas que formaban la procesión se redujeron bastante. Después de haber caminado por un espacio de tiempo correspondiente a doscientas salidas del sol, todos se dieron cuenta de que no estaban ya en Roma. El desaliento fue general y cada uno fue a agruparse alrededor del Pontífice para defender su augusta persona y asistirlo en sus necesidades. 

En aquel momento aparecieron dos ángeles, que llevando un estandarte, fueron a presentarlo al Vicario de Cristo, diciendo:

—Recibe el estandarte de Aquel que combate y dispersa los más aguerridos ejércitos de la tierra. Tus enemigos han desaparecido, tus hijos imploran tu retorno con lágrimas y suspiros. 

Fijando la mirada en el estandarte se veía escrito por una parte: 

Regina sine labe concepta. 

Y por la otra: 

Auxilium Christianorum. 

El Pontífice tomó con alegría el estandarte, pero al contemplar el numero de los que habían quedado a su alrededor, que era reducidísimo, se sintió lleno de aflicción. 

Los dos ángeles añadieron: 

—Ve inmediatamente a consolar a tus hijos. Escribe a tus hermanos dispersos por las diferentes partes del mundo que es necesaria una reforma en las costumbres de los hombres. Esto no se puede conseguir sino repartiendo entre los pueblos el Pan de la Divina Palabra. Catequiza a los niños; predica el despego de las cosas de la tierra. Ha llegado el tiempo —concluyeron los ángeles— en que los pobres serán los evangélizadores de los pueblos. Los sacerdotes serán buscados entre el azadón, la pala y el martillo, a fin de que se cumplan las palabras del David: "Dios levantó al pobre de la tierra para colocarlo en el trono de los príncipes de su pueblo". 

Oído esto, el Pontífice comenzó a caminar y la fila de la procesión fue en aumento. Cuando llegó a la Ciudad Santa comenzó a llorar al ver la desolación en que estaban sumidos sus ciudadanos, muchos de los cuales habían desaparecido. 

Entrando después en San Pedro, entonó el Te Deum, al cual respondió un coro de ángeles cantando: 

Gloria in excelsis Deo, et in terra pax homínibus bonae voluntatis. 

Terminado el canto, cesó la oscuridad por completo, luciendo un sol esplendoroso. 

Las ciudades y los pueblos y los campos habían disminuido de población; la tierra se hallaba arrasada como por un huracán, por una tormenta de agua y de granizo y las gentes iban al encuentro unas de otras diciendo conmovidas: 

Est Deus in Israel. 

Desde el comienzo del exilio hasta el canto del Te Deum el sol se levanto doscientas veces. Todo el tiempo que transcurrió mientras sucedían estas cosas corresponde a cuatrocientas salidas del sol.


Los Sueños de San Juan Bosco
Traducción del P. Francisco Villanueva S.D.B.

martes, 21 de noviembre de 2017

MARTIRIO DE LOS SIETE HERMANOS MACABEOS Y SU MADRE


Martirio de los siete hermanos macabeos y su madre
1∗A más de lo referido aconteció que fueron presos siete hermanos juntamente con su madre; y quiso el rey, a fuerza de azotes y tormentos con nervios de toro, obligarlos a comer carne de cerdo, contra lo prohibido por la Ley.

Muere el primer hijo
2∗Mas uno de ellos, que era el primogénito, dijo: “¿Qué es lo que tú pretendes, o quieres saber de nosotros? Preparados estamos a morir antes que quebrantar las leyes patrias que Dios nos ha dado”. 3Se encendió el rey en cólera, y mandó que se pusiesen sobre el fuego sartenes y calderas de bronce. Así que cuando éstas empezaron a hervir 4∗ordenó que se cortase la lengua al que había hablado el primero, que se le arrancase la piel de la cabeza, y que se le cortasen las extremidades de las manos y pies, en presencia de sus hermanos y de su madre. 5Estando ya así del todo inutilizado, mandó traer fuego, y que le tostasen en la sartén hasta que expirase. Mientras que sufría en ella este largo tormento, los demás hermanos con la madre se alentaban mutuamente a morir con valor, diciendo: 6∗“El Señor Dios verá la verdad, y se apiadará de nosotros, como lo declaró a Moisés cuando protestó en su cántico: Él será misericordioso con sus siervos.

El segundo hijo
7Muerto que fue de este modo el primero, conducían al segundo para atormentarle con escarnio; y habiéndole arrancado la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban si comería antes que ser atormentado en cada miembro de su cuerpo. 8Pero él, respondiendo en la lengua de su patria, dijo: “No haré tal”. Así sufrió también éste los mismos tormentos que el primero. 9∗Y cuando estaba ya para expirar, dijo: “Tú, oh perversísimo, nos quitas la vida presente; pero el Rey del universo nos resucitará algún día para la vida eterna, por haber muerto en defensa de sus leyes.”

El tercer hijo
10Después de éste, vino al tormento el tercero; el cual, así que le pidieron la lengua, la sacó al instante, y extendió sus manos con valor, 11diciendo con confianza: “Del cielo he recibido estos miembros del cuerpo, mas ahora los desprecio por amor de las leyes de Dios, y espero que los he de volver a recibir de su misma mano”. 12De modo que así el rey como su comitiva, quedaron maravillados del espíritu de este joven, que ningún caso hacía de los tormentos.

El cuarto hijo
13Muerto también éste, atormentaron de la misma manera al cuarto, 14∗el cual, estando ya para morir, habló del modo siguiente: “Es gran ventaja para nosotros perder la vida a mano de los hombres; por la firme esperanza que tenemos en Dios de que nos la devolverá, haciéndonos resucitar; pero tu resurrección no será para la vida.”

El quinto hijo
15Habiendo tomado al quinto, le martirizaban igualmente; pero él, clavando sus ojos en el rey, 16dijo: “Teniendo, como tienes, poder entre los hombres, aunque eres mortal como ellos, haces tú lo que quieres, mas no imagines por eso que Dios haya desamparado a nuestra nación. 17Aguarda tan solamente un poco, y verás la grandeza de su poder, y cómo te atormentarán a ti y a tu linaje.”

El sexto hijo
18∗Después de éste, fue conducido el sexto; y estando ya para expirar, dijo: “No quieras engañarte vanamente; pues si nosotros padecemos estos tormentos, es porque los hemos merecido habiendo pecado contra nuestro Dios: y por esto experimentamos cosas tan terribles; 19más no pienses tú quedar impune después de haber osado combatir contra Dios.”

La madre exhorta a sus hijos al martirio
20Entretanto, la madre, sobremanera admirable, y digna de la memoria de los buenos, viendo perecer en un solo día a sus siete hijos, lo sobrellevaba con ánimo constante, por la esperanza que tenía en Dios.; 21Llena de sabiduría, exhortaba con valor, en su lengua nativa a cada uno de ellos en particular; y juntando un ánimo varonil a la ternura de mujer, 22∗les dijo: “Yo no sé cómo fuisteis formados en mi seno; porque ni yo os di el alma, el espíritu y la vida, ni fui tampoco la que coordiné los miembros de cada uno de vosotros; 23∗sino que el Creador del universo es el que formó al hombre en su origen, y el que dio principio a todas las cosas; y El mismo os volverá por su misericordia el espíritu y la vida, puesto que ahora, por amor de sus leyes, no hacéis aprecio de vosotros mismos.”
24Antíoco, considerándose humillado y creyendo que aquellas voces eran un insulto a él, como quedase todavía el más pequeño de todos, comenzó no sólo a persuadirle con palabras, sino a asegurarle también con juramento, que le haría rico y feliz si abandonaba las leyes de sus padres, y que le tendría por uno de sus amigos, y le daría cuanto necesitase. 25Pero como ninguna mella hiciesen en el joven semejantes promesas llamó el rey a la madre, y le aconsejaba que mirase por la vida y por la felicidad de su hijo. 26Y después de haberla exhortado con muchas razones, ella le prometió que en efecto persuadiría a su hijo. 27∗A cuyo fin, habiéndose inclinado a él, burlándose del cruel tirano, le dijo en lengua patria: “Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, que te alimenté por espacio de tres años con la leche de mis pechos, y te he criado y conducido hasta la edad en que te hallas. 28∗Te ruego, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen; y que entiendas bien que Dios las ha creado todas de la nada, como igualmente al linaje humano. 29De este modo no temerás a este verdugo; antes bien, haciéndote digno de participar de la suerte de tus hermanos, abrazarás la muerte, para que así en el tiempo de la misericordia te recobre yo, junto con tus hermanos.”

El séptimo hijo
30Aún no había acabado de hablar esto, cuando el joven dijo: “¿Qué es lo que esperáis? Yo no obedezco al mandato del rey, sino al precepto de la Ley que nos fue dada por Moisés. 31Mas tú que eres el autor de todos los males de los hebreos, no evitarás el castigo de Dios. 32Porque nosotros padecemos esto por nuestros pecados; 33y si el Señor nuestro Dios se ha irritado por un breve tiempo contra nosotros, a fin de corregirnos y enmendarnos, Él, empero, volverá a reconciliarse otra vez con sus siervos. 34Pero tú, oh malvado y el más abominable de todos los hombres, no te lisonjees inútilmente con vanas esperanzas, inflamado en cólera contra los siervos de Dios; 35pues aún no has escapado del juicio de Dios Todopoderoso que lo está viendo todo. 36∗Mis hermanos por haber padecido ahora un dolor pasajero, se hallan ya gozando de la alianza de la vida eterna; mas tú por justo juicio de Dios sufrirás los castigos debidos a tu soberbia. 37∗Por lo que a mí toca, hago como mis hermanos el sacrificio de mi cuerpo y de mi vida en defensa de las leyes de mis padres, rogando a Dios que cuanto antes se muestre propicio a nuestra nación, y que te obligue a ti a fuerza de tormentos y de castigos a confesar que Él es el solo Dios. 38Mas la ira del Todopoderoso, que justamente descarga sobre nuestra nación, tendrá fin en la muerte mía y de mis hermanos.”
39Entonces el rey, ardiendo en cólera, descargó su furor sobre éste con más crueldad que sobre todos los otros, sintiendo a par de muerte verse burlado. 40∗Murió también este joven sin contaminarse, con una entera confianza en el Señor.

Martirio de la madre
41∗Finalmente, después de los hijos fue también muerta la madre.

______________________________________
Notas:

∗ 1. Éstos son los comúnmente llamados Hermanos Macabeos, debido a que no conocemos con seguridad sus nombres, aunque Josefo los indica. El martirio tuvo lucrar en Antioquía, donde en tiempo de San Jerónimo se mostraban todavía los sepulcros de los siete héroes y de su madre.
∗ 2. Las leyes patrias que Dios nos ha dado: es decir, que el fervor patriótico se fundaba en la fe religiosa. Véase 13, 14 y nota; Salmo 147, 8 s.; Eclesiástico 24, 35 ss. y notas.
∗ 4. Que se le arrancase la piel de la cabeza. El griego dice: a la manera escita. Véase versículo 7, donde se repite la tortura escita.
∗ 6. Véase el cántico de Moisés (Deuteronomio 32, 36 y 43).

∗ 9. Vemos aquí afirmada la fe en el dogma de la resurrección del cuerpo en pleno Antiguo Testamento. Véase vs. 11, 14, 23; 6, 26; 12, 43; Tobías 13, 2; Job 19, 25; Isaías 26, 19; Ezequiel 37, 1-14; Daniel 12. 2.
∗ 14. No será para la vida: Véase las palabras de Jesús en Juan 5, 25 y 28 s.
∗ 18. Los hemos merecido: ¡Qué palabras tan admirables en boca de estos santos! Bien podemos ver en ello otra figura del Cordero inocente que cargó con los pecados del mundo. Véase versículo 38 y 8, 5.

∗ 22. Cf. Job 10, 8 ss.; Salmo 138, 15; Eclesiastés 11, 5: Notemos la distinción entre el alma y el espíritu, que coincide con San Pablo (I Tesalonicenses 5, 23; Hebreos 4, 12).
∗ 23. El mismo os volverá, etc.: He aquí el motivo más firme de la fortaleza de esta familia de mártires: la virtud de la esperanza (véase versículo 9).
∗ 27. Ten piedad de mí... ¡y déjate martirizar! Una madre del mundo habría dicho exactamente lo contrario.

∗ 28 s. Ejemplo de un acto de fe perfecta según el Antiguo Testamento, que comporta la adoración del Creador y la esperanza en el Mesías. Para nosotros, a esa creencia en el Autor de la naturaleza (Romanos. 1, 20 s.) debe agregarse el asentimiento pleno y total a la Revelación traída por Jesucristo (Hebreos 1, 1 ss.).
∗ 36. Se hallan ya gozando: Scío traduce: están ya bajo la alianza de la vida eterna, lo cual coincide también con el texto griego. Difícilmente podríamos ver ya afirmado aquí el dogma de la inmediata visión beatífica del alma después de la muerte, que fue definido recién por el Concilio de Florencia (Denz. 457, 464 530, 570 s., 693. 696) y que no se conocía aún en el Antiguo Testamento.
∗ 37. Te obligue, etc.: He aquí un voto que parece bien duro, y que sin embargo está lleno de caridad.

∗ 40. Con una entera confianza en el Señor, lo mismo que sus seis hermanos y su “madre sobremanera admirable” (versículo 20). El que espera en Dios es feliz, dicen los Proverbios (16, 20). Los que esperan en el Señor, no perecerán, dice el Salmista (Salmo 33, 23). “Nada alimenta y fortifica el alma como la esperanza” (San Crisóstomo).
∗ 41. La Iglesia celebra la memoria de la madre macabea y sus siete hijos el 19 de agosto. Los Padres no se cansan de colmarlos de elogios en sus homilías. Los cuerpos de los santos mártires fueron trasladados de Antioquia a Roma. donde descansan en la iglesia de San Pedro ad Vincula.

2 Macabeos 7
Sagrada Biblia
Mons. Straubinger

jueves, 16 de noviembre de 2017

sábado, 11 de noviembre de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - XIV

CAPÍTULO 14 
Del santo sacrificio de la Misa. 

Ya hemos tratado de este divino Sacramento y de sus efectos y virtudes admirable, en cuanto es sacramento; resta ahora tratar de él en cuanto es sacrificio, que es una cosa que el sagrado Concilio Tridentino manda a los predicadores y pastores de las almas que declaren a sus ovejas, para que todos entiendan el tesoro grande que dejó Cristo nuestro Redentor a su Iglesia en dejarnos este sacrificio, y se sepan aprovechar de él. 

Desde el principio del mundo, a lo menos después del pecado. aun en la ley natural, siempre hubo y fueron necesarios sacrificios para aplacar a Dios y para reverenciarle y honrarle en reconocimiento de su infinita excelencia y majestad. Y así en la vieja ley instituyó Dios sacerdotes y sacrificios muchos; empero, como la ley era imperfecta, los sacrificios también lo eran; sacrificaban y mataban muchos animales; no les podía aquello llevar a perfección, no bastaba el sacerdocio de Aarón ni sus sacrificios para santificar a los hombres y quitarles los pecados (Hebr., 10, 4): [Porque es imposible que con sangre de toros y de machos de cabrío se quiten los pecados], dice el Apóstol San Pablo. Era menester que viniese otro sacerdote según la orden de Melquisedec, que es Jesucristo, y que ofreciese otro sacrificio, que es a Sí mismo, que fuese bastante para aplacar a Dios, y santificar a los hombres y llevarlos a la perfección. 

Y así dice San Agustín que todos los sacrificios de la vieja ley significaban y eran figura de este sacrificio; y que así como una misma cosa se puede significar y dar a entender con diversas palabras y en diversas lenguas, así este único y verdadero sacrificio fue significado y figurado mucho antes con toda aquella multitud de sacrificios, para, por una parte, encomendárnosle muchas veces, y, por otra, con la diversidad y variedad quitarnos el fastidio que suele causar el repetir muchas veces una misma cosa Y por eso, dice, mandaba Dios que le ofreciesen sacrificios de animales limpios, para que entendiésemos que así como aquellos animales, que se habían de sacrificar, carecían de los vicios y defectos del cuerpo y no tenían mácula, así el que había de venir a ofrecerse en sacrificio por nosotros no había de tener mácula de pecado. Y si aquellos sacrificios agradaban a Dios (como es cierto que por entonces le agradaban), era en cuanto por ellos confesaban y profesaban los hombres que había de venir un Salvador y Redentor que había de ser el verdadero sacrificio; y en virtud de éste tenían aquéllos entonces algún valor. Pero en viniendo que vino este Salvador y Redentor al mundo, desagradaron a Dios aquellos sacrificios, como lo dice el Apóstol (Hebr., 10, 5), [Entrando en el mundo dice a su Eterno Padre: No quisiste sacrificios ni ofrendas; mas me has preparado un cuerpo; los holocaustos por el pecado no te agradaron; por tanto, dije: Aquí estoy, Señor, conforme a lo que está de Mí escrito en la suma del libro, vengo a cumplir tu voluntad]. Dio Dios cuerpo a su unigénito Hijo para que hiciese la voluntad de su Padre, ofreciéndose por nosotros en la cruz. Y así, viniendo al mundo lo figurado, cesó la sombra y la figura, y dejaron de agradar a Dios aquellos antiguos sacrificios. 

Pues éste es el sacrificio que tenemos en la ley de gracia y el que cada día ofrecemos en la Misa. El mismo Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, es nuestro sacrificio (Efes., 5, 2): [Se entregó a Sí mismo por nosotros a Dios en oblación y sacrificio de suavísimo olor]. Y éstas no son consideraciones devotas, ni pensamientos propios, sino cosas que nos enseña la fe. La Misa, es verdad que es memoria y representación de la Pasión y muerte de Cristo; y así dijo Él cuando instituyó este soberano sacrificio (Lc., 22, 19): [Haced esto en memoria mía]; pero es menester que entendamos que no solamente es memoria y representación de aquel sacrificio, en que Cristo se ofreció en la cruz al Padre Eterno por nuestros pecados, sino es el mismo sacrificio que entonces se ofreció, y del mismo valor y eficacia. Y más: no sólo es el mismo sacrificio, sino también el que ofrece ahora este sacrificio de la Misa, es el mismo que el que ofreció aquel sacrificio de la cruz. 

De manera que así como entonces, en tiempo de la Pasión, el mismo Cristo fue el sacerdote y el sacrificio, así también ahora en la Misa, el mismo Cristo es no solamente el sacrificio, sino también el sacerdote y el pontífice que se ofrece a Sí mismo cada día en la Misa al Padre Eterno por ministerio de los sacerdotes. Y así el sacerdote que dice la Misa representa la persona de Cristo, y como ministro e instrumento suyo y en su nombre ofrece este sacrificio. Lo cual declaran bien las palabras de la consagración; porque no dice el sacerdote: Este es el cuerpo de Cristo, sino Este es mi cuerpo; como quien habla en persona de Cristo, que es el sacerdote y pontífice principal que ofrece este sacrificio. Y por esta razón el Profeta David (Sal., 109, 4) y el Apóstol San Pablo (Hebr., 7, 17, 21) le llaman Sacerdote eterno según la orden de Melquisedec y no se dijera bien sacerdote perpetuo, si una sola vez hubiera ofrecido sacrificio; pero se dice Sacerdote eterno, porque siempre ofrece sacrificio por medio de los sacerdotes, y nunca cesa ni cesará de ofrecerle hasta el fin del mundo. Tal Sacerdote y tal Pontífice habíamos nosotros menester, dice el Apóstol (Hebr., 7, 16), que no fuese como los otros sacerdotes, que primero han menester rogar a Dios por sus pecados, y después por los del pueblo; sino tal, que por su dignidad y reverencia fuese oído (Hebr., 5, 7); tal, que no con sangre ajena, sino con la suya propia aplacase a Dios. Pues ponderemos aquí las invenciones de Dios y el artificio y sabiduría de sus consejos que tomó para la salud de los hombres, y lo que hizo para que este sacrificio fuese por todas partes acepto, agradable y eficaz, como lo pondera muy bien San Agustín. Porque habiendo en un sacrificio cuatro cosas que considerar: la primera, a quién se ofrece; la segunda, quién le ofrece; la tercera, qué es lo que se ofrece; la cuarta, por quién se ofrece: la sabiduría de Dios ordenó de tal manera este sacrificio y con tal artificio, que el mismo que ofrece este sacrificio para reconciliarnos con Dios, es uno con Aquel a quien le ofrece, y se hizo uno con aquellos por quien le ofrecía, y Él mismo era lo que ofrecía. Y así fue de tanto valor y eficacia, que bastó para satisfacer y aplacar a Dios, no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo, y de cien mil mundos que hubiera: [El mismo es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no tan sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo] le dice el Apóstol y Evangelista San Juan (1 Jn., 2, 2). Y así dicen los teólogos y Santos que este sacrificio no sólo fue suficiente satisfacción y recompensa por nuestras deudas y pecados, sino muy superabundante; porque mucho más es lo que se da y ofrece aquí, que la deuda que debíamos; y mucho más agradó al Padre Eterno este sacrificio, que le había desagradado la ofensa cometida. De aquí también, que, aunque el sacerdote sea malo y pecador, no por eso deja de aprovechar y valer este sacrificio a aquellos por quien se ofrece, ni se disminuye nada de su valor y eficacia; porque Cristo es no sólo el sacrificio, sino el Sacerdote y Pontífice que le ofrece. Como la limosna que vos hacéis, aunque la enviéis por medio de un criado que sea malo y pecador, no por eso pierde nada de su virtud y mérito. 

Dice el Concilio Tridentino: El mismo sacrificio es éste que el que entonces se ofreció en la cruz, y el mismo es el que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdotes. Solamente está la diferencia, dice el Concilio, en que aquel que se ofreció en la cruz fue sacrificio cruento, que quiere decir sangriento, con derramamiento de sangre, porque Cristo era entonces pasible y mortal; y éste de la Misa es sacrificio incruento, que quiere decir sin derramamiento de sangre, porque ya Cristo está glorioso y resucitado, y así no puede Morir ni padecer (Rom., 6, 9). 

Dice el Concilio, y lo dicen los Evangelistas, que habiendo el Redentor del mundo de ser sacrificado y morir en la cruz para redimirnos, no quiso que se acabase allí el sacrificio, porque era Sacerdote para siempre; quiso que la Iglesia tuviese y le quedase su sacrificio. Y porque era Sacerdote según la orden de Melquisedec, el cual ofreció sacrificio de pan y vino, convenía que se nos quedase en sacrificio debajo de especies de pan y vino. Y así en la última cena (1 Cor., 11, 23), [en la noche en que había de ser traidoramente entregado, tomó el pan, y haciendo gracias, lo partió y se lo dio a sus discípulos]. Entonces, cuando los hombres trataban de darle la muerte, trataba Él de darles a ellos la vida. Quiso dejar a su esposa la Iglesia un sacrificio visible, como lo pide la naturaleza de los hombres, que no sólo representase y trajese a la memoria aquel sacrificio sangriento de la cruz, sino que tuviese la misma virtud y eficacia que aquél para perdonar pecados y aplacar a Dios y reconciliarse con Él, y que fuese en efecto el mismo sacrificio; y así consagró su cuerpo y sangre santísima debajo de especies de pan y vino, convirtiendo el pan en su cuerpo y el vino en su sangre; y debajo de aquellas especies se ofreció al Padre Eterno. Aquélla dicen los doctores que fue la primera Misa que se celebró en el mundo. Y entonces ordenó a sus discípulos sacerdotes del Nuevo Testamento, y les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que ofreciesen este sacrificio, diciendo (Lc., 22, 19): [Haced esto en memoria mía]. 429 

Por esta razón dicen algunos que la fiesta del Santísimo Sacramento es la mayor de cuantas la Iglesia celebra de Cristo nuestro Redentor, porque las demás solamente son memoria y representación, como la de la Encarnación, Natividad, Resurrección y Ascensión; no se hace entonces el Hijo de Dios hombre, ni nace, ni resucita, ni sube a los Cielos; pero esta fiesta no es solamente memoria y representación, sino que de nuevo viene y está Cristo debajo de aquellas especies sacramentales, cada vez que el sacerdote dice las palabras de la consagración; y de nuevo se ofrece cada día en la Misa el mismo sacrificio que se ofreció cuando Cristo nuestro Redentor murió por nosotros en la cruz. 

Consideremos aquí el amor grande de Cristo para con los hombres y lo mucho que le debemos; que no se contentó con ofrecerse una vez en la cruz por nuestros pecados, sino quiso quedarse acá en sacrificio, para que tengamos, no sólo una vez, sino muchas y cada día hasta el fin del mundo, un sacrificio agradable que ofrecer al Padre Eterno, y un presente tan grande y tan precioso que presentarle por nuestros pecados para aplacarle, que no puede ser mayor ni más precioso y agradable. ¿Qué fuera del pueblo cristiano si no tuviéramos este sacrificio con que aplacar a Dios? Ya estuviéramos como otra Sodoma y Gomorra (Isai.. 1, 9), y nos hubiera Dios asolado y destruido como nuestros pecados merecían. Este dice Santo Tomás que es el efecto propio del sacrificio, aplacar a Dios con él, conforme a aquello de San Pablo (Efes., 5, 2): [Se ofreció a Si mismo por nosotros a Dios en ofrenda y hostia de suavísimo olor]. Como cuando acá un hombre se aplaca y perdona la injuria que le han hecho, por algún servicio o presente que le hacen, así es tan acepto y tan agradable a Dios este sacrificio y presente que le hacemos, que basta para aplacarle, y para que podamos parecer delante de Él y que nos mire con ojos de piedad. 

Si el Viernes Santo, cuando fue crucificado el Redentor del mundo, os hallarais al pie de la cruz, y cayeran sobre vos aquellas gotas de su preciosa sangre, ¡qué consolación sintiera vuestra alma! ¡Qué esfuerzo tomaríais! ¡Qué esperanza tan cierta cobraríais de vuestra salvación! El ladrón, que en toda su vida no había sabido sino hurtar, cobró tan grande ánimo, que de ladrón se tornó santo, y de la cruz hizo paraíso. Pues el mismo Hijo de Dios, que entonces se ofreció en la cruz, Él mismo se ofrece ahora en la Misa por vos, y de tanto valor y eficacia es este sacrificio como aquél. Y así dice la Iglesia: [Cuantas veces se celebra la memoria de este sacrificio, se ejecuta la obra de nuestra redención]. Aquellos frutos grandes de aquel sacrificio sangriento manan y se nos comunican a nosotros por éste sin sangre.  

Es tan alto y soberano este sacrificio, que a sólo Dios se puede ofrecer. Y lo nota el Concilio Tridentino. Dice que aunque la Iglesia acostumbra a decir Misa en reverencia y memoria de los Santos, pero que no se ofrece este sacrificio de la Misa a los Santos. Y así no dice el sacerdote: Le ofrezco a San Pedro o a San Pablo; sino se ofrece a sólo Dios, dándole gracias por las victorias y coronas que dio a los Santos, e implorando su patrocinio, para que ellos intercedan por nosotros en el Cielo, pues nosotros los honramos y reverenciamos en la tierra. 

De manera que este divino misterio, no solamente es Sacramento como los demás, sino juntamente es sacrificio; y hay mucha diferencia entre estas dos razones, de sacramento y de sacrificio; porque el ser sacrificio consiste en que se ofrezca por medio del sacerdote en la Misa. Sentencia es muy recibida de los teólogos que la esencia de este sacrificio consiste en la consagración de entrambas especies, y que entonces se ofrece, cuando se acaban de consagrar. Así como en el punto que Cristo expiró, se acabó de hacer aquel sacrificio cruento, en que se ofreció al Padre Eterno por nosotros en la cruz, así en la Misa este sacrificio, que es verdadera representación de aquél, y es el mismo que aquél, se acaba esencialmente y se ofrece en el punto en que se acaban de decir las palabras de la consagración sobre el pan y sobre el vino, porque entonces está allí por virtud y fuerza de las palabras el cuerpo en la hostia y la sangre en el cáliz; y en aquella consagración de la sangre, que se hace en acabando de consagrar el cuerpo, se presenta al vivo el derramamiento de la sangre de Cristo y consiguientemente el apartamiento del ánima del cuerpo, que de ese derramamiento y apartamiento de la sangre del cuerpo se siguió. De manera, que por las palabras de la consagración se produce el sacrificio que se ofrece, y por ellas mismas se hace la oblación. Pero el ser sacramento, lo es siempre, después de consagrado, mientras duran las especies de pan; cuando está reservado en la custodia, cuando le llevan a los enfermos y cuando uno comulga; y no tiene entonces razón ni fuerza de sacrificio. 

Y hay otra diferencia, que en cuanto es sacramento, aprovecha al que lo recibe como los demás sacramentos, dándole gracia y los demás efectos propios suyos. Pero en cuanto es sacrificio, aprovecha no solamente al que lo recibe, sino también a otros por quien se ofrece. Y así nota el Concilio Tridentino que para estas dos cosas y por estas dos causas instituyó Cristo este divino misterio: la una, para que como sacramento fuese mantenimiento del alma, con el cual se pudiese conservar, restaurar y renovar la vida espiritual; la otra, para que la Iglesia tuviese un sacrificio perpetuo que ofrecer a Dios, para perdón y satisfacción de nuestros pecados, para remedio de nuestras necesidades, en recompensa y agradecimiento de los beneficios recibidos, y para impetrar y alcanzar nuevas gracias y mercedes del Señor. Y no solamente para remedio y alivio de los vivos, sino también de los difuntos que mueren en gracia y están en purgatorio: a todos aprovecha este sacrificio. 

Y hay aquí una cosa de gran consuelo, que así como el sacerdote, cuando dice Misa, ofrece este sacrificio por sí y por otros, así también todos los que la están oyendo ofrecen juntamente con él este sacrificio por sí y por otros. Así como cuando un pueblo ofrece un presente a su señor, vienen tres o cuatro hombres, y habla uno solo con él, pero todos traen el presente y todos le ofrecen; así acá, aunque sólo el sacerdote habla y con sus manos ofrece este sacrificio, pero por manos del sacerdote ofrecen todos. Verdad es que hay diferencia, porque en el ejemplo que traemos, aunque escogen uno que hable, pero cualquiera de los otros podía hacer aquello; y en la Misa no: porque sólo el sacerdote, que está escogido de Dios para ello puede consagrar y hacer lo que se hace en la Misa; pero todos los demás que sirven o asisten a ella, ofrecen también aquel sacrificio. Y así lo dice el mismo sacerdote en la Misa: Rogad, hermanos, a Dios, que mi sacrificio y vuestro sea acepto y agradable a Dios todopoderoso; y en el Canon dice: [Por los cuales te ofrecemos, o ellos te ofrecen.] Lo cual debería poner mucha codicia a todos de oír y ayudar las Misas: y lo declararemos más en el capítulo siguiente. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez

martes, 7 de noviembre de 2017

viernes, 3 de noviembre de 2017

EGO SUM VERITAS = YO SOY LA VERDAD



31/10/2017 

Hoy se cumplen 500 años desde la rebelión del sacerdote agustino y heresiarca Martín Lutero, en la vigilia de la fiesta de Todos los Santos de 1517, cuando publicó sus «95 Tesis» en el atrio del templo de Wittenberg.

I. Anti-modelo del Evangelio

Nacido en 1483, fraile agustino, quien por no dominar sus pasiones, apostató de su fe y de su religión, excitando a la rebelión, dando los más grandes escándalos públicos. Así azuzaba a los campesinos a la guerra: Corred, matad, destruid, saquead sin escrúpulo: cuanto recojáis es vuestro.

¡Qué fundador de una «iglesia de Cristo»! «Lutero fue un glotón, a menudo borracho, blasfemo, de lenguaje procaz, iracundo de carácter, de pasiones violentas. Pero es bueno, sin embargo, que se sepa además sobre el “hombre Lutero” con su contradictoria psicología, con sus conflictos interiores, con sus altos y bajos, con sus múltiples enfermedades psíquicas y físicas, con sus dramas angustiosos en sus relaciones con la Justicia divina y la imposible abstención del pecado. Su lucha contra las “tentaciones” fue un trabajo de Sísifo».

Así como era descontrolado en el comer, lo era también en el denigrar, en el ofender, en la maledicencia, carente de inhibiciones, con su furia contra los campesinos, su autorización. De la bigamia, su odio feroz e implacable contra sus enemigos, su lenguaje procaz, su ética sexual permisiva, su negación radical de los dogmas de fe, su radical eliminación del estado religioso, y tantas otras cosas más aún que nos hace decir: ¿cómo pudo decir ese Cardenal que Lutero fue «nuestro común Maestro»?[1], también el Papa Bergoglio ha dicho que el heresiarca es un «testigo del Evangelio».

La «Reforma» de Lutero clamó contra diversas fallas de la Iglesia, eran faltas verdaderas como lo reconoce Chesterton: «Es perfectamente cierto que podemos encontrar males reales, que provocaban la rebeldía, en la Iglesia Romana anterior a la Reforma». Pero agrega enseguida «Lo que no podemos encontrar es que uno solo de esos males reales fuera reformado por la Reforma».

«La Revolución religiosa comenzó con el “libre examen” de Lutero, erigiéndose en criterio personal, en norma suprema de la verdad cristiana. En vez de aceptar el hombre las verdades de la fe tales como fueron reveladas por Dios e interpretadas y enseñadas por el Magisterio de la Iglesia, su auténtica depositaria, convirtió su propia inteligencia en “cátedra”, aun contra la autoridad de la Iglesia docente».

El Padre Luigi Villa enseña:

La posición de Lutero se reduce a esto:

– una Sola Escritura, sin la Tradición de la Iglesia;

– una Sola Fe, sin las obras;

– una Sola Gracia, sin la colaboración del hombre en su libertad moral;

– un Solo Dios, sin la mediación, para su salvación, de la Iglesia y la intercesión de los Santos.

Lutero deformó el texto de la Carta a los Romanos, (3, 28), donde dice San Pablo que el hombre se justifica por la fe, sin que en ese texto original figure la palabra «sola», que añadió por su cuenta el heresiarca en la traducción de la Biblia al alemán.

II. Lutero el blasfemo

Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: Cristo -dice Lutero- cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a Él? ¿Qué hizo, entonces, con ella? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir («Propos de table», núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 – cfr. op. cit., pág. 235).

Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense -como apunta Funck-Brentano- que ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (…), pero estúpido —Deus est stultissimus— («Propos de table», núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrorizar y martirizar al pobre mundo (op. cit., pág. 230).[2]

Lutero -comenta Funck-Brentano- llega a declarar que Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevaricar (op. cit., pág. 246).

Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado «Contra el pontificado romano fundado por el diablo», de marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de Santísimo, según la costumbre de aquel tiempo, sino de infernalísimo (cfr. op. cit., págs. 337-338).

«Cuando la Misa haya sido subvertida, yo estoy convencido de que habremos subvertido con ella al papismo. (…). Declaro que todos los prostíbulos, los homicidios, los robos, los asesinatos y los adulterios ¡son menos malvados que esa abominación que es la Misa de los papas!».

III. Testaferro de la Revolución

La esencia de la Revolución tiene su origen en la rebelión gnóstica e igualitaria de Lucifer cuando expresó aquella frase que es la síntesis de la soberbia endiosada, y que han repetido a través de los siglos todos aquellos que se atribuyeron como propios los bienes recibidos: «Non serviam», «No quiero servir».[3] Grito que estableció en el Cielo la primera de todas las revoluciones.

En un terreno abonado por las teorías del humanismo y del renacimiento, Lutero encabezó hace cinco centurias la más importante rebeldía de los tiempos modernos. El humanismo fue reconocidamente un movimiento cultural, pero fue también un retorno al paganismo bajo el disfraz cultural.

El siglo XVIII fue testigo del desarrollo más de la rebelión que alcanzó su punto culminante con la exaltación de la razón. Devino la segunda etapa con la Revolución Francesa que renegó del Cristianismo la religión revelada, para entronizar a la fabricada «diosa razón», por lo que fueron llamados racionalistas.

«No pusieron en cuestión la existencia de Dios, por cierto, pero negaron a la Iglesia y negaron a Cristo como Verbo encarnado, aceptándolo sólo como una gran personalidad. Y aun aquel Dios, cuya existencia toleraron, ya no era el Dios uno y trino, sino un Dios remoto y vaporoso, el Supremo Arquitecto, idea inspirada en el espíritu de la masonería, que fue la gestora principal de aquella Revolución. En fin, tratose de una exaltación desmesurada de la naturaleza, con la consiguiente exclusión del entero orden sobrenatural».[4]

En 1917 se desató la tercera etapa de la rebelión. Un nuevo punto de partida para la Revolución –«la más trágica de la historia, la más sangrienta, la etapa del marxismo en el poder, vástago de la Revolución francesa, como se encargaron de señalarlo los iniciadores del nuevo movimiento. El comunismo es primariamente un fenómeno teológico, o mejor, anti-teológico. Con su anti-teísmo militante no se contentará con negar a la Iglesia (como lo hizo el protestantismo), ni a la Iglesia y a Cristo (como el deísmo racionalista), sino que pretenderá oponerse al mismo Dios. La forma que asumió fue la de una “religión invertida”, la religión de la anti-teología, algo realmente demoniaco, considerando a la religión revelada por Dios como “el opio del pueblo”».[5]

El marxismo no es el efecto de una circunstancia ocasional, sino que está en perfecta continuidad con las subversiones anteriores. Ideología que Nuestra Señora de Fátima llamó error.

Como tampoco es la actual IV etapa de la rebelión: la revolución del paganismo tribal con el desmoronamiento del pudor, la rápida desaparición de las fórmulas de cortesía… que busca tribalizar también la esfera espiritual.[6]

La obra de Lutero básicamente consistió en el desmantelamiento de toda la base de la Iglesia, tal como se había afirmado durante los quince siglos precedentes a su rebelión.

Con la teoría del sacerdocio de los fieles sembró la semilla del moderno igualitarismo, que devino en otras desconstrucciones doctrinales como la abolición del celibato eclesiástico, la secularización de la vida diaria eliminando festividades religiosas, el abandono de la ley canónica, etc. Dio a luz al desprecio por el derecho natural, la ruptura entre cristiano y ciudadano, y la adoración del Estado.

IV. Jesucristo Rey del Universo, la fiesta anti-Lutero

Desde la rebelión de Martín Lutero, los protestantes celebran el domingo anterior al 31 de octubre el Domingo de la Reforma.

EL Papa Pío XI al instituir la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, en 1925, había decretado «que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos».[7] Trasladada, tras el Vaticano II al último domingo del año litúrgico.

«De esta manera los misterios de la vida de Cristo conmemorados durante el año terminarán y quedarán coronados con esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y elegidos».[8]

El plan de Satán, de la Revolución, de los enemigos de Cristo, es eliminarlo definitivamente de la sociedad, de las familias, de los individuos, para levantar un orden de cosas en el que El deje de ser el fundamento: «¡No queremos que Este reine sobre nosotros!».

Así Pío XI en su extraordinaria encíclica Quas primas llamó peste a la ideología laicista, denunciando con claridad profética que ésta comienza por negar la soberanía de Cristo sobre todas las gentes, y que consecuentemente con sus malvados intentos se niega a la Iglesia, el derecho, que es consecuencia del derecho de Cristo, de enseñar al linaje humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden -claro es- a la bienaventuranza eterna y equiparando ignominiosamente a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, con las falsas religiones. Aún más, el Pontífice alertaba ya de los intentos de sustituir la religión divina por una cierta religión natural, por un cierto sentimiento natural. Ni tampoco faltaron naciones que juzgaron poderse pasar sin Dios y hacer religión de la impiedad y del menosprecio de Dios. Luminosas y proféticas enseñanzas del Papa Ratti.

El dogma de Cristo Rey es sinónimo del dogma «Fuera de la Iglesia no hay salvación», es sumisión a su Doctrina y a su enseñanza: «Reino de Verdad y de Vida». «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí» (Jn 14, 6).

Quién mejor para cerrar este artículo que un grande: Emilio Castellar:

Oíd jóvenes, estaban en el Capitolio de Roma, todos los dioses que entonces adoraba el mundo, allí estaba el Isis y Osiris de los egipcios, allí el Baal y la Melita de los babilonios, allí el Ormuzd y el Ahrimán de los persas, allí el Júpiter y la Venus de los griegos, allí el Baco y el Jano de los romanos, allí estaban sobre aquellos pedestales de mármol recibiendo las adoraciones y la sangre de los sacrificios de la humanidad, de pronto se abre de par en par la puerta del augusto templo y entra un misterioso personaje: lleva sobre su cabeza una corona de espinas, sobre su espalda arrastra una pesada Cruz, avanza lentamente, dejando detrás de sus pisadas las huellas de su sangre, llega al centro del famoso templo y yergue con magnifica majestad su cabeza y exclama: Ego sum veritas = Yo soy la Verdad, y aquellos dioses falsos del paganismo se bambolean, se derrumban, caen, se convierten en polvo, y el misterioso personaje avanza, y sobre aquél polvo de todas las falsas divinidades del mundo pagano, levanta Él su altar y dice a las generaciones humanas que pasan: Ego sum veritas, Ego sum caritas, Yo soy la Verdad, Yo soy el Amor, y el mundo regenerado y redimido cayó de rodillas delante de Jesucristo, porque era la Verdad y era la Caridad, es decir, era el Verdadero Dios.

Germán Mazuelo-Leytón


[1] VILLA, P. LUIGI, La teología de Martín Lutero.

[2] Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Lutero: ¡No y no!

[3] JEREMÍAS 2, 20.

[4] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La realeza de Cristo y la apostasía del mundo moderno.

[5] Ibid.

[6] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, La revolución conduce la nueva Iglesia. http://adelantelafe.com/la-revolucion-conduce-la-nueva-iglesia/

[7] PIO XI, Encíclica Quas primas, nº 30.

[8] Ibid.: nº 31.