sábado, 31 de mayo de 2014

SANTA MARÍA REINA - 31 DE MAYO



FIESTA DE LA REALEZA DE MARÍA 

La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana. 

Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la sagrada liturgia por el Papa Pío XI a través de la Encíclica QUAS PRIMAS del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo. 

La idea primordial de la encíclica podría formularse de esta guisa: Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido, a causa de la redención del género humano por El realizada. 

Si algún día juzgase oportuno la Iglesia -decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940- proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción claro está, los principales argumentos de aquélla encíclica. 

Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica AD CAELI REGINAM. Resulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquélla prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo concepcionista. 

El paralelismo entre ambos documentos pontificios y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista. 

La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo. 

La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática -así la llaman los teólogos, y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura- y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su maternidad divina y el de corredención. 

Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de Nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando fontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su Hijo. Es patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta. 

"El fundamento principal -decía Pío XII-, documentado por la tradición y la sagrada liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su divina maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la maternidad divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina. 

Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble -de tal la califican Pío IX y Pío XII-, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Que no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo "ser" un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. Predestinóla el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de misericordia. 

Toda realeza, como toda paternidad, viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora. y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente raciocinio, escribe nuestro Cristóbal Vega que, si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimenta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad. 

Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas vióla San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente según que ya se había profetizado en el Génesis. 

Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la sagrada liturgia en himnos inspiradísimos, que repiten en todos los tonos el "Salve, Regina". 

Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Monfort y al español Bartolomé de los Ríos agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía: Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas Dominadora mía y Emperatriz. 

Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice: 

Sois, Virgen santa, universal Señora 
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado; 
todo se humilla a Vos, todo os adora 
y todo os honra y a vuestro honrado; 
que quien os hizo de Dios engendradora, 
que es lo que pudo más haberos dado, 
lo que es menos os debe de derecho, 
que es Reina universal haberos hecho. 

Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística. 

En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, leyóse una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la "Señora de todos y verdadera Madre de Dios". 

Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles. 

Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Angeles. Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona "Dios te salve, Reina", que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María. 

Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios. 

Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova da Iria, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los serafines bienaventurados y los coros de los ángeles hasta el trono de la Santísima Trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo... "Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos ángeles, solos o todos juntos; por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la maternidad divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de reyes y Señor de señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey divino; de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob; de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. El, el Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la redención derivan..." 

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los ángeles y de los hombres. 

Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia. 

Reina de los reyes y de los vasallos. 

Reina de los cielos y de la tierra. 

Reina de la Iglesia triunfante y militante. 

Reina de la fe y de las misiones. 

Reina de la misericordia. 

Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendita. 

Reina del reino de Cristo, que es reino de "verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz". 

Y en este reino reinado de Cristo que es la Iglesia santa es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos. 

En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosla esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás: 

"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve... 

FILIBERTO DÍAZ PARDO. (1) 


. MARÍA REINA, De la "Mística Ciudad de Dios". Ven. Sor María de Jesús de Agreda. 

. LA REINA DEL CIELO EN LA RESURRECCIÓN DE SU DIVINO HIJO, Ven. Sor María de Jesús de Agreda, de la (Mística Ciudad de Dios", Libro VI, Cap. 26. 

. MARÍA SANTÍSIMA, NUESTRA REINA, San Luis María Grignion de Montfort, de su "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen.

viernes, 30 de mayo de 2014

SAN FERNANDO III. EL INVICTO REY DE LEÓN Y CASTILLA - 30 DE MAYO

Humillación ante Dios de San Fernando III rey de Castilla en el momento 
de su muerte (Virgilio Mattoni, 1887, Reales Alcázares, Sevilla)

Plinio María Solimeo

Primo de San Luis IX, Rey de Francia, expulsó a los moros de casi toda España, fundó la famosa Universidad de Salamanca y construyó las más hermosas catedrales góticas del país ibérico 

A comienzos del siglo XIII, los musulmanes de España se unieron a los de África en una gran coalición para restaurar el imperio islamita hasta­ los Pirineos. Inocencio III (1160-1216), uno de los grandes­ Papas de la Edad Media, promovió entonces una cruzada de los reyes cristianos de Castilla, Navarra y Aragón para enfrentar la morería. El embate se produjo el día 16 de julio de 1212, en la memorable batalla de las Navas de Tolosa, cuando el ejército cristiano desbarató a las huestes almohades, salvando así a toda Europa del inminente peligro musulmán y extendiendo significativamente los límites de la Cristiandad de entonces. 

Al término de la batalla, el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, dividió el botín: los reyes de Aragón y Navarra se quedaron con todas las riquezas de los vencidos. Y volviéndose para Alfonso VIII de Castilla, le dijo el arzobispo: “En cuanto a vos, quedaos con la gloria y la honra del triunfo”. Parte de esa herencia y de esa gloria fueron sin duda sus hijas, las princesas doña Berenguela y doña Blanca, que en el futuro serían madres respectivamente de San Fernando III y de San Luis rey de Francia. A don Alfonso VIII le cupo así la gloria de ser abuelo de aquellos que tal vez hayan sido los mayores reyes de la Edad Media.1 

“Quien ama, odia; quien odia combate” 

Se cuenta que cierto día de agosto de 1199, al dirigirse el rey Alfonso IX de León y la reina doña Berenguela de Salamanca hacia Zamora, ésta dio a luz en el campamento real a aquel que sería uno de los mayores guerreros de su tiempo: San Fernando III de León y Castilla. 

El niño creció en la corte leonesa bajo los cuidados de su piadosa madre hasta la anulación, por decisión papal, del matrimonio de sus padres, por cuanto el mismo había sido efectuado dentro de los grados de parentesco prohibidos entonces. Doña Berenguela volvió a Castilla y el niño quedó bajo la protección del padre. 

Cuando contaba aproximadamente diez años, Fernando fue acometido por una enfermedad mortal, no pudiendo dormir ni comer. Tomándole, doña Berenguela cabalgó con él hasta el monasterio de Oña, donde pasó la noche rezando y llorando a los pies de la Virgen milagrosa. Entonces, dice un cronista de la época, “el niño empezó a dormir, y después que despertó, enseguida pidió de comer”. Según un hagiógrafo del santo, a partir de ahí todo cambió: “Desde este momento, la fortuna se hace inseparable compañera del amable príncipe: ella le pondrá en posesión de dos tronos, le abrirá los corazones de los hombres, y, sin traicionarle jamás, le pondrá en posesión de la victoria”.2 

De una piedad combativa, el joven príncipe lloraba de indignación cuando oía decir que los moros blasfemaban contra Cristo y ultrajaban a la España cristiana. Y —como dice un antiguo adagio de la aguerrida España, “Quien ama, odia; quien odia combate”— su odio contra el enemigo de la fe crecía a consecuencia de su amor a Dios. Se convertirá más adelante en campeón de Jesucristo, intentando reconquistar toda España para su Iglesia. 

San Fernando, Rey de León y Castilla 

Doña Berenguela vivía en la corte de su hermano, el rey niño Enrique I, entonces con 14 años. Jugando un día en el palacio episcopal de Palencia, una teja le cayó mortalmente a éste sobre la cabeza. Sin herederos, su trono pasó a ella. Demostrando genio político superior y desinterés de madre, después de ser proclamada reina de Castilla por las cortes de Valladolid, doña Berenguela renunció al trono en favor del hijo, a quien había llamado sigilosamente de León. Fernando tenía entonces 18 años y era también heredero del trono de León.

La fórmula encontrada disgustó al padre de Fernando, Alfonso IX, que deseaba el trono para sí. Sin tomar en consideración que luchaba contra el propio hijo, invadió Castilla al frente del ejército leonés. 

No queriendo luchar contra su padre, San Fernando le envió una carta en la cual decía: “¿Por qué hostilizáis con tanta irritación este reino? No tenéis que temer daños ni guerras de Castilla mientras yo viva”.3 

Alfonso IX renunció entonces al deseo de convertirse en rey de Castilla; sin embargo, desheredó a su hijo al morir. 

San Fernando III no sólo consolidó la hegemonía de Castilla sino que aun aumentó su prestigio ampliándole las fronteras, pacificándola, repoblándola y manteniendo la paz con sus vecinos. 

Con la muerte del padre y la renuncia de las herederas del trono —sus medio hermanas doña Sancha y doña Dulce, hijas de Alfonso IX y su primera mujer Teresa de Portugal— accedió a la corona de León (doña Teresa también tuvo que separarse del marido por razones de parentesco). 

A los 22 años de edad, Fernando III se casó con Beatriz de Suabia, considerada la princesa más piadosa de su tiempo. De este matrimonio nacieron diez hijos, siete hombres y tres mujeres. Al enviudar en 1235, se volvió a casar, esta vez con Juana de Ponthieu, bisnieta de Luis VII de Francia. De esta unión nacieron tres hijos más. 

Reconquistando los reinos moros para Cristo 

Después de la victoria cristiana en las Navas de Tolosa los reinos musulmanes de España entraron en decadencia, favoreciendo la incorporación de muchos de ellos al dominio de San Fernando por medio de pactos o conquistas. 

Los contemporáneos describen tres grandes virtudes en este gran guerrero: la rapidez, la prudencia y la perseverancia. Cuando los enemigos lo creían en un lado, él aparecía en el otro. Y sabía prolongar los asedios para economizar sangre.4

Fueron innumerables las campañas guerreras de San Fernando en su reconquista de España para Nuestro Señor Jesucristo. 

El rey santo tenía apenas 25 años cuando entró por primera vez en Andalucía. El rey moro de Baeza vino a ofrecerle obediencia, diciéndole que estaba pronto a rendir su ciudad y asistirlo con dinero y alimentos. 

En 1235, mientras San Fernando se apoderaba de Úbeda y las Ordenes militares conquistaban con otras plazas Trujillo y Medellín, con apenas 1500 hombres su hijo, el Infante don Alfonso —más tarde Alfonso X, el Sabio—, vencía en Jerez de la Frontera al ejército del rey moro de Sevilla, compuesto de siete cuerpos de soldados. Lo que fue considerado por todos como un hecho verdaderamente milagroso. 

Cierto día del año de 1236 estaba el rey guerrero con su madre a la mesa para el almuerzo, en Benavente, cerca de León, cuando llegó un caballero a toda brida para avisarle de que algunos cristianos habían conseguido apoderarse del barrio de Axarquía, en los arrabales de Córdoba, antigua capital del imperio musulmán, en la época con 300,000 habitantes. Sitiados, pedían socorro al monarca para enfrentar a los incontables moros que los cercaban. 

Sin probar ningún alimento, San Fernando se levantó inmediatamente y fue a reunir a sus guerreros para socorrer a sus bravos súbditos. Hecho esto, cercaron la ciudad de Córdoba. El soberano fue estrechando cada vez más el cerco, hasta que el día 29 de junio, fiesta de los gloriosos Apóstoles San Pedro y San Pablo, el ejército cristiano entró en la antigua capital de los califas, desde hacía 525 años en poder de los infieles. La mezquita mayor de la ciudad fue purificada por el obispo de Osma y transformada en iglesia dedicada a Nuestra Señora. 

Un hecho simbólico: habiendo el moro Almanzor dos siglos antes conquistado Galicia, había hecho transportar las campanas del santuario de Santiago de Compostela hasta Córdoba en hombros de cristianos. Pues bien, en reparación por ese ultraje, ¡San Fernando mandó que las campanas fuesen restituidas a su lugar de origen en hombros de moros! 

Triunfo de la Cruz sobre el creciente 

El cerco de Sevilla, en 1247, fue una de las más notables empresas de aquellos tiempos. Durante 20 meses los moros resistieron, pues el calor y las enfermedades parecían luchar en su favor. Con todo, el rey santo no desistió. Tanto más que no tenía prisa, habiendo él y sus guerreros llamado a sus mujeres e hijos para acompañarlos durante el cerco. San Fernando había traído inclusive a los futuros habitantes de Sevilla, hombres de todas las regiones y de todos los oficios. 

Finalmente Sevilla capituló. Cantando himnos religiosos y portando un anda con la imagen de la Virgen victoriosa, un estupendo cortejo de cien mil hombres entró en la ciudad conquistada. Fue un brillante triunfo de la Santa Cruz sobre el Islam. De todo el antiguo imperio moro en España apenas restaba el reino de Granada.­ 

San Luis, rey de Francia, se congratuló con su primo por el éxito y le envió un fragmento de la corona de espinas y otras preciosísimas reliquias, que San Fernando mandó colocar en la catedral de Sevilla — otra gran ex mezquita purificada y consagrada al culto cristiano.

Habiendo, con excepción del reino de Granada, expulsado a los moros de casi toda España, San Fernando se preparaba para ir a plantar la fe en el África cuando fue acometido por una enfermedad mortal, a pesar de tener sólo 52 años de edad. Después de recibir todos los sacramentos de la Iglesia, falleció piadosamente el día 30 de mayo de 1252, yendo a recibir en el cielo la “recompensa demasiadamente grande” que Dios reserva para sus elegidos.

Así un autor lo describe: “Elevada estatura, agilidad de movimientos, distinción y majestad en los ademanes, dulce y fuerte a la vez, amable con firmeza, reúne en una maravillosa armonía las cualidades del guerrero y las del hombre de Estado”.5 

Notas.- 

1. Cf. Edelvives, El Santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1947, t. III, p. 302. 

2. Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. II, p. 481. 

3. Edelvives, op. cit. p. 304; Pérez de Urbel, p. 482. 

4. Pérez de Urbel, id. ib. p. 484. 

5. Pérez de Urbel, op. cit., p. 487. 

Otras obras consultadas.- 

* Juan Bautista Weiss, Historia Universal, Tipografía La Educación, Barcelona, 1929, t. VI, p. 595 y ss. 

* Carlos R. Eguía, Fernando III de Castilla y León, El Santo, in Gran Enciclopedia Rialp, Ed. Rialp, Madrid, 1972, t. X, pp. 41 y ss.

jueves, 29 de mayo de 2014

CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS IV - SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO



IV 
Todas las cosas se tornan en bien del que se 
conforma con la voluntad de Dios 

Locura insigne es la de aquellos que quieren resistir a la voluntad de Dios; forzados se verán a llevar la cruz, porque nadie puede impedir que se cumplan los divinos decretos, porque a su voluntad, pregunta San Pablo, ¿quién resistirá? (Rom. IX, 19). Los muy desgraciados tendrán que cargar con su cruz, pero sin fruto, expuestos a llevar en este mundo vida inquieta y turbulenta y padecer en la otra vida mayores castigos; porque ¿quién resistió a Dios y gozó de tranquila paz? (Jo. IX, 4 ). ¿Qué ganará el enfermo con desesperarse en sus dolores, que el pobre con lamentarse y quejarse de Dios en su pobreza, con rabiar cuanto le plazca, con blasfemar a su antojo del nombre de Dios? Lo único que ganará será padecer doblados trabajos. "¿Qué vas buscando, hombrecillo miserable, pregunta San Agustín, buscando bienes? Ama y busca el único bien verdadero, en el cual están todos los bienes. " Busca a Dios, únete a él, abrázate con su voluntad santísima, y vivirás siempre feliz, en esta y en la otra vida. 

Y Dios, ¿qué es lo que quiere sino nuestro bien? ¿Podremos dar con un amigo que nos ame más que Dios? Todo el empeño, todo el deseo del Señor es que nadie se pierda, sino que todos se salven y se hagan santos. El Señor, dice San Pedro, no quiere que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia (II Ptr. III, 9). La voluntad de Dios, añade San Pablo, es vuestra santificación (I Thess. IV, 3). El Señor ha cifrado su gloria en hacernos felices; porque siendo por naturaleza, como dice San León, bondad infinita, y siendo propio de la bondad el comunicarse a otros, tiene entrañable deseo de hacer participantes a las almas de sus bienes y de su felicidad. Y si nos envía tribulaciones en esta vida, es para labrar nuestra dicha, todas son para nuestro bien, como asegura San Pablo (Rom. VIII, 28). Aun los castigos que nos envía no son para nuestra perdición, sino para que nos enmendemos y alcancemos la eterna bienaventuranza. Creamos, decía Judit al pueblo de Israel, que los azotes del Señor nos han venido para enmienda nuestra y no para nuestra perdición (Jud. VIII, 27). El Señor, a fin de librarnos de los males eternos, como un escudo nos cubre por todos lados, según la expresión del Salmista (Ps. V,13). Y no solamente desea, sino que se desvela y tiene especial cuidado, como dice David, de nosotros y de nuestra salvación (Ps. XXXIX, 18). Y después de habernos dado a su único Hijo, ¿podrá negarnos alguna cosa? El que ni a su propio Hijo perdonó, como dice San Pablo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo después de habérnoslo dado dejará de darnos cualquier otra cosa? (Rom. VIII, 32)

Con esta confianza, pues, debemos arrojarnos en manos de la divina Providencia, en la seguridad de que todas sus disposiciones van encaminadas a nuestro bien. En todos los sucesos de nuestra vida digamos con el salmista: Yo, Dios mío, dormiré en paz y descansaré en tus promesas, porque tú, oh, Señor, sólo tú has asegurado mi confianza (Ps. IV, 9). Abandonémonos en sus benditas manos, porque ciertamente velará por nuestros intereses, como dice San Pedro: Descarguemos en su amoroso seno todas las solicitudes, pues El tiene cuidado de nosotros (Ptr. V, 7). Pensemos siempre en Dios y en cumplir su santísima voluntad, que El pensará en nosotros y en nuestro bien. "Mira, hija mía, dijo el Señor a Santa Catalina de Sena, piensa tú siempre en mí, que Yo siempre pensaré en ti." Digamos con la Sagrada Esposa: Mi Amado para mí, y yo para El (Cant. II, 16). Mi Amado piensa en hacerme feliz, yo no quiero pensar más que en complacerle y conformarme en todo con su voluntad santísima. "No debemos pedir a Dios, decía el Santo Abad Nilo, que haga lo que nosotros queremos, sino que se cumpla en nosotros su voluntad"; y cuando nos sobreviene alguna cosa que nos contraría, aceptémosla de sus divinas manos, no sólo con resignación, sino también con alegría, a ejemplo de los Apóstoles, que se retiraban de la presencia del Concilio muy gozosos porque habían sido hallados dignos de sufrir aquel ultraje por el nombre de Dios (Act. V, 41). ¿Y qué mayor contento puede experimentar un alma que saber que sufriendo de buen grado algún trabajo da grande gusto a Dios? Dicen los maestros de la vida espiritual, que, si bien agrada a Dios el alma que tiene deseos de padecer por darle gusto, sin embargo, el Señor se complace más en aquellas almas que no quieren ni gozar, ni padecer, sino que totalmente se abandonan a su santísima voluntad y no tiene más ambición que cumplir lo que entienden es de su agrado. 

Si quieres, alma devota, ser acepta al Señor y llevar en este mundo vida feliz y dichosa, procura estar unida siempre y en todas las cosas a su divina voluntad. No olvides que todos los pecados y desórdenes y amarguras de tu pasada vida tienen por raíz y fundamento el haberte separado de la voluntad de Dios. Abrázate de hoy en adelante con su divino beneplácito, y en todo lo que te suceda dí con Jesucristo: Bien, Padre mío, por haber sido de tu agrado que fuese así (Matth. XI, 26). Cuando te sientas turbada por algún adverso suceso, acuérdate que Dios te lo manda y dí al punto: "Dios así lo quiere", y quédate en paz, añadiendo con David: Enmudecí y no abrí mi boca, porque todo lo hacías tú (Ps. XXXVIII, 10). Señor, ya que Vos lo habéis hecho, me callo y lo acepto. A esto debes enderezar todos tus pensamientos y todas tus oraciones, pidiendo siempre al Señor en la meditación, en la comunión, en la Visita al Santísimo Sacramento, que te ayude a cumplir su voluntad. Al mismo tiempo ofrécete a El diciendo: Aquí me tenéis, Dios mío, haced de mí lo que sea de vuestro agrado. En esto se ejercitaba de continuo Santa Teresa, ofreciéndose a Dios a lo menos cincuenta veces al día, para que dispusiera de ella como mejor le pareciere. 

¡Dichoso tú, amado lector, si obras siempre así!; a buen seguro que alcanzarás muy alta santidad, y después de llevar una vida feliz, tendrás una muerte dichosa. Cuando uno pasa de esta vida a la eternidad, el principal fundamento que nos deja de su salvación eterna es ver si muere o no resignado a la voluntad de Dios. El que durante la vida ha recibido todas las cosas como venidas de la mano del Señor las aceptará también en la hora de la muerte con el fin de cumplir su voluntad santísima, y entonces ciertamente se salvará y morirá como santo. Abandonémonos sin reserva al querer y beneplácito de Dios, porque siendo infinitamente sabio, mejor que nosotros sabe lo que nos conviene; y amándonos con tan entrañable amor, ya que por nuestro amor perdió la vida, querrá para nosotros el mayor bien. "Estemos seguros y firmemente persuadidos, dice San Basilio, que Dios se preocupa intensamente más de nuestra dicha, que lo que nosotros podemos pretender y desear."

 San Alfonso María de Ligorio

miércoles, 28 de mayo de 2014

AVANZA LA JERARQUÍA GAY

"Las parejas gay necesitan amparo legal"


"¿Este Obispo será católico?


Saben nuestros lectores nuestra opinión acerca del importante papel que, en la renuncia de Benedicto XVI, ha tenido el poderoso Lobby Gay que parasita la Iglesia Católica.

No en vano el finado cura rojo y pro sodomita don Gallo, que Dios haya perdonado, dijo que sería magnífico que el sucesor de Benedicto XVI fuera un ¡Papa Gay!

Los hechos van confirmando la hipótesis. El Vatileaks, en el que estaban mezclados estos enemigos de Dios y de la Iglesia, ha quedado en el olvido.
¿Qué se habrá hecho del expediente entregado por Benedicto ha Francisco el primer día que se encontraron en Castelgandolfo, y cuyas fojas aparecen en una fotografía oficial de ambos, como si el Papa Emérito hubiera querido dejar pública constancia de que las entregaba en persona? Al respecto, los mal pensados dicen que hacía falta papel higiénico en Santa Marta.

Pues, ¿cómo podría profundizar la investigación correspondiente un Papa que parece simpatizar con ellos?
Recordemos que vive en una casa regenteada por un escandaloso homosexual a quien, además, ha nombrado como su representante ante el IOR, para dejarnos tranquilos con la integridad moral de su elegido.

Recordemos que hace no mucho, luego de concelebrar la santa Misa con el padre Michele De Paolis, un promotor de la homosexualidad, le ha besado la mano.

Cura pervertido: "La homosexualidad es un regalo de Dios"


Y que el 21 de Marzo de 2014 se encontró alegremente a don Ciotti, con el que se lo ve "de la manito" abajo, siendo el mencionado prete un cura pro comunista y pro gay, amigo del finado don Gallo, el mismo que finalizaba sus misas con el Bella Ciao y era íntimo de sodomitas de nota como Vladimir Luxuria. Fue don Ciotti el que dijo, no mucho ha, que un homosexual podría ser un excelente obispo.




Así pues, bajo la capa de este Papa, que no es quien para juzgar a un gay pero sí para poner bajo arresto domiciliario al fundador de los Frailes de la Inmaculada, han florecido varias declaraciones de obispos que piden sea establecida por los estados la Unión Civil de los homosexuales de ambos sexos.

Tal es el caso del Secretario General de la Conferencia Episcopal Brasileña, Mons. Leonardo Steiner, quien en un reportaje concedido a la Red O' Globo ha dicho:
Es importante comprender las uniones de personas del mismo sexo. No se trata de cualquier interés, sino del que involucra a personas. Es necesario dialogar sobre los derechos de la vida en común entre personas del mismo sexo, que deciden vivir juntas. Ellas necesitan de un amparo legal de la sociedad...


La dificultad está en decidir que las uniones de personas del mismo sexo sean equiparadas al casamiento o a la familia.


Estos canallas avanzan por pasos, y se van mimetizando cual camaleones, como si con eso pudieran engañar a Dios. Así que ahora la Iglesia tiene que salir a pedir por las uniones gay legales, pero claro: ¡Qué no sean equiparadas al matrimonio! ¡No faltaba más!

Para don Steiner:

La Iglesia cambia siempre, está en mudanza. No es la misma a través de los tiempos. Teniendo como fuerza iluminadora de su acción al Evangelio, la Iglesia busca respuestas para el tiempo presente. Así como todas las personas, la Iglesia procura leer los signos de los tiempos, para ver que se debe cambiar. Las verdades de la fe no cambian.

¡Así que la Iglesia no es la misma a través de los tiempos! ¿Habrá oído este pobre hombre algunas vez la sentencia paulina"Jesucristo es el mismo, ayer hoy y siempre"? ¿No es acaso el Señor el Esposo y la cabeza de la Iglesia?

Si leyéramos los signos de los tiempos, como aconseja don Steiner, y viendo sus declaraciones y la de sus colegas, quizá los católicos nos diéramos cuenta de que el Fin final se acerca.

¿Así que por la fuerza iluminadora del Evangelio la Iglesia aconseja al Estado que formule leyes para amparar a los sodomitas? ¿No sabe siquiera Mons., que lo que la ley permite termina siendo aceptado como bueno por la sociedad?
Pobres hombres en manos de Satanás y de sus vicios que, con la excusa del "acompañamiento", certifican a los pecadores en su malas conductas y los conducen camino del Infierno. Allí no los va a salvar su íntima amistad con Francisco; no se engañen.



Para ver quién es quíen







Don Ciotti y el finado don Gallo



Don Gallo del brazo con el travesti Vladimir Luxuria,
Marcha del orgullo Gay, Génova 2009

Dijo don Ciotti al programa "Un Giorno da Pecora" de Radio 2:
"Según mi opinión, un gay puede ser un obispo buenísimo; lo importante es vivir la propia dimensión de modo transparente y limpio. En esto no hay diferencia entre un gay y un heterosexual... Soy contrario al matrimonio gay pero todos debemos tener derechos civiles (es decir apoya las uniones civiles gay)


Hablando del posible sucesor de Benedicto XVI, el finado don Gallo dijo el 7 de Marzo de 2013:
Un Papa homosexual sería algo magnífico. Pensar que lo diga en la Plaza de San Pedro sería grandioso. Los hijos de Dios son iguales, es la esencia del Evangelio, todos somos hijos e  hijas de Dios.
El sacerdote homosexual debe poder expresar libremente su identidad y su sexualidad, de lo contrario se reprime y llega a la pedofilia.

DICHOS DE SANTOS


“Y con este amor a la fe que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia... que no le moverían cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viera abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia

Santa Teresa de Jesús
(Vida, cap. 25, en la ed.BAC, cap. 12).

INCENDIO EN LA GRUTA DE LA NATIVIDAD

La Gruta de la Natividad de Belén, en Cisjordania, resultó dañada por un incendio, cuyas causas aún no se conocen ocurrido este martes, indicó el gobernador de la localidad.
Una lámpara de aceite provocó, este martes, un incendio que quemó las cortinas en las paredes de la gruta, el lugar donde según la tradición cristiana nació Jesús, dijo Abdel Fatah Hamayel.

lunes, 26 de mayo de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XIX)


CAPÍTULO 19 

De algunas razones y consideraciones humanas de que 
nos hemos de ayudar para ser humildes. 

Desde el principio de este tratado hemos ido diciendo otras muchas razones y consideraciones que nos pueden ayudar y animar mucho a esta virtud de la humildad, diciendo que es raíz y fundamento de todas las virtudes, atajo para alcanzarlas, medio para conservarlas, y que si tenemos ésta, las tendremos todas y otras semejantes. Pero porque no parezca que lo queremos llevar todo por la vía del espíritu solamente, será bien que digamos algunas razones y consideraciones humanas, que son mas connaturales y proporcionadas a nuestra flaqueza; porque así, convencidos no solamente por vía de espíritu y de perfección, sino de la misma razón natural, nos animemos y aficionemos más a despreciar la honra y estimación del mundo y a seguir el camino de la humildad; que todo es menester para una cosa tan dificultosa como ésta, y así es bien que nos ayudemos de todo. 

Pues sea lo primero que nos pongamos a considerar y examinar muy despacio y con atención qué cosa sea esta opinión y estimación de los hombres que tanta guerra nos hace y tanto nos da en qué entender; veamos el tomo y peso que tiene, para que así lo tengamos en lo que es y nos animemos a despreciarlo, y no andemos tan engañados como andamos. Dijo muy bien Seneca que hay muchas cosas que las juzgamos por grandes, no porque tengan en sí grandeza, sino porque es tanta nuestra vileza y poquedad, que lo pequeño nos parece grande, y lo poco, mucho. Y trae el ejemplo del peso que llevan las hormigas, que conforme a su cuerpo nos parece muy grande, siendo él en sí muy pequeño. Pues así es esto de la honra y estimación de los hombres. Si no, pregunto yo: ¿Sois mejor porque los otros os tengan en algo, o peor porque os tengan en menos? No, por cierto. Dice muy bien San Agustín: «Ni al malo le hace bueno ser alabado y estimado, ni al bueno le hace malo el ser deshonrado y vituperado. Siente tú de Agustino lo que quisieres: lo que yo querría es que mi conciencia no me acusase delante de Dios». Eso es lo que hace al caso; lo demás es vanidad, pues ni quita ni pone. Esto es lo que dice aquel Santo: «¿Qué mejoría tiene el hombre porque otro le alabe? Cuanto cada uno es en los ojos de Dios, tanto es y no más, como dice el humilde San Francisco», o por mejor decir, el Apóstol San Pablo (2 Cor., 10, 18): [Porque no el que a sí mismo se recomienda es aprobado por bueno, sino aquel a quien Dios recomienda]. 

Trae San Agustín una buena comparación a esta propósito: La soberbia y estimación del mundo no es grandeza, sino viento e hinchazón, y así como cuando una cosa está hinchada parece grande y no lo es, así los soberbios, que son tenidos y estimados de los hombres, parecen grandes, pero no lo son, porque no es grandeza aquélla, sino hinchazón. Hay unos convalecientes o enfermizos que parece que están gordos y buenos, y no es aquélla buena gordura, sino falsa; es enfermedad e hinchazón. Así, dice San Agustín, es el aplauso y estima del mundo; os puede hinchar, pero no os puede hacer grande. Pues si es así, como lo es, que la opinión y estima de los hombres no es grandeza, sino hinchazón y enfermedad, ¿para qué andamos como camaleones, abiertas las bocas, palpando viento, para con eso quedar hinchados y enfermos? Mejor le es a uno estar sano, aunque parezca enfermo, que estar enfermo y parecer sano. Así también mejor es ser bueno, aunque sea tenido por ruin, que ser ruin y ser tenido por bueno. Porque ¿qué os aprovechará ser tenido por virtuoso y espiritual si no lo sois? [Y la alaben en las plazas sus obras] (Prov., 31, 31). Dice San Jerónimo sobre estas palabras: «No los vanos loores de los hombres, sino vuestras buenas obras, os han de alabar y valer cuando parezcáis en juicio delante de Dios.» 

Cuenta San Gregorio que en un monasterio de Iconia había un monje del cual tenían todos mucha opinión de santo, especialmente de muy abstinente y penitente. Llegó la hora de su muerte, llamó a todos los monjes: ellos fueron muy alegres, pensando oír de él alguna cosa de edificación: pero él, temblando y muy angustiado fue compelido interiormente a decirles su estado; y así les declaró cómo estaba condenado por haber sido toda su vida hipocresía, porque cuando ellos pensaban que ayunaba y hacía mucha abstinencia, comía secretamente sin que nadie le viese y por eso, dice, soy ahora entregado a un temible dragón, el cual con su cola me tiene trabados y atados mis pies, y ya entra su cabeza en mi boca para sacar y llevar mi ánima consigo para siempre. Y diciendo esto expiró con grande espanto de todos. ¿Qué le aprovechó a este miserable ser tenido por santo? 

San Atanasio compara a los soberbios que buscan honras a los niños que andan cazando mariposas. Otros los comparan a las arañas, que se desentrañan tejiendo sus telas para cazar moscas, conforme aquello de Isaías (59, 5): [Tejieron telas de araña], así el soberbio se desentraña y echa los hígados, como dicen, para alcanzar un poco de loor humano. 

Del Padre San Francisco Javier leemos en su Vida que tenía y mostraba siempre particular odio y aborrecimiento a esta opinión y estima del mundo; porque decía que era causa de grandes males e impedía muchos bienes. Y así le oían decir algunas veces con gran afecto y gemidos: ¡Oh opinión! ¡Oh opinión y estima de los hombres, cuántos males has hecho, haces y harás! 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.

domingo, 25 de mayo de 2014

CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS III - SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO



III 

Del gran provecho que se saca de conformar 
 nuestra voluntad con la de Dios. 

El que se ejercita en la práctica de esta virtud, no sólo se santifica, sino que también goza en la tierra de paz inalterable. Preguntaron cierto día a Alfonso el Grande, rey de Aragón y príncipe sapientísimo, quien, en su concepto, era el hombre más feliz del mundo. "El que se abandona, contestó, a las disposiciones de Dios y de igual manera recibe de su mano las cosas prósperas y adversas." 

Para los que aman a Dios, dice San Pablo, todas las cosas se tornan en bien (Rom., VIII, 28). Los que aman a Dios viven siempre contentos, porque ponen todo su gozo en cumplir su voluntad divina, aun en las cosas que contrarían la suya; y de esta suerte hasta los mismos trabajos se convierten para ellos en puras alegrías, porque no ignoran que, aceptándolos rendidos, dan gusto a su amado Señor. Ningún acontecimiento, dice el Espíritu Santo, podrá contristar al justo (Prov., XII, 21). En efecto: ¿qué mayor contento puede experimentar un alma, que ver que le sale todo a la medida de su deseo? Pues bien, cuando uno no quiere más que lo que Dios quiere, llega a conseguir cuanto desea, pues que, a excepción del pecado, nada sucede en el mundo contrario a la voluntad de Dios. 

Se lee a este propósito en las vidas de los Padres del desierto que las tierras de cierto labrador producían más sazonados frutos que las tierras de sus vecinos; y como le preguntaran la causa: "No os maravilléis de esto, respondió, porque yo tengo siempre el tiempo que quiero. — ¿Cómo es así? le dijeron. —Pues muy sencillo, contestó; porque yo no quiero otro tiempo distinto del que Dios me manda; y como yo deseo lo que Dios quiere, me da siempre los frutos como yo los quiero." 

"Las personas resignadas al querer y voluntad de Dios, dice Salviano, son humilladas, es verdad, pero aman las humillaciones; padecen pobreza, pero se complacen en ser pobres; en suma, aceptan gustosas todo lo que les acaece, y así llevan vida feliz y dichosa." Viene el frío, la lluvia, el calor, el viento; pero el alma que está unida con la voluntad de Dios dice: "Quiero este frío, acepto este calor, paso porque haga viento y que llueva, puesto que Dios así lo quiere. Le viene un revés de fortuna, la persigue, cae enferma, le acosa la muerte, y dice: Quiero ser pobre, y perseguida y estar enferma, quiero hasta morir, porque Dios así lo quiere". Esta es aquella libertad tan admirable que gozan los hijos de Dios y que vale más que todos los reinos y señoríos del mundo. 

Esta es aquella paz que experimentan los santos, y que, según San Pablo, sobrepuja a todo encarecimiento (Phil IV, 7); paz que vence a todos los placeres de los sentidos, a todos los festines y banquetes, a todos los honores y satisfacciones que puede proporcionar el mundo, los cuales, si bien halagan nuestro cuerpo, en el momento de disfrutarlos, pero siendo como son vanos y perecederos, lejos de apagar nuestras ansias de gozar, afligen el espíritu, asiento del verdadero placer. Por esto Salomón, después de haber gustado la copa de toda suerte de placeres, exclamaba angustiado: Todo esto es vanidad y aflicción de espíritu (Eccl., IV. 6). El hombre santo, dice el Eclesiástico, permanece en la sabiduría como el sol, pero el necio cambia como la luna (Eccli., XXVII, 12). El necio, es decir, el pecador, muda como la luna, que hoy crece y mañana mengua; hoy lo veréis reír, mañana llorar; hoy está manso y tranquilo, mañana furioso como un tigre. Y ¿por qué? Porque su contento depende de las cosas prósperas o adversas que le acaecen, y por eso cambia según soplan vientos prósperos o adversos. Mas el justo es bien así como el sol, siempre igual, siempre sereno y tranquilo, porque su contento está fundado en la conformidad de su voluntad con la de Dios, y por eso goza de una paz imperturbable. Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad, cantaban los ángeles en el nacimiento del Señor, cuando se aparecieron a los pastores. Y ¿quiénes son estos hombres de buena voluntad, sino los que viven siempre unidos a la ley de Dios, que es sumamente buena, agradable, perfecta, como dice San Pablo? (Rom., XII, 2). En efecto, Dios no quiere sino lo mejor y más perfecto. 

Los santos, conformándose con la voluntad divina, han gozado en la tierra de un paraíso anticipado. "Los antiguos Padres del desierto, dice San Doroteo, vivían en una paz inalterable, por recibir todas las cosas como venidas de la mano de Dios. " Santa María Magdalena de Pazzi, con sólo oír estas palabras: voluntad de Dios, experimentaba dulzuras tan inefables, que salía fuera de sí para caer en un éxtasis de amor. Verdad que la parte inferior no dejará de sentir los golpes de la adversidad, pero todo esto no pasará de la parte inferior, porque en la porción superior del alma reinará la paz y tranquilidad estando la voluntad unida a la de Dios, verificándose lo que prometió Jesucristo a sus discípulos, cuando les dijo: Nadie os arrebatará vuestro gozo... vuestro contento será pleno y perfecto (Jo., XVI, 22,24). El que está identificado con la voluntad de Dios goza de una paz plena y perpetua: plena, porque, como ya dijimos, tiene cuanto quiere y perpetua, porque nadie le podrá arrebatar este gozo inefable, y por otro lado, nadie podrá estorbarle que se cumpla en él la voluntad de Dios. 

Refiere el P. Juan Taulero que después de haber pedido con muchas instancias al Señor que le enviase algún maestro que le enseñase el camino más corto para llegar a la santidad, oyó cierto día una voz que le dijo: 

— Vete a la iglesia, y en el pórtico hallarás lo que pides. 

Fue y a la puerta sólo halló un mendigo descalzo y harapiento. 

—Buenos días, hermano, dijo saludando al mendigo. 

—Maestro, respondió el pobre, no me acuerdo de haber tenido jamás un día malo. 

—Pues bien, que Dios te conceda vida feliz, repuso el religioso. 

— ¡Pero si yo, contestó el mendigo, jamás he sido infeliz! Y no se maraville, Padre mío, prosiguió diciendo, de que le haya dicho que no he tenido ningún día desgraciado, porque cuando tengo hambre, alabo a Dios; cuando nieva o llueve, bendigo a Dios; cuando las gentes que pasan, me desprecian o me miran con asco, o experimento alguna otra miseria, doy gloria a Dios. Le dije además que nunca he sido infeliz, y también es verdad, porque estoy acostumbrado a querer en todo y por todo lo que Dios quiere. Todo lo que me sobreviene, sea dulce, sea amargo, lo recibo de su mano con alegría, considerando que es lo mejor para mí, y este es el fundamento de mi felicidad. 

— Y si después de padecer tanto, replicó Taulero, Dios quisiera condenarte, ¿qué dirías? 

— Si Dios quisiera condenarme, contestó el mendigo, con humildad y amor abrazaría a mi Señor, le tendría tan fuertemente abrazado, que si quisiera precipitarme en el infierno, sería necesario que viniera conmigo, y entonces sería más feliz con El en el infierno, que sin El gozando de todas las delicias inefables del cielo. 

—Y dime, pobre hermano mío, ¿dónde has hallado a Dios? 

—Lo he hallado, respondió, al abandonar las criaturas. 

—Pero tú ¿quién eres?, preguntó Taulero. 

—Yo soy rey, contestó el mendigo. 

—Y tu reino ¿dónde está? 

—Mi reino está dentro de mi alma, donde todo lo tengo bien ordenado, porque las pasiones obedecen a la razón y la razón a Dios. 

—Taulero le preguntó entonces cómo había alcanzado tan alta perfección, y el mendigo le contestó: 

—Callando, evitando la conversación con los hombres y hablando con Dios; en la unión y trato familiar con mi Señor está fundada la paz y todo el contento que yo disfruto. 

A este estado de perfección había llegado un mendigo, merced a su conformidad con la voluntad de Dios; en medio de su pobreza era a buen seguro más rico que todos los monarcas de la tierra, y en sus padecimientos y trabajos gozaba de felicidad más cumplida que todos los mundanos, nadando en terrenales deleites. 

 San Alfonso María de Ligorio