martes, 27 de octubre de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXIV)


CAPÍTULO 34 

Como los buenos y los Santos pueden con verdad tenerse en menos 
que todos, y decir que son los mayores pecadores del mundo. 

No será curiosidad, sino de mucho provecho, declarar cómo los buenos y los Santos pueden con verdad tenerse en menos que todos y decir que son los mayores pecadores del mundo, pues decimos que hemos de procurar llegar aquí. Algunos Santos no quieren responder a esta cuestión, sino se contentan con sentirlo ellos así en su corazón. Cuenta San Doroteo que como el abad Zósimo estuviese un día platicando de la humildad y dijese esto de sí, se halló allí un sofista o filósofo, y le preguntó: «¿Cómo te tienes por tan pecador, pues sabes que guardas los mandamientos de Dios?» Respondió el santo abad: «Yo sé que esto que digo es verdad, y así lo siento; no me preguntes más.» Empero San Agustín, Santo Tomás y otros Santos responden a esta cuestión y dan diversas respuestas. La de San Agustín y Santo Tomás es que poniendo uno los ojos en los defectos que él conoce en sí, y considerando en su prójimo los dones ocultos que tiene o puede tener de Dios, puede cada uno con verdad decir de sí que es más vil y mayor pecador que todos; porque mis defectos los sé yo, y no sé los dones ocultos que el otro tiene de Dios.

 —¡Oh que le veo que comete tantos pecados que yo no cometo! 

—¿Y qué sabéis vos lo que Dios ha obrado en su corazón después acá? En un momento oculta y secretamente puede aquél haber recibido algún don y merced de Dios, con lo cual os haga ventaja, como aconteció en aquel fariseo y publicano del Evangelio que entraron a orar al templo: De verdad os digo, dice Cristo nuestro Redentor (Lc., 18, 14), que el publicano y tenido por malo salió de allí justificado; y, el fariseo, que se tenía por bueno, salió condenado. Esto nos había de bastar para escarmentar, y para que no nos atrevamos a preferir ni comparar con nadie, sino que nos quedemos solos en el postrer lugar, que es lo seguro. 

Al que de verdad y de corazón es humilde, muy fácil cosa le es el tenerse en menos que todos. Porque el verdadero humilde considera en los otros las virtudes y lo bueno que tienen, y en sí sus defectos, y anda tan ocupado en el conocimiento y remedio de ellos, que no se le levantan los ojos a mirar faltas ajenas, pareciéndole que tiene harto que hacer en llorar sus duelos; y así a todos los tiene por buenos y a sí solo por malo. Y mientras más santo es uno, más fácil le es esto; porque así como va creciendo en las demás virtudes, va también creciendo en humildad y conocimiento propio, y en mayor desprecio de sí mismo, que todo anda junto. Y mientras más luz y conocimiento tiene de la bondad y majestad de Dios, más profundo conocimiento tiene de su miseria y de su nada, porque [un abismo llama a otro abismo] (Sal., 41, 8). Aquel abismo del conocimiento de la bondad y grandeza de Dios descubre el abismo y profundidad de nuestra miseria, y hace ver los átomos y polvos infinitos de las imperfecciones. Y si nosotros nos tenemos en algo, es porque tenemos poco conocimiento de Dios y poca luz del Cielo. Aún no han entrado por las puertas de nuestra alma los rayos del Sol de Justicia; y así, no sólo no vemos los átomos, que son nuestras faltas e imperfecciones menudas, pero aún tenemos tan corta vista, o, por mejor decir, estamos tan ciegos, que aun las faltas graves no echamos de ver. 

Se añade a esto que ama Dios tanto la humildad, y le agrada tanto que se tenga uno en poco a sí mismo y o se conserve en eso, que por eso suele muchas veces en grandes siervos suyos, a quien Él hace muchas mercedes y beneficios, disfrazar tanto sus dones y comunicarlos tan secreta y escondidamente que el mismo que los recibe no lo entiende, y piensa que no tiene nada. Dice San Jerónimo: Toda aquella hermosura del Tabernáculo estaba cubierta con cilicios, y pieles de animales. Así suele Dios cubrir y encubrir la hermosura de las virtudes y de sus dones y beneficios con diversas tentaciones, y a veces con algunas faltas e imperfecciones que permite, para que así las conserven mejor, como las brasas cubiertas con las cenizas. San Juan Clímaco dice que como el demonio procura ponernos delante nuestras virtudes y buenas obras, para que nos ensoberbezcamos, porque desea nuestro mal, así al contrario, Dios nuestro Señor, porque desea nuestro mayor bien, suele dar luz artificial a sus siervos para que conozcan sus faltas e imperfecciones, encubrir y disfrazar tanto sus dones, que el mismo que los recibe no lo entienda. Y es doctrina común de los Santos. Dice San Bernardo: «Para conservar la humildad en sus siervos, suele la divina bondad disponer las cosas de tal manera, que cuanto uno va aprovechando más, tanto menos piense que aprovecha, y cuando ha llegado al último grado de la virtud, permite que tenga alguna imperfección en el primero, para que piense que aún no ha alcanzado aquél». Lo mismo nota San Gregorio en muchas partes. 

Por esto comparan algunos muy bien a la humildad, y dicen que se ha con las otras virtudes como el sol con las demás estrellas; es esta razón, que como cuando aparece el sol, desaparecen y se encubren las otras estrellas, así cuando hay humildad en el alma, se encubren las demás virtudes. y le parece al humilde que no tiene ninguna virtud. Dice San Gregorio: «Siendo a todos manifiestas estas virtudes, ellos solos no las ven». De Moisés cuenta la Sagrada Escritura (Éxodo 34, 29) que cuando salió de hablar con Dios, traía un grande resplandor en su rostro, y lo veían los hijos de Israel, y él no; así el humilde no ve en sí alguna virtud; todo lo que ve le parece que son faltas e imperfecciones y aún cree que la menor parte de sus males es la que él conoce y que son muchos más los que ignora. Con esto le es fácil tenerse en menos y por el mayor pecador de cuantos hay en el mundo. 

Es verdad, para que lo digamos todo, que como son muchos y diversos los caminos por donde Dios lleva a sus escogidos, aunque a muchos lleva por el camino que hemos dicho, de encubrirles sus dones, que ellos mismos no los vean ni piensen que los tienen, a otros se los manifiesta y hace que los conozcan para que los estimen y agradezcan. Y así decía el Apóstol San Pablo (1 Cor., 2, 12): Nosotros hemos recibido, no el espíritu de este mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que recibimos de su mano. Y la sacratísima Reina de los Ángeles muy bien conocía y reconocía las mercedes y dones grandes que tenía y había recibido de Dios. Dice Ella en su cántico (Lc., 1, 46): Magnifica y engrandece mi alma al Señor, porque ha obrado en Mi grandes cosas el que es todopoderoso. Y esto no sólo no es contrario a la humildad y perfección, antes está acompañado de una tan alta y levantada humildad, que por eso la llaman los Santos humildad de grandes y perfectos varones. 

Hay empero aquí un peligro y engaño grande, de que nos advierten los Santos, y es que algunos piensan de sí que tienen más dones de Dios de los que tienen. En el cual engaño estaba aquel miserable a quien mandó Dios decir en el Apocalipsis (3, 17): Dices que eres rico y que de nada tienes necesidad, y no entiendes que eres miserable, pobre, ciego y desnudo. En el mismo engaño estaba aquel fariseo del Evangelio, el cual daba gracias a Dios porque no era él como los otros hombres (Lc., 18, 11), creyendo de sí que tenía lo que no tenía, y que era por eso mejor que los otros. Y algunas veces se nos entra esta soberbia tan oculta y secretamente, que casi sin sentirlo ni entenderlo estamos muy llenos de nosotros mismos y de nuestra propia estimación. Por eso es gran remedio el tener el hombre siempre los ojos abiertos para ver las virtudes ajenas, y cerrados para ver las suyas propias; y así vivir siempre con un santo temor, con el cual están más seguros y guardados los dones de Dios.

Pero, al fin, como nuestro Señor no está atado a eso y lleva a los suyos por diversos caminos, algunas veces, como dice el Apóstol San Pablo, quiere Él hacer esta particular merced a sus siervos, que conozcan los dones que de su mano han recibido. Y entonces parece que tiene más dificultad la cuestión propuesta: ¿Cómo estos santos varones espirituales, que conocen y ven en sí grandes dones, que han recibido de Dios, pueden con verdad tenerse en menos que todos, y decir de sí que son los mayores pecadores del mundo? Ya cuando nuestro Señor lleva a uno por ese otro camino de encubrirle sus dones, y que no vea en sí ninguna virtud, sino todo faltas e imperfecciones, no tiene eso tanta dificultad; pero en estos otros, ¿cómo puede ser? Muy bien puede ser con todo eso; sed vos humilde como San Francisco, y entenderéis el cómo. Apretándole su compañero, cómo podía en verdad decir y sentir esto de sí, respondió el seráfico Padre: «Verdaderamente entiendo y creo, que si Dios hubiera hecho con un ladrón y con el mayor de los pecadores las misericordias y beneficios que ha hecho conmigo, que fuera mucho mejor que yo, y que fuera más agradecido que yo. Y, por el contrario, entiendo y creo que si Dios levantase su mano de mí, y no me tuviese, que yo cometería mayores males que todos los hombres y sería peor que todos ellos». Y por esto, dice, yo soy el mayor pecador y más ingrato de todos los hombres. Ésta es muy buena respuesta y humildad muy profunda y doctrina maravillosa. Este conocimiento y consideración es la que hacía a los Santos hundirse debajo de la tierra, ponerse a los pies de todos, y tenerse con verdad por los mayores pecadores del mundo; porque tenían plantada y arraigada muy bien en su corazón la raíz de la humildad, que es el conocimiento de su propia flaqueza y miseria, y sabían penetrar y ponderar muy bien lo que ellos eran y tenían de sí; y eso les hacía creer que, si Dios los dejara de su mano y no les estuviera siempre teniendo, fueran los mayores pecadores del mundo; y así se tenían por tales. Y los dones y beneficios que habían recibido de Dios, los miraban ellos, no como cosa suya, sino como cosa ajena y prestada. Y no sólo no les estorbaba ni impedía para que ellos se quedasen enteros en su humildad y bajeza y se tuviesen en menos que todos; antes les ayudaba más a eso, por parecerles que no se aprovechaban de ellos como debían. De manera que a cualquier parte que volvamos los ojos, ahora los pongamos en lo que tenemos de nuestra parte, ahora los levantemos a lo que hemos recibido de Dios, hallaremos harta ocasión para humillarnos y teneros en menos que todos. 

San Gregorio pondera a este propósito aquellas palabras que dijo David a Saúl, después que pudiéndole matar en la cueva donde había entrado, le perdonó y le dejó ir, se sale tras él y le da voces, diciendo (Sam., 24, 15): ¿A quién persigues, rey de Israel? A un perro muerto persigues; a una pulga como yo. Pondera muy bien el Santo: Ya David estaba ungido por rey y había sabido del Profeta Samuel, que le ungió, que Dios quería quitar el reino a Saúl y dársele a él, y con todo eso se le humilla, y se apoca y abate delante de él, sabiendo que Dios le tenía preferido a él, y que delante de Dios era mejor que él. Para que de aquí aprendamos nosotros a teneros en menos que los que no sabemos en qué grado están delante de Dios.

 EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
 VIRTUDES CRISTIANAS. 
 Padre Alonso Rodríguez, S.J. 

lunes, 26 de octubre de 2015

PURAS NULIDADES



De acá

Los recientes decretos emanados por Francisco para acelerar los procesos de nulidad matrimonial -y que amplían las causales de la misma hasta el absurdo-, aparte de hallarse sustentados (como tantas otras disposiciones de Bergoglio) en el llamado «argumento ad báculum», resultan curiosamente sincrónicos y consonantes con otras varias nulidades de bulto, de esas que empecen y contristan al ancho medio sublunar. Coincidencia no fortuita, pues, el fantasma de la nulidad de la elección del argentino pontífice vuelve a aventarse, ahora por boca de uno de los principales impulsores de su candidatura, que admite con increíble cinismo haber sido parte de un mafioso clan de cardenales que conspiraron en las sombras para elevar a Bergoglio a expensas del entonces reinante Ratzinger, siendo que este género de maquinaciones está penada con excomunión en la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, de 1996.

Otra nulidad rutilante fue la de los discursos de Francisco en EEUU, en el Capitolio y en la sede de la ONU, en donde habló con su insulsez característica, lo que no obstó para que cosechara aplausos entusiastas de parte de las personalidades presentes, lágrimas de senadores e incluso el estrambótico gesto de un legislador devenido pope fan, que corrió a sorber el remanente de agua del vaso en que bebiera Bergoglio para luego convidar a toda su familia a mojar la lengua en ese hontanar opimo. Quizás ni el horaciano O fons Bandusiae, splendidior vitro supere en intensidad emotiva al arrebato de estos fetichistas del sorbo de Bergoglio, y aún queda por refundarse un ciclo bretón para agasajo de este nuevo santo grial cuyo prodigio, por contraste con el de las bodas de Caná, consistiría en haber trocado el vino de la predicación evangélica en el agua turbia del culto sacrílego del hombre.

Entre paréntesis conste que ni aun el montaje que le armaron en su gira caribeño-norteamericana alcanza a disimular la impopularidad creciente de Francisco en su propia diócesis romana. «Los cristianos abandonados lo abandonan», titula un artículo que da cuenta de que el millón y medio de asistentes a las audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro durante todo el año 2013 se redujo, en lo que va del 2015, a poco más de cuatrocientos mil. De prolongarse la ola descendente, en un par de años el Papa saldrá al balcón a contemplar las baldosas impertérritas. Otro inquietante rasgo de nulidad éste de la ingratitud creciente del populacho a su demagogo mayor, aburrido ya de sus piruetas, de los recursos circenses repetidos hasta el agotamiento.

Dijo Pieper que es por obediencia a la llamada de su Creador que las criaturas pasan de la nada al ser. La obra de inversión preternatural consiste en procurarles el máximo de reducción ontológica a los seres, devolviendo las cosas -si fuera esto posible- a la nada. Luego de haber conspirado exitosamente durante décadas contra la fe, esto es lo que se intenta ahora con el matrimonio: hacer de cuenta que aquello que es puede no ser nihaber sido; decretar, por puro arbitrio del hombre, la disolución de aquello que Dios ligó hasta la muerte dándole el mote de nulo. De lo que se trata es de anular, de un solo golpe, las realidades naturales y las sobrenaturales, haciéndolo justamente en aquel sacramento que se funda en una institución natural tan cara a los designios del Creador que no han faltado Padres que llamaran «sacramento» aun al matrimonio entre paganos.

Esta obra maldita, como se ve, no ha dejado de estar acompañada de signos que delatan una nulidad ya indisimulable pese a los esfuerzos publicísticos, de unos atributos de inconfundible vacuidad.

domingo, 25 de octubre de 2015

martes, 20 de octubre de 2015

UNA DOCTORA LE DICE AL PAPA EN LA CARA: “EN ESTE MUNDO, EL MAL PROVIENE DEL PECADO. NO DE LA DISPARIDAD DE INGRESOS NI DEL ‘CAMBIO CLIMÁTICO'”


Finalmente, después de esperar en vano que los obispos encaren al Papa por su inversión de prioridades en Laudato Si, le viene su merecida reprimenda de una doctora en medicina rumana que asiste al Sínodo.
Anca Maria CerneaA veces en la historia, cuando los hombres de la Iglesia son demasiado cobardes para cumplir su deber, Dios los avergüenza llamando a una mujer para que lo haga por ellos. Nos acordamos, por ejemplo, de Santa Juana de Arco y Santa Catalina de Siena. Habiendo sufrido su familia persecución por parte de los comunistas, esta señora católica no se sintió intimidada en lo más mínimo por la presencia del Sumo Pontífice, y le dijo precisamente lo que a todos nos habría gustado decirle. Espero sinceramente que esta reprimenda infunda contrición al Santo Padre y a todos los prelados progresistas afines por el escándalo que ha originado con sus actos en la Iglesia, y que empiecen a cumplir de verdad su función.
Como informa Lifesite News, la doctora Anca-María Cernea, del Centro de Diagnostico y Tratamiento Victor Babes y presidenta de la Asociacion de Médicos Catolicos de Bucarest (Rumania) pronunció la siguiente ponencia en el Sínodo el pasado viernes:
Santidad, Padres Sinodales, hermanos, represento a la Asociación de Médicos Católicos de Bucarest.
Pertenezco a la Iglesia Católica rumana de rito griego.
Mi padre era un dirigente político cristiano que estuvo encarcelada durante diecisiete años por los comunistas. Aunque mis padres estaban comprometidos para casarse, no pudieron hacerlo hasta 17 años después.
Durante todos aquellos años, mi madre esperó a mi padre, sin saber siquiera si estaría aún vivo. Fueron heroicamente fieles a Dios y a su compromiso.
Su ejemplo demuestra que la gracia de Dios puede sobreponerse a unas circunstancias sociales terribles y a la pobreza material.
Los médicos católicos que defendemos la vida y la familia vemos que, ante todo, nos encontramos en una batalla espiritual.
La pobreza material y el consumismo no son la causa primera de la crisis de la familia.
La causa primera de la revolución sexual y cultural es ideológica. Nuestra Señora de Fátima dijo que los errores de Rusia se propagarían por todo el mundo.
Se hizo primero de forma violenta, con el marxismo clásico, matando a decenas de millones de personas.
Ahora se hace mediante el marxismo cultural. Hay una continuidad, desde la revolución sexual leninista, a través de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt, hasta la actual ideología de los derechos homosexuales y de género.
El marxismo clásico pretendía rediseñar la sociedad adueñándose por medios violentos de la propiedad.
Ahora la revolución va más lejos: pretende redefinir la familia, la identidad sexual y la naturaleza humana.
Esta ideología se hace llamar progresista, pero no es otra cosa que la tentación de la serpiente antigua para que el hombre se haga el amo, reemplace a Dios y organice la salvación en este mundo.
Es un error de naturaleza religiosa; es gnosticismo.
Los pastores tienen la misión de reconocerlo y de alertar al rebaño de este peligro.
“Buscad, pues, primero el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura”.
La misión de la Iglesia es salvar almas. En este mundo el mal proviene del pecado. No de la disparidad de ingresos ni del “cambio climático”. La solución es: Evangelización. Conversión.
No un dominio cada vez mayor por parte de las autoridades. No un gobierno mundial. Esos son hoy en día los agentes principales de la imposición del marxismo cultural, por medio del control de la natalidad, la salud reproductiva, los derechos de los homosexuales, la ideología de genero, etcétera.
Lo que el mundo necesita hoy en día no es que se limite la libertad, sino libertad verdadera, liberación del pecado. Salvación.
Nuestra Iglesia estuvo prohibida durante la ocupación soviética. Pero ninguno de nuestros doce obispos traicionó la comunión con el Santo Padre. Nuestra Iglesia sobrevivió gracias a la determinación y el ejemplo de nuestros obispos, que resistieron en las cárceles y entre el terror.
Nuestros prelados pidieron a los fieles que no siguieran al mundo. No que cooperan con los comunistas.
Ahora necesitamos que Roma le diga al mundo: “Arrepentíos de vuestros pecados y volved a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca”:
No sólo nosotros los católicos laicos, sino también muchos cristianos ortodoxos están rezando fervorosamente por este Sínodo. Porque, como ellos dicen, si la Iglesia Católica se entrega al espíritu de este mundo, será muy difícil para todos los demás cristianos resistirlo.
Chris Jackson
[Traducción de Alex Bachamnn. Artículo Original]

SAN JUAN DE KENTI - 20 DE OCTUBRE


SAN JUAN DE KENTI,
Confesor
n. 23 de junio de 1390 en Kenti, Polonia;
† 24 de diciembre de 1473 en Cracovia, Polonia

Llevaba este santo la caridad hasta el extremo de despojarse de sus propias vestiduras para cubrir a los indigentes. Viajó cuatro veces a Roma para visitar las tumbas de los santos Apóstoles y dar testimonio de su adhesión a la Santa Sede. En una de estas peregrinaciones, topó con unos ladrones que, después de haberle tomado su dinero, le preguntaron si no tenía nada más. Respondió él que no; pero, recordando enseguida que tenía algunas monedas de oro cosidas en su manto, llamó a los malhechores y se las entregó. Impresionados éstos por su candor y su generosidad, le devolvieron lo que le habían tomado. Habitualmente llevaba cilicio, dormía y comía lo menos posible. Murió a la edad de 77 años, en 1473. Su memoria es objeto de gran veneración en Polonia y Lituania.


MEDITACIÓN
NUESTRA VIDA
ES UNA PEREGRINACIÓN

I. El cielo es nuestra patria, la tierra es el lugar de nuestra peregrinación o, más bien, de nuestro exilio. No hacemos más que pasar por este mundo, como un viajero pasa por la hostería; después de nuestra muerte ya no se piensa en nosotros. ¿Por qué, pues, amamos tanto este destierro? ¿Por qué tenemos tan poco amor por nuestra patria? Piensa a menudo en el cielo en donde Dios, que es tu Padre, te espera. Todos los días prepárate para la muerte en la cual desemboca el camino de esta vida.

II. Un viajero no se recarga de cosas inútiles, no edifica casa en los lugares por donde pasa, no se afana por aparecer con magnificencia en ellos. Estas riquezas, estos honores, te estorban y retrasan tu marcha. ¿Por qué tomar como estables los bienes de la tierra? En el cielo es donde debes edificar una morada y acumular tesoros, porque allí es donde debes habitar eternamente. El hombre es tanto más feliz en esta vida, cuanto más sabe aligerarse mediante la pobreza y no suspira tras el peso de las riquezas (Minucio Félix).

III. Los lugares más agradables no retienen al viajero: atráele su patria con tantos encantos que todo el resto le fastidia. ¿Por qué te detienes tú en los placeres de esta vida? Piensa en los del cielo. Si Dios te envía aflicciones, es para que el mundo no te seduzca con sus atractivos. Sírvete del mundo, pero no te dejes encadenar por él. La vida es una hostería; no has entrado en ella sino para salir (San Agustín).

El desapego a las riquezas.
Orad por los peregrinos.

ORACIÓN

Haced, os lo suplicamos Señor, que avanzando a ejemplo de San Juan, en la ciencia de los santos, y dando testimonio como él de una gran misericordia para con el prójimo, obtengamos, por sus méritos, hallar gracia ante Vos.
Por J. C. N. S.

Fuentes:
– Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. – Tomo IV; Patron Saints Index.

domingo, 18 de octubre de 2015

MONSEÑOR SARASA, CASTO Y MÁRTIR


Desde que los Poderes Mundiales decretaron que ya era hora de comenzar a implantar de forma agresiva la Ideología de Género, se puso de moda eso de“salir del armario” para convencernos a todos los habitantes del planeta de que eso era lo más normal, que la homosexualidad es encantadoramente humana y que muy pronto va estar entre la lista de los Derechos Fundamentales de la Persona, cuando sea decretado ya de forma oficial por la ONU y sus mariachis.
Uno hubiera pensado que los que salen del armario asoman la cabecita para decir que lo que estaban ocultando hasta ahora, comienza a ser de conocimiento público. Que reconocen que han disimulado y engañado al personal, que los creía según lo que dictan las apariencias. Dicho esto, deberían seguir viviendo su vida, dedicarse a sus labores ya fuera del armario y santas pascuas. Sin llamar la atención. Pero no. Los que hoy día salen del dichoso mueble, vienen ya con la lección aprendida: salen insultando a los que están fuera, diciendo que son muchos los que están dentro (por culpa de los que están fuera, claro) y advirtiendo a los que nunca pasaron por armario alguno, que su postura es hipócrita, embustera y egoísta. O sea, que salen de la caverna monflorita pegando alfilerazos, coces y exabruptos a todos los que están fuera.
En resumen: vienen al mundo exterior para convertirnos a todos a su peculiar weltanschauung; para exigir a todo el mundo que acepte su homosexualidad como algo normal y ni se atreva a rechistar lo más mínimo, bajo el peligro de la mayor acusación que hoy en día puede hacerse: intolerancia. Y claro está, eso no se puede tolerar.
Ya advertí que con el caso Sarasa (o como se pronuncie), las cosas en la Iglesia se van a poner a nivel de culebrón. Las puertas de los armarios se abren bajo ciertas consignas. Se percibe que hay una voluntad expresa de comenzar ya con el adoctrinamiento de masas, lo cual se lleva a cabo siguiendo unos pasos que más o menos vienen a ser los siguientes:
El recién salido del armario, comienza a dar ruedas de prensa y a participar en las tertulias televisivas. Esto es fundamental. A ser posible acompañado por los arrumacos de su novio y siempre con el clergyman colocado y bien elegante. Esta es una de las pocas situaciones en la que los que odian que el sacerdote vaya vestido de modo distinto a los seglares, permiten un clergyman o mejor una sotana: así el efecto es más propio y pedagógico.
El recién salido del armario, es un mártir. Muestra ante el mundo-mundial lo mucho que ha sufrido y lo mal que lo ha pasado dentro del armario. No sólo porque allí no había sitio para nada, sino por el convencimiento de que iba a ser estigmatizado por la Iglesia Católica -que más que una Madre es una Madrastra Prehistórica- y en definitiva, la culpable de todo. Por culpa de Ella, el armario está hasta los topes y ya no cabe un alfiler. En realidad, es un Mártir de la Causa y por eso se ha decidido a dar el paso, después de llevar ya nueve o diez años viviendo con el camote y engañando a todo bicho viviente.
El recién salido del armario, tiene que dejar bien claro que su postura es la mejor: sinceridad, valentía, sentido del verdadero amor, sentido del deber. Autoconciencia orgullosa de su condición. Y sobre todo, búsqueda de esa felicidad que le negaba la Madrastra Tridentina.
El recién salido del armario, tiene que acusar a los que están fuera como faltos de sinceridad y de autenticidad. Seguramente también son mariposones y mayates, pero no se animan a decirlo. No son naturales, sencillos y cándidos para decir la verdad con valentía.
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Y ya puestos en la faena, el recién salido del armario, se pone a dar clases magistrales sobre la virtud de la castidad sacerdotal.

Aquí ya se disparan todas las desvergüenzas. Se nos instruye e inculturiza acerca de la excelencia de la virtud de la castidad. ¡¡Ojo con acusarme, que yo la he vivido siempre!!
Y acto seguido, con muy poco rubor, Monseñor Sarasa (o como se diga), ilustra al respetable: Yo siempre he vivido la castidad sacerdotal, porque nunca he tocado a una mujer. Olé. Desde mis novicios más lerdos y palurdos, hasta los más bribonzuelos y golfillos, desde los más ignorantes de las virtudes cristianas hasta los más tomistas, todos piensan que esta nueva definición de la castidad es brillante y digna de un premio de Teología en alguna cátedra de Kasper o en algún sarao de Maradiaga.
Claro, como este pájaro recién alumbrado era secretario de la Comisión Teológica Internacional, -la ONU de la Teología Pontificia-, puede re-interpretar, hacer hermenéutica, redireccionar y fundamentar bíblicamente que la lujuria con-el-mismo-sexo no es pecado. Decir Misa habiendo estado enamorado, eso es maravilloso, dice el muy cínico. Y los que no piensan así como él, están condenados a una vida cristiana de madrastra paranoica.
Le decía yo a mis novicios que da pena tomarse esto a risa. Es muy fuerte. Es el síntoma de la descomposición de una buena parte de la Iglesia, con el añadido de la justificación y el descaro. Pero puesto que estas personas sacan sus intimidades orgullosamente ante la prensa, pues que se atengan a las consecuencias. No podemos dejar pasar por alto este desprecio y esta profanación del celibato sacerdotal y de la maravillosa virtud de la castidad. Así que les he aclarado a mis novicios que no me venga ninguno acusándome de no tener caridad con el tipo.
Dice que le ha escrito al Papa. Es posible que el Papa le haya contestado ya. Si le escribe a su dentista, a su zapatero y al vendedor de prensa, a los trans de Granada, a su antiguo alumno, y a tanta gente… estaría mal que no le contestara a una carta tan sincera. Tal como suele actuar el Papa, la respuesta podría ir en esta línea: No te preocupes, hijo mío. ¿Quién soy yo para juzgarte? Tu fe te ha salvado. Entra al gozo de tu señor. Ya veremos si en este Sínodo podemos hacer algo al respecto. Déjalo en mis manos. Y sobre todo y por encima de todo: ¡Arma lío!
Ya solo falta canonizar a alguien que fuera homosexual. Sería la guinda del Pontificado de Francisco para una definitiva reconciliación de la Iglesia con el Mundo. He de reconocer que a mí no me extrañaría. Si se van a cargar de facto la doctrina sobre el matrimonio, ¿por qué no inventarse un apóstol de los gays….?
Fray Gerundio

martes, 13 de octubre de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXIII)


CAPITULO 33 

Declarase más el tercer grado de humildad, y que de ahí nace 
que el verdadero humilde se tiene en menos que todos

Para que entendamos Mejor este tercer grado de humildad y nos podamos fundar bien en él, es menester tomar el agua más de atrás. Así como arriba dijimos (cap. 4) que todo el ser natural y todas las operaciones naturales que tenemos, las tenemos de Dios, porque nosotros éramos nada, y entonces no teníamos fuerza para movernos, ni para ver, ni oír, ni gustar, ni tender, ni querer; más dándonos Dios el ser natural, nos dio estas potencias y fuerzas, y así a Él le hemos de atribuir así el ser como estas operaciones naturales; de la misma manera y con mucha mayor razón hemos de decir en el ser sobrenatural y obras de gracia, y tanto más cuanto éstas son mayores y más excelentes. El ser sobrenatural que tenemos, no lo tenemos de nosotros, sino de Dios; al fin es ser de gracia, que por eso se llama así, porque es añadido al ser de naturaleza graciosamente. Nosotros nacimos en pecado, hijos de ira (Ef., 2, 3), enemigos de Dios, el cual nos sacó de aquellas tinieblas a su admirable luz, como dice el Apóstol San Pedro (1 Pedro 2, 9). Nos hizo Dios de enemigos, amigos, de esclavos, hijos; de no valer nada, tener ser agradable en sus ojos. Y la causa por que Dios hizo esto no fueron nuestros merecimientos pasados, ni el respeto de los servicios que le habíamos de hacer, sino por su sola bondad y misericordia, como dice San Pablo (Rom, 3, 20): [Justificados sois de balde por gracia de Dios, por la redención que está en Jesucristo], y por los merecimientos de Jesucristo, único medianero nuestro. 

Pues así como no podíamos nosotros salir de la nada que éramos al ser natural que tenemos, ni podíamos obrar obras de vida, ni ver ni oír ni sentir, sino que todo eso fue dádiva graciosa de Dios, y a Él se lo hemos de atribuir todo, sin que nos podamos atribuir a nosotros gloria alguna de ello, así tampoco podíamos salir nosotros de las tinieblas del pecado en que estábamos y en que fuimos concebidos y nacidos, si Dios por su infinita bondad y misericordia no nos sacara; ni podíamos obrar obras de vida, si Él no nos diera su gracia para ello; porque el valor y merecimiento de las obras no es por lo que tienen de nosotros, sino por lo que tienen de la gracia del Señor: como el valor que tiene la moneda no lo tiene de suyo, sino por el cuño con que se labra. Y así no debemos atribuirnos gloria alguna, sino toda a Dios, cuyo es así lo natural como lo sobrenatural, trayendo siempre en la boca y en el corazón aquello de San Pablo (I Cor, 15, 10): Por la gracia de Dios soy eso que soy. 

Mas mí como decíamos que no sólo nos sacó Dios de la nada y nos dio el ser que tenernos, sino que aun después que fuimos criados y recibimos el ser, no nos tenemos en nosotros mismos, sino que nos está Dios sustentando, teniendo y conservando con su mano poderosa para que no caigamos en el pozo profundo de la nada, de la cual primero nos sacó; de la misma manera en el ser sobrenatural, no sólo nos hizo Dios merced de sacarnos de las tinieblas de los pecados en que estábamos a la luz admirable de la gracia, sino siempre nos está conservando y teniendo de su mano para que no tornemos a caer; de tal manera, que si un punto apartase y alzase Dios su mano y guarda de nosotros, y diese licencia al demonio para que nos tentase cuanto quisiese, nos tornaríamos a los pecados pasados y a otros peores. [Dios anda siempre a mi diestra para que no sea movido], decía el Profeta David (Sal., 15, 8). Vos estáis siempre a mi lado, teniéndome para que no sea derribado; vuestro es, Señor, el levantarnos de la culpa, y vuestro es el no haber vuelto a caer en ella. Si me levanté fue porque me disteis la mano; y si ahora estoy en pie, es porque Vos me tenéis para que no caiga. Pues así como decíamos que aquello basta para tenernos en nada, porque de nuestra parte eso somos, y eso éramos, y eso seríamos si Dios no nos estuviese siempre conservando, así esto también basta para tenernos siempre por pecadores y malos; porque, cuanto es de nuestra parte, eso somos y eso fuimos eso seríamos si Dios no nos estuviese teniendo de su mano. 

Y así dice San Alberto Magno que el que quisiere alcanzar la humildad ha de plantar en su corazón la raíz de la humildad, esto es, que conozca su propia flaqueza y miseria, y entienda y pondere muy bien, no sólo cuán vil y miserable es ahora, sino cuán vil y miserable puede ser y sería el día de hoy si Dios con su mano poderosa no le apartase de los pecados y le quitase las ocasiones y le ayudase en las tentaciones. ¡En cuántos pecados hubiese yo caído si Vos, Señor, no me hubierais por vuestra infinita misericordia librado! ¡Cuántas ocasiones de pecar me habéis excusado que bastaran para derribarme, pues derribaron a David, si Vos no las atajarais conociendo mi flaqueza! ¡Cuántas veces habéis atado las manos al demonio para que no me tentase cuanto pudiese y si me tentase, para que no me venciese. ¡Cuántas veces podría yo decir con verdad aquellas palabras del Profeta (Sal., 93, 17): Si Vos, Señor, no hubierais ayudado, ya mi ánima estaría en los infiernos! ¡Cuántas veces fui combatido y trastornado para caer, y Vos, Señor, me tuvisteis, y poníais allí vuestra blanda y poderosa mano para que no me lastimase! Si os decía que mis pies habían resbalado, luego vuestra misericordia me ayudaba. ¡Oh. cuántas veces nos hubiéramos ya perdido si Dios por su infinita bondad y misericordia no nos hubiera guardo! Pues eso es en lo que nos hemos de tener, porque eso es lo que somos y lo que tenemos de nuestra parte, eso fuimos y eso seríamos también ahora si Dios apartase y alzase su mano y su guarda de nosotros. 

De aquí venían los Santos a confundirse, despreciarse y humillarse tanto, que no se contentaban con tenerse en poco y por malos y pecadores, sino que se tenían en menos que todos, y por los más viles y pecadores de cuantos había en el mundo. Un San Francisco, del cual leemos que le había Dios levantado y encumbrado tanto, que su compañero, estando en oración, vio allá entre los serafines una silla muy ricamente labrada de varios esmaltes y piedras preciosas que estaba preparada para él. Y preguntándole después: Padre, ¿qué reputación tienes de ti? Respondió: «No creo que hay en el mundo mayor pecador que yo.» Y lo mismo dijo de sí el glorioso Apóstol San Pablo (1 Tim., 1. 15): Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales el primero y principal soy yo. Y así nos amonesta a nosotros que procuremos llegar a esta humildad, que nos tengamos por inferiores y por menos que todos, y que a todos los reconozcamos por superiores y mejores. Dice San Agustín: no nos engaña el Apóstol cuando nos dice que nos tengamos por los menores, y que a todos los tengamos por superiores y mejores, ni nos manda que usemos palabras de adulación y lisonja. Los Santos no decían con mentira ni con fingida humildad que eran los mayores pecadores del mundo, sino con verdad, porque así lo sentían en su corazón. Y así nos encargan a nosotros que lo sintamos y digamos no por cumplimiento ni con ficción. 

San Bernardo pondera muy bien a este propósito aquel dicho del Salvador (Lc., 14, 10): Cuando fueres convidado, siéntate en el postrer lugar. No dijo que escogieseis un lugar mediano, o que os sentaseis entre los postreros, o en el penúltimo lugar, sino sólo quiere que estéis en el postrer lugar. No sólo no os habéis de preferir a nadie, pero ni habéis de presumir de compararos ni igualaros con nadie; sólo habéis de quedar en el postrer lugar, sin igual en vuestra bajeza, teniéndoos por el más miserable y pecador de todos: A ningún peligro, dice, os ponéis en humillaros mucho y poneros debajo de los pies de todos; pero el anteponeros a sólo uno os puede hacer mucho daño. Y trae aquella comparación común: así como si pasáis por una puerta baja, no os puede dañar el abajar mucho la cabeza, pero un tantico menos que os dejéis de bajar de lo que la puerta requiere, os puede hacer mucho daño y quebraros la cabeza; así en el ánima, el abajarse y humillarse mucho no puede dañar, empero el dejarse de humillar un poco, el querer anteponerse e igualar a sólo uno, es cosa peligrosa. ¿Qué sabes, oh hombre, si ese uno que piensas que es no sólo peor que tú (que por ventura te parece que ya vives bien), sino que es el más malo de los malos y el más pecador de los pecadores ha de ser mejor que ellos y que tú, y si lo es ya delante de Dios? ¿Quién sabe si cruzará Dios las manos, como Jacob (Gen., 48, 14), y se trocarán las suertes, y serás tú el desechado y el otro el escogido? ¿Qué sabéis vos lo que ha obrado Dios en su corazón de ayer acá y en un momento (Eccli., 11, 23) [Fácil cosa es a Dios de repente enriquecer al pobre]. En un instante puede Dios hacer de un publicano y de un perseguidor de la Iglesia apóstoles suyos, como hizo a San Mateo y a San Pablo. De pecadores empedernidos, y más duros que un diamante, puede hacer hijos de Dios (Mt., 3, 9). ¡Cuán engañado se halló aquel fariseo (Lc., 7. 39). que juzgó a la Magdalena por mala, y cómo le reprendió Cristo nuestro Redentor, y le dio a entender que era mejor que él la que él tenía por pública pecadora! 

Y así San Benito, Santo Tomás y otros Santos ponen éste por uno de los doce grados de humildad. Decir y sentir de sí que es el peor de todos. No basta decirlo con la boca, es menester que lo sintáis así en vuestro corazón. No pienses haber aprovechado algo sino te tienes por el peor de todos, dice aquel Santo (Kempis). 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
 Padre Alonso Rodríguez, S.J. 

sábado, 10 de octubre de 2015

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 40


CORAZON ABIERTO
Año 1274 Laen Francia

Es tan grande el deseo que tiene Jesús de comunicarse a las almas ansiosas de recibirle, que para lograrlo ha obrado estupendas maravillas, unas veces con la sola virtud de su diestra omnipotente, y otras por mediación de los santos ángeles.

San Buenaventura, cuando joven estudiante, asistía a la santa Misa con extraordinaria devoción, abismándose su espíritu en sentimientos de la más profunda humildad.


En cierta ocasión, enardecido su pecho en deseos de recibir a Jesús Sacramentado, después que el celebrante partió la sagrada Hostia se vio descender de lo alto un ángel que tomando uno de los fragmentos que estaban sobre la patena, se lo dio a San Buenaventura para que comulgara, siendo testigo de este milagro toda la Comunidad que lo presenció.

Años después, siendo cardenal-obispo, encontrándose en el lecho de muerte, como se viese imposibilitado de comulgar a causa de continuos vómitos, suplicó se le llevara el Santísimo Sacramento para que, al menos, le pudiera adorar y morir en su esencia.

Se accedió a sus ruegos, y manifestando luego el moribundo gran interés en que se le acercara el copón al pecho cuanto fuera posible, al ejecutarlo, se vio aparecer un ángel, que con sólo tocarle el pecho se lo abrió y tomando en seguida una Hostia del copón la introdujo en el corazón de San Buenaventura.

La herida se cerró al punto por sí misma, y el divino Jesús colmó de inefables consuelos a su amante siervo, que durmió plácidamente el sueño de los justos el 14 de Julio de 1274.

(P. Pedro de Rivadeneira. S. J., Flos Sanctorum.)
P. Manuel Traval y Roset

miércoles, 7 de octubre de 2015

NUESTRA SEÑORA DEL SANTO ROSARIO - 7 DE OCTUBRE


Desde que la Santísima Virgen ha dado una eficacia tan grande 
al Rosario, no existe ningún problema material, espiritual, 
nacional o internacional que no pueda ser resuelto por
 el Santo Rosario y nuestros sacrificios.
(Hna. Lucía de Fátima).

Fangeaux está en un alto, dominando la inmensa llanura de Lauregais. Es un paisaje impresionante, en especial por la inmensidad del horizonte que se descubre. Precisamente Dios Nuestro Señor lo eligió para abrir los ojos de Santo Domingo de Guzmán a otro paisaje más dilatado aún, el de la inmensidad de las almas que estaban esperando quien les mostrara el camino de la auténtica vida cristiana.

Un discreto y sencillo monumento, llamado la Seignadou, marca el lugar en que, estando en oración, recibió el Santo una gracia extraordinaria. Pocos detalles sabemos de ella. Es muy fácil que, como suele ocurrir tantas veces en las vidas de lo santos, ni el mismo Santo Domingo percibiera desde el primer momento toda la trascendencia de lo que entonces se le revelaba. Parece cierto que Dios le confirmó en su idea de fundar una Orden de Predicadores, que le confirmó también que eran aquellas tierras del mediodía de Francia el más adecuado escenario para dar comienzo a la tarea, y que la Santísima Virgen mostró mirar con especial predilección este apostolado dominicano.

¿Ocurrió entonces la revelación del Santísimo Rosario? Ya hemos dicho que es poco lo que nos queda de fehaciente sobre aquella visión. El Santo no fue nunca explícito, pero la tradición unánime hasta tiempos muy recientes ha hecho a Santo Domingo de Guzmán fundador del rosario. Oigamos, por ejemplo, al Papa Benedicto XV: "Y así -dice hablando de Santo Domingo- en sus luchas con los albigenses que, entre otros artículos de nuestra fe, negaban y escarnecían con injurias la maternidad divina de María y su virginidad, el Santo, al defender con todas las fuerzas de su alma la santidad de estos dogmas, imploraba el auxilio de la Virgen Madre. Con cuánto agrado recibiese la Reina de los cielos la súplica de su piadosísimo siervo, fácilmente puede colegirse por el hecho de haberse servido de él la Virgen para que enseñase a la Iglesia, Esposa de su Hijo, la devoción del Santísimo Rosario: es decir, esa fórmula deprecatoria que, siendo a la vez vocal y mental (pues al mismo tiempo que se contemplan los principales misterios de la religión se recita quince veces la oración dominical con otras tantas decenas de ave marías), es devoción muy a propósito para excitar y mantener en el pueblo el fervor de la piedad y la práctica de todas las virtudes. Con razón, pues, Domingo de Guzmán mandó a sus hijos que, al predicar a los pueblos la palabra de Dios, se dedicasen constantemente y con todo empeño a inculcar en los ánimos de sus oyentes esta forma de orar, cuya utilidad práctica tenía él harto experimentada."

Este es, por consiguiente, según el parecer unánime de la tradición, robustecida por los documentos pontificios, el celestial origen del Santísimo Rosario. La moderna crítica pone, sin embargo, no pocos reparos a este sentir. Las trazas del rosario como devoción popular son muy posteriores, y aparecen con independencia de la actuación de Santo Domingo.

No es éste el lugar de discutir una cuestión histórica. Como suele suceder en estas ocasiones, hay un desenfoque inicial en la actitud de los críticos: una idea, una institución, una devoción, no nacen nunca enteramente hechas. Piénsese en la devoción al Corazón de Jesús, elaborada durante siglos por el amor hacia la humanidad de Cristo, que iba en aumento. O piénsese en la serie de vicisitudes por que pasa una idea antes de plasmar en una realización práctica, poniendo ante los ojos, por ejemplo, las diversas tentativas y ensayos que precedieron a la configuración jurídica de la Compañía de Jesús. Que Santo Domingo de Guzmán concibió su apostolado y el de sus hijos con un matiz eminentemente mariano, no hay quien lo discuta. Que ya en los primeros tiempos de la Orden dominicana encontramos la recitación frecuente del avemaría, utilizando incluso cuerdas con nudos, también parece cierto. Recuérdese el ejemplo de Romeo de Livia, O. P. (t 1261); el de Delfín Humberto, O. P. (t 1356); el de la Beata Margarita Ebner, O. P. (t 1351); el de Juan Taulero, O. P. (t 1361), y otros muchos personajes eminentes de la Orden de Predicadores en los que encontramos elementos que luego han de servir para dar la estructuración definitiva al rosario. Esto sólo puede explicarse, o al menos se explica muy fácil mente, teniendo presente una tradición que arrancara del fundador y persevérase dentro de la Orden.

A base de estos elementos comienza la devoción del rosario a extenderse en el siglo xv por obra principalmente de dos insignes dominicos: Alano de Rupe, forma latinizante de su apellido de la Roche, y Santiago Sprenger. El primero prefería la fórmula "salterio de la Virgen" más que la de rosario, que le parecía un tanto paganizante, y trabajó no poco en los Países Bajos por extenderlo. Sprenger no sólo consiguió difundir grandemente el rosario por Alemania y los países del centro de Europa, sino que escribió un folleto de propaganda y consiguió la primera aprobación por parte de la autoridad apostólica, otorgada por el Papa Sixto IV el 10 de marzo de 1476. Ni fue ésta sola la aprobación que obtuvo, sino que antes de morir logró nuevos documentos pontificios y la confirmación de todo lo actuado por parte del maestro general de la Orden. Por eso, aunque algunas veces no se valore suficientemente su influencia en la difusión del rosario, es necesario tenerle por uno de los más destacados artífices de la difusión de la misma.

Ya desde entonces puede decirse que la marcha del rosario por todo el mundo es verdaderamente triunfal. Pronto salta de los países de la Europa central a los países latinos, y las concesiones papales se encuentran ya en abundancia. En España mismo vemos cómo el cardenal Gil de Viterbo, legado para España y Portugal, después de definir el rosario en su forma actual, con cede gracias en 1519 a la cofradía que se había fundado en Tudela. En Vitoria, en el convento de Santo Domingo, había una capilla y altar bajo la advocación del rosario, a la que Adriano VI concede amplias indulgencias el 1 de abril de 1523, confirma das luego por Clemente VII y dos veces por Paulo III. Algo parecido se encuentra ya por todas partes, no sólo en Europa, sino también en América, a la que la devoción del rosario es llevada por los dominicos. Ni se piense sólo en el rosario como una devoción exclusivamente dominicana: San Ignacio de Loyola, por ejemplo, y los primeros jesuitas fueron extraordinariamente afectos a ella.

Los papas continuaron alabando esta devoción y cargándola de indulgencias. Pero quien verdaderamente aparece como eminente en la historia del rosario es San Pío V. Tras algunos actos de carácter más bien particular, el día 17 de septiembre de 1569 daba la solemne bula Consueverunt Romani Pontífices, en la que no sólo definía ya con precisión el rosario, sino que además resumía y ampliaba todos los privilegios e indulgencias unidos a esta devoción. Continúa durante todo su pontificado trabajando por la difusión del rosario. Y el 5 de marzo de 1572 da la bula Salvatoris Domini, en la que, recordando la victoria obtenida en Lepanto el 7 de octubre, permite a la Cofradía del Rosario de Martorell (Barcelona) que ese día celebren todos los años una fiesta bajo la advocación de la Virgen del Rosario, según lo había pedido don Luis de Requeséns, señor de Martorell, que había estado presente en Lepanto. No parece que pueda decirse que fue San Pío V el que insertó en las letanías la invocación «Auxilium christianorum ", sino que tal invocación debió de tener origen en sus tiempos en Loreto mismo, por donde pasaron no pocos de los que habían participado en la batalla de Lepanto.

Su sucesor Gregorio XIII, el 1 de abril de 1533, extiende la fiesta del Rosario a todas las iglesias y capillas en que estuviera erigida la cofradía. Clemente XI, en 1716, extendió la solemnidad a la Iglesia universal, unida al primer domingo de octubre. Sólo en 1913, como consecuencia de la reforma litúrgica que quiso descargar de fiestas los domingos, quedó fijada en el calendario de la Iglesia universal esta fiesta en el 7 de octubre, conservando la Orden dominicana el privilegio de celebrar la fiesta el mismo primer domingo de octubre.

Todos estos datos cronológicos y eruditos no son al fin y al cabo más que una manifestación del unánime sentir del pueblo cristiano, que ama extraordinariamente esta devoción. Con el certero instinto que le caracteriza, adivina lo grata que es a la Santísima Virgen. Por eso en cuantas circunstancias, agradables o tristes, se presentan en la vida del cristiano, espontáneamente sube a sus labios esta hermosa oración. Ya se encuentre velando un cadáver, ya se acerque en peregrinación a un santuario famoso, ya trate de ofrecer algo por el éxito de unos exámenes o la resolución de un asunto difícil... en cualquier circunstancia el cristiano recurre al rosario, seguro de hallar en él un obsequio verdaderamente grato a la Santísima Virgen.

Y que tal sentir no es erróneo nos lo demuestra claramente la actitud de la Iglesia. Puede decirse que no hay devoción que de manera tan continuada haya sido recomendada e inculcada por los Romanos Pontífices. Es más, hay un hecho bien significativo: la devoción al rosario es para los papas un refugio providencial en las circunstancias difíciles que se presentan a la Iglesia. Ya se trate, como en tiempos de San Pío V, del peligro turco, ya se trate de los espinosos problemas que plantea la fermentación intelectual del siglo XIX, como en tiempos de León XIII, hacia esta devoción se vuelven los ojos de los papas.

¿En qué está el secreto de la eficacia? Precisamente los mismos papas nos lo dicen: en tratarse de una devoción que, siendo sencilla, está, sin embargo, llena de contenido. Sencilla, porque hartos estamos de ver cómo la más humilde mujercita sabe rezar su rosario. Llena de contenido, puesto que sistemáticamente nos obliga a recorrer los principales misterios de la vida de Jesucristo y de su santísima Madre.

Buena prueba de ello la tuvieron los misioneros que en 1865 descubrieron, viva aún, la fe de no pocos japoneses que ocultamente habían continuado, aislados del resto del mundo, siendo cristianos. La fiesta de Nuestra Señora del Japón, que se celebra allí el 17 de marzo, recuerda precisamente ese descubrimiento. Pues bien, una de las armas que habían servido para mantener viva la fe, había sido el rosario, recitado por aquellos que sobrevivieron a las persecuciones y por sus descendientes, que de ellos lo habían aprendido.

Trabajar, por consiguiente, en el conocimiento y en la difusión del Santísimo Rosario es hacer obra muy grata a Dios Nuestro Señor y contribuir al arraigo y difusión de nuestra santa fe. La aparición de la Santísima Virgen en Lourdes y Fátima, así nos lo confirman. Como nos confirma también la admirable adaptación de esta forma de devoción a los tiempos modernos: la asombrosa acogida que ha tenido la cruzada del rosario en familia, nacida en los Estados Unidos y difundida por todo el mundo.

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA

Texto tomado de: oocities