lunes, 30 de abril de 2012

SANTA CATALINA DE SIENA - 30 DE ABRIL

SANTA CATALINA DE SIENA,
Virgen y Doctora de la Iglesia
n. 25 de marzo de 1347 en Siena (Toscana), Italia;
† 29 de abril de 1380 en Roma, Italia  

Patrona de Siena (Italia); Europa; bomberos; enfermos; enfermeros; servicios de enfermería; personas ridiculizadas por su piedad. Protectora contra los incendios; las enfermedades del cuerpo; los abortos espontáneos; las tentaciones (en especial las que atentan contra la virtud de la pureza).  

Santa Catalina de Siena tomó el hábito de Santo Domingo a la edad de 18 años. Sus austeridades, ya extraordinarias cuando vivía en la casa paterna, fueron desde entonces ilimitadas. Acaecióle, una vez, ayunar desde el Miércoles de Ceniza hasta la fiesta de la Ascensión, sin tomar alimento alguno fuera del espiritual de la Santa Eucaristía. Para recompensarla, Jesucristo imprimió en su cuerpo virginal los sagrados estigmas de su Pasión, le comunicó una inteligencia maravillosa de las Sagradas Escrituras, y se sirvió de ella para volver de Aviñón a Roma al Papa Gregorio XI, con lo que puso término a los males que desolaban a la Iglesia. Murió en 1380.  

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SANTA CATALINA

I. El corazón de Santa Catalina ardía del fuego del amor de Jesucristo. Abrasaban las llamas de este amor en su celo por la salvación de las almas, en su compasión por los pecadores, los pobres y los enfermos. Y tu corazón ¿a quién pertenece? ¿A las riquezas y a los placeres? Entonces es insensible al lamento de los pobres y a las inspiraciones del amor divino. ¡Señor! haced que os ame a Vos solo, y si amo algo más que lo haga por Vos. Dadme un corazón que Os ame (San Agustín).

II. Presentóle el Señor dos coronas, una de oro y otra de espinas, y la Santa eligió la de espinas, diciéndole que quería reproducir en ella la Pasión de su divino Maestro y gozarse en las penas y sufrimientos. Tú, en cambio, quieres en esta vida rosas y placeres; pronto se marchitarán las rosas y te quedarán espinas para toda la eternidad; porque es difícil gozar los bienes de este mundo y los del cielo (San Jerónimo).

III. El pensamiento continuo de la presencia de Dios la hizo salir victoriosa de todas sus tentaciones. Recogíase interiormente pensando en la Pasión de Jesucristo, en los castigos de los condenados y en su propia nada; estas consideraciones tornábanla insensible a las persecuciones de los hombres y hacíanla invencible a los asaltos del demonio. Piensa en Dios y en las verdades eternas, y nada temas ni desees en este mundo. Ahora no piensas sino en la tierra, por que tu tesoro y todas tus esperanzas están en la tierra y no en el cielo. Tu corazón y tu espíritu estarían en el cielo si allí estuviese tu tesoro (San Euquerio).  

Meditar sobre la Pasión.
Orad por vuestro obispo.  

ORACIÓN

Escuchadnos, oh Dios Salvador nuestro, y haced que la fiesta de la bienaventurada Catalina, vuestra virgen, al mismo tiempo que regocija nuestra alma, la enriquezca con sentimientos de una tierna devoción. Por J. C. N. S.

sábado, 28 de abril de 2012

DICHOS DE SANTOS


"La Santa Eucaristía es la perfecta expresión del amor
de Jesucristo por el hombre, es la quintaesencia de
todos los misterios de su vida."

Santa María Goretti

LE DESTRONARON (IV)


¿LA LEY OPRIME LA LIBERTAD?

“[La libertad consiste] en que,  por medio de las leyes 
civiles,pueda cada uno fácilmente vivir según
los mandamientos de la ley eterna.”
León XIII, Libertas  

No sabría resumir mejor los desastres producidos por el liberalismo en todos los ámbitos, expuestos en el capítulo precedente, más que citando un pasaje de una carta pastoral de obispos que data de hace cien años, pero que sigue todavía actual un siglo más tarde.

“Actualmente, el liberalismo es el error capital de las inteligencias y la pasión dominante de nuestro siglo. Forma una atmósfera infectada que envuelve por todas partes al mundo político y religioso, y es un peligro supremo para la sociedad y para el individuo.

Enemigo tan gratuito como injusto y cruel de la Iglesia Católica, amontona en manojo, en un desorden insensato, todos los elementos de destrucción y de muerte, a fin de proscribirla de la tierra.

Falsea las ideas, corrompe los juicios, adultera las conciencias, debilita los caracteres, enciende las pasiones, somete a los gobernantes, subleva a los gobernados, y, no contento de apagar (si eso le fuera posible) la llama de la Revelación, se lanza inconsciente y audaz para apagar la luz de la razón natural.”(1)

Enunciado del principio liberal

Pero en medio de tal caos de desórdenes, en un error tan multiforme, ¿es posible descubrir el principio fundamental que explica todo? Ya lo dije, siguiendo al Padre Roussel: “El liberal es un fanático de independencia.” Es eso. Pero tratemos de precisar.

El Card. Billot, cuyos tratados teológicos fueron mis libros de estudio en la Universidad Gregoriana y en el Seminario Francés de Roma, ha consagrado al liberalismo algunas páginas enérgicas y luminosas en su tratado sobre la Iglesia(2). Enuncia como sigue, el principio fundamental del liberalismo:

“La libertad es el bien fundamental del hombre, bien sagrado e inviolable, bien que no puede ser sometido a ningún tipo de coacción; en consecuencia, esta libertad sin límite debe ser la piedra inamovible sobre la cual se organizarán todos los elementos de las relaciones entre los hombres, la norma inmutable según la cual serán juzgadas todas las cosas desde el punto de vista del derecho; de allí que sea equitativo, justo y bueno, todo lo que en una sociedad tenga por base el principio de la libertad individual inviolada; inicuo y perverso lo demás. Ese fue el pensamiento de los autores de la Revolución de 1789, revolución cuyos frutos amargos el mundo entero sigue experimentando. Es el único objeto de la ‘Declaración de los Derechos del Hombre’, de la primera línea hasta la última. Eso fue, para los ideólogos, el punto de partida necesario para la reedificación completa de la sociedad en el orden político, en el orden económico, y sobre todo en el orden moral y religioso.”(3)

Pero diréis, ¿la libertad no es lo propio de los seres inteligentes? ¿No es entonces justo que se haga de ella la base del orden social? ¡Ojo! os responderé: ¿De qué libertad me habláis? Pues esa palabra tiene varios sentidos que los liberales se ingenian en confundir, cuando en realidad es necesario distinguirlos.

Hay libertad y libertad...

Hagamos entonces un poco de filosofía. La reflexión más elemental nos muestra que hay tres clases de libertad.

1. Primero, la libertad psicológica, o libre albedrío, propia de los seres provistos de inteligencia y que es la facultad de determinarse hacia tal o cual cosa, independientemente de toda necesidad interior (reflejo, instinto, etc.). El libre albedrío constituye la dignidad radical de la persona humana, que es ser sui juris es decir depender de sí misma, y por lo tanto ser responsable, lo que no es el animal.

2. Después tenemos la libertad moral, que se refiere al uso del libre albedrío: uso bueno si los medios elegidos son buenos en sí mismos, conducen a la obtención de un buen fin, uso malo si no conducen a él. De ahí que la libertad moral es esencialmente relativa al bien. El Papa León XIII la definió magníficamente y de una manera muy simple: la libertad moral, dice, es “la facultad de moverse en el bien”. La libertad moral no es por lo tanto un absoluto, es totalmente relativa al Bien, es decir, finalmente, a la ley. Pues es la ley, primeramente la ley eterna que está en la inteligencia divina, y luego la ley natural que es la participación de la ley eterna en la criatura racional, la que determina el orden puesto por el Creador entre los fines que El asigna al hombre (sobrevivir, multiplicarse, organizarse en sociedad, llegar a su fin último, el Summum Bonum que es Dios) y los medios aptos para alcanzar esos fines. La ley no es una antagonista de la libertad, al contrario, es una ayuda necesaria, lo cual vale también para las leyes civiles dignas de ese nombre. Sin la ley, la libertad degenera en libertinaje, que es “hacer lo que me place”. Precisamente algunos liberales, haciendo de esta libertad moral un absoluto, predican el libertinaje, es decir la libertad de hacer indiferentemente el bien o el mal, de adherir indiferentemente a lo verdadero o a lo falso. Pero, ¿quién no ve que la posibilidad de no hacer el bien, lejos de ser la esencia y la perfección de la libertad, es la marca de la imperfección del hombre caído? Más aún, como lo explica Santo Tomás(4), la facultad de pecar no es una libertad, sino una servidumbre: “Aquél que comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8, 34).  

Al contrario, bien guiada por la ley, encaminada entre valiosos topes, la libertad alcanza su fin. He aquí lo que expone el Papa León XIII a este respecto:

“Puesto que la libertad es en el hombre de tal condición, pedía ser fortificada con defensas y auxilios a propósito para dirigir al bien todos sus movimientos y apartarlos del mal; de otro modo hubiera sido gravemente dañoso al hombre el libre albedrío. Y en primer lugar fue necesaria la ley, esto es, una norma de lo que había de hacerse y omitirse.”(5)

Y León XIII concluye su exposición por esta admirable definición, que llamaría “plenaria”, de la libertad:

“[La libertad] si ha de tener nombre verdadero de libertad en la sociedad misma, no ha de consistir en hacer lo que a cada uno se le antoja, de donde resultaría grandísima confusión y turbulencias, opresoras al cabo de la sociedad; sino en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada uno fácilmente vivir según los mandamientos de la ley eterna.”(6)

3) Finalmente la libertad física, libertad de acción o libertad frente a la coacción, que es la ausencia de coacción exterior que nos impida actuar según nuestra conciencia; precisamente de esta libertad los liberales hacen un absoluto, y por ende esta concepción es la que será necesario analizar y criticar.

Orden natural y ley natural:

Pero antes quisiera insistir sobre la existencia del orden natural y de la ley natural. En efecto, los liberales consienten en admitir leyes, pero leyes que el hombre mismo ha forjado, mientras rechazan todo orden, y toda ley cuyo autor no sea el hombre.

Ahora bien, que haya un orden natural, establecido por el Creador, tanto para la naturaleza mineral, vegetal, animal, como para la naturaleza humana es una verdad científica. A ningún sabio se le ocurriría negar la existencia de leyes grabadas en la naturaleza de las cosas y de los hombres. En efecto, ¿en qué consiste la búsqueda científica, para la cual se gastan millones? ¿Qué es sino precisamente la búsqueda de leyes? Hablamos a menudo de los inventos científicos, pero estamos equivocados: no se ha inventado nada, no se ha hecho más que descubrir las leyes y utilizarlas. Estas leyes que se descubren, esas relaciones constantes entre las cosas, no son los sabios quienes las crean. Lo mismo ocurre con las leyes de la medicina que rigen la salud y las leyes de la psicología que rigen el acto plenamente humano; todos están de acuerdo para decir que esas leyes no las crea el hombre, sino que las encuentra ya puestas en la naturaleza humana. Ahora bien, en cuanto se trata de encontrar las leyes morales que rigen los actos humanos, en relación a los principales fines del hombre, los liberales no hacen más que hablar de pluralismo, creatividad, espontaneidad, libertad; según ellos cada individuo o cada escuela filosófica puede construir su propia ética, ¡Como si el hombre, en la parte razonable y voluntaria de su naturaleza, no fuera una criatura de Dios!

¿El alma humana se ha hecho o se hace a sí misma? Es evidente que las almas, a pesar de toda su complejidad y de todas sus diversidades, han sido hechas según el mismo modelo y poseen la misma naturaleza. Ya sea el alma de un Zulú de África del Sur, o de un Maorí de Nueva Zelandia, ya sea un Santo Tomás de Aquino, o un Lenín, se trata siempre de un alma humana.

Una comparación hará entender lo que quiero decir: no se compra actualmente ningún objeto un tanto complicado, tal como una lavadora, una copiadora, una computadora, sin pedir el instructivo. Hay siempre una ley para usarlos, una regla que explica el buen uso del objeto, a fin de lograr que trabaje correctamente, para hacerle llegar a su fin. Y esta regla, está establecida por aquel que ha concebido dicha máquina, y no por el ama de casa que se creyera libre de jugar con todos los botones y todas las teclas. Ahora bien, guardando las debidas proporciones, ocurre lo mismo con nuestra alma y Dios. Dios nos da un alma que El crea, y necesariamente nos da leyes: nos da los medios para utilizarlos y así alcanzar nuestros fines, en especial nuestro fin último, que es Dios mismo conocido y amado en la vida eterna.

¡Ah, de esto no queremos saber nada!, exclaman los liberales; las leyes del alma humana, es el hombre quien debe crearlas. No nos sorprendamos entonces si hacen del hombre un desequilibrado, con obligarle a vivir en oposición con las leyes de su naturaleza. Imaginamos árboles que se sustrajesen a las leyes vegetales: y bien, morirían, ¡está claro! Árboles que renunciasen a hacer subir la savia, o pájaros que se negaran a buscar su alimento porque esta contingencia no les agrada: y bien, ¡morirían! No seguir la ley, lo que les dicta su instinto natural, ¡es la muerte! Notemos aquí que el hombre no sigue un instinto ciego como los animales: Dios nos ha dado el inmenso don de la razón, a fin de que tengamos la inteligencia de la ley que nos rige, para poder dirigirnos libremente hacia el fin, ¡pero no sin aplicar la ley! La ley eterna y la ley natural, la ley sobrenatural, y luego, las otras leyes que derivan de las primeras: leyes humanas, civiles o eclesiásticas, todas esas leyes son para nuestro bien, nuestra felicidad está allí. Sin un orden preconcebido por Dios, sin leyes, la libertad sería para el hombre un regalo envenenado. Tal es la concepción realista del hombre, que la Iglesia defiende contra los liberales tanto cuanto puede. Fue particular virtud y cualidad del gran Papa Pío XII haber sido el campeón del orden natural y cristiano frente a los ataques del liberalismo contemporáneo.

Para volver a la libertad, digamos brevemente, que ésta no se comprende sin la ley: son dos realidades estrictamente correlativas, sería absurdo separarlas u oponerlas:

“Por donde se ve que la libertad, no sólo de los particulares, sino de la comunidad y sociedad humana, no tiene absolutamente otra norma y regla que la ley eterna de Dios.”(7)

Notas:
(1) Carta pastoral de los obispos del Ecuador a sus diocesanos del 15 de julio 1885.
(2) De Ecclesia Christi, Pontificia Universitas Gregoriana, Roma, 1929, T. II, págs. 17-59.
(3) Traducción condensada del texto latino, por el Padre Le Floch, Le Card. Billot, Lumière de la Théologie [El Card. Billot, Luz de la Teología], 1932, pág. 44.
(4) Comentando las palabras de Jesucristo en San Juan.
(5) Encíclica Libertas del 25 de julio de 1888, en E. P., pág. 359, N° 6.
(6) Op. cit., pág. 361, N° 8.
(7) Encíclica Libertas, en E. P., pág. 361, N° 8.

LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre

SACRILEGIO EN TRENTO: LA IGLESIA DE SAN SIMÓN SE CONVERTIRA EN UNA SINAGOGA

16/12/2011. Según informa el sitio web de la Associazione Culturale La Torre, noticia que es tomada por Agerecontra.it, luego de venderse la antigua capilla en honor de San “Simonino” –martirizado por judíos-, el lugar se transformará en una sinagoga.


La Capilla de Simonino fue la casa de Samuel de Núremberg, y la sinagoga de la comunidad judía en la ciudad de Trento antes de 1.475, cuando fue el escenario del crimen ritual judío contra el niño San Simón, que culminó con su crucifixión.

Fue el Papa Sixto IV quien reconoció el hecho; fue Sixto V, quien reguló el culto popular de San Simón al ratificarlo en 1588, como lo citado por Benedicto XIV en Libro I, Ch. XIV, Nº 4 de su trabajo En la Canonización de los Santos; también por el mismo Papa Benedicto XIV en su Bula Beatus Andreas del 22 de febrero, I755, confirma a Simón como un santo; Gregorio XIII reconoció a Simón como un mártir, y también visito la urna; y, se obligó a reconocer que era un caso de asesinato judío en odio de Cristiandad según Clemente XIV.  

El culto a San Simón (o Simonino) de Trento y la historia de su martirio fueron dejados a un costado por la Iglesia Católica post-conciliar por presión -y con el objeto de agradar- a los judíos.

La vuelta de la iglesia en honor del mártir a manos judías es un símbolo de la judaización de gran parte la jerarquía y los fieles católicos.  

Puede verse la crónica completa (en italiano) aquí.

La verdadera historia de San Simón de Trento puede leerse aquí.

miércoles, 25 de abril de 2012

DE LA PRUDENCIA EN LAS ACCIONES



No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a cualquier espíritu; mas con prudencia y despacio se deben, según Dios, examinar las cosas. ¡Oh dolor! Muchas veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy deleznable en las palabras. Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todo. 

IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis

viernes, 20 de abril de 2012

sábado, 14 de abril de 2012

DICHOS DE SANTOS


Estrechémonos siempre más al Espíritu Santo
y a la prudencia, pues el demonio vive
escondido en el alma de los necios.


San Pío de Pietrelcina

jueves, 12 de abril de 2012

LE DESTRONARON (III)

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y EL LIBERALISMO

¡“La verdad os hará libres”!
(S. Jn. 8,32)  

Después de haber explicado que el liberalismo es una rebelión del hombre contra el orden natural concebido por el Creador, que culmina con la ciudad individualista, igualitaria y centralizadora, me queda por mostraros cómo el liberalismo ataca también el orden sobrenatural, el plan de la Redención, es decir, en definitiva, cómo el liberalismo tiene por fin de destruir el reinado de Nuestro Señor Jesucristo, tanto sobre el individuo como sobre la sociedad.

Frente al orden sobrenatural, el liberalismo proclama dos nuevas independencias:

1. “La independencia de la razón y de la ciencia con respecto a la fe. Es el racionalismo, para el cual, la razón, juez soberano y medida de lo verdadero, se basta a sí misma y rechaza toda dominación extraña”.

Es lo que se llama racionalismo.

El liberalismo quiere desembarazar a la razón de la fe, que nos impone dogmas formulados de manera definitiva, y a los cuales la inteligencia debe someterse. La simple hipótesis de que ciertas verdades pueden superar las capacidades de la razón es inadmisible. Los dogmas deben entonces ser sometidos al tamiz de la razón y de la ciencia, y ella de una manera constante a causa de los progresos científicos. Los milagros de Jesucristo, lo maravilloso de la vida de los santos, debe ser reinterpretado, desmitificado. Será necesario distinguir cuidadosamente al “Cristo de la fe”, construcción de la fe de los apóstoles y de las comunidades primitivas, del “Cristo de la historia”. Que no fue más que un simple hombre. ¡Se comprende cuánto el racionalismo se opone a la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y a la revelación divina!  

He explicado ya cómo la Revolución de 1789 se cumplió bajo el signo de la diosa Razón. Ya la portada de la Enciclopedia de Diderot (1751) representaba el coronamiento de la Razón. Cuarenta años más tarde, la Razón deificada se transformaba en el objeto de un culto religioso público:

El 20 de brumario (10 de noviembre de 1793), tres días después que sacerdotes, con el obispo metropolitano Gobel a la cabeza, se “secularizaron” delante de la Asamblea, Chaumette propuso solemnizar ese día en el cual “la razón había retomado su primacía”. Se apresuraron en poner por obra una idea tan noble y así se decidió que el culto de la Razón que sería celebrado, grandiosamente, Notre Dame de Paris, expresamente adornada por el pintor David. En la cima de una montaña de cartón-piedra, un pequeño templo griego albergaba una hermosa bailarina, orgullosa de haber sido elegida “Diosa Razón”; coros de jovencitas coronadas de flores cantaban himnos. Cuando la fiesta hubo acabado, se observó que los representantes no eran numerosos; se partió en procesión con la Razón para visitar a la convención nacional, cuyo presidente abrazó a la diosa”.(1)

Pero ese racionalismo demasiado radical no agradó a Robespierre, cuando en marzo de 1794 hubo abatido a los “exagerados”:

“Le pareció que su omnipotencia debía fundarse sobre bases notablemente teológicas y que él coronaría su obra estableciendo un Culto del Ser Supremo, del cual sería sumo-sacerdote. El 18 de floreal del año II (7 de mayo de 1794) pronuncia un discurso “sobre las relaciones de las ideas religiosas y morales con los principios republicanos y sobre las fiestas nacionales”; y la Convención vota su impresión. Aseguraba que la idea del Ser Supremo y de la inmortalidad del alma” es un llamado continuo a la justicia y que por lo tanto, ella es social y republicana. El nuevo culto será el de la virtud. Fue votado un decreto, según el cual el pueblo francés reconocía los dos axiomas de la teología robesperiana, y una inscripción que consagraba el hecho sería ubicada en el frente de las iglesias. Seguía una lista de fiestas feriadas que ocupaba dos columnas: la primera de la lista era aquella del “Ser supremo y de la Naturaleza”, fue decidido que el “20 de prairial” (8 de junio de 1794), fuese celebrada. Y lo fue, en efecto: comenzó en el jardín de las tullerías, donde una hoguera gigante devoraba entre sus llamas la imagen monstruosa del ateísmo, mientras Robespierre pronunciaba un místico discurso. Luego de cantar la multitud himnos de circunstancia, se inició un desfile hasta el campo de Marte, donde toda la asistencia siguió un carro abanderado de rojo que tiraban ocho bueyes, cargado de espigas y de follaje, sobre los cuales estaba entronizada una estatua de la libertad”.(2)

Las mismas divagaciones del racionalismo las “variaciones” de esta “religión en los límites de la simple razón”(3), demuestran suficientemente su falsedad.

2. “La independencia del hombre, de la familia, de la profesión y sobre todo del estado, en relación a Dios, a Jesucristo, a la Iglesia; es según los puntos de vista, el naturalismo, el laicismo, el latitudinarismo (o indiferentismo) (…) de la apostasía oficial de los pueblos que rechazan la realeza social de Jesucristo, y desconocen la autoridad divina de la Iglesia”.

Ilustraré esos errores por medio de algunas consideraciones:

El naturalismo sostiene que el hombre está limitado a la esfera de lo natural y que de ninguna manera está destinado por Dios al orden sobrenatural. La verdad es otra: Dios no ha creado al hombre en estado de pura naturaleza. Dios ha constituido al hombre desde el comienzo en un orden sobrenatural: “Dios, dice el Concilio de Trento, constituyó al primer hombre en estado de santidad y de justicia” (Dz. 788). Que el hombre haya sido destituido de la gracia santificante fue la consecuencia del pecado original, pero la Redención mantiene el designio de Dios: el hombre permanece destinado al orden sobrenatural. Ser reducido al orden natural es para el hombre un estado violento que Dios no aprueba. He aquí lo que enseña el Cardenal Pie, mostrando que el estado natural no es en sí malo, pero que sí lo es su privación del orden sobrenatural:

“Enseñaréis, entonces, que la razón humana tiene su poder propio y sus atribuciones esenciales; enseñaréis que la virtud filosófica posee una bondad moral e intrinsica que Dios recompensa, en los individuos y en los pueblos por medio de ciertos dones naturales y temporales, algunas veces incluso por favores más altos. Pero enseñaréis también y probaréis, por medio de argumentos inseparables de la esencia misma del cristianismo que las virtudes naturales, que las luces naturales, con incapaces de conducir al hombre a su fin último que es la gloria celestial.

Enseñaréis que el dogma es indispensable, que el orden sobrenatural en el cual el autor mismo de nuestra naturaleza nos ha constituido, por un acto formal de su voluntad y de su amor, es obligatorio e inevitable; enseñaréis que Jesucristo no es facultativo y que fuera de su ley revelada no existe, no existirá jamás, el justo medio filosófico y apacible donde todos, almas de “elite” o almas vulgares, puedan encontrar el descanso de su conciencia y la regla de su vida.

Enseñaréis que no sólo importa que el hombre haga el bien, sino que importa sobremanera que lo haga en nombre de la fe, por un movimiento sobrenatural, sin el cual sus actos no alcanzarán el término final que Dios les ha marcado, es decir, la felicidad eterna de los cielos…”(4)

Así, en el estado de la humanidad concretamente querido por Dios, la sociedad no puede constituirse ni subsistir fuera de Nuestro Señor Jesucristo: en la enseñanza de San Pablo:

“Pues por él fueron creados todas las cosas en los cielos y en la tierra (…) todo ha sido creado por Él y para Él; El es antes que todas las cosas, y todas subsisten por El” (Col. I, 16-17)

El designio de Dios es de “recapitular todo en Cristo” (Eph I, 10), es decir, conducir todas las cosas a una sola cabeza, Cristo. El Papa San Pío X tomará esas mismas palabras de San Pablo como divisa: “Omnia instaurare en Christo”, todo instaurar, todo restaurar en Cristo. No solamente la religión sino también la sociedad civil.

“No, venerables Hermanos –es necesario recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual, en los cuales cada una se coloca como doctor y legislador-, no se construirá la sociedad de un modo diferente a como Dios la ha edificado; no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone las bases y no dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventarse ni la ciudad nueva por edificarse en las nubes. Ella ha sido, ella es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar, en sus cimientos naturales y divinos, contra los ataques siempre renacientes de la utopía malsana, de la rebelión y de la impiedad: “omnia instaurare in Christo”.(5)

Jean Ousset tiene páginas excelentes sobre el naturalismo, en su obra maestra “Para que Él reine”, en su segunda parte titulada: “Las oposiciones a la realeza social de nuestro Señor Jesucristo”, señala tres categorías de naturalismo, un “naturalismo agresivo o netamente manifiesto” que niega la existencia misma de lo sobrenatural, aquel de los racionalistas (cf. más arriba); luego un naturalismo moderado que no niega lo sobrenatural, pero que rehúsa acordarle la preeminencia, porque sostienen que todas las religiones son una emanación del sentido religioso. Es el naturalismo de los modernistas: finalmente, el naturalismo inconsecuente, que reconoce la existencia de lo sobrenatural y su preeminencia divina, pero lo considera como “materia de opción”; es el naturalismo práctica de muchos cristianos flojos.

El laicismo es un naturalismo político: sostiene que la sociedad puede y debe ser constituida y que puede subsistir sin tener para nada en cuenta a Dios y a la religión, sin tener en cuenta a Jesucristo sin reconocer su derecho a reinar, es decir de inspirar con su doctrina toda la legislación del orden civil. Los laicistas quieren en consecuencia separar el Estado de la Iglesia (el Estado no favorecerá la religión católica y no reconocerá los principios cristianos como suyos), y separar la Iglesia del Estado (la Iglesia será reducida al derecho común de todas las asociaciones frente al estado y no se tendrá ninguna cuenta de su autoridad divina y de su misión universal). En consecuencia se establecerá una instrucción e incluso una educación “pública” –a veces obligatoria- y laica, es decir atea. ¡El laicismo, es el ateísmo del Estado, pero sin el hombre!.

Volveré sobre este error, propio del liberalismo actual y que goza del favor de la declaración del Vaticano II, sobre la “libertad religiosa”.

El indiferentismo proclama indiferente la profesión de una religión o de otra cualquiera; Pío IX condena este error: “todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón tuviere por verdadera”. (Syllabus, proposición condenada Nº 15); “Los hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna” (Nº 16); y también “deben temerse fundadas esperanzas acerca de la eterna salvación de todos aquellos que no se hallan en modo alguno en la verdadera Iglesia de Cristo” (Nº17).

Es fácil descubrir las raíces racionalistas o modernistas de esas proposiciones. A ese error se agrega el indiferentismo del Estado en materia religiosa; el Estado establece por principios que no es capaz (agnosticismo) de reconocer la verdadera religión como tal y que debe acordar la misma libertad a todos los cultos. Aceptará, eventualmente, conceder a la religión católica una preeminencia de hecho, porque es la religión de la mayoría de los ciudadanos, pero reconocerla como verdadera, sería, dicen, querer restablecer la teocracia; pedirle juzgar la verdad o falsedad de una religión sería, en todo caso, atribuir al Estado una competencia que no tiene.

Ese error profundo, Mons. Pie (todavía no cardenal) osó exponerlo, así como la doctrina católica del reinado social de nuestro Señor Jesucristo, al emperador de los franceses, Napoleón III. En una entrevista memorable, con un valor enteramente apostólico, da al príncipe una lección de derecho cristiano, de lo que se llama el derecho público de la iglesia. Con esa célebre conversación terminará este capítulo.

Fue el 15 de mayo de 1856, nos dice el Padre Théotime de Saint Just, de quien tomo esta cita.(6) Al Emperador que se jactaba de haber hecho por la religión más que la Restauración (7) misma, el obispo respondió:

“Me apresuro a hacer justicia de las religiosas disposiciones de Vuestra Majestad y sé reconocer, Señor, los servicios que ella ha hecho a Roma y a la Iglesia, particularmente en los primeros años de su gobierno. ¿Tal vez la Restauración no hizo más que vos? Pero dejadme agregar que ni vos ni la Restauración habéis hecho por Dios lo que había que hacer, porque ni uno ni otro ha restaurado su trono, porque no han renegado los principios de la Revolución cuyas consecuencias prácticas sin embargo, combatís. Porque el evangelio social del cual se inspira el Estado es todavía la declaración de los derechos del hombre, que no es otra cosa, señor, más que la negación formal de los derechos de Dios.

Ahora bien, es derecho de Dios gobernar tanto a los Estados como a los individuos. No es otra cosa lo que Nuestro señor ha venido a buscar a la tierra. El debe reinar inspirando las leyes, santificando las costumbres, esclareciendo la enseñanza, dirigiendo los consejos, regulando las acciones tanto de los gobiernos como de los gobernados. Allí donde Jesucristo no ejerce ese reinado, hay desorden y decadencia.

Ahora bien, no tengo el derecho de deciros que Él no reina entre nosotros y que nuestra Constitución está lejos de ser la de un Estado cristiano y católico. Nuestro derecho público establece bien que la religión católica es la de la mayoría de los franceses, pero agrega que los otros cultos tienen derecho a una protección igual. ¿No es eso proclamar equivalentemente que la Constitución protege por igual la verdad y el error? ¡Y bien! Señor, ¿sabéis vos lo que Jesucristo responde a los gobiernos que se hacen culpables de tal contradicción? Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra, les responde: “y Yo también, gobiernos que os sucedéis derrocándoos los unos a los otros, yo también os acuerdo una igual protección. He acordado esta protección al emperador vuestro tío, he acordado la misma protección a los Borbones, la misma protección a Luis Felipe, la misma protección a la República y a vos también, la misma protección os será acordada”.

El Emperador detiene al obispo: “Pero todavía creéis vos que la época en la cual vivimos comporta tal estado de cosas y que ha llegado el momento de establecer ese reino exclusivamente religioso que vos me pedís? ¿No pensáis, Monseñor, que sería desencadenar todas las malas pasiones?”

“Señor, cuando los grandes políticos como Vuestra Majestad me objetan que no ha llegado el momento, no me queda más que inclinarme, porque no soy un gran político. Pero soy obispo, y como obispo les respondo: “No ha llegado el momento de reinar para Jesucristo, ¡y bien!, entonces tampoco ha llegado para los gobiernos el momento de perdurar.”(8)

Para cerrar estos 2 capítulos sobre los aspectos del liberalismo, quisiera hacer resaltar lo que hay de más fundamental en la liberación que propone a los hombres, solos o reunidos en sociedad. El liberalismo, he explicado, es el alma de toda revolución, es igualmente, desde su nacimiento en el siglo XVI el enemigo omnipresente de Nuestro Señor Jesucristo, el Dios encarnado. De allí que no haya dudas: puedo afirmar que el liberalismo se identifica con la revolución. El liberalismo es la revolución en todos los dominios, la Revolución radical.

Mons. Gaume escribió algunas líneas sobre la revolución que mas parece caracterizan perfectamente al liberalismo.

“Si arrancando su máscara, le preguntáis (a la Revolución): ¿quién eres tu? Ella os dirá: “Yo no soy lo que se cree. Muchos hablan de mí y pocos me conocen. No soy ni el carbonarismo… ni el motín… ni el cambio de la monarquía en república, ni la substitución de una dinastía por otra, ni la turbación momentánea del orden público. No soy ni los aullidos de los jacobinos, ni los furores de la Montagne, ni el combate de las barricadas, ni el pillaje, ni el incendio, ni la ley agraria, ni la guillotina, ni los ahogamientos. No soy ni Marat, ni Robespierre, ni Babeuf, ni Mazzini, ni Kassuth. Esos hombres son mis hijos, pero no yo. Esas cosas son mis obras, pero no yo. Esos hombres y esas cosas son hechos pasajeros y yo soy un estado permanente.

Soy el odio de todo orden que no haya sido establecido por el hombre y en el cual él no sea a la vez rey y Dios. Soy la proclamación de los derechos del hombre sin importar los derechos de Dios. Soy la fundación del estado religioso y social en la voluntad del hombre en lugar de la voluntad de Dios. Soy Dios destronado y el hombre en su lugar. He aquí porqué me llamo Revolución, es decir subversión…”(9)

Notas:
(1) Daniel Rops, “La Iglesia de las revoluciones”, pág. 63.
(2) Daniel Rops, “La Iglesia de las revoluciones”, pág 64.
(3) (Obra de Kant, 1793).
(4) Cardenal Pie, obispo de Poitiers, Obras: T.II, págs. 380, 381, citado por Jean Ousset, “Para que El reine, pág.117.
(5) Carta sobre Le Sillon – “Nuestro cargo apostólico”, del 25 de agosto de 1910, PIN -430.
(6) P. Théotime de Saint Just, “La realeza social de N. S. Jesucristo, según el Cardenal Pie”, París, Beauchesne, 1925 (2ª edición) Págs. 117-121.
(7) La “Restauración” designa la restauración de la monarquía por Luís XVIII, después de la Revolución francesa y el Primer Imperio. Esta Restauración, por desgracia, había consagrado el principio liberal de la libertad de cultos.
(8) Historia del Cardenal Pie, T. I, L. II, Cáp. II págs.698-699.
(9) Mons. Gaume, “La Revolución, búsquedas históricas”, Lille, Secretariado Sociedad San Pablo, 1877, T. I, pág. 18 citado por Jean Ousset, “Para que El reine”, pág. 122.

LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre

Trascrito por Inmaculada

domingo, 8 de abril de 2012

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Apostolado Eucarístico les desea a todos sus
lectores una Santa y Feliz Pascua de Resurrección

martes, 3 de abril de 2012

IMPRESENTABLES

CAPÍTULO GENERAL DE LAS MISIONERAS CLARETIANAS
(CON “SELF-SERVICE” PARA LA COMUNIÓN)





Nota catapúltica: El cura es Joseph Abella, Superior General de los Claretianos. Cuánto trabajo debe tener el pobre que ya no le quedan fuerzas como para dar la comunión…

Fuente: Catapulta

DESQUICIOS POSCONCILIARES

DANZAS AFRICANAS EN UNA IGLESIA DE MONTRÉAL Y EN
UN MONASTERIO DOMINICO DE TEXAS



Fuente: Catapulta

lunes, 2 de abril de 2012

EL CINTURÓN DE SAN JOSÉ

Un regalo de la Santísima Virgen
a su Casto esposo San José

Acerca del cinturón

En Joinville-sur-Marne, en la diócesis de Langres, nos muestran, con gran orgullo, "el verdadero y genuino cinturón de San José, conservado en la Iglesia de Notra Dame." Esta cinta es una tela de alambre liso, o corteza de color grisáceo y bastante grande, tiene un metro de longitud y lleva 30-45 cm de ancho en los extremos, está conectado a un broche de marfil, amarillento por el tiempo.

Fabricado según la tradición, por las manos de la Virgen, uno puede creer que se ha mantenido un recuerdo querido de la muerte de su casto esposo. Fue entregado a San Juan o cualquier otro apóstol. En el siglo XIII, fue traído de Palestina por el historiador de San Luis, y se coloca en su castillo de Joinville, donde permaneció hasta la revolución.

Ahora vemos este cinturón en un santuario noble y más sagrado en la Iglesia de Notre-Dame de Joinville. Este cinturón se encuentra en excelente estado de conservación


Cinturón utilizado por San José, realizado por las venerabilísimas
manos de la Santísima Virgen.