sábado, 10 de julio de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (VII)

La Pasión de Jesucristo y el amor de Dios y del prójimo.

I
Yo debería arder en llamas de amor de Dios en reconocimiento a sus bondades hacia mí.
Si el Señor me abriese los ojos para ver los peligros de que me ha librado y las gracias que me ha hecho, un día me encontrarían muerto de dolor y de amor al pie de un altar ó de un santo Cristo.
Yo no deseo sino unirme á mi Dios.

II
¡Cómo! ¡Un Dios hecho hombre! ¡Un Dios crucificado! ¡Un Dios muerto! ¡Un Dios en el tabernáculo! ¡Un Dios! ¡Oh caridad! ¡Oh entrañas de amor! ¿Quién, y por quién? ¡Oh ingrata criatura! ¿Y cómo es posible no amar á Dios?

III
Yo quisiera poner fuego al mundo entero, á fin de que todos amásemos a nuestro Dios. ¡Ah! ¡Que no tenga yo la fuerza para predicar a mi Jesús Crucificado, á este tierno Padre que ha muerto en una cruz por nuestros pecados! ¡Que no pueda yo detener el curso de tantos crímenes!

IV
Yo quisiera decir grandes cosas, pero para hablar del amor, es necesario amar: sólo el amor enseña este lenguaje… ¡Qué la tierra esté en silencio en presencia del gran Dios!... Escuchad al Divino Esposo y dejaos enseñar por El… Quisiera yo ser reducido á cenizas por el amor… ¡Oh Dios mío! Enseñadme cómo debo explicarme. Quisiera ser todo fuego de amor; más aun quisiera poder cantar en el fuego del amor y exaltar las grandes misericordias que el Amor increado nos ha hecho.

V
¿No es, acaso, un deber el de dar gracias á Dios por sus beneficios? Sí, sin duda; pero yo no sé como. Quisiera y no sé. Consumirnos de amor por este Dios, es poco. ¿Qué haremos? ¡Ah, viviremos para este Amante divino en una agonía perpetua de amor! ¡Pero qué! ¿Pensáis que es bastante? No ¿Sabéis lo que me consuela un poco? Es ver con complacencia que nuestro Dios es un Bien infinito, y que nadie es capaz de amarle como se merece.

VI
Yo me gozo del amor infinito que Dios se tiene á sí mismo; me regocijo de la beatitud esencial de que goza en sí mismo sin necesidad de ninguna criatura; me regocijo del amor que le tiene María Santísima y todos los Ángeles y Santos.

VII
Yo quisiera lanzarme como la mariposa en las llamas del divino Amor, y allí permanecer en silencio, consumido, desvanecido, perdido en este Todo divino. ¡Ah! Esta es la obra del amor; y yo no estoy dispuesto a esta pérdida de mí mismo en la hoguera del amor.

VIII
Mi corazón tiene tal sed, que un arroyo no bastaría para apagarla; es necesario el Océano para saciar esta sed devoradora, pero un Océano de fuego y de amor. ¡Oh dulce abrazo!
¡Oh divinos ósculos! ¿Cuándo estaremos inflamados como los Serafines? ¿Cuándo estaremos abrasados de amor?... ¿Qué haremos para agradar a nuestro dulce Jesús?

IX
Yo quisiera que nuestra caridad fuese tan ardiente, que pudiese abrasar en llamas de amor divino á todos los que viven lejos, á todos los pueblos y naciones de la tierra, en una palabra, á todas las criaturas, a fin de que todos conociesen, amasen y sirviesen al Soberano Bien.

X
En todas vuestras obras purificad vuestra intención, tened cuidado de renovarla muchas veces al día, repitiendo á menudo: “¡Todo para la mayor gloria de Dios! Yo me creería condenado si robara á Dios la menor parte de sus dones, me reputaría peor que Lucifer, si tuviera alguna cosa fuera de Dios.”

XI
Os recomiendo la sencillez, la pureza de intención y el examen práctico de esta virtud; sabedlo bien; para trabajar por la gloria de Dios es necesario un espíritu libre y desprendido de todo afecto mundano y que busque sólo á Dios.
Es necesario amar á Dios aun cuando nos prueba y castiga.

XII
El amor divino es celoso; basta para ofenderle un granito de amor propio, la más pequeña afición desordenada a las criaturas.
¡OH mi Dios! ¡cuán bueno sois! Quiero amar a Vos sólo. ¡Oh Dios mío! Yo no deseo sino á Vos. ¡Oh Dios de amor y de bondad!

XIII
El alma que quiere hacerse muy santa y en poco tiempo, debe trabajar para que sólo Dios viva en ella; debe hacer todas sus acciones por el amor de Dios y en unión con las acciones de Jesucristo, que es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

XIV
El corazón de los verdaderos amantes de Dios debe ser como un altar en que se ofrezca cada día el oro de la caridad ardiente, del incienso de la continua y humilde oración, y la mirra de una incesante mortificación.

XV
Tened siempre encendido el fuego de la caridad en el altar de vuestro corazón.
Meditad todos los días estas verdades: “¡En el infierno, jamás ver a Dios! ¡Siempre estar privados de Dios! ¡Oh, que dura necesidad la de odiar eternamente a Aquél que nos ha amado desde la eternidad!

XVI
Que todo en la creación os lleve y obligue a amar a Dios. Solazad vuestro espíritu con alguna honesta recreación, con el reposo necesario; pasead a solas y escuchad a las flores, a los árboles, a las praderas, al cielo, al sol, a la luna, a todo el universo que os exhortan a amar a Dios, a alabarle y a cantar las grandezas del Soberano Artífice, que les ha dado el ser y la vida.

XVII
El que ama verdaderamente a Dios ama también a su prójimo como a sí mismo. El que considera a la luz de la fe y en el Corazón del divino Redentor el precio de las almas, no podrá menos de amarlas con amor verdadero, y no economizará ni trabajos, ni sufrimientos, ni peligros para ayudarlas y socorrerlas en sus necesidades espirituales.

XVIII
Si lográis con vuestros buenos ejemplos, exhortaciones y trabajos, conducir a los pies de jesús Crucificado y luego al cielo una sola alma, habéis hecho una obra tan bella, que llena de júbilo a todos los Bienaventurados. ¡Oh, qué caridad, qué ganancia, qué gloria para Dios!

XIX
Tened un corazón compasivo para los pobres, y socorredlos con amor, según la medida de vuestras fuerzas, pues son vuestros hermanos en Dios y llevan grabado en su frente el santísimo Nombre de Jesús.

XX
Si no tenéis recursos materiales para remediar las necesidades de los pobres, socorredlos con vuestras limosnas espirituales, es decir, recomendadlos con fervor á Dios para que les dé paciencia y resignación con la soberana voluntad que todo lo dispone para nuestro mayor bien.

XXI
Tened valor, pobres de Jesucristo, porque el Paraíso es para los pobres.
¡Ay de los ricos! Porque sus riquezas no servirán sino para atormentarlos en el infierno, si no las emplean en solazar a los necesitados y en hacer otras buenas obras.

XXII
Tened caridad para con todos, y sabed que las reprensiones y advertencias hechas con dulzura son remedios que curan todas las llagas; por el contrario, los avisos dados con severidad, en vez de curar una llaga, abren diez. Aplicaos a obrar con dulzura, hablad con tranquilidad de espíritu y con voz suave, y sacaréis muchísimo provecho.

XXIII
Para socorrer a los pobres, y máxime a los enfermos, es preciso hacer cualquier sacrificio, hasta vender sus más preciosas alhajas y los vasos sagrados. Todas las virtudes son buenas, pero la caridad es la reina de todas ellas.

XXIV
No os aflijáis cuando se os desprecia y calumnia: Dios lo permite para humillaros y purificaros; pues, debéis regocijaros y besar la mano paternal que os hiere.

XXV
Estimad como un tesoro a la persona que ejercita vuestra paciencia… debéis mirarla con ojos afectuosos en la voluntad de Dios, como el instrumento de que El se sirve para adornar vuestra alma con un vestido de tisú de oro y perlas preciosas, quiero decir, de virtudes, particularmente de
paciencia, silencio, mansedumbre… imitando á Jesucristo, que fue manso y humilde de corazón.

XXVI
No os defendáis cuando se os acuse y vilipendie, no habléis, y si alguna cosa decís, que sea para excusar a la persona que os ofende y para hacerle honor. ¡Oh, cuánto debéis amar la prueba que os viene de esa persona!

XXVII
Cuando paséis cerca de una persona que ha hablado mal de vos, o bien, os ha originado algún daño, inclinad la cabeza por respeto, como delante de un instrumento de la mano paternal de Dios. Lo más seguro y meritorio es callar, a ejemplo de Jesucristo.

XXVIII
Buscad la ocasión de prestar algún señalado servicio hacer todo el bien posible a vuestros émulos y acusadores. Poned más empeño en esto, que los mundanos en buscar perlas preciosas y ricos diamantes.

XXIX
Es necesario encubrir las faltas de nuestros prójimos con el manto de la santa caridad, y atribuirlas a ignorancia, inadvertencia o irreflexión.

XXX
Amad a vuestros enemigos en Jesucristo, perdonadles generosamente las ofensas y agravios que os hayan hecho, y manifestadles, a pesar de la natural repugnancia é interior resentimiento, la más sincera cordialidad.

XXXI
Acostumbraos á hacer muchos actos interiores de fraternal caridad, pero con dulzura y suavidad, como por ejemplo: ¡Oh queridas almas! Yo os amo en el Sagrado Corazón de Jesús, que arde en llamas de amor por vosotras! ¡Oh almas benditas! Amad a Jesús por mí, yo me esforzaré en amarle por vosotras.

San Pablo de la Cruz