sábado, 11 de noviembre de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - XIV

CAPÍTULO 14 
Del santo sacrificio de la Misa. 

Ya hemos tratado de este divino Sacramento y de sus efectos y virtudes admirable, en cuanto es sacramento; resta ahora tratar de él en cuanto es sacrificio, que es una cosa que el sagrado Concilio Tridentino manda a los predicadores y pastores de las almas que declaren a sus ovejas, para que todos entiendan el tesoro grande que dejó Cristo nuestro Redentor a su Iglesia en dejarnos este sacrificio, y se sepan aprovechar de él. 

Desde el principio del mundo, a lo menos después del pecado. aun en la ley natural, siempre hubo y fueron necesarios sacrificios para aplacar a Dios y para reverenciarle y honrarle en reconocimiento de su infinita excelencia y majestad. Y así en la vieja ley instituyó Dios sacerdotes y sacrificios muchos; empero, como la ley era imperfecta, los sacrificios también lo eran; sacrificaban y mataban muchos animales; no les podía aquello llevar a perfección, no bastaba el sacerdocio de Aarón ni sus sacrificios para santificar a los hombres y quitarles los pecados (Hebr., 10, 4): [Porque es imposible que con sangre de toros y de machos de cabrío se quiten los pecados], dice el Apóstol San Pablo. Era menester que viniese otro sacerdote según la orden de Melquisedec, que es Jesucristo, y que ofreciese otro sacrificio, que es a Sí mismo, que fuese bastante para aplacar a Dios, y santificar a los hombres y llevarlos a la perfección. 

Y así dice San Agustín que todos los sacrificios de la vieja ley significaban y eran figura de este sacrificio; y que así como una misma cosa se puede significar y dar a entender con diversas palabras y en diversas lenguas, así este único y verdadero sacrificio fue significado y figurado mucho antes con toda aquella multitud de sacrificios, para, por una parte, encomendárnosle muchas veces, y, por otra, con la diversidad y variedad quitarnos el fastidio que suele causar el repetir muchas veces una misma cosa Y por eso, dice, mandaba Dios que le ofreciesen sacrificios de animales limpios, para que entendiésemos que así como aquellos animales, que se habían de sacrificar, carecían de los vicios y defectos del cuerpo y no tenían mácula, así el que había de venir a ofrecerse en sacrificio por nosotros no había de tener mácula de pecado. Y si aquellos sacrificios agradaban a Dios (como es cierto que por entonces le agradaban), era en cuanto por ellos confesaban y profesaban los hombres que había de venir un Salvador y Redentor que había de ser el verdadero sacrificio; y en virtud de éste tenían aquéllos entonces algún valor. Pero en viniendo que vino este Salvador y Redentor al mundo, desagradaron a Dios aquellos sacrificios, como lo dice el Apóstol (Hebr., 10, 5), [Entrando en el mundo dice a su Eterno Padre: No quisiste sacrificios ni ofrendas; mas me has preparado un cuerpo; los holocaustos por el pecado no te agradaron; por tanto, dije: Aquí estoy, Señor, conforme a lo que está de Mí escrito en la suma del libro, vengo a cumplir tu voluntad]. Dio Dios cuerpo a su unigénito Hijo para que hiciese la voluntad de su Padre, ofreciéndose por nosotros en la cruz. Y así, viniendo al mundo lo figurado, cesó la sombra y la figura, y dejaron de agradar a Dios aquellos antiguos sacrificios. 

Pues éste es el sacrificio que tenemos en la ley de gracia y el que cada día ofrecemos en la Misa. El mismo Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, es nuestro sacrificio (Efes., 5, 2): [Se entregó a Sí mismo por nosotros a Dios en oblación y sacrificio de suavísimo olor]. Y éstas no son consideraciones devotas, ni pensamientos propios, sino cosas que nos enseña la fe. La Misa, es verdad que es memoria y representación de la Pasión y muerte de Cristo; y así dijo Él cuando instituyó este soberano sacrificio (Lc., 22, 19): [Haced esto en memoria mía]; pero es menester que entendamos que no solamente es memoria y representación de aquel sacrificio, en que Cristo se ofreció en la cruz al Padre Eterno por nuestros pecados, sino es el mismo sacrificio que entonces se ofreció, y del mismo valor y eficacia. Y más: no sólo es el mismo sacrificio, sino también el que ofrece ahora este sacrificio de la Misa, es el mismo que el que ofreció aquel sacrificio de la cruz. 

De manera que así como entonces, en tiempo de la Pasión, el mismo Cristo fue el sacerdote y el sacrificio, así también ahora en la Misa, el mismo Cristo es no solamente el sacrificio, sino también el sacerdote y el pontífice que se ofrece a Sí mismo cada día en la Misa al Padre Eterno por ministerio de los sacerdotes. Y así el sacerdote que dice la Misa representa la persona de Cristo, y como ministro e instrumento suyo y en su nombre ofrece este sacrificio. Lo cual declaran bien las palabras de la consagración; porque no dice el sacerdote: Este es el cuerpo de Cristo, sino Este es mi cuerpo; como quien habla en persona de Cristo, que es el sacerdote y pontífice principal que ofrece este sacrificio. Y por esta razón el Profeta David (Sal., 109, 4) y el Apóstol San Pablo (Hebr., 7, 17, 21) le llaman Sacerdote eterno según la orden de Melquisedec y no se dijera bien sacerdote perpetuo, si una sola vez hubiera ofrecido sacrificio; pero se dice Sacerdote eterno, porque siempre ofrece sacrificio por medio de los sacerdotes, y nunca cesa ni cesará de ofrecerle hasta el fin del mundo. Tal Sacerdote y tal Pontífice habíamos nosotros menester, dice el Apóstol (Hebr., 7, 16), que no fuese como los otros sacerdotes, que primero han menester rogar a Dios por sus pecados, y después por los del pueblo; sino tal, que por su dignidad y reverencia fuese oído (Hebr., 5, 7); tal, que no con sangre ajena, sino con la suya propia aplacase a Dios. Pues ponderemos aquí las invenciones de Dios y el artificio y sabiduría de sus consejos que tomó para la salud de los hombres, y lo que hizo para que este sacrificio fuese por todas partes acepto, agradable y eficaz, como lo pondera muy bien San Agustín. Porque habiendo en un sacrificio cuatro cosas que considerar: la primera, a quién se ofrece; la segunda, quién le ofrece; la tercera, qué es lo que se ofrece; la cuarta, por quién se ofrece: la sabiduría de Dios ordenó de tal manera este sacrificio y con tal artificio, que el mismo que ofrece este sacrificio para reconciliarnos con Dios, es uno con Aquel a quien le ofrece, y se hizo uno con aquellos por quien le ofrecía, y Él mismo era lo que ofrecía. Y así fue de tanto valor y eficacia, que bastó para satisfacer y aplacar a Dios, no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo, y de cien mil mundos que hubiera: [El mismo es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no tan sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo] le dice el Apóstol y Evangelista San Juan (1 Jn., 2, 2). Y así dicen los teólogos y Santos que este sacrificio no sólo fue suficiente satisfacción y recompensa por nuestras deudas y pecados, sino muy superabundante; porque mucho más es lo que se da y ofrece aquí, que la deuda que debíamos; y mucho más agradó al Padre Eterno este sacrificio, que le había desagradado la ofensa cometida. De aquí también, que, aunque el sacerdote sea malo y pecador, no por eso deja de aprovechar y valer este sacrificio a aquellos por quien se ofrece, ni se disminuye nada de su valor y eficacia; porque Cristo es no sólo el sacrificio, sino el Sacerdote y Pontífice que le ofrece. Como la limosna que vos hacéis, aunque la enviéis por medio de un criado que sea malo y pecador, no por eso pierde nada de su virtud y mérito. 

Dice el Concilio Tridentino: El mismo sacrificio es éste que el que entonces se ofreció en la cruz, y el mismo es el que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdotes. Solamente está la diferencia, dice el Concilio, en que aquel que se ofreció en la cruz fue sacrificio cruento, que quiere decir sangriento, con derramamiento de sangre, porque Cristo era entonces pasible y mortal; y éste de la Misa es sacrificio incruento, que quiere decir sin derramamiento de sangre, porque ya Cristo está glorioso y resucitado, y así no puede Morir ni padecer (Rom., 6, 9). 

Dice el Concilio, y lo dicen los Evangelistas, que habiendo el Redentor del mundo de ser sacrificado y morir en la cruz para redimirnos, no quiso que se acabase allí el sacrificio, porque era Sacerdote para siempre; quiso que la Iglesia tuviese y le quedase su sacrificio. Y porque era Sacerdote según la orden de Melquisedec, el cual ofreció sacrificio de pan y vino, convenía que se nos quedase en sacrificio debajo de especies de pan y vino. Y así en la última cena (1 Cor., 11, 23), [en la noche en que había de ser traidoramente entregado, tomó el pan, y haciendo gracias, lo partió y se lo dio a sus discípulos]. Entonces, cuando los hombres trataban de darle la muerte, trataba Él de darles a ellos la vida. Quiso dejar a su esposa la Iglesia un sacrificio visible, como lo pide la naturaleza de los hombres, que no sólo representase y trajese a la memoria aquel sacrificio sangriento de la cruz, sino que tuviese la misma virtud y eficacia que aquél para perdonar pecados y aplacar a Dios y reconciliarse con Él, y que fuese en efecto el mismo sacrificio; y así consagró su cuerpo y sangre santísima debajo de especies de pan y vino, convirtiendo el pan en su cuerpo y el vino en su sangre; y debajo de aquellas especies se ofreció al Padre Eterno. Aquélla dicen los doctores que fue la primera Misa que se celebró en el mundo. Y entonces ordenó a sus discípulos sacerdotes del Nuevo Testamento, y les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que ofreciesen este sacrificio, diciendo (Lc., 22, 19): [Haced esto en memoria mía]. 429 

Por esta razón dicen algunos que la fiesta del Santísimo Sacramento es la mayor de cuantas la Iglesia celebra de Cristo nuestro Redentor, porque las demás solamente son memoria y representación, como la de la Encarnación, Natividad, Resurrección y Ascensión; no se hace entonces el Hijo de Dios hombre, ni nace, ni resucita, ni sube a los Cielos; pero esta fiesta no es solamente memoria y representación, sino que de nuevo viene y está Cristo debajo de aquellas especies sacramentales, cada vez que el sacerdote dice las palabras de la consagración; y de nuevo se ofrece cada día en la Misa el mismo sacrificio que se ofreció cuando Cristo nuestro Redentor murió por nosotros en la cruz. 

Consideremos aquí el amor grande de Cristo para con los hombres y lo mucho que le debemos; que no se contentó con ofrecerse una vez en la cruz por nuestros pecados, sino quiso quedarse acá en sacrificio, para que tengamos, no sólo una vez, sino muchas y cada día hasta el fin del mundo, un sacrificio agradable que ofrecer al Padre Eterno, y un presente tan grande y tan precioso que presentarle por nuestros pecados para aplacarle, que no puede ser mayor ni más precioso y agradable. ¿Qué fuera del pueblo cristiano si no tuviéramos este sacrificio con que aplacar a Dios? Ya estuviéramos como otra Sodoma y Gomorra (Isai.. 1, 9), y nos hubiera Dios asolado y destruido como nuestros pecados merecían. Este dice Santo Tomás que es el efecto propio del sacrificio, aplacar a Dios con él, conforme a aquello de San Pablo (Efes., 5, 2): [Se ofreció a Si mismo por nosotros a Dios en ofrenda y hostia de suavísimo olor]. Como cuando acá un hombre se aplaca y perdona la injuria que le han hecho, por algún servicio o presente que le hacen, así es tan acepto y tan agradable a Dios este sacrificio y presente que le hacemos, que basta para aplacarle, y para que podamos parecer delante de Él y que nos mire con ojos de piedad. 

Si el Viernes Santo, cuando fue crucificado el Redentor del mundo, os hallarais al pie de la cruz, y cayeran sobre vos aquellas gotas de su preciosa sangre, ¡qué consolación sintiera vuestra alma! ¡Qué esfuerzo tomaríais! ¡Qué esperanza tan cierta cobraríais de vuestra salvación! El ladrón, que en toda su vida no había sabido sino hurtar, cobró tan grande ánimo, que de ladrón se tornó santo, y de la cruz hizo paraíso. Pues el mismo Hijo de Dios, que entonces se ofreció en la cruz, Él mismo se ofrece ahora en la Misa por vos, y de tanto valor y eficacia es este sacrificio como aquél. Y así dice la Iglesia: [Cuantas veces se celebra la memoria de este sacrificio, se ejecuta la obra de nuestra redención]. Aquellos frutos grandes de aquel sacrificio sangriento manan y se nos comunican a nosotros por éste sin sangre.  

Es tan alto y soberano este sacrificio, que a sólo Dios se puede ofrecer. Y lo nota el Concilio Tridentino. Dice que aunque la Iglesia acostumbra a decir Misa en reverencia y memoria de los Santos, pero que no se ofrece este sacrificio de la Misa a los Santos. Y así no dice el sacerdote: Le ofrezco a San Pedro o a San Pablo; sino se ofrece a sólo Dios, dándole gracias por las victorias y coronas que dio a los Santos, e implorando su patrocinio, para que ellos intercedan por nosotros en el Cielo, pues nosotros los honramos y reverenciamos en la tierra. 

De manera que este divino misterio, no solamente es Sacramento como los demás, sino juntamente es sacrificio; y hay mucha diferencia entre estas dos razones, de sacramento y de sacrificio; porque el ser sacrificio consiste en que se ofrezca por medio del sacerdote en la Misa. Sentencia es muy recibida de los teólogos que la esencia de este sacrificio consiste en la consagración de entrambas especies, y que entonces se ofrece, cuando se acaban de consagrar. Así como en el punto que Cristo expiró, se acabó de hacer aquel sacrificio cruento, en que se ofreció al Padre Eterno por nosotros en la cruz, así en la Misa este sacrificio, que es verdadera representación de aquél, y es el mismo que aquél, se acaba esencialmente y se ofrece en el punto en que se acaban de decir las palabras de la consagración sobre el pan y sobre el vino, porque entonces está allí por virtud y fuerza de las palabras el cuerpo en la hostia y la sangre en el cáliz; y en aquella consagración de la sangre, que se hace en acabando de consagrar el cuerpo, se presenta al vivo el derramamiento de la sangre de Cristo y consiguientemente el apartamiento del ánima del cuerpo, que de ese derramamiento y apartamiento de la sangre del cuerpo se siguió. De manera, que por las palabras de la consagración se produce el sacrificio que se ofrece, y por ellas mismas se hace la oblación. Pero el ser sacramento, lo es siempre, después de consagrado, mientras duran las especies de pan; cuando está reservado en la custodia, cuando le llevan a los enfermos y cuando uno comulga; y no tiene entonces razón ni fuerza de sacrificio. 

Y hay otra diferencia, que en cuanto es sacramento, aprovecha al que lo recibe como los demás sacramentos, dándole gracia y los demás efectos propios suyos. Pero en cuanto es sacrificio, aprovecha no solamente al que lo recibe, sino también a otros por quien se ofrece. Y así nota el Concilio Tridentino que para estas dos cosas y por estas dos causas instituyó Cristo este divino misterio: la una, para que como sacramento fuese mantenimiento del alma, con el cual se pudiese conservar, restaurar y renovar la vida espiritual; la otra, para que la Iglesia tuviese un sacrificio perpetuo que ofrecer a Dios, para perdón y satisfacción de nuestros pecados, para remedio de nuestras necesidades, en recompensa y agradecimiento de los beneficios recibidos, y para impetrar y alcanzar nuevas gracias y mercedes del Señor. Y no solamente para remedio y alivio de los vivos, sino también de los difuntos que mueren en gracia y están en purgatorio: a todos aprovecha este sacrificio. 

Y hay aquí una cosa de gran consuelo, que así como el sacerdote, cuando dice Misa, ofrece este sacrificio por sí y por otros, así también todos los que la están oyendo ofrecen juntamente con él este sacrificio por sí y por otros. Así como cuando un pueblo ofrece un presente a su señor, vienen tres o cuatro hombres, y habla uno solo con él, pero todos traen el presente y todos le ofrecen; así acá, aunque sólo el sacerdote habla y con sus manos ofrece este sacrificio, pero por manos del sacerdote ofrecen todos. Verdad es que hay diferencia, porque en el ejemplo que traemos, aunque escogen uno que hable, pero cualquiera de los otros podía hacer aquello; y en la Misa no: porque sólo el sacerdote, que está escogido de Dios para ello puede consagrar y hacer lo que se hace en la Misa; pero todos los demás que sirven o asisten a ella, ofrecen también aquel sacrificio. Y así lo dice el mismo sacerdote en la Misa: Rogad, hermanos, a Dios, que mi sacrificio y vuestro sea acepto y agradable a Dios todopoderoso; y en el Canon dice: [Por los cuales te ofrecemos, o ellos te ofrecen.] Lo cual debería poner mucha codicia a todos de oír y ayudar las Misas: y lo declararemos más en el capítulo siguiente. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez