Novena de preparación a la festividad de Santa Rosa de Lima, celestial patrona del Perú, América y Filipinas. Ofrecemos la vida extraordinaria de esta virgen limeña, que fue la primera flor de santidad que dio el vergel del Nuevo Mundo sembrado por España con las semillas de nuestra santa religión católica. También publicamos su novena y unas letanías para uso privado consistentes en 31 invocaciones en memoria de los 31 años que vivió sobre la Tierra.
Isabel Flores de Oliva nació el 30 de abril de 1586, en la festividad de santa Catalina de Siena, a la que profesaría a lo largo de su vida una gran devoción. Fueron sus padres el capitán de arcabuceros Gaspar Flores, natural de Puerto Rico e hijo de españoles “cristianos viejos”, y la limeña María de Oliva, también criolla o acaso con algún grado de mestizaje. Era la cuarta de los diez vástagos del matrimonio que sobrevivieron a la infancia (otros tres nacieron muertos o murieron muy pequeños). Se la bautizó con el nombre de su abuela Isabel de Herrera, pero pronto se la comenzó a llamar Rosa por haberla visto en la cuna las que la cuidaban con el rostro bellísimo y encarnado como esta flor.
Era una niña muy hermosa y de rubios cabellos, de los cuales se preciaba y que cuidaba con esmero. Cuando tenía cinco años, jugando con su hermano Hernando, éste se los ensució, lo cual provocó el enojo de Rosa, que se oyó decir: “Si te preocupas por tus cabellos, que sepas que por ellos van muchas almas al infierno”. Estas palabras resonaron en su alma como un trueno y desde entonces formó la resolución de apartarse de las vanidades del mundo y de hacer vida de penitencia, formulando voto de perpetua virginidad. Ayudaba en las labores domésticas a su madre y a las criadas, pues la situación económica del hogar de los Flores de Oliva era más bien modesta. Vivían en una casa grande con huerto, a espaldas del hospital del Espíritu Santo “para mareantes” y con fachada que daba al río Rímac.
Rosa había sido instruida en el catecismo por su abuela Isabel y tuvo el ejemplo próximo de su hermana Bernardina, cinco años mayor que ella y joven de extraordinaria piedad. Estas dos mujeres influyeron decisivamente en su formación y a ambas las perdería en su juventud. Era muy fervorosa y aprendió a rezar por medio de jaculatorias que podía repetir día y noche, incluso cuando se hallaba enfrascada en la costura, en la que era muy hábil. Su invocación preferida -y que ella misma compuso- era: "Jesús sea bendito y sea con mi alma. Amén" y la interiorizó de tal modo que hasta durmiendo la decía. Siendo de siete años decidió que en adelante la llamasen sólo Rosa como quería su madre, al cual nombre añadió el apelativo de Santa María. Cuando tuvo 10 años hizo voto de ayunar a pan y agua todos los miércoles, viernes y sábados, días tradicionales de penitencia.
En 1596, su padre dejó la plaza de arcabucero y aceptó la administración de un obraje en el poblado indígena de Quives, en la serranía de Lima, camino de Canta. Allí se trasladó por cuatro años con toda su familia. En febrero de 1598 pasó por el lugar el santo arzobispo Toribio de Mogrovejo, en el curso de una de sus grandes visitas pastorales a su inmensa arquidiócesis limense, administrando el sacramento de la confirmación a los niños lugar, entre ellos a Rosa, que contaba casi doce años y que tomó entonces el nombre que le era tan querido de Rosa de Santa María. Tuvo por padrino al clérigo Francisco González, doctrinero de Quives. Fue poco después de este episodio cuando murió su amada hermana Bernardina, que había sido confirmada con ella, siendo enterrada en el pueblo. También fue por esta época cuando, entregada a la oración mental, descubrió la oración de unión, entrando así Rosa en la vivencia mística que ya no la abandonaría nunca.
Volvió a Lima convertida en lo que en la época se llamaba "doncella". A pesar de los ayunos y penitencias a los que se entregaba, conservaba una belleza que se hacía notar y comenzaron a acercarse los pretendientes, con la natural complacencia de su madre que la quería bien casada. Rosa era una joven hacendosa y diligente, con un gran sentido de la economía y una afición típicamente limeña a la cocina. Preparaba para los demás viandas apetitosas, de las que se privaba por espíritu de sacrificio. Pero no se sentía de ningún modo inclinada al matrimonio y tenía siempre presente el voto que de niña había hecho a Dios. Sus abstinencias y ayunos desesperaban a su progenitora, que la castigaba con dureza para apartarla de tales prácticas que juzgaba dañinas para su salud y poco propicias para hallar marido. Cuando le iban a presentar a algún muchacho, afeaba su rostro frotándoselo con guindillas o entumeciéndoselo mediante lavados con agua muy fría.
Tendía a la vida anacorética, por lo cual nunca salía de casa de sus padres para pasear o asistir a festejos, sino tan sólo para ir a misa y confesarse en la vecina iglesia de los Dominicos. Gozando de aposento propio con sus enseres, construyó dentro de él, con tabiques de madera, un cubículo estrecho al que llamaba su “celdita” y donde se recogía en oración. Su madre, al ver su comportamiento, acabó por comprender que Rosa era especial y diferente de las otras jóvenes. No es que estuviera loca, pero sí era rara, así que desistió de su porfía por que conociera y tratara a varones que pudieran desposarla y la dejó hacer, aunque siempre controlando que no se pasase en sus penitencias, que fueron muchas. Quería vivir como religiosa y quiso vestir el hábito de las clarisas, que llevó desde 1603 hasta que tomó el de terciaria dominica tres años más tarde. La devoción hacia el sayal pardo franciscano persistiría en ella al llevarlo como túnica en lugar de camisa bajo el hábito de santa Catalina hasta su muerte.
En realidad, Rosa había creído tener vocación de monja y quiso ingresar en el recién fundado monasterio de Santa Clara, para lo cual contó con el apoyo de doña María de Quiñones, sobrina del arzobispo Mogrovejo, pero María de Oliva se oponía a que su hija profesase en el claustro. Ésta encomendó el asunto a la Santísima Virgen pidiéndole su bendición para partir, pero estando postrada ante su imagen en la iglesia del Rosario, sintió de pronto todo su cuerpo inmovilizado y como tullido y así permaneció hasta que le vino el pensamiento que quizás no era voluntad de Dios que en ese momento se hiciese monja. Ella atendía en casa a sus mayores, especialmente a su abuela tullida y a su padre, ya anciano y frecuentemente enfermo. También su madre, a quien empezaban a fallarle las fuerzas, la necesitaba para ayudarle en la educación de sus hermanos menores. Rosa pensó entonces que entraría en el monasterio más tarde, cuando Dios le diera una señal inequívoca, y siguió inclinada hacia la orden clarisa.
Estando un día bordando con otras jóvenes, apareció una paloma blanca que voló a sus pies y subió hasta sus pechos, deteniéndose en el lado izquierdo donde dibujó con el pico un corazón blanco, hecho que fue interpretado por Rosa como la voluntad de Dios de que se hiciese beata dominica. Así pues, el 10 de agosto de 1606, a los 20 años de edad, le fue impuesto el hábito (saya y escapulario blanco y manto negro) de terciaria por fray Juan Alonso Velásquez en el convento de los dominicos. A partir de ese día observó escrupulosamente las constituciones de la Orden de Santo Domingo, teniendo dada obediencia a un fraile de la iglesia del Rosario. Siendo terciaria, Rosa era como una religiosa pero podía seguir viviendo en su casa. Ello no impidió que siguiera considerando la idea de hacerse monja en un futuro. Bajo el hábito vistió el cilicio, una especie de vestidura áspera hecha de cerdas de buey o de caballo que bajaba desde los hombros hasta por debajo de las rodillas usada para mortificación de los sentidos. Lo llevó la mayor parte de su vida.
Desde niña fue Rosa dada a la penitencia. Ayunaba, como sabemos, tres veces por semana y evitaba la carne en virtud de un voto condicional que hizo a los quince años de no comerla a menos que se lo estorbasen su madre, sus médicos o sus confesores. A veces se pasaba días enteros sin comer y hubo una cuaresma en la que se alimentó sólo de pepitas de naranja y hiel. Su mayor problema en este aspecto consistía en que la mesa de su casa siempre estaba bien provista y la madre era muy exigente en materia de comidas. Rosa, la mayor parte de las veces, hacía como que comía, repartiendo sus raciones entre sus hermanos menores, lo cual encendía la ira de su progenitora. No era una persona inapetente, sino que se sentaba a la mesa y se mortificaba privándose, por amor de Dios, de platos que hubiera comido seguramente de buena gana. Su bebida habitual era el agua y ésta entibiada para mayor penitencia. Ocasionalmente bebía gazpachos, chocolate o yerba del Paraguay (mate). Los viernes, para imitar a Nuestro Señor sobre la Cruz, tomaba hiel. Lo extraordinario es que, a pesar de tantas privaciones, siempre mostraba un semblante lleno y rozagante, hasta el punto que, una vez, al verla en la iglesia por Pascua, un caballero no pudo por menos de exclamar con ironía: “¡Qué mortificada sale la monja de esta Cuaresma!”.
Rosa dormía sólo dos horas cada día y lo hacía en camas que parecían más objetos de tortura que instrumentos de descanso. La primera que tuvo estaba hecha de troncos, pero desiguales, de manera que el cuerpo yacía en ella como descoyuntado. En la parte alta había un hueco en el que encajaba la cabeza. La segunda cama la hizo fabricar de tejas: era una especie de barbacoa hecha de cañas gruesas en cuyas junturas insertó trozos de tejas, tiestos o botijos de arcilla, lo cual provocaba que acostarse en ella fuera un verdadero suplicio. La almohada era un adobe o una piedra. Su madre le ordenó cambiarla por una hecha de lana embutida en tela. Para cumplir con la obediencia y al mismo tiempo con su deseo de penitencia, Rosa embutió de tal manera la lana que la almohada resultante era tan dura como la primera. La cama de tejas era tan dolorosa que, a veces, la rehuía y dormía sentada en una silla. Para evitar dormirse más de la cuenta, ataba sus cabellos a un clavo a cierta altura de la pared, de modo que si se recostaba vencida por el sueño, los cabellos tiraban de su cabeza y debía volver a su posición erguida.
Otras penitencias consistían en: ponerse guantes de piel de buitre (que le dejaba las manos en carne viva), darse disciplina con unos latiguillos de hilos a los que estaban atados garfios y aplicarse cilicios de metal en brazos y piernas. También entretejió una corona de púas a imitación de la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo, que se la ponía bajo las tocas y sujetaba con una cintas, de las que tiraba para procurarse más dolor. Es famosa asimismo la cadena de la que ciñó su cintura y que cerró mediante un candado, cuya llave dio a su confesor en custodia para no tener que quitársela por propia voluntad. El hierro de la cadena penetró en sus carnes, causándole una gran infección que motivó que sus confesores le mandasen quitársela. Al hacerlo, la criada que la ayudó a abrir la cadena dio fe que se hallaba mojada, sin duda por la sangre de Rosa, lo que no pudo saber con certeza por ser de noche. La verdad es que, como dijo su confesor y biógrafo fray Pedro de Loayza, “no hay santa en el cielo más grande en penitencia que sor Rosa de Santa María”.
Rosa amaba la naturaleza y pasaba muchas horas en el jardín de casa de sus padres, dedicada a alabar a Dios con su música (sabía cantar y tañer algunos instrumentos) y a contemplar las maravillas de su creación. Era muy delicada con las demás criaturas, incluso con las más molestas, como los mosquitos, a los que, cual otro san Francisco de Asís, aleccionaba para que honrasen a su Hacedor. En este huerto construyó una ermita de adobes (que aún puede verse en el hoy monasterio de Santa Rosa de los Padres), donde se recluía para huir de las visitas y darse penitencia. Cada vez que salía al huerto para ir a su ermita hablaba con los árboles para que también ellos dieran gloria a Dios y éstos le respondían agitando sus ramas. Allí tuvo lugar el milagro de las clavellinas: un día que era la fiesta de santa Catalina de Siena, no hallando flor alguna para engalanar su altar, Rosa rezó en su interior y al punto brotó una hermosa vara con tres claveles. También se fabricó una pesada cruz de madera, con la que recorría las estaciones del Vía Crucis alrededor del huerto.
No se crea, sin embargo, que Rosa descuidaba sus deberes de estado por darse a las prácticas piadosas. Era muy aplicada en las labores domésticas, y muy hábil en las labores manuales. Con éstas ayudaba al sustento de su casa y le quedaba, además, para hacer sus caridades. En el vecino hospital del Espíritu Santo acudía a los pacientes. Pero también cuidaba de los indios y negros enfermos, especialmente los que servían en su casa, a los que trataba con exquisita misericordia. Ella misma preparaba sus remedios muchas veces y se hacía con medicinas compradas de su peculio. Confiaba en la acción benéfica del Niño Jesús, al que llamaba su “Doctorcito”. Tuvo especial deferencia hacia los esclavos negros por no haber todavía en este tiempo un hospital para ellos, que a menudo morían descuidados y en medio del abandono. Todos concordaban en que Rosa era de una gran caridad y amor para con el prójimo. Pero, además, se ocupaba de su bien espiritual, y cuando sabía que alguno de sus enfermos estaba en pecado mortal al punto procuraba sacarle de ese estado, llevándole al arrepentimiento y a la confesión.
La vida espiritual de Rosa fue un itinerario místico de los más sorprendentes. Vivía constantemente en la presencia de Dios y experimentaba grandes arrobamientos, pero también era atormentada por momentos de terrible sequedad espiritual, en los que llegaba a sentir un total vacío y ausencia divina. Éstos eran para ella peor que los tormentos del infierno y la desconsolaban indeciblemente. Sin embargo, servían para templar y fraguar su alma extraordinaria. Como su patrona santa Catalina de Siena, se desposó místicamente con Jesucristo. Un día, se le apareció en forma de Niño junto a su Santísima Madre, y le dijo: “Rosa de mi Corazón, sé mi esposa” . En fe de ello se hizo fabricar una sortija nupcial que llevó hasta el lecho de muerte. El espíritu poético de ella la llevaba a deliquios muy humanos, como la siguiente redondilla, muy del gusto de la época:
Isabel Flores de Oliva nació el 30 de abril de 1586, en la festividad de santa Catalina de Siena, a la que profesaría a lo largo de su vida una gran devoción. Fueron sus padres el capitán de arcabuceros Gaspar Flores, natural de Puerto Rico e hijo de españoles “cristianos viejos”, y la limeña María de Oliva, también criolla o acaso con algún grado de mestizaje. Era la cuarta de los diez vástagos del matrimonio que sobrevivieron a la infancia (otros tres nacieron muertos o murieron muy pequeños). Se la bautizó con el nombre de su abuela Isabel de Herrera, pero pronto se la comenzó a llamar Rosa por haberla visto en la cuna las que la cuidaban con el rostro bellísimo y encarnado como esta flor.
Era una niña muy hermosa y de rubios cabellos, de los cuales se preciaba y que cuidaba con esmero. Cuando tenía cinco años, jugando con su hermano Hernando, éste se los ensució, lo cual provocó el enojo de Rosa, que se oyó decir: “Si te preocupas por tus cabellos, que sepas que por ellos van muchas almas al infierno”. Estas palabras resonaron en su alma como un trueno y desde entonces formó la resolución de apartarse de las vanidades del mundo y de hacer vida de penitencia, formulando voto de perpetua virginidad. Ayudaba en las labores domésticas a su madre y a las criadas, pues la situación económica del hogar de los Flores de Oliva era más bien modesta. Vivían en una casa grande con huerto, a espaldas del hospital del Espíritu Santo “para mareantes” y con fachada que daba al río Rímac.
Rosa había sido instruida en el catecismo por su abuela Isabel y tuvo el ejemplo próximo de su hermana Bernardina, cinco años mayor que ella y joven de extraordinaria piedad. Estas dos mujeres influyeron decisivamente en su formación y a ambas las perdería en su juventud. Era muy fervorosa y aprendió a rezar por medio de jaculatorias que podía repetir día y noche, incluso cuando se hallaba enfrascada en la costura, en la que era muy hábil. Su invocación preferida -y que ella misma compuso- era: "Jesús sea bendito y sea con mi alma. Amén" y la interiorizó de tal modo que hasta durmiendo la decía. Siendo de siete años decidió que en adelante la llamasen sólo Rosa como quería su madre, al cual nombre añadió el apelativo de Santa María. Cuando tuvo 10 años hizo voto de ayunar a pan y agua todos los miércoles, viernes y sábados, días tradicionales de penitencia.
En 1596, su padre dejó la plaza de arcabucero y aceptó la administración de un obraje en el poblado indígena de Quives, en la serranía de Lima, camino de Canta. Allí se trasladó por cuatro años con toda su familia. En febrero de 1598 pasó por el lugar el santo arzobispo Toribio de Mogrovejo, en el curso de una de sus grandes visitas pastorales a su inmensa arquidiócesis limense, administrando el sacramento de la confirmación a los niños lugar, entre ellos a Rosa, que contaba casi doce años y que tomó entonces el nombre que le era tan querido de Rosa de Santa María. Tuvo por padrino al clérigo Francisco González, doctrinero de Quives. Fue poco después de este episodio cuando murió su amada hermana Bernardina, que había sido confirmada con ella, siendo enterrada en el pueblo. También fue por esta época cuando, entregada a la oración mental, descubrió la oración de unión, entrando así Rosa en la vivencia mística que ya no la abandonaría nunca.
Volvió a Lima convertida en lo que en la época se llamaba "doncella". A pesar de los ayunos y penitencias a los que se entregaba, conservaba una belleza que se hacía notar y comenzaron a acercarse los pretendientes, con la natural complacencia de su madre que la quería bien casada. Rosa era una joven hacendosa y diligente, con un gran sentido de la economía y una afición típicamente limeña a la cocina. Preparaba para los demás viandas apetitosas, de las que se privaba por espíritu de sacrificio. Pero no se sentía de ningún modo inclinada al matrimonio y tenía siempre presente el voto que de niña había hecho a Dios. Sus abstinencias y ayunos desesperaban a su progenitora, que la castigaba con dureza para apartarla de tales prácticas que juzgaba dañinas para su salud y poco propicias para hallar marido. Cuando le iban a presentar a algún muchacho, afeaba su rostro frotándoselo con guindillas o entumeciéndoselo mediante lavados con agua muy fría.
Tendía a la vida anacorética, por lo cual nunca salía de casa de sus padres para pasear o asistir a festejos, sino tan sólo para ir a misa y confesarse en la vecina iglesia de los Dominicos. Gozando de aposento propio con sus enseres, construyó dentro de él, con tabiques de madera, un cubículo estrecho al que llamaba su “celdita” y donde se recogía en oración. Su madre, al ver su comportamiento, acabó por comprender que Rosa era especial y diferente de las otras jóvenes. No es que estuviera loca, pero sí era rara, así que desistió de su porfía por que conociera y tratara a varones que pudieran desposarla y la dejó hacer, aunque siempre controlando que no se pasase en sus penitencias, que fueron muchas. Quería vivir como religiosa y quiso vestir el hábito de las clarisas, que llevó desde 1603 hasta que tomó el de terciaria dominica tres años más tarde. La devoción hacia el sayal pardo franciscano persistiría en ella al llevarlo como túnica en lugar de camisa bajo el hábito de santa Catalina hasta su muerte.
En realidad, Rosa había creído tener vocación de monja y quiso ingresar en el recién fundado monasterio de Santa Clara, para lo cual contó con el apoyo de doña María de Quiñones, sobrina del arzobispo Mogrovejo, pero María de Oliva se oponía a que su hija profesase en el claustro. Ésta encomendó el asunto a la Santísima Virgen pidiéndole su bendición para partir, pero estando postrada ante su imagen en la iglesia del Rosario, sintió de pronto todo su cuerpo inmovilizado y como tullido y así permaneció hasta que le vino el pensamiento que quizás no era voluntad de Dios que en ese momento se hiciese monja. Ella atendía en casa a sus mayores, especialmente a su abuela tullida y a su padre, ya anciano y frecuentemente enfermo. También su madre, a quien empezaban a fallarle las fuerzas, la necesitaba para ayudarle en la educación de sus hermanos menores. Rosa pensó entonces que entraría en el monasterio más tarde, cuando Dios le diera una señal inequívoca, y siguió inclinada hacia la orden clarisa.
Estando un día bordando con otras jóvenes, apareció una paloma blanca que voló a sus pies y subió hasta sus pechos, deteniéndose en el lado izquierdo donde dibujó con el pico un corazón blanco, hecho que fue interpretado por Rosa como la voluntad de Dios de que se hiciese beata dominica. Así pues, el 10 de agosto de 1606, a los 20 años de edad, le fue impuesto el hábito (saya y escapulario blanco y manto negro) de terciaria por fray Juan Alonso Velásquez en el convento de los dominicos. A partir de ese día observó escrupulosamente las constituciones de la Orden de Santo Domingo, teniendo dada obediencia a un fraile de la iglesia del Rosario. Siendo terciaria, Rosa era como una religiosa pero podía seguir viviendo en su casa. Ello no impidió que siguiera considerando la idea de hacerse monja en un futuro. Bajo el hábito vistió el cilicio, una especie de vestidura áspera hecha de cerdas de buey o de caballo que bajaba desde los hombros hasta por debajo de las rodillas usada para mortificación de los sentidos. Lo llevó la mayor parte de su vida.
Desde niña fue Rosa dada a la penitencia. Ayunaba, como sabemos, tres veces por semana y evitaba la carne en virtud de un voto condicional que hizo a los quince años de no comerla a menos que se lo estorbasen su madre, sus médicos o sus confesores. A veces se pasaba días enteros sin comer y hubo una cuaresma en la que se alimentó sólo de pepitas de naranja y hiel. Su mayor problema en este aspecto consistía en que la mesa de su casa siempre estaba bien provista y la madre era muy exigente en materia de comidas. Rosa, la mayor parte de las veces, hacía como que comía, repartiendo sus raciones entre sus hermanos menores, lo cual encendía la ira de su progenitora. No era una persona inapetente, sino que se sentaba a la mesa y se mortificaba privándose, por amor de Dios, de platos que hubiera comido seguramente de buena gana. Su bebida habitual era el agua y ésta entibiada para mayor penitencia. Ocasionalmente bebía gazpachos, chocolate o yerba del Paraguay (mate). Los viernes, para imitar a Nuestro Señor sobre la Cruz, tomaba hiel. Lo extraordinario es que, a pesar de tantas privaciones, siempre mostraba un semblante lleno y rozagante, hasta el punto que, una vez, al verla en la iglesia por Pascua, un caballero no pudo por menos de exclamar con ironía: “¡Qué mortificada sale la monja de esta Cuaresma!”.
Rosa dormía sólo dos horas cada día y lo hacía en camas que parecían más objetos de tortura que instrumentos de descanso. La primera que tuvo estaba hecha de troncos, pero desiguales, de manera que el cuerpo yacía en ella como descoyuntado. En la parte alta había un hueco en el que encajaba la cabeza. La segunda cama la hizo fabricar de tejas: era una especie de barbacoa hecha de cañas gruesas en cuyas junturas insertó trozos de tejas, tiestos o botijos de arcilla, lo cual provocaba que acostarse en ella fuera un verdadero suplicio. La almohada era un adobe o una piedra. Su madre le ordenó cambiarla por una hecha de lana embutida en tela. Para cumplir con la obediencia y al mismo tiempo con su deseo de penitencia, Rosa embutió de tal manera la lana que la almohada resultante era tan dura como la primera. La cama de tejas era tan dolorosa que, a veces, la rehuía y dormía sentada en una silla. Para evitar dormirse más de la cuenta, ataba sus cabellos a un clavo a cierta altura de la pared, de modo que si se recostaba vencida por el sueño, los cabellos tiraban de su cabeza y debía volver a su posición erguida.
Otras penitencias consistían en: ponerse guantes de piel de buitre (que le dejaba las manos en carne viva), darse disciplina con unos latiguillos de hilos a los que estaban atados garfios y aplicarse cilicios de metal en brazos y piernas. También entretejió una corona de púas a imitación de la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo, que se la ponía bajo las tocas y sujetaba con una cintas, de las que tiraba para procurarse más dolor. Es famosa asimismo la cadena de la que ciñó su cintura y que cerró mediante un candado, cuya llave dio a su confesor en custodia para no tener que quitársela por propia voluntad. El hierro de la cadena penetró en sus carnes, causándole una gran infección que motivó que sus confesores le mandasen quitársela. Al hacerlo, la criada que la ayudó a abrir la cadena dio fe que se hallaba mojada, sin duda por la sangre de Rosa, lo que no pudo saber con certeza por ser de noche. La verdad es que, como dijo su confesor y biógrafo fray Pedro de Loayza, “no hay santa en el cielo más grande en penitencia que sor Rosa de Santa María”.
Rosa amaba la naturaleza y pasaba muchas horas en el jardín de casa de sus padres, dedicada a alabar a Dios con su música (sabía cantar y tañer algunos instrumentos) y a contemplar las maravillas de su creación. Era muy delicada con las demás criaturas, incluso con las más molestas, como los mosquitos, a los que, cual otro san Francisco de Asís, aleccionaba para que honrasen a su Hacedor. En este huerto construyó una ermita de adobes (que aún puede verse en el hoy monasterio de Santa Rosa de los Padres), donde se recluía para huir de las visitas y darse penitencia. Cada vez que salía al huerto para ir a su ermita hablaba con los árboles para que también ellos dieran gloria a Dios y éstos le respondían agitando sus ramas. Allí tuvo lugar el milagro de las clavellinas: un día que era la fiesta de santa Catalina de Siena, no hallando flor alguna para engalanar su altar, Rosa rezó en su interior y al punto brotó una hermosa vara con tres claveles. También se fabricó una pesada cruz de madera, con la que recorría las estaciones del Vía Crucis alrededor del huerto.
No se crea, sin embargo, que Rosa descuidaba sus deberes de estado por darse a las prácticas piadosas. Era muy aplicada en las labores domésticas, y muy hábil en las labores manuales. Con éstas ayudaba al sustento de su casa y le quedaba, además, para hacer sus caridades. En el vecino hospital del Espíritu Santo acudía a los pacientes. Pero también cuidaba de los indios y negros enfermos, especialmente los que servían en su casa, a los que trataba con exquisita misericordia. Ella misma preparaba sus remedios muchas veces y se hacía con medicinas compradas de su peculio. Confiaba en la acción benéfica del Niño Jesús, al que llamaba su “Doctorcito”. Tuvo especial deferencia hacia los esclavos negros por no haber todavía en este tiempo un hospital para ellos, que a menudo morían descuidados y en medio del abandono. Todos concordaban en que Rosa era de una gran caridad y amor para con el prójimo. Pero, además, se ocupaba de su bien espiritual, y cuando sabía que alguno de sus enfermos estaba en pecado mortal al punto procuraba sacarle de ese estado, llevándole al arrepentimiento y a la confesión.
La vida espiritual de Rosa fue un itinerario místico de los más sorprendentes. Vivía constantemente en la presencia de Dios y experimentaba grandes arrobamientos, pero también era atormentada por momentos de terrible sequedad espiritual, en los que llegaba a sentir un total vacío y ausencia divina. Éstos eran para ella peor que los tormentos del infierno y la desconsolaban indeciblemente. Sin embargo, servían para templar y fraguar su alma extraordinaria. Como su patrona santa Catalina de Siena, se desposó místicamente con Jesucristo. Un día, se le apareció en forma de Niño junto a su Santísima Madre, y le dijo: “Rosa de mi Corazón, sé mi esposa” . En fe de ello se hizo fabricar una sortija nupcial que llevó hasta el lecho de muerte. El espíritu poético de ella la llevaba a deliquios muy humanos, como la siguiente redondilla, muy del gusto de la época:
Las doce han dado
Y mi Jesús no viene.
¿Quién será la dichosa
Que lo entretiene?
Y mi Jesús no viene.
¿Quién será la dichosa
Que lo entretiene?
En 1614, la salud de Rosa era muy precaria, por lo que unos amigos que había conocido en medio de sus correrías caritativas, se constituyeron en sus protectores y la acogieron de huésped en su casa con el asentimiento de su madre. Se trataba del contador del Tribunal de la Santa Cruzada de Lima don Gonzalo de la Maza y Sáenz Hermoza y su mujer doña María de Usátegui y Rivera, ambos peninsulares y sobre los cincuenta años de edad. Tenían casa en el otro extremo de la Ciudad de los Reyes (hoy monasterio de Santa Rosa de las Monjas). En ella Rosa llevó una vida de gran serenidad en medio de sus ayunos y penitencias, siendo la admiración de todos por lo recatado y modesto de su continente. Obedecía a sus tutores como a sus propios padres y ellos la consideraban como una hija, a la que querían y auxiliaban en sus molestias físicas y enfermedades, que se fueron agudizando, especialmente el “mal de ijada”, las cefaleas, la podagra (gota) y el entumecimiento, que llegaban a paralizar a Rosa. No por ello dejó sus mortificaciones y, cuando se esparció la nueva de la amenaza de los corsarios holandeses frente al Callao y el temor de las profanaciones de esos herejes, se dio tal disciplina pidiendo a Dios que librase de ellos a Lima, que casi se mató de los azotes. El hecho es que el ataque de los corsarios no se produjo y se marcharon.
Como queda dicho, Rosa nunca abandonó el deseo de profesar como monja. Abandonada la idea de hacerlo en la segunda orden de san Francisco, formó el proyectó de fundar ella misma un monasterio dominico dedicado a santa Catalina de Siena, para lo cual pidió la intervención de don Gonzalo de la Maza y del provincial dominico ante los superiores de la Orden y el Consejo de Indias. La respuesta no llegó de España, pero sí de los frailes de Lima, que le dijeron que, de acuerdo a las constituciones, no era posible tal fundación. Rosa quedó frustrada, pero con la convicción íntima que el monasterio se acabaría fundando (y de hecho fue así, en 1624). Conformándose a la voluntad de Dios manifestada por medio de sus superiores, siguió venerando en santa Catalina a su modelo y, como ella, se santificó en el mundo sin ser del mundo, como terciaria de la orden del Padre santo Domingo. Muchas almas piadosas y jóvenes quedaron muy edificadas por su ejemplo y algunas entraron en religión gracias a ella.
La vida de Rosa llegaba a su fin. El 1º de agosto de 1617, estando en casa de sus protectores, antes de medianoche empezó a quejarse de graves dolores, sin haber tenido síntomas previos. Le asaltó una terrible jaqueca y comenzó a manifestarse el mal de costado. Rosa no sabía cómo explicar a los galenos lo que le pasaba, por lo que llamaron a su padre espiritual fray Juan de Lorenzana para que le hiciera declarar sus padecimientos. El 13 de agosto se presentó un cuadro de hemiplejia y a partir de allí empezó un empeoramiento irreversible. Gota, calenturas, neumonía. Sus padres fueron a visitarla y comprobaron que lo que estaban haciendo era despedirse de su hija, pues se moría a ojos vista. El 21 de agosto recibió la extremaunción muy devotamente, pero en medio de terribles padecimientos. Uno de sus últimos gestos fue el de entregar el anillo de sus desposorios místicos a Micaela de la Maza, hija del contador. El día 23, víspera de san Bartolomé, recibió la última visita de su confesor fray Juan de Lorenzana que le impartió la bendición in articulo mortis. A continuación pidió la de don Gonzalo de la Maza y doña María de Usátegui, que le habían hecho de padres. Después, hubo un desfile de todos los de la casa para recibir la de la moribunda. Rosa mandó llamar a todos los negros y negras esclavos de la casa y, pidiéndoles perdón si les había alguna vez ofendido, los bendijo con gran amor.
En la madrugada del día 24, estando su hermano Hernando con ella, Rosa de Santa María expiró a consecuencia de un paro cardíaco. La expresión que quedó en su rostro fue la de una gran serenidad, reflejada por el retrato que le hizo, de cuerpo presente, el pintor manierista Medoro Angelino. Los sollozos de los circunstantes se trocaron en alborozo al recordar que Rosa había pedido que a su muerte no se apenaran, sino que mostraran su júbilo. La noticia de su deceso corrió veloz por Lima y acudieron gentes de toda condición a velarla. Fue amortajada con el hábito dominico y su cadáver llevado a duras penas a la iglesia del Rosario, debido a la afluencia de personas que porfiaban por obtener alguna reliquia de la santa. El 25 de agosto fue la solemne misa pontifical de exequias con asistencia del arzobispo limense, Bartolomé Lobo Guerrero, y Pedro de Valencia, obispo de Guatemala, electo para La Paz. También estaban presentes el virrey del Perú, príncipe de Esquilache, los cabildos municipal y catedralicio y los representantes de las órdenes religiosas. Tal era el concurso de fieles ávidos de tocar el cuerpo de Rosa que los dominicos decidieron aprovechar la pausa de la comida para enterrarlo rápidamente en secreto.
La fama de santidad de Rosa de Lima fue unánime y su proceso de beatificación pudo incoarse con una relativa rapidez si consideramos lo que duraban los trámites de la época debido a lo lento de las comunicaciones. Ella muere en 1617 y cincuenta y cuatro años después es ya santa, la primera de las Indias. Las etapas son las siguientes: entre el 1º de septiembre de 1617 y el 7 de abril de 1618 tuvo lugar en Lima el proceso ordinario; el apostólico, entre mayo de 1630 y mayo de 1632, también en Lima; el papa Clemente IX la beatificó el 12 de marzo de 1668, y su sucesor Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671. Se cuenta una anécdota (que trae Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas) según la cual Clemente IX se mostraba escéptico ante proceso de beatificación de una mujer de lejanas tierras y quiso dar carpetazo exclamando: “¿Santa y limeña? ¡Tanto se me da una lluvia de rosas!”. Y en ese momento cayeron sobre la mesa del despacho papal pétalos de rosa, dejando al pontífice maravillado y trocando su incredulidad en entusiasmo, tal que no sólo beatificó a Rosa, sino que estableció en su testamento un legado para erigirle un altar en Pistoya, la ciudad natal del papa Rospigliosi. La fiesta de la virgen limeña se estableció el 30 de agosto. Con los cambios del calendario de 1969, se trasladó al 23 de agosto, pero la costumbre inveterada del Perú y de América, hizo que Pablo VI concediera que en los países de los que es patrona se siga celebrando en la fecha original, que es la que se observa también en el rito romano clásico.
Como queda dicho, Rosa nunca abandonó el deseo de profesar como monja. Abandonada la idea de hacerlo en la segunda orden de san Francisco, formó el proyectó de fundar ella misma un monasterio dominico dedicado a santa Catalina de Siena, para lo cual pidió la intervención de don Gonzalo de la Maza y del provincial dominico ante los superiores de la Orden y el Consejo de Indias. La respuesta no llegó de España, pero sí de los frailes de Lima, que le dijeron que, de acuerdo a las constituciones, no era posible tal fundación. Rosa quedó frustrada, pero con la convicción íntima que el monasterio se acabaría fundando (y de hecho fue así, en 1624). Conformándose a la voluntad de Dios manifestada por medio de sus superiores, siguió venerando en santa Catalina a su modelo y, como ella, se santificó en el mundo sin ser del mundo, como terciaria de la orden del Padre santo Domingo. Muchas almas piadosas y jóvenes quedaron muy edificadas por su ejemplo y algunas entraron en religión gracias a ella.
La vida de Rosa llegaba a su fin. El 1º de agosto de 1617, estando en casa de sus protectores, antes de medianoche empezó a quejarse de graves dolores, sin haber tenido síntomas previos. Le asaltó una terrible jaqueca y comenzó a manifestarse el mal de costado. Rosa no sabía cómo explicar a los galenos lo que le pasaba, por lo que llamaron a su padre espiritual fray Juan de Lorenzana para que le hiciera declarar sus padecimientos. El 13 de agosto se presentó un cuadro de hemiplejia y a partir de allí empezó un empeoramiento irreversible. Gota, calenturas, neumonía. Sus padres fueron a visitarla y comprobaron que lo que estaban haciendo era despedirse de su hija, pues se moría a ojos vista. El 21 de agosto recibió la extremaunción muy devotamente, pero en medio de terribles padecimientos. Uno de sus últimos gestos fue el de entregar el anillo de sus desposorios místicos a Micaela de la Maza, hija del contador. El día 23, víspera de san Bartolomé, recibió la última visita de su confesor fray Juan de Lorenzana que le impartió la bendición in articulo mortis. A continuación pidió la de don Gonzalo de la Maza y doña María de Usátegui, que le habían hecho de padres. Después, hubo un desfile de todos los de la casa para recibir la de la moribunda. Rosa mandó llamar a todos los negros y negras esclavos de la casa y, pidiéndoles perdón si les había alguna vez ofendido, los bendijo con gran amor.
En la madrugada del día 24, estando su hermano Hernando con ella, Rosa de Santa María expiró a consecuencia de un paro cardíaco. La expresión que quedó en su rostro fue la de una gran serenidad, reflejada por el retrato que le hizo, de cuerpo presente, el pintor manierista Medoro Angelino. Los sollozos de los circunstantes se trocaron en alborozo al recordar que Rosa había pedido que a su muerte no se apenaran, sino que mostraran su júbilo. La noticia de su deceso corrió veloz por Lima y acudieron gentes de toda condición a velarla. Fue amortajada con el hábito dominico y su cadáver llevado a duras penas a la iglesia del Rosario, debido a la afluencia de personas que porfiaban por obtener alguna reliquia de la santa. El 25 de agosto fue la solemne misa pontifical de exequias con asistencia del arzobispo limense, Bartolomé Lobo Guerrero, y Pedro de Valencia, obispo de Guatemala, electo para La Paz. También estaban presentes el virrey del Perú, príncipe de Esquilache, los cabildos municipal y catedralicio y los representantes de las órdenes religiosas. Tal era el concurso de fieles ávidos de tocar el cuerpo de Rosa que los dominicos decidieron aprovechar la pausa de la comida para enterrarlo rápidamente en secreto.
La fama de santidad de Rosa de Lima fue unánime y su proceso de beatificación pudo incoarse con una relativa rapidez si consideramos lo que duraban los trámites de la época debido a lo lento de las comunicaciones. Ella muere en 1617 y cincuenta y cuatro años después es ya santa, la primera de las Indias. Las etapas son las siguientes: entre el 1º de septiembre de 1617 y el 7 de abril de 1618 tuvo lugar en Lima el proceso ordinario; el apostólico, entre mayo de 1630 y mayo de 1632, también en Lima; el papa Clemente IX la beatificó el 12 de marzo de 1668, y su sucesor Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671. Se cuenta una anécdota (que trae Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas) según la cual Clemente IX se mostraba escéptico ante proceso de beatificación de una mujer de lejanas tierras y quiso dar carpetazo exclamando: “¿Santa y limeña? ¡Tanto se me da una lluvia de rosas!”. Y en ese momento cayeron sobre la mesa del despacho papal pétalos de rosa, dejando al pontífice maravillado y trocando su incredulidad en entusiasmo, tal que no sólo beatificó a Rosa, sino que estableció en su testamento un legado para erigirle un altar en Pistoya, la ciudad natal del papa Rospigliosi. La fiesta de la virgen limeña se estableció el 30 de agosto. Con los cambios del calendario de 1969, se trasladó al 23 de agosto, pero la costumbre inveterada del Perú y de América, hizo que Pablo VI concediera que en los países de los que es patrona se siga celebrando en la fecha original, que es la que se observa también en el rito romano clásico.
NOVENA
Acto de contrición.- Señor mío Jesucristo…
Oración preparatoria
Acto de contrición.- Señor mío Jesucristo…
Oración preparatoria
Gloriosa Santa Rosa de Lima, tú que supiste lo que es amar a Jesús con un corazón tan fino y generoso. Que despreciaste las vanidades del mundo para abrazarte a su cruz desde tu más tierna infancia. Que profesaste una gran ternura y dedicación a los más desvalidos sirviéndolos como al mismo Jesús. Que amaste con filial devoción a la Virgen María. Enséñanos tus grandes virtudes para que, siguiendo tu ejemplo, podamos gozar de tu protección y de tu compañía en el cielo. Te rogamos también aceptes el obsequio de esta novena y nos obtengas del Señor las gracias que pedimos por tu intercesión, si son para su mayor gloria y bien de nuestras almas. Así sea.
Pídase las gracias que se deseen.
Oraciones para cada día
Día 1. Amantísimo Señor Dios, Trino y Uno, que como en la antigua ley, os complacíais en que os llamasen Dios de aquellos grandes Santos Patriarcas, hoy no menos os agradáis, en que os llamemos, Dios de la Rosa de Santa María: alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo, con que ella se complacía en vuestras divinas perfecciones, en especial, de que seáis un Ser tan infinitamente perfecto, que de nadie depende, y todo depende de vuestro Ser, y os pedimos por vuestra soberana independencia, y por el asimiento, que tuvo siempre a Vos vuestra finísima Santa Rosa, nos concedáis un apartamiento total de cuanto es contra vuestra voluntad, a que vivamos y muramos asidos a Vos; y lo que en esta novena os pedimos a mayor honra y gloria vuestra.
Día 2. ¡Oh incomprensible Sabiduría! ¡Oh Dios Trino y Uno! tan infinitamente sabio, que os comprendéis a Vos, y con inefable claridad todo lo creado lo sabéis, y lo sobrecomprendéis: alegrámonos, y gozámonos con el mismo gozo, con que la ilustradísima Rosa de Santa María, se gozaba de vuestra Sabiduría, y por ella, y por lo que supo de vos nuestra Santa, os pedimos nos comuniquéis la ciencia de los Santos, vuestra Divina Luz, y lo que en esta novena os suplicamos, si es para honra y gloria vuestra.
Día 3. ¡Oh bondad inefable! ¡Oh hermosura indecible! ¡Oh Dios Trino y Uno, que sois el centro de toda belleza y perfección! Alegrámonos y gozámonos en Vos con aquel mismo afecto con que la amorosísima Rosa de Santa María, en Vos únicamente descansaba su corazón, como en su centro, y os pedimos por vuestra infinita bondad, y por lo que os comunicasteis a la hermosísima Santa Rosa, que toda vuestra voluntad nos la robe perfección tan divina, y lo que os suplicamos en esta novena, si es honra y gloria vuestra.
Día 4. ¡Oh Santidad Purísima! ¡Oh fuente y ode toda Santidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por esencia tenéis el oponeros a la culpa! Alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo que la perfectísima Rosa, de vuestra infinita perfección, y os pedimos por tan inmensa Santidad, y por las que le comunicasteis a esta purísima Santa, nos concedáis que os sirvamos de suerte que consigamos la perfección que ella deseaba y pedía para sus prójimos; y lo que en esta novena os suplicamos, si ha de ser para honra y gloria vuestra.
Día 5. ¡Oh caridad incomprensible! ¡Oh Dios Trino y Uno, todo amor, que con infinita propensión os inclináis a favorecer a vuestras criaturas y hacerlas bien! Deseamos alegrarnos y gozarnos con aquel mismo gozo e incendio de amor, con que vuestra muy amada Rosa de Santa María se complacía en vuestra inefable caridad; y os pedimos por esta divina perfección, y por el agradecimiento y amor con que maravillosamente os correspondió esta amorosísima Santa, nos comuniquéis los efectos de vuestra especial asistencia y caridad; y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.
Día 6. ¡Oh Omnipotente Majestad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que cuanto queráis podéis, y es infinito vuestro poder! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan soberana omnipotencia, con aquel mismo gozo con que se complacía la Santa Rosa de Santa María y os pedimos por esta perfección y por el poder que concedisteis a esta fortísima doncella, elevéis y confortéis nuestra grandísima flaqueza y debilidad, para que podamos corresponder a lo que vuestra omnipotencia obra en nuestras almas; y lo que os suplicamos en esta novena, si fuere para Honra y Gloria vuestra.
Día 7. ¡Oh Liberalidad Divina! ¡Oh inclinación indecible a dar y favorecer! ¡Oh Dios Trino y Uno, que dando infinito más que lo deseáis dar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan divina franqueza con aquel mismo gozo con que os complacía vuestra reconocidísima Santa Rosa, y os pedimos por esta infinita perfección, y por lo mucho que disteis a esta dichosísima santa, nos libréis del vicio de la ingratitud, y nos concedáis que no cesemos de daros gracias por los infinitos beneficios de vuestra liberalidad, y lo que os suplicamos en esta novena, si es para honra y gloria vuestra.
Día 8. ¡Oh Divina Inmensidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por vuestro ser estáis en todo, sin necesidad de lugar porque estáis en Vos, que sois sobre todo lugar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan incomprensible inmensidad, con aquel mismo gozo con que la humildísima Santa Rosa se complacía; y os pedimos por esta inmensa perfección, y por la presencia vuestra, que en todas las criaturas concedisteis a tan íntima Esposa vuestra, nos concedáis tenernos siempre presentes y vivir dentro de vos, y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.
Día 9. ¡Oh y quién podrá, gran Dios y Señor, Trino y Uno, hacerse capaz de vuestra bienaventuranza y gloria, de la que tenéis en Vos por esencia, gozándoos y amándoos, y de la gloria accidental que os dan todas vuestras criaturas! Deseamos alegrarnos y gozarnos en vuestra grande gloria, con el mismo gozo con que se complacía la felicísima Santa Rosa, y os pedimos por esta su perfección y por la gloria a que la elevasteis, y la que recibís de tan amada criatura vuestra, nos concedáis, que confesando y conociendo vuestra gloria infinita, no caigamos en la eterna pena, sino que seamos bienaventurados y participemos de la infinita bienaventuranza vuestra; y lo que os suplicamos es esta Novena a mayor honra y gloria vuestra.
Pídase las gracias que se deseen.
Oraciones para cada día
Día 1. Amantísimo Señor Dios, Trino y Uno, que como en la antigua ley, os complacíais en que os llamasen Dios de aquellos grandes Santos Patriarcas, hoy no menos os agradáis, en que os llamemos, Dios de la Rosa de Santa María: alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo, con que ella se complacía en vuestras divinas perfecciones, en especial, de que seáis un Ser tan infinitamente perfecto, que de nadie depende, y todo depende de vuestro Ser, y os pedimos por vuestra soberana independencia, y por el asimiento, que tuvo siempre a Vos vuestra finísima Santa Rosa, nos concedáis un apartamiento total de cuanto es contra vuestra voluntad, a que vivamos y muramos asidos a Vos; y lo que en esta novena os pedimos a mayor honra y gloria vuestra.
Día 2. ¡Oh incomprensible Sabiduría! ¡Oh Dios Trino y Uno! tan infinitamente sabio, que os comprendéis a Vos, y con inefable claridad todo lo creado lo sabéis, y lo sobrecomprendéis: alegrámonos, y gozámonos con el mismo gozo, con que la ilustradísima Rosa de Santa María, se gozaba de vuestra Sabiduría, y por ella, y por lo que supo de vos nuestra Santa, os pedimos nos comuniquéis la ciencia de los Santos, vuestra Divina Luz, y lo que en esta novena os suplicamos, si es para honra y gloria vuestra.
Día 3. ¡Oh bondad inefable! ¡Oh hermosura indecible! ¡Oh Dios Trino y Uno, que sois el centro de toda belleza y perfección! Alegrámonos y gozámonos en Vos con aquel mismo afecto con que la amorosísima Rosa de Santa María, en Vos únicamente descansaba su corazón, como en su centro, y os pedimos por vuestra infinita bondad, y por lo que os comunicasteis a la hermosísima Santa Rosa, que toda vuestra voluntad nos la robe perfección tan divina, y lo que os suplicamos en esta novena, si es honra y gloria vuestra.
Día 4. ¡Oh Santidad Purísima! ¡Oh fuente y ode toda Santidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por esencia tenéis el oponeros a la culpa! Alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo que la perfectísima Rosa, de vuestra infinita perfección, y os pedimos por tan inmensa Santidad, y por las que le comunicasteis a esta purísima Santa, nos concedáis que os sirvamos de suerte que consigamos la perfección que ella deseaba y pedía para sus prójimos; y lo que en esta novena os suplicamos, si ha de ser para honra y gloria vuestra.
Día 5. ¡Oh caridad incomprensible! ¡Oh Dios Trino y Uno, todo amor, que con infinita propensión os inclináis a favorecer a vuestras criaturas y hacerlas bien! Deseamos alegrarnos y gozarnos con aquel mismo gozo e incendio de amor, con que vuestra muy amada Rosa de Santa María se complacía en vuestra inefable caridad; y os pedimos por esta divina perfección, y por el agradecimiento y amor con que maravillosamente os correspondió esta amorosísima Santa, nos comuniquéis los efectos de vuestra especial asistencia y caridad; y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.
Día 6. ¡Oh Omnipotente Majestad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que cuanto queráis podéis, y es infinito vuestro poder! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan soberana omnipotencia, con aquel mismo gozo con que se complacía la Santa Rosa de Santa María y os pedimos por esta perfección y por el poder que concedisteis a esta fortísima doncella, elevéis y confortéis nuestra grandísima flaqueza y debilidad, para que podamos corresponder a lo que vuestra omnipotencia obra en nuestras almas; y lo que os suplicamos en esta novena, si fuere para Honra y Gloria vuestra.
Día 7. ¡Oh Liberalidad Divina! ¡Oh inclinación indecible a dar y favorecer! ¡Oh Dios Trino y Uno, que dando infinito más que lo deseáis dar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan divina franqueza con aquel mismo gozo con que os complacía vuestra reconocidísima Santa Rosa, y os pedimos por esta infinita perfección, y por lo mucho que disteis a esta dichosísima santa, nos libréis del vicio de la ingratitud, y nos concedáis que no cesemos de daros gracias por los infinitos beneficios de vuestra liberalidad, y lo que os suplicamos en esta novena, si es para honra y gloria vuestra.
Día 8. ¡Oh Divina Inmensidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por vuestro ser estáis en todo, sin necesidad de lugar porque estáis en Vos, que sois sobre todo lugar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan incomprensible inmensidad, con aquel mismo gozo con que la humildísima Santa Rosa se complacía; y os pedimos por esta inmensa perfección, y por la presencia vuestra, que en todas las criaturas concedisteis a tan íntima Esposa vuestra, nos concedáis tenernos siempre presentes y vivir dentro de vos, y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.
Día 9. ¡Oh y quién podrá, gran Dios y Señor, Trino y Uno, hacerse capaz de vuestra bienaventuranza y gloria, de la que tenéis en Vos por esencia, gozándoos y amándoos, y de la gloria accidental que os dan todas vuestras criaturas! Deseamos alegrarnos y gozarnos en vuestra grande gloria, con el mismo gozo con que se complacía la felicísima Santa Rosa, y os pedimos por esta su perfección y por la gloria a que la elevasteis, y la que recibís de tan amada criatura vuestra, nos concedáis, que confesando y conociendo vuestra gloria infinita, no caigamos en la eterna pena, sino que seamos bienaventurados y participemos de la infinita bienaventuranza vuestra; y lo que os suplicamos es esta Novena a mayor honra y gloria vuestra.
Oración final
Os doy gracias, o Señor, de la asistencia especial que me habéis prestado en esta novena. Continuad siempre en vuestras misericordias sobre de mí, a satisfacción de mis pecados, en sufragio de las almas del purgatorio y por la conversión de los pecadores. Perdonadme todas las faltas que he cometido. Y juntando el poco bien que he hecho con los inconmensurables méritos de Jesucristo, concededme por Él todas aquellas gracias que son necesarias a mi eterna salud, especialmente una plenaria remisión de la pena debida a mis culpas, que nuevamente lloro y detesto, resuelto como estoy de conducir en lo futuro una vida toda en conformidad a vuestros Santos Mandamientos. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.
LETANÍAS DE SANTA ROSA
(para uso privado)
(para uso privado)
Señor, ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
San Miguel Arcángel y todos los coros de los ángeles, rogad por nosotros.
San José, padre nutricio de Jesús, ruega por nosotros.
Santa Isabel, con cuyo nombre fue bautizada Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Bartolomé Apóstol, en cuya vigilia subió Santa Rosa al cielo, ruega por nosotros.
Glorioso Padre Santo Domingo, ruega por nosotros.
Seráfico Padre San Francisco, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, madre espiritual de Santa Rosa, ruega por nosotros.
Santo Toribio de Mogrovejo, que confirmaste a Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Francisco Solano, cuya predicación escuchó Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Martín de Porras y San Juan Masías, hermanos de hábito y de virtud de Santa Rosa, rogad por nosotros.
Santa Rosa de Lima, virgen limeña, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, gloria y orgullo del Perú, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, primera flor americana de santidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, lirio de pureza, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, violeta de humildad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, azucena de castidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, rosa encendida de amor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ramillete de todas las virtudes, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, oliva de penitencia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, bálsamo de consuelo, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mirra de mortificación, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, admiración de los españoles, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de los criollos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, patrona de los mestizos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, protectora de los indios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, auxiliadora de los negros, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, defensora contra los corsarios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, sostén de tu hogar, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, alivio de los enfermos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, socorro de los más pobres, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de observancia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, despreciadora de las galas mundanas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, insigne penitente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, coronada de espinas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ayunadora y abstinente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, triunfante de los demonios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, inspirada cantora, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, respetuosa de toda forma de vida, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, modelo de hija y hermana, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, dócil a tu padre espiritual y confesor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mística esposa de Cristo, ruega por nosotros.
Todos los bienaventurados de la Orden de Predicadores, rogad por nosotros.
Todos los bienaventurados de la Orden Seráfica, rogad por nosotros.
Todos los Santos y Santas de Dios, interceded por nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Señor, ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.
Padre nuestro… (secreto)
V. Y no nos dejes caer en tentación.
R. Mas líbranos del mal.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a Ti mi clamor.
(V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.)
Oremos. Oh Dios Omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de Cristo. Que contigo y el Espíritu
Fuente: Costumbrario Tradicional
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
San Miguel Arcángel y todos los coros de los ángeles, rogad por nosotros.
San José, padre nutricio de Jesús, ruega por nosotros.
Santa Isabel, con cuyo nombre fue bautizada Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Bartolomé Apóstol, en cuya vigilia subió Santa Rosa al cielo, ruega por nosotros.
Glorioso Padre Santo Domingo, ruega por nosotros.
Seráfico Padre San Francisco, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, madre espiritual de Santa Rosa, ruega por nosotros.
Santo Toribio de Mogrovejo, que confirmaste a Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Francisco Solano, cuya predicación escuchó Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Martín de Porras y San Juan Masías, hermanos de hábito y de virtud de Santa Rosa, rogad por nosotros.
Santa Rosa de Lima, virgen limeña, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, gloria y orgullo del Perú, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, primera flor americana de santidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, lirio de pureza, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, violeta de humildad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, azucena de castidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, rosa encendida de amor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ramillete de todas las virtudes, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, oliva de penitencia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, bálsamo de consuelo, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mirra de mortificación, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, admiración de los españoles, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de los criollos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, patrona de los mestizos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, protectora de los indios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, auxiliadora de los negros, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, defensora contra los corsarios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, sostén de tu hogar, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, alivio de los enfermos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, socorro de los más pobres, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de observancia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, despreciadora de las galas mundanas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, insigne penitente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, coronada de espinas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ayunadora y abstinente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, triunfante de los demonios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, inspirada cantora, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, respetuosa de toda forma de vida, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, modelo de hija y hermana, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, dócil a tu padre espiritual y confesor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mística esposa de Cristo, ruega por nosotros.
Todos los bienaventurados de la Orden de Predicadores, rogad por nosotros.
Todos los bienaventurados de la Orden Seráfica, rogad por nosotros.
Todos los Santos y Santas de Dios, interceded por nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Señor, ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.
Padre nuestro… (secreto)
V. Y no nos dejes caer en tentación.
R. Mas líbranos del mal.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a Ti mi clamor.
(V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.)
Oremos. Oh Dios Omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de Cristo. Que contigo y el Espíritu
Fuente: Costumbrario Tradicional
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