Dra. Marian Therese Horvat. Licenciada en
Periodismo y maestra y doctora en
historia Medieval por la
Universidad de Kansas. Se especializa
en historia de las culturas.
Título: La inmodestia en la mujer que viste ropa masculina
Autor: Dra. Marian Therese Horvat
Original en inglés: Immodesty and Women Wearing Men’s Clothing
Traducción: Alejandro Villarreal -sept. 2011-
Autor: Dra. Marian Therese Horvat
Original en inglés: Immodesty and Women Wearing Men’s Clothing
Traducción: Alejandro Villarreal -sept. 2011-
La Sra. X era una mujer que comulgaba frecuentemente, era una pía católica que vivía en Quito Ecuador en la década de los sesenta del siglo pasado, sin embargo, como buena católica de crianza y mentalidad católica, ella nunca utilizaría pantalones de varón o faldas arriba de las rodillas.
Un día ella llegó a la magnífica iglesia jesuita del centro de Quito y se dio cuenta que había dejado su saco en casa, tomó la rápida decisión de que sería mejor recibir a Nuestro Señor vistiendo una blusa sin mangas que permanecer en la banca y sólo realizar una comunión espiritual. Después de todo, racionalizó ella, el cuello era modesto y su falda era apropiada.
El sereno y amable sacerdote se puso ante la Sra. X, quien estaba en el comulgatorio, se inclinó hacia ella como si fuese a darle la Sagrada Hostia, pero en lugar de darle la Comunión, discreta y firmemente le dijo al oído, «la próxima vez vista ropa con mangas».
No hubo humillación pública, nadie sino sólo la Sra. X y el sacerdote supieron lo que sucedió, pero interiormente se sintió humillada hasta el último hueso, ella aceptó la corrección y, tal y como ella dijo cuando contó la historia, nunca volvió a presentarse vestida inapropiadamente en la iglesia. Fue una corrección justa y caritativa con el fin de mantener la antigua prescripción de la Ley Canónica que dice que las mujeres deben vestir con modestia, especialmente cuando se aproximan a la Santa Comunión [Can. 1262.2]. [1]
Este simple relato echa luz acerca de cuán lejos ha llegado la revolución en la vestimenta de la mujer en los últimos cuarenta años de vida eclesiástica post-conciliar. El simple “pecadillo” de vestir sin mangas difícilmente podría notarse en la actualidad. ¿Cuántas mujeres y mozuelas se presentan, sin mala voluntad, en la iglesia y se aproximan al comulgatorio vistiendo ropa inmodesta que sobreexpone su figura? En un domingo típico actual de Misa asisten mujeres con blusas cortas y reveladoras, blusas con transparencias y sin mangas, con vestidos muy cortos y pantalones ceñidos, e incluso pantalones cortos o rasgados.
La comodidad y la conveniencia son las escusas más socorridas, si acaso se molestan en ofrecer alguna, para esta falta de consideración hacia Dios y al honor que se le debe. De alguna manera, la mujer que viste inapropiadamente se ha convencido de que Cristo estará tan feliz de verla en su iglesia que pasará por alto las normas católicas sobre el decoro y la modestia. De hecho, si todo sacerdote pidiera a estas mujeres, con firmeza, que se vistieran apropiadamente, con el fin de mantener la santidad y la dignidad de ese lugar [y secundariamente la suya, la propia], sería muy probable que estas mujeres se consideraran fuera de lugar.
Una culpabilidad olvidada.
Pero la mujer que viste pantalones cortos podría argumentar que los estilos han cambiado. La ropa refleja laxitud e informalidad desde la revolución de los años sesenta del siglo pasado, es decir, lo que antes se consideraba inapropiado hoy no lo es.
Lo que se ha olvidado es que siempre ha existido una norma moral que no cambia, con el fin de preservar la modestia en el vestido. A nadie le está permitido relajar la modestia en el vestido por razones de calor veraniego, las tendencias de la moda, o la sola conveniencia. El Papa Pío XII claramente afirmó que no pueden aceptarse las escusas de las costumbres o de los tiempos para la inmodestia. Él lo llamó «uno de los más insidiosos sofismas» utilizados «con el fin de considerar anticuada la oposición de las personas honestas en contra de las modas que son demasiado audaces.» [2]
Mucha gente también se ha vuelto ajena a las graves consecuencias de adoptar las tendencias de las modas inmodestas. Estos estilos de la moda del vestir aparecieron, tal y como lo predijo Nuestra Señora de Fátima en 1917, cuando dijo a la joven vidente Jacinta: «Ciertas modas serán introducidas y ofenderán mucho a mi Hijo. Mucha gente irá al infierno debido a los pecados de la carne, más que por cualquier otra razón.» Sus palabras parecerían indicar una correlación directa entre las modas que serían introducidas, con las cuales ya estamos familiarizados, con las almas que irán al infierno debido a los pecados de la carne.
Otra seria consecuencia que muchas veces enfurece a las mujeres cuando se le menciona, y que sin embargo debe decirse, es que su vestimenta inmodesta puede llevar a los varones a cometer pecados, y así, la mujer que viste inmodestamente llevará sobre sí, en algún grado de culpabilidad, tanto para sus propias trasgresiones como para los pecados que otros cometan debido a ello. El Papa Pío XII tocó este tema ya en los años cincuenta del siglo pasado: «Cuántas mujeres hay que no se dan cuenta de sus malas acciones al seguir ciertos estilos desvergonzados y que siguen ciegamente, Ellas ciertamente se ruborizarían si pudiesen adivinar la impresión que dan, y los sentimientos que evocan en los varones que las observan.» [3]
Hoy, desafortunadamente, parecería que ya no hay mucho de ese saludable rubor al que el gran Papa se refería. En su lugar, una de las curiosas consecuencias de una sociedad que niega la existencia del Pecado Original ha sido la ingenua ignorancia de tantas “buenas” jóvenes católicas respecto a los efectos resultantes de su insistencia en seguir la moda de la inmodestia.
La batalla por mantener las pasiones a raya es continua, tanto para varones como para mujeres, pero los primeros deben estar particularmente vigilantes. Una mujer no puede vestirse indecorosamente sólo para estar a la moda y luego decir que si un varón tiene pensamientos inmorales, por su vestimenta, es su problema, no el de ella. Esta actitud tiene su origen en la gran mentira del movimiento de la Liberación de la Mujer, en la hipótesis de igualdad entre varón y mujer. El varón por naturaleza es más agresivo y desea conquistar, y sus reacciones sensuales son más impetuosas que las de la mujer. Si una mujer viste indecorosamente, las inclinaciones del varón están más dispuestas a desarrollarse en deseos y acciones de lujuria. Por lo tanto, mientras que el varón tiene la obligación moral de “luchar en buena lid” contra de los pecados de la carne, practicando cuidadosamente la custodia de sus ojos y pensamientos, la mujer tiene la obligación moral de no vestir indecorosamente porque llevaría al varón al pecado.
Debe hacerse una distinción especial aquí, la mujer por naturaleza gusta de adornarse para que se le admire por su belleza, encanto y elegancia. Esto no es malo en sí, una muchachita o una mujer hermosa y encantadora no tienen por qué descuidarse y afearse, o vestirse con ropa simple y antiestética con el fin de no causar ocasiones de pecado en los demás. Esta clase de pensamiento puritano que desafortunadamente ha sido adoptado por algunas mujeres católicas tradicionalistas de nuestro tiempo es innecesario. No hay nada necesariamente pecaminoso o inapropiado en una mujer que viste exquisita y de forma femenina, es por este encanto y belleza auténticamente femeninos por el que se adorna la sociedad católica.
Nota de B&T: Por supuesto, lo propuesto es un necesario balance donde se evite la vestimenta desvergonzada que no deja mucho a la imaginación, junto a la vestimenta ceñida, masculinizada y andrajosa.
Uno de los errores dominantes que subyace en el espíritu de la revolución actual en la vestimenta, es el igualitarismo. Esta revolución igualitaria ha estimulado un constante proceso de deshacerse de casi todas las diferencias entre los sexos y las edades. La sola idea es absurda, ya que estas desigualdades existen en la naturaleza misma.
Un factor que jugó un papel preponderante en la “revolución feminista”, fue el momento en que la mujer adoptó la vestimenta masculina. El que las mujeres debieran vestirse de forma diferente a los varones era símbolo de sus distintos papeles en el hogar y la sociedad, y es afirmado por las Escrituras: «No llevará la mujer vestidos de hombre, ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominación a Yavé, tu Dios.» (Deut. XXII, 5). Es decir, la ropa o la vestimenta no es un tema indiferente o una cuestión de sólo cubrir el cuerpo. Sé que muchos tradicionalistas han argumentado sobre esta materia diciendo que la mujer siempre deberá vestir falda, creo que es un argumento defectuoso ya que puede decirse que muchas veces unos pantalones cortos, no ceñidos ni tan cortos [tipo "pescador" amplios], cubren más satisfactoriamente el cuerpo de la mujer que algunas faldas y vestidos de moda.
Sin embargo, existe un principio mucho más profundo aquí: los promotores de la revolución feminista han incitado a la mujer a abandonar su vestimenta tradicional que enfatiza el aspecto delicado y femenino de la mujer. En el nombre de la eficiencia, la comodidad y la modernidad, las mujeres visten los pantalones de los varones. Junto a los pantalones masculinos, en sus tendencias han adoptado también la conducta y el modo de sentarse y caminar de los varones, ellas han entrado a los centros de trabajo, enrolándose en los trabajos al aire libre, se entrenan para el ejército e incluso invaden los santuarios.
El motivo que impulsó a la mujer a vestir ropa masculina trajo consigo una actitud mental de “ser como los varones”. Una nota de ironía, es que con este frenético intento de masculinizarse, en lugar de esforzarse en perfeccionar su feminidad, las mujeres inconscientemente admiten una insatisfacción con su condición de mujer y, en última instancia, con el plan divino de la creación. Esta imitación anti-natural destruye por completo los sexos, mediante lo cual mujer y varón se complementan y se realizan uno en el otro, en lugar de esto, surge una relación de rivalidad.
Esta clase de mentalidad rebelde y errónea encuentra, de forma natural, su expresión en la vestimenta. La “revolución del pantalón” comenzó y progresó a través de los pantalones de mezclilla azul, y se ha completado a través de la vestimenta andrógina para jóvenes. Algo más serio ha ocurrido que el sólo hecho de que la juventud se vista de la misma manera: las jóvenes ahora parecen más masculinas que los jóvenes.
La razón primaria por la que personalmente exhortaría a las mujeres de buen espíritu y razonamiento a vestir siempre con vestidos femeninos es para combatir urgentemente este igualitarismo que desea poner al mismo novel a los dos sexos, y desea derribar violentamente cualquier expresión simbólica de la maravillosa diferencia natural deseada y dispuesta por Dios. Esto, en concreto constituiría una acción contraria, concreta y heroica a la revolución igualitaria que en última instancia representa la demolición del orden humano establecido por Dios.
Dos advertencias proféticas.
Ya en junio de 1960, el Card. Giuseppe Siri de Génova envió su más rigurosa advertencia a sus sacerdotes diocesanos, acerca del incremento en el uso de los pantalones masculinos entre las mujeres, presintiendo los peligros que esto conllevaba. El comienza su circular de la siguiente manera: «Los primeros pecados de una primavera demorada indican que este año habrá un incremento en el uso de la ropa masculina por las mujeres, incluso por madres de familia.» Él notaba, con cierta perturbación, que ya no eran sólo las turistas estadounidenses quienes habían comenzado a utilizar los pantalones masculinos en público, sino sus buenas y católicas mujeres genovesas. No es en sí el tema de la inmodestia o del indecoro lo que en sí lo preocupa más, sino el triple resultado de esto, más grave: «Primero, la vestimenta masculina utilizada por las mujeres afecta a la mujer en sí, cambiando su sicología femenina; segundo, afecta a la mujer como esposa de su marido, tendiendo a viciar las relaciones entre los dos sexos; y tercero, afecta a la mujer como madre de sus hijos, dañando su dignidad, a los ojos de los mismos… Este cambio de la sicología femenina es fundamental, y, a largo plazo, irreparable en el daño a la familia, a la fidelidad conyugal, a los afectos humanos y la sociedad humana.» [4]
Hoy somos testigos de este «daño fundamental e irreparable» que el Cardenal advertía que sucedería con el cambio de la sicología femenina. De paso mencionaré aquí un tema que podría ser analizado en otro artículo: En el camino de la masculinización de la mujer se dio la feminización del varón. Al tiempo en que la mujer usurpaba la jefatura de la familia, las relaciones de toda la familia se desorientaron. A los niños se les privó de sus modelos sobre los papeles naturales con la consiguiente confusión. Ambos sexos sufrieron la pérdida de identidad. En la universidad en la cual soy docente, constantemente me desconcierta el observar cuánto tiempo y esfuerzo se dedica a la discusión de “lo qué significa ser varón” y “lo que significa ser mujer”. Estos podrían ser temas baladís para los abuelos de estos jóvenes, quienes se sorprenderían al observar cuánto nivel académico se pone en tales principios, tan evidentes.
El Card. Siri también pidió a sus sacerdotes que hablaran sobre el tema de la mujer que viste como varón: «Ellas deben saber que nunca deben ser tan débiles para dejar que alguien les haga creer que pueden desestimar las malas costumbres que están precipitando y debilitan la moral que sostiene todas las instituciones. Sus acciones para corregir este defecto deben ser “fuertes y decisivas”.» Sus palabras indicaban que los padres de familia debían también estar alertas para corregir estas costumbres subversivas.
El Card. Siri entonces invitó a representantes de la industria del vestido para encontrar una solución adecuada y digna para las vestimenta de la mujer «cuando ellas deban subirse a una motocicleta o al hacer ejercicio o en el trabajo. Lo que es más importante», observaba prudentemente, «es preservar la modestia junto con el eterno sentido de la feminidad. Para esto, el buen sentido y el buen gusto debe siempre encontrar soluciones aceptables y dignas a los problemas a los que ellas se enfrenten.» Los pocos diseñadores o modistos que aceptaron su invitación no debían tomar esto como un desaliento a las futuras generaciones, sino como un reto a superar.
Una revolución en proceso.
La revolución en la vestimenta de la mujer y el cambio de mentalidad paralelo no fue un incidente espectacular ni aislado. Fue un proceso que gradualmente se enraizó en las costumbres y comenzó a dominar en la cultura. Poco a poco. Mujeres y varones se acostumbraron al incremento de la inmodestia y los cambios en las tendencias en el vestido.
Una mujer muy respetable que conozco, me ofreció un mordaz ejemplo de cómo trabaja este proceso: Me dijo que cuando los pantalones para mujer comenzaron a estilizarse, al principio se resistió, éstos serían ser adecuados para vestirlos en el hogar, se dijo a sí misma, pero nunca los usaría en público. Un poco después, cambió su mentalidad: unos bonitos pantalones, los pantalones de poliéster de los 60´s, no serían considerados ofensivos para vestirlos en público, pero las mujeres nunca debían vestir pantalones en Misa. Un poco después, ya no parecía tan horrible vestir unos modestos pantalones a la medida para la Misa, ciertamente eran mejores que las faldas cortas que estaban de moda al tiempo. La puerta se abrió un poco, y no pasó mucho tiempo para verla totalmente abierta…
¿Con cuánta responsabilidad cargamos debido a las tendencias indecentes e inmodestas y por las modas andróginas actuales? Me parece que la culpabilidad pertenece, al menos en parte, a la conformidad letárgica de muchos católicos hacia este proceso agitador que transformó por completo las costumbres.
Cuando consideramos la restauración de la Civilización Cristiana, existe una tendencia entre los católicos serios de hoy para tornar hacia una forma estricta en el plano religioso y a la vida personal de oración para iniciar esta restauración. El rezar una novena más o agregar otra devoción al necesario Rosario diario son aspectos excelentes y siempre deben ser impulsados. Es muy importante no pecar contra la castidad, seguir los Mandamientos, seguir lecturas edificantes y religiosas. Pero existe otra tarea genuina de la vida espiritual que ha sido ignorada, no es otra que combatir las malas costumbres, la vestimenta y las formas de ser subversivas, especialmente las vestiduras inmodestas e igualitarias, las cuales son una parte significativa dentro de la corrupción total de las costumbres y de las que Nuestra Señora nos previno que dominarían nuestros tiempos.
Notas:
1. La Sagrada Congregación del Concilio emitió una carta en 1930 con el mandato del Papa Pío XI que eincluía esta prescripción: «#9 Las jóvenes y mujeres vestidas de forma inmodesta deben ser excluidas de la Santa Comunión… Además, si la ofensa es extrema, puede prohibírseles entrar en la iglesia.» Donato, Card. Sbaretti, Prefecto de la Congregación para el Concilio, Roma, 12 de enero de 1930.
2. Dirigiéndose a la Unión Latina de Alta Moda, 8 de noviembre de 1957.
3. Dirigiéndose al Congreso Internacional de los Niños de María Inmaculada, 17 de julio de 1954.
4. Giuseppe Card. Siri, Notificación respecto a la vestimenta masculina utilizada por la mujer, Génova, 12 de junio de 1960.
Un día ella llegó a la magnífica iglesia jesuita del centro de Quito y se dio cuenta que había dejado su saco en casa, tomó la rápida decisión de que sería mejor recibir a Nuestro Señor vistiendo una blusa sin mangas que permanecer en la banca y sólo realizar una comunión espiritual. Después de todo, racionalizó ella, el cuello era modesto y su falda era apropiada.
El sereno y amable sacerdote se puso ante la Sra. X, quien estaba en el comulgatorio, se inclinó hacia ella como si fuese a darle la Sagrada Hostia, pero en lugar de darle la Comunión, discreta y firmemente le dijo al oído, «la próxima vez vista ropa con mangas».
No hubo humillación pública, nadie sino sólo la Sra. X y el sacerdote supieron lo que sucedió, pero interiormente se sintió humillada hasta el último hueso, ella aceptó la corrección y, tal y como ella dijo cuando contó la historia, nunca volvió a presentarse vestida inapropiadamente en la iglesia. Fue una corrección justa y caritativa con el fin de mantener la antigua prescripción de la Ley Canónica que dice que las mujeres deben vestir con modestia, especialmente cuando se aproximan a la Santa Comunión [Can. 1262.2]. [1]
Este simple relato echa luz acerca de cuán lejos ha llegado la revolución en la vestimenta de la mujer en los últimos cuarenta años de vida eclesiástica post-conciliar. El simple “pecadillo” de vestir sin mangas difícilmente podría notarse en la actualidad. ¿Cuántas mujeres y mozuelas se presentan, sin mala voluntad, en la iglesia y se aproximan al comulgatorio vistiendo ropa inmodesta que sobreexpone su figura? En un domingo típico actual de Misa asisten mujeres con blusas cortas y reveladoras, blusas con transparencias y sin mangas, con vestidos muy cortos y pantalones ceñidos, e incluso pantalones cortos o rasgados.
La comodidad y la conveniencia son las escusas más socorridas, si acaso se molestan en ofrecer alguna, para esta falta de consideración hacia Dios y al honor que se le debe. De alguna manera, la mujer que viste inapropiadamente se ha convencido de que Cristo estará tan feliz de verla en su iglesia que pasará por alto las normas católicas sobre el decoro y la modestia. De hecho, si todo sacerdote pidiera a estas mujeres, con firmeza, que se vistieran apropiadamente, con el fin de mantener la santidad y la dignidad de ese lugar [y secundariamente la suya, la propia], sería muy probable que estas mujeres se consideraran fuera de lugar.
Una culpabilidad olvidada.
Pero la mujer que viste pantalones cortos podría argumentar que los estilos han cambiado. La ropa refleja laxitud e informalidad desde la revolución de los años sesenta del siglo pasado, es decir, lo que antes se consideraba inapropiado hoy no lo es.
Lo que se ha olvidado es que siempre ha existido una norma moral que no cambia, con el fin de preservar la modestia en el vestido. A nadie le está permitido relajar la modestia en el vestido por razones de calor veraniego, las tendencias de la moda, o la sola conveniencia. El Papa Pío XII claramente afirmó que no pueden aceptarse las escusas de las costumbres o de los tiempos para la inmodestia. Él lo llamó «uno de los más insidiosos sofismas» utilizados «con el fin de considerar anticuada la oposición de las personas honestas en contra de las modas que son demasiado audaces.» [2]
Mucha gente también se ha vuelto ajena a las graves consecuencias de adoptar las tendencias de las modas inmodestas. Estos estilos de la moda del vestir aparecieron, tal y como lo predijo Nuestra Señora de Fátima en 1917, cuando dijo a la joven vidente Jacinta: «Ciertas modas serán introducidas y ofenderán mucho a mi Hijo. Mucha gente irá al infierno debido a los pecados de la carne, más que por cualquier otra razón.» Sus palabras parecerían indicar una correlación directa entre las modas que serían introducidas, con las cuales ya estamos familiarizados, con las almas que irán al infierno debido a los pecados de la carne.
Otra seria consecuencia que muchas veces enfurece a las mujeres cuando se le menciona, y que sin embargo debe decirse, es que su vestimenta inmodesta puede llevar a los varones a cometer pecados, y así, la mujer que viste inmodestamente llevará sobre sí, en algún grado de culpabilidad, tanto para sus propias trasgresiones como para los pecados que otros cometan debido a ello. El Papa Pío XII tocó este tema ya en los años cincuenta del siglo pasado: «Cuántas mujeres hay que no se dan cuenta de sus malas acciones al seguir ciertos estilos desvergonzados y que siguen ciegamente, Ellas ciertamente se ruborizarían si pudiesen adivinar la impresión que dan, y los sentimientos que evocan en los varones que las observan.» [3]
Hoy, desafortunadamente, parecería que ya no hay mucho de ese saludable rubor al que el gran Papa se refería. En su lugar, una de las curiosas consecuencias de una sociedad que niega la existencia del Pecado Original ha sido la ingenua ignorancia de tantas “buenas” jóvenes católicas respecto a los efectos resultantes de su insistencia en seguir la moda de la inmodestia.
La batalla por mantener las pasiones a raya es continua, tanto para varones como para mujeres, pero los primeros deben estar particularmente vigilantes. Una mujer no puede vestirse indecorosamente sólo para estar a la moda y luego decir que si un varón tiene pensamientos inmorales, por su vestimenta, es su problema, no el de ella. Esta actitud tiene su origen en la gran mentira del movimiento de la Liberación de la Mujer, en la hipótesis de igualdad entre varón y mujer. El varón por naturaleza es más agresivo y desea conquistar, y sus reacciones sensuales son más impetuosas que las de la mujer. Si una mujer viste indecorosamente, las inclinaciones del varón están más dispuestas a desarrollarse en deseos y acciones de lujuria. Por lo tanto, mientras que el varón tiene la obligación moral de “luchar en buena lid” contra de los pecados de la carne, practicando cuidadosamente la custodia de sus ojos y pensamientos, la mujer tiene la obligación moral de no vestir indecorosamente porque llevaría al varón al pecado.
Debe hacerse una distinción especial aquí, la mujer por naturaleza gusta de adornarse para que se le admire por su belleza, encanto y elegancia. Esto no es malo en sí, una muchachita o una mujer hermosa y encantadora no tienen por qué descuidarse y afearse, o vestirse con ropa simple y antiestética con el fin de no causar ocasiones de pecado en los demás. Esta clase de pensamiento puritano que desafortunadamente ha sido adoptado por algunas mujeres católicas tradicionalistas de nuestro tiempo es innecesario. No hay nada necesariamente pecaminoso o inapropiado en una mujer que viste exquisita y de forma femenina, es por este encanto y belleza auténticamente femeninos por el que se adorna la sociedad católica.
Nota de B&T: Por supuesto, lo propuesto es un necesario balance donde se evite la vestimenta desvergonzada que no deja mucho a la imaginación, junto a la vestimenta ceñida, masculinizada y andrajosa.
Uno de los errores dominantes que subyace en el espíritu de la revolución actual en la vestimenta, es el igualitarismo. Esta revolución igualitaria ha estimulado un constante proceso de deshacerse de casi todas las diferencias entre los sexos y las edades. La sola idea es absurda, ya que estas desigualdades existen en la naturaleza misma.
Un factor que jugó un papel preponderante en la “revolución feminista”, fue el momento en que la mujer adoptó la vestimenta masculina. El que las mujeres debieran vestirse de forma diferente a los varones era símbolo de sus distintos papeles en el hogar y la sociedad, y es afirmado por las Escrituras: «No llevará la mujer vestidos de hombre, ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominación a Yavé, tu Dios.» (Deut. XXII, 5). Es decir, la ropa o la vestimenta no es un tema indiferente o una cuestión de sólo cubrir el cuerpo. Sé que muchos tradicionalistas han argumentado sobre esta materia diciendo que la mujer siempre deberá vestir falda, creo que es un argumento defectuoso ya que puede decirse que muchas veces unos pantalones cortos, no ceñidos ni tan cortos [tipo "pescador" amplios], cubren más satisfactoriamente el cuerpo de la mujer que algunas faldas y vestidos de moda.
Sin embargo, existe un principio mucho más profundo aquí: los promotores de la revolución feminista han incitado a la mujer a abandonar su vestimenta tradicional que enfatiza el aspecto delicado y femenino de la mujer. En el nombre de la eficiencia, la comodidad y la modernidad, las mujeres visten los pantalones de los varones. Junto a los pantalones masculinos, en sus tendencias han adoptado también la conducta y el modo de sentarse y caminar de los varones, ellas han entrado a los centros de trabajo, enrolándose en los trabajos al aire libre, se entrenan para el ejército e incluso invaden los santuarios.
El motivo que impulsó a la mujer a vestir ropa masculina trajo consigo una actitud mental de “ser como los varones”. Una nota de ironía, es que con este frenético intento de masculinizarse, en lugar de esforzarse en perfeccionar su feminidad, las mujeres inconscientemente admiten una insatisfacción con su condición de mujer y, en última instancia, con el plan divino de la creación. Esta imitación anti-natural destruye por completo los sexos, mediante lo cual mujer y varón se complementan y se realizan uno en el otro, en lugar de esto, surge una relación de rivalidad.
Esta clase de mentalidad rebelde y errónea encuentra, de forma natural, su expresión en la vestimenta. La “revolución del pantalón” comenzó y progresó a través de los pantalones de mezclilla azul, y se ha completado a través de la vestimenta andrógina para jóvenes. Algo más serio ha ocurrido que el sólo hecho de que la juventud se vista de la misma manera: las jóvenes ahora parecen más masculinas que los jóvenes.
La razón primaria por la que personalmente exhortaría a las mujeres de buen espíritu y razonamiento a vestir siempre con vestidos femeninos es para combatir urgentemente este igualitarismo que desea poner al mismo novel a los dos sexos, y desea derribar violentamente cualquier expresión simbólica de la maravillosa diferencia natural deseada y dispuesta por Dios. Esto, en concreto constituiría una acción contraria, concreta y heroica a la revolución igualitaria que en última instancia representa la demolición del orden humano establecido por Dios.
Dos advertencias proféticas.
Ya en junio de 1960, el Card. Giuseppe Siri de Génova envió su más rigurosa advertencia a sus sacerdotes diocesanos, acerca del incremento en el uso de los pantalones masculinos entre las mujeres, presintiendo los peligros que esto conllevaba. El comienza su circular de la siguiente manera: «Los primeros pecados de una primavera demorada indican que este año habrá un incremento en el uso de la ropa masculina por las mujeres, incluso por madres de familia.» Él notaba, con cierta perturbación, que ya no eran sólo las turistas estadounidenses quienes habían comenzado a utilizar los pantalones masculinos en público, sino sus buenas y católicas mujeres genovesas. No es en sí el tema de la inmodestia o del indecoro lo que en sí lo preocupa más, sino el triple resultado de esto, más grave: «Primero, la vestimenta masculina utilizada por las mujeres afecta a la mujer en sí, cambiando su sicología femenina; segundo, afecta a la mujer como esposa de su marido, tendiendo a viciar las relaciones entre los dos sexos; y tercero, afecta a la mujer como madre de sus hijos, dañando su dignidad, a los ojos de los mismos… Este cambio de la sicología femenina es fundamental, y, a largo plazo, irreparable en el daño a la familia, a la fidelidad conyugal, a los afectos humanos y la sociedad humana.» [4]
Hoy somos testigos de este «daño fundamental e irreparable» que el Cardenal advertía que sucedería con el cambio de la sicología femenina. De paso mencionaré aquí un tema que podría ser analizado en otro artículo: En el camino de la masculinización de la mujer se dio la feminización del varón. Al tiempo en que la mujer usurpaba la jefatura de la familia, las relaciones de toda la familia se desorientaron. A los niños se les privó de sus modelos sobre los papeles naturales con la consiguiente confusión. Ambos sexos sufrieron la pérdida de identidad. En la universidad en la cual soy docente, constantemente me desconcierta el observar cuánto tiempo y esfuerzo se dedica a la discusión de “lo qué significa ser varón” y “lo que significa ser mujer”. Estos podrían ser temas baladís para los abuelos de estos jóvenes, quienes se sorprenderían al observar cuánto nivel académico se pone en tales principios, tan evidentes.
El Card. Siri también pidió a sus sacerdotes que hablaran sobre el tema de la mujer que viste como varón: «Ellas deben saber que nunca deben ser tan débiles para dejar que alguien les haga creer que pueden desestimar las malas costumbres que están precipitando y debilitan la moral que sostiene todas las instituciones. Sus acciones para corregir este defecto deben ser “fuertes y decisivas”.» Sus palabras indicaban que los padres de familia debían también estar alertas para corregir estas costumbres subversivas.
El Card. Siri entonces invitó a representantes de la industria del vestido para encontrar una solución adecuada y digna para las vestimenta de la mujer «cuando ellas deban subirse a una motocicleta o al hacer ejercicio o en el trabajo. Lo que es más importante», observaba prudentemente, «es preservar la modestia junto con el eterno sentido de la feminidad. Para esto, el buen sentido y el buen gusto debe siempre encontrar soluciones aceptables y dignas a los problemas a los que ellas se enfrenten.» Los pocos diseñadores o modistos que aceptaron su invitación no debían tomar esto como un desaliento a las futuras generaciones, sino como un reto a superar.
Una revolución en proceso.
La revolución en la vestimenta de la mujer y el cambio de mentalidad paralelo no fue un incidente espectacular ni aislado. Fue un proceso que gradualmente se enraizó en las costumbres y comenzó a dominar en la cultura. Poco a poco. Mujeres y varones se acostumbraron al incremento de la inmodestia y los cambios en las tendencias en el vestido.
Una mujer muy respetable que conozco, me ofreció un mordaz ejemplo de cómo trabaja este proceso: Me dijo que cuando los pantalones para mujer comenzaron a estilizarse, al principio se resistió, éstos serían ser adecuados para vestirlos en el hogar, se dijo a sí misma, pero nunca los usaría en público. Un poco después, cambió su mentalidad: unos bonitos pantalones, los pantalones de poliéster de los 60´s, no serían considerados ofensivos para vestirlos en público, pero las mujeres nunca debían vestir pantalones en Misa. Un poco después, ya no parecía tan horrible vestir unos modestos pantalones a la medida para la Misa, ciertamente eran mejores que las faldas cortas que estaban de moda al tiempo. La puerta se abrió un poco, y no pasó mucho tiempo para verla totalmente abierta…
¿Con cuánta responsabilidad cargamos debido a las tendencias indecentes e inmodestas y por las modas andróginas actuales? Me parece que la culpabilidad pertenece, al menos en parte, a la conformidad letárgica de muchos católicos hacia este proceso agitador que transformó por completo las costumbres.
Cuando consideramos la restauración de la Civilización Cristiana, existe una tendencia entre los católicos serios de hoy para tornar hacia una forma estricta en el plano religioso y a la vida personal de oración para iniciar esta restauración. El rezar una novena más o agregar otra devoción al necesario Rosario diario son aspectos excelentes y siempre deben ser impulsados. Es muy importante no pecar contra la castidad, seguir los Mandamientos, seguir lecturas edificantes y religiosas. Pero existe otra tarea genuina de la vida espiritual que ha sido ignorada, no es otra que combatir las malas costumbres, la vestimenta y las formas de ser subversivas, especialmente las vestiduras inmodestas e igualitarias, las cuales son una parte significativa dentro de la corrupción total de las costumbres y de las que Nuestra Señora nos previno que dominarían nuestros tiempos.
Notas:
1. La Sagrada Congregación del Concilio emitió una carta en 1930 con el mandato del Papa Pío XI que eincluía esta prescripción: «#9 Las jóvenes y mujeres vestidas de forma inmodesta deben ser excluidas de la Santa Comunión… Además, si la ofensa es extrema, puede prohibírseles entrar en la iglesia.» Donato, Card. Sbaretti, Prefecto de la Congregación para el Concilio, Roma, 12 de enero de 1930.
2. Dirigiéndose a la Unión Latina de Alta Moda, 8 de noviembre de 1957.
3. Dirigiéndose al Congreso Internacional de los Niños de María Inmaculada, 17 de julio de 1954.
4. Giuseppe Card. Siri, Notificación respecto a la vestimenta masculina utilizada por la mujer, Génova, 12 de junio de 1960.
Fuente: Biblia y Tradición