Nisi manducaveritis carnem Filii hominis et biberitis ejus sanguinem, non habebitis vitam in vobis.
"Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros."
(Joann; VI, 5.4).
"Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros."
(Joann; VI, 5.4).
La encarnación es una segunda creación, en sentir de todos los Padres: en Jesucristo hemos sido creados de nuevo y rehabilitados; en El hemos recuperado la vida y la dignidad: Recreati in Christo Jesu.
Lo que se ha dicho de la encarnación puede también decirse de la Eucaristía, que no es más que extensión de aquélla. Veamos cómo recuperamos en la Eucaristía la vida, la vida divina que el pecado original destruyó en la humanidad.
Jesucristo ha dicho: "El que me coma tendrá la vida. Si no coméis la carne del Hijo del hombre ni bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros." Pero ¿no nos da la vida divina el bautismo que nos hace hijos de Dios? ¿No nos la devuelve acaso la penitencia cuando hemos tenido la desdicha de perderla por el pecado? ¿Qué pueden, por tanto, significar estas palabras que nuestro Señor apoya con Juramento? No parece sino que en este punto hay una contradicción en la doctrina católica. Nada de eso, sin embargo. La Eucaristía es el sacramento de vida, porque nos comunica la perfección de la vida, porque nos da la vida en su pleno desenvolvimiento. El niño recién nacido tiene vida a no dudarlo; el enfermo que acaba de salir de una enfermedad la tiene también; pero si al niño le dejáis sólo, si no dais al convaleciente remedios y alimentos con que recobrar fuerzas, no tardará el uno en perder la vida de que apenas comienza a disfrutar y el otro a tener una recaída más profunda. El bautismo y la penitencia, que nos dan la vida, no bastan para mantenerla; nuestro Señor, al resucitar a la hija de Jairo mandó que le diesen de comer; la vida y la alimentación que la sostiene son dos cosas que no pueden separarse; es necesario comulgar si no se quiere ir desfalleciendo siempre; y ¿cómo podría un cristiano vivir vida de ángeles? Claro que podemos merecer y trabajar para el cielo tan pronto como entramos en estado de gracia; pero para hacerlo por largo tiempo resulta necesario este manjar de los fuertes. No hay medio que así pueda darnos fuerzas suficientes para sostener el rudo combate de cada día.
La oración, por buena y necesaria que sea, os cansará; y, si la Comunión no la sostiene, acabaréis por abandonarla. Para vivir de penitencia y adelantar en este estrecho y crucificante sendero de la muerte a nosotros mismos, es menester que obedezcamos a un impulso divino, que no es otra cosa que la presencia de Jesucristo constantemente renovada en nuestro corazón.
El ejemplo de los anacoretas, que vivían en el fondo del, desierto, parece a primera vista echar por tierra esta afirmación; pero téngase presente que los anacoretas iban al monasterio a comulgar todos los domingos. Y por cierto que tenían más necesidad que otros para progresar en su santo estado. Siento como principio que cuanto más santa sea la vida que queramos llevar, cuanto más puros queramos ser, tanto más grande e imperiosa es la necesidad de, comulgar a menudo. Pues mucho habéis de trabajar, comed también mucho. No consideréis la Comunión sino como medio de sustentaros y de adquirir fuerzas. No es un acto de elevada y difícil virtud, ni se os propone como premio de vuestras virtudes; habéis de comulgar para haceros santos, no porque lo seáis ya. Tal es el principio.
Comulgad porque sois flacos y os abaten los trabajos de la vida cristiana; Jesucristo os llama a comulgar de esta manera: "Venid a mí todos los que estáis agobiados de cansancio, que yo os aliviaré." Si alguna vez no nos da descanso la Comunión ni nos restablece, ello es debido a que la hacemos consistir en un acto de virtud difícil, nos esforzamos en mil actos fatigosos; en una palabra, trabajamos en lugar de alimentarnos y descansar. Recibid a nuestro Señor y descansad. ¿Por qué tanta agitación? No se va a un banquete para tratar de negocios; saboread el celestial alimento, y pues coméis el pan de los ángeles, quedaos un poco en contemplación como ellos. No tomáis tiempo para gustar de nuestro Señor, ¡y luego os retiráis inquietos por no haber experimentado nada! Imitad al cartujo que se acuesta al pie del altar durante la acción de gracias. Hay almas buenas que dicen: No me aprovecha la Comunión porque no siento nada en ella. Mal discurrido. Aprovecháis, puesto que vivís. La señal de una buena Comunión no es necesariamente el hacer actos heroicos de virtud ni sacrificios en extremo costosos. La Eucaristía es fuerza y dulzura. Así es como se la figura en todo el antiguo testamento; ora es un pan que encierra todo deleite; ora un misterioso pan ofrecido a Elías desanimado, que le da fuerzas para continuar el camino; ora una nube que refrigera durante el día y da luz y calor durante la noche. Lo mismo es la Eucaristía. Si os faltan fuerzas, ella os las da; si andáis cansados, ella os descansa: es esencialmente un socorro proporcionado a las necesidades de cada cual.
La conclusión que de todo lo que hemos dicho hay que sacar es ésta: Si queréis ser fuertes y rebosar de vida, cosa que os es muy necesaria, comulgad. "El que cree en mí se salvará", ha dicho el Señor; pero hablando de la Eucaristía dice: "El que me coma tendrá la vida." Rebosará de vida la Eucaristía no es sólo un filón, sino manantial, río, océano de vida; es una vida que se alimenta por sí misma y que dura siempre, con tal que se la quiera tomar; es la vida del mismo Jesucristo, vida de amor que no muere en tanto se ame, y el que vive de acción de gracias tiene en sí la verdadera vida de Jesús. Materialmente, poco tiempo queda nuestro Señor en nuestros corazones por la Comunión; pero se prolongan los efectos de la misma y su espíritu permanece; las sagradas especies son como la envoltura de un remedio que se rompe y desaparece, para que el remedio produzca en el organismo sus saludables efectos.
No alcanzo a comprender cómo pueda uno conservarse puro en el mundo sin comulgar; por eso se adelanta tan poco. Hay personas piadosas que dicen: No tengo necesidad de comulgar a menudo; me siento tranquila. ¡Oh, demasiado lo estás! Esa calma trivial presagia tempestades. No admires tus pequeñas virtudes; no te fíes de tu paz; no te apoyes tanto en ti misma; mira por tu adelantamiento, y para eso comulga con frecuencia. Hay que seguir en esto, es cierto, el consejo del confesor; pero bien podéis exponerle vuestros deseos y vuestras necesidades. El con su prudencia juzgará.
Mas desgraciadamente hay muchos que teniendo permiso para comulgar, se dispensan de hacerlo so pretexto de cansancio, malestar o falta de devoción. Ahí se oculta un ardid del demonio; y si una vez cedéis, todos los días os irán obsesionando los mismos pretextos.
Obrar así es cometer una falta de cortesía para con nuestro Señor; es una injuria, una grosería. El permiso del director es invitación del mismo Jesucristo, ¡y vosotros la rechazáis! De esa comunión omitida se os pedirá cuenta, como se pidió al siervo infiel del evangelio por haber enterrado el talento que recibiera.
Animo, pues; id a menudo a fortaleceros en la sagrada mesa, de la que sacaréis vida fuerte y activa. Crezca esta vida en vosotros, hasta tanto que Dios la trasforme en otra de eterna bienventuranza.
Animo, pues; id a menudo a fortaleceros en la sagrada mesa, de la que sacaréis vida fuerte y activa. Crezca esta vida en vosotros, hasta tanto que Dios la trasforme en otra de eterna bienventuranza.
"Obras Eucarísticas de San Pedro Julián Eymard"
Fuente: Stat Veritas
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