martes, 2 de diciembre de 2014

LOS DISCURSOS MASÓNICOS DE FRANCISCO EN ESTRASBURGO

 

Miles Christi – 30/11/2014.
                   
El 25 de noviembre Francisco realizó un viaje relámpago a la ciudad francesa de Estrasburgo, durante el cual pronunció dos discursos, uno en el Parlamento Europeo y otro en el Consejo de Europa, dos de las principales instituciones laicas y masónicas que fabrican las leyes contrarias a la ley de Dios y que difunden la ideología derecho-humanista que anima todas las leyes, directivas, instituciones y tratados europeos. El tenor de los mismos consistió en una peroración típicamente bergogliana exponiendo una serie de lemas y de ideas fuerza intrínsecamente subversivos y revolucionarios, en total consonancia con los sofismas fundadores de la « civilización » moderna, masónica y anticristiana: naturalismo, deísmo, laicismo, humanismo, pluralismo y utopismo. No haré un análisis exhaustivo de todos  los temas evocados en sus discursos, dado que se prestarían a un amplio desarrollo que excedería el marco de estas breves líneas: he seleccionado solamente algunas de sus declaraciones en relación al papel que le atribuye a las instituciones europeas, y que se sitúan en las antípodas de la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Comienzo por el discurso en el Parlamento Europeo:

El centro del « ambicioso proyecto político » de la comunidad europea se basa en « la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico » sino « en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente (...) La dignidad es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación » europea luego de la segunda guerra mundial. « La percepción de la importancia de los derechos humanos (…) ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible (…) La promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona (…) Se trata de un compromiso importante y admirable. » 

El régimen revolucionario masónico, liberal, laico y democrático, ha sido construído por la arrogancia del hombre que desprecia a Jesucristo y a la Iglesia, que se pretende autónomo y dispensado de observar la ley divina y que no reconoce otra ley que no sea la que el « pueblo soberano » se prescribe a sí mismo. Esa « civilización » anticrística, en el sentido escatológico del término, es aprobada, elogiada y promocionada por Francisco, quien  recuerda a los eurodiputados « la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa », para explicarles  a continuación que « mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico. », asegurándoles luego que la esperanza para Europa reside en « reconocer la centralidad de la persona humana », en el « compromiso en favor de la ecología », en « favorecer las políticas de empleo » y en realizar la construcción europea en torno a « la sacralidad de la persona humana. »

En el segundo discurso, pronunciado en el Consejo de Europa, agradece a sus miembros  por su « promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho », con lo que legitima el régimen democratico, revolucionario y liberal, basado en la « soberanía popular » y en la exclusión de Dios y de la Iglesia de la vida pública. Quedan así excluídos del « estado de derecho », por principio, las monarquías cristianas o los régimenes políticos católicos refractarios a los sofismas liberales y a los utopismos « progresistas », asimilados por el sistema derecho-humanista a « tiranías » y a « dictaduras » intrínsecamente reprobables. Les dice que para obtener la paz tan ansiada « es necesario ante todo  educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente », fórmula totalmente naturalista que prescinde del orden sobrenatural, de la misión civilizadora de la Iglesia y de la redención operada por Nuestro Señor Jesucristo.

Esto es muy distinto de lo que nos enseña la Iglesia al respecto : « El día en que Estados y gobiernos estimen ser un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y a las prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, sólo así llegarán a gozar de una paz provechosa, mantendrán relaciones de confianza recíproca y resolverán pacíficamente los conflictos que pudiesen surgir (…) Síguese entonces que no podrá existir ninguna paz verdadera, a saber, la tan deseada paz de Cristo, hasta tanto los hombres no sigan en la vida pública y privada con fidelidad las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo. Una vez así constituida ordenadamente la sociedad, pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divina misión, hacer valer todos y cada uno de los derechos de Dios lo mismo sobre los individuos como sobre las sociedades. En esto consiste la breve fórmula : el reino de Cristo (…) De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sin el reino de Cristo. » (Encíclica Ubi Arcano, Pío XI, 1922)

Pero huelga decir que en la visión naturalista de Francisco estas palabras de Pío XI carecen de todo significado. Luego hace a su auditorio la siguiente pregunta retórica : « ¿Cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz? », a la cual responde del siguiente modo: « El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. »

Concluyendo esta breve reseña: Todo el mensaje de Francisco se funda en el reconocimiento y en la legitimación de la ideología iluminista y revolucionaria de los « derechos humanos », sustituto del Evangelio y de los Mandamientos, y en la promoción de la falaz « dignidad de la persona humana » que oculta la naturaleza caída del hombre y la consiguiente necesidad en la que éste se encuentra de ser rescatado del pecado y salvado de la condenación eterna por la gracia divina comunicada por Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador, a través de la Iglesia, su Cuerpo Místico y única Arca de Salvación.

Esta verdad teológica básica ha sido evacuada de la constitución política moderna del Estado liberal y revolucionario, que reposa en el libre « contrato social » contraído entre individuos « autónomos » y « soberanos », quienes obedeciendo a la « voluntad general » se imaginan emancipados de toda ley superior distinta de aquella que ellos mismos decidan atribuirse: ley natural, ley eclesiástica, ley divina. Es la actitud del hombre rebelde que, renunciando a su condición de creatura, dependiente moral y ontológicamente de su Creador, se constituye en el orígen del bien y del mal, adorando su « dignidad trascendente e inalienable » como su fin último y declarándose la razón de ser de la sociedad y del Estado.

La democracia moderna no es más que la concreción social de esta actitud de rebeldía. Ella encarna eminentemente el « seréis como dioses » del Edén, traducido en espuria teoría política por los « filo-sofistas » de la « Ilustración » y del « Siglo de las Luces »… El régimen democrático es el eco temporal del « non serviam » pronunciado por Satanás en los orígenes de la Creación. La democracia moderna no es pues sino la « Demoncracia », la « Bestia » del Apocalipsis, que aguarda impaciente la llegada de su caudillo postrero, aquel cuya misión será la de consumar la rebelión de la humanidad contra Dios. Pero sabemos que la bestia política será secundada por una segunda bestia, que corresponde a la religión adulterada, prostituida y prevaricadora, la que también contará con un jefe emblemático, el cual hará que los moradores de la tierra se sometan incondicionalmente a la primera, adorándola. Y es necesario reconocer que Francisco, a través de sus discursos de Estrasburgo, se sitúa inequívocamente en la línea del falso profeta descripto por San Juan en su visión escatológica, presentándose a los ojos del mundo como un cordero pero hablando como un dragón…