martes, 28 de julio de 2009

NI SANTO, NI TAN SÚBITO

Tomado de la revista católica antimodernista, SISINONO n. 201, Abril 2009.

Un lector nos escribe

"Rev. Padres de si si no no:
… Querría exponer mi pensamiento y solicitar vuestra opinión sobre la obra de Karol Wojtila.
Mis padres y catequistas me han enseñado que ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’.
Los Diez Mandamientos empiezan por estas palabras: “Yo soy el señor tú Dios, no tendrás otro Dios fuera de mí”. Precisado esto, he visto a Juan Pablo II besar el Corán, lo he visto deslizar una hoja de papel en una ranura del Muro de las Lamentaciones, lo he visto en otras muchas circunstancias totalmente incomprensible para mí. Si yo hubiera hecho lo mismo me habría sentido al menos en estado de pecado mortal, y en otros tiempos habría sido excomulgado. Habiendo suscitado el comportamiento de Juan Pablo II la duda e incertidumbre en la conciencia de tantos cristianos, ¿debería ser declarado santo inmediato? Para mí se trata de un Papa que habrá que olvidar. Os ruego que me digáis si me equivoco.
Anticipadamente os doy las gracias por vuestra respuesta y os saludo devotamente".

Carta firmada

RESPONDEMOS

Querido amigo:
Usted tiene razón y estamos totalmente de acuerdo.
Nunca hemos guardado silencio sobre los actos de Juan Pablo II, que independientemente de las intenciones de su autor, eran una grave amenaza para la fe.
Mientras estuvo vivo consideramos ser nuestro deber el alertar a las almas sobre los escándalos que emanaba de la autoridad suprema, afirmando en muchas ocasiones que la obediencia al “Papa actual” (empleando el lenguaje de Pablo VI), no puede nunca separarse de la obediencia a los “Papas de ayer”. Nos enseña el Concilio dogmático Vaticano I que a cada Papa se le promete la asistencia del Espíritu Santo, no para inventar una nueva religión, sino para transmitir fielmente el depósito de la fe. Pero desde el momento en que Karol Wojtila ha pasado al juicio de Dios, consideramos que nuestro deber respecto a él ha terminado.
De mortuis nisi bonum, decían los Romanos, y nosotros añadimos que cuando no se puede hablar bien, es mejor callar. Cualquier palabra tendría sabor a resentimiento personal, y en nosotros no ha sido más que el amor a la Iglesia y a las almas, en el que se cumple el amor de Dios, lo que nos ha empujado a escribir.
Añadimos que si los errores no tienen derecho a ninguna indulgencia (por eso tendremos siempre la misma libertad de expresión frente a los errores del Papa Wojtila), no es lo mismo cuando se trata de la persona que comete estos errores. El verdadero grado de responsabilidad personal sólo es conocido por Dios y es también por este motivo por lo que hemos juzgado más cristiano no decir nada de una ‘persona’ que ya ha salido de la escena de este mundo y ya ha sido juzgada ante el Tribunal de Dios.
Todas las manifestaciones públicas emprendidas por los medios de comunicación con motivo de las exequias de Juan Pablo II nos han dado la triste imagen de una generación, incluso entre los sacerdotes, que ha quedado con su pontificado aún menos cristiana que la que el había encontrado.
Peor aún, nos han ofrecido la imagen de una jerarquía convertida en esclava de la prensa y por consiguiente de la opinión pública, que sólo podrá librarse de esta servidumbre a muy alto precio
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