lunes, 8 de marzo de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (II)

La Pasión de Jesucristo y la conformidad con la Santísima
 Voluntad de Dios; la enfermedad y la muerte.

I
Una de las pruebas más claras del amor de Dios es buscar únicamente su santa voluntad, y no desear sino á Dios: Dilectus meus mihi, et ego illi. “Mi muy amado es mío, y yo soy de El.,
Tan pronto como se conoce la voluntad de Dios se debe seguir. Como la cera á la proximidad del fuego se ablanda y toma las formas que en ella se imprimen, así el alma amante debe derretirse luego que habla el Amado.

II
Que la voluntad de Dios sea nuestro alimento, nuestro centro, nuestro reposo: entonces gustaremos un dulce y tranquilo sueño; ningún acontecimiento podrá inquietarnos. Dejemos que Dios haga y disponga según mejor le agrade: que el Señor sea bendito para siempre. No quiero sino lo que Dios quiere. Lo que El quiere, yo lo quiero también en el tiempo y en la eternidad.

III
En todos los accidentes y contradicciones de la vida decid, inclinando la cabeza: “Que se haga la Santísima voluntad de Dios, o estas palabras del Evangelio: Yo he venido no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi Padre que me ha enviado. Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre.

IV
En los males y aflicciones que Dios nos envía, es necesario humillarse é inclinar la cabeza; porque, si El quiere darnos una bofetada y nosotros levantamos la cabeza, nos dará diez; mas, si la bajamos, apenas si nos dará una, y así salimos con ganancia.

V
No hay reposo ni paz posible para el que resiste á la divina voluntad. Quiss restitit ei, et pacem habuit?
No miréis el instrumento de vuestras pruebas y trabajos, sino figuraos que Jesucristo os lo presenta con sus propias manos.

VI
San Juan Crisóstomo ha dicho: Silentium quod lutum praebet figuro, idem ipse pruebe Conditori tuo. El silencio que el barro guarda en las manos del alfarero, debéis guardar vosotros en las manos de Dios. El barro calla siempre: que el artista haga de él un vaso de honor ó de ignominia, él calla; ora le rompa, ora arroje los pedazos a una inmunda cloaca, él guarda silencio, y está tan contento como si lo pusiera en la galería del Rey. Grabad en vuestra memoria esta provechosísima lección y ponedla en práctica.

VII
Vuestros deseos por grandes y santos que sean, debéis dejarlos morir en el fuego del amor de Dios, de donde proceden, y esperar el tiempo en que Dios quiere que se cumplan. Entre tanto, cultivad un solo deseo, el más perfecto de todos, el de agradar á Dios y alimentaros de su santa voluntad.

VIII
Alimentaos de la santa voluntad de Dios, bebed en el cáliz de jesús con los ojos cerrados, sin querer ver lo que hay dentro; os basta saber que es Jesucristo que os lo presenta. Repetid con frecuencia: “¡Querida voluntad! ¡OH voluntad de mi Padre y de mi Dios! Yo os amo. Sed siempre bendita. El alimento de mi Jesús era hacer la voluntad del Padre eterno; mi alimento será hacer siempre su santísima voluntad.”

IX
Abandonaos á la santa voluntad de Dios; ella ha de ser siempre nuestro alimento. El dulcísimo Jesús hizo siempre su alimento de la voluntad de su Padre, que quiso verle en un mar de sufrimientos: Sed magnánimos; no os dejéis espantar por el demonio; manteneos ocultos en Dios: allí nadie podrá dañaros.

X
Humillaos, resignaos, abandonaos en Dios con una muy grande confianza, permaneciendo siempre en vuestra nada. La divina voluntad es un bálsamo que cura todas las penas; es preciso acariciarla y amarla en las adversidades como en las prosperidades.

XI
Un día el Señor me hizo ver un grueso haz de cruces; al mismo tiempo me inspiró interiormente el sumergir mi voluntad propia como una gota de agua en el océano inmenso de su santísima voluntad. Yo lo hice así, y en un abrir y cerrar de ojos todas aquellas cruces desaparecieron. Haced otro tanto en vuestras penas, y desaparecerán.

XII
En vuestras penas y aflicciones interiores y exteriores practicad el ejercicio del abandono total á la santa voluntad de Dios. Rezad el rosario que Santa Gertrudis compuso de estas palabras: Fiat voluntas tua! Hágase, Señor, vuestra voluntad! Otras veces decid con sentimiento de perfecta resignación: “Vuestros juicios, Señor, son justos y equitativos.”

XIII
Si cuando vais al huerto para coger frutas os sorprende una fuerte lluvia, ¿qué hacéis? Os abrigáis en alguna parte, ¿no es verdad? Lo mismo cuando las angustias, las tribulaciones, las amarguras llueven sobre vos, ocultaos en el asilo seguro de la adorable voluntad de Dios, y de esta suerte no os mojaréis.

XIV
Los viñadores y jardineros cuando viene la tempestad se retiran á su cabaña, y permanecen en ella hasta que pase la lluvia. Así nosotros en las terribles tempestades de que estamos amenazados á causa de nuestros pecados y los del mundo, debemos refugiarnos bajo la tienda de oro de la Santísima voluntad de Dios, regocijándonos de que la voluntad del Soberano Dueño se cumpla en todas las cosas.

XV
Decid á menudo: Señor, yo no quiero ni vivir ni morir, sino tan soló lo que Vos queréis. Muero gustoso para hacer vuestra adorable voluntad. Señor, disponed de mí según vuestra voluntad. Haced de mí lo que queráis, yo seré vuestro y no cesaré de buscaros.

XVI
La enfermedad es una gracia de Dios; ella nos enseña lo que somos; en ella se conoce al hombre paciente, humilde, mortificado… Cuando la enfermedad abate y mortifica al cuerpo, el espíritu está mas apto para elevarse á Dios.

XVII
En lo que mira al cuerpo, abandonaos enteramente á las órdenes del facultativo; después de haberle dicho lo necesario, callaos, y dejadle obrar. No rehuséis los remedios, sino tomadlos en el cáliz amoroso de Jesús con un dulce y alegre semblante. Sed agradecidos á los que os cuidan y asisten.

XVIII
En vuestras dolencias manteneos en vuestra cama como sobre la Cruz. Jesús ha orado tres horas en la Cruz, y ésta fue una oración verdaderamente crucificada, sin consuelo, ni interior ni exterior. ¡OH Dios, qué gran lección! Rogad á Jesús que la imprima en vuestro corazón. ¡OH, cuántas cosas hay que meditar en ella!

XIX
No podríais tener una señal más segura del amor que Dios os tiene, que esa pena con que Dios os regala. Adorad la divina voluntad que os ha enviado esa enfermedad. Cuando gozabais de buena salud, no erais tan querida de Dios como lo sois ahora. El os ama como á hija y a esposa muy querida: he aquí porque os trata de esta manera.

XX
Las grandes enfermedades son grandes gracias que Dios hace á las almas que ama más… Reposad en paz entre los brazos del esposo celestial que os ama mucho; permaneced sobre la cruz de la enfermedad en paz y silencio, tanto como os es posible. Si la causa de la enfermedad es la herida del amor divino que embalsama vuestra alma, y morís bajo sus golpes, ésta será una muerte más preciosa que la vida.

XXI
El camino más corto para adquirir la paz que nace del amor de Dios, fuente inagotable de virtudes, es el aceptar todas las tribulaciones, ya espirituales, ya temporales, las enfermedades, los infortunios de todo linaje; aceptar todo esto sin ningún intermediario, sino de la misma mano de Dios, es mirar y tomar todos los acontecimientos adversos como ricos regalos que nos son ofrecidos por el Padre celestial.

XXII
Desde la eternidad el Señor ha determinado y juzgado bueno lo que tenéis que sufrir. Esas penas corporales, esas persecuciones del demonio y de los hombres estaban decretados en los eternos consejos de Dios. Miradlos con los ojos de la fe, y acariciad la voluntad de Dios con oraciones jaculatorias y exclamaciones del corazón.

XXIII
Cuando miramos con los ojos de la fe las amarguras, las persecuciones y los sufrimientos del alma y del cuerpo, cuando las miramos como joyas que salen del seno paternal de Dios, lejos de sernos amargas, se nos hacen muy dulces y suaves.

XXIV
La enfermedad vale más que una buena disciplina ó un rudo cilicio. ¡OH, cuánto agradan á Dios las disciplinas que El mismo nos envía! En medio de vuestras dolencias repetid á menudo las palabras del Salvador en el huerto de las Olivas: Hágase, Padre mío, tu voluntad y no la mía.

XXV
En todas vuestras aflicciones y enfermedades mirad al dulce Jesús, nuestro amor, Rey de dolores y de aflicciones, que está agonizando en el duro madero de la Cruz; esta vista endulzará todos vuestros dolores u todas vuestras angustias.

XXVI
Si la idea de la muerte os inspira algún temor, disipadlo, pensando en la muerte de Jesucristo. En el fondo, morir no es cosa horrible, sino amable. Si la muerte es privación de a vida, ella nos es quitada por el mismo Dios que nos la dió.


XXVII
Decid con frecuencia al Señor. “yo acepto la muerte, ¡oh Dios mío! de buena voluntad. El que es culpable de lesa majestad, justo es que muera. Yo soy culpable, luego debo morir…
Después, de los sufrimientos de un momento, la divina misericordia os reserva una eternidad de dulces é inefables alegrías.

XXVIII
Tengamos gran confianza que por los méritos de la Pasión y muerte de nuestro divino Redentor y los dolores de María Santísima, nuestra dulce Madre, cantaremos en el cielo las infinitas y paternales misericordias de Dios.
Decidme: ¿qué quisierais haber hecho si tuvierais que morir en este momento? ¿quisierais haber gozado de perfecta salud y vivido en las riquezas, que de ordinario arrastran á grandes pecados, y después ser arrojados en el infierno; ó haber llevado una vida enfermiza y pobre, y luego volar al Santo Paraíso?

San Pablo de la Cruz