"Reverenda redacción:
La jerarquía católica actual cita a menudo, en sostén de su política de apertura ecuménica y de diálogo, una afirmación cristológica que figura en el artículo 22 de la constitución conciliar Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.
La afirmación en cuestión es la siguiente: “Con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre (Ipse enim, Filius Dei, incarnatione sua cum omni homine quodammodo Se univit)”. Se pretendía justificar con ella otras afirmaciones inmediatamente precedentes en las que se decía que, con la encarnación, la naturaleza humana “había sido también elevada en nosotros a una dignidad sublime” (loc. cit.).
A mí me parece que podemos decir, si se nos apura, que la encarnación elevó la naturaleza humana a una ‘dignidad sublime’ en Cristo, siendo como es el Hijo de Dios pero el texto añade “también (…) en nosotros”.
¿También ‘en nosotros’, pecadores, para salvar a los cuales se encarnó Cristo, la encarnación elevó a la dignidad humana a una altura ‘sublime’? ¿Se trata tan sólo de una metáfora que se emplea para decir que el ser humano adquirió, a causa de la encarnación, una dignidad de que antes carecía y por cuya razón podía considerársele ‘sublime’? De ser así se trataría de una metáfora de significado discutible, a mi juicio, pero nada más que de una metáfora al fin y al cabo. Mas la frase cristológica que consigné al principio es de tal naturaleza, que obliga a excluir la hipótesis de la metáfora, pues lo que se pretendía con ella era explicar por qué la encarnación nos elevó a una dignidad sublime: porque “con la encarnación el Hijo de Dios se unió en cierto modo a todo hombre”. El texto prosigue así en apoyo de dicha afirmación. “trabajó con manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, obró con una voluntad de hombre, amó con un corazón de hombre. Se hizo realmente uno de nosotros al nacer de la Virgen María, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (Heb 4, 15)” (loc. Cit.).
Se cita en nota, en referencia al ‘obró con una voluntad de hombre’, el concilio ecuménico constantinopolitano IIIº (680), que condenó la herejía monotelita ycorroboró el dogma de la presencia en Cristo de dos voluntades y dos operaciones, una humana y otra divina: ita et humana eius voluntas deificata non est perempta (“así, su voluntad humana no fue anulada por la divina en él; cf. Denzinger, n. 291/ Denz. S., n. 556)
Así, pues, el párrafo nº 22 de Gaudium et Spes sostiene que al hacerse el Hijo de Dios “uno de nosotros’, excepto en el pecado, ‘se unió en cierto modo a todo hombre’.
Lo demuestra, al parecer, el hecho de que ‘trabajó con las manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, etc.’
No sé qué opinarán ustedes, pero a mi las cuentas no me salen. Que el Hijo de Dios se hiciese como uno de nosotros, obrando, pensando, amando como uno de nosotros, eso significa tan sólo que se encarnó a la perfección en el hombre que fue históricamente, no que se ‘uniera a cada uno de nosotros’. De hecho, la definición dogmática del concilio de Calcedonia, que condenó el monofisismo en el 451, reza: unum eundemque confiterí Filium et dominum nostrum Iesum Christum conssonanter omnes docemus, eundemque perfectum in deítate, et eundem perfectum in humanitate, Deum verum et hominem rerum, eundem ex anima rationali et corpore, consubstantialem Patri secundum deitatem, consubstantialem nobis eundem secundum humanitatem, etc. (“todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señór Jesucristo, el mismo perfecto en la deidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdadero y hombre verdadero, el mismo compuesto de alma racional y cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la deidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuando a la humanidad”, etc.) (Denzinger, n. 148; Denz. S., n. 301). Dado que la humanidad de Cristo era perfecta al encarnarse, estaba muy puesto en razón el corroborar, contra los herejes que lo negaban, que el Hijo de Dios fue también “consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad”, igual que es, ab aeterno, “consustancial con el Padre en la deidad”.
Pero tal consustancialidad en cuanto a la humanidad’ no significa, evidentemente, que Él se uniera, con la encarnación, a toda la humanidad, ‘a todo hombre’). Significa que el Verbo encarnado fue en sí mismo “verdadero hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo”, del mismo modo que cualquier otro hombre creado por Dios. No fue una apariencia de hombre, como pretendían quienes negaban la naturaleza humana de Cristo: fue, en tanto que individuo dotado de existencia histórica, un hombre auténtico con todos los atributos de la naturaleza humana y, por ende, de nuestra sustancia humana (es decir, que fue consustancial con nosotros), semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, como reza la epístola paulina a los hebreos.
San León Magno explicaba, en la frase preparatoria de dicho concilio, en I Tomus Leonis, del 13 de junio del 449, que la frase contenida en Jn 1, 14. Verbum caro Factum est et habitavit in nobis, significa que “habitó en la carne que tomó del hombre y a la cual animó el espíritu de la vida racional”. Por lo demás, ésta es la interpretación más obvia de la frase misma, conforme con la recta ratio, con el sentido común, con la letra de los textos sagrados, con la Tradición. Así las cosas, me parecen evidente que el pasaje contenido en Gaudium et Spes n. 22 distorsiona los hechos, pues pretende hacer de la encarnación de Nuestro Señor una unión del mismo con todo hombre, con lo que extiende dicha encarnación a toda la humanidad. ¿No debe considerarse esto un nuevo error cristológico no aparecido nunca antes? Corríjanme si me equivoco. Y es un error, por cierto, nada baladí.
Queda la cuestión del inciso “en cierto modo” (quodammodo), típico del modo de expresarse ambiguo de varios textos del Vaticano II. ¿Qué significa ese ‘en cierto modo’? ¿Se ha unido el Verbo ‘a todo hombre’ o no se ha unido? ¿Acaso el inciso pretende expresar la idea del carácter misterioso de esa supuesta ‘unión con todo hombre’? Sea como fuere, creo que la ambigüedad constituida por el inciso no es tal que baste a comprometer el concepto que se afirma en la frase incriminada, que introduce la idea monstruosa según la cual la encarnación constituyó la unión efectiva del Hijo de Dios con todo hombre, no sólo con el hombre Jesús de Nazaret (¡!). ¡Se trata de una noción no sólo errónea a fuer de contraria a cuanto ha enseñado siempre la Iglesia, sino, además, absolutamente aberrante, que siembra la confusión sobre el dogma de la encarnación de Nuestro Señor al falsearlo en sentido panteísta!
Les agradecería me participasen su opinión al respecto.
Cordialmente”.
Carta firmada
Apostilla
Nos contentaremos con remitirnos al doctor Angélico. Santo Tomás escribe que:
1º La persona del Verbo divino asumió una naturaleza humana individual: assumpta est in individuo quia assumpta est ut sit in individuo (“la naturaleza humana fue asumida por el Verbo en condiciones de individualidad porque fue asumida para subsistir en una persona individual”; cf. Summa Theologiae III, q. 4, a. 4).
2º La persona divina del Verbo no se encarnó en todos los individuos de la naturaleza humana (es decir, no “se unió a todo hombre”) Y ello por tres motivos.
a) Porque de haber sido tal el caso, al ser la persona divina el único sujeto de la naturaleza humana asumida por el Verbo encarnado, se habría eliminado la multiplicidad de los sujetos que es connatural a dicha naturaleza humana (quia tolleretur multitudo suppositorum humanae naturae, quae est ei connaturalis).
b)En segundo lugar, se habría aminorado la supremacía absoluta del Hijo de Dios encarnado sobre la humanidad entera, porque si hubieran sido asumidos por el Verbo todos los hombres, tendrían todos Su misma dignidad (essent tunc omnes homines aequalis dignitatis (“serían entonces todos los hombres de igual dignidad”); pero Él, por el contrario, es el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8,29) según la naturaleza humana, igual que fue “engendrado antes que toda criatura” (Coloss. 1, 15) según la naturaleza divina.
3º Por último, convenía que a la única persona divina encarnada le correspondiese una única naturaleza humana asumida (Sicut unum suppositum divinum est incarnatum, ita unam solam naturam humanam assumeret ut ex utraque parte unitas inveniatur; “como se encarnó un único sujeto divino, de igual manera se asumiría una sola naturaleza humana para que de ambas partes se hiciese la unidad”) (S. Th. III, q. 4, a. 5).
Se echa de ver que tampoco hoy los “novadores” aportan nada nuevo a la historia de las herejías: reproponen obstinadamente antiguos errores. Poco les importa que tales errores estén ya rechazados por los doctores de la Iglesia y condenados por su magisterio, pues tiene un idéntico desprecio por ambos.
Éste es su “pecado original”.
La afirmación en cuestión es la siguiente: “Con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre (Ipse enim, Filius Dei, incarnatione sua cum omni homine quodammodo Se univit)”. Se pretendía justificar con ella otras afirmaciones inmediatamente precedentes en las que se decía que, con la encarnación, la naturaleza humana “había sido también elevada en nosotros a una dignidad sublime” (loc. cit.).
A mí me parece que podemos decir, si se nos apura, que la encarnación elevó la naturaleza humana a una ‘dignidad sublime’ en Cristo, siendo como es el Hijo de Dios pero el texto añade “también (…) en nosotros”.
¿También ‘en nosotros’, pecadores, para salvar a los cuales se encarnó Cristo, la encarnación elevó a la dignidad humana a una altura ‘sublime’? ¿Se trata tan sólo de una metáfora que se emplea para decir que el ser humano adquirió, a causa de la encarnación, una dignidad de que antes carecía y por cuya razón podía considerársele ‘sublime’? De ser así se trataría de una metáfora de significado discutible, a mi juicio, pero nada más que de una metáfora al fin y al cabo. Mas la frase cristológica que consigné al principio es de tal naturaleza, que obliga a excluir la hipótesis de la metáfora, pues lo que se pretendía con ella era explicar por qué la encarnación nos elevó a una dignidad sublime: porque “con la encarnación el Hijo de Dios se unió en cierto modo a todo hombre”. El texto prosigue así en apoyo de dicha afirmación. “trabajó con manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, obró con una voluntad de hombre, amó con un corazón de hombre. Se hizo realmente uno de nosotros al nacer de la Virgen María, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (Heb 4, 15)” (loc. Cit.).
Se cita en nota, en referencia al ‘obró con una voluntad de hombre’, el concilio ecuménico constantinopolitano IIIº (680), que condenó la herejía monotelita ycorroboró el dogma de la presencia en Cristo de dos voluntades y dos operaciones, una humana y otra divina: ita et humana eius voluntas deificata non est perempta (“así, su voluntad humana no fue anulada por la divina en él; cf. Denzinger, n. 291/ Denz. S., n. 556)
Así, pues, el párrafo nº 22 de Gaudium et Spes sostiene que al hacerse el Hijo de Dios “uno de nosotros’, excepto en el pecado, ‘se unió en cierto modo a todo hombre’.
Lo demuestra, al parecer, el hecho de que ‘trabajó con las manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, etc.’
No sé qué opinarán ustedes, pero a mi las cuentas no me salen. Que el Hijo de Dios se hiciese como uno de nosotros, obrando, pensando, amando como uno de nosotros, eso significa tan sólo que se encarnó a la perfección en el hombre que fue históricamente, no que se ‘uniera a cada uno de nosotros’. De hecho, la definición dogmática del concilio de Calcedonia, que condenó el monofisismo en el 451, reza: unum eundemque confiterí Filium et dominum nostrum Iesum Christum conssonanter omnes docemus, eundemque perfectum in deítate, et eundem perfectum in humanitate, Deum verum et hominem rerum, eundem ex anima rationali et corpore, consubstantialem Patri secundum deitatem, consubstantialem nobis eundem secundum humanitatem, etc. (“todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señór Jesucristo, el mismo perfecto en la deidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdadero y hombre verdadero, el mismo compuesto de alma racional y cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la deidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuando a la humanidad”, etc.) (Denzinger, n. 148; Denz. S., n. 301). Dado que la humanidad de Cristo era perfecta al encarnarse, estaba muy puesto en razón el corroborar, contra los herejes que lo negaban, que el Hijo de Dios fue también “consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad”, igual que es, ab aeterno, “consustancial con el Padre en la deidad”.
Pero tal consustancialidad en cuanto a la humanidad’ no significa, evidentemente, que Él se uniera, con la encarnación, a toda la humanidad, ‘a todo hombre’). Significa que el Verbo encarnado fue en sí mismo “verdadero hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo”, del mismo modo que cualquier otro hombre creado por Dios. No fue una apariencia de hombre, como pretendían quienes negaban la naturaleza humana de Cristo: fue, en tanto que individuo dotado de existencia histórica, un hombre auténtico con todos los atributos de la naturaleza humana y, por ende, de nuestra sustancia humana (es decir, que fue consustancial con nosotros), semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, como reza la epístola paulina a los hebreos.
San León Magno explicaba, en la frase preparatoria de dicho concilio, en I Tomus Leonis, del 13 de junio del 449, que la frase contenida en Jn 1, 14. Verbum caro Factum est et habitavit in nobis, significa que “habitó en la carne que tomó del hombre y a la cual animó el espíritu de la vida racional”. Por lo demás, ésta es la interpretación más obvia de la frase misma, conforme con la recta ratio, con el sentido común, con la letra de los textos sagrados, con la Tradición. Así las cosas, me parecen evidente que el pasaje contenido en Gaudium et Spes n. 22 distorsiona los hechos, pues pretende hacer de la encarnación de Nuestro Señor una unión del mismo con todo hombre, con lo que extiende dicha encarnación a toda la humanidad. ¿No debe considerarse esto un nuevo error cristológico no aparecido nunca antes? Corríjanme si me equivoco. Y es un error, por cierto, nada baladí.
Queda la cuestión del inciso “en cierto modo” (quodammodo), típico del modo de expresarse ambiguo de varios textos del Vaticano II. ¿Qué significa ese ‘en cierto modo’? ¿Se ha unido el Verbo ‘a todo hombre’ o no se ha unido? ¿Acaso el inciso pretende expresar la idea del carácter misterioso de esa supuesta ‘unión con todo hombre’? Sea como fuere, creo que la ambigüedad constituida por el inciso no es tal que baste a comprometer el concepto que se afirma en la frase incriminada, que introduce la idea monstruosa según la cual la encarnación constituyó la unión efectiva del Hijo de Dios con todo hombre, no sólo con el hombre Jesús de Nazaret (¡!). ¡Se trata de una noción no sólo errónea a fuer de contraria a cuanto ha enseñado siempre la Iglesia, sino, además, absolutamente aberrante, que siembra la confusión sobre el dogma de la encarnación de Nuestro Señor al falsearlo en sentido panteísta!
Les agradecería me participasen su opinión al respecto.
Cordialmente”.
Carta firmada
Apostilla
Nos contentaremos con remitirnos al doctor Angélico. Santo Tomás escribe que:
1º La persona del Verbo divino asumió una naturaleza humana individual: assumpta est in individuo quia assumpta est ut sit in individuo (“la naturaleza humana fue asumida por el Verbo en condiciones de individualidad porque fue asumida para subsistir en una persona individual”; cf. Summa Theologiae III, q. 4, a. 4).
2º La persona divina del Verbo no se encarnó en todos los individuos de la naturaleza humana (es decir, no “se unió a todo hombre”) Y ello por tres motivos.
a) Porque de haber sido tal el caso, al ser la persona divina el único sujeto de la naturaleza humana asumida por el Verbo encarnado, se habría eliminado la multiplicidad de los sujetos que es connatural a dicha naturaleza humana (quia tolleretur multitudo suppositorum humanae naturae, quae est ei connaturalis).
b)En segundo lugar, se habría aminorado la supremacía absoluta del Hijo de Dios encarnado sobre la humanidad entera, porque si hubieran sido asumidos por el Verbo todos los hombres, tendrían todos Su misma dignidad (essent tunc omnes homines aequalis dignitatis (“serían entonces todos los hombres de igual dignidad”); pero Él, por el contrario, es el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8,29) según la naturaleza humana, igual que fue “engendrado antes que toda criatura” (Coloss. 1, 15) según la naturaleza divina.
3º Por último, convenía que a la única persona divina encarnada le correspondiese una única naturaleza humana asumida (Sicut unum suppositum divinum est incarnatum, ita unam solam naturam humanam assumeret ut ex utraque parte unitas inveniatur; “como se encarnó un único sujeto divino, de igual manera se asumiría una sola naturaleza humana para que de ambas partes se hiciese la unidad”) (S. Th. III, q. 4, a. 5).
Se echa de ver que tampoco hoy los “novadores” aportan nada nuevo a la historia de las herejías: reproponen obstinadamente antiguos errores. Poco les importa que tales errores estén ya rechazados por los doctores de la Iglesia y condenados por su magisterio, pues tiene un idéntico desprecio por ambos.
Éste es su “pecado original”.
Tomado de la revista católica antimodernista, SISI NONO nº 201. Abril 2009.