martes, 18 de mayo de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (V)


La Pasión y la Santísima Virgen

I
Profesad una tierna, sólida y filial devoción á la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen y á sus dolores, visitad á menudo y con muestras de verdadera piedad sus altares; y no dejad pasar ningún día sin ofrecerle algún obsequio.

II
Esforzaos á imitar las grandes y sublimes virtudes de María Santísima; porque los verdaderos devotos de María son los que imitan sus virtudes. vivid constantemente bajo su maternal protección.

III
Sabed que el Corazón de María, niña, es, después del Corazón de Jesús, el rey de los corazones, y que así como Dios ama más á María sola, que á todos los Ángeles y Santos juntos así el Corazón de María solo ama á Dios más que todos los Ángeles juntos y todos los santos pasados, presentes y venideros.

IV
Desead amar á Dios, como le ama el Corazón de la Virgen escogida, y para eso dirigíos en espíritu á este tierno y amante Corazón, y en El vivid y descansad, como el niño descansa en el seno de su cariñosa madre.

V
Meditad á menudo los acerbos dolores de María, dolores inseparables de los de su Hijo muy amado. Si os dirigís al Crucifijo, encontraréis en él á María; y allí donde está la Madre está también el Hijo.


VI
Unid los sufrimientos de Jesucristo á los de la Santísima Virgen; sumergíos en estos sufrimientos y haced una mezcla de amor y de dolor. –El amor os enseñará todo esto, si permanecéis al pie de la Cruz abismados en vuestra nada.

VII
Jesús ha muerto para darnos la vida; todas las criaturas están de duelo. No os digo más por ahora, sino que hagáis compañía a la Madre de jesús. Ella no muere sino por milagro: está sumergida en los sufrimientos de su amado Hijo. Imitadla y preguntad á Magdalena y al amado Juan, cuáles son sus sentimientos… Dejaos inundar de este Océano de los sufrimientos de Jesús y de María.

VIII
Mi corazón se rompe cuando considero los dolores de la Santísima Virgen. ¡OH mi tierna Madre! ¡Cuál no sería vuestra pena, viéndoos privada de vuestro querido Hijo, y contemplándole sin vida en vuestros brazos! ¡Ah! ¿quién podrá comprender la profunda tristeza de María, cuando después del entierro de Jesús, volvió á su casa?

IX
El dolor de María es profundo como el mar Mediterráneo, porque escrito está: “Vuestro dolor es grande como el mar.”
De este mar se pasa á otro mar sin límites: es la Pasión de Jesucristo, en persona de quien dijo el Profeta: “Yo he entrado en alta mar.” Allí es donde el alma se enriquece, cogiendo las perlas preciosísimas de las virtudes de Jesús y de María.

X
Pedid al Señor la gracia de vivir siempre sumergidos en el océano inmenso de su amor, de donde ha salido este otro océano de los sufrimientos de Jesús y de María. Dejaos penetrar de estos sufrimientos de Jesús y los dolores de María; dejad aguzar la lanza, la espada, el dardo, á fin de que la herida del amor y del dolor sea más profunda; será más profunda, cuánto más vuestra alma salga del cautiverio de su propia voluntad.

XI
Yo quisiera caer desfallecido á causa de los dolores de mi querida Madre. ¡OH mi tierna Madre! ¡Os veo sumergida en un mar de tristezas y de aflicciones, y nadie se compadece de Vos! Yo os compadezco, ¡Oh María, mi dulce Madre! Y os suplico me admitáis algún día en vuestra compañía.

XII
Rogad á la Santísima Virgen que bañe vuestro corazón y vuestra alma con sus amargas lágrimas, y os conceda la gracia de pensar de continuo en la Pasión de Jesucristo y en sus acerbos é inexplicables dolores.

XIII
Se acerca la grande y festiva solemnidad de los triunfos de nuestra amantísima Madre. ¡OH dichosa muerte! Esta gran Reina muere de amor; muerte más dulce y apetecible que la misma vida. ¡Ah!, alegraos con Ella, y pedidle en aquel día por mí. Yo no deseo sino ser transformado en el divino beneplácito.

XIV
Considerad que la herida de amor divino que María recibió en el primer instante de su Inmaculada Concepción, fue creciendo y aumentándose cada día más, y penetró tan profundamente en su maternal Corazón que, por fin, no pudiendo resistir más, su hermosa alma se desprendió de su virginal cuerpo, y voló, rodeada de resplandores, á los inmortales tabernáculos de los Santos. Así, pues, la muerte del amor, más dulce que la misma vida, fue la que puso fin á esta vida de amor y de dolor. Regocijaos con Ella, viendo que sus sufrimientos han tenido fin.

XV
¿Cómo hablar hoy del triunfo de María y de su gloriosa Asunción en alma y cuerpo al cielo? Regocijémonos en Dios del triunfo brillante de María y de su gloriosa Asunción en alma y cuerpo al cielo? Regocijémonos en Dios del triunfo brillante de María, nuestra Reina y nuestra Madre; regocijémonos al verla elevada sobre todos los coros de los espíritus celestiales, sentada á la diestra de su divino Hijo, coronada de gloria, de poder y de misericordia.

XVI
Considerad la alegría de los Ángeles y de los Santos al contemplar á su Reina, rodeada de resplandores, empuñando el cetro del Cielo y de la tierra. Regocijaos de las glorias de María en el Sagrado Corazón de Jesús volad al purísimo é Inmaculado Corazón de María para alegraros con Ella y pedirle su maternal bendición.

XVII
Sabed que las riquezas y grandezas de María son inmensas é inexplicables; es un océano sin límites de méritos y de perfección; sólo Dios que la ha colmado de tantos dones, puede profundizar y comprender esta obra maestra de su Omnipotencia.

XVIII
En todas vuestras tentaciones, peligros y necesidades implorad con prontitud y filial confianza el poderoso patrocinio de María Santísima, y pedidle que, desde su trono de gloria, os mire con ojos de maternal amor, como á hijo de predilección.

XIX
Saludad con frecuencia y sincera devoción á María, diciendo: ¡Oh Reina de los mártires! Yo os ruego que por vuestros dolores y vuestros triunfos me deis vuestra maternal bendición: yo me pongo y coloco también bajo el manto de vuestra poderosa protección a todos mis parientes y amigos.

XX
Cuando el demonio os acomete y pretende apartaros del servicio de Dios y arrastraros al pecado, no temáis; poned toda vuestra confianza en Dios y en la Santísima Virgen.

XXI
Refugiaos en espíritu en el Sagrado Corazón de Jesús, y encerraos en El con la llave de oro del divino amor; poned luego esta riquísima y celestial llave en el purísimo Corazón de María.

XXII
Profesad especial devoción á la Inmaculada Concepción de María. ¡Oh!, yo seré dichoso, si derramo mi sangre por esta causa… y por ello estoy seguro de que daría mucho gloria á nuestra augusta Reina.

XXIII
Tomad por vuestra especial protectora á María Santísima, y después de Dios, amadla con amor sincero y filial sobre todas las cosas , y más que á vos mismo. Mostradle vuestro amor con el cumplimiento de vuestros deberes.

XXIV
Si deseáis conservar intacto y sin mancha el hermoso lirio de la encantadora y angelical pureza, tened vuestro interior recogido en Dios, y vivid siempre bajo el amparo de la Virgen de las vírgenes.

XXV
El que quiere agradar á María debe humillarse y anonadarse profundamente; porque María fue la más humilde de las criaturas, por eso agradó á Dios más que ninguna otra y Dios la elevó sobre todo lo criado.

XXVI
El que ama de corazón á María trabaja sin cesar para inspirar á otros el amor y la más filial devoción hacia esta tierna y cariñosa Madre de Dios y de los hombres: hagámoslo así y seremos verdaderos hijos de María.

XXVII
Por muchas que sean vuestras necesidades, y por impetuosos é importunos que sean los asaltos con que el demonio os acomete para apartaros del bien; no temáis, tened confianza en la Virgen sin mancha concebida, invocadla con amor y filial ternura, y esta buena Madre, que acude a socorrer á sus devotos, aun antes de ser invocada, lo remediará todo y cuidará de vuestra alma.

XXVIII
Saludad á menudo á María, diciendo: ¡Oh María! Yo creo que sois la Madre de Dios y de los hombres; creo que sois nuestra vida, y os llamaré con San Agustín la única esperanza de los pobres pecadores. Creo que sois el respiro vivificante de los cristianos y su amparo, máxime en la hora de la muerte.

XXIX
Dios ha hecho grande á María, porque quiere que sea honrada y amada de todos. El mismo la ha honrado, la honra y ama más que á todas las demás criaturas juntas; ¿podríamos nosotros no hacer lo que el mismo Dios hace con la Santísima Virgen?

XXX
Como los soldados de la tierra en lo más recio de la batalla corren veloces y esforzados al asalto, al grito de: ¡Viva el Rey! ¡viva la patria!, así nosotros, soldados del cielo, en la formidable lucha que sostenemos diariamente contra los poderosos adversarios de nuestra alma, debemos animarnos y alentarnos al grito de: ¡Viva María!

XXXI
Amad al Soberano Bien con el Corazón y en el Corazón purísimo de la María, y formad la intención de practicar las sublimes virtudes de que Ella nos ha dado luminosísimos ejemplos. Consagraos irrevocablemente á su servicio, y pedidle que os alcance la perseverancia en el santo amor de Dios, para que después de la muerte tengáis la inefable dicha de alabarla y glorificar al Señor por toda la eternidad.


San Pablo de la Cruz