(Jorge Garrido San Román; 21-VI-03)
En la reciente Bienal de Venecia el pabellón español fue encargado al presunto artista Santiago Sierra, quien no tuvo ocurrencia más “artística” que tapar con un plástico la palabra “España”, tapiar la entrada principal y permitir el acceso sólo por la puerta de atrás a los ciudadanos españoles que enseñasen el DNI a los vigilantes de seguridad contratados al efecto. Claro que lo mejor de todo era el interior del pabellón: un local a medio hacer y lleno de porquería, basura y escombros. Vamos una verdadera obra de arte que, además, le debió de llevar mucho trabajo al presunto artista –y eso por no entrar en la legitimidad de sus emolumentos, claro-. Según los “expertos” era toda una obra maestra que denunciaba el muro que le ponemos a los extranjeros para entrar en nuestros países que, en realidad son una mierda. Vamos, arte puro. ¡Pero si hasta llegó a ser finalista para el premio de la Bienal, pese que el jurado no pudo entrar para valorarlo!
Hay quien relaciona estas tendencias “artísticas” con la importancia del compromiso del creador, pero confunden los conceptos. Una cosa es el arte comprometido -es decir, el arte con un claro mensaje que, trascendiendo lo meramente sensitivo se proyecta a lo social-, y otra cosa es el compromiso sin arte. Por ello yo no dudo de la originalidad del mensaje del señor Sierra, aunque tampoco lo comparta, pero de ahí a decir que eso es arte... ¡por favor! El arte es otra cosa, es la materialización de un sentimiento por medio de una obra creativa conforme a criterios como belleza, armonía, perfección, originalidad, transmisión de sensaciones y/o mensajes, etcétera. No es que la obra de arte tenga que atenerse a todos los criterios en la misma medida, pues los distintos estilos surgen precisamente de la distinta importancia que se le da a cada uno, pero de eso a la bazofia del señor Sierra hay un abismo. Y es que entre el arte y la bazofia hay diferencias, y decir que lo del pabellón español era una bazofia no es exagerar, sino utilizar la palabra adecuada según la Academia de la Lengua: “1.- Mezcla de heces, sobras o desechos de comida. 2.- Cosa soez, sucia y despreciable.” ¿Acaso hay otra palabra que defina mejor a ese auténtico excremento con que el señor Sierra obsequió a los amantes del arte?
Claro, que bien visto la cosa tiene su gracia, pues ver a tanto “amante del arte” admirar esa “obra” y elogiarla como lo hacía más de uno es para desternillarse de risa. A mí me recordaba al espectáculo humorístico que hace casi dos años estrenó ese antiguo falangista llamado Pedro Reyes. En él se le veía apreciar un cuadro con evidente admiración. Se trataba de una auténtica obra de arte, con un mensaje muy profundo y una sensibilidad maravillosa. Era un cuadro magnífico y de un valor incalculable, pues por algo era de quien era. Claro que en plena explicación al auditorio de las maravillas de la obra pasó por allí el encargado y le dio la vuelta al cuadro, pues estaba del revés...
Claro que también hay artistas verdaderos que deciden dedicarse al pseudoarte por razones puramente monetarias pero no porque no sean capaces de hacer obras estimables. No lo reconocerán nunca en público, claro, pero ocasionalmente pueden tener arranques de sinceridad como aquél que tuvo Pablo Ruiz Picasso en una carta dirigida a Giovanni Papini. En ella Picasso reconocía cosas como éstas:
“Desde el momento en que el arte no es ya el primer alimento que nutre a los mejores, el artista puede ejercer su talento en todos los intentos de nuevas fórmulas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los expedientes de charlatanismo intelectual. En el arte, el pueblo ya no busca consolación y exaltación, sino que los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencia buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Y yo mismo, desde el cubismo y más allá, he contentado a estos maestros y a estos críticos, con todas las cambiantes rarezas que me han pasado por la cabeza, y cuanto menos las comprendían, más me admiraban
A fuerza de divertirme con todos estos juegos, con todas estas paparruchas, con todos estos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos, me he hecho célebre, y muy rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza. Y hoy, como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo valor de considerarme como un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Grandes pintores fueron Giotto, el Ticiano, Rembrandt y Goya; yo soy solamente un entretenedor público que ha comprendido a su tiempo y se ha aprovechado lo mejor que ha podido de la imbecilidad, la vanidad, la avidez de sus contemporáneos. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera.”
¿Para qué añadir más?
Fuente: Clamar en el desierto