lunes, 9 de enero de 2012

LA SAGRADA EUCARISTÍA, ANTESALA DEL CIELO


Decía la Hermana Teresa de San Juan de la Cruz (1852-1906) Carmelita en Sevilla, “que cuando muriera no la llevaran al Cielo, sino que la dejaran en el Sagrario hasta el juicio final, no queriendo otra gloria mientras hubiera mundo”. Petición de un momento de grande afecto hecha por un temperamento andaluz. No pienso yo así, ni lo quiero, ni lo pensaban los Santos.

Cierto que Jesús se quedó en el altar para ser compañero de los hombres y ser su vida. El alma de amor enamorado le acompaña continuamente.

Pero es también cierto que el amor desea ver a quien ama y cuanto es más enamorado el amor, más desea ver muy pronto, poseer y tener la presencia del Amado y del enamorado, que no admite tardanzas.

Los Santos deseaban vehemente el Cielo: ver a Dios. San Juan de la Cruz puede presentarse como modelo de todos , cuando expresaba este amor y esta ansia del ver ya y poseer al Amado. Así decía:


“Mira que la dolencia
de amor ya no se cura
sino con la presencia y la figura.”


Y Santa Teresa de Jesús le incitaba al Señor a que la llevara ya con Él a su presencia para verle, diciendo en amoroso desafío:


“Si el amor que me tenéis
Dios mío, es como el que os tengo,
decidme ¿en que me detengo
o Vos, en que os detenéis?



Y los dos Santos hicieron la paráfrasis de la poesía “Muero porque no muero”. Goza el alma y gozo yo, en mirar dentro de mí a Jesús real y verdadero Dios y Hombre, divinidad y humanidad en la Divina Eucaristía y decirle:


“En mi pecho florido,
que entero para Él se guardaba,
allí quedo dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba”.



(Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo, “La Divina Eucaristía“)

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