APRECIACIÓN GENERAL
La obra María Valtorta presenta tantas irregularidades que es difícil entender como es que ha podido tener aceptación en los medios católicos, aún tradicionalistas, al parecer. En general, por las herejías que sustenta- y otras cuestiones negativas adyacentes- no comprendemos como pudo ser aceptada por sacerdotes de formación antigua, como un Romualdo Miglirini asistente espiritual de Valtorta, y un Fray Juan de Escobar, avalador de las ediciones de la obra, por lo menos de 1976.
O bien no leyeron éstos detenidamente los escritos de María Valtorta –lo cual es difícil de suponer, dada la seriedad de la cuestión-, o actuaron – y actúa como Escobar- como cómplices de la propagación de una obra que presenta gravísimos errores en materia de fe. Sea como fuere. En la obra de Valtorta hay un misterio de complejidad con la herejía, que envuelve en particular últimamente a los “comentaristas” de la obra que evidentemente son postconciliares, y que en notas al calce delas páginas insertan comentarios haciendo notar la coincidencia de muchas doctrinas de María Valtorta con los errores del Vaticano II .
El asunto es que a través de varias ediciones producidas últimamente por un llamado “Centro Editorial Valtortiano” central de la edición en varios idiomas de El hombre Dios, la obra está recibiendo amplia difusión.
El editor un señor Emilio Pisani, en compañía de Fray Escobar, traductor al castellano de la obra, esta evidentemente confiado en la ignorancia de los católicos (aunque las herejías fundamentales de la obra son evidentes hasta para un niño del catecismo) para conseguir, como lo ha estado haciendo hasta hoy, el éxito de librería de la obra Valtorta.
Es preciso hacer notar algo importante respecto a las ediciones de la obra de Valtorta. En ninguna de las ediciones en castellano –desde 1976- aparece constancia de la Censura Eclesiástica. Ciertamente para nosotros, católicos, la censura de libros ,- con la cual hicieron un astuto juego los postconciliares, suprimiéndola por unos años después del Vaticano II para dejar correr las herejías, y renovándola posteriormente a su manera- no es válida-. La valida para nosotros es la del antiguo y permanente Código de Derecho Canónico anterior a la reforma efectuada por orden de Juan Pablo II. Ahora bien, en la edición de 1976, – castellano que es la que tenemos a la vista junto con la de 1989 – no aparece ninguna Censura o “Nuhil Obstat”- . Conocemos la ligereza de los postconciliares en esto de la censura, pero lo que hay que hacer notar, repetimos, es el hecho de que valiéndose de los textos de la Valtorta para apoyar las doctrinas del Vaticano II, no aparezca el apoyo de la Censura postconciliar. ¿No han querido comprometerse para poder dejar la puerta abierta a una autodefensa ante la acusación de hereje cómplices del libro que por otra parte comenta favorablemente ?. Bien que ellos así son. Mas no deja de ser un dato interesante.
Por otra parte, se dice en la Introducción a la edición en castellano de 1976, que María Valtorta “ el 18 de abril de 1949 ofreció a Dios el sacrificio de no ver la aprobación de su obra, uniendo a este sacrificio el precioso don de su inteligencia”. Esto significa evidentemente o da a entender, que la obra de Valtorta fue sometida a censura y no logró la aprobación eclesiástica. Eran los tiempos de S.S. Pío XII. y repite el P. Escobar: “María no pudo tener la satisfacción de ver que su obra era aprobada” (P.9) No explica si por fin la obra tuvo o no la aprobación. Pero tratándose de una cuestión tan seria, lo menos que podía hacer Escobar es consignar la fecha de la aprobación, si es que hubo posteriormente, después de aquel rechazo de 1949. Que hubo rechazo de la obra por parte de la autoridad eclesiástica, lo indica claramente Escobar al mencionar el sacrificio de Valtorta, y la fecha que seguramente fue en la que recibió la negativa. “El 18 de abril de 1949. Los motivos para el rechazo más que nada en aquel entonces, eran más que suficientes,
Algo sobre las leyes canónicas de la Santa Iglesia respecto a la censura eclesiástica de libros, escritos diversos, revelaciones, etc.
Lo que en el Código de Derecho Canónico se expresa. – el antiguo –sobre la publicación de libros, artículos, textos de revelaciones privadas, imágenes religiosas, todo tema religioso, en fin, está contenido en los cánones del 1384 al 1400 principalmente. Ahí se expresa:
1.- Que la Santa Iglesia tiene derecho de exigir que los fieles no publiquen libros que ella no haya previamente examinado, y a prohibir con justa causa todo lo que haya sido publicado sin su autorización por cualquier persona.
2.- Todos los escritos antes de su publicación deben ser aprobados por el obispo de la diócesis dentro de la cual se publica la obra. Este obispo tendrá nombrado un censor de oficio, clérigo dedicado a examinar el contenido de lo que se piensa publicar, para determinar si no contiene errores contra la fe y costumbres. Una vez aprobada la obra se incluirá en las primeras páginas el Nihil Obstat con la firma del censor y aprobación del obispo. También se expresa con la frase Con las debidas licencias o Imprimatur – puede imprimirse- Si la obra presentada para ser examinada contiene algún error. Es rechazada y se niega la aprobación, por lo cual el autor no puede publicarla, o si la publica sin la constancia de censura incurre en grave delito al que se refiere el Canon Núm .2318 que dice:
2318. Incurren en excomunión ipso facto reservada de un modo especial a la Santa Sede, una vez que la obra es del dominio público, (ipso facto quiere decir sin necesidad de ninguna declaración) los editores de libros apostatas, herejes o cismáticos, en los que se defiende la apostasía, la herejía o el cisma y asimismo los que defienden dichos libros u otros prohibidos nominalmente por letras apostólicas, o los que a sabiendas y sin la licencia necesaria, los leen o los retiene en su poder. (Sin la licencia necesaria significa que a determinadas personas cuyo criterio católico es confiable, la Iglesia puede conceder la lectura de libros prohibidos en particular para estudiarlos para su refutación) continúa…
Los autores y editores que sin la debida licencia, hacen imprimir libros de las Sagradas Escrituras o sus anotaciones y comentarios, incurren ipso facto en excomunión no reservada.
Ahora bien, aquí cabe una observación: no existiendo al presente autoridades canónicamente jerárquicas que juzguen según el Derecho sobre los libros, ¿a qué nos atenemos los católicos respecto a los libros que en defensa de la Fe se publican sin aparecer licencia?… En primer lugar, hay que tener en cuenta la intención con la que escriben los sacerdotes y laicos que al momento presente escriben en defensa de la Fe católica y de la Iglesia verdadera. Esta intención conlleva ya el deseo de conformar sus escritos con la Doctrina verdadera. Por lo general, son personas preparadas doctrinalmente que han podido detectar los errores de la Iglesia postconciliar, y han comentado unos con otros los mismos temas. El Magisterio de la Santa Iglesia ha determinado clara y abundantemente a través de veinte siglos cuál es la recta Doctrina, de modo que no es difícil compararla con las novedades heréticas, colaborando a que la Doctrina verdadera se mantenga y los fieles logren rechazar los errores. Pero además, hay que hacer notar que siendo el deseo manifiesto de los escritores tradicionalistas defender la Fe, seguramente todos están dispuestos, si se les hace notar algún error, a conformar su pensamiento con el de la Santa Iglesia. Esto vale por la situación presente en que quedaría un inmenso hueco sin llenar, de no existir quien tomase la defensa escrita de la Doctrina; mucho antes de aparecer los cánones censurando los libros, millares de católicos escribieron difundiendo y defendiendo la Fe. La censura se hizo necesaria en particular al aparecer los errores difundidos por Lutero.
Ahora bien, más que nunca son válidos los cánones que previenen contra libros heréticos que personas con una elemental cultura religiosa pueden detectar, y es deber de quienes pueden comprobar comparándolos con la doctrina verdadera, que una obra o escrito contienen herejías, al advertir sobre todo en este momento acerca de dichos errores. La manera de probar con seguridad, es comparar la doctrina errónea con la Doctrina de la Iglesia. Esta prueba es irrefutable de por sí.
VOLVIENDO A LA OBRA DE MARÍA VALTORTA
Aquí se trata de un comentario a su obra, haciendo notar los errores, algunas herejías, en que ella incurre, comparadas con la Doctrina de la Santa Iglesia. No se trata de un juicio de su personalidad ni de su intención, sólo de hacer notar lo que una censura eclesiástica normal no aceptaría de sus escritos.
Una observación más
Antes de pasar adelante en este comentario queremos recordar que la Santa Iglesia no obliga, sino que deja en libertad a los católicos de aceptar o no las revelaciones privadas. Lo único que está obligado un católico a aceptar son los dogmas de la Fe.
Por otra parte, la Santa Iglesia reconoce que hasta en los escritos de los ya llamados “ siervos de Dios” es posible que se encuentren errores. “ Siervos de Dios” son aquellos cuyos juicios para la posible beatificación se ha iniciado, y cuyas personas y vida pueden ser dados a conocer. No obstante, en su constante solicitud por mantener libre de error la manifestación de la Fe incluso en los escritos de estos siervos, la Iglesia somete estos escritos a una Comisión especial sobre cuyo resultado dictamina el mismo Romano Pontífice, quien decide según el resultado si puede o no llevarse adelante la causa. Por lo general se ha encontrado – si los escritos hubieran sido publicados durante la vida del autor que éstos no contienen error alguno, mas son sometidos a estudio los inéditos principalmente, dado que en general los siervos de Dios que han escrito lo han hecho con abundancia, aunque no todos incluyen revelaciones. “Los escritos de los Siervos de Dios en los cuales se encuentre alguna cosa que pueda escandalizar a los fieles, o no conformes con la fe, son juzgados en última instancia por el Romano Pontífice, quien decide si se puede o no seguir adelante”. (Canon 2071, Derecho Canónico)
Pero hay algo más sobre lo cual juzga la Santa Iglesia en su solicitud. El Canon Núm. 2072 dice que “El juicio favorable del Romano Pontífice no constituye la aprobación de los escritos, ni es obstáculo para que el Promotor de la fe y los consultores, puedan y deban proponer en la discusión de las virtudes las objeciones sacadas de los escritos del Siervo de Dios”. Aclaramos en este caso el Papa no está definiendo sobre cuestiones de fe, y de los errores del considerado puede deducirse algo que hable mal de las virtudes del mismo. Tal es, en una palabra, lo que la Iglesia determina sobre escritos, y por lo mismo revelaciones privadas, -supuestamente revelaciones- de los que escriben sobre cuestiones religiosas en particular de orden místico.
En última instancia, no es por sus escritos (aunque su contenido cuente mucho para el caso) por lo que la Santa Iglesia canoniza a un individuo, sino por sus virtudes que se tiene que demostrar que practicó heroicamente. La cuestión de sus escritos es cosa secundaria aunque mucho cuenten, sobre todo si hizo con ellos durante su vida labor apostólica y pueden ser útiles para la promoción de la vida espiritual y difusión de la Fe o su defensa.
La Iglesia toma mucho en cuenta la actitud general que respecto de la obediencia a la misma tuvo durante su vida el escritor, y si en el caso de los Siervos de Dios se puede suponer que si escribió algún error, si viviera se retractaría. Respecto a las revelaciones (supuestas) privadas, podemos demostrar cómo aún en el caso de los santos pueden ser falsas; tal es el caso de San Vicente Ferrer, (año 1415) quien siendo eminente defensor de la Iglesia en su tiempo, cayó en el error de predicar que el fin del mundo estaba cercano, lo cual creyó la mayoría de la cristiandad, habiendo resultado falso el anuncio. Esto nos puede prevenir contra predicciones semejantes.
Por último, podemos recordar que el gran Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, quien abundantemente escribió sobre cuestiones de Fe y también místicas, queriendo permanecer en fidelidad a la Iglesia y previendo que en sus escritos pudiera hallarse algún error contra la Fe, (que por otra parte Jamás se encontró) no obstante su gran sabiduría, con gran humildad escribió como culminación de su obra escrita lo siguiente, que resumimos: “Someto al juicio de la Santa Iglesia todos mis escritos”. Este ha sido posteriormente durante siete siglos el lema de muchos escritores católicos, que de antemano manifiestan someterse a este juicio para no quedar fuera de la Santa Iglesia por algo involuntario.
En el caso que tratamos de María Valtorta, queremos suponer que ella con buena fe se hubiera retractado de las herejías que escribió, si alguien con autoridad se las hubiera hecho notar, lo que lamentablemente no sucedió, ni aún por parte de los sacerdotes de formación antigua que la dirigieron espiritualmente e impulsaron. En el caso de los errores de sus obras, lo que es de lamentar no es que ella, por ignorancia, hubiera escrito cosas contra la Fe, sino que aún al presente se difunda su obra, y nada menos que por una casa editora fundada especialmente para esta difusión, careciendo sus obras de censura ninguna ni aún por parte de los postconciliares, que otorgan al presente dicha censura, -aunque ellos tampoco sean de fiar- pero al menos por la seriedad del caso.
Por lo cual es necesario y urgente proporcionar un ligero análisis de los principales errores de esta obra así divulgada.
LOS VISIBLES ERRORES CONTRA LA FE CONTENIDOS EN LA OBRA SON LOS SIGUIENTES:
1. Asegura la autora que la Revelación divina continúa, y que ella es la continuadora, llamándola el mismo Cristo “mi María Juan”, o sea, una especie de “hermana” de San Juan evangelista, cuya prolongación sería ella, encargada de proseguir y explicitar la Revelación, admitiendo una evolución de los dogmas ya definidos. Esta evolución dogmática está condenada por la Santa Iglesia.
La Revelación divina que comenzó en el Antiguo Testamento, se cierra y clausura con el Apocalipsis de San Juan, donde al respecto escribe el Apóstol: “Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía, de este libro, que, si alguno añade algo a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas descritas en este libro, y si alguno quita algo de las palabras de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida”. (Apoc. 22, 18, 19)
La Santa Iglesia enseña que la divina Revelación terminó así pues con este libro, que clausura el Nuevo Testamento, y es contra la doctrina de la misma enseñar que la Revelación puede continuar por medio de otros “profetas” o ser explicitada contrariando lo ya definido dogmáticamente.
Ningún católico puede, pues, aceptar dicha “prolongación de la revelación” por medio de una “vidente”, quizá ignorante ella misma en su equívoco, de la doctrina de la Iglesia al respecto. La autora asegura haber recibido todo lo que describe y narra como una revelación, no sólo sobre puntos secundarios, sino para aclarar los evangelios mismos, o sea que hasta la venida de ella no teníamos los católicos por medio de la Iglesia una visión clara. Según eso Cristo mismo diría a la Valtorta acerca de la obra escrita por ella que “esta obra tiene por objeto iluminar ciertos puntos que un conjunto de circunstancias han cubierto de oscuridad y forman así unas zonas obscuras en la luminosidad del cuadro evangélico y puntos que parecen fisuras, y no son sino puntos obscurecidos entre uno y otro episodios, puntos indescifrables y en aclararlos está la llave para comprender exactamente ciertas situaciones…” y así largas pero ratas a favor de la revelación valtortiana que -decimos- no sólo dan la impresión de querer asegurar que algo faltaba a la Revelación, sino de hecho lo aseguran, y esto en boca de Cristo mismo.
Es Cristo, según lo que se escribe, Quien asegura en las visiones a la Valtorta, que sus escritos son inspiraciones del Espíritu Santo, y quien exhorta a los lectores -dice- a escuchar a la que llama muchas veces su “pequeño J uan ” (por lo del apóstol) o su “María Juan ” a manera de identificación de ambos. El desprecio de la doctrina de la Iglesia que enseña que la divina Revelación terminó con el último Apóstol, es evidente y contradictorio cuando la “vidente” pone en boca del mismo Cristo la contradicción a la doctrina. Por ejemplo, dice que le habla el Señor amonestando a los que leen la obra de ella y no la aceptan por saber que la Revelación está terminada:
“Si objetáis que la Revelación terminó con el último de los Apóstoles y no habría nada más que agregar, ¿y si yo me he querido complacer en reconstruir el cuadro de mi caridad divina así como hace un restaurador de mosaicos que repone las piezas deterioradas y que faltan, y quise hacerlo hasta este siglo en que el linaje humano se precipita en las tinieblas… ? … En verdad deberíais bendecirme, porque he aumentado con nuevas luces la luz que tenéis, y que ya no es más suficiente para ver a vuestro Salvador”. (Págs. 887 y sig. de la obra)
Respecto a lo anterior, es verdad que cualquiera puede decirse iluminado por Dios, asegurar que le habla el mismo Cristo, y que le son reveladas cosas. Lo inadmisible es, (los mencionados iluminados pueden ser ignorantes, psíquicamente inadaptados, escribiendo tal vez sin mala fe,) que herejías y extravagancias sean aceptadas por personas cultas en materia religiosa, y repetimos una vez más, por sacerdotes avaladores de la superchería a sabiendas de que se trata del fruto de una imaginación exaltada, donde la fantasía llega a la negación de la Fe.
¡La Santa Iglesia según eso, esperó durante siglos a que apareciera María Valtorta para que continuara y reformara el Evangelio!… y si esto fuera verdad, claro está que pecaríamos todos los que no podemos aceptar sus explicitaciones, dado que son “divinamente reveladas”. Las páginas de la 879 al final de la obra contienen en particular todas las herejías sobre la Revelación expuestas por la Valtorta, en el capítulo titulado “Despedida de la Obra”.
Por otra parte los editores de El Hombre Dios refiriéndose a la más reciente edición en español de la obra, se salen, como vulgarmente se dice, por la tangente, defendiendo la obra de acusación de herejía (y defendiéndose ellos mismos) afirmando que “toca a la autoridad eclesiástica juzgar si el fenómeno de esta obra se puede o se debe considerar todo o en parte explicar como algo sobrenatural”… En este comentario estamos asegurando que por lo que expone como “revelado”, la autora incurre en herejía manifiesta. Los editores pasan por alto este hecho, -imposible pensar que con desconocimiento de causa, tratándose del Padre Escobar-, y se limitan a asegurar que la Valtorta “no añade ningún dogma” en su obra. No lo añade, decimos, porque no es ella quien tiene que proclamarlo en todo caso, pero si;, con abundancia de pruebas que podemos presentar, arremete contra varios dogmas, no en el sentido de negarlos explícitamente, diciendo “niego esto o aquello”, pero sí inventando doctrinas contrarias a las ya infaliblemente proclamadas como verdades de fe. y en esto es en lo que hay mayor peligro.
Los editores, hay que hacer notar, que a lo largo de toda la obra no han dejado pasar la ocasión de poner al calce de las páginas, abundantes Notas en las que se hace notar la coincidencia de las doctrinas de la Valtorta con las del Vaticano II, lo toman también en defensa de su visionaria y sus teorías afirmando, que “esta obra pudiera explicarse acudiendo a los carismas ordinarios o extraordinarios de que habla el Vaticano II.” (pág. 888) Y como los carismas son dones reales del Espíritu Santo, claramente se atribuye aquí a la Valtorta el ser una carismática que entra en el cuadro de los inspirados. Este aval a una obra herética es imperdonable por parte de quienes sí deben conocer la doctrina de la Iglesia Católica.
Los postconciliares están dejando correr la obra de Valtorta seguramente porque es un vivo exponente del evolucionismo dogmático y un auxiliar en la propagación de las herejías postvaticanistas.
2. María Valtorta afirma que la Virgen María es después de Cristo, “la Primogénita del Padre”. (Pág. 3, Tomo 1)
Alude al “segundo lugar” después del Hijo. Según eso, no sería María la “primogénita”, sino en expresión forzada la “secondogénita”. Esto constituye una herejía, ya que sólo Nuestro Señor, Cristo, es el Unigénito, o sea, el único engendrado por el Padre, consubstancial a Él, según el Credo (Creo en Jesucristo su único Hijo) “Primogénito entre todas las criaturas”, es también Cristo, al participar de la naturaleza humana el Verbo. Pero nunca la Iglesia dio este título o prerrogativa a la Madre de Dios, con todo y reconocer todas sus glorias y grandezas. No puede haber “secondogénitos” del Padre, o sea, igualados al único Hijo. Si Cristo es el único Hijo, se sobreentiende que no puede existir un segundo.
3. María Valtorta sustenta la herejía de la Redención universal incondicional. (Págs. 544, 788)
Con esto se hace eco de las herejías del Vaticano II, en particular de ésta que predica Juan Paulo II de quien damos una cita: “Todos los hombres desde el principio del mundo hasta su final, han sido redimidos y justificados por Cristo y por su cruz”. (Signo de Contradicción, pág. 112)
María Valtorta manifiesta que le reveló el mismo Jesús a ella que:
“La pareja Jesús-María es la antítesis de la pareja Adán y Eva. La primera está destinada a anular todo lo que hicieron Adán y Eva, y devolver el linaje humano al punto en que fue creado, rico en gracia y en todos los dones que el Creador le dio. La raza humana se ha encontrado con una regeneración total, por obra de la pareja Jesús-María que son sus nuevos fundadores. Todo el tiempo pasado ha sido borrado. El tiempo y la historia del hombre empiezan desde este momento en que la nueva Eva, por un cambio de la creación, saca de su seno al nuevo Adán”. (Pág. 544)
La doctrina de la Santa Iglesia es como sabemos, que “Cristo Redentor se colocó en sustitución nuestra para expiar, pero el hombre para actuar en sí la salvación obrada por Cristo debe adherirse a Él libremente con la Fe y la Caridad”. (Diccionario de Teología Dogmática, Pietro Parente, pág. 312) Así pues, sabemos que si bien Cristo murió por todos, no todos los hombres se salvan, como explicita el Concilio de Trento al definir la doctrina dogmática de la Eucaristía, sino sólo aquellos que el Tridentino llama “muchos”.
4. María Valtorta afirma que Cristo le reveló que la Redención no la consumó Él sino Su Madre. (Pág. 600) He aquí otra herejía, pues si bien la Iglesia considera a María como “corredentora”, de ningún modo ha enseñado que ella haya “consumado ” la Redención. Esta la efectuó completamente Nuestro Señor en la Cruz. Pero Valtorta dice que le dijo Jesús:
“Todos creen que la Redención terminó con mi último aliento. No. La terminó mi Madre, añadiendo la triple tortura para redimir la triple concupiscencia”. No es necesario hacer notar, pues, lo herético de esta afirmación puesta nada menos que en boca de Cristo. En cuanto a la “triple concupiscencia” que dice que, venciendo, hizo que María consumara la redención, Valtorta afirma a lo largo de su obra que tanto Nuestro Señor como Su Madre sufrieron durante toda su vida “terribles tentaciones carnales”¡ ¡contra las que tuvieron que luchar mucho para vencerlas. Sobre esto veremos más adelante.
5. Valtorta afirma heréticamente que el pecado original consistió en el acto sexual realizado por los primeros padres. (Págs. 98, 254, 257, 258)
Son prolongadas las “revelaciones” que dice Valtorta tener al respecto, por lo que presentaremos sólo lo elemental de su herejía (pág. 254). Afirma que los primeros padres Adán y Eva desconocían la manera de engendrar hijos realizando su unión. Que la procreación se iba a realizar por intervención especial de Dios, sin unión sexual. Que el conocimiento de esta unión les estaba vedado a Adán y Eva, y que fue el motivo o señuelo con el que la serpiente tentó a Eva; en resumen, afirma:
“…Eva se acercó al árbol del bien y del mal, para llegar a conocer este misterio, estas leyes de la vida… Se acercó dispuesta a recibir este misterio, no de la revelación de la enseñanza pura y del influjo divino, sino de la enseñanza impura y del influjo satánico…” “Eva quiso ser semejante a Dios en la procreación…” Añade que el demonio tomó como motivo de la prohibición divina respecto al árbol el negarles Dios a Adán y Eva “ser siquiera libres como los animales” (textual) “ya que la fiera puede amar con un verdadero amor y ser creadora como Dios”. Según eso Dios quería “reservarse para él solo el poder creador”. (Pág. 254) No sería necesario repetir más necedades. Baste con añadir que en la descripción que hace Valtorta sobre la tentación del demonio a Eva, dice tales obscenidades que bastarían para despertar al más ignorante de la convicción de que todo esto sea “revelación divina” sobre la cuestión.
La doctrina de la Iglesia sobre el pecado original no enseña que éste haya consistido en el acto sexual. Según la exposición teológica de esta cuestión, ” Adán y Eva no eran desconocedores del uso del matrimonio, pues Adán dice: “Dejará el hombre a su padre ya su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne”, (Génesis 2) 20). En esto obedecían naturalmente al precepto divino: “Creced y multiplicaos”. Lo que sucedió fue, según el Concilio de Orange que trata la cuestión, que los primeros padres creados en integridad, por causa de su desobediencia perdieron la gracia santificante y demás dones”. Entre estos dones perdidos se hallaba la falta de un desorden en la concupiscencia, o deseo desordenado de los goces sensibles, entre ellos el del goce sexual. El pecado original consistió en un acto de desobediencia que nada tuvo que ver con la sexualidad. Véase por ejemplo una obra accesible como la Teología del Dogma Católico de Abanuza, (pág. 644)
Pero Valtorta insiste una y otra vez en la afirmación con detalles que, unidos a otros relatos suyos dizque “revelados” hacen pensar en una inclinación morbosa a tratar lo sexual.
6. Valtorta afirma que tanto Nuestro Señor Jesucristo como la Santísima Virgen sufrieron durante toda su vida terribles tentaciones sexuales, que tuvieron que vencer mediante arduas luchas.
En esta afirmación, que dice la escritora que es fruto de una revelación hecha a ella por el mismo Cristo, se encuentra de manifiesto una vez más la total ignorancia de Valtorta de la doctrina dogmática católica en puntos elementales.
Ni Jesucristo, Dios hecho hombre, ni la Santísima Virgen pudieron padecer tentaciones porque carecían de lo que la Iglesia llama el “fomes peccati o inclinación al mal, producto de los efectos del pecado original. Cristo por ser el Hijo de Dios, estuvo como hombre exento de tal inclinación, siendo impecable. La Santísima Virgen como destinada a ser Madre de Dios, por la gracia de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en orden a su maternidad divina, no tuvo las consecuencias del pecado original, siendo según la doctrina de la Iglesia, también impecable, o sea, incapaz de pecar. Inmunes el Hijo Dios, y la Madre de Dios, así pues, de todo aquello que como inclinación al mal aqueja al resto de los hijos de Adán. No tuvieron, no pudieron, ser tentados de hacer el mal. Se ve tentado a hacer el mal, uno que es capaz de hacerlo. Ni mucho menos pudieron haber sido tentados en el aspecto sexual, como insiste Valtorta en afirmar varias veces poniendo en boca del mismo Cristo el relato de estas tentaciones, como las principales que habría sufrido. Las tentaciones de Cristo en el desierto fueron puramente externas, -enseña la Iglesia- para darnos ejemplo, no porque Nuestro Señor hubiera tenido tentaciones como todo hombre heredero del pecado original.
Exponiendo en concreto la doctrina de la Santa Iglesia en la cuestión que estamos tratando, es como sigue:
“Cristo se vio libre de todo pecado, de hecho”. (Doctrina de fe divina católica, definida) “En virtud de la Unión Hipostática, la voluntad humana de Cristo estuvo siempre y en todo sometida a la voluntad divina”. “Cristo no pudo pecar, ni hubo en Él capacidad alguna de pecar. Fue absolutamente impecable” (Teología del Dogma Católico, J. de Abarzuza, O.F.M., págs. 737-38) El Padre Abarzuza en su magnífico Compendio de Teología resume la doctrina católica al respecto y la explicita. Abundar en la explicación de estas doctrinas de la impecabilidad de Cristo y María Su Madre, llevaría muchas páginas, pero los católicos fácilmente podemos entender y aceptar que siendo Cristo el Verbo de Dios encarnado no podía tener inclinación al mal, ni sentirse tentado de realizarlo. Lo mismo se dice de la Virgen María en virtud de su Inmaculada Concepción en orden a su maternidad divina.
En sus innobles relatos de las supuestas tentaciones sexuales que dice Valtorta que le relató el mismo Cristo, ésta abunda en detalles que ofenden la divina Persona del Salvador y de su Santísima Madre. Nos hacen pensar en “Jesucristo Super Estrella” y otras obras creadas para mofarse de la divinidad de Nuestro Señor. Sobre las tentaciones impuras contra las cuales dice Valtorta que luchó toda su vida la Virgen María; dice Valtorta:
“Teniendo en cuenta nuestro querer ilinútado (habla aquí también de Cristo, quien le está hablando, supuestamente) tuvimos que juntar una práctica constante de todo lo que era opuesto al modo con que obró la pareja Adán-Eva. Pero el Eterno sabe cuánta heroicidad fue necesaria en determinados momentos y en determinados casos. No quiero hablar más que de mi Madre, no de Mí. De la nueva Eva que rechazó, desde sus tiernos años, lisonjas de Satanás para seducirla a que mordiese el fruto y saborear la dulzura que hizo necia a la compañera de Adán…” (pág. 545).
y según Valtorta, Cristo le revela que “María Su Madre sufrió el tormento de asaltos periódicos de tentaciones desde el viernes de la crucifixión hasta el alba del domingo”. Que “la atacó con una terrible tentación, tentación en la carne de María…” (pág. 600).
Parecería que tras de leer esta aberración no sería preciso mayor comentario, pero es necesario citar algo más para abrir los ojos de los lectores. Dice Valtorta sobre lo que asegura le reveló Nuestro Señor sobre sus propias tentaciones de impureza:
“Satanás se preocupó ante todo de arrastrarme a la impureza… La tentativa de Satanás se enderezó con este objetivo para vencerme” (pág. 285). Por cierto, Valtorta añade una tentación de impureza a las que narra el Evangelio en el desierto, y en una de las conversaciones con Judas con quien según eso se explaya el Señor hablándole de sus tentaciones, Cristo narra a Valtorta lo siguiente:
“Dice Judas a Jesús: “Jesús, ¿jamás has pecado?” A lo que habría respondido Jesús: “Jamás he querido pecar. Tengo treinta años, Judas, y no he vivido en una cueva ni en algún monte, sino entre los hombres. Y aun cuando hubiese vivido en el lugar más solitario, ¿crees que no hubiera llegado hasta ahí la tentación? … Todos tenemos en nosotros el bien y el mal (comentario nuestro: o sea, que Cristo es presentado como un puro hombre que tiene en sí la semilla del mal). Todos los llevamos en nosotros… Cuando uno que tiene hambre no tiene comida, el olor de los platillos le hace la boca agua. Entonces la tentación es fuerte como este deseo, Judas; (está hablando según eso Cristo de la tentación sexual) Satanás la hace más aguda y tentadora para llevar a cabo cualquier acción. Después de que el acto ha sido terminado y tal vez provoque náuseas, la tentación con todo esto no sucumbe, sino que como un árbol podado, produce más ramas…”
“¿y jamás has cedido?” -dice Judas- “Jamás he cedido”
“¿Cómo lo has logrado?” “He dicho: Padre, no me dejes caer en la tentación”… ¿Cómo, Tú el Mesías, Tú que obras milagros, has pedido ayuda del Padre?” “No tan sólo ayuda; he pedido no inducirme a la tentación”…
En este relato hay que considerar tres cuestiones, además de lo ya expuesto sobre la impecabilidad de Cristo y por lo mismo la imposibilidad de ser tentado.
1. Valtorta falsea el Evangelio. En ninguno de los cuatro evangelios se lee sobre más tentaciones que las del desierto, y mucho menos se habla de tentaciones sexuales del Señor .
2. En segundo, trata de inclinar al lector a la aceptación de las tentaciones de Cristo, al recordar las palabras finales del Padre Nuestro donde Jesús enseña a sus discípulos a orar, pidiendo al Padre no ser inducidos, o no permitir la caída en la tentación, como si esto último fuese una petición que abarcase a Cristo. El Padre Nuestro contiene peticiones propias de los hombres, entre las cuales se incluye esta última. No porque Cristo enseñase a los suyos a pedir no caer en tentación, puede deducirse de que esta petición fuera propia suya, ya que Él no podía caer en tentación, y al referirse a su Padre hacía la distinción sobre el modo de ser “el Padre” Padre suyo, y Padre en forma distinta de los hombres, cuando decía: “Mi Padre y vuestro Padre”.
3. En tercero, a lo largo de la obra de Valtorta se observa una sinuosa intención de hacer aparecer a Cristo como un puro hombre, sujeto a miserias incluso de la carne, en desmedro de Su Divinidad. Se diría que la obra ha sido escrita por judíos, ya que el estilo sinuoso y hasta sarcástico en ocasiones parece ser de enemigos de Cristo. La burla es evidente, bajo el disfraz de una fantasía sentimentaloide y una melosidad chocante. Por ejemplo, el hacer llamar a Cristo “mamá” a la Santísima Virgen, con término empleado sólo en México como diminutivo de “Madre” (dicen los editores que se trata de una traducción del italiano al castellano) hace cursi una obra donde debería privar el sentido reverencial. Si la traducen al inglés seguramente harán llamar a Cristo “mamy” o “mom” a Su Madre Santísima. Esto, repetimos, es una burla.
Pero pensamos que sería irrespetuoso continuar transcribiendo las narraciones de las tentaciones de la carne que atribuye la Valtorta a Cristo y la Santísima Virgen falseando el Evangelio, como cuando hace aparecer al Señor tentado por una corte de mujeres semidesnudas que Anás hace acercarse lascivamente al Señor durante su estancia en su casa en la Pasión.
Abundan estas falsificaciones de la Escritura con sobrada intención. Hay ciertamente una intención oculta para los ignorantes de la Biblia, por ejemplo cuando la Valtorta pone en boca de la Santísima Virgen la afirmación de que “Jerusalén no es ciudad santa, porque Jesús no murió dentro de sus murallas”. Que “Jerusalén, -por el contrario-lo arrojó fuera de sí como un vómito”. y para esto al calce pone la cita del Levítico cap., 1ó, sin poner el versículo.
Al respecto, al tiempo en que se escribió el Levítico no existía la ciudad de Jerusalén, la que fue conquistada mucho después por el rey David; como propiedad de los hebreos. Si quisiera decir la Valtorta que se trata de una profecía, tendría que mencionar, (como David a Belén) el autor del Levítico el nombre de la ciudad de Jerusalén, pero ni aparece el nombre de esta ciudad en la cita que da, ni menos, pues, que haya arrojado de sí a Cristo, ni menos como un “vómito”. Lo del “vómito” parece un desahogo judío. En el Levítico, -consulte el lector- no aparece nada de esto. En cuanto a la cita que hace de San Pablo, tampoco aparece Cristo como ningún “vómito” arrojado de Jerusalén. Se refiere el Apóstol a la muerte de los corderos, símbolo de Cristo, que eran llevados, cargando simbólicamente los pecados del pueblo, según el Levítico, a morir fuera del campamento. El pueblo judío andaba en ese tiempo del Levítico, errante y viviendo en campamentos, no en Jerusalén.
Pero si nos atenemos a lo que hay detrás de la afirmación sinuosa de que “Jerusalén no es santa” hay que recordar que para los postconciliares ahora son ciudades santas los centros capitales de reunión de los paganos, como lo expresa el documento titulado “La Peregrinación en el Gran Jubileo del Año Dos Mil”, donde Juan Pablo II además de hacer aparecer a Cristo como un “peregrino” más, declara ciudades santas a la Benarés de los hindúes, la Meca de los Musulmanes, y la ciudad de Auswicht por lo del “holocausto” de los judíos, que los postconciliares consideran el único en el mundo.
El objeto de afirmar que Jerusalén no es santa porque Nuestro Señor no murió dentro de sus muros (por la costumbre romana de sacar al campo a los condenados a la cruz es negar la santidad de esta ciudad, tenida por santa por los católicos, ya que ciertamente, los alrededores de Jerusalén donde estuvo la Cruz son sus aledaños, y dentro de ella comenzó la Pasión, incluso el camino al Calvario. De este tipo son las sinuosas afirmaciones de la Valtorta que van dejando dudas entre los ignorantes admiradores de la “visionaria”.
El documento sobre la gran peregrinación aparece en el semanario del Vaticano L ‘Osservatore Romano del 8 de mayo de 1998.
OTROS ASPECTOS DE LA OBRA DE VALTORTA
Además de numerosísimas falsificaciones de la Sagrada Escritura en su sentido, adiciones como aquello de que “la última palabra de Cristo en la Cruz fue “mamá” y no lo que aparece en el evangelio, existen cuestiones doctrinales que siguen la pauta herética del Vaticano II. Por ejemplo, errores acerca de la naturaleza del Sacerdocio. Errores sobre las palabras de la consagración, que la Valtorta pone en labios de Cristo, distintas de las dogmáticamente formuladas por la Santa Iglesia para la realización del Sacramento. Falsedades sobre la doctrina de la salvación y santificación, ya que dice que “los mandamientos solos bastan, guardados, para santificarse”, y que esto se lo revela el Señor. Esto en oposición a la necesidad de pertenecer a la Iglesia, y afirmando que los dones del Espíritu Santo que producen la santidad se pueden dar fuera de la Iglesia. Errores sobre la naturaleza de la Iglesia, diciendo que Cristo le ha manifestado que todos son un mismo pueblo de Dios, creyentes y no en Él. Lo del “mismo pueblo de Dios” es doctrina del Vaticano II como sabemos, para favorecer a los judíos en particular, y a la masónica teoría de la igualdad de religiones.
CONCLUSIÓN
En una palabra, un estudio exhaustivo sobre la obra titulada “El Hombre Dios”, cuyo título original en italiano se dice que es “El Poema del Hombre Dios”, título significativo, -pues significaría que la vida de Cristo es un poema imaginario-, ya que la poesía es imaginación y no historia, un estudio, decimos, de este tipo, se llevaría un gran volumen más pesado de leer que una pura obra de teología. Si el sentido de la fe no delata a los católicos la perversidad del mamotreto que constituye la obra de la Valtorta, es difícil instruirles palabra por palabra acerca de lo que es erróneo e innoble respecto de Nuestro Señor y Su Madre Santísima. El objeto de este breve comentario ha sido alentar a quienes con buena fe y entusiamados por los relatos sentimentales de la vida de Cristo, que hace la Valtorta, crean encontrar un alimento espiritual en sus páginas cayendo sin querer en la trampa que constituye dicha obra.
Que es evidente que es un gran auxiliar para los postconciliares, no se puede negar. Son sus doctrinas, sus teorías, sus herejías, las difundidas a través de estos escritos, y además es el favorecimiento del judaísmo religioso, con muchos términos iguales que los que emplean los del Vaticano II para inclinar a los católicos a “amar a Israel”, dándoles un curso sobre judaísmo como lo hacen a través del Nuevo Catecismo, con pretexto de estas “revelaciones” hechas supuestamente a María Valtorta.
Se dice que un sacerdote le ordenó escribir su auto-biografía; si la escribió y publicó alguien, sería interesante conocerla. Carecemos de muchos datos necesarios para tener una idea completa de las motivaciones de alguien que sigue con fidelidad los lineamientos doctrinales del Vaticano II. Evidentemente, por las numerosas citas del seudoconcilio que los comentaristas de la obra ponen al calce de las páginas, la obra de Valtorta constituye un impulso a las herejías del Vaticano II y doctrinas posteriores de él emanadas.
Dios quiera estas páginas abran los ojos de quienes con buena fe y ávidos de lectura espiritual, buscan encontrar un alimento en lo que no es sino veneno hábilmente difundido para abatir en las almas de Fe en Jesucristo Dios y Hombre.
COMENTARIO
A la obra “El Hombre Dios”, de María Valtorta.
La conclusión después de examinar minuciosamente la obra a la luz de la doctrina dogmática de la Santa Iglesia y en lo referente a otras cuestiones, es la siguiente, de todo lo cual presentaremos las pruebas:
1. La obra es herética en puntos fundamentales, respecto a la doctrina dogmática de la Iglesia.
2. Obscena. Por las descripciones que hace acompañando por ejemplo a la herejía que sustenta sobre el Pecado Original.
3. Favorecedora de la nuevas herejías sustentadas por el Vaticano II, que secunda, y aprovechada por los postconciliares que explican las doctrinas postvaticanistas confirmándolas, valiéndose de textos de la obra, como aparece en las notas al calce de muchas páginas.
4. Favorecedora de las tesis a favor del Judaísmo que sustentan los postconciliares.
5. Manifiestamente errada en cuestiones que tratándose de una obra que se dice fruto de revelaciones, no cabrían en el contexto, como por ejemplo, lo que dice que el demonio “deja un olor a azufre” y que “los ángeles tienen alas”.
6. Canónicamente irregular, aún en lo que respecta a la censura de la iglesia postconciliar; esto significaría el deseo de no comprometerse con la obra ni aún los postconciliares, y otras irregularidades serias que se harán notar.
7. Por todo esto, inadmisible y peligrosa para los católicos, inductora de la herejía, que debe ser rechazada.
Anselmo de la Cruz
Fuente: La Puerta Angosta
Visto en: Ecce Christianus