lunes, 26 de mayo de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XIX)


CAPÍTULO 19 

De algunas razones y consideraciones humanas de que 
nos hemos de ayudar para ser humildes. 

Desde el principio de este tratado hemos ido diciendo otras muchas razones y consideraciones que nos pueden ayudar y animar mucho a esta virtud de la humildad, diciendo que es raíz y fundamento de todas las virtudes, atajo para alcanzarlas, medio para conservarlas, y que si tenemos ésta, las tendremos todas y otras semejantes. Pero porque no parezca que lo queremos llevar todo por la vía del espíritu solamente, será bien que digamos algunas razones y consideraciones humanas, que son mas connaturales y proporcionadas a nuestra flaqueza; porque así, convencidos no solamente por vía de espíritu y de perfección, sino de la misma razón natural, nos animemos y aficionemos más a despreciar la honra y estimación del mundo y a seguir el camino de la humildad; que todo es menester para una cosa tan dificultosa como ésta, y así es bien que nos ayudemos de todo. 

Pues sea lo primero que nos pongamos a considerar y examinar muy despacio y con atención qué cosa sea esta opinión y estimación de los hombres que tanta guerra nos hace y tanto nos da en qué entender; veamos el tomo y peso que tiene, para que así lo tengamos en lo que es y nos animemos a despreciarlo, y no andemos tan engañados como andamos. Dijo muy bien Seneca que hay muchas cosas que las juzgamos por grandes, no porque tengan en sí grandeza, sino porque es tanta nuestra vileza y poquedad, que lo pequeño nos parece grande, y lo poco, mucho. Y trae el ejemplo del peso que llevan las hormigas, que conforme a su cuerpo nos parece muy grande, siendo él en sí muy pequeño. Pues así es esto de la honra y estimación de los hombres. Si no, pregunto yo: ¿Sois mejor porque los otros os tengan en algo, o peor porque os tengan en menos? No, por cierto. Dice muy bien San Agustín: «Ni al malo le hace bueno ser alabado y estimado, ni al bueno le hace malo el ser deshonrado y vituperado. Siente tú de Agustino lo que quisieres: lo que yo querría es que mi conciencia no me acusase delante de Dios». Eso es lo que hace al caso; lo demás es vanidad, pues ni quita ni pone. Esto es lo que dice aquel Santo: «¿Qué mejoría tiene el hombre porque otro le alabe? Cuanto cada uno es en los ojos de Dios, tanto es y no más, como dice el humilde San Francisco», o por mejor decir, el Apóstol San Pablo (2 Cor., 10, 18): [Porque no el que a sí mismo se recomienda es aprobado por bueno, sino aquel a quien Dios recomienda]. 

Trae San Agustín una buena comparación a esta propósito: La soberbia y estimación del mundo no es grandeza, sino viento e hinchazón, y así como cuando una cosa está hinchada parece grande y no lo es, así los soberbios, que son tenidos y estimados de los hombres, parecen grandes, pero no lo son, porque no es grandeza aquélla, sino hinchazón. Hay unos convalecientes o enfermizos que parece que están gordos y buenos, y no es aquélla buena gordura, sino falsa; es enfermedad e hinchazón. Así, dice San Agustín, es el aplauso y estima del mundo; os puede hinchar, pero no os puede hacer grande. Pues si es así, como lo es, que la opinión y estima de los hombres no es grandeza, sino hinchazón y enfermedad, ¿para qué andamos como camaleones, abiertas las bocas, palpando viento, para con eso quedar hinchados y enfermos? Mejor le es a uno estar sano, aunque parezca enfermo, que estar enfermo y parecer sano. Así también mejor es ser bueno, aunque sea tenido por ruin, que ser ruin y ser tenido por bueno. Porque ¿qué os aprovechará ser tenido por virtuoso y espiritual si no lo sois? [Y la alaben en las plazas sus obras] (Prov., 31, 31). Dice San Jerónimo sobre estas palabras: «No los vanos loores de los hombres, sino vuestras buenas obras, os han de alabar y valer cuando parezcáis en juicio delante de Dios.» 

Cuenta San Gregorio que en un monasterio de Iconia había un monje del cual tenían todos mucha opinión de santo, especialmente de muy abstinente y penitente. Llegó la hora de su muerte, llamó a todos los monjes: ellos fueron muy alegres, pensando oír de él alguna cosa de edificación: pero él, temblando y muy angustiado fue compelido interiormente a decirles su estado; y así les declaró cómo estaba condenado por haber sido toda su vida hipocresía, porque cuando ellos pensaban que ayunaba y hacía mucha abstinencia, comía secretamente sin que nadie le viese y por eso, dice, soy ahora entregado a un temible dragón, el cual con su cola me tiene trabados y atados mis pies, y ya entra su cabeza en mi boca para sacar y llevar mi ánima consigo para siempre. Y diciendo esto expiró con grande espanto de todos. ¿Qué le aprovechó a este miserable ser tenido por santo? 

San Atanasio compara a los soberbios que buscan honras a los niños que andan cazando mariposas. Otros los comparan a las arañas, que se desentrañan tejiendo sus telas para cazar moscas, conforme aquello de Isaías (59, 5): [Tejieron telas de araña], así el soberbio se desentraña y echa los hígados, como dicen, para alcanzar un poco de loor humano. 

Del Padre San Francisco Javier leemos en su Vida que tenía y mostraba siempre particular odio y aborrecimiento a esta opinión y estima del mundo; porque decía que era causa de grandes males e impedía muchos bienes. Y así le oían decir algunas veces con gran afecto y gemidos: ¡Oh opinión! ¡Oh opinión y estima de los hombres, cuántos males has hecho, haces y harás! 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.