sábado, 17 de diciembre de 2016

FRANCISCO BUENAONDA



Hay algunos viejos que utilizan el lenguaje, expresiones y locuciones de moda entre los jóvenes, pensando que por ello van a ser incluidos inmediatamente en sus círculos de rendidos admiradores. De igual modo, hay personas que piensan que el uso de un lenguaje vulgar y zafio va a permitirles ser más aceptados como sencillotes e informales en ciertos corrillos. Siempre me pareció que en todos ellos bulle un complejo de inferioridad, consistente en pedir perdón por parecer distinto a ellos, junto a un empeño denodado en demostrar plena identificación con sus modales.

Lo he visto muchas veces en mi vida de fraile. En los últimos tiempos, hubo un Padre Abad que aprendió a soltar algunos tacos para ganarse a los jóvenes novicios. No sólo consiguió que se rieran de él (porque utilizaba los malsonantes vocablos a deshora, a destiempo y sin gracia), sino que lo situó en una posición de superficialidad tal, que automáticamente generó actitudes irrespetuosas por parte de los novicios. Lo que mi abuela definía como subirse a la chepa.

Y es que cuando alguien ostenta un Cargo de responsabilidad o representa a una Institución, tiene que mantener la dignidad en su persona, en sus modos y maneras, so pena de lacerar y maltratar a la Institución misma. Esto lo saben incluso los más tontos. Aunque lo olvidan los malvados y los paranoicos deschavetados.

El caso de Francisco no sé exactamente a qué categoría adscribirlo. Pero es cierto que desde que llegó al poder (de forma sorprendente -dice-, porque no se lo esperaba, a pesar de andar aprediendo italiano como loco), ha soliviantado el Pontificado con una doble revolución: la de la doctrina y la de las maneras. La primera es la más grave e importante, la propiamente destructora, la que deja todo convertido en escombros, la de escabechina y la cangrena. Esa que los Obispos se aprestan a confirmar y apoyar.

La segunda -la de las maneras-, también hace su laborcilla de zapa. Mucha gente que no llega a comprender la doctrina y la gravedad de su aniquilación, se percata en televisiones y prensas diversas, de las expresiones y ademanes. Le entra por los ojos esa procacidad insolente y grosera. De donde deriva -inevitablemente-, la consideración del Papado como zafio y vulgarote, digno de un cafre más que de un santo.

Hay muchos ejemplos en la hemeroteca de estos tres años y medio. Provocaron el efecto Francisco y me parece que ahora están promoviendo el funesto Francisco. Hemos pasado por el bastón que llevaba la vieja (para referirse a Santa Teresa), por la despedida del Angelus de los domingos con un ¡buen provecho!, por las sotanas transparentes y voluntariamente envejecidas, por los elogios y piropos a Lutero y no sé cuántas cosas más. Todo de forma muy guay. Con vocabularios “muy normales” y sin apariencia alguna de gravedad o de lo que él llama rigidez.

La carta enviada esta semana a las alcaldesas de Madrid y Barcelona, esas dos hembras que son icono (como se dice ahora) y ejemplos vivos de espiritualidad y amor a Dios, a los católicos y a todo lo que represente vida eclesial, es un ejemplo más añadido a la lista. Es que a Francisco le gustan estos personajillos comunistoides tiranos. Forrados en sus cuentas corrientes, aunque denunciadores oficiales de todo el capitalismo. Se siente cómodo entre ellos. Podríamos hacer una lista de los personajes por los que Francisco se ha sentido más encandilado en estos años y veríamos cuáles son sus preferencias.

El lenguaje utilizado con estas jóvenes alcaldesas es memorable:

    "Recen por mí, y si no rezan, mándenme buena onda".

Tengo que mirar si en el pontificado de San Pío X hay alguna expresión parecida, pero me temo que no. ¿Qué es eso de buena onda? ¿A qué viene esa camaradería y compadreo con dos mujeres ejemplo de anticatolicismo reventón y rancio? ¿Con qué desenvoltura les dice que esta es su casa y pueden venir cuando quieran?

El Señor se mezclaba con los pobres y los pecadores, pero indudablemente era para atraerlos hacia Sí, para llevarlos al camino de la salvación, para determinarlos a no pecar más, para salvar sus almas. Francisco -por el contrario-, los recibe para decirles que sigan adelante (como si necesitaran sus palabras de ánimo para eso), que Dios es misericordioso, que no hagan caso de las rigideces doctrinales, que los vamos a acompañar a partir de ahora (como si necesitaran el acompañamiento estos pájaros y pájaras). Y es que pasa lo que yo digo. No sólo que se identifica con ellos, sino que los prefiere a los demás y los anima a seguir actuando de la misma forma.Y de paso les da un cachete a los vinagrillos nostálgicos.

Por aquí dice alguno que en un comunicado con motivo de la Navidad, les va a mandar buenaonda a los cuatro cardenales dubitantes, pidiéndoles oficialmente que recen por él. Esperemos que los cuatro de la fama, en lugar de la buenaonda, le manden el escrito definitivo que lo declare fuera de la doctrina de la Iglesia. Ya va siendo hora.