Indecibles y horribilísimas penas de abuela y nieta, una en el infierno y otra en el
purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas, con mucha doctrina y enseñanza que
sobre esto da la Virgen María a santa Brígida. Lease con detención y pidiendo a Dios su
santa gracia, pues es muy bastante para convertir a cualquier alma.
Alabado seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido creadas;
honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen homenaje por vuestro amor.
Yo, criatura indigna y pecadora desde mi juventud, os doy gracias, Dios mío, porque a
ninguno de cuantos pecan, negáis la gracia si os la piden, sino que de todos os compadecéis
y los perdonáis. ¡Oh dulcísimo Dios! es admirable lo que conmigo hacéis, que cuando os
place, adormecéis mi cuerpo con un letargo espiritual, y despertáis mi alma para que vea,
oiga y sienta las cosas espirituales.
¡Oh Dios mío! ¡cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como
sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy satisfecha y
hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras palabras; y hambrienta,
porque con mayor empeño deseo oirlas. Dadme, pues, auxilio, bendito Dios mío, para que
yo haga siempre vuestra voluntad.
Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha sido creado
por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige por mi juicio. Todas mis
obras están ordenadas por amor, y así, nada me es imposible. Pero es demasiado duro el
corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre
hace más bien la voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por
toda la tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los
abismos del infierno.
Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y por
mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído cosa tan
extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la muerte? Sin embargo,
yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria y hago como aquel rey, que al
enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los
enfermos da salud, a los tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el
vino sino en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino,
las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar
y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará adónde has de ir y qué has de
hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie prevalecerá
contra mí.
Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y dador
de todas las virtudes! ¿por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he consumido mi vida
en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de virtudes, en todo he
delinquido y no me he enmendado nada.
Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las monedas
o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos para su uso? Así,
tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos que se me presentan, y
hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más entendimiento y otro menos, me
valgo de la conciencia de cada cual, según conviene a mi honra, porque el corazón del justo
es moneda mía. Por tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.
Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu reino? Y
contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar en vuestra presencia.
Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin embargo, quiero oírtelo decir.
Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la verdadera humildad, decíamos que
nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues,
no debemos imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales
señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por
qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir
con alegría corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?
Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas, va al
infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe dárseles. ¿De
qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las cosas consintió que su
cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor humildad, desde que nació hasta su
muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro
de mi Hijo mientras vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido
con los tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la
afrentosa muerte que quiso escoger.
Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde
los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fue castigado, y también me hallé
presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas soy la que El más quiere y en
mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y
soberbia, y dan ocasión a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en
un licor inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los
soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran
manera las almas.
Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les enseña
la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen ofender a la madre, y le
dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero los criados temen ser azotados si
delinquen; y así, por ese temor a la madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que
antes, y los criados menor número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la
misericordia, quiero manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de
Dios se hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro
huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y
malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que
incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté yo
dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con amor de Dios.
Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta
aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como arrastrando
del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y cortados los labios, temblábale
la barbilla, y los dientes muy blancos y largos, chocaban unos contra otros, las narices
estaban corroídas y los ojos saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente
hundida y en lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el craneo y
bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello,
como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo
destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos tamaños
dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y las manos como
mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas sueltas y subían y
bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta
del estómago, y uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras
como una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas puas, y los
pies como de sapo.
Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y venenosa
hija. ¡Ay de mí, porque fui tu madre! Yo fui la que te puse en el nido de la soberbia, donde
bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y te gustó tanto, que en él has
invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las
miradas de soberbia que te enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con
intolerable ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una
amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia
movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oír elogiar tu cuerpo y desear las
honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a mis oídos un
sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.
¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y
miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como la cola de
la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola, mancha y rocía a los
circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes sabiduría divina, y andas según
las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto, siempre que haces lo que yo
acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace
más cruel. ¿Y por qué te ensorberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de
honra y esplendor el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi
impuro vientre, y la inmundicia de mi sangre fue tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre,
en el cual estuviste, se halla todo corroído por gusanos.
Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí
misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo creada por
Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el camino para los
tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como un ángel, y me he
afeado en términos, que me parezco más al demonio que al ángel; y tercera, que el tiempo
que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me fui en pos de lo transitorio, que es el
deleite del pecado, por el cual siento ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.
Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves sino
por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy, morirías de
terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo que dice la Escritura,
que como los justos son miembros de Dios, así los pecadores son miembros del demonio.
De esa manera estoy experimentando ahora que los demonios están fijos en mi alma,
porque la voluntad de mi corazón me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía.
Parécete que mis pies son de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso
ahora están firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.
Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer y
deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas contra otras,
porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo del mundo, y otras bajaba
con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones del mundo. Y como la espalda se
mueve según lo hace la cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la
voluntad de Dios; mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves.
Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la alta, y
puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi placer y deleite fue desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar de muchas maneras y sin
discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior la serpiente y me muerde de un
modo inconsolable y sin misericordia. Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual
manifiesta la verdadera justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el
amor de mi corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían
otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.
Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé larga
vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque el juicio de Dios
fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me dijo mi conciencia que mi vida
era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era
larga, y muy fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y
de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el
demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y
conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me
fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin serme de
ningún uso.
Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo,
porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi corazón, sino
muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón, y por eso está ahora
puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están cortados, porque era pronta
para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar
palabras de Dios. La barbilla está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque
tuve cumplida voluntad de dar sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante,
sana y fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barbilla; y
los dientes chocan unos con otros, porque fue inútil para el provecho del alma el uso y
trabajo de los dientes.
Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que en
semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho para siempre
el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan hasta las mejillas; y esto
es justo, porque como los ojos se alegraban de la hermosura de las mejillas para ostentar
soberbia, así ahora, con el mucho llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las
mejillas. Con justicia, también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas
tinieblas, porque rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer
hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.
Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el
plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que residió en mi
cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía yo bien lo que debía
hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo
que se aprende y se deja. Y en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no
me cuidaba de ella más que si hubiera sido pez, y como se huye de la pez, huía de las
palabras de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del
cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero
me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez ardiente
con vehementísimo hervor.
Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos las
palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice cuanto pude, por esto
ahora están excluidas de mis oídos las palabras alegres.
Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el contraste
que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba limosnas y hacía otras
cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y por huir de las desgracias
corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada de amor de Dios y las hacía en su
desgracia, esas cosas no me valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin
recompensa. Si me preguntares, además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo
tanta fealdad por defuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del
matricida, que de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal
a Dios mi Criador, el cual, fue conmigo excelente y piadosísimo.
Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su propia
madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre escorpión. ¡Ay de mí,
porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en cambio me heriste
gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres consejos, con tus obras
aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos. El primer consejo fue amar
carnalmente, para obtener la amistad carnal: el segundo fue gastar pródigamente por
honra del mundo los bienes temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del
cuerpo. Pero semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé
carnalmente, obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los
bienes temporales, fui privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido
la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el descanso
de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una inquietud sin consuelo.
Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin dejar el
pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y tribulación, como quien
mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e irritado éste, lo derramase sobre
quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias
en los pies, sortijas preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El
lienzo que obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía
mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.
Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la fe santa
de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna obra de provecho;
y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi
alma; pero como no acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las
sortijas preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras
mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios
poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la
justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fui por tanto muy atrevida para pecar.
Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es, sobre mi
cuerpo, y entonces el alma se vio a sí misma y conoció que estaba desnuda, porque pocas
obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de vergüenza no pude estar en el
palacio del Rey eterno, porque fui vestida ignominiosamente, y entonces me llevaron
arrastrando los demonios a un castigo riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.
Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fue a vestir al siervo con las vestiduras del
Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera éste, y darle al Señor los
desechos del siervo y todo lo despreciable. Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la
voluntad de pecar. Y así, pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba
siempre colocado el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me
valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo
impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera alegrábase mi
corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallabáse excluido de mí el amor de
Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que
con tus obras aprendí.
También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fue luminoso para el
mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era corto y
resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el tercero fue muy largo,
y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un torrente impetuoso y me trasladó a un
profundo hoyo debajo de un monte. En el primer camino está significado el progreso de mi
soberbia, la cual fue muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia,
resplandeció tanto en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el
segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en
esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a obedecer.
No obstante, fue largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una confianza
humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado confesado;
pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por consiguiente, no fui constante
en la obediencia, sino que recaía en los pecados, como quien se resbala en la nieve; porque
mi voluntad fue fría, y no quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que
daba un paso y confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los
pecados confesados y que me agradaban.
El tercer camino fue que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no tener
larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la muerte; y así que
eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente impetuoso, esto es, la muerte,
que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran
mis pies, sino que al acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del
cuerpo, y menos a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi
corazón, que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la
honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fue muy largo, porque después
de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre, y no buena,
porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando con llanto.
La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú, que
me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el trueno y el
rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa sujetos con largas puntas
de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes
martillos, y mis piernas como el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo
una pena interior más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona
que tuviese obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas,
se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento
estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que tanto
quise.
Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima
enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la muerte,
me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era mucho más dura y más
amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo padecer. Con esta consideración
alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan
escaso el mío para el Señor.
Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois mi
Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima Pasión, que de
buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en aquel instante encendióse
en mi corazón una centellita de amor de Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo
más amarga que mi muerte, y estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi
alma vino a parar a manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y
vine a parar a manos de los demonios, porque fue indigno que los hermosísimos ángeles se
acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los
demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su
corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi presencia,
y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.
Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se
hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos platillos de
una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente tirase hacia abajo, y en
otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto más se fuera echando en este último
platillo, más pronto subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo;
porque cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia,
me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la
oración y buenas obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se
dan con bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que
cada día me hace ir acercándome al Señor.
Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos reunidos,
yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que está en el purgatorio
y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me aparto jamás del cielo, porque
nunca me separo de la presencia de Dios, ni el alma que está en el infierno se aparta de sus
penas, ni tampoco la otra del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros
antes de la separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elevase tu
alma con tu inteligencia para oír las palabras de Dios en los cielos, y se te permite saber
varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de aviso a los malos, y de
consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante, entendido, que tu cuerpo y tu alma
permanecen unidos en la tierra, pero el Espíritu Santo que está en los cielos, te dará
inteligencia para comprender su voluntad.
Declaración.
Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en un
monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección.
Profecías y Revelaciones de Santa Brígida
Libro 6 - Capítulo 38