miércoles, 25 de octubre de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - XIII

CAPÍTULO 13 
Qué es la causa que obrando este divino Sacramento tan maravillosos 
efectos, algunos que le frecuentan no los sienten en sí. 

Preguntará alguno: pues este santísimo Sacramento da tanta gracia, y obra tantos y tan maravillosos efectos, ¿qué es la causa que muchas personas que celebran y comulgan a menudo, no sienten en sus almas, no sólo aquel gusto y suavidad espiritual que decíamos (cap. 9), pero ni aun parece que aprovechan en la virtud, sino que se están siempre casi de una misma manera? Algunos suelen responder a esto con aquel proverbio común, que la mucha conversación es causa de menosprecio, pareciéndoles que la mucha frecuencia es causa que no se lleguen con tanta reverencia y disposición, y así que no saquen tanto fruto; pero no tienen razón, porque esto no ha lugar en las cosas espirituales y trato con Dios. Aun con los hombres sabios y prudentes dicen que no ha esto lugar, sino que antes la mucha conversación y familiaridad con ellos causa mayor estima y reverencia, porque cuanto uno más los trata, tanto más conoce su prudencia y virtud, y así tanto más los estima. 

Pero demos que tenga lugar ese proverbio en los sabios del mundo, porque, al fin, como en esta vida miserable no puede haber ninguno tan perfecto que no tenga algunas faltas, y ésas se descubran tratando mucho y muy familiarmente con él, puede la mucha familiaridad ser causa que se disminuya su opinión y estima. Empero en el trato y familiaridad con Dios no puede haber esto lugar, porque como este Señor sea de infinita perfección y sabiduría, cuanto más uno trata con Él y más le conoce, tanto más lo reverencia y estima: como lo vemos en los santos ángeles y bienaventurados, que conocen perfectísimamente a Dios en el Cielo y conversan con El familiarmente y lo experimentamos también acá en la tierra, porque cuanto uno más trata con Dios en la oración tanto más le reverencia y estima. 

Y se nos declara esto bien en lo que el sagrado Evangelio cuenta de aquella mujer samaritana, que al principio trató a Cristo como a uno del pueblo (Jn., 4, 9-19): [¿Cómo Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer de Samaria?] Le llamó el nombre común de la nación; pero procediendo un poco más adelante en la conversación, le llamó Señor: [Señor, dame de esa agua]. Y procediendo un poco más adelante, le llama Profeta: [Veo que Tú eres Profeta]. Y prosiguiendo más adelante, le reconoce por Cristo y por el Mesías. De la misma manera es en la frecuencia de los Sacramentos; antes una Comunión dispone para otra. Y es engaño grande pensar que por llegarse uno de tarde en tarde a recibir este santísimo Sacramento, irá con mayor preparación y reverencia. Y así dijo muy bien San Agustín y San Ambrosio que el que no le merece recibir cada día, no merece recibirle una vez al año. 

Pues respondiendo a la duda, digo: lo primero, que el no sentir tanto fruto con la frecuencia de este santísimo Sacramento, unas veces viene por culpa nuestra, porque no nos preparamos y disponemos para recibirle como debemos, sino llegamos a Él por una manera de costumbre o cumplimiento, que es como si dijésemos: comulgo porque otros comulgan y porque ya lo tengo de costumbre; nos llegamos como por vía de ceremonia, sin haber precedido consideración ni sentimiento de lo que vamos a hacer; eso es la causa de sentir poco fruto. Y así, cuando uno siente en sí que no medra ni aprovecha con la frecuencia de este santo Sacramento, debe mirar y examinar muy bien si es por falta de disposición, y si halla serlo, ha de procurar remediarlo. 

Otras veces suele provenir esto de dejarse uno caer advertidamente en culpas veniales. Dos maneras hay de culpas veniales: unas, que se hacen por inadvertencia, aunque con algún descuido y negligencia; otras hay que se hacen advertidamente y de propósito. Las culpas veniales, en que por no advertir caen las personas temerosas de Dios y diligentes en su servicio, no hacen este daño; mas las que con deliberación, de propósito y advertidamente hacen las personas tibias remisas en el servicio de Dios, impiden en gran parte los efectos divinos de este santísimo Sacramento. Y lo mismo podemos decir de las faltas que deliberadamente y de propósito hace uno en la observancia de sus reglas e instituto. Así como un padre suele mostrar a su hijo el rostro torcido cuando ha hecho alguna falta, para reprenderle con aquello y avisarle que ande con más cuidado de allí en adelante, así lo suele hacer Dios con nosotros en la Comunión y en la oración. Y así, si queremos participar del copioso fruto de que suelen gozar los que se llegan a este divino Sacramento como deben, es menester que procuremos no hacer faltas advertidamente y de propósito. Y noten mucho esto las personas temerosas, porque es de mucha importancia para recibir grandes mercedes de Dios. 

Lo tercero, digo que el no sentir uno con este divino Sacramento aquellos efectos que hemos dicho, muchas veces no es por culpa alguna, ni por eso deja de recibir en su alma grande fruto, aunque a él le parezca que no lo siente; como solemos decir de la oración, de la cual suelen tener muchos la misma queja, que aunque uno no sienta en ella el gusto y consuelo que desea y otras veces por ventura suele sentir, no por eso deja de ser de mucho provecho. como el manjar al enfermo, aunque no le dé gusto, no por eso le deja de sustentar y ser provechoso. Son esas cosas que pertenecen a la providencia altísima de Dios, el cual suele de esta manera probar a sus siervos, y ejercitarlos, y humillarlos, y sacar otros bienes que Él sabe. se añade a esto que algunas veces obra este Sacramento tan secretamente, que apenas lo puede el hombre entender, porque la gracia comúnmente obra como la naturaleza, poco a poco, como parece en una planta que sin echarse de ver cuándo crece, vemos después que ha crecido. Y así, dice San Laurencio Justiniano que así como el manjar corporal sustenta al hombre y hace que crezca, aunque no lo advirtamos, así este divino Sacramento conforta y fortalece al alma con aumento de gracias, aunque no lo sintamos. 

Lo cuarto, digo que no sólo se cuenta por aprovechamiento el ir adelante, sino también el no caer y volver atrás. Y no es menos de estimar la medicina que nos preserva de la enfermedad, que la que nos acrecienta la salud. Y adviértase mucho esto, porque es cosa de gran consuelo para aquellos que no ven tan palpablemente en sí el fruto de este Sacramento. Vemos comúnmente que los que reciben a menudo este divino manjar viven en temor de Dios, y se les pasa todo el año, y a muchos toda la vida, sin hacer pecado mortal: pues ése es uno de los principales frutos y efectos de este Sacramento, conservar a uno que no caiga en pecados, como lo es del manjar conservar la vida corporal. Y lo notó muy bien el Concilio Tridentino diciendo que es remedio y medicina que nos libra de las culpas cotidianas y nos preserva de las mortales. Y así, aunque uno no sienta en sí aquel fervor y devoción, ni aquella hartura y consuelo espiritual, ni después de haber comulgado sienta aquel aliento y ligereza para las buenas obras que otros suelen sentir, sino antes sequedad y tibieza, no por eso deja de recibir fruto. Y si comulgando cae en algunas faltas, no comulgando cayera en otras mayores. Hagamos nosotros buenamente lo que es de nuestra parte para llegarnos con la disposición y reverencia que hemos dicho, que sin duda será grande el provecho que recibirá nuestra alma con la frecuencia de este divino Sacramento. 

Cuenta Tilmán Bredembaquio de un duque de Sajonia, llamado Wedequindo, que era infiel, y vinole curiosidad de ver lo que pasaba en los reales católicos de Carlomagno; y por hacerlo más a su placer, se vistió en hábito de peregrino, y se va allá; era tiempo de Semana Santa y Pascua, cuando toda la gente comulgaba. Él andaba con atención mirándolo todo; y entre otras cosas que vio, fue que cuando el sacerdote comulgaba al pueblo, veía un Niño muy hermoso y muy resplandeciente en cada forma; y dice que en las bocas de unos entraba el Niño tan alegre, tan regocijado y de tan buena gana, que parecía que Él mismo se iba y daba priesa a entrar; en otros, dice que parecía que entraba de muy mala gana y como forzado, porque volvía el rostro y las manos atrás y meneaba los pies, como haciendo resistencia para no entrar en su boca. Y con este milagro se convirtió y se hizo cristiano este príncipe y toda su tierra.  

Otro ejemplo semejante, y que declara más el pasado, se cuenta de un sacerdote seglar, que diciendo Misa, un siervo de Dios que la oía, al tiempo de consumir, vio en la patena, no las especies de pan, sino un Niño; y cuando el sacerdote le levantó para tomarle, volvió el Niño el rostro, y como quien porfiaba, contradiciendo con los pies y manos, a que no le recibiese. Y esto vio aquel siervo de Dios no una, sino algunas veces. Y hablando una vez aquel sacerdote con él, le vino a decir que no sabía qué era, que cada vez que tomaba el cuerpo del Señor, lo tomaba con mucha dificultad. Entonces el siervo de Dios le contó lo que había visto, y le aconsejó que mirase por sí y se enmendase. El sacerdote tomó muy bien el aviso, y compungido enmendó su vida. Y después, oyendo su Misa el mismo siervo de Dios, vio al Niño como de antes; mas que al tiempo de consumir, con los pies y manos juntas se le entraba por la boca con mucha velocidad. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez