Ayuno y abstinencia
En el sentido que abstinencia significa abstenerse de alimentos, la narración de la Biblia indica el primer caso en que tal conducta fue impuesta por la ley (Gen., 2, l6, 17). El obvio propósito de este mandato era llevar a la cabeza moral de la raza humana, Adán, a reconocer la dependencia natural de las criaturas de su Creador.
La hora que presenció la trasgresión de esta ley marcó un incremento en la deuda que las criaturas tenían con su Creador. La desobediencia de Adán volvió a todos los hombres criminales y responsables de la necesidad de apaciguar la justicia de Dios.
Para satisfacer esta exigencia la naturaleza dictó la necesidad de penitencia; la legislación positiva determinó las leyes y principios de como esta obligación natural puede ser concretada. Los principales resultados de esta determinación son reglas concernientes con el ayuno y la abstinencia.
Las leyes relativas al ayuno tienen por objetivo principal definir lo relativo a la cantidad de alimento permitido en los días de ayuno, mientras que las que regulan la abstinencia regulan lo relativo a la calidad de las viandas. En algunos casos coinciden ambas obligaciones y así los viernes de Cuaresma son días de ayuno y abstinencia.
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. Obliga a todos los que han cumplido 18 años, hasta el comienzo de los sesenta.
La abstinencia consiste en no comer carne. – Obliga a todos los que han cumplido 14 años. La ancianidad, por sí sola, no exime de esta ley de abstinencia.
Son días de abstinencia y ayuno el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y de abstinencia los viernes del tiempo Cuaresmal.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados.
¿Por qué el Ayuno?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación personal por la que espiritualmente el hombre se vuelve a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor, que termina por esclavizarlo.
El hombre de hoy debería abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es la renuncia por la renuncia, a la manera de los estoicos, sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para alcanzar el dominio de sí mismo, sometiendo lo que es inferior a lo superior.
La Cuaresma
La Cuaresma es el tiempo litúrgico en el que nos preparamos para la Pascua. Dura cuarenta días. Comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo. Los cuarenta días recuerdan muchos acontecimientos bíblicos: 40 días de ayuno de Jesús en el Desierto, 40 años del pueblo de Dios en el desierto, 40 días que Moisés transcurrió en el Monte Sinaí, 40 días de diluvio.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de conversión, de arrepentimiento.
La cuaresma nos invita a una purificación e iluminación mediante la práctica del sacramento de la Penitencia y la mayor frecuencia del Sacramento de la Eucaristía.
Es tiempo de penitencia y conversión, es una invitación continua a convertirse en el Señor con todo el corazón. Esta conversión culminará con la celebración del Sacramento de Penitencia, como mejor modo de prepararse para la fiesta de la Pascua.
Durante el tiempo de Cuaresma no se permite adornar con flores el altar -excepto en algunas solemnidades o fiestas-. No se canta el aleluya ni el Gloria en la Misa, sino hasta la Vigilia Pascual.
Miércoles de Ceniza
El miércoles de Ceniza es el primer día de la Cuaresma. Los fieles cristianos inician con la imposición de las cenizas el tiempo establecido para la purificación del espíritu.
Recuerda una antigua tradición del pueblo Hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar par una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.
Lectura espiritual:
En el sentido que abstinencia significa abstenerse de alimentos, la narración de la Biblia indica el primer caso en que tal conducta fue impuesta por la ley (Gen., 2, l6, 17). El obvio propósito de este mandato era llevar a la cabeza moral de la raza humana, Adán, a reconocer la dependencia natural de las criaturas de su Creador.
La hora que presenció la trasgresión de esta ley marcó un incremento en la deuda que las criaturas tenían con su Creador. La desobediencia de Adán volvió a todos los hombres criminales y responsables de la necesidad de apaciguar la justicia de Dios.
Para satisfacer esta exigencia la naturaleza dictó la necesidad de penitencia; la legislación positiva determinó las leyes y principios de como esta obligación natural puede ser concretada. Los principales resultados de esta determinación son reglas concernientes con el ayuno y la abstinencia.
Las leyes relativas al ayuno tienen por objetivo principal definir lo relativo a la cantidad de alimento permitido en los días de ayuno, mientras que las que regulan la abstinencia regulan lo relativo a la calidad de las viandas. En algunos casos coinciden ambas obligaciones y así los viernes de Cuaresma son días de ayuno y abstinencia.
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. Obliga a todos los que han cumplido 18 años, hasta el comienzo de los sesenta.
La abstinencia consiste en no comer carne. – Obliga a todos los que han cumplido 14 años. La ancianidad, por sí sola, no exime de esta ley de abstinencia.
Son días de abstinencia y ayuno el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y de abstinencia los viernes del tiempo Cuaresmal.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados.
¿Por qué el Ayuno?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación personal por la que espiritualmente el hombre se vuelve a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor, que termina por esclavizarlo.
El hombre de hoy debería abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es la renuncia por la renuncia, a la manera de los estoicos, sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para alcanzar el dominio de sí mismo, sometiendo lo que es inferior a lo superior.
La Cuaresma
La Cuaresma es el tiempo litúrgico en el que nos preparamos para la Pascua. Dura cuarenta días. Comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo. Los cuarenta días recuerdan muchos acontecimientos bíblicos: 40 días de ayuno de Jesús en el Desierto, 40 años del pueblo de Dios en el desierto, 40 días que Moisés transcurrió en el Monte Sinaí, 40 días de diluvio.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de conversión, de arrepentimiento.
La cuaresma nos invita a una purificación e iluminación mediante la práctica del sacramento de la Penitencia y la mayor frecuencia del Sacramento de la Eucaristía.
Es tiempo de penitencia y conversión, es una invitación continua a convertirse en el Señor con todo el corazón. Esta conversión culminará con la celebración del Sacramento de Penitencia, como mejor modo de prepararse para la fiesta de la Pascua.
Durante el tiempo de Cuaresma no se permite adornar con flores el altar -excepto en algunas solemnidades o fiestas-. No se canta el aleluya ni el Gloria en la Misa, sino hasta la Vigilia Pascual.
Miércoles de Ceniza
El miércoles de Ceniza es el primer día de la Cuaresma. Los fieles cristianos inician con la imposición de las cenizas el tiempo establecido para la purificación del espíritu.
Recuerda una antigua tradición del pueblo Hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar par una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.
Lectura espiritual:
La Virtud de la Penitencia
Penitencia (poenitentia) designa: 1º una virtud; 2º un sacramento de la Nueva Ley; 3º un castigo canónico infligido según la primitiva disciplina de la Iglesia; 4º una obra de satisfacción impuesta al receptor del sacramento. Estos significados tienen como centro común la verdad de que quien peca debe arrepentirse y hasta donde sea posible reparar ante la justicia divina. El arrepentimiento, es decir, el dolor de corazón con el firme propósito de no pecar más, es así la primera condición de la que depende el valor de todo cuanto el pecador pueda hacer o sufrir como expiación. Aquí trataremos únicamente de la penitencia considerada como virtud.
Penitencia es una virtud moral sobrenatural por la cual el pecador se dispone al odio del pecado como ofensa contra Dios y al firme propósito de enmienda y satisfacción. El acto principal en el ejercicio de esta virtud es la detestación del pecado, no como pecado en general ni como pecado que otros cometen, sino del propio pecado. El motivo de tal detestación es que el pecado ofende a Dios; lamentar las malas acciones a causa del sufrimiento mental o físico, del rechazo social o de la acción de la justicia humana que comportan es algo natural; pero esta pena no basta para la penitencia. Por otra parte, la resolución de corregirse, aunque ciertamente necesaria, no basta por sí misma, es decir, sin aversión al pecado ya cometido; como resolución podría efectivamente resultar carente de sentido; se declararía la obediencia a la ley de Dios en el futuro sin hacer caso al clamor de la justicia divina sobre la transgresión pasada. "Convertíos, y haced penitencia por todas vuestras iniquidades… deshaceos de todas vuestras transgresiones… renovad vuestro corazón y vuestro espíritu" (Ez 18,30-31; Jl 2,12; Jr 8,6). En el mismo espíritu San Juan Bautista exhortaba a sus oyentes: "Haced frutos dignos de penitencia" (Mt 3,8). Semejante es la enseñanza de Cristo expresada en las parábolas del hijo pródigo y del fariseo y publicano, en tanto que la Magdalena, que "limpiaba sus pecados con sus lágrimas", ha sido para todos los tiempos la imagen típica del pecador arrepentido. Los teólogos, siguiendo la doctrina de Santo Tomás (Summa, III, Q. lxxxv, a. 1), consideran la penitencia verdaderamente como una virtud, aunque han discutido bastante sobre el lugar que ocupa entre las virtudes. Algunos la clasifican con la virtud de la caridad, otros con la virtud de la religión, otros incluso como una parte de la justicia. Cayetano parece considerarla como perteneciente a las tres; pero muchos teólogos concuerdan con Santo Tomás (ídem., a.2) que la penitencia es una virtud distinta (virtus specialis). La detestación del pecado es un acto loable, y en la penitencia esta detestación procede de un motivo especial: porque el pecado ofende a Dios (cf. De Lugo "De paenitentiae virtute"; Palmieri, "De paenitentia", Roma, 1879, ths. I-VII).
Necesidad
El Concilio de Trento declaró expresamente (Sesión XIV, c.i) que la penitencia era necesaria en toda ocasión para la remisión del pecado grave. Los teólogos han debatido si esta necesidad proviene de un mandamiento positivo de Dios o independientemente de cualquier precepto positivo. El peso de la autoridad está a favor de esta última opinión; además, los teólogos manifiestan que en el orden presente de la Divina Providencia el mismo Dios no puede perdonar pecados si no hay arrepentimiento real (Sto. Tomás, III:86:2; Cayetano, ídem; Palmieri, op.cit. tesis VII). En la Antigua Ley (Ez, 18, 24) la vida se deniega al hombre que comete iniquidad; incluso "el bien que haya hecho no quedará memoria"; y Cristo reitera la doctrina del Antiguo Testamento, diciendo (Lc, 13, 5): "si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente". En la Nueva Ley, por tanto, el arrepentimiento es tan necesario como lo era en la Antigua, arrepentimiento que incluye cambio de vida, dolor por los pecados y seria intención de reparar. En la economía salvífica cristiana este acto de arrepentimiento ha sido sometido por Cristo al juicio y jurisdicción de su Iglesia, cuando se trata del pecado cometido después de la recepción del Bautismo (Concilio de Trento, sesión XIV, c.i), y la Iglesia actuando en el nombre de Cristo no sólo declara que los pecados son perdonados, sino que los perdona actual y judicialmente, si el pecador ya arrepentido somete sus pecados al "poder de las llaves" y está dispuesto a cumplir una adecuada satisfacción por el mal que ha hecho.
EDWARD J. HANNA
Transcrito por Donald J. Boon
Traducido por Josep M. Prunés, O.M.
REFLEXION DESDE LA VIDA DE LOS SANTOS
San Pedro de Alcántara
Pedro de Alcántara es hijo de un noble matrimonio de Alcántara, en Extremadura, 1499. Creció en un ambiente de lucha. Sus padres formaban parte de la nobleza que, con Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, habían reconquistado los últimos reductos musulmanes, Granada, en España. Pedro tenía el temple férreo de los conquistadores de América, Pizarro o Hernán Cortés. k.o. la edad progresaba en los estudios, pero él se sentía llamado a otras conquistas. Terminados sus estudios en Salamanca, que afinaron su espíritu y ensancharon su pensamiento, decidió ser franciscano. A los dieciséis años recibió el hábito en el convento de los Manjaretes, frontera con Portugal, y ejerció de custodio y provincial en su Provincia franciscanas, al final, de Comisario General de los Franciscanos Reformados por él; murió en Arenas de San Pedro, cerca de Ávila, en 1562.
PREPARACION MISTICA PARA SU MAGISTERIO CON SANTA TERESA
Cuando Santa Teresa, vivía en el monasterio de la Encarnación de Ávila, se debatía entre grandes pruebas e incomprensiones. La riqueza de la vida mística con que Dios la elevaba era considerada obra del demonio por sus directores espirituales, hasta que, Doña Guiomar de Ulloa, una de sus amigas, le preparó una entrevista con Fray Pedro, a quien Dios había preparado haciéndoles habitar en las cumbres de esos misteriosos caminos de la gracia con regalos sublimes, para que por propia experiencia supiera discernir en seguida que los eran de "la mismo librea". Dios quiso preparar de esta manera a San Pedro para iluminar el espíritu de Santa Teresa de Jesús. "En seguir los consejos evangélicos es infidelidad tomar consejo. El consejo de Dios no puede dejar de ser bueno." En casos de conciencia y de pleitos, bien están los juristas y los teólogos, "mas en la perfección de la vida, no se ha de tratar sino con los que la viven". Y añade con un poco de ironía: Si quiere tomar consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos, ni ella, más que el carecer de ella por seguir el consejo de Cristo. Creo más a Dios que a mi experiencia. No crea a los que la dijeren lo contrario por falta le luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuán suave es el Señor.
RESISTENCIA DEL OBISPO VENCIDA POR FRAY PEDRO
El obispo no quería autorizar la fundación. Pedro de Alcántara le escribió, pero no consiguió nada. Bien enfermo Pedro fue a visitarlo al Tiemblo, donde se encontraba; y consiguió que Don Alvaro de Mendoza concediera la autorización para la fundación del convento de San José. Pedro era un hombre alto, espigado, como el modelo de las figuras que pintaba el Greco en Toledo. La resistencia de su organismo era milagrosa, toda su vida era un verdadero milagro; caminaba sobre las aguas, leía los secretos de los corazones, salvaba las distancias con la velocidad del rayo, plantaba su bastón en el suelo y se transformaba en una higuera. Como él cumplía la voluntad Dios, los elementos obedecían la suya. Caminaba con los pies descalzos y la cabeza siempre descubierta y aparecía tan escuálido que, decía Teresa, que "parecía hecho de raíces de árboles". La conversación entre los dos grandes contemplativos serenó definitivamente a la Santa. Fray Pedro aseguró que todo aquello era de Dios, y después convenció de ello a los mismos maestros escépticos. TERESA
TERESA LE ANUNCIA SU MUERTE
Hacía un año que Santa Teresa le había avisado de la proximidad de su muerte, lo cual no le impidió seguir vigilando la observancia y visitando los conventos como Comisario general de los reformados. La última enfermedad le sorprendió en Arenas, en la provincia de Ávila. En el hospital público, oraba sin cesar de repetir: "Señor, lávame más todavía de mi iniquidad." Al llegar el médico, preguntó: "Señor doctor, ¿no hemos de caminar?". "Muy presto, Padre", dijo el doctor; y el santo, lleno de gozo, recitó el verso del salmo: "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor." "Cuando expiró -dice Santa Teresa- se me apareció y me dijo cómo se iba a descansar y que bienaventurada penitencia, que tanto premio le había merecido. Y he aquí acabada la aspereza de vida con tan gran gloria."
SU REFORMA
Por donde pasaba Fray Pedro, introducía la Reforma en los conventos. Siendo provincial, añade nuevas normas a su regla, funda tres conventos de nueva observancia y crea la nueva custodia de San José, que después sería provincia. Los rigores que impone en las fundaciones son impresionantes: Tres horas de oración mental, además del oficio cantado, disciplina diaria, dormir en el suelo, supresión de estipendios de misas, inspirado en el testamento de San Francisco, para él el pensamiento definitivo del Fundador. Su vida fue una verdadera interpretación hispana del espíritu del Poverello. Su figura, envejecida antes de tiempo, caminaba por valles y montañas para visitar los conventos exhortando a perseverar en la pobreza. Franciscana fue su muerte, rodeado de sus hermanos, en un pueblecito olvidado, recibiendo arrodillado el santo Viático, con palabras de exaltación de la pobreza y de la oración. Su cuerpo fue amortajado con los vestidos más pobres. Se apareció repetidas veces a Santa Teresa a quien reveló la gran gloria le había merecido su penitencia.
PROMOTOR DE FERVOR RELIGIOSO EN ESPAÑA Y EN PORTUGAL
Su fama no sólo se difundió por España, sino que llegó también a Portugal, por lo que el rey Juan III lo llamó a Lisboa donde dejó una huella de santidad y de prestigio por sus virtudes. Fray Luís de Granada será amigo suyo y también San Francisco de Borja, el Duque de Gandía. Y las hermanas de Felipe II. El mismo Carlos V, ya retirado en Yuste, le pidió que dirigiera su conciencia: "Padre, mi intención es que os encarguéis de mi alma", le dijo el emperador. "Señor, yo no podré desempeñar ese cargo, tenéis que buscar a otro". –"Haced lo que os mando, que yo se bien lo que me conviene", respondió el emperador contrariado. –"Señor, tenga por bien que se haga la voluntad de Dios. Si no vuelvo, tenga vuestra majestad por respuesta que no se sirve de ello"
"Bienaventurada penitencia, que le HA CONSEGUIDO tan gran premio".
Pudo ser un gran reformador porque era gran penitente. La ascesis sólo es un medio para evitar los peligros que la carne combate los vuelos del espíritu, y así lo entendía San Pedro de Alcántara. Su fin es la unión con Dios, y aunque a San Pedro se le conoce, sobre todo, por sus proverbiales penitencias, es más admirable en él el contemplativo que el asceta. Oraba sin cesar y en todas partes. A veces, una sola palabra le arrebataba de tal modo, que lanzaba gritos ininteligibles, entraba en éxtasis y quedaba suspenso en el aire. Un día ensayaba un joven en la huerta del convento el principio del evangelio de San Juan, las palabras: "el Verbo se hizo carne" le impresionaron tanto, que empezó a volar, levantado un codo sobre el suelo y atravesó cuatro puertas, llegó al altar mayor y quedó en éxtasis. Otra vez, no pudiendo sufrir los ardores que le abrasaban salió a la huerta y quedó suspendido en el aire delante de una cruz.
SANTA TERESA NOS REVELA SUS CONFIDENCIAS
Santa Teresa nos relata en su Vida:."Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y con la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared..." Jamás, añade la Santa, se puso cosa alguna en los pies, ni otro vestido que un hábito de sayal y un manto, sin ninguna otra cosa sobre las carnes... Decía que en los grandes fríos se quitaba el manto y dejaba la puerta y ventanilla abiertas de la celda, para componerse con el manto más tarde y cerrarlas, contentando así al cuerpo "para que sosegase con más abrigo". "Comer a tercer día era muy ordinario y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello...". Al completo retrato que traza Santa Teresa, añaden los biógrafos varias anécdotas, como la de la vez en que un padre dominico le encuentra casi desnudo en la huerta del convento, apenas cubierto con un viejo manto descuartizado, y ante la extrañeza del visitante, responde fray Pedro: "Échele vuestra merced la culpa al Evangelio, el cual nos aconseja tener una sola túnica. La mía la he estado lavando y no tengo qué ponerme".
SU CARIDAD
Severidad terrible para consigo mismo, pero siempre ungida de la humildad más franciscana y la caridad más tierna. Les decía a sus frailes: "Si vierais a vuestro hermano pecar, no os ofendáis y no os turbéis, sino, llenos de mansedumbre, habladle al corazón y avisadle con amor, acordándoos que vosotros habéis sido hechos del mismo barro." Y el amor de Dios le llenaba tanto el alma, que le traspasaba hasta el pecho y tenía que dejar su celda para salir a refrescarse al aire libre. Muchas veces le resultaba muy difícil hacer oración o celebrar la Misa sin quedar en éxtasis hasta levantarse en el aire. A menudo le invadía el Espíritu, y le hacía proferir grandes gritos y tenía que correr a encerrarse en su celda, como un día, en que instruyendo a sus hermanos sobre el Evangelio, se quedó gritando "Dios se ha hecho carne", y hubo de correr a la celda, donde pasó tres horas en éxtasis. Él sí que podía hablar sobre el amor con toda propiedad, como lo hace en su "Tratado de la Oración y de la Contemplación", joya de gran valor, aunque breve, que alimentó a grandes espíritus y mereció los elogios de San Francisco de Sales. Éste fue el testamento espiritual de aquel reformador de frailes, uno de los más grandes promotores del fervor religioso en la España de su tiempo.
Penitencia es una virtud moral sobrenatural por la cual el pecador se dispone al odio del pecado como ofensa contra Dios y al firme propósito de enmienda y satisfacción. El acto principal en el ejercicio de esta virtud es la detestación del pecado, no como pecado en general ni como pecado que otros cometen, sino del propio pecado. El motivo de tal detestación es que el pecado ofende a Dios; lamentar las malas acciones a causa del sufrimiento mental o físico, del rechazo social o de la acción de la justicia humana que comportan es algo natural; pero esta pena no basta para la penitencia. Por otra parte, la resolución de corregirse, aunque ciertamente necesaria, no basta por sí misma, es decir, sin aversión al pecado ya cometido; como resolución podría efectivamente resultar carente de sentido; se declararía la obediencia a la ley de Dios en el futuro sin hacer caso al clamor de la justicia divina sobre la transgresión pasada. "Convertíos, y haced penitencia por todas vuestras iniquidades… deshaceos de todas vuestras transgresiones… renovad vuestro corazón y vuestro espíritu" (Ez 18,30-31; Jl 2,12; Jr 8,6). En el mismo espíritu San Juan Bautista exhortaba a sus oyentes: "Haced frutos dignos de penitencia" (Mt 3,8). Semejante es la enseñanza de Cristo expresada en las parábolas del hijo pródigo y del fariseo y publicano, en tanto que la Magdalena, que "limpiaba sus pecados con sus lágrimas", ha sido para todos los tiempos la imagen típica del pecador arrepentido. Los teólogos, siguiendo la doctrina de Santo Tomás (Summa, III, Q. lxxxv, a. 1), consideran la penitencia verdaderamente como una virtud, aunque han discutido bastante sobre el lugar que ocupa entre las virtudes. Algunos la clasifican con la virtud de la caridad, otros con la virtud de la religión, otros incluso como una parte de la justicia. Cayetano parece considerarla como perteneciente a las tres; pero muchos teólogos concuerdan con Santo Tomás (ídem., a.2) que la penitencia es una virtud distinta (virtus specialis). La detestación del pecado es un acto loable, y en la penitencia esta detestación procede de un motivo especial: porque el pecado ofende a Dios (cf. De Lugo "De paenitentiae virtute"; Palmieri, "De paenitentia", Roma, 1879, ths. I-VII).
Necesidad
El Concilio de Trento declaró expresamente (Sesión XIV, c.i) que la penitencia era necesaria en toda ocasión para la remisión del pecado grave. Los teólogos han debatido si esta necesidad proviene de un mandamiento positivo de Dios o independientemente de cualquier precepto positivo. El peso de la autoridad está a favor de esta última opinión; además, los teólogos manifiestan que en el orden presente de la Divina Providencia el mismo Dios no puede perdonar pecados si no hay arrepentimiento real (Sto. Tomás, III:86:2; Cayetano, ídem; Palmieri, op.cit. tesis VII). En la Antigua Ley (Ez, 18, 24) la vida se deniega al hombre que comete iniquidad; incluso "el bien que haya hecho no quedará memoria"; y Cristo reitera la doctrina del Antiguo Testamento, diciendo (Lc, 13, 5): "si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente". En la Nueva Ley, por tanto, el arrepentimiento es tan necesario como lo era en la Antigua, arrepentimiento que incluye cambio de vida, dolor por los pecados y seria intención de reparar. En la economía salvífica cristiana este acto de arrepentimiento ha sido sometido por Cristo al juicio y jurisdicción de su Iglesia, cuando se trata del pecado cometido después de la recepción del Bautismo (Concilio de Trento, sesión XIV, c.i), y la Iglesia actuando en el nombre de Cristo no sólo declara que los pecados son perdonados, sino que los perdona actual y judicialmente, si el pecador ya arrepentido somete sus pecados al "poder de las llaves" y está dispuesto a cumplir una adecuada satisfacción por el mal que ha hecho.
EDWARD J. HANNA
Transcrito por Donald J. Boon
Traducido por Josep M. Prunés, O.M.
REFLEXION DESDE LA VIDA DE LOS SANTOS
San Pedro de Alcántara
Pedro de Alcántara es hijo de un noble matrimonio de Alcántara, en Extremadura, 1499. Creció en un ambiente de lucha. Sus padres formaban parte de la nobleza que, con Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, habían reconquistado los últimos reductos musulmanes, Granada, en España. Pedro tenía el temple férreo de los conquistadores de América, Pizarro o Hernán Cortés. k.o. la edad progresaba en los estudios, pero él se sentía llamado a otras conquistas. Terminados sus estudios en Salamanca, que afinaron su espíritu y ensancharon su pensamiento, decidió ser franciscano. A los dieciséis años recibió el hábito en el convento de los Manjaretes, frontera con Portugal, y ejerció de custodio y provincial en su Provincia franciscanas, al final, de Comisario General de los Franciscanos Reformados por él; murió en Arenas de San Pedro, cerca de Ávila, en 1562.
PREPARACION MISTICA PARA SU MAGISTERIO CON SANTA TERESA
Cuando Santa Teresa, vivía en el monasterio de la Encarnación de Ávila, se debatía entre grandes pruebas e incomprensiones. La riqueza de la vida mística con que Dios la elevaba era considerada obra del demonio por sus directores espirituales, hasta que, Doña Guiomar de Ulloa, una de sus amigas, le preparó una entrevista con Fray Pedro, a quien Dios había preparado haciéndoles habitar en las cumbres de esos misteriosos caminos de la gracia con regalos sublimes, para que por propia experiencia supiera discernir en seguida que los eran de "la mismo librea". Dios quiso preparar de esta manera a San Pedro para iluminar el espíritu de Santa Teresa de Jesús. "En seguir los consejos evangélicos es infidelidad tomar consejo. El consejo de Dios no puede dejar de ser bueno." En casos de conciencia y de pleitos, bien están los juristas y los teólogos, "mas en la perfección de la vida, no se ha de tratar sino con los que la viven". Y añade con un poco de ironía: Si quiere tomar consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos, ni ella, más que el carecer de ella por seguir el consejo de Cristo. Creo más a Dios que a mi experiencia. No crea a los que la dijeren lo contrario por falta le luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuán suave es el Señor.
RESISTENCIA DEL OBISPO VENCIDA POR FRAY PEDRO
El obispo no quería autorizar la fundación. Pedro de Alcántara le escribió, pero no consiguió nada. Bien enfermo Pedro fue a visitarlo al Tiemblo, donde se encontraba; y consiguió que Don Alvaro de Mendoza concediera la autorización para la fundación del convento de San José. Pedro era un hombre alto, espigado, como el modelo de las figuras que pintaba el Greco en Toledo. La resistencia de su organismo era milagrosa, toda su vida era un verdadero milagro; caminaba sobre las aguas, leía los secretos de los corazones, salvaba las distancias con la velocidad del rayo, plantaba su bastón en el suelo y se transformaba en una higuera. Como él cumplía la voluntad Dios, los elementos obedecían la suya. Caminaba con los pies descalzos y la cabeza siempre descubierta y aparecía tan escuálido que, decía Teresa, que "parecía hecho de raíces de árboles". La conversación entre los dos grandes contemplativos serenó definitivamente a la Santa. Fray Pedro aseguró que todo aquello era de Dios, y después convenció de ello a los mismos maestros escépticos. TERESA
TERESA LE ANUNCIA SU MUERTE
Hacía un año que Santa Teresa le había avisado de la proximidad de su muerte, lo cual no le impidió seguir vigilando la observancia y visitando los conventos como Comisario general de los reformados. La última enfermedad le sorprendió en Arenas, en la provincia de Ávila. En el hospital público, oraba sin cesar de repetir: "Señor, lávame más todavía de mi iniquidad." Al llegar el médico, preguntó: "Señor doctor, ¿no hemos de caminar?". "Muy presto, Padre", dijo el doctor; y el santo, lleno de gozo, recitó el verso del salmo: "Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor." "Cuando expiró -dice Santa Teresa- se me apareció y me dijo cómo se iba a descansar y que bienaventurada penitencia, que tanto premio le había merecido. Y he aquí acabada la aspereza de vida con tan gran gloria."
SU REFORMA
Por donde pasaba Fray Pedro, introducía la Reforma en los conventos. Siendo provincial, añade nuevas normas a su regla, funda tres conventos de nueva observancia y crea la nueva custodia de San José, que después sería provincia. Los rigores que impone en las fundaciones son impresionantes: Tres horas de oración mental, además del oficio cantado, disciplina diaria, dormir en el suelo, supresión de estipendios de misas, inspirado en el testamento de San Francisco, para él el pensamiento definitivo del Fundador. Su vida fue una verdadera interpretación hispana del espíritu del Poverello. Su figura, envejecida antes de tiempo, caminaba por valles y montañas para visitar los conventos exhortando a perseverar en la pobreza. Franciscana fue su muerte, rodeado de sus hermanos, en un pueblecito olvidado, recibiendo arrodillado el santo Viático, con palabras de exaltación de la pobreza y de la oración. Su cuerpo fue amortajado con los vestidos más pobres. Se apareció repetidas veces a Santa Teresa a quien reveló la gran gloria le había merecido su penitencia.
PROMOTOR DE FERVOR RELIGIOSO EN ESPAÑA Y EN PORTUGAL
Su fama no sólo se difundió por España, sino que llegó también a Portugal, por lo que el rey Juan III lo llamó a Lisboa donde dejó una huella de santidad y de prestigio por sus virtudes. Fray Luís de Granada será amigo suyo y también San Francisco de Borja, el Duque de Gandía. Y las hermanas de Felipe II. El mismo Carlos V, ya retirado en Yuste, le pidió que dirigiera su conciencia: "Padre, mi intención es que os encarguéis de mi alma", le dijo el emperador. "Señor, yo no podré desempeñar ese cargo, tenéis que buscar a otro". –"Haced lo que os mando, que yo se bien lo que me conviene", respondió el emperador contrariado. –"Señor, tenga por bien que se haga la voluntad de Dios. Si no vuelvo, tenga vuestra majestad por respuesta que no se sirve de ello"
"Bienaventurada penitencia, que le HA CONSEGUIDO tan gran premio".
Pudo ser un gran reformador porque era gran penitente. La ascesis sólo es un medio para evitar los peligros que la carne combate los vuelos del espíritu, y así lo entendía San Pedro de Alcántara. Su fin es la unión con Dios, y aunque a San Pedro se le conoce, sobre todo, por sus proverbiales penitencias, es más admirable en él el contemplativo que el asceta. Oraba sin cesar y en todas partes. A veces, una sola palabra le arrebataba de tal modo, que lanzaba gritos ininteligibles, entraba en éxtasis y quedaba suspenso en el aire. Un día ensayaba un joven en la huerta del convento el principio del evangelio de San Juan, las palabras: "el Verbo se hizo carne" le impresionaron tanto, que empezó a volar, levantado un codo sobre el suelo y atravesó cuatro puertas, llegó al altar mayor y quedó en éxtasis. Otra vez, no pudiendo sufrir los ardores que le abrasaban salió a la huerta y quedó suspendido en el aire delante de una cruz.
SANTA TERESA NOS REVELA SUS CONFIDENCIAS
Santa Teresa nos relata en su Vida:."Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y con la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared..." Jamás, añade la Santa, se puso cosa alguna en los pies, ni otro vestido que un hábito de sayal y un manto, sin ninguna otra cosa sobre las carnes... Decía que en los grandes fríos se quitaba el manto y dejaba la puerta y ventanilla abiertas de la celda, para componerse con el manto más tarde y cerrarlas, contentando así al cuerpo "para que sosegase con más abrigo". "Comer a tercer día era muy ordinario y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello...". Al completo retrato que traza Santa Teresa, añaden los biógrafos varias anécdotas, como la de la vez en que un padre dominico le encuentra casi desnudo en la huerta del convento, apenas cubierto con un viejo manto descuartizado, y ante la extrañeza del visitante, responde fray Pedro: "Échele vuestra merced la culpa al Evangelio, el cual nos aconseja tener una sola túnica. La mía la he estado lavando y no tengo qué ponerme".
SU CARIDAD
Severidad terrible para consigo mismo, pero siempre ungida de la humildad más franciscana y la caridad más tierna. Les decía a sus frailes: "Si vierais a vuestro hermano pecar, no os ofendáis y no os turbéis, sino, llenos de mansedumbre, habladle al corazón y avisadle con amor, acordándoos que vosotros habéis sido hechos del mismo barro." Y el amor de Dios le llenaba tanto el alma, que le traspasaba hasta el pecho y tenía que dejar su celda para salir a refrescarse al aire libre. Muchas veces le resultaba muy difícil hacer oración o celebrar la Misa sin quedar en éxtasis hasta levantarse en el aire. A menudo le invadía el Espíritu, y le hacía proferir grandes gritos y tenía que correr a encerrarse en su celda, como un día, en que instruyendo a sus hermanos sobre el Evangelio, se quedó gritando "Dios se ha hecho carne", y hubo de correr a la celda, donde pasó tres horas en éxtasis. Él sí que podía hablar sobre el amor con toda propiedad, como lo hace en su "Tratado de la Oración y de la Contemplación", joya de gran valor, aunque breve, que alimentó a grandes espíritus y mereció los elogios de San Francisco de Sales. Éste fue el testamento espiritual de aquel reformador de frailes, uno de los más grandes promotores del fervor religioso en la España de su tiempo.
Enviado por P. Cardozo