MILAGRO DE UNA PRIMERA COMUNION
Yo mismo conocí, escribe Mons. de Segur, a una niña curada por el Santísimo Sacramento, el 20 de septiembre de 1860.
Estando la pobrecita ejercitándose en la gimnasia, tuvo la desgracia de caer sobre un aparato de hierro, que le produjo una herida en el cráneo con lesión de las membranas del cerebro. Los médicos no sabían dar otra respuesta a los afligidos padres que palabras de consuelo por la irremediable pérdida de su hija.
Sin embargo, Dionisia, que este era el nombre de la niña, no cesaba de pedir que le concediesen recibir por vez primera a Jesús sacramentado, en un Santuario de su particular devoción. –“Llévenme ustedes allá, repetía con instancia, déjenme hacer la primera Comunión, y sin duda sanaré”.
Al fin vinieron en darle gusto, a pesar de que el médico declaró que probablemente moriría por el camino, y aunque no sucedió tan triste augurio, es indecible lo que la pobre niña padeció.
Llegada al Santuario recibió a Jesús Sacramentado, objeto de su ardiente amor y término al cual se dirigían las más risueñas esperanzas de su alma candorosa… Todavía duraban las sagradas ceremonias cuando de pronto la niña se levantó se puso de rodillas y sintió en sí la vida y fuerzas primeras.
Al volver a su casa salió al encuentro su afligido padre, y al verla sana y ágil como antes de la enfermedad, no acababa de dar crédito a lo que veía, ni a las voces de su hija que no cesaba de repetir con alborozo: “Papá, ya estoy curada”.
De él mismo, añade Mons. de Segur, he sabido estos pormenores, y la afortunada niña no ha notado el más leve dolor en la parte lesionada.
(Mons. Segur. La presencia real, pág. 94)
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