Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el
sosiego.
El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de espíritu viven
en mucha paz.
El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de
cosas pequeñas y viles.
El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se
puede abstener totalmente de los deseos terrenos.
Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno le
contradice.
Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la
conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que
busca.
En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas.
No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior,
sino en el que es fervoroso y espiritual.
IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis
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