miércoles, 2 de julio de 2014

CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS VI - SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


VI 
CONCLUSION 

En suma, debemos mirar como venidas de la mano del Señor todas las cosas que nos suceden o nos pueden suceder. Todas nuestras acciones debemos enderezarlas al único fin de agradar a Dios y de cumplir su voluntad. Para caminar con paso firme por este camino, debemos dejarnos guiar por nuestros superiores en nuestras exteriores acciones, y en las interiores de nuestra alma, del director espiritual; sólo por aquí llegaremos a entender lo que Dios quiere de nosotros, dando gran crédito a las palabras de Jesucristo, que ha dicho: El que a vosotros oye, a mí me oye (Luc. X,16). Esforcémonos sobre todo por servir a Dios del modo que El quiere ser de nosotros servido. Digo esto, para que evitemos el engaño en que caen algunos, que pierden lastimosamente el tiempo alimentando vanos pensamientos y diciendo: Si yo me sepultara en un desierto, si entrase en un monasterio, si me retirase a un lugar solitario, fuera de esta casa y lejos de mis parientes y amigos, me haría santo, practicaría estas y estas penitencias, me dedicaría más a la oración. Pero se contentan con decir: yo haría, yo haría; y entre tanto no llevan con resignación las cruces que Dios les envía, y no quieren entrar por el camino que el Señor quiere, y lejos de santificarse van de mal en peor. 

Estos deseos son a las veces tentaciones del demonio, que les tienta a no conformarse con la voluntad de Dios; por lo cual menester es arrojarlos de nuestro espíritu y alentarnos a servir a Dios, siguiendo la senda que nos ha trazado. Cumpliendo su voluntad, a buen seguro que nos haremos santos, en cualquier estado o condición que el Señor nos haya puesto. No queramos más que lo que Dios para nosotros quiere, y entonces El nos llevará grabados en su corazón. 

Para conseguir esto hagámonos familiares algunos textos de la Escritura que nos invitan a unirnos más y más con la voluntad del Señor. Digamos con San Pablo: Señor, ¿qué quieres que haga? (Act.IX,6). Decidme lo que deseáis de mí, que pronto estoy a hacerlo. O con David: Tuyo soy, sálvame (Ps.CXVIII, 94); puesto que ya no soy mío, sino vuestro, haced de mí, Dios mío, lo que os agrade. Cuando te sientas agobiado por el peso de una más cruel adversidad, como la muerte de algún ser amado, o la pérdida de bienes u otros semejantes, no te canses de repetir: Sí, Padre mío, alabado seas, por haber sido de tu agrado que fuese así. Pero entre todas las oraciones, la que con más frecuencia hemos de repetir es la que nos enseñó Jesucristo en el Padre nuestro: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Dijo el Señor a Santa Catalina de Génova que al rezar el Padre nuestro se detuviera particularmente en estas palabras, suplicándole a la vez que le otorgase la gracia de cumplir en la tierra su voluntad con tanta perfección como los bienaventurados en el cielo. Sigamos nosotros este mismo consejo, y ciertamente llegaremos a muy alta perfección. 

Sea por siempre bendita y alabada la voluntad del Señor, así como también la Inmaculada y bienaventurada Madre de Dios.

Fin.

 San Alfonso María de Ligorio