jueves, 14 de agosto de 2014

LA MEJOR BANDERA LA CRUZ - X


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Apariciones varias de la Cruz

A la precedente brevísima descripción de las apariciones de la Santa Cruz con motivo de guerras religiosas, para dar el triunfo a los cristianos, es bueno siga la descripción, igualmente breve, de otras apariciones con que parece se propuso el Señor fines de otro orden; y procediendo cronológicamente en cuanto el método nos lo permita, demos el primer lugar a las apariciones que pueden referirse con más corto relato. 

Eutimio, en el título XX de la segunda parte de su Panoplia, menciona la aparición de una columna luminosa terminada por una Cruz, encima del Eufrates y lugar donde San Gregorio Taumaturgo acababa de bautizar con las aguas de dicho río a Tiridates, rey de Armenia, y muchos de sus vasallos, durante la persecución de Galerio. Quince mil neófitos entraron entonces en la Iglesia Católica; y este gran milagro, visible durante un día entero, fue ocasión de que se convirtiesen otros cuarenta mil infieles.

Según Sozomeno en el quinto libro de su Historia Eclesiástica, al entrar juliano el Apóstata en la Iliria, fue sorprendido por una lluvia maravillosa, cada una de cuyas gotas imprimía una Cruz en los vestidos que tocaba, así en los de Juliano como en los de sus tropas. Muchas y varias interpretaciones se dieron al suceso; pero seguramente acertaron la verdadera aquellos que de lo acaecido dedujeron el breve tiempo que Juliano reinaría, y el triunfo definitivo de la Cruz, porque así sucedió.

San Próspero, en su libro de la Predestinación, p. 2. c. 34, dice lo siguiente acerca de otra aparición de la Cruz: 

«Durante la persecución suscitada en Persia en nuestros días y bajo el imperio del muy religioso y cristiano príncipe Arcadio, que prefirió la guerra con los persas a entregarles los armenios refugiados bajo su amparo, aparecieron en los vestidos de los soldados unas cruces maravillosas, en el momento de empezar una batalla. Este suceso inspiró al príncipe, después de la gran victoria allí ganada, la idea de acuñar aquella moneda de oro con la efigie de la Cruz, que tiene curso en todo el universo especialmente en Asia».

Pasemos al reinado del emperador Focas, de Constantinopla, un año solamente antes que el impuro Mahoma levantase el estandarte del Corán en 610. Corría, pues, el año 609. 

Tomás, Obispo de Constantinopla, supo que a la otra orilla del mar Negro, en Galacia, se pusieron en movimiento en las iglesias las cruces procesionales, de una manera extraña y sin que nadie las hubiera tocado. Alarmado por estas noticias, hizo ir a Constantinopla a San Teodoto Siceote, a quien preguntó la significación del prodigio.

«Pues que lo exigís, respondió el santo después de haberse resistido mucho, sabed que esta agitación de las cruces nos anuncia grandes males. Muchos abandonarán la verdadera religión; habrá incursiones de bárbaros, grande efusión de sangre, ruinas y sediciones por todo el mundo, y las iglesias serán abandonadas. Este momento terrible para el culto divino y el imperio se aproxima; no está muy lejos la llegada del enemigo. No os queda más recurso que pedir á Dios, como un buen pastor, que todos estos males sean mitigados por su misericordia».

Al año siguiente los persas, invadiendo el imperio, preludiaron las calamidades que preparaba Mahoma al Bajo Imperio y a los pueblos latinos del Occidente. 

Los analistas y cronistas de la Edad Media refieren otras numerosísimas apariciones de Cruces en los aires y en los vestidos. Quizá alguna podría explicarse científicamente y alguna otra ser cosa de pura alucinación; pero no es posible formar de todas el mismo juicio, ni siquiera probable, mayormente considerando los sorprendentes efectos que siguieron casi a todas. La mayor parte fueron seguidas de pestes y mortandades como la que despobló a Constantinopla durante el imperio de Constantino Coprónimo, y que narraremos más abajo. Los estudiosos pueden hallar la descripción de las principales apariciones indicadas, en los anales de los Francos, año 781; Sigeberto, 786; Mariano Scoto, con ocasión del tercer viaje de CarloMagno a Italia; los Anales de Saint-Gall, años 784 y 956; Vitikin, en el reinado del emperador Otón; Ditmar, año 954; el continuador de Palmerius, años 1501 y 1503; Juan Biclarense, Hennio, Teófanes, Simón, Metafraste, Suidas, etc., etc.

Baronio cuenta también algunas de estas apariciones en sus Anales eclesiásticos. En el año 956 habla de una peste que hubo en las regiones del Norte de Francia, y dice tuvo por precursores unas Cruces misteriosas que repentinamente se vieron en los vestidos; prodigiosis antea in vestibus crucibus apparentibus. Estas Cruces aparecieron en Lorena, como se refiere en la vida de San Cauzlin, Obispo de Toul. Enrique, Arzobispo de Tréveris, se conmovió tanto de esto, que para perpetuar su memoria erigió a los dos años en su ciudad episcopal una Cruz, de la que el analista Brower, S. J., refiere la inscripción latina que traducimos:

«En memoria de los signos en forma de Cruz que hizo aparecer el cielo en los hombres, año de la Encarnación del Señor 958 y el segundo del episcopado de Enrique, arzobispo de Tréveris, éste la mandó erigir».

Añade el analista que estas Cruces fueron saludables a los creyentes y nocivas a los que las ponían en ridículo. Los creyentes, en efecto, oraron y se prepararon, mientras el azote iba sorprendiendo a los otros. Parécenos que la referida Cruz existe aun en Tréveris. 

He aquí algunas otras apariciones relatadas como acontecimientos públicos por autores también contemporáneos de ellas. 

Según el Abab Usperg en su Crónica, a la muerte de Baduino, rey de Jerusalén, día de Pascua antes de amanecer, brillando la luna llena en todo su esplendor, el cielo pareció abrirse del lado meridional, y apareció una luz que eclipsó enteramente la luna durante más de una hora. En el seno de aquella luz, saliendo por la indicada abertura, vióse una gran Cruz, brillante como el oro y las piedras preciosas; de todo lo cual hay numerosos testigos. 

Maffei cuenta otra aparición con que fueron favorecidos Alburquerque y sus compañeros, durante una expedición al golfo Pérsico. A la vista de la Cruz, Alburquerque y sus gentes se prosternaron, rogando al cielo con extraordinario fervor que les fuese propicio, y derramando lágrimas de devoción. Alburquerque dió cuenta del suceso en carta que expresamente ditigió al rey D. Manuel. 

Más extraordinario es lo que cuenta una Vida de San Luis IX, rey de Francia, escrita en latín. 

«El año de gracia 1248, dice, mientras se predicaba la cruzada en Bedonfrise, población de la diócesis de Colonia, antevíspera de Pentecostés y en el mes de Mayo, viéronse en los aires tres Cruces; blancas las del norte y mediodía y obscura la del centro, en la cual se veía muy distintamente la efigie de un hombre crucificado y con la cabeza inclinada; los clavos de sus pies y manos se percibían con claridad».

Roger de Hoveden da testimonio de otra aparición semejante en Inglaterra, bajo el reinado de Enrique II.

«En Dustable, dice, a las tres de la tarde de un lunes víspera de San Lorenzo Mártir, abriéronse los cielos y millares de personas, así eclesiásticos como legos, vieron en el aire una Cruz de admirable grandeza en la que Jesucristo aparecía clavado y coronado de espinas. De las llagas de sus pies y manos, lo mismo que de su costado, manaba sangre en abundancia, pero las gotas no llegaban al suelo. Esta visión duró desde las tres hasta el crepúsculo». 

Otras muchas apariciones de la Santa Cruz podríamos referir por el estilo de las anteriores, haciendo resaltar los castigos públicos o ruidosisimas conversiones de pueblos enteros que siguieron a todas pero sería alargarnos demasiado, por lo cual pasamos ya a otros acontecimientos que hallaron más eco en la historia.

APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA 
P. José Domingo María Corbató 
Biblioteca Españolista 
Valencia-Año 1904