VIII
La guerra de “Los Segadors„ (I).
A un catalanisla.
¿Y es usted, tan blasonador de su catolicismo y de
su catalanismo, el que ignora la gloriosísima historia
católica de la gloriosisima Cataluña? ¡Vivir para ver!
Confiesa V. que no alcanza a comprender cómo
puede enlazarse la santa Cruz con el Regionalismo
catalán, «sin desencajar aquélla de su pedestal religioso
y rebajarla a las cuestiones políticas y económicas».
No sabe «qué lazo puede haber entre la Religión y la
autonomía»; no se explica «por qué hemos de procurar antes la primera que la segunda»; no entiende
«por qué razón o ilusión se ha de esperar que unos
cuantos crucíferos que ahora son (somos) inermes y
privados de recursos, lleguen a ser tantos y se desvíen
tanto de su misión religiosa, que por fuerza de armas
venzan a la revolución y establezcan la autonomía administrativa en las regiones iberas».
Amigo mío, parte V de un funestísimo supuesto
herético, cual es el que la Religión debe separarse de
poitica, que a Cruz es incompatible con la espada,
que Dios nada tiene que ver con el gobierno y la administración de los pueblos.
Además, parece que finge V. ignorar lo que hemos
publicado sobre el sello católico del Regionalismo, ya
considerado en cuanto a los Fueros, ya en cuanto a los Privilegios, etc.
Ni he de explicar aquí lo primero ni repetir lo segundo; de lo uno y lo otro hemos escrito mil páginas, que V. puede leer si desea convencerse. Por
toda contestación, ya que V. la desea pública y a muchos puede hacer bien, le recordaré lo que V. parece
ignorar: un episodio de la grandiosa historia catalana, o más claro, el principio de la famosa guerra de los
Segaclors.
Nada digo del desarrollo de aquella funestísima
guerra; porque si degeneró en guerra civil de separatismo, los cortesanos del inepto Felipe IV, y en particular su ominoso favorito el Conde-Duque, fueron
los verdaderos culpables. Cataluña se vio forzada a separarse de Castilla y acogerse a Francia, so pena de
entregar sus códigos de libertad cristiana al pasto
de la caballería de Felipe; y si en algo erró, bien demostró su buena fe con las públicas y oficiales rogativas, solemnes fiestas, penitencias y demás, con que en
cien ocasiones imploró los auxilios del cielo contra el
tiranizador ejército del adulado monarca. Pudo errar,
pudo pecar; pero Dios que la quería española, acogió
sus plegarias, purificándola terriblemente de su error,
con el triple azote de la guerra, de la peste y del hambre, y premiando su fe y su patriotismo con el mantenimiento integro de sus Fueros y libertades, bajo el
mismo cetro del escarmentado nieto de Felipe II.
Dicho sea todo en honor de Cataluña, señaladamente de Barcelona, a quien por aquella guerra conservan odio profundo los unitaristas del liberalismo, y aun muchos católicos que beben en fuentes históricas adulteradas por los defensores de la licencia gubernativa y enemigos de las libertades regionales.
Ahora bien; ¿por qué se promovió aquella guerra y
cuáles fueron los principios? Cien autores lo traen;
mas, por lo visto, V. lo ignora, como lo ignoran otros
muchos, aun siendo catalanes, y muchísimos más que
no lo son. Espanta leer los atroces crímenes de todo
género que las tropas de Fernando, acabada la guerra
en el Rosellón, cometían con absoluta impunidad en
donde quiera se alojasen. Sin embargo, Cataluña, que
contribuyó a la victoria en el Rosellón con 3 0.000
combatientes pagados a sus expensas, sufría aquel
horrible desenfreno de la soldadesca, esperando que
de Madrid se pusiera remedio.
¡Vana esperanza! Los crímenes aumentaban por
todas partes; incendios, robos, asesinatos, sacrilegios,
violaciones en masa, crueldades inauditas, sangre y
ruinas, desolación y muerte acompañaban a las tropas
por donde quiera. ¿Cómo no había de surgir de tanto
estrago la guerra vengadora del oprimido catalán, a quien por todo socorro enviaba la corte insultos gravísimos y le encadenaba con nuevas e inauditas tiranías?
Con todo esto, faltaba un crimen horrendo que
agotase la paciencia de los catalanes, y fue cometido
en varios infelices pueblos por aquellas turbas armadas.
Un documento oficial de aquella época, dice que los
segadores, que de todas partes acudían a Barcelona
como todos los años, «estaban quejosos de algunos
ministros Reales, por las opresiones que éstos les
habían hecho en el tránsito de los soldados y por
no haber castigado las quemas del Santísimo Sacramento».
Mentira parece que soldados cristianos y españoles violasen, robasen. incendiasen tantas Iglesias cometiendo sacrilegios inauditos con el augustísimo Sacramento de nuestros Altares. Esto acabó de exacerbar a los pueblos de la alta Cataluña, especialmente del
Ampurdán, y unos en pos de otros, al grito de ¡Viva
la Religión! y capitaneados por la Cruz, alzáronse contra el desmoralizado ejército.
A 22 de Mayo de 1640, llegaron a las puertas de
Barcelona tres mil segadores bien armados, de diversos puntos de Cataluña, «llevando a guisa de estandarte,—dicen Coroleu y Pella—la imagen grande de un Cristo Crucificado, y a voz en cuello gritaban:
Via fora! Visca la Iglesia! Visca lo Rey, y muyra lo mal
govern! Entráronse por la ciudad y con gran tumulto
de voces se alborotó ella totalmente, y cayeron derribadas las puestas de la cárcel a los pies del diputado
Tamarit».
Quince días después, fiesta del Corpus, un nuevo
atropello irritó a los segadores, los cuales se levantaron contra la tiranía a los gritos de:—Vista la Santa
Mare Iglesia! Visca lo Rey! Muyran los traidors!
Ya no había remedio; Cataluña en masa tuvo que
seguir la causa de los segadores, que era la suya, y
empezó formalmente aquella guerra ensañadísima que
Felipe IV agravaba con sus absolutistas inepcias, y
que no acabó sino con la caída del conde-duque y el
desengaño y nueva política del monarca.
Ninguna mira separatista llevaban los segadores.
Llenos de fe y patriotismo, saqueados y abrevados de
ofensas y deshonras por la soldadesca, levantáronse
al ver profanados sus templos y el Santísimo Sacramento; no contra la autoridad, sino por ella; no contra la patria, sino por la patria; no contra el rey, sino
por el rey. Levantáronse contra el mal gobierno, contra la tiranía de los áulicos, contra los verdugos dé
Cataluña; ¡Visca lo Rey y muyra lo mal govern! Eso gritaban después de dar vivas a la Iglesia, y llevando
la Cruz por bandera. El Clero en masa les secundó: la Iglesia vino en socorro de la Patria.
¿Qué le parece a V., buen amigo? ¿pueden algo los pobres, los desvalidos-bien lo eran los segadors-cuando se levantan a luchar por la Iglesia y por la patria enarbolando la Cruz? ¿Y V. que es Catalán y catalanista ignoraba esa gloriosa página de la historia de Cataluña? Y si no lo ignoraba, ¿Como V. mismo no respondía con ella a sus preguntas y se explicaba sus vanas dudas?
¡Cuantos hay que se levantan a sabios críticos debiendo bajar a alumnos de primera enseñanza! Perdone V., que si V. no merece esta exclamación, la
merece el caso.
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(I) Del núm. 6 de La Señal de la Victoria.
APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista
Valencia-Año 1904