CAPÍTULO 21
Que el camino cierto para ser tenido y estimado de los
hombres es
darse a la virtud y a la humildad.
Si con todo lo que hemos dicho no acabáis de dejar los humos y
perdéis los bríos y deseos de honra y estimación, sino que decís que al fin
es gran cosa tener buen crédito y opinión cerca de los hombres, y que
importa eso mucho para la edificación y para otras cosas, y que el Sabio
nos aconseja que tengamos cuidado de esto (Eccli., 41. 15): [Ten cuidado
do la buena fama], digo que sea en buena hora; yo soy contento que
tengáis cuidado de conservar el buen nombre que tenéis, y de que seáis
tenido y estimado en mucho de los hombres. Pero os hago saber que de la
manera que lo deseáis vais muy errado, aun para alcanzar eso mismo que
pretendéis; por ahí nunca lo alcanzaréis, sino antes al contrario. El camino
seguro y cierto, por el cual sin duda vendréis a ser muy tenido y estimado
de los hombres, dice San Crisóstomo, es el de la virtud y humildad.
Procurad vos ser muy buen religioso y el menor y más humilde de todos,
y de parecerlo en vuestro modo de proceder y en las ocasiones que se os
ofrecieren, y de esa manera seréis muy tenido y estimado de todos. Esa es
la honra del religioso que dejó el mundo, a quien le parece mejor la escoba
en la mano, y el vestido pobre, y el oficio bajo y humilde, que al caballero
las armas y el caballo; y por el contrario, el desear y buscar ser tenido y
estimado de los hombres, es grande afrenta y deshonra suya. Así como
sería grande afrenta y deshonra salirse de la Religión y volverse al mundo,
y con razón harían los hombres burla de él, porque comenzó a edificar y
no lo pudo acabar (Lc., 4, 30), así lo es desear y pretender ser tenido y
estimado de los hombres; porque eso es volverse al mundo con el corazón; porque eso es lo más fino del mundo, y lo que vos dejasteis y huisteis
cuando os acogisteis a la Religión.
¿Queréis ver claramente cuán vergonzosa y afrentosa cosa es desear
ser tenido y estimado de los hombres en quien profesa tratar de
perfección? Salga a luz ese deseo, de manera que echen de ver los otros
que lo deseáis, y veréis cuán afrentado y corrido quedaréis vos mismo de
que eso se entienda. Tenemos un ejemplo muy bueno de esto en el sagrado
Evangelio. Cuentan los Evangelistas que iban una vez los Apóstoles con
Cristo nuestro Redentor algo apartados de Él, que les parecía a ellos que
no les oiría, e iban disputando y contendiendo entre sí quién de ellos era el
mayor y más principal (Lc., 22, 24), y llegados a casa, en Cafarnaún, les
preguntó: ¿Qué era aquello que veníais tratando por el camino? Dice el
sagrado Evangelio (Mc., 9, 33) que se hallaron los pobres tan corridos y
avergonzados de ver descubierta su pretensión y ambición, que no tuvieron
boca para responder. Entonces toma la mano el Salvador del mundo y les
dice: Mirad, discípulos míos, entre los del mundo y los que siguen sus
leyes, lo que gobiernan y mandan son tenidos por grandes, empero en mi
escuela es al revés: el mayor ha de ser el menor, y el que ha de servir a
todos. [Si alguno quisiere ser el primero, ha de ser el último y el servidor
de todos]. En la casa de Dios y en la Religión, el humillarse y abatirse es
ser grande. El hacerse uno el menor de todos le hace ser tenido y estimado
en más que todos. Esa es la honra acá en la Religión, que esa otra que vos
pretendéis no es honra, sino deshonra y en lugar de alcanzar ser tenido y
estimado, venís por ahí a ser desestimado y tenido en menos que todos,
porque quedáis en reputación de soberbio, que es la mayor baja que podéis
dar. En ninguna cosa perderéis tanto como en que se entienda que deseáis
y pretendéis ser tenido y estimado de los hombres y que andáis mirando en
puntillos, y que os sentís de cosillas de éstas.
Y así dice muy bien San Juan Climaco que la vanagloria muchas
veces fue causa de ignominia a los suyos, porque los hizo caer en cosas
con que descubriendo su vanidad y ambición, vinieron en gran vituperio y
confusión. No mira el soberbio que en cosas que dice y hace para que le
estimen, descubre su apetito desordenado de soberbia, y así, de donde
pretendía sacar estimación, saca vituperio y confusión.
Añade San Buenaventura que la soberbia ciega de tal manera el
entendimiento, que muchas veces mientras más soberbia hay, menos se
conoce, y así, como ciego, hace y dice el soberbio tales cosas, que si
cayera en la cuenta, aunque no fuera por Dios, ni por la virtud, sino solamente por esa misma honra y estimación que desea, no las dijera ni
hiciera en ninguna manera. Cuántas veces acontece que se siente y se
queja uno porque no hicieron caso de él en tal ocasión, o porque
prefirieron a otro en tal cosa, pareciéndole que se le debía aquello a él, y
que le hacen agravio en ello, y que redundará en deshonor y desestima y
nota suya, y que los otros lo echarán de ver y repararán en ello, y con este
título y color da a entender su sentimiento y pretensión; con lo cual queda
en realidad de verdad más notado y desestimado, porque queda tenido por
soberbio y por hombre que mira en puntos de honra, que acá en la Religión
es cosa muy aborrecible; y si disimulara en aquella ocasión, y se descuidara
de sí, y que hicieran los superiores lo que quisieran, ganara mucha
honra y fuera muy estimado por ello.
De manera que aunque no fuese por vía de espíritu, sino en ley de
prudencia y buen juicio, y aun en ley de mundo, el camino verdadero y
cierto para ser uno tenido y estimado, querido y amado de los hombres, es
darse uno muy de veras a la virtud y humildad. Aun allá se dice de
Agesilao, rey de los lacedemonios, y grande sabio entre ellos, que
preguntado de Sócrates cómo haría que todos tuviesen estima y buen
concepto de él, respondió: «Si procuras ser tal cual deseas parecer.» Y otra
vez, siendo preguntado de lo mismo, respondió: «Si hablares siempre bien
y obrares mejor.» Y de otro filósofo (Pindaro) se cuenta que tenía un
grande amigo que en cualquiera ocasión decía grandes bienes de él; y
diciéndole un día: «Mucho me debes, pues dondequiera que me hallo te
alabo mucho y encarezco tus virtudes», respondió el filósofo: «Bien te lo
pago en vivir de manera que no mientas en ninguna cosa de las que
dijeres.»
No queremos por esto decir que nos hemos de dar a la virtud y
humildad por ser tenidos y estimados de los hombres, que eso sería
soberbia y perversión grande; lo que decimos es que si procuráis ser
humilde de veras y de corazón, seréis tenido y estimado en mucho, aunque
vos no queráis: antes, mientras más huyereis la honra y estimación y
deseareis ser tenido en menos, os irá ella siguiendo más, porque es como la
sombra. Tratando San Jerónimo de Santa Paula, dice: «Huyendo de la
honra y estimación, era más honrada y estimada; porque así como la
sombra, mientras más uno huye de ella, más le sigue; y por el contrario, si
vos queréis ir tras la sombra, ella huirá de vos, y mientras más corriereis
tras ella más huirá que no la podréis alcanzar; así es la honra y
estimación.»
Este medio nos enseñó Cristo nuestro Redentor en el sagrado
Evangelio, declarando el modo para tener los lugares y asientos más
honrosos en los ayuntamientos (Lc., 14, 8): Cuando fuereis convidado, no
os sentéis en el primer lugar, porque por ventura estará convidado otro más
honrado que vos, y viniendo os dirán que le dejéis aquel lugar, entonces
iréis bajando hasta el postrero con gran vergüenza y confusión vuestra;
sino lo que habéis de hacer es sentaros en el postrer lugar, para que
cuando venga el que os convidó os haga subir más arriba, y de esa
manera quedaréis honrado delante de todos. Que es lo que el Espíritu
Santo había dicho antes por el Sabio (Prov., 25, 6): [No hagas del grande
delante del rey, ni te pongas en el lugar de los magnates; porque mejor es
que te digan: sube acá, que no que seas humillado delante del príncipe]. Y
concluye la parábola diciendo: Porque todo el que se ensalza será
humillado, y el que se humilla será ensalzado. ¿Veis como no sólo delante
de Dios sino también delante de los hombres, el humilde que escoge el
lugar bajo y despreciado es tenido y estimado y, por el contrario, el
soberbio que desea y pretende el primer lugar y los mejores puestos y más
honrosos, es despreciado y tenido en menos?
Exclama San Agustín y dice: «¡Oh humildad santa, cuán desemejante
eres a la soberbia! La soberbia, hermanos míos, echó a Adán del Paraíso,
pero la humildad subió allá al ladrón. La soberbia dividió y confundió las
lenguas de los gigantes; la humildad juntó en una las que estaban
divididas. La soberbia convirtió en bestia al rey Nabucodonosor; pero la
humildad hizo a José señor de Egipto y príncipe del pueblo de Israel. La
soberbia anegó al Faraón; pero la humildad levantó y ensalzó a Moisés.»
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.