miércoles, 4 de febrero de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXVII)


CAPÍTULO 27 
Cómo nos hemos de ejercitar en la oración en 
este segundo grado de humildad. 

Nuestro Padre, en las Constituciones, pone aquella regla tan principal y de tanta perfección, que dijimos arriba (cap. 5), que así como los mundanos aman y desean con tanta diligencia honras, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, así lo que van en espíritu y siguen de verás a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo contrario, deseando pasar injurias, falsos testimonios, afrentas y ser tenidos por locos, no dando ellos ocasión alguna de ello, por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo. Y manda que todos los que hubieren de entrar en le Compañía sean primero preguntados si tienen estos deseos. Cosa recia parece, por cierto, que un novicio recién cortado del mundo, y que viene corriendo sangre, como dicen, sea examinado por una regla tan estrecha y de tanta perfección como ésta. Ahí se verá la perfección grande que nuestro Instituto pide; quiere hombres verdaderamente deshechos de sí, y que estén muertos del todo al mundo. Pero porque esto es dificultoso y de grande perfección, añade nuestro Padre, que si alguno, por nuestra humana flaqueza y miseria, no sintiere en sí tan encendidos deseos de esto, que sea preguntado si tiene a lo menos deseo de tenerlos, y con eso, y con que esté dispuesto a llevarlo en paciencia cuando se la ofrecieren semejantes ocasiones, se contenta. Porque ésa es buena disposición para aprender y aprovechar; basta que el aprendiz entre con deseo de saber el oficio y se aplique a eso, de esa manera saldrá con ello. La Religión es escuela de virtud y perfección; entrad con ese deseo, y con la gracia del Señor saldréis con lo que deseáis. 

Pues comencemos por aquí este ejercicio, vayámoslo tomando poco a poco. Decís que no sentís en vos deseos de ser despreciado y tenido en poco; pero que deseáis tenerlos; comenzad por ahí a ejercitaros en la oración en esta virtud de la humildad, decid con el Profeta (Sal., 118, 20): Deseó mi ánima desear vuestras justificaciones en todo tiempo. ¡Oh Señor, y cuán lejos me veo de tener aquellos vivos y encendidos deseos que tenían aquellos grandes Santos y verdaderos humildes, de ser despreciados del mundo! Mucho querría, Señor, llegar siquiera a tener deseo de tener esos deseos; deseo desearlo. Bien vais por ahí, muy buen principio y disposición es ésa para alcanzarlo; insistid y perseverad en eso en la oración, y pedid al Señor que os ablande el corazón, y deteneos en eso algunos días, porque agradan mucho al Señor esos deseos y los oye Él de muy buena gana, pues dice el Profeta (Sal., 9, (10), 17): [El deseo de los pobres oyó el Señor; la preparación de su corazón oyó, Señor, tu oído]. Presto os dará el Señor un deseo de padecer algo por su amor y de hacer alguna penitencia por vuestros pecados: y cuando os le diere, ¿en qué podéis emplear mejor ese deseo de padecer? ¿Y en que podéis hacer mayor penitencia, que en ser despreciado y tenido en poco por su amor en recompensa de vuestros pecados? Como decía David cuando le maldecía y deshonraba Semeí (2 Sam., 16, 11): «Dejadle, que por ventura será servido el Señor de recibir estas afrentas y desprecios en descuento de mis pecados, y será ésa gran dicha mía.» 

Y cuando el Señor os hiciese esa merced, que sintáis en vos esos deseos de ser despreciado, y tenido en poco, por parecer e imitar a Cristo, no habéis de pensar que está acabado el negocio, y que habéis alcanzado ya la virtud de la humildad, antes entonces habéis de hacer cuenta que ha de comenzar de nuevo el plantar y asentar en vuestra alma la virtud y así habéis de procurar no pasar ligeramente por esos deseos, sino deteneros en ellos muy despacio, y ejercitaros mucho tiempo en ellos en la oración, hasta que lleguen a ser tales y tan eficaces que se extiendan a la obra. 

Y cuando llegareis a eso, que os parece que lleváis bien las ocasiones que se os ofrecen, en la misma obra hay muchos grados y escalones que subir para llegar a la perfección de la humildad. Porque lo primero es menester que os ejercitéis en llevar con paciencia todas las ocasiones que se ofrecieren, que tocaren a vuestro desprecio y desestima, en lo cual habrá que hacer por algún tiempo, y aun por ventura por mucho. Después habéis de pasar adelante, y no parar ni descansar hasta que os holguéis en el desprecio y afrenta, y sintáis en eso tanto contento y gusto como los mundanos en cuantas honras, riquezas y placeres hay en el mundo, conforme a aquello del Profeta (Sal. 118, 14): [En el camino de tus mandamientos, Señor, me deleité, como en todas las riquezas]. Cuando deseamos alguna cosa de veras, naturalmente nos holgamos cuando la alcanzamos; y así mucho la deseamos, mucho nos holgamos, y si poco, poco. Pues tornad esto por señal para ver si deseáis de veras ser tenido en poco y si vais creciendo en la virtud de la humildad. Y lo mismo es en las demás virtudes. 

Para que nos aprovechemos más de este medio de la oración, y con él se nos vaya imprimiendo más en el corazón la virtud, hemos de ir en ella descendiendo a casos particulares y dificultosos que se nos pueden ofrecer, animándonos y actuándonos en ellos como si los tuviésemos presentes, insistiendo y deteniéndonos en eso hasta que ninguna cosa se nos ponga delante, sino que todo quede allanado, porque de esa manera se va desarraigando el vicio, y la virtud embebiendo y entrañando en el corazón y perfeccionándose más. Es muy buena comparación para esto lo que hacen los plateros para refinar el oro, lo derriten en el crisol, y cuando esta derretido echan allí un granito de solimán, y comienza el oro a hervir con gran furia y braveza hasta que se acaba de gastar el solimán, y en gastándose, se sosiega el oro. Torna el platero a echar otro granito de solimán, y torna el oro a hervir, pero no con tanta furia como la primera vez, y en consumiéndose el solimán, se torna el oro a sosegar. Torna a echar tercera vez otro poquito de solimán, y torna el oro a hervir, pero mansamente. Torna por cuarta vez a echar otro poco de solimán, y ya no hace ruido el oro con el solimán, ni hace sentimiento más que si nada le echaran, porque es ya refinado y purificado, ésta es la señal de ello. Pues esto es lo que nosotros hemos de hacer en la oración, echar un granito de solimán, imaginando que se os ofrece una cosa de mortificación y desprecio; y si comenzarais a azorar y turbar, deteneos en eso, hasta que con el calor de la oración se gaste ese granito de solimán, y hagáis rostro a aquello, y quedéis quieto y sosegado en ello. Y tornad otro día a echar otro granito de solimán, imaginando que se os ofrece otra cosa dificultosa y de mucha mortificación y humillación; y si todavía hierve y se turba la naturaleza, deteneos hasta que lo gastéis y os soseguéis en aquello. Y tornad a echar otra y otra vez otra granito, y cuando ya no causare en vos ruido ni turbación el solimán, sino que con cualquier cosa que se os ofrezca y se os ponga delante os quedáis con mucha paz y sosiego, entonces está refinado y purificado el oro, ésa es la señal de haber alcanzado la perfección de la virtud. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.