CAPÍTULO 28
Cómo hemos de traer examen particular
de la virtud
de la humildad
El examen particular, como dijimos en su lugar, siempre se ha de
hacer de una cosa sola, porque de esta manera es más eficaz este medio y
de mayor efecto que si lo trajésemos de muchas cosas juntas; y se llama
particular, porque se hace de una cosa sola. Y es de tanta importancia esto,
que aun un vicio o una virtud, muchas veces, y aun lo más ordinario, es
menester tomarla por partes y poco a poco para poder alcanzar lo que se
desea. Pues así es en esta virtud; si queréis traer examen de desarraigar la
soberbia de vuestro corazón y alcanzar la virtud de la humildad, no lo
habéis de tomar en general porque la soberbia o la humildad comprende
mucho, y si lo tornáis así a bulto o en general: No he de ser soberbio en
nada, sino en todo humilde; es mucho examen y más que si lo trajerais de
dos y tres cosas juntas, y así no haréis nada; sino lo habéis de tomar poco a
poco, por partes. Mirad en qué soléis principalmente sentir falta de
humildad y tener soberbia, y de eso comenzad; y en concluyendo con una
cosa particular, tornad a pechos otra, y después otra, y de esa manera poco
a poco iréis desarraigando de vos el vicio de la soberbia y alcanzando la
virtud de la humildad. Pues estas cosas iremos ahora dividiendo y
desmenuzando, para que así podamos hacer mejor y con más provecho el
examen particular de esta virtud tan necesaria.
Sea lo primero, de no hablar palabras que puedan redundar en nuestra
alabanza y estima. Como nos es natural este apetito de honra y estimación,
y le tenemos tan arraigado en el corazón, casi sin sentir ni advertir en ello,
se nos va la lengua a decir palabras que puedan redundar en nuestro loor,
directa o indirectamente (Mt., 12, 34): [porque de la abundancia del
corazón habla boca]. En ofreciéndose alguna cosa honrosa, luego nos
querríamos hacer parte en ella: Yo me hallé allí y aun fui en que se hiciese
así; si no fuera por mí, etc. Desde el principio se me ofreció a mí aquello.
Yo aseguro que si la cosa fuera no tal, que aunque os hubierais hallado y
sido parte en ella, que lo callarais. Y a este modo hay otras palabras que
muchas veces no echamos de ver hasta después que las hemos dicho; y así
es muy bueno traer examen particular de esto, para que en esa advertencia
y costumbre buena quitemos esa otra mala y casi connatural que tenemos.
Lo segundo sea lo que nos avisa San Basilio y es también de los
Santos Jerónimo, Agustino y Bernardo, que no oigamos de buena gana que
otro nos alabe y diga bien de nosotros; porque en esto hay también grande
peligro. Dice San Ambrosio que cuando el demonio no nos puede derribar
con pusilanimidad y desmayo, procura derribamos con presunción y
soberbia; y cuando no nos puede derribar con deshonra, trata de que nos
honren y alaben para derrocarnos por allí. Del bienaventurado San
Pacomio se cuenta en su Vida que solía salir del monasterio e irse a partes
más solitarias a orar, y cuando volvía, muchas veces venían los demonios;
y como cuando viene un gran ejército con un capitán con grande
acompañamiento, iban delante, haciendo mucho estruendo, y como que
hacían lugar y quitaban los impedimentos, iban diciendo: «Apartad,
apartad, haced lugar, haced lugar, que viene el Santo, que viene el siervo
de Dios», para ver si podían por ahí levantarle y ensoberbecerle; y él se
reía y hacía burla de ellos. Pues hacedlo vos así cuando oyereis que os
alaban, o cuando vinieren pensamientos de vuestra estima. Haced cuenta
que oís al demonio que os dice esas cosas, y reíos y haced burla de él, y así
os libraréis de esa tentación.
San Juan Clímaco cuenta una cosa muy particular acerca de esto.
Dice que una vez el demonio descubrió a un monje los pensamientos
malos con que combatía otro, para que oyendo el combatido de la boca del
otro lo que pasaba en su corazón, le tuviese por profeta y le alabase y
predicase por santo, y así se ensoberbeciese. De donde se verá cuánto
estima el demonio que entre en nosotros esta soberbia y complacencia
vana, pues con tantos ardides y mañas lo procura. Y así dice San Jerónimo:
«Guardaos de las sirenas del mar, que encantan los hombres y les hacen
perder el juicio». Es tan dulce música y tan suave a nuestros oídos la de las
alabanzas de los hombres, que no hay sirenas que así encanten y hagan a
uno salir de sí, y por eso es menester hacernos sordos y tapar los oídos.
San Juan Clímaco dice que cuando nos alaban pongamos delante nuestros
pecados, y nos hallaremos indignos de las alabanzas que nos dan, y así
sacaremos de ellas más humildad y confusión. Pues esta puede ser la
segunda cosa de que se puede traer examen particular, de no holgaros que
otro os alabe y diga bien de vos. Y con ésta se puede juntar el holgaros
cuando alaban y dicen bien de otro, que es otra cosa particular de mucha
importancia. Y cuando tuviereis algún sentimiento o movimiento de
envidia de que alaban y dicen bien de otro, o alguna complacencia o
contentamiento vano de que dicen bien de vos apuntadlo por falta.
La tercera cosa de que podemos traer examen particular es de no
hacer cosa alguna por ser vistos y estimados de los hombres, que es lo que
nos avisa Cristo nuestro Redentor en el Evangelio (Mt., 6, 1): [Guardaos
no hagáis vuestras obras buenas delante de los hombres para ser vistos de
ellos; de otra manera, no tendría galardón de vuestro Padre, que está en
los Cielos.] Este es un examen muy provechoso y se puede dividir en
muchas partes; primero se puede traer de no hacer las cosas por respetos
humanos; y después de hacerlas puramente por Dios; y después de
hacerlas muy bien hechas, como quien las hace delante de Dios, y como
quien sirve a Dios y no a hombres, hasta llegar a hacer las obras de tal
manera, que más parezca que estamos en ellas amando que obrando, como
dijimos largamente tratando de la rectitud y puridad de intención que
hemos de tener en las obras.
La cuarta cosa de que podemos traer examen particular es de no nos
excusar; porque también nace de soberbia, que, en haciendo la falta o en
diciéndonosla, luego la queremos excusar, y sin sentir echamos una excusa
tras otra; y aun de habernos excusado querernos luego dar otra excusa
[para excusar las excusas en los pecados] (Sal., 140, 4). San Gregorio
sobre aquellas palabras de Job (31, 33): [Si escondí como hombre mi
pecado, y encubrí en mi seno mi maldad], pondera muy bien aquél como
hombre; dice que es muy propio del hombre querer encubrir y excusar su
pecado, porque nos viene de casta ese vicio, y le heredamos de nuestros
primeros padres. En pecando que pecó el primer hombre, luego se fue a
esconder entre los árboles del Paraíso; y reprendiéndole Dios de su
desobediencia, luego se excusó con la mujer (Gen., 3, 12): Señor, la mujer
que me disteis por compañera me hizo comer. Y la mujer se excusó con la
serpiente: [La serpiente me engañó y comí.] Les pregunta Dios de su
pecado, para que conociéndole y confesándole alcanzasen perdón de él. Y
así, dice San Gregorio, no preguntó a la serpiente, porque a ésa no la había
de perdonar. Y ellos, en lugar de humillarse y conocer su pecado para
alcanzar perdón, le acrecientan y hacen mayor excusándole, y aun
queriendo en alguna manera echar la culpa a Dios: Señor, la mujer que
Vos me disteis fue causa de esto; como si dijera: Si Vos no me la hubieseis
dado por compañera, no hubiera nada de esto. La serpiente que Vos
criasteis y dejasteis entrar en el Paraíso, ésa me engañó; que si Vos no la
hubieseis dejado entrar acá, no pecara yo.
Dice San Gregorio: Como habían oído de la boca del demonio que
serían semejantes a Dios, ya que ellos no pudieron ser semejantes a Él en
la divinidad, le quisieron hacer semejante a sí en la culpa, y así la hacen mayor defendiéndola que había sido cometiéndola. Pues como hijos que
somos de tales padres, al fin como hombres, nos quedamos con esta
enfermedad y con este vicio y mala costumbre, que en reprendiéndonos
por alguna falta, luego la queremos encubrir con excusas, como debajo de
unas hojas y ramas. Y algunas veces no se contenta uno con excusar a sí,
sino quiere echar la culpa a otros.
Compara un Santo a los que se excusan al erizo, que cuando siente
que le quieren tomar o tocar, encoge con grandísima velocidad la cabeza y
los pies, y queda por todas partes rodeado de espinas, hecho una bola, que
no le podréis tomar ni tocar sin punzaros primero. De esta manera, dice
este Santo, son los que se excusan, que si los queréis tocar y les decís la
falta que hicieron, luego se defienden como el erizo. Y unas veces os
punzarán a vos, dándoos a entender que también vos habéis menester
aquello; otras, diciéndoos que también hay regla que no reprenda uno a
otro; otras, diciendo que otros hacen mayores faltas y se disimulan.
Llegaos a tocar el erizo y veréis si punza. Todo esto nace de la mucha
soberbia que tenemos, que no querríamos que se supiesen nuestras faltas,
ni ser tenidos por defectuosos; y más nos pesa de que se sepan y de la
estima que por ello perdemos, que de haberlas hecho, y así las procuramos
encubrir y excusar cuanto podemos. Y hay algunos tan inmortificados en
esto, que aun antes que les digan nada, ellos previenen y se excusan, y
quieren dar razón de lo que les pueden oponer: Si hice aquello fue por
esto, y si hice lo otro fue por esto otro. ¿Quién os pica ahora, que así
saltáis? El estímulo y aguijón de la soberbia que tienen allá dentro en la
entrañas, ese les pica y les hace saltar con eso, aun antes de tiempo.
Pues el que sintiere en sí este vicio y mala costumbre, será bien traer
examen particular de ello, hasta que no os venga gana de encubrir vuestra
falta, sino que antes os holguéis ya que la hicisteis, de que os tengan por
defectuoso, en recompensa y satisfacción de ella. Y aunque no hayáis
hecho la falta y os reprendan por ella, no os excuséis: que cuando el
superior quisiere saber la causa o razón que tuvisteis para hacer aquello, él
la sabrá preguntar; y por ventura la sabe ya, sino que quiere probar vuestra
humildad y ver cómo tomáis la reprensión y el aviso.
Lo quinto, es también buen examen el de cortar y cercenar
pensamientos de soberbia. Es uno tan soberbio y vano, que le vienen
muchos pensamientos vanos y altivos, imaginándose en puestos altos y en
tales ministerios: ya os halláis predicando en vuestra tierra con grande
aceptación e imaginando que hacéis mucho fruto; ya os halláis leyendo o disputando en tales conclusiones con gran aplauso de los circunstantes, o
en otras cosas semejantes. Todo esto nace de la soberbia grande que
tenemos, que está brotando y reventando en esos pensamientos; y así es
muy bueno traer examen particular de cercenar cortar luego estos
pensamientos altivos y vanos, como lo es también de atajar y cortar luego
los pensamientos deshonestos y de juicios y de otro cualquier vicio de que
uno es molestado.
Lo sexto, será también buen examen de tenerlos a todos por
superiores, conforme a lo que nos dice nuestra regla: Que nos animemos a
la humildad, procurando y deseando dar ventaja a los otros, estimándolos
en nuestra ánima a todos, como si nos fuesen superiores, y exteriormente
teniéndoles el respeto y reverencia que sufre el estado de cada uno, con
llaneza y simplicidad religiosa; que es tomada del Apóstol (Filip., 2, 3;
Rom., 12, 10). Aunque en lo exterior haya de haber diferencia, conforme a
los estados y personas; pero cuanto a la humildad verdadera e interior de
nuestra ánima, quiere nuestro Padre que, así como llamó mínima a esta
Compañía y Religión, así cada uno de ella se tenga por el mínimo de
todos, y que a todos los tenga por superiores y mejores. Pues éste será muy
buen examen y muy provechoso, con tal que esto no sea solamente
especulación, sino que en la práctica y ejercicio procuréis haberos con
todos con aquella humildad y respeto como si os fuesen superiores. Porque
si vos tenéis al otro por superior, no le hablaréis con libertad ni aspereza, y
mucho menos palabras que le puedan lastimar o mortificar, ni le juzgaréis
tan fácilmente, ni os sentiréis de que él os trate o hable de esta u otra
manera; y así, todas estas cosas habéis de notar y apuntar por faltas cuando
traéis examen de esto.
La séptima cosa de que podemos traer examen particular en esta
materia es de llevar bien todas las ocasiones que se os ofrecieren de
humildad. Soléis os sentir cuando el otro os dice la palabrilla, o cuando os
mandan con resolución o con imperio, o cuando os parece que no hacen
tanto caso de vos como de los otros. Traed examen de llevar bien ésas y las
demás ocasiones que se os ofrecieren, que pueden redundar en estima
vuestra. Este es un examen de los propios y provechosos que podemos
traer para alcanzar la virtud de la humildad; porque fuera de irnos en esto
previniendo para todo lo que se nos ofrece y hemos menester entre día,
podemos en este examen ir creciendo y subiendo por aquellos tres grados
que pusimos en la virtud. Primero, podéis traer examen de llevar todas esas
cosas con paciencia; después, llevarlas con prontitud y facilidad, hasta que
no reparéis ni hagáis caso de nada de eso; después, lo podéis traer de llevarlas con alegría y holgaros en vuestro desprecio, en que dijimos
consistía la perfección de la humildad.
Lo octavo de que puede uno traer examen particular, así en esta
materia como en otras semejantes, es de hacer algunos actos y ejercicios de
humildad, u otra virtud de que trajere examen, así interiores como
exteriores, actuándose en aquello tantas veces a la mañana y tantas a la
tarde, comenzando con menos actos y yendo añadiendo más, hasta que
vaya ganando hábito y costumbre de aquella virtud. De esta manera,
divididos los enemigos, y tomando a cada uno por sí, se vence mejor y se
alcanza más brevemente lo que se desea.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.