PRODIGIOSA MULTIPLICACION
DE LAS SAGRADAS FORMAS
Fines del siglo XIX o principios del XX, Turín (Italia)
Día de la Virgen, 8 de septiembre.
La iglesia está llena de jovencitos: seiscientos que han de comulgar.
Se ha preparado un copón lleno de hostias que San Juan Bosco consagrará en la Misa que está próximo a celebrar.
Pero se olvida el sacristán de llevarlo al altar, y sólo se acuerda después de la consagración. El olvido no tiene ya remedio.
¡Qué desilusión la de estos centenares de hijitos de D. Bosco, que en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen iban a recibir la Comunión de manos del amado Padre!
Nada saben ellos; se van llegando al comulgatorio. Nada sabe tampoco Don Bosco. Abre el Sagrario, y no ve en él sino un pequeño copón con unas cuantas hostias. Mira bien, pero nada más encuentra. Cae en la cuenta de que su sacristán se ha distraído.
Alza los ojos al cielo, y habla de esta suerte a la Madre de Dios:
"Señora, ¿y dejarás a tus hijos que se vuelvan ayunos?"
Toma el coponcito, y empieza a dar la Comunión. Aquellas pocas Formas se van multiplicando. El sacristán, que había quedado profundamente apenado por su olvido, contempla, atónito, el prodigio.
Terminada la Misa, muestra a D. Bosco el copón olvidado en la sacristía.
— ¿Cómo ha podido dar la Comunión a tantos centenares con tan pocas hostias? —preguntó el sacristán—. Es un milagro, D. Bosco. ¡Qué milagro acaba de hacer usted!
— ¡Bah! —contestó el Santo con toda naturalidad—junto al milagro de la transustanciación que obra el sacerdote al consagrar, el de la multiplicación de las hostias es insignificante. Además, lo ha obrado María Auxiliadora.
(Don Bosco y su tiempo, por Hugo Wats. 2.a parte, II.)