martes, 24 de marzo de 2015

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 31


VARADURA DE UN TRASANTLANTICO
Año 1902, Arrecife Molasses (Florida) Estados Unidos

Eran próximamente las seis de la tarde del día 20 de junio del año 1902, cuando salía majestuosamente del puerto de la Habana con rumbo a la Coruña, el hermoso trasatlántico Alfonso XIII.

Al embocar el canal de Bahama, se presento el horizonte completamente cerrado por copiosísima lluvia, y como estuviese ya el buque bajo la poderosa influencia de la corriente del Golfo, tuvo que navegar con las precauciones que requería el más fundado recelo de una insegura situación.

A pesar de todo, en la madrugada del día 21 de junio, al hacerse cargo de la derrota el segundo oficial, observó con asombro que el buque varaba. Había sido víctima de una derivación de la corriente general hacia la costa de la Florida, no lejos del faro de Carisfort.

Entre la tripulación hubo la alarma consiguiente. El capitán Deschamps subió al puente, y pudo hacerse cargo de la situación del buque, porque el horizonte empezaba a despejar, y entendió que estaba varado en el arrecife Molasses de la costa de la Florida.

Cerca de ochocientos pasajeros iban a bordo, y cuando se dieron cuenta del percance sufrido y vieron que resultaron inútiles las maniobras ensayadas para ponerle a flote, cundió entre ellos un pánico indescriptible, desarrollándose entre personas queridas, escenas las más tiernas y conmovedoras.

Se abrieron, sin embargo, tantos corazones lastimados por tamaña desgracia, a la más risueña esperanza, cuando acertó a pasar cerca del Alfonso XIII el vapor noruego Diana, de la matrícula de Bergen.

Demandado auxilio, el capitán del Diana ofreció dar remolque mediante la entrega de diez mil pesos si lograba su cometido y cinco mil en caso contrario, quedando a cuenta del Alfonso XIII proprocionar el calabrote correspondiente para efectuar la operación.

Apretado por la necesidad, aceptó Deschamps tan onerosas condiciones, y después de romperse por tres veces consecutivas el recio calabrote de acero, no se pudo obtener el más mínimo resultado, quedando el trasatlántico como antes estaba, empotrado en medio de las rocas; en vista de lo cual se largó el Diana, perdiéndose pronto de vista por entre las brumas del horizonte.

Se hicieron nuevas tentativas para sacar el buque, hasta las doce de la noche, hora en que mandó el capitán se aligerara el cargamento, echando al mar más de mil quinientos sacos de garbanzos; empero el buque insensible a todo, no daba el menor indicio de salir del arrecife.

En el ínterin se habían agrupado alrededor del barco, esperando el momento de la mayor y mejor presa, más de ochenta embarcaciones de pequeño porte tripuladas por los "vaqueros", hombres de instintos codiciosos y piráticos, siendo tal su impertinencia y rapacidad, que fue menester alejarlos haciendo algunos disparos.

La situación se agravaba por momentos, por que ya tenía lugar entonces la baja mar; y en tan grande apuro, se tuvo el feliz acuerdo de recurrir al cielo en demanda de socorro. Se anuncia, pues, la celebración del santo sacrificio de la Misa, en la que como si fuese la última que en vida oyeran, asistieron con gran devoción todos los de a bordo, y ¡oh prodigio!, en el solemne momento en que el sacerdote alzaba la Hostia sacrosanta, el Alfonso XIII empezó a deslizarse suavemente por encima del arrecife, como si la fuerza invisible de una legión de ángeles lo empujara, y los tripulantes al ver flotar ileso en alta mar el hermoso trasatlántico, entonaron un "hossanna" al Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

Después de reconocido y cerciorarse el capitán de que el casco no había experimentado el menor desperfecto, prosiguió su viaje, llegando felizmente al puerto de la Coruña.

(Relación publicada por la prensa de la Coruña a la llegada
del Alfonso XIII, en junio de 1902.) Excmo. Sr. D. Manuel
Deschamps, capitán del buque trasatlántico Alfonso XIII.

P. Manuel Traval y Roset