No sé por qué, pero me huele un poco a chamusquina todo el lío que se ha montado esta semana en torno a las finanzas del Vaticano, con el consiguiente desmadre que aparece en la trastienda. En realidad no es nada nuevo: se sabe desde hace muchos años, y se sospecha que lo que se sabe es nada, comparado con la realidad. Hace ya muchos lustros que la Iglesia está sumergida en un mar de corrupción económica, que alcanzó niveles elevadísmos cuando los casos de Marcinkus y el IOR y los suicidios (digo yo que probablemente inducidos como se dice ahora), y miles de escándalos más.
Cuando la Iglesia del Vaticano II quiso asimilarse al mundo lo hizo muy bien en este terreno, porque realmente comenzó a asimilarse a la corrupción de los grandes capitales y los bancos y todas esas cosas. A pesar de abrir las ventanas del Vaticano, los temas financieros y económicos olían muy mal y estaban como podriditos por dentro. En este punto no corrió mucho el aire fresco, por lo visto. Dicen que Juan Pablo I quiso poner orden y, por eso mismo, le proporcionaron un pasaje directo a la eternidad. No lo sé. Pero el caso es que me mosquea muchísimo que ahora aparezcan libros contando cosas de éstas, cuando hace ya muchos años que estamos al cabo de la calle de que hay un buen negocio montado.
Entonces, ¿por qué aparece ahora este misterioso asunto? ¿por qué las detenciones de sospechosos, la liberación de la sospechosa (que se ve que le guiñó un ojo al gendarme y la puso inmediatamente en libertad: a juzgar por las fotos….), el encarcelamiento del otro, la publicación de los libros y el escándalo de la prensa y la catolicidad bien-intencionada?
Como siempre, han aparecido mis novicios para preguntarme, aunque esta vez los he dejado más boquiabiertos que de costumbre. Les he dado una explicación que a mí mismo me parece propia de un mal pensado, con la cogulla muy desgastada ya por los años. Y sin embargo creo que encaja a la perfección. O como dirían los filósofos, al menos no se puede demostrar que sea algo contradictorio. Por eso mis novicios, se han retirado con el rabo entre las piernas, pensando que es muy posible que tenga razón.
Aquí pasa algo parecido a lo que ocurre con los partidos políticos en tiempos de campaña electoral (o sea, casi siempre). De vez en cuando, tienen que hacer un lavado de imagen. De cuando en vez, tienen que intentar impactar al personal para que parezca que lo que es no lo sea, y para que sea lo que parece, aunque no parezca que lo sea. Ya saben. Y Francisco está en campaña desde mucho antes de llegar al Solio.
Cuando en algún partido político o institución hacen una demostración de lucha contra la corrupción, generalmente es porque hay un combate interno por el poder o algo semejante. Vamos, que nunca es por motivos honrados o éticos. En España, por ejemplo, salen corrupciones a base de bien cuando se quiere que salgan, a pesar de que todo el mundo está previamente al cabo de la calle. ¿Por qué sale en un determinado momento? Pues ya se lo pueden figurar.
Les he dicho a mis novicios que no se escandalicen y que yo no quiero ser apodíctico, como se dice ahora. Pero tengo derecho a opinar (eso les gusta mucho), aunque pueda ser que exagere o que me equivoque. Seguro que me equivoco, seguro que exagero, pero es muy posible que no ande lejos de la verdad.
Tras el Sínodo y la constatable bajada de popularidad de Francisco; tras la desesperanza de que Francisco no iba a ser capaz de modernizar la Iglesia porque no había reforma de la Curia después de dos años y medio de bombo y platillo; tras el fracaso de las conversaciones con el llamado G-8 que lo único que han hecho ha sido reunirse sin parar; tras el enorme gesto de audacia de crear una Congregación para los Laicos después de dos años de anunciadas reformas; tras el fracaso del Premio Nobel que nunca llegó… había que darle un nuevo impulso a la imagen del Francisco Reformador de la corrupción económica en el Vaticano. El líder siempre quiere más.
La consecuencia para los bobitos está clara: Francisco quiere reformar la Iglesia, pero no le dejan los malvados, carcas, tradicionales y derechones cardenales. Los resultados del Sínodo habrían sido más atrevidos si los carcamales no hubieran estorbado; la definitiva recuperación de una Iglesia pobre no se puede hacer porque no le dejan a Francisco. La noticia del comentario hecho por el Papa a su amiguete Scalfari sobre la comunión a los divorciados es un dato más de esta pasada semana para calmar a los ansiosos. De este modo se conforma y consolida la imagen del líder que quiere cambiar, pero tiene las manos atadas. Pobre. No se le permite. Dicho esto unas semanas después de que el propio Papa hablase de la hermenéutica de la conspiración, de sus pullas en los discursos finales del Sínodo y de sus constantes llamados a la transparecia, a mí personalmente no me cuadra. O mejor dicho, me cuadra demasiado y me lleva de nuevo al mal olor. No me fío.
Y para aderezar todo esto -¡oh casualidad!-, aparecen en los días inmediatos un par de libros que muestran los líos vaticanos, contando diálogos y conversaciones de Francisco pidiendo transparencia, al tiempo que sacan a la luz dineros gastados y requetegastados por bertones y demás compañeros mártires.
Pero digo yo una cosa: si Francisco pide transparencia y hay un sujeto y una sujeta que filtran los cambalaches, los enjuagues y los apañijos y destapan los manejos, los contubernios y las intrigas, habría que darles la Encomienda de San Gregorio Magno a ambos. No interrogarlos como culpables de un delito. Me da la sensación de que se ha utilizado a un pardillo ambicioso y a una pícara con muchas horas de vuelo. El caso es que el juego está servido. O la mentira está echada. O la trampa está montada. Una vez más, los ámbitos papistas mueven la cabeza diciendo que todo está muy mal y que el pobre Papa tiene que luchar contra la corrupción y quiere reformar la Iglesia, pero no le dejan los financieros malvados. Y los progresistas y modernistas comentan también que el pobre Papa no puede hacer nada ante la cizaña instalada en el Vaticano.
Pero hay que recordar que a la tal Chaouqui la nombró el Papa Francisco. Como nombró a los que iban a encargarse de las finanzas vaticanas (hace ya dos años). Como nombró al famoso Ricca (el del ascensor) como responsable de otro de los organismos. Como encargó algunos servicios económicos a empresas norteamericanas de reconocido nivel financiero; como alquiló la Capilla Sixtina para fiestas de alto nivel económico. ¿Y por qué no ha luchado claramente contra todo esto? ¿Por qué no se hablaba de este tema hace más de un año y vuelve ahora en un momento de necesidad para Francisco?
Si se quiere transparencia en los asuntos económicos, ¿por qué no se quiere en temas doctrinales? ¿por qué no se habla claro sobre el caso de Monseñor Sarasa y se imparte la doctrina adecuada y correcta? ¿por qué no se habla claro sobre las constantes afirmaciones del ateo Scalfari y sus llamaditas telefónicas con el Papa? ¿por qué no ha habido transparencia con los olvidados (fieles) Franciscanos de la Inmaculada? ¿por qué no hubo transparencia con los Motus Proprios divorcistas que aparecieron de la noche a la mañana? Es que lo que ellos quieren se filtra, y lo que no quieren no se filtra. Es una transparencia a la carta.
De todos modos, mis sospechas se han agudizado, cuando he leído que -según el libro de marras-, el Papa dijo en esas conversaciones que ahora se publican: “Si no sabemos custodiar el dinero que se vende, ¿cómo custodiaremos las almas de los fieles que no se venden?”
La verdad es que es la primera vez en estos dos años y medio que oigo hablar a Francisco de la salvación de las almas. Y en su corto -pero larguísimo pontificado-, parece que nunca se ha preocupado de salvar a las almas. Yo lo que he visto ha sido precupación por el clima, por la ecología, por los excluídos, por las pateras, por los gays y por los divorciados. De las almas, he oído hablar muy poco. Y es que para abordar con eficacia la corrupción económica, hay que acabar primero con la corrupción de los pastores. Para acabar con la corrupción del dinero, hay que reconocer primero que todo proviene de la corrupción del pecado.
En fin, seguiremos viendo la comedia. Creo que pronto soltarán al pardillo-culpable, lo perdonarán, le darán un puesto discreto pero no lejano, repondrán en su lugar a la Chaouqui y aquí no ha pasado nada. Eso sí: Seguiremos teniendo excusas para nuevas intervenciones de esas que ya nos conocemos: para reformar la doctrina, que es mucho más interesante que reformar las finanzas. Y si no, al tiempo.