De lo que hemos de hacer después de haber recibido este divino
Sacramento, y cuál ha de ser el hacimiento de gracias.
Sacramento, y cuál ha de ser el hacimiento de gracias.
Así como antes de comer suele ser provecho algún ejercicio corporal
que avive el calor natural así lo es antes de la Comunión tener algún
ejercicio de meditación y consideración que avive el calor del alma, que es
la devoción y amor, de lo cual hemos ya dicho. De la misma manera, sobre
comida tener un rato de conversación es cosa muy saludable, y lo será
también después de esta divina comida. Y de esto trataremos ahora. Este es
el mejor tiempo para negociar con Dios y para abrazarle dentro de nuestro
corazón. Y así es razón que nos sepamos aprovechar de él, y que no
dejemos pasar en balde ni una partecita de él, conforme a aquello del
Sabio (Eccli., 14, 14): [No desaproveches el buen día, ni partecita del
buen don te dejes pasar]. En lo que se ha de gastar este tiempo ha de ser en
algunas consideraciones y afectos semejantes a los que dijimos habían de
preceder a la sagrada Comunión.
Y particularmente nos hemos de ocupar, lo primero en alabanzas y
hacimiento de gracias por todos los beneficios recibidos, y señaladamente
por el beneficio inestimable de nuestra redención, y por éste que aquí nos
hace el Señor, dándosenos a Sí mismo y entrando en nuestras entrañas. Y
porque nosotros no sabemos ni podemos dar las debidas gracias por un alto
beneficio, para suplir nuestra insuficiencia hemos de ofrecer al Señor todas
las gracias y alabanzas que le dieron y dan todos los serafines y coros de
los ángeles desde el principio del mundo, y todos los Santos
bienaventurados mientras vivieron en el mundo, y más principalmente las
que ahora le dan en la gloria, y las que le han de dar por toda la eternidad,
y juntar nuestras voces con las suyas, deseando alabarle con los corazones
y lenguas de todos; y convidar a todas las criaturas que nos ayuden a lo mismo (Sal., 33, 4): [Engrandeced conmigo al Señor, y todos a una
ensalcemos su nombre]. Y porque ni aun todo eso llega a lo que se debe a
Dios, porque es mayor que toda alabanza, hemos de querer y estarnos
holgando y regocijando de que Él se ame y alabe a Sí mismo, que sólo Se
puede amar y alabar bastantemente.
Lo segundo, hemos de ocupar este tiempo en actos de amor de Dios;
porque aquí principalmente ha lugar el ejercicio de aquellas santas
aspiraciones, que no son otra cosa que unos actos amorosos y unos deseos
entrañables de aquel sumo bien, cuales eran los del Profeta cuando decía
(Sal. 17, 2): Amete yo, Señor. fortaleza mía.— (Sal.. 41, 2): Así como el
ciervo, herido de los cazadores, desea las fuentes de las aguas, así mi
ánima, herida de amor, desea a Ti, Dios mío.
Lo tercero, hemos de ocupar este tiempo en peticiones: porque es
muy propio tiempo para despachar nuestros negocios y alcanzar mercedes
de Dios. De la reina Ester (5, 8; 7, 3) cuenta la sagrada Escritura que no
quiso declarar al rey Asuero su petición, sino le pide que sea su convidado
y que allí se la declarará, se hace así, y allí alcanzó todo lo que pidió. Así
aquí en este convite, donde el Rey de los reyes es nuestro convidado, o,
por mejor decir, nosotros suyos, alcanzaremos todo lo que pidiéremos (1
Sam., 25, 8), porque llegamos en buen día y en buena coyuntura. Y
podemos decir lo que Jacob luchando con Dios dijo (Gen.. 32, 26): No os
dejaré, Señor, si primero me dais vuestra bendición. Cuando entrasteis en
casa de Zaqueo dijisteis (Lc., 19, 9): Hoy ha venido la salud a esta casa;
decid ahora, Señor, otro tanto de esta casa donde habéis entrado (Sal., 34,
3): [Decid a mi alma: Yo soy tu salud]. Sea hecha hoy salud en mi ánima.
Aquí hemos de pedir a Dios perdón de nuestros pecados, fortaleza
para vencer nuestras pasiones y resistir a las tentaciones, gracia para
alcanzar las virtudes, la humildad, la obediencia, la paciencia, la
perseverancia. Y no solamente ha de pedir uno para sí, sino ha de rogar a
Dios por las necesidades de la Iglesia, generales y particulares, por el
Papa, por el rey y por todos los que gobiernan la república cristiana, en lo
espiritual y temporal, y por otras personas particulares, a quien tiene
obligación o devoción, a la manera que lo hacemos en el memento de la
Misa, y diremos después (cap. 15).
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.