domingo, 15 de mayo de 2011

EL ÚLTIMO APLAUSO (AL PAPA JUAN PABLO II)


Esta carta se publicó en vida de Juan Pablo II

SANTIDAD:

Ningún hombre ha recibido tantos aplausos en este mundo como Vuestra Santidad. Aplausos de toda clase: acompañan; aplausos de compromiso obligados por cumplir
con la sociedad; aplausos populares de los que os aman de verdad y sienten verdadera veneración por vos. Estos últimos son innumerables, de toda raza, condición, lengua y país, y se contabilizan por millones.

Falta el último aplauso que os ha de dar N. S. Jesucristo. Es el más importante, el que durará eternamente, el único verdadero, pues todos los demás se los ha llevado el viento y ya no existen.

Estaba yo una noche pensando todo esto cuando me dormí profundamente y soñé, soñé… Y ahora voy a exponeros mi sueño tal como fue.

Vos habíais muerto, y mientras millones de seres seguían con atención y lágrimas vuestros funerales que se desarrollaban majestuosamente en la Basílica de S. Pedro, os presentabais ante N. S. Jesucristo en una sala inmensa repleta de ángeles y santos. Jesucristo estaba sentado como Juez en un trono rodeado de querubines. Todos guardaban un silencio impresionante esperando oír la sentencia que había de ser definitiva, inapelable, eterna; era el último aplauso para siempre.

Entonces N.S. Jesucristo dijo en alta voz:

• ¿Qué has hecho de mi Iglesia que te he confiado como Pastor Supremo y Vicario mío durante tantos años?

• Muchos seminarios y colegios religiosos con sus aulas mixtas se han vaciado de vocaciones.

• Muchas iglesias se han convertido en salas de concierto y reuniones políticas, donde se come, se bebe, se fuma y se blasfema.

• Las familias están destrozadas; el adulterio, el divorcio y el matrimonio civil se han extendido entre los católicos.

• Muchísimos han perdido la Fe y se han vuelto agnósticos o indiferentes.

• Innumerables Profesores que se llaman teólogos enseñan impunemente en cátedras, seminarios y púlpitos herejías contra mi Iglesia, contra la Virginidad de mi Madre, contra el celibato eclesiástico y contra mi propia Persona Divina.

• Los derechos humanos han sustituido a MIS DERECHOS, y el hombre, engreído, se ha hecho casi igual a Mí.

• ¿Qué has hecho de la Autoridad y Poderes que Yo te di?, ¿sólo un obispo que quería seguir la Tradición y defender la Fe, ha merecido la excomunión, cuando miles la están destruyendo?

(y al decir esto os miraba fijamente y vi como un sudor os bajaba por el rostro)

• ¿Y cómo has permitido que sacerdotes buenos y seglares íntegros hayan sido despreciados, arrinconados, mal vistos y perseguidos, muriendo llenos de perplejidad y dolor, cuando, lobos rapaces se han apoderado de mi Iglesia, haciendo un mal incalculable a mis ovejas?

• ¿Por qué el liberalismo democrático, mí enemigo capital, se ha extendido por todas partes destruyendo mí Realeza Social?

• ¿Por qué levantaste la excomunión a los masones sin que abandonaran su programa anti-cristiano y anti-católico?

• ¿Cómo has permitido que se trate mí Eucaristía, donde Yo estoy presente, con tan poco respeto, y se hayan multiplicado los horribles sacrilegios y las satánicas Misas Negras?

• ¿Por qué me igualaste en Asís con los dioses falsos, invitando a todas las religiones a que rezasen a sus dioses por la paz?, ¿acaso ignorabas que no hay otro Dios fuera de MI?

¿CÓMO PUEDO DARTE MI ÚLTIMO APLAUSO?

(La mirada de Jesucristo se había hecho más profunda y severa, muy difícil de explicar. Ante aquella mirada terrible, os pusisteis a temblar y caísteis sin sentido al suelo… mientras me parecía oír de vuestros labios:
“¡MALDITOS APLAUSOS!).

En eso un timbre agudo y repetido me volvió a la realidad. Mire al despertador con alivio; me había librado de aquella terrible pesadilla, y pensé en aquellos versos famosos de nuestro Calderón de la Barca:

“¿Qué es la vida? Un frenesí;
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
que el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son.”

Me vestí nervioso, entré conmocionado en una iglesia, y ante el altar hice esta súplica con toda mi alma:
¡SEÑOR QUE ESTE SUEÑO NUNCA JAMAS SEA REALIDAD!”
Después prometí escribiros, Santidad, y lo he cumplido.

F. D. O.
(El último de vuestros hijos católicos)