lunes, 2 de mayo de 2011

PERDIDA EL ALMA, SE HABRÁ PERDIDO TODO - SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO


INTRODUCCIÓN

Indiferencia con que los cristianos pierden el alma. –Os exhortamos, hermanos, a que os aventajéis más y más en ocuparos en lo vuestro, así escribe el Apóstol. La mayor parte de los mundanos concentran su atención en los asuntos terrenos. ¡Cuanta diligencia para ganar un pleito, para alcanzar un empleo, para concertar un matrimonio! Apenas si se come y apenas si se duerme. Y ¿Qué es lo que se hace para salvar el alma? Hermanos, dice San Pablo, ocupaos en lo vuestro, es decir, en el asunto de vuestra salvación eterna.


I
GRANDEZA DE ESTA PÉRDIDA

“A las bagatelas de los niños, dice San Bernardo, se les deja el nombre de bagatelas, de juegos, de pasatiempos; y a las bagatelas de los mayores se les bautiza con el nombre de negocios”; y sin embargo, por estas bagatelas muchos pierden el alma. La pérdida en un negocio puede repararse en otro. Pero si se muere en estado de pecado y se llega así a la desgracia de perder el alma. ¿Qué medio habrá para reparar tamaña desgracia? ¿Qué provecho sacará un hombre, dice Jesucristo, si ganare el mundo entero, pero malograre su alma? ¿O qué dará un hombre a trueque de recobrar su alma? (Mt. 16, 26).

1º. Valor del alma perdida. “¿Quieres saber el valor de tu alma?, pregunta San Euquerio. Pues, si no crees al Creador, pregunta al Redentor”. Es decir, para comprender el valor de tu alma, no te baste saber que Dios, tu Creador, la hizo a su imagen, y mira a Jesucristo, tu Creador, la hizo a su imagen, y mira a Jesucristo, que derramó por ella su propia sangre para rescatarla. No con cosas corruptibles, con plata o con oro, fuisteis rescatados… sino con la preciosa sangre de Cristo, como de cordero sin tacha ni mancilla” (1 Ped. 1, 18).
Si Dios tiene al alma en tan gran estima, sabed que por su parte el demonio la estima tanto, que para hacerse dueño de ella no duerme, sino que continuamente anda dando vueltas en torno suyo, sin darse un momento de reposo. Por eso exclama San Agustín: “¿Cómo? ¿Vela el enemigo y tú duermes?” Cierto príncipe pidió a Benedicto XII un favor que en conciencia no le podía conceder, por lo que respondió al embajador: “Escribe a tu príncipe que si yo tuviese dos almas, podría aventurar una para complacerle; pero como no tengo más que una, no la puede perder”; y rechazó la demanda regia.

2º Naturaleza de esta pérdida: total y por naderías. Piénsalo bien, hermano mío: si salvas el alma, ¿qué te importa haber fracasado en los negocios terrenos?; no por eso serás menos feliz por toda la eternidad. Pero si la pierdes, ¿de qué te habrá valido tener durante la vida riquezas, honores y placeres? ¿Qué provecho sacará un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma? Cuando se pierde el alma se pierde todo. De esta máxima se valió San Ignacio de Loyola para ganar para Dios tantas almas, y entre ellas a San Francisco para Dios tantas almas, y entre ellas a San Francisco Javier. Estudiaba éste a la sazón en París y no soñaba más que en grandezas mundanas, cuando cierto día le habló así San Ignacio: “Francisco, ¿a quién sirve? Sirves al mundo, pero el mundo es traidor que promete y que no cumple. Y en el supuesto de que cumpliese, ¿cuánto tiempo durarían los bienes que te promete? ¿Podrían durar más que tu muerte, ¿de qué te valdrían los honores si tuvieses la desgracia de condenarte? Francisco, añadió el santo, ¿qué provecho sacará un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma?

3º. Resultado de esta pérdida: la desgracia eterna, y entre las dos eternidades no hay medio. Una sola cosa es necesaria (Lc. 10, 42). No es necesario acumular riquezas en la vida ni alcanzar honores ni dignidades. Lo necesario es salvar el alma, porque si no mereciéramos el cielo seríamos condenados al infierno. No hay término medio: o salvación o condenación. Dios no nos ha creado para esta tierra ni nos conserva la vida para acumular dinero o procurarnos placeres. Tenéis vuestro fruto en la santidad, y el paradero, la vida eterna (Rm, 6, 22). Nos creó, por tanto, y nos da la vida temporal para que conquistemos la eterna.


II

CONDUCTA INSENSATA DE MUCHOS CRISTIANOS

Quién no se aplica, ante todo, a salvar el alma es un loco, decía San Felipe Neri.

1º. Olvidan la eternidad para apegarse a bienes pasajeros. Si hubiera dos clases de hombres, una de mortales y otra de inmortales, ¿qué dirían los primeros al ver a los segundos preocupados de las cosas terrenales? “¡Cuán insensatos sois!, exclamarían con razón; ¿con que podéis adquirir los bienes inmensos y eternos del paraíso y perdéis el tiempo andando tras de los bines miserables y pasajeros de este mundo? Y por adquirir estos bienes, ¿todavía os exponéis al peligro de ir a arder por toda la eternidad en el infierno? Dejadnos a nosotros buscar los bienes terrenos, ya que tenemos la desgracia de no esperar nada en la otra vida”. Pero no; todos somos inmortales, y cada uno de nosotros en la vida ha de ser eternamente feliz o eternamente desgraciado. He aquí la desgracia de la mayoría de los cristianos: no pensar más que en la vida presente y nada en absoluto en la futura. Si fueran sabios comprenderían estas cosas, meditarían en su suerte final (Dt. 32, 29). Si tuvieran esta sabiduría, ¡cómo se desasirían de los efímeros bienes de esta tierra y cómo fijarían los ojos en aquel porvenir en que entrarán después de la muerte para ser por toda la eternidad o reyes en el cielo o esclavos en el infierno! Cierto día que San Felipe Neri hablaba con Francisco Zazzera, joven de talento y enamorado del mundo, díjole así: “Hijo mío, conseguirás brillante fortuna, será excelente abogado, llegarás a obispo, más tarde a cardenal y quién sabe si te elegirán Soberano Pontífice… Pero ¿Y después?, ¿después? Vete y piensa bien en estas dos palabras últimas”. Vuelto el joven a su casa, se dio por completo a Dios, abandonó todas las esperanzas terrenas y, dejando el mundo, ingresó en la misma congregación de San Felipe, donde murió santamente.

Pasa la configuración de este mundo. Inspirado en estas palabras, escribe Cornelio Alápide: “El mundo es como una escena”. La vida presente es a modo de comedia que pasa y acaba. ¡Dichoso quien en esta comedia representa bien su papel salvando el alma! Si no fuere así, después de pasar la vida acumulando riquezas y brillando en el mundo, merecerá que se le trate de loco y se le condene como al rico del Evangelio, a quien se dijo: Insensato, esta misma noche te exigen tu alma; y lo que allegaste, ¿de quién será? (Lc.12, 20). Comentando la expresión te exigen el alma, dice Toledo que el Señor nos dio el alma en depósito para guardarla de los asaltos de los enemigos, por lo que los ángeles vendrán en la muerte par exigirnos el alma y presentarla en el tribunal de Jesucristo; y si la hubiéramos perdido, preocupados tan sólo de reunir bienes terrenos, estos bienes dejarán de ser nuestros, pero ¿Qué se hará del alma?

2º. La muerte les mostrará la nada de esos bienes y su culpable locura. ¡Pobres mundanos! ¿Qué les quedará en la hora de la muerte de todas las riquezas amontonadas, de todas las grandezas de que hubieran disfrutado en la tierra? Durmiendo están sus sueños, y fallaron las manos de todos los varones esforzados (Sal. 75, 6). La muerte acabará con el sueño de la vida presente, y los mundanos experimentarán que nada adquirieron para la eternidad. Preguntad a todos los grandes de la tierra, a todos los ricos y a todos los emperadores. Vivieron entre riquezas, honores y placeres, y ahora se hallan en el infierno. Decidles: “¿Qué os queda de todos los bienes mundanos?” y los desgraciados tendrán que responderos gimiendo: “¡Infelices de nosotros! Que ¿Qué nos queda? Nada, absolutamente nada”.

3º. Sabed, pues, que no hay más que un solo bien y un solo mal. Razón tenía, por tanto, San Francisco Javier al decir que en el mundo no hay más que un solo bien y un solo mal: el único bien es salvarse y el único mal, perderse. Por eso decía David: Una cosa al Señor tengo pedida y por ella yo anhelo: el morar en la casa del Señor todos los días de mi vida (Sal. 26.4). Una sola cosa pedí y pediré siempre a Dios: que me dé la gracia de salvar el alma; porque, salvada esta, todo se habrá salvado, y perdida, todo se habrá perdido. Y el colmo de la desgracia es que. Perdida el alma una vez, está perdida para siempre.


PERDIDA EL ALMA, SE HABRÁ PERDIDO PARA SIEMPRE

I
LA VERDAD PROBADA

Una muerte, una eternidad. Lo importante es que no se muere más que una sola vez. Si se muriera dos veces, podría quizás uno perder el alma la primera vez y en la segunda recuperarla y salvarla. Más no; solamente se muere una vez, y, errada la primera, se yerra par siempre. Santa Teresa lo recordaba a menudo a sus monjas: “Hijas mías, ¡un alma, una eternidad!” Un alma: si la perdéis, todo lo habéis perdido; una eternidad: perdida el alma una vez, está perdida para siempre. “Perder el alma una vez es perderse para siempre”.

“No hay error mayor, dice San Euquerio, que descuidar el negocio de la eterna salvación”. Error que sobrepasa todo error, porque es error sin remedio. Todo otro mal se puede reparar; si uno pierde una suma de dinero por la calle, es posible que la encuentre en otra; si pierde un empleo, una dignidad, puede luego recuperarlos; y aun cuando se perdiere la vida, si se logra salvar, todo está remediado. Quien pierde el alma y se condena, padece un mal sin remedio.

II
CONSIDERACIÓN

1º. DESOLACIÓN. ¡Qué desolación padecen los condenados cuando piensan que para ellos pasaron los días de salvación y que no pueden ya tener la más mínima esperanza de remediar su eterna ruina!

2º.Declaraciones. Concluyó el estío, y nosotros no hemos sido salvados. Por eso se lamentarán y clamarán siempre inconsolablemente: Luego extraviados anduvimos de la senda de la verdad, y la luz de la justicia no brilló para nosotros (Sal. 5,6) Y ¿de qué servirá reconocer el error padecido cuando ya no se puede remediar?

3º. Pensar. Nada atormenta tan cruelmente a los réprobos como el pensamiento de haber perdido el alma por culpa suya. He resuelto aniquilarte, Israel; ¿quién será en tu socorro? (Os. 13,9). ¡Desgraciado!, dice el Señor dirigiéndose al condenado, únicamente tú eres la causa de tu condenación; sí, tus pecados te condenaron, porque hubiera bastado que te preocuparas de tu salvación, y me habrías encontrado presto a salvarte. Observa Santa Teresa que si algunos pierden por su descuido un anillo, un vestido, una bagatela, no comen, ni duermen ni hallan paz, pensando que lo han perdido por su culpa. ¡Oh Dios!, y ¿cuál no será el dolor del condenado, no bien haya entrado en el infierno, al pensar que perdió el alma, que lo perdió todo y que todo lo perdió por su culpa?


III
PERORACIÓN

1.º Hay que tomar a pecho este asunto. Es necesario, pues, que desde hoy tomemos muy a pecho este asunto de nuestra salvación. No se trata, dice San Juan Crisóstomo, de riquezas terrenas, de las que tarde o temprano nos despojará la muerte para siempre; trátase del cielo, del cielo que se pierde para ir a padecer por toda una eternidad en el infierno. “Sí, dice el santo doctor, trátase de los eternos suplicios del infierno y de la pérdida del reino celestial”.

2º. Temor.- Para asegurar nuestra salvación eterna debemos temer, y temer gravemente, condenarnos. Con temor y temblor obrad vuestra propia salud, dice el Apóstol. Mas son basta eso. Es necesario además, que nos violentemos para huir de las ocasiones peligrosas, que resistamos a las tentaciones y que frecuentemos los sacramentos.

3º. Hay que hacerse violencia. –El reino de los cielos es invadido a viva fuerza y los esforzados lo conquistan (Mt. 11, 12).

Los santos tiemblan ante el pensamiento de la eternidad. “¡Ay de mí!, decía San Andrés Avelino, ¿quién sabe si me salvaré o me condenaré?” “¿Qué será de mí en la eternidad?”, preguntaba, no sin temor, San Luis Beltrán. Y nosotros, ¿no temblaremos?

4º. ¡Ah!, pidamos a Jesús y a la Santísima Virgen que nos ayuden a salvarnos, porque no tenemos asuntos más importante que el de la salvación. Si salimos airosos, seremos eternamente felices y si nos equivocamos, seremos eternamente desgraciados.

Del libro: Preparación para la vida eterna de San Alfonso Mª de Ligorio