Arrecia otra vez la campaña del 'santo súbito!', en estos días en que se ha cumplido el 1er. aniversario de la beatificación. Ahora pronostican que la canonización puede estar a la vuelta de la esquina, para dentro de un año, si se dilucidan los cuatro o cinco milagros que están siendo valorados para presentarlos o no en la causa. Me imagino que el cardenal Dziwisz seguirá estando muy empeñado en el asunto, urgiendo.
Como antes, sigo manteniendo que las prisas, las aceleraciones, esconden el miedo de que si la causa de canonización se retarda pudieran aparecer obstáculos insuperables, objecciones determinantes, recuérdense los casos de encubrimiento de pederastías y el del escándalo Maciel. ¿Qué más podría salir, qué otras sombras? Don Stanislaw Dziwisz debe saberlo muy bien, ya que estuvo tan cerca de todo durante aquellos años entusiastas, de jubileo perpetuo y viaje papal semanal.
En estos mismos días, por un casual, han salido a relucir de los fondos de mi desordenda biblioteca, dos o tres ejemplares del Stat Veritas del magistral Romano Amerio. El librito, casi un opúsculo, es de los escritos más traumatizantes que recuerdo; esta misma tarde lo comentaba de pasada con un amigo al que le produjo el mismo efecto traumático, porque el breve trabajo de Amerio te coloca frente a un magisterio insostenible, que contradice al Magisterio anterior y sugiere conceptos incompatibles con la doctrina de la Iglesia. El golpe es como el que pudiera recibir un chiquillo que descubre por accidente las debilidades de su padre y sus defectos, algo así.
Sobre los cambios introducidos por el mismo Juan Pablo II en el procedimiento de las causas de canonización, ya he escrito varias veces en ExOrbe, comentando el declive de la Congregación competente, la decadencia de los procesos, la desvaloración/depreciación de las causas pendientes y de las resueltas, etc. También recuerdo haber dicho que algunas de las causas, antes de la reforma juanpablista, no hubieran resistido ni el primer exámen, ni siquiera se habrían incoado. La del mismo Juan Pablo 2º, probablemente, tampoco.
Antes, se trataba de medir un concepto de santidad conforme con metros muy exigentes, con rigurosas probaciones que aseguraran aquella sentencia que marcaba el paso de lo natural a lo sobrenatural: Hic digitus Dei! Aquí está el dedo de Dios! la señal de la santidad admirable, el signo de lo Alto.
Ahora parece que todo lo arrolla, con precipitación, un entusiasmo por el personaje, una carrera por ponerlo en meta, por verle arriba del todo, cuanto antes mejor.
Alguna vez me he preguntado que si el maestro Romano Amerio, muy fino y discreto, dejó en su Stat Veritas 55 breves y contundentes glosas a otros tantos pasajes de la Tertio Millenio Adveniente, de 1991 (más otras XIX glosas al discurso pronunciado por Juan Pablo II en el Collegium Leoninum de Paderborn, del 24 de junio de 1996), si sólo en esos dos documentos papales pudo apostillar Amerio una crítica tan sólida, ¿cuánto no se podrá decir y acumular, en el mismo o semejante sentido, de todas las publicaciones y documentos pontificios del Papa Wojtyla?
¿Se han examinado todos, todos se han testado con escrúpulo, tratándose de quien se trata? Porque el Stat Veritas de Amerio postula, demanda, exige, una revisión de todo aquel 'magisterio'. Obviarlo es exponerse a la evidencia.
Decía Amerio en el prefacio del libro que estaba persuadido de que su deber era confrontar, estando al servicio del Magisterio de la Iglesia, siempre venerable.
Yo tengo la impresión de que, en este caso, en la causa súbita de JP2º, tal veneración no existe, no ha existido, prevaleciendo por encima de todo un desmesurado entusiasmo, una precipitación que esconde tras la fascinación por un personaje el miedo a profundizar en su obra. Por las consecuencias (o las inconsecuencias).
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